1 — LA ESTRELLA DE LA PLAGA

—No —dijo Kaj Nevis con voz firme—. Eso está fuera de cuestión. Cometeríamos una maldita estupidez metiendo en esto a cualquiera de las grandes transcorps.

—¡Ni hablar! —le replicó secamente Celise Waan—. Debemos llegar hasta allí, ¿cierto? Por lo tanto, necesitamos una nave. Ya he ido en naves de Salto Estelar y son perfectamente adecuadas. Las tripulaciones son de lo más cortés y la cocina supera en mucho a lo normal.

Nevis la fulminó con la mirada. Su rostro parecía haber sido construido para ello. Era todo aristas y ángulos y su lisa cabellera, peinada hacia atrás, realzaba la línea de su cráneo. Tenía una nariz grande y afilada como una cimitarra y sus ojillos negros brillaban medio ocultos por unas cejas igualmente negras y muy gruesas.

—¿Y para qué fin fueron alquiladas esas naves?

—Pues para viajes de estudio, naturalmente —replicó Celise Waan. Cogió otra bola de crema del plato que había ante ella, sosteniéndola delicadamente entre el índice y el pulgar, y se la metió en la boca—. He supervisado muchas investigaciones importantes y el Centro se encargó de proporcionar los fondos para ellas.

—Permíteme indicarte algo tan obvio como la maldita nariz de tu cara —dijo Nevis—. Éste no es un viaje de estudios. No pensamos hurgar en las costumbres sexuales de alguna raza primitiva. No vamos a ir excavando por ahí, en busca de algún oscuro conocimiento al que ninguna persona cuerda soñaría en darle importancia, tal y como tú estás acostumbrada a hacer. Nuestra pequeña conspiración pretende ir en busca de un tesoro de valor inimaginable. Y, si lo encontramos, no pretendemos entregárselo a las autoridades competentes. Me necesitas para que disponga de él, mediante canales no demasiado lícitos y tú confías tan poco en mí que no piensas decirme en qué consiste todo este maldito embrollo hasta encontrarnos a medio camino, y Lion ha contratado una guardaespaldas. Magnífico; todo eso me importa un comino. Pero entiendo también una cosa: no soy el único hombre poco digno de confianza que hay en ShanDellor. En este asunto puede haber grandes ganancias y mucho poder. Si piensas seguir parloteando sobre alta cocina, entonces me largo. Tengo cosas mucho mejores que hacer, en lugar de seguir aquí sentado oyendo tus tonterías.

Celise Waan lanzó un resoplido despectivo. El resoplido fue ronco y algo húmedo, como correspondía a una mujer gorda, alta y de rostro encendido como ella.

—Salto Estelar es una firma de prestigio —dijo—. Por otra parte, las leyes de salvamento…

—…no tienen el menor significado —dijo Nevis—. En ShanDellor tenemos un código legal, otro en Kleronomas y un tercero en Maya, ninguno de los cuales sirve para lo más mínimo. Y, caso de aplicarse la ley de ShanDellor, entonces sólo obtendríamos una cuarta parte del valor del hallazgo, y eso en caso de obtener algo. Suponiendo que esa estrella tuya de la plaga sea la que realmente Lion piensa que es, y suponiendo que todavía sea capaz de funcionar, entonces quien la controle poseerá una abrumadora superioridad militar en el sector. Tanto Salto Estelar como todas las otras grandes transcorps son tan codiciosas e implacables como yo, eso estoy en condiciones de jurarlo. Lo que es más, son lo bastante grandes y poderosas como para que los gobiernos planetarios las tengan vigiladas constantemente, y permíteme indicarte que somos cuatro… cinco, contando a tu adquisición —señaló con la cabeza a Rica Danwstar y obtuvo por toda respuesta una gélida sonrisa—. Una nave de lujo cuenta ya con más de cinco chefs para la repostería. Incluso en una nave pequeña la tripulación nos superaría en número. Una vez hubieran comprendido lo que poseíamos, ¿crees que nos dejarían conservarlo ni un segundo?.

—Si nos estafan les demandaremos —dijo la gruesa antropóloga, con un leve matiz de petulancia en su voz, mientras cogía la última bola de crema.

Kaj Nevis se rió de ella.

—¿Ante qué tribunales? ¿En qué planeta? Todo ello suponiendo que se nos permita seguir con vida, lo cual es francamente improbable dado el asunto del que hablamos. Creo que eres una mujer estúpida y fea.

Jefri Lion había estado escuchando la discusión con aire de inquietud.

—Vamos, vamos… —dijo por fin, interrumpiéndoles—. No empecemos con adjetivos desagradables, Nevis, no hace falta. Después de todo, este asunto es cosa de todos —Lion, bajo y corpulento, vestía una chaqueta militar de camuflaje adornada con abundantes condecoraciones de una campaña ya olvidada. Con la penumbra del pequeño restaurante, la tela de la chaqueta había adoptado un color gris sucio que armonizaba admirablemente con la barba incipiente que Lion lucía en su rostro. Su frente, amplia y despejada, estaba cubierta por una leve capa de sudor. Kaj Nevis le ponía nervioso. Después de todo, ese hombre tenía una reputación. Lion miró a los demás buscando apoyo.

Celise Waan frunció los labios y clavó la mirada en el plato vacío que tenía delante, como si con ello pudiera conseguir que volviera a llenarse. Rica Danwstar («la adquisición», tal y como Nevis la llamaba) se reclinó en su asiento con un brillo de irónica diversión en sus ojos verde claro. Bajo el mono y la chaqueta de malla plateada que vestía, su cuerpo esbelto y endurecido parecía relajado, casi indolente. Si sus patronos pensaban pasarse el día y la noche discutiendo, no era problema suyo.

—Los insultos son inútiles —dijo Anittas. Resultaba difícil adivinar lo que pensaba el cibertec. Su rostro se componía, por igual, de metal pulido, carne y plástico translúcido, sin que llegara a resultar demasiado expresivo. Los dedos de su mano derecha, de un brillante acero azulado, contrastaban con la carne de su mano izquierda, en tanto que sus ojos de metal plateado estudiaban incesantemente a Nevis, moviéndose en sus receptáculos de plástico negro—. Kaj Nevis ha planteado algunas objeciones válidas. Posee experiencia en estos asuntos y en esta zona, en tanto que nosotros carecemos de ella. ¿De qué sirve haberle metido en este asunto si ahora no estamos dispuestos a escuchar sus consejos?

—Cierto, cierto —dijo Jefri Lion—. Entonces, Nevis, ¿qué sugieres? Si debemos evitar el trato con las transcorps, ¿cómo vamos a llegar hasta la estrella?

—Necesitamos una nave —dijo Celise Waan, proclamando estentóreamente lo que era obvio.

Kaj Nevis sonrió.

—Las transcorps no poseen ningún monopolio sobre las naves. Ésa fue la razón por la que sugerí que nos reuniéramos aquí y no en la oficina de Lion. Este cuchitril se encuentra cerca del puerto y el hombre que necesitamos estará aquí, seguro…

Jefri Lion pareció vacilar al oírle.

—¿Un independiente? Algunos tienen una reputación no muy agradable, ¿no es cierto?

—Igual que yo —le recordó Nevis.

—Aun así. He oído rumores sobre contrabando e incluso sobre piratería. Nevis, ¿estamos dispuestos a correr esa clase de riesgos?

—No deseamos correr ninguna clase de riesgos —le dijo Kaj Nevis—, y no vamos a correrlos. Todo se reduce a conocer a la gente adecuada. Conozco a montones de gente. Gente adecuada y gente inadecuada. —Movió levemente la cabeza—. Volviendo a nuestro problema, voy a referirme a una mujer morena que luce un montón de joyas negras. Se llama Jessamyn Caige es la dueña de la Libre Empresa. No tengo ninguna duda de que estaría dispuesta a cedernos su nave a un precio muy razonable.

—Entonces, ¿ella es la persona adecuada? Espero que su nave tenga una rejilla gravitatoria: la falta de peso siempre me pone muy nerviosa.

—¿Cuándo piensas hablar con ella? —le preguntó Jefri Lion.

—No soy yo quien le hablará —replicó Kaj Nevis—. ¡Oh! de acuerdo, he utilizado antes a Jessamyn para una o dos cargas, pero no pienso correr el riesgo de viajar con ella y jamás soñaría con meterla en algo tan enorme. La Libre Empresa tiene una tripulación de nueve personas, más que suficientes para encargarse de mí y de la adquisición. No lo digo con ánimo de ofender, Lion, pero los demás, sencillamente, es como si no existierais.

—Desearía hacerte saber que soy un soldado —dijo Jefri Lion con voz dolorida—. He estado en combate.

—Hace unos cien años —dijo Nevis—. Tal y como iba diciendo, los demás es como si no existierais y a Jessamyn le importaría tanto matarnos como escupir en el suelo. —Sus diminutos ojos negros les contemplaron uno a uno—. Ésa es la razón de que os haga falta. De no ser por mí seríais lo bastante ingenuos como para contratar a Jessamyn o a una de las transcorps.

—Mi sobrina está trabajando con un comerciante independiente que tiene mucho éxito —dijo Celise Waan.

—¿De quién se trata? —inquirió Kaj Nevis.

—Noah Wackerfuss —replicó ella—. —Su nave es la Mundo de Gangas.

Nevis asintió.

—Noah, el Gordo. Resultaría muy divertido, estoy seguro. Podría decir, para empezar, que su nave funciona constantemente en ingravidez. Una gravedad normal mataría a ese viejo degenerado, aunque no se perdería gran cosa. Es cierto que al menos Wackerfuss no es un tipo especialmente sediento de sangre. Hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que no acabaría matándonos. Sin embargo, es tan astuto y codicioso como todos los otros y, como mínimo, buscaría un modo de conseguir una parte del botín. En el peor de los casos, acabaría quedándose con todo. Y en su nave hay veinte tripulantes, todos mujeres. ¿Has interrogado alguna vez a tu sobrina sobre la naturaleza exacta de sus obligaciones laborales?

Celise Waan se ruborizó.

—¿Tengo que escuchar las insinuaciones de este hombre? —le preguntó a Lion—. El descubrimiento lo hice yo y no pienso permitir que me insulte este rufián de tercera, Jefri.

Lion frunció el ceño con expresión lastimera.

—Bueno, realmente deberíamos dejar de discutir. Nevis, no es necesario que sigas presumiendo de ese modo. Estoy seguro de que todos decidimos contar contigo en este asunto a causa de tu capacidad como experto. Supongo que tendrás alguna idea sobre qué persona deberíamos contratar para que nos lleve a la estrella, ¿cierto?

—Por supuesto que sí —dijo Nevis.

—¿De quién se trata? —le preguntó secamente Anittas.

—Se trata de un mercader independiente que no tiene demasiada suerte en su oficio. Además, lleva medio año atascado en ShanDellor porque no ha encontrado ninguna mercancía, así que debe estar empezando a desesperarse, al menos lo suficiente como para saltar de alegría ante la oportunidad que le ofrecemos. Tiene una nave pequeña, y en no muy buen estado, con un nombre tan largo como ridículo. La nave no es muy lujosa, pero nos llevará hasta allí y eso es lo importante. No hay ninguna tripulación por la que preocuparse, sólo él. y él… bueno, también es un poco ridículo. No tendremos ningún problema. Es un tipo grandote, pero es blando tanto por dentro como por fuera. He oído decir que en su nave tiene algunos gatos. No le gusta mucho la gente. Bebe montones de cerveza y come demasiado. Dudo que lleve una sola arma encima. Según mis informes se las arregla a duras penas para sobrevivir, volando de un mundo a otro y vendiendo baratijas absurdas que transporta en su vieja bañera. Wackerfuss piensa que este tipo es una broma ambulante pero incluso si se equivoca, ¿qué puede hacer un solo hombre contra nosotros? Si se atreve a decir que informará a las autoridades, la adquisición y yo nos encargaremos de él y le convertiremos en comida para sus gatos.

—¡Nevis, no pienso tolerar ese tipo de ideas! —protestó Jefri Lion—. No pienso permitir que se cometa ni un solo asesinato en este asunto.

—¿No? —dijo Nevis, señalando levemente a Rica Danwstar—. Entonces, ¿por qué contratarla? —En su sonrisa había algo indefinible pero muy desagradable y la sonrisa con que ella respondió a su gesto era una mueca de pura maldad—. De todos modos, sabía que éste era el lugar adecuado. Aquí tenemos a nuestro hombre.

De entre todos ellos, sólo Rica Danwstar estaba algo versada en las artes de la sutileza y la conspiración por lo que tres pares de ojos se volvieron hacia la puerta y hacia el hombre que había entrado por ella. Era muy alto, casi dos metros y medio, y su barriga sobresalía sobre su delgado cinturón metálico. Tenía las manos grandes y el rostro alargado y curiosamente inexpresivo: se movía de un modo algo envarado y su piel parecía tan blanca como el hueso, al menos por lo que podía verse, y no tenía ni el menor rastro de vello. Vestía unos pantalones de un color azul brillante y una camiseta marrón de mangas anchas, recogidas a la altura de los codos.

Debió percibir que le observaban pues volvió la cabeza y les miró. Su pálido rostro continuó tan inexpresivo como antes. y siguió mirándoles. Celise Waan fue la primera en apartar los ojos, luego lo hizo Jefri Lion y finalmente Anittas.

—¿Quién es? —le preguntó el ciborg a Kaj Nevis.

—Wackerfuss le llama Tuffy —dijo Nevis—. Según me han dicho, su nombre auténtico es Haviland Tuf.


Haviland Tuf cogió entre sus dedos la última fortaleza estelar de color verde con tal delicadeza que, por unos instantes, pareció menos corpulento de lo que era en realidad y luego se irguió para contemplar el tablero con expresión satisfecha. El campo se había vuelto totalmente rojo: cruceros, acorazados, fortalezas estelares, colonias… todo se había vuelto rojo.

—Debo reclamar la victoria —dijo.

—Otra vez —dijo Rica Danwstar, estirándose para desentumecer los músculos, agarrotados por las largas horas de juego. En cada uno de sus movimientos había la gracia letal de la leona y bajo su chaqueta plateada se adivinaba la forma del aguijón que guardaba en una funda pegada al hombro.

—Quizá pueda permitirme la osadía de sugerir que lo intentemos de nuevo —dijo Haviland Tuf.

Danwstar rió.

—No, gracias —dijo—. Eres demasiado bueno en esto. Llevo el juego en la sangre, pero contigo no hay juego posible. Me he cansado de quedar la segunda.

—En las partidas que hemos jugado hasta el momento he tenido mucha suerte —dijo Haviland Tuf. Es indudable que en estos momentos mi suerte estará agotándose y que en su próxima intentona será incapaz de reducir a la nada mis pobres fuerzas.

—Oh, sí, es indudable —replicó Rica Danwstar sonriendo—, pero deberás perdonarme si decido posponer la intentona hasta que sufra de un caso terminal de aburrimiento. Al menos soy mejor que Lion… ¿no es cierto, Jefri?

Jefri Lion estaba sentado en una esquina de la sala de control de la nave, examinando un montón de viejos textos militares. Su chaqueta de camuflaje había adoptado la tonalidad marrón del panel de madera artificial que tenía detrás.

—El juego no sigue auténticos principios militares —dijo, con cierto disgusto en la voz—. Empleé las mismas tácticas que utilizó Stephen Cobalt Nortbstar cuando la Decimotercera Flota de la Humanidad sitió Hrakkean. El contraataque de Tuf resultaba absolutamente erróneo dadas las circunstancias y, en caso de que las reglas hubieran estado redactadas de modo correcto, habría sufrido una derrota sin paliativos.

—Cierto —dijo Haviland Tuf—, en eso me veo absolutamente superado. Después de todo, habéis tenido la fortuna de ser historiador militar, en tanto que yo soy un sencillo y humilde comerciante, por lo que no estoy familiarizado con las grandes campañas de la historia. De momento he tenido una suerte inmensa ya que las deficiencias del juego y mi buena estrella han conspirado para compensar mi ignorancia. Sin embargo, me encantaría tener la ocasión de comprender mejor los principios militares. Si tuvierais la bondad de probar suerte una vez más con el juego, estudiaré cuidadosamente todas vuestras sutilezas estratégicas, esperando, de esa manera, incorporar a mi pobre forma de jugar un enfoque más sólido y auténtico.

Jefri Lion, cuya flota plateada había sido la primera en desaparecer del tablero en cada partida jugada durante la última semana, carraspeó levemente con aire de incomodidad.

—Sí, ya… esto, Tuf, yo… —empezó a decir.

Fue oportunamente salvado por un repentino chillido y un chorro de maldiciones que surgió del compartimiento contiguo.

Haviland Tuf se puso en pie de inmediato y Rica Danwstar le imitó una fracción de segundo después.

Salieron al pasillo justo cuando Celise Waan salía a la carrera de uno de los camarotes, persiguiendo a una veloz silueta blanca y negra que pasó junto a ellos como un rayo para meterse en la sala de control.

—¡Cogedle! —les gritó Celise Waan. Tenía el rostro muy rojo e hinchado y parecía furiosa.

La puerta era pequeña y Haviland Tuf muy grande.

—¿Se me permite inquirir para qué? —preguntó, bloqueando la entrada.

La antropóloga extendió la mano izquierda: en su palma había tres arañazos no muy largos pero sí bastante profundos, de los cuales empezaba a brotar la sangre.

—¡Mirad lo que me ha hecho! —gritó.

—Ya veo —dijo Haviland Tuf—. Y a ella, ¿qué le ha hecho?.

Kaj Nevis salió del camarote con una sonrisa levemente sardónica en los labios.

—La cogió para arrojarla al otro lado de la habitación —dijo.

—¡Estaba encima de mi cama! —dijo Celise Waan—. ¡Quería echarme un rato y esa condenada criatura estaba dormida en mi cama! —Giró en redondo, encarándose con Nevis—. y tú, será mejor que borres esa sonrisita de tu cara. Ya es bastante malo vernos obligados a vivir uno encima de otro en esta nave tan miserable como angosta, pero a lo que sencillamente me niego es a compartir el escaso espacio existente con los sucios animalejos de este hombre imposible. Y todo esto es culpa tuya, Nevis. ¡Nos metimos en esta nave por tu causa! Ahora debes hacer algo: exijo que obligues a Tuf a que nos libre de esas sucias alimañas. Lo exijo, ¿me has oído?

—Discúlpame —dijo Rica Danwstar, que estaba inmóvil detrás de Tuf. Él se volvió a mirarla y se apartó un poco—. ¿Te referías quizás a una de estas alimañas? —preguntó sonriente, mientras avanzaba por el pasillo. Con la mano izquierda sostenía a un gato, mientras le acariciaba suavemente con la mano derecha. El gato era un animal bastante grande, de pelaje largo y grisáceo. Sus ojos arrogantes brillaban con una leve luz amarilla. Debía pesar sus buenos diez kilos pero Rica lo sostenía tan fácilmente como si hubiera sido un gatito recién nacido—. ¿Qué estás proponiendo que haga Tuf con el viejo Champiñón, aquí presente? —le preguntó en tanto que el gato empezaba a ronronear estruendosamente.

—El que me hizo daño fue el otro, el blanco y negro —dijo Celise Waan—, pero ése es igual de perverso. ¡Mirad mi cara! ¡Mirad lo que me han hecho! Casi no puedo respirar, estoy a punto de caer gravemente enferma y cada vez que intento reposar unos minutos, me despierto con uno de esos animales encima de mi pecho. Ayer estaba tomando un pequeño refrigerio; me distraje un momento y ese animal blanco y negro volcó mi plato y empezó a jugar con mis bollos sazonados por el suelo, ¡Como si fueran juguetes! Con estas bestias por aquí nada está a salvo. Ya he perdido dos lápices luminosos y mi mejor anillo rosado. Y ahora esto, ¡este ataque! Realmente, esto ya es intolerable. Debo insistir en que esos condenados bichos sean encerrados inmediatamente en la bodega con las mercancías, inmediatamente, ¿me habéis oído?

—Por fortuna gozo de una audición perfecta —dijo Haviland Tuf—. Si los objetos que faltan no han aparecido al final del viaje, será un placer para mí reembolsarle su valor. La petición hecha en lo tocante a Champiñón y Desorden, sin embargo, debo rechazarla con todo mi sentimiento.

—¡Viajo como pasajera en esta ridícula nave espacial! —le gritó Celise Waan.

—¿Debo consentir que se insulte tanto a mi inteligencia como a mis oídos? —replicó Tuf—. Señora, vuestra condición de pasajera resulta de lo más obvio y no es necesario que me lo recordéis. Sin embargo, espero que me sea permitido a mi vez recordar que esta pequeña nave que, con tanta libertad habéis insultado, es mi hogar y mi medio de vida, por pobre que sea. Lo que es más, en tanto que sois una pasajera de esta nave y por ello tenéis derecho a gozar de ciertos derechos y prerrogativas, Champiñón y Desorden deben poseer lógicamente unos derechos mucho más amplios y consistentes dado que la nave, por decirlo así, constituye su morada habitual y permanente. No tengo por costumbre aceptar pasajeros a bordo de mi Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios y, como ya habréis podido observar, el espacio disponible apenas si resulta adecuado para mis propias necesidades. Lamentablemente, en los últimos tiempos he sufrido varias vicisitudes profesionales y no me recato en confesar que mis recursos vitales se estaban aproximando a un punto muy poco satisfactorio cuando Kaj Nevis se puso en contacto conmigo. Me he esforzado al máximo para acomodarles a todos a bordo de esta nave tan injustamente despreciada, llegando al extremo de ceder mis camarotes para satisfacer ciertas necesidades colectivas y he instalado mi pobre lecho en la sala de control. Pese a mis innegables penurias económicas, estoy empezando a lamentar profundamente el estúpido impulso altruista que me hizo aceptar este viaje, especialmente teniendo en cuenta que el pago recibido apenas si ha bastado para la compra de combustible y provisiones para el viaje, así como para el pago de las tasas portuarias de ShanDi. Empiezo a temer que os habéis aprovechado maliciosamente de mi buena fe pero, con todo, soy hombre de palabra y haré cuanto esté en mi mano para haceros llegar a vuestro misterioso destino. Sin embargo, y durante el trayecto, me veo obligado a pedir que se tolere a Champiñón y Desorden al igual que yo tolero ciertas presencias a bordo.

—¡Bueno, pues no pienso hacerlo! —proclamó Celise Waan.

—No me cabía duda alguna de que…—dijo Haviland Tuf.

—No voy a soportar más tiempo esta situación —le interrumpió la antropóloga—. No hay necesidad alguna de que estemos amontonados en un camarote como los soldados en un cuartel. Esta nave no parecía tan pequeña desde el exterior. ¿Adónde conduce esa puerta? —preguntó, extendiendo su rechoncho brazo.

—A las zonas de carga —dijo Haviland Tuf con voz inmutable—. Hay dieciséis y debo admitir que incluso la más pequeña de ellas es dos veces tan grande como mi austero aposento.

—¡Ajá! —dijo Celise Waan—. ¿y llevamos carga?

—El compartimiento dieciséis contiene reproducciones en plástico de máscaras orgiásticas Cooglish, que desgraciadamente fui incapaz de vender en ShanDellor, situación que expuse con toda sinceridad a Noah Wackerfuss a la que respondió ofreciéndome un precio tan bajo que me dejaba sin el menor margen de beneficio. En el compartimiento doce guardo ciertos efectos personales, equipo de naturaleza variada, ciertas piezas de colección y otros objetos heterogéneos. El resto de la nave se encuentra totalmente vacío, señora.

—¡Excelente! —dijo Celise Waan—. En tal caso, vamos a convertir los compartimientos más pequeños en aposentos privados para cada uno de nosotros. Instalar camas no debería resultar demasiado complicado.

—Resultaría de lo más sencillo —dijo Haviland Tuf.

—Entonces, ¡que se haga! —replicó secamente Celise Waan.

—Como desee la señora —dijo Tuf—. ¿Desea también alquilarme un traje de presión?

—¿Cómo?

Rica Danwstar estaba sonriendo desde hacía rato.

—Esos compartimientos no están incluidos dentro del sistema de apoyo vital —le dijo—. No hay aire, ni calor, ni presión, ni tan siquiera hay gravedad.

—Deberías encontrarte muy a gusto ahí —dijo Kaj Nevis.

—Desde luego —dijo Haviland Tuf.


El día y la noche carecían de significado a bordo de una nave espacial, pero los viejos ritmos del cuerpo humano seguían con sus eternas exigencias y la tecnología no había tenido más remedio que amoldarse a ellas. Por ello la Cornucopia, como todas las naves espaciales, con excepción de las enormes naves de guerra que contaban con tres turnos de tripulación y los cruceros de lujo de las transcorp, tenía un ciclo de sueño, un período de oscuridad y de silencio.

Rica Danwstar se puso en pie y comprobó su aguijón siguiendo lo que ya era una costumbre. Celise Waan roncaba ruidosamente; Jefri Lion se agitaba en su lecho, ganando batallas dentro de los confines de su cerebro, y Kaj Nevis vagaba por entre sueños de riqueza y de poder. El cibertec también dormía, aunque el suyo era un sueño más profundo que el de los demás. Para escapar al aburrimiento del viaje, Anittas se había instalado en un catre, se había conectado al computador de la nave y luego se había apagado. Su mitad cibernética se encargaba de controlar y vigilar a su mitad biológica: su respiración era tan lenta como el avance de un glaciar e igualmente monótona, en tanto que su temperatura corporal había bajado y su consumo energético se había reducido prácticamente a cero. Pero los sensores de metal plateado que le servían de ojos de vez en cuando parecían moverse levemente, como si estuvieran siguiendo el rastro de alguna imagen invisible para los demás.

Rica Danwstar avanzó silenciosamente por la habitación. Haviland Tuf estaba solo en la cámara de los controles. Su regazo estaba ocupado por el gato de pelo grisáceo y sus manos, pálidas y enormes, se movían sobre las teclas del computador. Desorden, la gata blanca y negra de menor tamaño, jugaba a sus pies. Rica había cogido un lápiz luminoso y dirigía el haz hacia el suelo, moviéndolo de un lado a otro. Tuf no la había oído entrar, porque nadie oía nunca moverse a Rica Danwstar si ella no lo quería.

—Aún levantado… —dijo ella desde la puerta, apoyándose en el umbral.

Tuf hizo girar su asiento y la contempló con expresión impasible.

—Una deducción realmente extraordinaria —dijo—. Aquí estoy yo, activo y atareado, atendiendo a las constantes demandas de mi nave y, gracias al testimonio de ojos y oídos, es posible saltar, de modo fulgurante, a la conclusión de que no estoy dormido todavía. Unos poderes de razonamiento que me dejan atónito.

Rica Danwstar entró en la sala de controles y se tendió en el catre de Tuf, que aún permanecía intacto después del último ciclo nocturno.

—Yo también estoy despierta —dijo sonriendo.

—Apenas si puedo creerlo —le contestó Haviland Tuf.

—Pues será mejor que lo creas —dijo Rica—. No duermo demasiado, Tuf, sólo dos o tres horas cada noche. En mi profesión es algo muy útil.

—Sin duda —dijo Tuf.

—Claro que, a bordo de una nave espacial, es más bien un inconveniente. Me aburro, Tuf.

—¿Una partida, quizá? Rica sonrió.

—Quizá, pero de un juego distinto.

—Siempre estoy dispuesto a conocer un nuevo juego.

—Bien. Entonces, juguemos a las conspiraciones.

—No estoy familiarizado con sus reglas.

—Oh, son de lo más sencillo…

—Ya. Quizá tenga la amabilidad de extenderse un poco más al respecto…

El rostro de Tuf seguía tan inmutable como cuando Rica entró en la habitación.

—Nunca habrías podido ganar esta última partida, si Waan me hubiera apoyado en el instante en que se lo pedí —le dijo Rica con voz despreocupada—. Tuf, las alianzas pueden ser provechosas para todas las partes implicadas. A bordo de esta nave los únicos que no tenemos aliados somos tú y yo: a los dos se nos paga un sueldo y si Lion está en lo cierto respecto a la estrella de la plaga, los demás se repartirán un tesoro tan vasto que resulta casi imposible de concebir, en tanto que nosotros dos sólo recibiremos nuestros sueldos. Eso no me parece muy justo.

—La equidad suele resultar muy difícil de precisar y normalmente es aún más difícil de lograr —dijo Haviland Tuf—. Quizás albergue el deseo de que mi compensación sea más generosa pero, sin duda, muchos en mi lugar se quejarían de lo mismo. Pese a todo, mi sueldo fue negociado y aceptado en su momento.

—Las negociaciones siempre pueden reanudarse —le sugirió Rica Danwstar—. Nos necesitan. A los dos. Se me ha ocurrido que trabajando juntos quizá pudiéramos… bueno… insistir en unos términos mejores. Digamos que una parte completa de un reparto a seis bandas. ¿Qué piensas de ello?

—Una idea intrigante en favor de la cual hay muchos argumentos —dijo Tuf—. Algunos podrían arriesgarse a sugerir que no resulta demasiado ética, cierto, pero quienes gozan de una auténtica sofisticación intelectual siempre poseen una notable flexibilidad ética.

Rica Danwstar estudió durante un momento el pálido e inexpresivo rostro de Tuf y sonrió.

—No te gusta, ¿verdad, Tuf? En el fondo siempre juegas siguiendo las reglas.

—Las reglas son la esencia y el corazón de los juegos, si quiere decirlo así. Le otorgan estructura y significado a nuestras pequeñas competiciones.

—A veces es más divertido tirar el tablero al suelo de una patada —dijo Rica Danwstar—, y también puede resultar más efectivo.

Tuf formó un puente con sus manos ante la cara. —Aunque no me sienta demasiado satisfecho con mi escasa paga, he de cumplir mi contrato con Kaj Nevis. No deseo que en el futuro pueda hablar mal de mí o de la Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios.

Rica se rió. —Oh, Tuf, dudo que piense hablar mal de ti. De hecho, dudo que te nombre, ya sea para bien o para mal, una vez hayas cumplido tu función y sea posible prescindir de ti. —Le gustó ver que sus palabras habían hecho pestañear a Tuf.

—Ya veo —dijo Tuf.

—¿Y no sientes ninguna curiosidad al respecto? ¿No te interesa saber adónde vamos? ¿No quieres conocer la razón por la que Lion y Waan han mantenido en secreto el destino final, hasta encontrarnos todos a bordo? ¿O la causa de que Lion contratara una guardaespaldas?

Haviland Tuf acarició lentamente el largo pelaje de Champiñón, pero sus ojos no se apartaron ni un segundo del rostro de Rica.

—La curiosidad es mi gran vicio. Me temo que se ha dado cuenta de ello y ahora busca explotar mi debilidad.

—La curiosidad mató al gato —dijo Rica.

—Una idea de lo más desagradable, pero que me parece también muy improbable teniendo en cuenta la situación —comentó Tuf.

—Pero la satisfacción le hizo resucitar —añadió Rica—. Lion sabe que estamos metidos en un asunto de enormes dimensiones y altamente peligroso. Para conseguir sus fines necesitaban a Nevis o a una persona como él. Ya habían decidido un reparto entre cuatro, pero Nevis tiene el tipo de reputación que te hace dudar sobre si va a conformarse con ese reparto. Ésa es la razón de mi presencia aquí: debo ocuparme de que quede satisfecho con ello. —Rica se encogió de hombros y pasó los dedos por la funda de su aguijón—. Además, constituyo un seguro de vida contra cualquier otro tipo de complicaciones que pueden presentarse.

—¿Puedo permitirme indicar que esa misma presencia representa una complicación adicional?

Rica sonrió lúgubremente. —Indícaselo a Lion —le dijo, poniéndose en pie y desperezándose—. y piensa en todo eso, Tuf. Tal y como yo veo las cosas, Nevis te ha subestimado. Pero tú no debes subestimarle, y a mí tampoco. Nunca, nunca me subestimes. Quizá llegue un momento en el que desees contar con un aliado y puede que ese momento llegue más pronto de lo que piensas.

Cuando faltaban tres días para la llegada, Celise Waan se quejó nuevamente de la comida. Tuf les había servido una bruhaha de vegetales picantes al estilo de Halagreen: el plato resultaba exótico y sabroso, pero ya era la sexta vez que aparecía en la mesa durante el viaje. La antropóloga esparció los vegetales por todo el plato, con una mueca de repugnancia, y dijo:

—¿Por qué no podemos comer un poco de comida auténtica?

Tuf, en silencio, pinchó hábilmente un gran hongo con su tenedor y lo alzó hasta tenerlo delante de la cara. Lo estuvo contemplando durante unos instantes, inclinó la cabeza a un lado para contemplarlo desde otro ángulo, lo hizo girar examinándolo atentamente y por último lo tocó con la punta del dedo.

—No consigo entender por completo la naturaleza de su queja, señora —dijo por fin—. Debo decir que, para mis pobres sentidos, este hongo resulta francamente real, aunque debo confesar también que no es sino una pequeña muestra del plato en su conjunto. Es posible que el resto del bruhaha sea una mera ilusión, pero no lo creo.

—Ya sabes a qué me refiero —dijo Celise Waan con voz aguda—. Quiero carne.

—Ah, ya —dijo Haviland Tuf—, y yo deseo ser inconmensurablemente rico. Es fácil concebir tales fantasías pero es mucho más difícil convertirlas en realidad.

—¡Estoy harta de esos condenados vegetales! —chilló Celise Waan—. ¿Pretendes decirme acaso que, en esta maldita nave, no hay ni un miserable trozo de carne?

Tuf entrelazó los dedos formando un puente con ellos. —Ciertamente, no entraba en mis intenciones dar pie a un error tal —dijo—. Yo no como carne, pero no me importa admitir que a bordo de la Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios hay cierta cantidad de carne, aunque no hay demasiada.

En el rostro de Celise Waan apareció una furiosa satisfacción. Se volvió sucesivamente a mirar a los demás ocupantes de la mesa y vio que Rica Danwstar intentaba ocultar una sonrisa. Kaj Nevis ni tan siquiera lo intentaba, mientras que Jefri Lion parecía inquieto.

—¿Veis? —les dijo—. Estaba segura de que se estaba guardando toda la buena comida para él —luego, con gestos lentos y cuidadosos, cogió su plato y lo lanzó al otro extremo de la habitación. El plato se estrelló ruidosamente en un mamparo metálico, dejando caer su contenido de bruhaha picante sobre el lecho de Rica Danwstar. Rica sonrió dulcemente.

—Acabas de cambiar tu catre por el mío, Waan —le dijo.

—No me importa —replicó Celise Waan—. Voy a conseguir una comida decente, aunque sólo sea por una vez, y supongo que ahora los demás estaréis dispuestos a conseguir vuestra parte de ella también, ¿no?

Rica sonrió.

—¡Oh, no! Querida. Es toda tuya. —Terminó su bruhaha y limpió el plato con una corteza de pan horneado con cebolla. Lion seguía pareciendo algo inquieto y Kaj Nevis dijo:

—Si puedes conseguir que Tuf te dé esa carne, es tuya.

—¡Excelente! —proclamó ella—. ¡Tuf, tráeme la carne!

Haviland Tuf la contempló con expresión impasible.

—Cierto, el contrato que hice con Kaj Nevis requiere de mí la manutención a lo largo de todo el viaje. Sin embargo, nada se dijo sobre la naturaleza de tal manutención. Siempre acabo siendo el perdedor: ahora parece que debo plegarme a vuestros caprichos culinarios. Muy bien, ése es el pobre destino que me ha correspondido en la vida. Sin embargo, ahora me siento repentinamente dominado por un capricho particular. Ya que debo plegarme al vuestro, ¿no resultaría equitativo el que se obrara de igual modo respecto al mío?

Waan frunció el ceño con aire de sospecha.

—¿A qué te refieres?

Tuf extendió las manos ante él.

—Oh, realmente no es nada importante. A cambio de la carne que tanto anheláis pido sólo un breve instante de indulgencia. En los últimos tiempos mi curiosidad ha aumentado hasta extremos alarmantes y me gustaría satisfacerla. Rica Danwstar me ha advertido de que la curiosidad insatisfecha terminará seguramente matando a mis gatos.

—Estoy a favor de eso —dijo la gorda antropóloga.

—Ya… —replicó Tuf—. Sin embargo, debo insistir. Ofrezco un trato: comida del tipo que tan melodramáticamente me ha sido exigida a cambio de un pequeño dato carente de valor y que nada os ha de costar proporcionarme. No tardaremos en llegar al sistema de H’Ro Brana, el destino previsto para el viaje. Me gustaría saber la razón de dicho viaje y qué esperáis encontrar en esa estrella de la plaga sobre la cual os he oído hablar.

Celise Waan se volvió nuevamente hacia los otros.

—Hemos pagado adecuadamente para ser bien alimentados —dijo—, y ahora se me somete a chantaje. Jefri, ¡termina con todo esto!

—Bueno… —dijo Jefri Lion—. Celise, la verdad es que no veo ningún mal en que lo sepa y, de todos modos, acabará descubriéndolo en cuanto lleguemos. Quizá sea el momento de hablar.

—Nevis —dijo ella—, ¿es que no piensas hacer nada?

—¿Por qué? —le preguntó él—. No cambia nada del asunto. Díselo y obtendrás tu carne. O quizá no. A mí me da igual.

Waan clavó ferozmente los ojos en Kaj Nevis y luego con una ferocidad aún mayor su mirada se desvió hacia el pálido e inmutable rostro de Haviland Tuf. Acabó cruzándose de brazos y dijo:

—Muy bien, si no queda otro remedio, cantaré para obtener mi cena.

—Un tono de conversación normal resultará perfectamente aceptable —dijo Tuf—. Celise Waan le ignoró.

—Voy a ser breve y concisa. El descubrimiento de la estrella de la plaga es mi mayor triunfo y el punto culminante de mi carrera, pero ninguno de vosotros posee la inteligencia o la cortesía necesarias para apreciar el trabajo ímprobo que me representó. Soy antropóloga en el Centro ShanDellor para el Progreso de la Cultura y el Conocimiento. Mi especialidad académica es el estudio de un tipo peculiar de culturas primitivas: las de los mundos coloniales que fueron dejados de lado en su aislamiento y que retrocedieron tecnológicamente después de la Gran Guerra. Naturalmente, muchos mundos humanos resultaron también afectados por ella y unos cuantos han sido estudiados de modo bastante amplio, pero yo trabajaba en campos menos conocidos: investigaba culturas no humanas y en particular las de los antiguos mundos esclavos de los Hranganos. Uno de los mundos que estudié fue H’Ro Brana: en tiempos era una colonia floreciente y un buen terreno de cría para los Hruun, los dactiloides y algunas otras razas esclavas menores de los Hranganos, pero hoy en día es un desierto a efectos prácticos. Las formas de vida que siguen encontrándose allí tienen existencias cortas y poco agradables, no estando muy por encima del nivel de las bestias aunque, como casi todas las culturas que han descendido a su estado actual, poseen historias sobre una edad de oro desaparecida. Pero lo más interesante de H’Ro Brana es una leyenda, una leyenda absolutamente única: La estrella de la plaga.

»Espero que se me permita recalcar el hecho de que la desolación que reina en H’Ro Brana es prácticamente total y que la población es muy escasa, a pesar de que el ambiente en principio no resulte de una dureza fuera de lo común. ¿Por qué? Bien, los descendientes degenerados, tanto de los Hruun como de los colonizadores dactiloides, poseen culturas muy dispares y son francamente hostiles unos a otros, pero poseen una respuesta común a esa pregunta: se debe a la estrella. Cada tres generaciones, cada vez que están saliendo un poco de su miserable estado habitual, a medida que la población vuelve a subir de número… entonces la estrella de la plaga aumenta su brillo más y más hasta iluminar el cielo por la noche. Cuando la estrella se convierte en el objeto más brillante del cielo, empiezan las plagas. Las epidemias barren toda H’Ro Brana y cada una es peor que la precedente. Nadie puede curarlas. Las cosechas se marchitan y los animales mueren. Tres cuartas partes de la población inteligente del planeta muere también. Los que sobreviven se ven de nuevo arrojados a una existencia brutal, y luego la estrella va palideciendo. Al menguar la luz se van las plagas de H’Ro Brana durante otras tres generaciones. Ésa es la leyenda.»

El rostro de Haviland Tuf había permanecido inmutable mientras escuchaba el relato de Celise Waan.

—Interesante —dijo por fin—. Sin embargo, me veo obligado a suponer que nuestra expedición actual no ha sido puesta en pie sólo para que vuestra carrera se vea beneficiada con la investigación de ese pasmoso mito folklórico.

—No —admitió Celise Waan—. Es cierto que en un principio tuve esa intención. La leyenda me pareció un tema excelente para una monografía e intenté obtener fondos del Centro para una investigación, pero mi petición fue rechazada. Eso me disgustó en grado sumo y creo que tenía razón para ello. Esos imbéciles y su estrechez de miras… Luego, mencioné mi disgusto y la causa de él a mi colega, Jefri Lion.

Lion carraspeó antes de hablar.

—Sí, cierto. Como ya es sabido, mi campo de estudios se centra en la historia militar. Naturalmente, la leyenda me intrigó y estuve un tiempo investigando en los bancos de datos del Centro. Nuestros archivos no son tan completos como los de Avalon y Newholme, pero no había tiempo para una investigación más completa. Debíamos obrar con rapidez. Mi teoría… bueno, en realidad es más que una teoría. De hecho, estoy prácticamente seguro de saber en qué consiste esa estrella de la plaga. ¡No es ninguna leyenda, Tuf! Es real. Admito que debe estar abandonada, sí, pero debe seguir en condiciones de operar y sus programas deben hallarse intactos más de mil años después del Derrumbe. ¿No te das cuenta? ¿No consigues adivinar de qué se trata?

—Debo admitir que me falta la familiaridad necesaria con el tema —dijo Tuf.

—Es una nave de guerra, Tuf, una nave que se encuentra en una gran órbita elíptica alrededor de H’Ro Brana. Se trata de una de las armas más devastadoras que la Vieja Tierra lanzó a los espacios, en la guerra contra los Hranganos y, a su modo, debía ser tan temible como esa mítica flota infernal de la que se habla durante los últimos tiempos anteriores al Derrumbe. ¡Pero su potencial para el bien es tan enorme como el que posee para el mal! Es el almacén de la ciencia biogenética más avanzada del Imperio Federal y un artefacto, en condiciones de operar, repleto de secretos que el resto de la humanidad ha perdido.

—Ya entiendo —dijo Tuf.

—Es una sembradora —dijo Jefri Lion—, una sembradora de guerra biológica del Cuerpo de Ingeniería Ecológica.

—Y es nuestra —dijo Kaj Nevis, con una mueca sarcástica.

Haviland Tuf clavó los ojos durante un breve instante en Nevis, movió la cabeza y se levantó.

—Mi curiosidad ha sido satisfecha —anunció—. Ahora debo cumplir con mi parte del trato.

—¡Ah! —exclamó Celise Waan—. Mi carne.

—La cantidad es abundante —dijo Haviland Tuf—, aunque debo admitir que la variedad disponible no resulta muy amplia. La preparación de la carne, para que resulte lo más placentera posible al paladar, es algo que dejo a la elección de la señora. —Se acercó a un compartimiento, tecleó un código y sacó de él una caja no muy grande que llevó hasta la mesa, sosteniéndola bajo el brazo—. Ésta es la única carne existente a bordo de mi nave. No puedo garantizar nada en lo tocante a su sabor o calidad, pero debo decir igualmente que jamás he recibido la menor queja al respecto.

Rica Danwstar se echó a reír estruendosamente y Kaj Nevis lo hizo de modo más comedido. Haviland Tuf, con gestos lentos y metódicos, sacó de la caja una docena de latas con alimento para gatos y las colocó ante Celise Waan. Desorden saltó a la mesa y empezó a ronronear.


—No es tan grande como esperaba —dijo Celise Waan con voz tan petulante como de costumbre.

—Señora —dijo Haviland Tuf—, los ojos engañan con mucha frecuencia. Admito que mi pantalla principal es más bien modesta y que sólo posee un metro de diámetro, con lo cual, naturalmente, el tamaño de los objetos que aparecen en ella resulta disminuido. En cuanto a la nave, sus dimensiones son considerables.

—¿Cuáles son esas dimensiones? —dijo Kaj Nevis acercándose a la pantalla.

Tuf cruzó las manos sobre su voluminoso estómago.

—No puedo decirlo con precisión. La Cornucopia no es más que una modesta nave mercante y su instrumental sensor no es todo lo delicado que yo desearía.

—Pues, entonces, dígalo de un modo aproximado —replicó Kaj Nevis con voz cortante.

—Aproximado… —repitió Tuf—. Desde el ángulo en que ahora lo muestra mi pantalla y tomando el eje más grande como «longitud», yo diría que la nave a la que nos estamos acercando tiene unos treinta kilómetros de largo y aproximadamente unos tres de ancho, dejando aparte la sección de la cúpula en la parte central, la cual es un poco más grande, y la torre delantera que yo diría tiene aproximadamente un kilómetro más que la cubierta sobre la cual se encuentra situada.

Todos se habían reunido en la sala de control, incluido Anittas, a quien la computadora había despertado de su sopor controlado cuando emergieron del hiperimpulso. Todos se quedaron callados contemplando la imagen y, por unos breves instantes, ni Celise Waan encontró nada que decir. Sus ojos parecían fascinados por la gran forma oscura que flotaba, recortándose contra las estrellas, y en la cual brillaban de vez en cuando débiles chispazos de luz, como si aquella silueta inmensa latiera con energías invisibles.

—Tenía razón —musitó por fin Jefri Lion rompiendo el silencio—. Una sembradora. ¡una sembradora del CIE! ¡Ninguna otra nave podría ser tan enorme!

Kaj Nevis sonrió.

—¡Maldición! —dijo en voz baja y casi reverente.

—El sistema debe ser muy vasto —dijo Anittas—. Los Imperiales de la Tierra poseían una ciencia mucho más sofisticada que nosotros. Probablemente se trate de una Inteligencia Artificial.

—Somos ricos —barbotó Celise Waan, olvidando por unos instantes sus muchos y variados agravios. Cogió a Jefri Lion por las manos y empezó a bailar con él en círculos frenéticos, que parecían hacer rebotar su gorda figura en el suelo a cada paso de baile—. ¡Somos ricos, ricos, ricos! ¡Somos ricos y famosos! ¡Todos somos muy ricos!

—Eso no es totalmente correcto —dijo Haviland Tuf—. No dudo, ciertamente, que todos ustedes lleguen a ser ricos en un futuro muy próximo; por el momento, sin embargo, en sus bolsillos no hay más dinero que hace un instante. Además, ni Rica Danwstar ni yo compartimos sus futuras perspectivas de mejora económica.

Nevis clavó en él una mirada impasible.

—¿Quejas, Tuf?

—Lejos de mí la intención de plantear objeciones —dijo Tuf con voz grave. Estaba sencillamente corrigiendo el error de Celise Waan.

Kaj Nevis asintió.

—Estupendo —dijo—. Ahora, antes de que ninguno de nosotros se enriquezca, debemos abordar esa cosa y ver en qué estado se encuentra. Incluso un pecio vacío debería proporcionarnos una buena tarifa de salvamento, pero si esta nave se encuentra en condiciones de operar no hay límite alguno a nuestras posibles ganancias.

—Está claro que puede funcionar —dijo Jefri Lion—. Ha estado haciendo llover plagas sobre H’Ro Brana cada tres generaciones, desde hace mil años estándar.

—Ya —dijo Nevis—, bueno, sí, es cierto, pero no es todo lo que importa. Ahora se encuentra en una órbita muerta. ¿Qué pasa con los motores? ¿y con la biblioteca celular y los computadores? Tenemos muchas cosas que comprobar. ¿Cómo podemos abordarla, Lion?

—Supongo que sería posible efectuar un contacto con sus escotillas —dijo Jefri Lion—. Tuf, esa cúpula… ¿la ves? —Señaló con el dedo.

—Mi visión no sufre el menor problema.

—Sí, ya… bueno, creo que debajo de ella se encuentra la cubierta de atraque y es tan grande como un campo de aterrizaje medio. Si podemos hacer que esa cúpula se abra, entonces se puede meter la nave justo dentro de ella.

—Sí —dijo Haviland Tuf—. Una palabra preñada de dificultades. Tan breve ya menudo tan cargada de frustraciones y disgustos futuros. —Como para subrayar sus palabras en ese mismo instante una pequeña luz roja se encendió bajo la pantalla principal. Tuf alzó un dedo tan pálido como delgado—. ¡Atención! —dijo.

—¿Qué es? —le preguntó Nevis.

—Una comunicación —proclamó Tuf con voz solemne. Se inclinó hacia adelante y apretó un botón bastante gastado del comunicador láser.

La estrella de la plaga se desvaneció de la pantalla y en su lugar apareció un rostro de aspecto cansado y macilento. Era un hombre de edad mediana sentado en una sala de comunicaciones. Su frente estaba surcada por hondas arrugas y tenía las mejillas algo hundidas. Su cabello era negro y espeso, sus ojos de un azul grisáceo. Vestía un atuendo militar que parecía recién salido de una cinta histórica y sobre su cabeza había una gorra verde en la cual se veía brillar una dorada letra theta.

—Aquí el Arca —anunció—. Acaban de penetrar en nuestra esfera defensiva. Identifíquense o se abrirá fuego sobre ustedes. Ésta es nuestra primera advertencia.

Haviland Tuf apretó su botón de EMISIÓN.

—Aquí la Cornucopia —anunció con voz clara y tranquila—. Haviland Tuf al mando. Arca, somos comerciantes totalmente inofensivos y sin armas. Venimos de ShanDellor. ¿Podríamos solicitar permiso para el atraque?

Celise Waan parecía totalmente perpleja.

—Hay tripulación… —dijo—. ¡La tripulación sigue viva!

—Totalmente fascinante e inesperado —dijo Jefri Lion dándose leves tirones de la barba—. Quizá sea un descendiente de la tripulación original del CIE. ¡O quizás utilizaron el cronobucle! Con él habrían podido deformar la textura del tiempo para acelerarlo o mantenerlo casi inmóvil. Sí, habría sido posible hacer incluso eso. ¡EI cronobucle!, pensad en lo que significa.

Kaj Nevis lanzó un gruñido.

—¿Han pasado mil malditos años y piensas decirme que siguen vivos? ¿Cómo demonios se supone que vamos a entendérnoslas con ellos?

La imagen de la pantalla vaciló como si estuviera a punto de esfumarse y luego se aclaró de nuevo mostrando al mismo hombre de antes, con el uniforme de los Imperiales de la Tierra.

—Aquí el Arca. Su ID no está en el código adecuado. Están avanzando en nuestra esfera defensiva. Identifíquense o se abrirá fuego contra ustedes. Ésta es nuestra segunda advertencia.

—¡Señor, debo protestar por ello! —dijo Haviland Tuf—. No llevamos armas y carecemos de protección. Nuestras intenciones no son ofensivas ni peligrosas. Somos pacíficos comerciantes, simples estudiosos de la misma raza que usted: la humana. Nuestras intenciones no son hostiles y, lo que es más, no tenemos a nuestro alcance medio alguno para causarle daño a un navío tan formidable como su Arca. ¿Debemos ser recibidos con beligerancia?

La pantalla vaciló por segunda vez y volvió a estabilizarse.

—Aquí el Arca. Han penetrado en nuestra esfera defensiva. Identifíquense de inmediato o serán destruidos. Ésta es nuestra tercera y última advertencia.

—Grabaciones —dijo Kaj Nevis con voz casi entusiasta—. ¡Eso es! Nada de hibernación, ningún condenado campo de éxtasis temporal. Ahí dentro no hay nadie. Un ordenador está emitiendo grabaciones para nosotros.

—Me temo que eso es lo correcto —dijo Haviland Tuf—. Pero se plantea una pregunta: si el computador está programado para dirigir mensajes ya grabados, a las naves que se le aproximen, ¿qué otra cosa puede estar programado para hacer?

Jefri Lion le interrumpió. —¡Los códigos! —dijo—. ¡En mis archivos tengo un montón de códigos y secuencias de identificación del Imperio Federal recogidas en cristales! Iré a por ellos.

—Un plan excelente —dijo Haviland Tuf—, pero en él hay una deficiencia de lo más obvio, la cual consiste en el tiempo que será necesario para localizar y poder usar luego esos cristales en código. Si hubiera sido posible disponer del tiempo necesario para ponerla en práctica, habría aplaudido dicha sugerencia pero, ¡ay!, me temo que será imposible. El Arca nos ha disparado hace un instante —Haviland Tuf se inclinó sobre los controles—. Voy a hacer que entremos en hiperimpulso —anunció, pero, justo cuando sus largos y pálidos dedos tocaban ya las teclas, toda la Cornucopia tembló violentamente. Celise Waan cayó al suelo lanzando un alarido; Jefri Lion tropezó con Anittas e incluso Rica Danwstar se vio obligada a cogerse al asiento de Tuf para no perder el equilibrio. Entonces todas las luces se apagaron y en la oscuridad se oyó la voz de Haviland Tuf—. Me temo que hablé demasiado pronto —dijo—, o quizá, siendo más preciso, que actué demasiado tarde.

Por un instante que pareció interminable se encontraron sumidos en el silencio y en la oscuridad, llenos de terror, esperando el segundo disparo que significaría el final para todos ellos.

Y entonces, gradualmente, la oscuridad pareció hacerse algo menos densa. En las consolas que les rodeaban fueron apareciendo débiles luces, como si los instrumentos de la Cornucopia despertaran a una vacilante semivida.

—No estamos totalmente inutilizados —proclamó Haviland Tuf desde su asiento, con el cuerpo rígido como un palo. Sus enormes manos parecían cubrir todas las teclas del ordenador al mismo tiempo—. Voy a conseguir un informe de averías y quizás aún nos resulte posible retirarnos de aquí.

Celise Waan empezó entonces a emitir un sollozo histérico, leve al principio pero que fue progresivamente agudizándose hasta lo insoportable. Seguía caída en el suelo y no hacía intentos de levantarse. Kaj Nevis se volvió hacia ella.

—¡Cállate ya, maldita vaca! —le dijo secamente, dándole una patada. El sollozo se convirtió en un gimoteo apagado—. Si nos quedamos aquí inmóviles vamos a ser muy pronto un buen montón de carne muerta —dijo Nevis en voz alta y dominante—. El próximo disparo nos hará pedacitos. ¡Maldita sea, Tuf, mueve este trasto!

—Nuestro movimiento no ha variado en lo más mínimo —le replicó Tuf—. El disparo que nos acertó no tuvo por efecto eliminar la velocidad de nuestro avance, pero nos ha desviado un tanto de la trayectoria previa que seguíamos con rumbo al Arca —Tuf se inclinó sobre los controles estudiando los diagramas de un verde claro que se unían y separaban en una de las pantallas pequeñas—. Temo que mi nave ha sufrido ciertos daños. No resultaría demasiado aconsejable entrar ahora en hiperimpulso, dado que la tensión nos reduciría indudablemente a fragmentos. Nuestros sistemas de apoyo vital han sufrido también daños y los cálculos indican que se nos acabará el oxígeno aproximadamente dentro de nueve horas.

Kaj Nevis lanzó una maldición y Celise Waan empezó a golpear la cubierta con los puños.

—Puedo conservar un poco el oxígeno, desconectándome otra vez —dijo en tono dubitativo Anittas, pero nadie le hizo caso.

—:Podríamos matar a los gatos —sugirió Celise Waan.

—¿Podemos avanzar todavía? —preguntó Rica Danwstar.

—Los motores principales siguen en condiciones de funcionar —dijo Tuf—, pero sin poder conectar el hiperimpulso tardaríamos aproximadamente dos años de ShanDish para llegar tan sólo a H’Ro Brana. Cuatro de nosotros pueden utilizar los trajes presurizados. Las unidades virales son capaces de regenerar el aire indefinidamente.

—Me niego a vivir dos años en un traje presurizado —dijo Celise Waan sin demasiada convicción.

—Estupendo —dijo Tuf—. Dado que sólo tengo cuatro trajes y nosotros somos seis tal decisión resulta de gran ayuda. Señora, vuestro noble auto sacrificio será recordado largo tiempo. Sin embargo, creo que antes de poner en ejecución este plan deberíamos tomar en consideración otra posibilidad.

—¿De qué se trata? —dijo Nevis.

Tuf hizo girar su asiento y les contempló durante unos instantes en la penumbra de la sala de control.

—Debemos mantener la esperanza de que los cristales de Jefri Lion contengan realmente el código de acceso adecuado y que ello nos permita abordar el Arca sin convertirnos en el blanco de su viejo armamento.

—¡Los cristales! —dijo Lion. Resultaba bastante difícil distinguirle ya que su traje de camuflaje, sometido a la oscuridad, se había vuelto de un negro total—. ¡Iré a por ellos! —Y salió corriendo de la sala de control con rumbo a su camarote.

Champiñón entró sin hacer ningún ruido en la sala y, de un salto, se acomodó en el regazo de Tuf. Éste empezó a pasarle la mano por el lomo y el gato se puso a ronronear ruidosamente. De un modo inexplicable, el sonido resultaba casi tranquilizador. Quizá, después de todo, aún tuvieran una oportunidad.

Pero Jefri Lion llevaba demasiado tiempo fuera de la sala de control.

Cuando por fin le oyeron volver, el sonido de sus pasos parecía cansino y derrotado.

—¿Y bien? —dijo Nevis—, ¿Dónde están?

—No están —dijo Lion—. He mirado por todas partes y no están. Habría jurado que los tenía a bordo. ¡Mis archivos! Kaj, te juro que tenía la intención de cogerlos. No podía traerlo todo conmigo, claro está, pero dupliqué casi todas las grabaciones importantes y todo lo que pensé que podía resultar útil: el material sobre la guerra y el CIE, algunas leyendas del sector. La maleta gris, ya sabes a cuál me refiero. Dentro estaba mi pequeño ordenador y más de treinta cristales. ¿Recuerdas que la noche anterior estuve repasando unos cuantos antes de dormir? Estaba examinando el material sobre las sembradoras, al menos lo poco que sabemos de ellas, y entonces me dijiste que no te dejaba dormir. Sé que tenía un cristal entero lleno de viejos códigos y tenía la intención de traerlo en este viaje. Pero no está. —Se acercó a ellos y pudieron ver que en sus manos sostenía el ordenador casi como una ofrenda—. Lo estuve repasando todo cuatro veces y también miré todos los cristales que tenía sobre la cama, en la mesa, en todas partes. Pero no está aquí. Lo siento. A menos que… a menos que alguien lo haya cogido —Jefri Lion les miró pero nadie dijo nada—. Debo haberlos olvidado en ShanDellor —añadió—. Nos tuvimos que marchar tan de prisa que…

—¡Viejo estúpido! ¡Idiota senil! —dijo Kaj Nevis—. Tendría que matarte ahora mismo y ahorrar de ese modo un poco de aire para los demás.

—¡Estamos muertos! —gimoteó Celise Waan—. ¡Muertos!, ¡muertos!, ¡muertos!

—Señora —le replicó Haviland Tuf acariciando todavía a Champiñón—, sigue usted pecando de precipitada en sus palabras. No está usted más muerta ahora de lo que se aproximaba a la riqueza hace un rato.

Nevis se volvió hacia él.

—¿Oh, sí? ¿Alguna idea, Tuf? —Ciertamente —dijo éste.

—¿Y bien? —le apremió Nevis.

—El Arca es nuestra única salvación —dijo Tuf. Debemos entrar en ella. Sin el cristal de códigos de Jefri Lion no podemos acercarnos más para el atraque por el temor de que se nos dispare de nuevo, esto me parece obvio. Pero se me ha ocurrido una idea interesante. —Levantó un dedo—. Quizás el Arca no despliegue tanta hostilidad contra un blanco más pequeño, ¡digamos que contra un hombre dentro de un traje presurizado e impulsado por cohetes de aire comprimido!

Kaj Nevis no pareció demasiado convencido.

—¿Y cuando ese hombre llegue hasta el Arca… qué? ¿Se supone quizá que debe llamar dando golpecitos en el casco?

—No sería muy práctico —admitió Haviland Tuf—, pero creo que poseo un método mejor para solucionar dicho problema.

Todos esperaron en tanto que Tuf acariciaba a Champiñón.

—Adelante —acabó diciendo Kaj Nevis con impaciencia.

Tuf pestañeó.

—¿Adelante? Desde luego. Me temo que debo pedir un poco de indulgencia ya que mi cerebro se encuentra muy trastornado en estos instantes. Mi pobre nave ha sufrido daños de suma consideración. Mi modesto medio de vida yace ante mí hecho ruinas y ahora, ¿quién pagará las reparaciones necesarias? ¿Lo hará quizá Kaj Nevis, quien pronto va a disfrutar de tales riquezas? ¿Pensará tal vez inundarme generosamente con parte de ellas? Ah, lo dudo. ¿Me comprarán, quizá, Jefri Lion o Anittas una nave? Es improbable. ¿Querrá la estimada Celise Waan concederme graciosamente un extra no previsto en mi tarifa original para compensar de tal modo mi gran pérdida? Ya me ha prometido que buscará compensaciones legales en mi contra, que piensa confiscar mi pobre nave y hacer que me revoquen mi licencia de aterrizaje. Entonces, ¿cómo podré arreglármelas? ¿Quién me socorrerá?

—¡Eso no importa! —gritó Kaj Nevis—. ¿Cómo podemos entrar en el Arca? ¡Dijiste que tenías un método!

—¿Lo dije acaso? —le replicó Haviland Tuf—. Bien, señor, creo que estáis en lo correcto y sin embargo me temo igualmente que el peso de mis infortunios acaba de hacer que mi pobre y trastornada mente olvide esa idea. Se me ha escapado y ahora soy incapaz de pensar en nada, aparte de mi lamentable apuro económico.

Rica Danwstar rió y le dio una sonora palmada a Tuf en la espalda.

Tuf alzó la cabeza y la miró.

—Y ahora, además, soy ferozmente golpeado por la temible Rica Danwstar. Por favor, señora, no me toquéis.

—Esto es un chantaje —graznó Celise Waan—. ¡Habrá que meterle en prisión por esto!

—Y ahora se pone en duda mi integridad y se deja caer sobre mí un diluvio de amenazas. Champiñón, ¿te parece acaso extraño que me sea imposible pensar?

Kaj Nevis lanzó un bufido.

—Está bien, Tuf, has ganado. —Miró a los demás—. ¿Hay alguna objeción a que hagamos de Tuffy un participante con todos los derechos en nuestra empresa? ¿Un reparto entre cinco?

Jefri Lion tosió levemente.

—Creo que se merece como mínimo eso, si su plan funciona.

Nevis asintió.

—Ya eres parte del negocio, Tuf.

Haviland Tuf se puso en pie con movimientos lentos y cargados de dignidad, apartando a Champiñón de su regazo con la mano.

—¡Mi memoria vuelve! —proclamó—. En el compartimiento hay cuatro trajes presurizados. Si uno de los presentes es tan amable como para vestirse con uno de ellos y prestarme su ayuda, creo que iremos en busca de un aparato de enorme utilidad que se encuentra en el almacén número doce.

—¿Qué diablos…? —exclamó Rica Danwstar cuando estuvieron de vuelta con su trofeo en la sala de control. Luego se rió.

—¿De qué se trata? —preguntó Celise Waan.

Haviland Tuf, que parecía inmenso con su traje azul plateado, puso los pies en el suelo y ayudó a Kaj Nevis a enderezar el objeto. Luego se quitó el casco y lo examinó con aire satisfecho.

—Es un traje espacial, señora —dijo—. Pensaba que sería obvio.

Desde luego, era un traje espacial, pero no se parecía en nada a los que habían visto antes y estaba muy claro que, fuera quien fuera su constructor, no había pensado en los seres humanos al hacerlo. Era tan alto que ni tan siquiera Tuf podía tocar el complejo adorno que coronaba su casco, el cual estaría situado a unos buenos tres metros de la cubierta, rozando casi el mamparo superior. Los brazos del traje poseían dobles articulaciones y había dos pares de ellos: los de abajo terminaban en unas pinzas relucientes provistas de dientes de sierra, en tanto que las piernas del traje habrían bastado para contener el tronco de un árbol mediano y terminaban en grandes discos circulares. En la espalda del traje, de forma abombada, se veían cuatro enormes tanques y del hombro derecho brotaba una antena de radar. El duro metal negro, con el que había sido construido, mostraba en toda la superficie intrincadas filigranas de colores rojo y oro. El traje se alzaba entre ellos como un gigante vestido con una armadura de la antigüedad.

Kaj Nevis lo señaló con el pulgar.

—Aquí lo tenemos —dijo—. ¿Y qué? ¿De qué modo nos ayudará esta monstruosidad? —Meneó la cabeza—. Yo creo que es sólo un viejo cacharro inútil.

—Por favor —dijo Tuf—, este mecanismo, al que de tal modo despreciáis, es una pieza cargada de historia. Adquirí este fascinante artefacto alienígena a un precio nada módico en Unqi, durante un viaje por el sector. Se trata de un auténtico traje de combate Unqi, señor, y se supone que pertenece a la época de la dinastía Hamerin, la cual fue depuesta hace unos mil quinientos años, mucho antes de que la humanidad alcanzara las estrellas de los Unqi. Ha sido totalmente restaurado.

—¿Qué puede hacer, Tuf? —dijo Rica Danwstar, siempre dispuesta a ir al grano.

Tuf pestañeó.

—Sus capacidades son tan amplias como variadas y hay dos que guardan estrecha relación con nuestro problema actual. Posee un exoesqueleto multiplicador que cuando funciona a plena carga es capaz de aumentar la fuerza de quien lo ocupe en un factor aproximado de diez. Además, su equipo incluye un excelente cortador láser que ha sido concebido para penetrar aleaciones especiales de hasta medio metro de grosor, pudiendo llegar a penetrar placas mucho más considerables si éstas son de simple acero, siempre que se aplique directamente sobre el metal. Resumiendo, este viejo traje de combate será nuestro medio para entrar en esa antigua nave de guerra, que se cierne allí en la lejanía como única salvación.

—¡Espléndido! —dijo Jefri Lion, aplaudiendo.

—Puede que funcione —se limitó a comentar Kaj Nevis—. ¿Cómo se impulsa?

—Debo admitir que el equipo presenta ciertas deficiencias en lo tocante a las maniobras en el espacio —replicó Tuf—. Nuestros recursos incluyen cuatro trajes presurizados del tipo habitual pero sólo dos propulsores de aire. Me alegra informar de que el traje Unqi posee sus propios medios de propulsión y el plan que propongo es el siguiente. Me introduciré en el traje de combate y saldré de nuestra nave acompañado por Rica Danwstar y Anittas en sus trajes presurizados con los propulsores de aire. Nos dirigiremos hacia el Arca tan rápido como nos sea posible y, caso de que la trayectoria concluya sin problemas, utilizaremos las inigualables capacidades de dicho traje para penetrar por una escotilla. Se me ha dicho que Anittas es todo un experto en cuanto a los viejos sistemas cibernéticos y los ordenadores de modelos anticuados. Bien, una vez dentro sin duda no tendrá demasiados problemas para hacerse con el control del Arca y podrá eliminar los programas hostiles que ahora la controlan. En ese momento Kaj Nevis será capaz de hacer que mi maltrecha nave se acerque al Arca para atracar en ella y todos nosotros nos encontraremos sanos y salvos.

Celise Waan se puso de un color rojo oscuro.

—¡Nos abandona para que muramos! —chilló—. ¡Nevis, Lion, debemos detenerles!¡una vez que estén en el Arca nos harán pedazos! No podemos confiar en ellos.

Haviland Tuf pestañeó. —¿Por qué debe verse mi moralidad constantemente en entredicho por este tipo de acusaciones? —preguntó—. Soy un hombre de honor y el plan que acaba de ser sugerido ahora jamás me ha pasado por la cabeza.

—Es un buen plan —dijo Kaj Nevis, sonriendo y empezando a quitar los sellos de su traje presurizado—. Anittas, mercenario, a vestirse.

—¿Piensas permitir que nos abandonen aquí? —le preguntó Celise Waan a Jefri Lion.

—Estoy seguro de que no pretenden causarnos daño alguno —dijo Lion, dándose leves tirones de la barba—, y aunque lo pretendieran, Celise… ¿cómo quieres que les detenga?

—Llevemos el traje de combate hasta la escotilla principal —le dijo Haviland Tuf a Kaj Nevis mientras que Danwstar y el cibertec se vestían. Nevis asintió, se quitó su traje con una contorsión y se unió a Tuf.

No sin ciertas dificultades lograron transportar el enorme traje Unqi hasta la escotilla principal. Tuf se quitó el traje presurizado que aún llevaba y abrió los seguros de la escotilla, luego cogió una escalerilla portátil y emprendió la difícil tarea de subir al traje Unqi.

—Un momento, Tuffy —dijo Kaj Nevis, cogiéndole por el hombro.

—Señor —dijo Haviland Tuf—, no me gusta ser tocado. Suélteme. —Se volvió a mirarle y la sorpresa le hizo pestañear. Kaj Nevis blandía un vibrocuchillo. La delgada hoja que producía un agudo zumbido y que era capaz de cortar acero sólido se movía con tal celeridad que resultaba invisible y estaba menos de un centímetro de la nariz de Tuf.

—Un buen plan —dijo Nevis—, pero debe hacerse un pequeño cambio en él—. Yo iré en el supertraje acompañando a la pequeña Rica y al cibertec. Tú vas a quedarte aquí a morir.

—No apruebo la sustitución —dijo Haviland Tuf—. Me apena enormemente ver cómo también aquí se sospecha sin el menor motivo de mis actos. Puedo asegurar, del mismo modo que se lo he asegurado antes a Celise Waan, que jamás ha pasado por mi cabeza ni la más mínima idea de traición.

—Qué extraño —dijo Kaj Nevis—. Por la mía sí, y me pareció una idea excelente.

Haviland Tuf asumió su mejor aspecto de dignidad herida.

—Sus bajos planes han sido reducidos a la nada, señor —anunció—. Anittas y Rica Danwstar están detrás de usted. De todos es sabido que Rica Danwstar fue contratada justamente para evitar tal tipo de conducta por parte suya. Le aconsejo que se rinda ahora mismo y todo será más fácil para usted.

Kaj Nevis sonrió.

Rica llevaba el casco bajo el brazo. Estuvo examinando el cuadro que formaban Tuf y Nevis, meneó levemente su linda cabeza y suspiró.

—Tendrías que haber aceptado mi oferta, Tuf. Te dije que llegaría un momento en el cual lamentarías no contar con una aliada. —Se puso el casco, cerró los sellos y tomó uno de los propulsores de aire comprimido—. Vámonos, Nevis.

El rollizo rostro de Celise Waan se iluminó finalmente con algo parecido a la comprensión de lo que ocurría y en su honor debe decirse que esta vez no sucumbió a la histeria. Miró a su alrededor en busca de un arma y al no encontrar nada obvio, acabó agarrando a Champiñón, que estaba junto a ella observando los acontecimientos con curiosidad.

—¡Tú, tú… tú! —gritó, lanzando el gato al otro extremo de la habitación. Kaj Nevis, se agachó. Champiñón lanzó un sonoro aullido y se estrelló contra Anittas.

—Tenga la amabilidad de no molestar más a mis gatos —dijo Haviland Tuf.

Nevis, ya recobrado de la sorpresa, agitó el vibrocuchillo ante Tuf de un modo más bien desagradable y Tuf retrocedió lentamente. Nevis se detuvo un instante a recoger el traje presurizado de Tuf y lo convirtió en unos segundos en unas cuantas tiras de tejido azul y plata. Luego trepó cuidadosamente hasta el interior del traje Unqi y Rica Danwstar se encargo de cerrarlo. Nevis necesitó cierto tiempo para entender los sistemas de control del traje alienígena, pero unos cinco minutos después el visor del casco empezó a brillar con un apagado resplandor rojo sangre y los pesados miembros superiores se movieron lentamente. Nevis movió con precaución los brazos provistos de pinzas en tanto que Anittas abría la parte interior de la doble escotilla. Kaj Nevis se metió dentro de ella caminando pesadamente y haciendo chasquear sus pinzas, seguido primero por el cibertec y luego por Rica Danwstar.

—Lo siento, amigos —anunció ella mientras la puerta se cerraba—. No es nada personal, solamente aritmética.

—Muy cierto —dijo Haviland Tuf—. Sustracción.

Haviland Tuf estaba sentado ante los controles, inmóvil y silencioso en la oscuridad, observando el leve brillo de los instrumentos. Champiñón, altamente ofendido en su dignidad, se había instalado de nuevo en el regazo de Tuf y le permitía benévolamente que le acariciara para calmarle.

—El Arca no está disparando sobre nuestros antiguos compañeros —le dijo a Jefri Lion y Celise Waan.

—Todo ha sido culpa mía —replicó Jefri Lion.

—No —dijo Celise Waan—. La culpa es de él. —Y su gordo pulgar señaló a Tuf.

—No es usted precisamente un dechado de amabilidad y de discernimiento femenino —observó Haviland Tuf.

—¿Discernimiento? ¿Qué se supone que debo discernir? —dijo ella enfadada.

Tuf cruzó las manos ante su rostro.

—No carecemos de recursos. Para empezar, Kaj Nevis nos dejó un traje presurizado en buenas condiciones —dijo Tuf señalando hacia el traje intacto.

—Y ningún sistema de propulsión.

—Nuestro aire durará el doble de tiempo, ahora que nuestro número ha disminuido —dijo Tuf.

—Pero seguirá acabándose dentro de ese cierto tiempo —le replicó secamente Celise Waan.

—Kaj Nevis y sus acompañantes no utilizaron el traje de combate Unqi para destruir la Cornucopia, después de abandonarla, como muy bien podrían haber hecho.

—Nevis prefirió dejarnos abandonados para que muriéramos lentamente —replicó la antropóloga.

—No lo creo. De hecho, tengo la impresión de que muy probablemente deseaba preservar esta nave como último refugio para el caso de que su plan de abordar el Arca terminara mal —Tuf se calló durante unos segundos como si estuviera pensando—. Mientras tanto tenemos refugio, provisiones y posibilidad de maniobra, aunque ésta resulte algo limitada.

—Lo único que tenemos es una nave averiada a la cual se le está terminando rápidamente el aire —dijo Celise Waan. Iba a decir algo más pero en ese mismo instante Desorden entró dando saltos en la sala de control como una bola llena de energía y decisión. Venía entusiasmada persiguiendo una pequeña joya que ella misma impulsaba a zarpazos por la cubierta. La joya aterrizó a los pies de Celise Waan y Desorden se lanzó sobre ella mandándola al otro extremo, con un no demasiado decidido golpe de zarpa. Celise Waan dio un alarido—. ¡Mi anillo de piedra azul! ¡Lo he estado buscando! Condenado animal ladrón. —Se agachó y extendió la mano hacia el anillo. Desorden se acercó a la mano y recibió un fuerte golpe de Celise Waan, que nunca llegó a su destino. Las garras de la gata fueron más certeras y Celise Waan lanzó un nuevo alarido.

Haviland Tuf se había puesto en pie. Cogió a la gata y al anillo, colocó a Desorden bajo la protección de su brazo y le extendió el anillo con un gesto más bien despectivo a su ensangrentada propietaria.

—Esto es de su propiedad —dijo.

—Antes de que muera, juro que cogeré a ese animal por el rabo y le reventaré lo sesos en una pared, si es que los tiene.

—No aprecia en grado suficiente las virtudes de los felinos —dijo Tuf, retirándose de nuevo a su sillón y acariciando a Desorden hasta tranquilizarla igual que antes había hecho con Champiñón—. Los gatos son animales muy inteligentes y de hecho es bien sabido que todos ellos poseen ciertas facultades extrasensoriales. Los pueblos primitivos de la Vieja Tierra llegaron a considerarles dioses en algunos casos.

—He estudiado pueblos primitivos que adoraban la materia fecal —dijo tozudamente la antropóloga—. ¡Ese animal es una bestia sucia y repugnante!

—Los felinos son casi excesivamente limpios y remilgados —le replicó Tuf con voz tranquila—. Desorden no ha salido todavía de la niñez, prácticamente, y su afán de jugar y su temperamento caótico no han remitido todavía. Es muy tozuda, pero eso es sólo una parte de su encanto pues, curiosamente, es también un animal de costumbres. ¿A quién no podría acabar conmoviéndole la alegría que despliega al jugar con los pequeños objetos que encuentra? ¿Quién no es capaz de divertirse ante la conmovedora frecuencia con que extravía sus juguetes bajo las consolas de esta misma sala? Ciertamente, sólo las personas más amargadas y provistas de corazones de piedra… —Tuf pestañeó rápidamente, una, dos, tres veces. En su pálido e inmutable rostro el efecto fue el de una auténtica tormenta emocional—. Fuera, Desorden —dijo, apartando delicadamente a la gata de su regazo. Se puso en pie y luego se arrodilló con envarada dignidad. A cuatro patas, Haviland Tuf empezó a reptar por la sala de control tanteando bajo las consolas del instrumental.

—¿Qué hace? —le preguntó Celise Waan.

—Estoy buscando los juguetes perdidos por Desorden —dijo Haviland Tuf.

—¡Yo estoy sangrando, se nos acaba el aire y ahora busca juguetes de gato! —chilló exasperada.

—Creo que esto es exactamente lo que he dicho —replicó Tuf. Sacó un puñado de pequeños objetos que había bajo la consola y luego un segundo puñado. Tras meter el brazo con todo lo que pudo y examinar sistemáticamente el espacio de esa rendija recogió sus hallazgos, se puso en pie y, tras quitarse el polvo, empezó a limpiar lo que había encontrado.

—Interesante —dijo.

—¿Qué? —le preguntó ella.

—Esto le pertenece —le dijo a Celise Waan, extendiéndole otro anillo y dos lápices luminosos—.

Esto es mío —dijo, poniendo a un lado otros dos lápices, tres cruceros rojos, un acorazado amarillo y una fortaleza estelar plateada—.

Y esto creo que es suyo —dijo, ofreciéndole a Jefri Lion un cristal que tendría el tamaño de la uña del pulgar.

Lion estuvo a punto de dar un salto.

—¡El código!

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf.


Después de que Tuf enviara por láser la petición de atraque hubo un instante de tensión que pareció durar eternamente. En el centro de la gran cúpula negra apareció una rendija y luego otra, perpendicular a la primera. Después hubo una tercera, una cuarta y finalmente una multitud de ellas. La cúpula se había partido en un centenar de angostas cuñas que recordaban las porciones de un pastel y que acabaron desapareciendo en el casco del Arca.

Jefri Lion dejó escapar el aliento que había contenido. —Funciona —dijo, y en su voz había tanto asombro como gratitud.

—Llegué a esa misma conclusión ya hace cierto tiempo —dijo Tuf—, cuando logramos penetrar sin problemas en la esfera defensiva y no recibimos ningún disparo. Esto no es más que una confirmación.

Estuvieron observando lo que ocurría en la pantalla y vieron cómo bajo la cúpula aparecía una cubierta de aterrizaje, tan grande como muchos campos de atraque de planetas de poca importancia. En la cubierta había una serie de marcas circulares indicando lugares prefijados para posarse y varias de ellas estaban ocupadas. Mientras esperaban, vieron encenderse un anillo blanco azulado en una de las que estaban vacías.

—Muy lejos de mí la idea de indicarles la conducta a seguir —dijo Haviland Tuf, con los ojos en los instrumentos y moviendo las manos con gestos tan cuidadosos como metódicos—. Sin embargo, me permito aconsejar que se instalen en los asientos y se pongan los cinturones. Estoy extendiendo los soportes de aterrizaje y programando la nave para posarnos en la marca indicada, pero no estoy seguro del daño que hayan podido sufrir los soportes. De hecho, no estoy muy seguro de si aún tenemos los tres soportes originales de la nave. Por lo tanto, recomiendo precaución.

La cubierta de aterrizaje se extendía bajo ellos como un océano negro y la nave empezó a hundirse lentamente en sus abismos. El anillo iluminado se fue haciendo más y más grande en una de las pantallas, en tanto que en la otra se veía la pálida luz azul de los motores gravitatorios de la Cornucopia iluminando fugazmente lejanos muros metálicos y las siluetas de otras naves. En una tercera pantalla vieron cómo la cúpula se estaba cerrando de nuevo. Doce afilados dientes metálicos se confundieron en una sola superficie, como si hubieran sido engullidos por un gigantesco animal del espacio.

El impacto fue sorprendente mente suave y, de pronto, con un zumbido, un siseo casi inaudible y una levísima sacudida, se encontraron posados en el área indicada. Haviland Tuf desconectó los motores y estudió durante unos segundos el instrumental y lo que se veía en las pantallas. Luego se volvió hacia sus dos pasajeros.

—Hemos atracado —anunció—, y ha llegado el momento de hacer planes.

Celise Waan estaba muy ocupada liberándose del cinturón de seguridad.

—Quiero salir de aquí —dijo—, quiero encontrar a Nevis ya esa ramera de Rica y quiero darles lo que se merecen. Al menos, lo que yo pienso que…

—Parte de lo que usted piensa, me temo, bien podría considerarse una tontería —dijo Haviland Tuf—, y opino que dicho curso de acción sería extremadamente poco inteligente. Nuestros antiguos colegas ahora deben ser considerados nuestros rivales. Dado que nos abandonaron para que muriéramos, no dudo de que sentirán un gran disgusto al descubrirnos aún con vida. y muy bien podrían tomar medidas para rectificar tal contradicción lógica.

—Tuf tiene razón —dijo Jefri Lion mientras iba de una pantalla a otra, contemplándolas todas con idéntica fascinación. La vieja sembradora parecía haberle devuelto los ánimos al igual que la imaginación y ahora todo él irradiaba energía—. Somos nosotros contra ellos, Celise. Esto es la guerra. Si pueden nos matarán, no te quepa la menor duda. Debemos ser tan implacables como ellos y ha llegado el momento de utilizar tácticas inteligentes.

—Me inclino ante su experiencia marcial —dijo Tuf—. ¿Qué estrategia sugiere?

Jefri Lion se tiró de la barba. —Bien, —dijo—, bien, dejad me pensar. ¿Cuál es la situación aquí? Tienen al cibertec y Anittas es, en sí mismo, ya medio ordenador. Una vez entre en contacto con los sistemas de la nave debería ser capaz de averiguar qué partes del Arca siguen en condiciones de funcionar y es muy posible que sea igualmente capaz de ejercer cierto control sobre ellas. Eso podría ser peligroso. Puede que ahora mismo lo esté intentando. Sabemos que llegaron aquí antes que nosotros y puede que conozcan nuestra presencia a bordo, o puede que no. ¡Quizá tengamos de nuestro lado la ventaja de la sorpresa!

—Ellos tienen la ventaja de todo el armamento —dijo Haviland Tuf.

—¡Eso no es problema! —dijo Jefri Lion, frotándose las manos con entusiasmo—. Después de todo, esta sembradora es una nave de guerra. Ciertamente, el CIE estaba especializado en la guerra biológica pero, siendo una nave militar, estoy seguro de que la tripulación debía poseer armas portátiles, fusiles, todo ese tipo de cosas. Debe existir una armería en algún lugar y lo único que debemos hacer es encontrarla.

—Sin duda —dijo Haviland Tuf. Lion parecía ahora absolutamente entusiasmado con su perorata.

—Nuestra gran ventaja… bueno, no querría pecar de inmodestia, pero nuestra gran ventaja es que yo esté aquí. Aparte de lo que Anittas pueda descubrir en los ordenadores tendrán que ir tanteando a ciegas, pero yo he estudiado las naves del viejo Imperio Federal. Lo sé todo sobre ellas —frunció el ceño—. Bueno, al menos todo lo que no se ha perdido o estaba clasificado como alto secreto, pero tengo una cierta idea sobre la disposición general de estas sembradoras. Primero necesitamos encontrar el arsenal, que no debería estar demasiado lejos de aquí. El procesamiento seguido habitualmente consistía en almacenar el armamento cerca de la cubierta de atraque para que estuviera fácilmente a disposición de los grupos que salían de la nave en misiones especiales. Después de que nos hayamos armado deberíamos buscar… hmmmm, dejad que piense… Bueno, sí, deberíamos buscar la biblioteca celular; eso es crucial. Las sembradoras poseían enormes bibliotecas celulares, copias clónicas de material procedente de miles de mundos, conservadas en un campo de éxtasis. ¡Debemos averiguar si las células siguen estando en condiciones de reproducirse! Si el campo se ha estropeado y las muestras celulares se han echado a perder, todo lo que habremos conseguido será una nave enorme, pero si los sistemas se encuentran todavía en condiciones de operar, ¡entonces el Arca realmente no tiene precio!

—Aunque no dejo de apreciar lo importante que es la biblioteca celular —dijo Tuf—, pienso que quizá resulte de prioridad más inmediata el localizar el puente. Si nos guiamos por la quizás arriesgada pero indudablemente atractiva hipótesis de que ningún miembro de la tripulación original del Arca sigue vivo, transcurridos ya mil años, entonces nos encontramos solos en esta nave, con nuestros amigos por única compañía.

Quien consiga controlar primero las funciones de la nave gozará de una ventaja formidable.

—¡Buena idea, Tuf! —exclamó Lion—. Bueno, pongámonos en marcha.

—De acuerdo —dijo Celise Waan—. Quiero salir cuanto antes de esta trampa para gatos.

Haviland Tuf levantó un dedo. —Un momento, por favor. Hay un problema a considerar. Somos tres y sólo poseemos un traje presurizado.

—Estamos dentro de una nave —dijo Celise Waan con voz francamente sarcástica—. ¿Para qué necesitamos trajes?

—Quizá para nada —admitió Tuf—. Es cierto que el campo de aterrizaje parece funcionar como una enorme escotilla y mis instrumentos indican que ahora nos encontramos rodeados por una atmósfera de oxígeno y nitrógeno, totalmente respirable, que fue bombeada al interior una vez se hubo completado el proceso de cerrar la cúpula.

—Entonces, Tuf, ¿dónde está el problema? —Sin duda me estoy excediendo en la cautela —dijo Haviland Tuf—, pero debo confesar que siento cierta inquietud. El Arca, a pesar de hallarse abandonada ya la deriva, sigue indudablemente cumpliendo ciertas funciones y de ello dan prueba las plagas que regularmente asolan H’Ro Brana al igual que la eficiencia con la que supo defenderse al aproximamos. Todavía no tenemos ninguna idea de por qué fue abandonada y tampoco sabemos qué le sucedió a la tripulación, pero me parece claro que su intención era hacer que el Arca siguiera con vida. Quizá la esfera defensiva exterior no fuera sino la primera de una serie de líneas defensivas automatizadas.

—Una idea de lo más intrigante —dijo Jefri Lion—. ¿Trampas?

—De tipos bastante especiales. La atmósfera que nos aguarda ahí fuera puede estar literalmente repleta de plagas desconocidas o de epidemias propagables por contagio biogenético. ¿Podemos atrevemos a correr ese riesgo? Me sentiría mucho mejor dentro de un traje presurizado aunque cada uno de nosotros es libre de tomar su propia decisión.

Celise Waan parecía inquieta. —El traje debería llevarlo yo —dijo—. Sólo tenemos uno y creo que se me debe esa consideración después de la brutalidad y escasa educación con que se me ha tratado.

—Señora, no es necesario que nos metamos de nuevo en esa discusión —dijo Tuf—. Nos encontramos en una cubierta de aterrizaje ya nuestro alrededor veo otras nueve espacionaves de diseños variados. Una de ellas es un caza Hruun, otra un mercante Rianés y veo dos cuyo diseño no me resulta nada familiar. y cinco son claramente algún tipo de lanzaderas, ya que son todas iguales. Su tamaño es superior al de mi pobre nave aquí presente y sin duda son parte del equipo original del Arca. Dada mi experiencia pasada doy por sentado que estas lanzaderas poseerán trajes presurizados y por lo tanto tengo la intención de utilizar el único traje que nos queda y registrar esas naves que tenemos tan cerca, hasta haber encontrado trajes para los otros dos.

—No me gusta —replicó secamente Celise Waan—. Tuf sale fuera en tanto que nosotros seguimos aquí dentro, atrapados.

—La vida está repleta de vicisitudes similares —dijo Tuf—, y en un instante u otro, todos debemos aceptar algo que no nos gusta.


Tuvieron ciertos problemas con la escotilla. Se trataba de una pequeña compuerta de emergencia y tenía controles manuales. El hacer funcionar la puerta exterior, atravesarla y dejarla luego cerrada fue fácil, pero la puerta interior era un asunto totalmente distinto y no tan sencillo de resolver.

Apenas la puerta exterior quedó cerrada la gran recámara se llenó nuevamente de aire, pero la puerta interior parecía atascada. Rica Danwstar lo intentó en primer lugar pero la gran rueda metálica se negó a girar y la palanca no cedía.

—¡FUERA DE MI CAMINO! —dijo Kaj Nevis, con su voz convertida en un ronco graznido por los circuitos comunicadores del traje de combate Unqi, y elevada a un nivel casi insoportable por los altavoces externos del mismo. Avanzó pesadamente hacia la puerta con sus enormes pies en forma de disco resonando en el metal de la cubierta y los grandes brazos superiores del traje de combate aferraron la rueda para hacerla girar. La rueda se resistió durante un momento y luego empezó a torcerse con un chirrido para acabar soltándose de la puerta.


—Buen trabajo —dijo Rica y se rió. Kaj Nevis gruñó algo que resultó ininteligible, pero que resonó como un trueno en la gran estancia. Agarró la palanca e intentó moverla pero lo único que consiguió fue partirla.

Anittas se acercó a los resistentes mecanismos de la puerta.

—Hay unos botones de código —dijo señalando hacia ellos—. Si conociéramos la secuencia del código adecuado sin duda nos dejaría entrar automáticamente. También hay una conexión para ordenador. Si puedo conectar con él, quizá logre extraer el código correcto del sistema.

—¿ENTONCES A QUÉ ESPERAS? —le preguntó Kaj Nevis en tanto que el visor de su casco ardía con un lúgubre resplandor rojizo.

Anittas alzó los brazos y extendió las manos en un ademán de impotencia. Con las partes más obviamente orgánicas de su cuerpo cubiertas por el tejido azul y plata de su traje presurizado y sus ojos plateados visibles al otro lado del plástico parecía más que nunca un robot. Kaj Nevis, dominándole con su gran talla, parecía un robot mucho más enorme.

—Este traje no ha sido diseñado correctamente —dijo Anittas—. No puedo conectar con el ordenador si no me lo quito.

—¡ENTONCES, HAZLO! —dijo Nevis. —¿Será seguro hacerlo? —preguntó Anittas—. No estoy totalmente…

—Aquí dentro hay aire —dijo Rica Danwstar, indicando con un gesto los controles de la pared.

—Ninguno de los dos os habéis quitado el traje —replicó Anittas—. Si cometo un error y abro la puerta exterior, en vez de la interior, puedo morir antes de que me sea posible cerrar otra vez.

—¡PUES NO COMETAS NINGÚN ERROR! —retumbó la voz de Kaj Nevis.

Anittas se cruzó de brazos. —Puede que el aire no sea seguro, Kaj Nevis. Esta nave lleva mil años a la deriva, abandonada. Incluso el sistema más sofisticado puede fallar en todo o en parte con el paso del tiempo. No estoy dispuesto a poner en peligro mi persona.

—¡AH!, ¿NO? —tronó Kaj Nevis. Se oyó un chirrido y uno de los brazos inferiores se alzó lentamente. La pinza metálica se abrió, cogiendo al cibertec por la cintura y apretándole contra la pared más cercana. Anittas sólo logró lanzar un chillido de protesta antes de que uno de los brazos superiores del traje Unqi se acercara a él. Una mano colosal recubierta de metal negro aferró el cierre de su traje y dio un tirón. El casco y toda la parte superior de su traje cedieron con un crujido, Anittas estuvo a punto de perder la cabeza junto con la mitad de su traje—. ¡DEBO CONFESAR QUE ME GUSTA ESTE TRAJE! —proclamó Kaj Nevis y le dio una leve sacudida al cibertec con la pinza. Otra parte del traje se rompió y por debajo de la tela metal izada empezó a brotar la sangre—. ¡ESTAS RESPIRANDO!, ¿NO?

De hecho Anittas estaba prácticamente hiperventilándose. Logró mover la cabeza, asintiendo.

El traje de combate le derribó al suelo de un empujón. —¡ENTONCES!, ¡AL TRABAJO! —le dijo Nevis.

—En ese instante fue cuando Rica Danwstar empezó a ponerse nerviosa. Retrocedió unos pasos con disimulo y se apoyó en la puerta exterior, alejándose de Kaj Nevis todo lo posible y, mientras Anittas se quitaba los guantes y los restos de su traje hecho pedazos, intentó analizar la situación. Anittas deslizó su mano derecha, la metálica, dentro de la conexión del ordenador. Rica había colocado la funda de su arma sobre el traje por lo que el aguijón le resultaba accesible pero de repente su presencia no le resultó tranquilizadora como de costumbre. Examinó el grueso metal de la armadura Unqi y se preguntó si no habría cometido una idiotez al escoger su aliado. Estaba claro que una tercera parte del botín era algo mucho más ventajoso que la pequeña tarifa de Jefri Lion pero… ¿y si Nevis había decidido que el reparto no iba a ser entre tres?

Oyeron un ruido repentino y agudo y la puerta interior empezó a deslizarse a un lado. Detrás de ella había un pasillo no muy ancho que se perdía en la oscuridad. Kaj Nevis avanzó hasta el umbral y examinó el pasillo en tanto que su visor lanzaba reflejos escarlata sobre las paredes. Luego se volvió lentamente hacia ellos.

—¡TÜ, MERCENARIA! —le dijo a Rica Danwstar—. VE A EXPLORAR.

Rica tomó una rápida decisión. —Vale, vale, jefe —contestó. Sacó su arma y avanzó rápidamente hacia la puerta, cruzándola y metiéndose en el corredor, siguiéndolo durante unos diez metros hasta llegar a una encrucijada. Una vez allí se detuvo y se volvió a mirar. Nevis, con su enorme coraza metálica, llenaba prácticamente todo el hueco de la puerta. Anittas permanecía inmóvil a su lado. El cibertec, normalmente tan callado, tranquilo y eficiente, temblaba un poco—, No os mováis de ahí —les gritó Rica—. ¡No parece seguro! —Luego se volvió, escogió una dirección al azar y echó a correr como si la persiguiera el diablo.


Haviland Tuf tardó mucho más de lo que había previsto en localizar los trajes. La nave más próxima era el caza Hruun, una máquina de color verde literalmente repleta de armamento que parecía perfectamente cerrada desde dentro y aunque Tuf la rodeó varias veces, estudiando los instrumentos que le parecieron tener como función la de permitir la entrada a la nave, no logró obtener el resultado que deseaba por mucho que los manipuló. Finalmente tuvo que ceder en sus intentos y siguió hacia otra nave.

La segunda nave, que era una de las desconocidas, resultó estar totalmente abierta y Tuf la recorrió con cierta fascinación intelectual. Su interior era un laberinto de angostos pasillos cuyos muros eran tan irregulares y rugosos como los de una caverna, pero que resultaban blandos al tacto. El instrumental resultaba imposible de entender. Una vez encontró los trajes presurizados, éstos le parecieron en condiciones de funcionar, pero totalmente inútiles para cualquier ser cuya estructura superase el metro y fuera de simetría bilateral.

La tercera, el mercante Rianés, había sido prácticamente desguazado y Tuf no logró encontrar nada útil.

Finalmente no le quedó más remedio que dirigirse hacia una de las cinco lanzaderas que estaban algo más lejos, alineadas en sus soportes de lanzamiento. Eran grandes, más que su nave, y sus cascos de color negro estaban llenos de desperfectos, pero, a pesar de ello y de las extrañas alas que tenían en la cola, estaba claro que habían sido construidas por seres humanos y parecían hallarse en buen estado. Tuf logró finalmente entrar en una de ellas: en un soporte había una placa metálica con la silueta de algún animal legendario grabada en ella y debajo una leyenda proclamando que el nombre de la nave era El Grifo. Los trajes se encontraban donde él había esperado encontrarlos y su estado era notablemente bueno teniendo en cuenta que tenían como mínimo mil años de edad. Eran bastante abigarrados y su color dorado y en el pecho de cada traje había una letra theta de oro. Tuf escogió dos trajes y cruzó nuevamente con ellos la llanura sumida en penumbra de la zona de aterrizaje, dirigiéndose hacia la bola metálica, ennegrecida y más bien maltrecha, que se alzaba sobre sus tres soportes de aterrizaje.

Cuando llegó a la base de la rampa que ascendía hasta la escotilla principal de su nave, estuvo a punto de tropezar con Champiñón.

El gato estaba sentado en el suelo y al ver a Tuf se acercó a él, emitiendo un maullido quejumbroso y frotándose contra su bota.

Haviland Tuf se quedó inmóvil por un instante y contempló a su gato. Luego se inclinó con cierta dificultad, lo cogió en brazos y lo estuvo acariciando durante uno o dos minutos. Cuando subió por la rampa hasta la escotilla, Champiñón fue detrás de él y Tuf se vio obligado a impedirle la entrada. Tuf pasó por las compuertas llevando un traje en cada mano.

—Ya era hora —dijo Celise Waan al entrar Tuf. —Yate dije que Tuf no nos había abandonado —añadió Jefri Lion.

Haviland Tuf dejó caer los trajes presurizados al suelo donde se quedaron formando un confuso montón de tela verde y oro.

—Champiñón está fuera —dijo Tuf con voz totalmente desprovista de inflexiones.

—Bueno, pues sí —dijo Celise Waan—, lo está. —Cogió uno de los trajes y empezó a ponérselo. Le venía algo estrecho por la cintura, ya que al parecer los miembros del Cuerpo de Ingeniería Ecológica no habían sido tan abundantes en carnes como ella—. ¿No había una talla más grande? —dijo con voz quejosa—. ¿Está seguro de que todavía funcionan?

—Parecen sólidos —dijo Tuf—. Será necesario introducir en los tanques de aire las bacterias vivientes que aún quedan en los cultivos de la nave. ¿Cómo pudo salir champiñón?

Jefri Lion carraspeó con expresión algo preocupada. —Esto… sí —dijo—. Celise tenía miedo de que no fueras a volver, Tuf. Llevabas tanto tiempo fuera… Pensé que nos habías dejado abandonados aquí.

—Una sospecha francamente baja e infundada —dijo Tuf.

—Ya, claro… —dijo Lion, apartando la mirada y tendiendo la mano hacia el otro traje.

Celise Wala se puso una bota y cerró los sellos de protección.

—Todo es culpa tuya —le dijo a Tuf—. Si no hubieras tardado tanto tiempo en volver, no me habría puesto nerviosa.

—Cierto —dijo Tuf—. ¿Y puedo arriesgarme a preguntar qué relación hay entre su nerviosismo y la situación de Champiñón?

—Bien, pues pensaba que no ibas a volver y debíamos salir de aquí —dijo la antropóloga, sellando su segunda bota—. Pero con tanto hablar de plagas me habías puesto muy nerviosa y por eso metí al gato en la escotilla y la abrí. Intenté coger a ese condenado animal blanco y negro pero no paró de correr y además me soltó un bufido. Ese otro en cambio se dejó coger. Lo dejé ahí fuera y hemos estado observándolo por las pantallas. Imaginé que así podríamos ver si se ponía enfermo o no. Si no había ningún tipo de síntomas… bueno, entonces probablemente podíamos correr el riesgo de salir ahí fuera.

—Me parece comprender el principio teórico —dijo Haviland Tuf.

Desorden entró dando brincos en la estancia, jugando con algo. Vio a Tuf y se dirigió hacia él, balanceándose como si fuera un cachorro.

—Jefri Lion, por favor —dijo Tuf—, coja a Desorden y llévela a los camarotes y déjela confinada allí.

—Yo… sí, claro —dijo Lion y cogió a Desorden, que en ese instante jugueteaba a su lado—. ¿Por qué?

—De ahora en adelante prefiero tener a Desorden a salvo y bien lejos de Celise Waan —dijo Tuf.

Celise Waan, con el casco bajo el brazo, lanzó un resoplido despectivo.

—Oh, tonterías. Ese animal de color gris se encuentra perfectamente.

—Permítame mencionar un concepto con el cual quizá no se halle convenientemente familiarizada —dijo Haviland Tuf—. Se lo suele denominar periodo de incubación.


—¡Mataré a esa perra! —dijo Kaj Nevis en tono amenazador mientras él y Anittas se abrían paso por una gran habitación en tinieblas—. ¡Maldita sea! ya no se puede conseguir una mercenaria medianamente decente… —La enorme cabeza del traje de combate se volvió hacia el cibertec con el visor brillando levemente—. ¡Date prisa!

—No puedo dar zancadas tan largas como tú con ese traje —dijo Anittas apresurando el paso. Le dolían los costados por el esfuerzo de mantener el ritmo de Nevis. Su mitad cibernética era tan fuerte como el metal con el que estaba hecha y tan rápida como sus circuitos electrónicos, pero su mitad biológica no era sino pobre carne cansada y herida. De los cortes que le habían causado Nevis en la cintura todavía manaba un poco de sangre. Además, tenía mucho calor y se encontraba algo mareado—. Ya no está muy lejos —dijo—. Por este pasillo y luego a la izquierda, la tercera puerta. Es una subestación de relativa importancia, lo noté a! conectarme. Allí podré unirme a! sistema principal. —y descansaré, pensó. Se encontraba increíblemente cansado y su mitad biológica palpitaba dolorosamente.

—¡QUIERO LAS MALDITAS LUCES ENCENDIDAS! —ordenó Nevis—. y LUEGO QUIERO QUE LA ENCUENTRES, ¿ME HAS ENTENDIDO?

Anittas asintió y trató de caminar un poco más rápido. Ya hacía rato que dos puntos de luz roja ardían en sus mejillas sin que sus ojos metálicos pudieran percibirlos. Sintió que su visión se nublaba y oyó un fuerte zumbido en los oídos. Anittas se detuvo.

—¿QUÉ SUCEDE AHORA? —le preguntó Nevis.

—Estoy experimentando ciertas pérdidas funcionales —dijo Anittas—. Debo llegar hasta la sala del ordenador y comprobar mis sistemas. —Se dispuso a reemprender la marcha y vaciló. Entonces su sentido del equilibrio le traicionó por completo y se sintió caer.


Rica Danwstar estaba segura de haberles despistado. Kaj Nevis resultaba muy impresionante con su gigantesco traje metálico, sin duda, pero no resultaba precisamente silencioso al moverse. Rica tenía una visión tan buena como los gatos de Tuf, lo cual resultaba otra ventaja en su profesión. Donde podía ver, corría, y en aquellos lugares que estaba totalmente a oscuras, tanteaba las paredes tan rápida y silenciosamente como podía. Esta parte del Arca era un laberinto de pasillos y compartimientos. Rica se fue abriendo paso a través de él, girando y desviándose, volviendo a veces sobre sus pasos y escuchando siempre cautelosamente el estruendo metálico producido por los pasos de Nevis, que fue haciéndose más y más débil hasta terminar por desvanecerse.

Sólo entonces, una vez supo que se encontraba a salvo, empezó a explorar el lugar en el cual se hallaba. En los muros había placas luminosas. Algunas respondieron a su contacto, pero otras no. Siempre que le resultó posible fue encendiéndolas. La primera sección que atravesó había sido claramente destinada para alojamientos. Consistía en pequeñas habitaciones dispuestas a lo largo de pasillos no muy amplios y en cada una de ellas había una cama, un escritorio, una consola de ordenador y una pantalla. Algunas habitaciones estaban vacías y muy limpias pero en otras encontró camas por hacer y ropas esparcidas por el suelo, pero incluso ésas parecían bastante limpias.

O los ocupantes se habían marchado la noche anterior o el Arca había mantenido toda esta parte de la nave cerrada, inaccesible y en perfecto estado, hasta que su presencia la había activado de algún modo desconocido.

La sección siguiente no había sido tan afortunada. Aquí las habitaciones estaban llenas de polvo y escombros. En una de ellas encontró un esqueleto de mujer, acostado todavía en un lecho que hacía siglos se había convertido en una desnuda armazón metálica. Rica pensó que un poco de aire podía provocar grandes diferencias.

Los pasillos acababan desembocando en otros pasillos bastante más amplios. Rica examinó brevemente las salas de almacenaje, algunas llenas de equipo y otras en las que sólo había cajas vacías. Vio también laboratorios de un blanco impoluto, en una sucesión aparentemente interminable, a ambos lados de un pasillo tan grande como los bulevares de Shandicity. El pasillo acabó conduciéndola a un cruce con otro aún mayor. Rica vaciló durante unos segundos y sacó su arma. Por aquí se debe llegar a la sala de control, pensó. Al menos, se debe llegar a algún sitio importante. Una vez en el pasillo de mayor anchura vio algo en un rincón, unas siluetas borrosas que estaban medio ocultas en pequeñas hornacinas de la pared. Rica avanzó hacia ellas cautelosamente.

Cuando estuvo más cerca se rió y guardó el arma. Las siluetas eran solamente una hilera de vehículos no muy grandes, cada uno de los cuales tenía dos asientos y tres grandes ruedas tipo balón. Las hornacinas de los muros parecían ser los lugares donde se efectuaba la recarga.

Rica sacó uno de los vehículos y se instaló de un ágil salto en el asiento, conectando el interruptor. Por los indicadores parecía que el vehículo estaba cargado al máximo; incluso tenía un faro y éste resultaba una bendición capaz de hacer retroceder las tinieblas delante de ella. Sonriendo, Rica enfiló el gran corredor. No iba muy de prisa, desde luego, pero… ¡qué diablos!, al menos, iba por fin a un sitio concreto.


Jefri Lion les condujo hasta el arsenal y allí Haviland Tuf mató a Champiñón. Lion blandía una linterna y su haz luminoso iba de un lado a otro por las paredes, revelando los montones de fusiles láser, lanzagranadas, pistolas ultrasónicas y granadas de luz, mientras Lion lanzaba exclamaciones de nerviosismo y emoción a cada nuevo descubrimiento. Celise Waan se estaba quejando de que no se encontraba familiarizada con las armas y que no se creía capaz de matar a nadie. Después de todo, era una científica y no un soldado y todo esto le parecía francamente digno de bárbaros.

Haviland Tuf sostenía a Champiñón en su brazos. Cuando Tuf salió nuevamente de la Cornucopia y le cogió, el enorme gato había ronroneado estruendosamente pero ahora estaba muy callado, sólo de vez en cuando emitía un ruidito lamentable, mezcla de maullido y jadeo ahogado. Cuando Tuf intentó acariciarlo se le quedaron entre los dedos mechones del suave pelaje grisáceo. Champiñón lanzó un gemido. Tuf vio que algo le estaba creciendo dentro de la boca. Era una telaraña formada por finos cabellos negros que brotaban de una masa oscura y aspecto de hongo. Champiñón lanzó un nuevo gemido, esta vez más fuerte, y se debatió entre los brazos de Tuf, arañando inútilmente con sus garras la tela metalizada del traje. Sus grandes ojos amarillos estaban velados por una película acuosa.

Los otros dos no se habían dado cuenta, tenían la cabeza muy ocupada con asuntos mucho más importantes que el gato junto al que Tul había viajado durante toda su vida. Jefri Lion y Celise Waan estaban discutiendo. Tuf apretó el cuerpo de Champiñón, inmovilizándolo pese a sus esfuerzos por liberarse. Le acarició por última vez y le habló con voz suave y tranquila… Luego, con un gesto rápido y seguro, le rompió el cuello.

—Nevis ya ha intentado matarnos —estaba diciéndole Jefri Lion a Celise Waan—. No me importa lo mucho que pienses quejarte, pero debes cumplir con la parte de trabajo que te corresponde. No puedes esperar que Tuf y yo llevemos todo el peso de nuestra defensa. —Tras el espeso plástico de su visor, Lion la miró, frunciendo el ceño—. Ojalá supiera algo más sobre ese traje de combate que lleva Nevis —dijo Lion—. Tuf, ¿un láser puede penetrar esa armadura Unqi? ¿O resultaría más efectivo algún tipo de proyectil explosivo? Yo diría que un láser… ¿Tuf? —Se dio la vuelta y con el movimiento, el haz luminoso de la linterna hizo oscilar violentamente miles de sombras en las paredes—. ¿Dónde estás, Tuf?

Pero Haviland Tuf se había ido.

La puerta que daba a la sala del ordenador se negaba a ceder. Kaj Nevis le dio una patada y el metal se abolló por el centro mientras que la parte superior quedaba separada del marco. Nevis la pateó una y otra vez, estrellando su enorme pie acorazado con una fuerza increíble contra el metal de la puerta que, comparativamente, era más delgada. Luego—;… apartó a un lado los destrozados fragmentos de la puerta y entró en la sala, llevando el cuerpo de Anittas en sus brazos inferiores.

—¡ME GUSTA ESTE MALDITO TRAJE! —dijo. Anittas lanzó un gemido.

La subestación vibraba con un leve zumbido subsónico, como un siseo de inquietud animal. Luces de colores se encendían y apagaban en los controles como enjambres de luciérnagas.

—En el circuito —dijo Anittas, moviendo débilmente la mano, en lo que tanto podía ser una señal como un espasmo—. Llévame al circuito —repitió. Las partes de su cuerpo que seguían siendo orgánicas tenían un aspecto horrible. Su piel estaba cubierta por un sudor negruzco y de cada poro rezumaban gotitas de líquido negro como el ébano. De la nariz le chorreaba un continuo flujo de mucosidad y su único oído orgánico sangraba abundantemente. No podía mantenerse en pie ni caminar y también parecía estar perdiendo la capacidad de hablar. El apagado resplandor rojo del casco teñía su piel con una tonalidad carmesí que empeoraba todavía más su aspecto general—. De prisa —le dijo a Nevis—. El circuito, por favor, llévame hasta el circuito…

—¡CALLA O TE DEJARÉ CAER AHORA MISMO! —le respondió Nevis. Anittas se estremeció como si la voz amplificada del traje fuera una agresión física. Nevis examinó la sala hasta encontrar la consola de conexión y fue hasta ella dejando al cibertec en una silla de plástico blanco que parecía fundirse con la consola y el suelo metálico. Anittas gritó— ¡CÁLLATE! —repitió Nevis. Cogió torpemente el brazo del cibertec, casi arrancándoselo del hombro. Resultaba bastante difícil calibrar adecuadamente su fuerza dentro del maldito traje y manipular objetos pequeños era aún más difícil, pero no pensaba quitárselo. Le gustaba el traje, sí, le gustaba mucho. Anittas gritó de nuevo pero Nevis no le hizo caso. Finalmente logró hacer que los dedos metálicos del cibertec quedaran extendidos y los metió dentro del circuito—. ¡yA ESTÁ! —dijo, retrocediendo un par de pasos.


Anittas se derrumbó hacia adelante y su cabeza se estrelló contra la consola de metal y plástico. Tenía la boca abierta en —un rictus de agonía y por ella empezó a brotar sangre mezclada con un fluido muy espeso que se parecía bastante al aceite. Nevis le contempló con el ceño fruncido. ¿Habría llegado demasiado tarde a la sala del ordenador? ¿Se habría muerto ya el maldito cibertec, dejándole abandonado cuando más falta le hacía?

Entonces las luces empezaron a encenderse por hileras y el zumbido se hizo aún más fuerte. Luego las luces empezaron a encenderse y apagarse cada vez más de prisa. Anittas estaba dentro del circuito.

Rica Danwstar avanzaba por el gran pasillo y, pese a las circunstancias, en esos instantes estaba casi alegre. De pronto la oscuridad que había ante ella se convirtió en luz. Los paneles del techo fueron saliendo uno por uno de su largo sueño y, a lo largo de kilómetros y kilómetros de nave, el negro de la noche cedió ante un día tan brillante que durante un instante tuvo que cerrar los ojos.

Frenó el vehículo, sorprendida, y observó cómo la ola de luz se prolongaba a lo lejos. Se volvió hacia atrás y vio que el pasillo de donde había venido seguía sumido en las tinieblas.

Entonces se dio cuenta de algo que, antes, en la oscuridad, no había resultado tan obvio. En el suelo había seis delgadas líneas paralelas. Estaban hechas de plástico traslúcido y sus colores eran rojo, azul, amarillo, verde, plateado y púrpura. Sin duda, cada línea debería llevar a un sitio distinto. El único problema era que ignoraba adónde.

Pero mientras observaba las líneas, la de color plateado empezó a brillar como iluminada desde dentro hasta que ante su vehículo palpitó una delgada cinta de luminosidad plateada. Al mismo tiempo el panel que tenía sobre su cabeza se oscureció. Rica frunció el ceño y, poniendo en marcha el vehículo, avanzó un par de metros, abandonando las sombras y volviendo a la luz. Pero cuando se detuvo el panel se apagó igual que el anterior. La cinta plateada del suelo seguía palpitando rítmicamente.

—De acuerdo —dijo Rica—, lo haremos a tu modo.

Puso nuevamente en marcha el vehículo y avanzó por el corredor, dejando tras de ella otra vez la oscuridad.


—¡Viene! —chilló Celise Waan al iluminarse el pasillo, dando casi un salto en el aire.

Jefri Lion se quedó inmóvil con el ceño fruncido. En las manos sostenía un rifle láser y en la cintura llevaba un lanzador de dardos explosivos y una pistola ultrasónica. Atado a la espalda en un arnés, tenía un enorme cañón de plasma. Además, una cartuchera de bombas mentales colgaba de su hombro derecho, en tanto que del izquierdo pendía otra con granadas luminosas y en el muslo se había atado una vaina con un enorme vibrocuchillo. En el interior de su casco dorado Lion sonreía sintiendo el nervioso latir de su sangre. Estaba dispuesto a todo. No se había encontrado tan bien desde hacía un siglo, cuando estuvo por última vez en mitad de la acción con los Voluntarios de Skaeglay, enfrentándose a los Ángeles Negros. Al diablo todo ese polvoriento saber académico: Jefri Lion era un hombre de acción y ahora volvía a sentirse joven.

—Silencio, Celise —dijo—. No viene nadie. Somos solamente nosotros. Se han encendido las luces yeso es todo.

Celise Waan no pareció demasiado convencida. También ella iba armada, pero su rifle láser colgaba flojamente de sus manos rozando el suelo porque ella aseguraba que pesaba demasiado. Jefri Lion no estaba demasiado tranquilo pensando en lo que podía suceder si intentaba utilizar una de sus granadas luminosas.

—Mira —dijo ella señalando hacia adelante—, ¿qué es? Jefri Lion vio que en el suelo había dos cintas de plástico, una negra y la otra anaranjada, que se encendió un segundo después.

—Debe ser algún tipo de guía manejada por el ordenador —dijo—. Sigámosla.

—No —dijo Celise Waan. Jefri Lion la miró con expresión malhumorada. —Oye, Celise, yo estoy al mando y harás todo lo que yo te diga. Podemos enfrentarnos a cualquier cosas que se nos ponga por delante, así que en marcha.

—¡No! —replicó tozudamente Celise Waan—. Estoy cansada y este lugar no me parece nada seguro, así que no pienso seguir avanzando.

—Es una orden clara y directa —dijo Jefri Lion con impaciencia.

—Oh, ¡ni hablar! No puedes darme órdenes. Tengo sabiduría completa y tú eres sólo un Erudito Asociado.

—No estamos en el Centro —le replicó Lion irritado—. ¿Piensas venir?

—No —dijo ella, sentándose en el suelo en mitad del pasillo y cruzándose de brazos.

—Entonces, muy bien. Que tengas buena suerte. —Jefri Lion le dio la espalda y empezó a seguir la cinta de color naranja. Detrás de él, inmóvil, su ejército siguió con los brazos cruzados y le contempló marchar en tozudo silencio.


Haviland Tuf había llegado a un lugar muy extraño. Había recorrido interminables corredores en tinieblas llevando en brazos el flácido cuerpo de Champiñón, sin apenas pensar, sin tener ningún plan ni destino concretos. Finalmente, uno de los angostos corredores le había llevado a lo que parecía ser una gran caverna cuyas paredes quedaban muy lejos de él. De pronto se sintió engullido por el vacío y la oscuridad y cada paso de sus botas despertaba un sinfín de ecos en las paredes distantes. Había ruidos en la oscuridad. Primero un leve zumbido que apenas si podía oírse haciendo un gran esfuerzo y luego un ruido de líquido, como el incansable movimiento de algún océano subterráneo que careciere de límites. Pero, como se recordó a sí mismo Haviland Tuf, ahora no se encontraba bajo tierra. Estaba perdido en una vieja nave espacial, llamada el Arca, rodeado de personas malvadas, con Champiñón en brazos, muerto por sus propias manos.

Siguió caminando durante un tiempo imposible de precisar. Sus pisadas resonaban en la oscuridad. El suelo era liso y perfectamente llano, como si fuera a continuar eternamente. Mucho tiempo después tropezó con algo en la oscuridad. No iba muy de prisa y no se hizo daño, pero con el golpe dejó caer a Champiñón. Extendió las manos, decidido a saber con qué objeto había chocado, pero le resultaba difícil saberlo llevando los espesos guantes del traje. Al menos se pudo dar cuenta de que tenía gran tamaño y era de forma curva.

Entonces se encendieron las luces. Para Haviland Tuf no fue ninguna explosión cegadora. En este lugar la luz era débil y no muy brillante. Al proyectarse desde el techo hasta el suelo, arrojaba por todas partes ominosas sombras negras y las áreas iluminadas cobraban una curiosa tonalidad verdosa, como si estuvieran cubiertas con alguna especie de musgo fosforescente.

Tuf contempló lo que le rodeaba y le pareció que más que una caverna era como un túnel. Pensó que debía haber recorrido casi un kilómetro de un lado a otro pero su anchura no resultaba nada comparada con su longitud: debía ir a lo largo de todo el eje principal de la nave, pues parecía perderse en el infinito en ambas direcciones de dicho eje. El techo era una confusión de sombras verdosas y, muy por encima de él, resonaban los débiles ecos metálicos de cada sonido al chocar con sus curvas casi invisibles. Había máquinas, muchas máquinas. En las paredes había subestaciones del ordenador, extraños aparatos que no se parecían a nada visto antes por Haviland Tuf, así como mesas de trabajo con toda clase de servomecanismos que iban de lo enorme a lo diminuto.

Pero el rasgo principal de aquel grandioso lugar eran las cubas.

Había cubas por todas partes. A lo largo de las paredes había hileras interminables de ellas y en el techo se veían asomar también sus rechonchas siluetas. Algunas eran inmensas y sus muros traslúcidos habrían bastado para cobijar a la Cornucopia, y en todos los espacios disponibles se veían celdillas tan grandes como la mano de un hombre, miles y miles de ellas, subiendo del suelo al techo como colmenas de plástico. Los ordenadores y las estaciones de trabajo palidecían insignificantes en comparación con ellas, y era fácil pasar por alto los pequeños detalles de la estancia. Haviland Tuf se dio cuenta por fin de donde procedía el ruido líquido que había estado oyendo. La luz verdosa le permitió ver que casi todas las cubas estaban vacías, pero había algunas (una aquí, dos algo más lejos) que parecían estar repletas de líquidos coloreados que hervían o eran agitados por los leves movimientos de siluetas borrosas contenidas en su interior.

Haviland Tuf permaneció un largo tiempo inmóvil contemplando aquel paisaje colosal, sintiéndose muy diminuto en comparación. Finalmente dejó de mirar y se inclinó para recoger nuevamente a Champiñón. Al hacerlo se dio cuenta de lo que le había hecho tropezar en la oscuridad: era una cuba de tamaño mediano cuyas paredes transparentes se curvaban alejándose de él. Estaba llena de un espeso fluido amarillento en el interior del cual se agitaban, de vez en cuando, chorros de otro color rojo vivo. Tuf oyó un leve gorgoteo y sintió una débil vibración, como si en el interior de la cuba algo se moviera. Se acercó a ella y, alzando la cabeza, miró en su interior.

Dentro de la cuba, flotando en el líquido, sin haber nacido pero vivo, el tirano saurio le devolvió su mirada.


En el circuito no había dolor. En el circuito se carecía de cuerpo. En el circuito era sólo mente, una mente pura y blanca, y era parte de algo mucho más grande y poderoso que él o que cualquiera de los otros. En el circuito era más que humano y más que una máquina, más que un simple organismo cibernético. En el circuito era algo parecido a un dios. El tiempo no era nada dentro del circuito, pues él era tan veloz como el pensamiento, como los circuitos de silicio que se abrían y cerraban, como los mensajes que iban y venían por sus tendones superconductores o como el destello de los micro láser que tejían sus telarañas invisibles en la matriz central. En el circuito tenía mil ojos y mil oídos, mil manos que podían convertirse en puños para golpear con ellos. En el circuito podía estar al mismo tiempo en todas partes.

Era Anittas. Era el Arca. Era un cibertec. Era más de quinientas estaciones y monitores satélite, era veinte 7400 Imperiales gobernando los veinte sectores de la nave desde veinte subestaciones repartidas por ella, era Maestre de Combate, Descifrador de Códigos, Astrogador, Doctor de Motores, Centro Médico, Archivo de la Nave, Biblioteca, bio-biblioteca, Microcirujano, Encargado de los Clones, Mantenimiento y Reparaciones, Comunicaciones y Defensa. Era todos los programas de la nave y todos sus ordenadores, todos los sistemas de apoyo principal y todos los sistemas de apoyo secundario y terciario. Tenía mil doscientos años de edad y medía treinta kilómetros de largo y su Corazón era la matriz central, que apenas si tenía dos metros cuadrados, pero que, al mismo tiempo, era prácticamente infinita. Podía tocar cualquier lugar de la nave y todos a la vez y su conciencia era capaz de cabalgar a lo largo de los circuitos, bailando y ramificándose, fluyendo por los láser. La sabiduría le inundaba Como un feroz torrente, Como un gran río que hubiera enloquecido Con toda la fría, dulce, blanca y tranquila potencia de un cable de alto voltaje. Era el Arca. Era Anittas. y se estaba muriendo.

En lo más hondo de sus entrañas, en los intestinos de la nave, en la subestación diecisiete junto a la Compuerta nueva, Anittas dejó que sus ojos de metal plateado se enfocaran en Kaj Nevis. Sonrió. La expresión resultaba grotesca en su mitad de rostro humana. Sus dientes eran de acero al cromo.

—Estúpido —le dijo a Nevis. El traje de combate dio un paso amenazador hacia él. Una pinza se levantó Como por voluntad propia Con un chirrido metálico, abriéndose y cerrándose.

—¡TEN MUCHO CUIDADO CON LO QUE DICES! —He dicho estúpido yeso es lo que eres —replicó Anittas. Su risa era un sonido horrible, porque estaba llena de dolor y ecos metálicos y sus labios sangraban abundantemente, dejando húmedas manchas rojizas sobre la plata brillante de la dentadura—. Has sido la causa de mi muerte, Nevis, y todo ha sido en vano por pura impaciencia. Te lo podría haber dado todo. La nave está vacía, Nevis. Está vacía y todos han muerto. y el sistema también está vacío. Estoy solo aquí dentro. No hay ninguna otra mente en los circuitos. La nave es una idiota, Kaj Nevis. El Arca es una gigantesca idiota. LoS Imperiales de la Tierra tenían miedo. Lograron crear una auténtica Inteligencia Artificial. Oh, sí, poseían sus grandes naves de guerra provistas de IA y tenían sus flotas robot; pero las lA tenían mentes propias y hubo algunos incidentes. Todo está en las crónicas. Primero fue Kandabaer y lo que ocurrió junto a Lear, y luego las rebeliones de la Afecto y del Gofem. Las sembradoras eran demasiado potentes y eso ya lo sabían muy bien cuando las construyeron. El Arca podía albergar a doscientos tripulantes, entre estrategas y científicos, eco-ingenieros y oficiales o marineros, y además era capaz de transportar a más de mil soldados y podía alimentarles a todos, operando a plena capacidad, y era capaz de asolar mundos enteros, ¡oh, sí! y todo funcionaba mediante el sistema, Nevis, pero el sistema es muy seguro y es muy grande, es un sistema muy sofisticado, un sistema que puede repararse y defenderse a sí mismo y hacer mil cosas a la vez. ¡Ah!, si pudiera contártelo todo. Los doscientos tripulantes serían para que funcionara con toda eficiencia, pero podrías haber hecho funcionar la nave con sólo uno de ellos, Nevis. No habría funcionado de un modo muy eficiente y no se habría acercado ni de lejos a lo que podía dar de sí, pero es posible. y no puede funcionar por sí sola, carece de cerebro, no hay ninguna IA, está esperando órdenes, pero bastaría con un solo hombre para decirles lo que debe hacer. jun hombre! ¡Habría sido tan fácil para mí! Pero Kaj Nevis se impacientó y por ello voy a morir.

Nevis se acercó a él. —NO PARECES A PUNTO DE MORIR —dijo abriendo y cerrando sus pinzas con un chasquido amenazador.

—Pero voy a morir —dijo Anittas—. Estoy absorbiendo energía del sistema para reforzar mi mitad cibernética y con ello puedo hablar de nuevo. Pero me estoy muriendo. Las plagas, Nevis. En sus últimos días la nave apenas si tenía tripulación, sólo quedaban treinta y dos, y entonces hubo un ataque, un ataque Hruun. Descifraron el código, abrieron la cúpula y lograron aterrizar. Eran más de cien y avanzaron por la nave como una tormenta destructora. Estaban venciendo, iban a conquistar la nave. Los defensores retrocedieron luchando a cada paso. Sellaron secciones enteras del Arca, dejándolas vacías de atmósfera, desconectando toda la energía. De ese modo lograron matar a unos cuantos de los Hruum. Tendieron emboscadas y lucharon metro a metro. Aún sigue habiendo lugares de la nave en los que nada funciona, calcinados por la batalla, lugares que ni el potencial del Arca puede reparar. Dejaron sueltas en la atmósfera plagas, epidemias y parásitos, y de sus tanques de cultivo hicieron emerger sus pesadillas preferidas. y lucharon y murieron y vencieron. Cuando todo hubo terminado los Hruum habían muerto. Y, ¿sabes una cosa, Kaj Nevis? Sólo quedaban cuatro defensores. Uno de ellos estaba muy malherido, otros dos estaban enfermos y el último estaba ya agonizando. ¿Te gustaría conocer sus nombres? No, ya pensaba que no. Careces de curiosidad, Kaj Nevis. A Tuf le gustaría conocerlos, al igual que le habría gustado al viejo Lion.

—¿TUF? ¿LION? ¿DE QUÉ ESTAS HABLANDO? LOS DOS HAN MUERTO.

—Incorrecto —dijo Anittas—. Se encuentran ahora mismo a bordo del Arca. Lion ha descubierto la armería. Se ha convertido en un arsenal ambulante y viene a por ti. Tuf ha encontrado algo todavía más importante. Rica Danwstar está siguiendo la cinta plateada que terminará llevándola hasta la sala de control y el asiento del capitán. Ya ves, Kaj Nevis, toda la vieja pandilla está a bordo. He despertado todas las partes del Arca que siguen en funcionamiento y les estoy guiando prácticamente a cada paso del camino.

—ENTONCES, ¡DETENLES! —ordenó Nevis. Sin vacilar, la enorme pinza metálica se extendió y rodeó la garganta biometálica de Anittas. Una leve presión y la pinza se cubrió de un espeso fluido negruzco—. ¡DETENLA AHORA MISMO!

—Aún no he terminado mi historia, Kaj Nevis —dijo el cibertec, con su boca convertida en una masa sanguinolenta—. Los últimos Imperiales sabían que les sería imposible continuar. Cerraron la nave, entregándola al vacío, al silencio ya la nada estelar. Temían otro ataque de los Hruum o quizá, con el tiempo, de seres desconocidos. Convirtieron la nave en un pecio, aunque no estuviera completamente abandonado. Le dijeron al Arca que se defendiera, ¿comprendes? Dejaron montados el cañón de plasma y los láser exteriores y mantuvieron en funcionamiento la esfera defensiva, como bien tuvimos que aprender a nuestra costa. y programaron la nave para que se vengara de un modo terrible en su nombre, para que volviera una vez y otra a H’Ro Brana, de donde habían llegado los Hruun. Para que soltara sobre ese planeta su regalo de plaga, muerte y epidemias. Para evitar que los Hruun pudieran volverse inmunes a ellas, sometieron sus tanques de plaga a una radiación continua con la cual consiguieron mutaciones incesantes y establecieron un programa de manipulación gen ética automática, con el cual se iban creando continuamente virus nuevos y cada vez más letales.

—TODO ESTO NO ME IMPORTA —dijo Kaj Nevis—. ¿HAS DETENIDO A LOS DEMÁS? ¿PUEDES MATARLES? TE LO ADVIERTO, HAZLO AHORA MISMO O MORIRÁS.

—Ya estoy muerto de todos modos, Kaj Nevis —dijo Anittas—, eso ya te lo he explicado. Las plagas… dejaron también una línea secundaria para el interior de la nave. Por si alguien entraba de nuevo en ella, el Arca había sido programada para despertar por sí misma y llenar los corredores de atmósfera. ¡Oh, sí! Pero de una atmósfera emponzoñada con doce portadores de plagas distintas. Los tanques de la plaga han estado funcionando durante mil años, Kaj Nevis, hirviendo incesantemente, efectuando mutaciones continuas. La enfermedad que he contraído carece de nombre. Creo que es algún tipo de espora. Hay antígenos, medicinas, vacunas. El Arca se ha encargado de irlas manufacturando, pero es demasiado tarde para mí, es demasiado tarde. La he respirado y ahora está devorando mi parte biológica. Mi parte cibernética no puede ser devorada. Podría haberte entregado la nave, Kaj Nevis. Tú y yo juntos habríamos podido tener el poder de un dios. En lugar de eso, moriremos.

—TU MORIRÁS —le corrigió Nevis—: y LA NAVE ES MIA.

—Creo que no. Kaj Nevis, le he propinado unas buenas patadas a esta gigantesca idiota dormida, y ahora vuelve a estar consciente. Sigue siendo una idiota, cierto, pero está despierta y preparada para recibir órdenes. Pero tú no posees, ni el conocimiento ni la capacidad para darlas. Estoy conduciendo a Jefri Lion directamente hacia aquí y Rica Danwstar está a punto de llegar a la sala principal de controles. Lo que es mas…

—¡BASTA YA! —dijo lacónicamente Nevis. La pinza aplastó el metal y el hueso, separando la cabeza del cibernet con un seco chasquido. La cabeza rebotó en el pecho de Nevis y luego cayó al suelo, rodando un par de metros. Un chorro de sangre brotó del cuello y un grueso cable que emergía de él emitió un último e inútil zumbido, despidiendo un chispazo blanco azulado antes de que el cuerpo de Anittas se derrumbara nuevamente sobre la consola del ordenador. Kaj Nevis apartó el brazo y giró en redondo, golpeando una y otra vez la consola hasta convertirla en una ruina, dispersando los fragmentos de plástico y metal por el suelo de la habitación.

Entonces se oyó un agudo zumbido metálico. Kaj Nevis se volvió con el visor reluciendo, buscando la fuente del sonido.

Y en el suelo vio la cabeza, mirándole. Los ojos, esos ojos de metal plateado, giraron en sus órbitas, enfocándole. La boca se movió en una sonrisa ensangrentada.

—Y lo que es más, Kaj Nevis —le dijo la cabeza—. He activado la última línea defensiva programada por esos Imperiales. El campo de estasis ha cedido. Las pesadillas están despertando. Los guardianes van a ir en tu busca, para destruirte.

—¡MALDITO SEAS! —gritó Nevis. Su enorme pie cayó sobre la cabeza del cibertec con todo el peso del traje de combate. El acero y el hueso se partieron bajo el impacto y Nevis movió el pie de un lado a otro durante unos segundos interminables, moviéndolo hasta que bajo el metal del traje no hubo nada sino una pasta roja grisácea en la que se distinguían partículas de metal plateado.

Y entonces, por fin, logró que el silencio reinara en la habitación.


Durante unos dos kilómetros, o puede que aún más, las seis cintas corrían paralelas entre sí, aunque sólo la cinta plateada estaba iluminada. La primera en separarse fue la roja, desviándose hacia la derecha en una encrucijada. La cinta púrpura terminaba un kilómetro después, ante una gran puerta que resultó ser la entrada a un inmaculado complejo de cocinas y comedores automatizados. Rica Danwstar sintió la tentación de hacer una pausa, y explorarlo, pero la cinta plateada no dejaba de parpadear y las luces del techo se estaban apagando una a una, como instándola a continuar por el pasillo principal.

Finalmente, el pasillo terminó. Se curvó gradualmente hacia la izquierda y desembocó en otro pasillo igual de grande. El punto de reunión era una rotonda colosal de la que partían media docena de corredores no tan grandes y dispuestos en forma radial. El techo quedaba a gran distancia por encima de su cabeza. Rica miró hacia arriba y vio como mínimo tres niveles más, conectados unos con otros mediante puentes, pasarelas y grandes balconadas circulares. En el centro de la rotonda había un gran tubo que iba desde el suelo hasta el techo. Estaba claro que era algún tipo de ascensor.

La cinta azul seguía uno de los radios, en tanto que la amarilla seguía por otro y la verde por un tercero. La cinta plateada llevaba en línea recta a las puertas del ascensor, que se abrieron al acercarse ella. Rica condujo su vehículo hasta dejarlo pegado al tubo del ascensor, lo paró y bajó de él. Durante un segundo no supo qué hacer. Las puertas del ascensor parecían invitarla a que entrara, pero ahí dentro tuvo la impresión de que se encontraría indefensa, como encerrada en una trampa.

Su vacilación duró demasiado tiempo. Todas las luces se apagaron.

Sólo la cinta plateada seguía brillando, delgada como un dedo que indicara hacia adelante. Y el ascensor tampoco se había apagado.

Rica Danwstar frunció el ceño, desenfundó su arma y se metió dentro.

—Arriba, por favor —dijo en voz alta. Las puertas se cerraron y el ascensor se puso en movimiento.


Jefri Lion, aunque cargado de armas, iba andando con paso bastante rápido. Se encontraba aún mejor desde que había dejado atrás a Celise Waan. De todos modos, aquella mujer no era más que una molestia y dudaba que tuviera alguna utilidad en un combate. Había estado pensando en si resultaría más conveniente avanzar con cautela, pero decidió que no. No tenía miedo de Kaj Nevis ni de su traje de combate. Oh, sí, no le cabía duda de que la armadura era formidable, pero después de todo había sido fabricada por alienígenas y Lion iba ahora armado con los ingenios mortíferos de los Imperiales de la Tierra, los frutos de la tecnología militar del Imperio Federal de la Vieja Tierra, en su momento más sofisticado antes del Derrumbe. Nunca había oído hablar de los Unqi, por lo que no debían ser muy buenos como fabricantes de armas. Sin duda, no eran más que una oscura raza esclava de los Hranganos. Si encontraba a Nevis, le ajustaría las cuentas en un momento y también se encargaría de esa traidora, Rica Danwstar. De ella y de su estúpido aguijón. Le gustaría ver cómo se las arreglaba con su aguijón para enfrentarse a un cañón de plasma. Sí, le gustaría mucho verlo.

Lion se preguntó qué planes estaría haciendo Nevis y los suyos respecto al Arca. Sin duda, debía tratarse de algo ilegal o inmoral. Bueno, no importaba demasiado porque iba a ser él quien se apoderase de la nave: él, Jefri Lion, Erudito Asociado en Historia Militar en el Centro ShanDellor, antaño Segundo Analista Táctico de la Ala Tercera de los Voluntarios de Skaeglay. Iba a capturar una sembradora del CIE, con la ayuda de Tuf, si es que le encontraba, pero iba a capturarla fuera como fuera. Y, después, nada de vender la nave para conseguir un mezquino provecho personal. No, llevaría la nave hasta Avalon, a la gran Academia del Conocimiento Humano, y se la entregaría con la única condición de que él iba a ser el encargado de estudiarla. El proyecto era tan colosal que muy bien podía ocuparle todo el resto de su vida y cuando hubiera terminado, el nombre de Jefri Lion, erudito y soldado, sería pronunciado con voz tan respetuosa como el del mismísimo Kleronomas, que había creado la Academia y hecho de ella lo que era ahora.

Lion iba andando por e! centro de! pasillo con la cabeza hacia atrás, siguiendo la cinta de color naranja, y mientras caminaba empezó a silbar una canción de marcha que había aprendido en los Voluntarios de Skaeglay, unos cuarenta años antes. Silbaba y caminaba, caminaba y silbaba.

Hasta que la cinta se apagó.


Celise Waan permaneció largo rato sentada en el suelo con los brazos apretado fuertemente contra el pecho y el rostro paralizado en una mueca de malhumor. Siguió sentada hasta que ya no pudo oír el ruido de las pisadas de Lion. Siguió sentada y meditó sobre todos los insultos y humillaciones que se había visto obligada a soportar. Todos eran unos imbéciles maleducados, del primero al último. Había cometido un grave error al comprometerse con una tripulación tan indigna e irrespetuosa. Anittas era más una máquina que un hombre, Rica Danwstar era una mocosa insolente, Kaj Nevis era pura y simplemente un criminal y para Haviland Tuf, no existía ningún término adecuado. Al final, incluso su colega Jefri Lion había resultado no ser digno de confianza. La estrella de la plaga era su descubrimiento y era ella quien se lo había revelado y, ¿qué había obtenido a cambio? Incomodidad, malos tratos y, finalmente, que la abandonaran. Bueno, pues Celise Waan no pensaba soportarlo por más tiempo. Había decidido que no compartiría la nave con ninguno de ellos. El descubrimiento era suyo y volvería a Shandicity para reclamarlo, acogiéndose a las leyes de salvamento de ShanDellor, tal y como era su derecho, y si alguno de sus desgraciados excompañeros tenía alguna queja al respecto tendrían que llevarla a los tribunales. Mientras tanto, no pensaba dirigirles nunca más la palabra. No, nunca más.

Estaba empezando a dolerle el trasero y sentía que se le iban a dormir las piernas. Llevaba demasiado tiempo sentada en la misma postura. Además, le dolía la espalda y tenía hambre. Se preguntó si en esta nave abandonada habría algún sitio donde pudiera obtener una comida decente. Quizá lo hubiera. Los ordenadores parecían funcionar, así como los sistemas defensivos; incluso las luces funcionaban. Por lo tanto, era muy posible que las despensas estuvieran también en condiciones de operar. Se puso en pie y decidió ir a echar una mirada.


Celise Waan permaneció largo rato sentada en el suelo con los brazos apretados fuertemente contra el pecho y el rostro paralizado en una mueca de malhumor. Siguió sentada hasta que ya no pudo oír el ruido de las pisadas de Lion. Si Haviland Tuf tenía claro que estaba ocurriendo algo. El nivel de ruido en la gran estancia estaba subiendo de modo lento pero apreciable. Ahora resultaría fácil distinguir un zumbido grave y los gorgoteos se habían echo también más perceptibles. Y en la cuba del tiranosaurio el fluido de suspensión parecía estar volviéndose menos espeso y sus colores habían cambiado. El líquido rojo se había esfumado, quizás absorbido por alguna bomba, y el líquido amarillo se volvía más transparente a cada segundo que pasaba. Tuf vio cómo un servomecanismo empezaba a desplegarse en un costado de la cuba. Aparentemente, le estaba dando una inyección al reptil aunque Tuf tuvo cierta dificultad en observar los detalles dada la poca luz.

Haviland Tuf decidió que había llegado el instante de efectuar una retirada estratégica. Empezó a moverse, alejándose de la cuba que contenía al dinosaurio, y cuando no llevaba recorrida aún gran parte de la estancia pasó ante una de las zonas con terminales de ordenador y mesas de trabajo que había observado antes. Tuf se detuvo ante ella.

No le había costado mucho comprender la naturaleza y el propósito de la estancia a la cual había ido a parar por casualidad. El corazón del Arca contenía una vasta biblioteca de células en la que había muestras de tejido procedentes de millones de animales y plantas distintos, así como virus procedentes de una incontable serie de mundos, tal y como le había dicho Jefri Lion. Esas muestras eran reproducidas por clonación cuando los tácticos y los eco-ingenieros de la nave lo creían apropiado: de ese modo el Arca y sus naves hermanas, ya convertidas en polvo, podían crear enfermedades capaces de diezmar la población de planetas enteros; insectos con los que destruir sus cosechas; ejércitos de animales capaces de reproducirse velozmente, para sembrar el caos en la cadena ecológica y alimenticia, o incluso terribles depredadores alienígenas con los cuales aterrorizar al enemigo. Pero todo debía empezar mediante el proceso de clonación.

Tuf había descubierto la sala donde se realizaba dicho proceso. Las zonas de trabajo incluían equipo claramente destinado a las complejas manipulaciones de la microcirugía, en tanto que las cubas, indudablemente, eran el lugar donde las muestras celulares eran cuidadas hasta alcanzar la madurez. Lion le había hablado también del campo temporal, ese perdido secreto de los Imperiales de la Tierra, un campo magnético capaz de afectar a la textura del mismísimo tiempo, aunque sólo en una zona muy reducida y con un gran coste energético. De ese modo, los clones podían alcanzar la madurez en cuestión de horas o ser mantenidos, vivos e inmutables, durante milenios.

Haviland Tuf contempló pensativo los ordenadores, y bancos de trabajo y luego sus ojos se posaron en el cadáver de Champiñón, aún entre sus manos.

El proceso de clonación empezaba con una sola célula… Las técnicas debían estar sin duda almacenadas en el computador y quizás hubiera incluso un programa de instrucciones. «Ciertamente», se dijo a sí mismo Haviland Tuf. Parecía lo más lógico. Naturalmente, él no era un cibertec pero sí era un hombre inteligente que había pasado prácticamente toda su vida de adulto manipulando los más variados tipos de ordenadores.

Haviland Tuf se acercó al banco de trabajo y depositó con delicadeza a Champiñón bajo la micropantalla, conectando luego la consola. Al principio los controles le resultaron ininteligibles pero siguió estudiándolos con insistencia.

Después de unos minutos estaba totalmente concentrado en ellos, tan absorto que no se dio cuenta del gorgoteo que empezó a oírse detrás de él, cuando el fluido amarillo de la cuba que contenía al dinosaurio, aspirado por una bomba, fue bajando lentamente de nivel.


Kaj Nevis se abrió paso a través de la subestación buscando algo que matar.

Estaba enfadado, enfadado consigo mismo por haber sido tan impaciente y tan poco cuidadoso. Anittas podía haber sido útil y Nevis ni tan siquiera había pensado en la posibilidad de que el aire de la nave estuviera lleno de plagas. Naturalmente, habría tenido que acabar matando al maldito cibertec, pero eso no habría resultado difícil. Ahora, todo se estaba complicando. Nevis tenía la sensación de estar a salvo dentro del traje, pero no se encontraba tranquilo. No le había gustado nada enterarse de que Tuf y los otros habían logrado abordar la nave. Tuf sabía mucho más sobre el condenado traje que él, después de todo, y quizá también conociera cuáles eran sus puntos débiles.

Kaj Nevis ya había logrado localizar sin ayuda uno de esos puntos débiles: el aire estaba empezando a terminarse. Un traje presurizado moderno, como el de Tuf, llevaba en sus filtros unas bacterias que convertían el di óxido de carbono en oxígeno, tan rápidamente como un ser humano podía convertir el oxígeno en di óxido de carbono, con lo cual no había ningún peligro de que el aire se terminara a menos que los malditos bichos microscópicos se murieran. Pero este traje de combate era primitivo. Su provisión de aire era bastante grande pero no resultaba ilimitada. Los cuatro tanques en la espalda del gran traje poseían una buena capacidad, pero el indicador del casco, si lo había interpretado correctamente, le decía que uno de los tanques ya estaba vacío. Aún le quedaban tres, cierto, y con eso debía tener tiempo más que suficiente para librarse de los demás, siempre que lograra encontrarles. De todos modos, Nevis no estaba tranquilo. El aire que le rodeaba era perfectamente respirable, cierto, pero no pensaba quitarse el casco ni un segundo, después de lo que le había ocurrido al cibertec. La parte orgánica de Anittas se había corrompido con una rapidez que Nevis todavía encontraba difícil de creer y la gelatina negra que había devorado al cibertec desde el interior era lo más horrible que Kaj había visto en toda su existencia, aunque en ella había presenciado bastantes cosas nada agradables. Kaj Nevis había llegado a la decisión de que prefería morir de asfixia antes de quitarse el traje.

Pero ese peligro podía ser eliminado. Si la maldita Arca había podido ser contaminada también podía ser limpiada. Encontraría la sala de control y se las ingeniaría para conseguirlo, bastaría con un solo sector limpio. Naturalmente, Anittas había dicho que Rica Danwstar se encontraba ya en la sala de control, pero Nevis no pensaba dejarse asustar por ello. De hecho, sentía cierto entusiasmo ante la idea de encontrarse con ella.

Escogió una dirección al azar y se puso en marcha, mientras sus pies metálicos retumbaban sobre el suelo. Que le oyeran, no le importaba. Le gustaba este traje.


Rica Danwstar se había instalado en el asiento del capitán y estaba examinando las lecturas que había logrado proyectar en la pantalla principal. El asiento, grande y cubierto de un plástico muy cómodo, le daba la sensación de estar en un trono. Era un buen sitio para descansar, pero el problema era que lo único que podía hacer era descansar. Resultaba claro que el puente había sido diseñado para que el capitán se mantuviera en su trono y les diera órdenes a los demás oficiales. En el puente superior había nueve estaciones de control y en el pozo inferior había otras doce y serían esos oficiales los encargados de efectuar la programación de los aparatos y de oprimir todos los botones necesarios. Como no había sido lo bastante previsora para hacer que la acompañaran nueve subordinados, Rica no tenía otro remedio que ir de un lado a otro del puente y de una estación a otra para intentar que el Arca se pusiera de nuevo en funcionamiento.

El trabajo era tedioso y prolongado. Cada vez que introducía sus órdenes en una subestación equivocada no se producía ningún resultado útil, pero a medida que iba avanzando, paso a paso, estaba logrando entender el funcionamiento del puente. Al menos, eso le parecía.

Y, al menos, estaba a salvo. Ése había sido su primer objetivo, dejar cerrado el ascensor para que nadie más pudiera utilizarlo y sorprenderla. Mientras estuviera aquí arriba y ellos estuvieran abajo, Rica tenía la carta ganadora en sus manos. Cada sector de la nave tenía su propia subestación y cada una de las funciones especializadas, desde la defensa hasta la clonación pasando por la propulsión y el almacenamiento de datos, tenía su propia sub conexión y su puesto de mando. Pero, desde aquí arriba, podía controlarlo todo y dejar sin efecto las órdenes que otra persona pudiera introducir en los sistemas. Siempre que se diera cuenta de ello, claro, y siempre que lograra averiguar cómo hacerlo… ése era el problema. Sólo podía encargarse de una estación cada vez y sólo podía hacerla funcionar cuando lograba entender al fin la secuencia de órdenes adecuada. Cierto, lo estaba consiguiendo a base de pruebas y errores, pero su avance resultaba lento y más bien torpe.

Se dejó caer en su trono acolchado y examinó la pantalla, sintiéndose orgullosa de sí misma. Al parecer había logrado obtener un informe completo sobre la situación de la nave. El Arca ya le había dado un informe de averías en los sectores y sistemas que habían permanecido sin funcionar durante mil años, esperando unas reparaciones que se encontraban más allá de la capacidad de la nave. Ahora le estaba explicando cuál era la programación actual en curso.

El listado biodefensivo resultaba especialmente aterrador y no parecía terminar nunca. Rica no había oído hablar en su vida de casi ninguna de las enfermedades a las que se había dado rienda suelta para recibirles, pero todas ellas parecían muy desagradables a ¡juzgar por sus nombres. Anittas, de ello no cabía duda, debía formar parte en esos instantes del gran programa que estaba más allá del universo. Su siguiente objetivo, el más obvio, debía ser el incomunicar el puente con el resto de la nave, someterlo a radiación, desinfectar lo y buscar un medio para introducir en él aire no contaminado. De lo contrario, dentro de uno o dos días como mucho, su traje iba a resultarle más bien incómodo.

En la pantalla apareció un mensaje:

BIODEFENSA FASE UNO (MICRO)

INFORME COMPLETO

BIODEFENSA FASE DOS (MACRO)

INFORME EN CURSO

Rica frunció el ceño. ¿Macro? ¿Qué diablos quería decir eso? ¿Plagas enormes?

BIOARMAS PREPARADAS y DISPONIBLES: 47

A continuación la pantalla mostró una críptica información consistente en una larga serie de especies indicadas por sus números. La lista resultaba aburrida y Rica se inclinó nuevamente en el trono del capitán. Cuando la lista hubo terminado en la pantalla aparecieron más mensajes.

TODOS LOS PROCEDIMIENTOS DE

CLONACION TERMINADOS

AVERÍAS EN CUBAS: 671,3312,3379

TODAS LAS AVERÍAS HAN SIDO REPARADAS

CAMPO DE ESTASIS DESCONECTADO

CICLO DE APERTURA EN CURSO

Rica no estuvo muy segura de que ese mensaje le hubiera gustado. Ciclo de apertura, pensó. ¿Qué iba a salir de allí una vez abierto? Por otro lado, Kaj Nevis seguía andando suelto por ahí y si este dispositivo defensivo de segunda fase era capaz de causarle molestias, distraerle o acabar con él, todo ello redundaría en beneficio suyo. Por otra parte, tenía por delante la pesada tarea de buscar la forma de librarse de todas las plagas actuales y no le hacían falta más problemas. Los informes empezaron a desfilar por la pantalla a un ritmo más veloz.

ESPECIE # 22-743.88639-04090

MUNDO NATAL: VILKAKIS

NOMBRE COMÜN: DRACULA ENCAPUCHADO

Rica se irguió en su asiento. Había oído hablar de Vilkakis y de los dráculas encapuchados: unas criaturas muy desagradables. Creyó recordar que se trataba de alguna especie de chupador de sangre provisto de alas y con hábitos nocturnos. Era más bien estúpido, pero poseía una increíble sensibilidad al sonido y su agresividad rayaba en lo irracional. El mensaje desapareció y en su lugar apareció otro.

INICIANDO APERTURA

Un instante después fue reemplazado por otra línea de caracteres que se encendió y apagó tres veces, para luego esfumarse.

TERMINADA

Veamos, ¿como iba a poder desayunarse un drácula encapuchado a Kaj Nevis? Rica pensó que era algo más bien improbable, al menos mientras llevara ese ridículo traje acorazado.

—¡Magnífico! —dijo en voz alta. Ella no disponía de ningún traje similar yeso significaba que por el momento los problemas que estaba creando el Arca eran para ella y no para Nevis.

ESPECIE # 13.612.71425.88812

MUNDO NATAL: MATADERO

NOMBRE COMÚN: GATOS DEL INFIERNO

Rica no tenía ni la menor idea de lo que podía ser un gato del infierno, pero no sentía tampoco ningún deseo especial de averiguarlo. Había oído hablar de Matadero, por supuesto, un mundo pequeño y bastante raro que había engullido a tres oleadas sucesivas de colonizadores y cuyas formas de vida se creía que eran muy poco agradables. Pero, ¿serían lo bastante desagradables para abrise paso a dentelladas por el traje metálico de Nevis? Le parecía dudoso.

INICIANDO APERTURA

¿Cuántas criaturas pensaba escupir la nave? Unas cuarenta y algo, recordó.

—Maravilloso —dijo con voz apagada. La nave se iba a llenar con más de cuarenta monstruos famélicos, cualquiera de ellos perfectamente capaz de comerse a la hija favorita de su madre para desayunar. No, esto no iba a ser nada útil. Rica se levantó y examinó el puente. ¿A qué estación debía acudir para ponerle fin a esta mascarada?

TERMINADA

Rica se dirigió con paso decidido a la zona que antes había identificado como la estación encargada de los procedimientos defensivos y le indicó que cancelara su programación actual.

ESPECIE # 76.102.95994-12965

MUNDO NATAL: JAYDEN DOS

NOMBRE COMÜN: TELARAÑA AMBULANTE

Ante ella parpadeó una hilera de luces y la pequeña pantalla de la consola le indicó que la esfera defensiva exterior del Arca estaba desconectada. Pero, mientras tanto, en la pantalla principal seguían desfilando los mensajes.

INICIANDO APERTURA

Rica dejó escapar un chorro de maldiciones. Sus dedos se movieron velozmente sobre la consola intentando distinguir el sistema que no controlaba la esfera defensiva exterior (la cual, por otra parte, deseaba siguiera conectada) y que dirigía la fase dos de la biodefensa. La máquina no parecía comprenderla muy bien.

TERMINADA

Finalmente logró obtener una respuesta del tablero: estaba en la consola equivocada. Torció el gesto y se dio la vuelta. Naturalmente. Esta consola controlaba la defensa exterior y los sistemas de armamento. Tendría que haber alguna estación encargada del biocontrol.

ESPECIE # 54.749.37377.84921

MUNDO NATAL: PSC92, TSC749, SIN NOMBRE

NOMBRE COMÜN: ARIETE RODANTE

Rica se dirigió a la estación contigua.

INICIANDO APERTURA

El sistema respondió a su petición de que cancelara los procedimientos con una pregunta algo perpleja. No había ningún procedimiento activado en este subsistema.

TERMINADA

Cuatro, pensó Rica con amargura. —Ya es suficiente —dijo en voz alta. Se dirigió hacia la siguiente estación y tecleó en ella una orden de cancelación. Luego, sin esperar a que se produjera o no algún efecto, fue a la consola siguiente y tecleó otra orden de cancelación, acto seguido corrió a la siguiente.

ESPECIE # 67-001-00342-10078

MUNDO NATAL: TIERRA (EXTINGUIDO)

NOMBRE COMÚN: TlRANOSAURUS REX

Ahora estaba corriendo. Carrera, teclear la orden, carrera, teclear la orden, carrera…

INICIANDO APERTURA

Dio la vuelta a todo el puente tan rápidamente como le fue posible. Cuando hubo terminado no estaba segura de qué orden y de qué estación habían sido las buenas, pero en la pantalla se leía el siguiente mensaje:

CICLO DE APERTURA CANCELADO

BIOARMAS ABORTADAS: 3

BIOARMAS LIBERADAS: 5

BIOARMAS PREPARADAS y DISPONIBLES: 39

BIODEFENSA FASE DOS (MACRO)

INFORME TERMINADO

Rica Danwstar permaneció inmóvil con los brazos en jarras y el ceño fruncido. Cinco sueltos. No estaba demasiado mal, después de todo. Creyó que lo había conseguido cuando sólo iban cuatro, pero debía haber tardado una fracción de segundo más de la cuenta. Oh, bueno, de todos modos, ¿qué diablos era un tiranosaurus rex?

Al menos, ahí fuera no había nadie más que Nevis.


Sin la cinta para guiarle, Jefri Lion no había tardado demasiado en perderse a través del laberinto de corredores interconectados. Había acabado adoptando una política muy sencilla: escoger los más anchos con preferencia a los demás, girar a la derecha si los corredores tenían el mismo tamaño y bajar siempre que resultara posible. De momento, parecía funcionar. Ya había oído un ruido.

Se pegó a la pared más próxima, aunque su intento de ocultarse resultó algo comprometido por el incómodo bulto del cañón de plasma que llevaba a la espalda, y escuchó. Sí, estaba claro que era un ruido y que estaba por delante de él. Pisadas. Pisadas bastante ruidosas aunque todavía algo lejanas y que venían en su dirección. Debía de ser Kaj Nevis dentro de su traje de combate.

Sonriendo con satisfacción, Jefri Lion quitó el cañón de plasma del soporte y empezó a montar su trípode.

El tiranosaurio lanzó un rugido. Haviland Tuf pensó que el sonido era francamente aterrador. Apretó los labios con firmeza en una mueca de disgusto y logró meterse, otro medio metro más, hacia el interior del nicho. Decididamente, no estaba nada cómodo. Tuf era un hombre de gran tamaño y aquí dentro no había mucho sitio. Estaba sentado con las piernas dificultosamente dobladas bajo el cuerpo, tenía la espalda tan retorcida que empezaba a dolerle y cada vez que movía la cabeza se golpeaba con la parte superior del nicho. Sin embargo, no le parecía la peor de las situaciones posibles. El lugar era pequeño, cierto, pero le había ofrecido refugio y había logrado ser lo bastante rápido como para llegar hasta él. También había sido una suerte que el banco de trabajo, con todos sus servomecanismos, su terminal de ordenador y su microvisor, estuviera dispuesto sobre una mesa de metal muy gruesa que iba sólidamente sujeta al suelo ya la pared, no siendo la frágil pieza de mobiliario habitual que habría podido ser fácilmente barrida a un lado.

De todos modos, Haviland Tuf no estaba del todo complacido consigo mismo. Tenía la sensación de estar haciendo el ridículo y de que su dignidad había sido seriamente puesta a prueba. No cabía duda de que su habilidad para concentrarse en lo que tenía entre manos, en un momento dado, resultaba digna de elogio pero, con todo, dicho grado de concentración bien podía considerarse como un defecto si le permitía a un reptil carnívoro de siete metros de alto acercársele sin ser advertido.

El tiranosaurio lanzó otro rugido. Tuf pudo sentir cómo la pared vibraba por encima de su cabeza y de pronto las enormes fauces del dinosaurio aparecieron unos dos metros por delante de su rostro al inclinarse la bestia hacia él, apoyándose en su gruesa cola para no perder el equilibrio e intentando cogerle. Por fortuna la cabeza del reptil era demasiado grande y el nicho demasiado pequeño. El tiranosaurio se apartó y lanzó un alarido de frustración que hizo rebotar un sinfín de ecos por toda la estancia. Su cola se agitó nerviosamente estrellándose contra la mesa de trabajo y haciéndola temblar. Algo se hizo pedazos en lo alto de la mesa y Tuf frunció el ceño.

—Vete —dijo con toda la firmeza de que fue capaz, apoyando las manos sobre su estómago e intentando que su expresión fuera de lo más inmutable.

El tirano saurio no le hizo el menor caso. —Tus vigorosos esfuerzos no te servirán de nada —le indicó Tuf—. Eres demasiado grande y la mesa es demasiado resistente, como ya habrías comprendido si tuvieras el cerebro algo mayor que una seta. Lo que es más, indudablemente eres un clon, producido mediante el registro gen ético contenido dentro de un fósil y, por lo tanto, podría decirse que yo tengo más derecho a la vida que tú, dado que tú eres un ser extinguido y deberías seguir en tal estado. ¡Largo de aquí!

La réplica del tirano saurio fue un furioso empellón hacia adelante y un resoplido que tuvo como efecto lanzar sobre Tuf un pequeño diluvio de saliva. Su cola golpeó una vez más el suelo.


Cuando percibió por primera vez un movimiento por el rabillo del ojo Celise Waan lanzó un chillido de pánico.

Dio un paso hacia atrás y giró en redondo para enfrentarse… ¿a qué? Ahí no había nada. Pero ella estaba segura de haber visto algo cerca de esa puerta abierta. Sin embargo, ¿qué había sido? Nerviosa, desenfundó su pistola de dardos. Había dejado en el suelo su rifle láser hacía ya un rato. Pesaba mucho y era incómodo de llevar. El esfuerzo de cargar con él había empezado a resultarle agotador y además dudaba mucho de que fuera capaz de acertar algo con él. La pistola le había parecido mucho más adecuada. Tal y como le había explicado Jefri Lion lanzaba dardos de explosivo plástico, por ¡o cual no le sería necesario dar realmente en el blanco y bastaría con acercarse a él.

Avanzó cautelosamente hacia la puerta y se detuvo junto a ella, levantando la pistola. Quitó el seguro y se arriesgó a echar un rápido vistazo en el interior.

No había nadie. Se dio cuenta de que debía ser algún tipo de almacén. Estaba lleno de equipo sellado con plástico protector y dispuesto en enormes pilas sobre flotadores. Examinó el lugar, cada vez más nerviosa, pensando que quizá ¡o hubiera imaginado todo… pero no. Cuando ya iba a darse la vuelta lo vio de nuevo, una silueta no muy grande pero si muy veloz que apareció en el límite de su campo visual y se esfumó antes de que pudiera distinguirla con claridad.

Pero esta vez había logrado ver dónde se escondía. Celise Waan se lanzó en su persecución, sintiéndose ahora algo más reconfortada, después de todo, la silueta era realmente pequeña.

Dio la vuelta a una pila de equipo y se dio cuenta de que la tenía acorralada. Pero, ¿qué era? Celise Waan avanzó un par de pasos sosteniendo en alto su arma.

Era un gato. Un gato que la contemplaba fijamente, agitando la cola a un lado ya otro. Aunque como gato resultaba algo extraño, desde luego: era muy pequeño, casi parecía un cachorro. Tenía el cuerpo de un blanco muy pálido con brillantes rayas escarlatas, la cabeza resultaba de un tamaño algo superior al normal y en ella ardían dos asombrosos ojos carmesíes.

Otro gato, pensó Celise Waan. justo lo que necesitaba: otro gato.

El gato dio un bufido. Celise Waan retrocedió, levemente sobresaltada. Los gatos de Tuf se le habían enfrentado de vez en cuando, especialmente esa desagradable criatura blanquinegra. Pero no así. Ese bufido había resultado más parecido a un siseo, casi propio de un reptil. No estaba muy segura del porqué, pero le había dado miedo. y su lengua… parecía tener una lengua muy larga y bastante peculiar. El gato lanzó otro bufido. —Ven, gatito —le dijo ella—. Ven aquí, gatito. El animal la contempló sin moverse y sin pestañear, impávido. Luego arqueó el cuerpo hacia atrás y le escupió. El escupitajo dio de lleno en el centro de su visor. Era una espesa materia verdosa que le impidió ver durante unos segundos hasta que se limpió el visor con el dorso de la mano.

Celise Waan decidió que ya había tenido suficiente gatos que soportar.

—Gatito bonito, ven hasta aquí —dijo—. Tengo un regalo para ti.

El gato lazó otro bufido y arqueó el lomo preparándose para escupir de nuevo.

Celise Waan, con un gruñido, le hizo volar en mil fragmentos.


El cañón de plasma le ajustaría perfectamente las cuentas a Kaj Nevis. De eso Jefri Lion no tenía la menor duda. La resistencia del metal con que estaba hecho el traje alienígena era un factor conocido, claro, pero si era comparable a la de los trajes acorazados que llevaban las tropas de asalto del Imperio Federal durante la Guerra de los Mil Años, quizá pudiera repeler el disparo de un láser, soportar pequeñas explosiones o resistir sin problemas un ataque sónico, pero un cañón de plasma era capaz de fundir cinco metros del más sólido acero de un solo disparo. Una buena bola de plasma era capaz de convertir al instante cualquier tipo de armadura personal en metal fundido y Nevis habría quedado incinerado antes de tener tiempo suficiente como para entender qué le había pasado.

La dificultad radicaba en el tamaño del cañón. Era grande y difícil de llevar y la versión teóricamente portátil, con su pequeña pila energética, precisaba casi un minuto entero después de cada disparo para generar otra bola de plasma en su cámara de fuerza. Jefri Lion era consciente de que si su primer disparo fallaba era muy improbable que tuviera tiempo de hacer un segundo intento. Peor aún, incluso con su trípode, el cañón de plasma resultaba difícil de manejar y él llevaba muchos años sin haber pisado un campo de batalla e incluso durante su servicio activo el punto fuerte de Lion había radicado en su mente y en su sentido táctico, no en sus reflejos. Después de haber pasado tantas décadas en el Centro ShanDellor no tenía mucha confianza en la coordinación que pudiera haber en un momento dado entre sus ojos y sus manos.

Así pues, Jefri Lion preparó un plan. Por suerte, los cañones de plasma habían sido empleados con frecuencia para perímetros automatizados y éste poseía la secuencia de fuego automático y la minimente de los modelos habituales. Jefri Lion dispuso el trípode en el centro de un pasillo bastante ancho, aproximadamente a unos veinte metros de una encrucijada. Lo programó con un campo de tiro muy angosto y luego calibró el cubo de fijación de blancos con toda la precisión que pudo conseguir. Después, puso en marcha la secuencia de fuego automático y retrocedió unos pasos con satisfacción. En el interior de la pila vio cómo empezaba a formarse la bola de plasma, haciéndose cada vez más y más brillante. Un minuto después se encendió la luz que indicaba que el cañón estaba listo para disparar. Una vez dispuesta, la minimente del arma era mucho más veloz y poseía una precisión infinitamente superior a la que Lion podía esperar si utilizaba el arma en posición manual. El blanco programado era el centro de la intersección de pasillos que tenía delante, pero sólo dispararía contra objetos cuyas dimensiones excedieran los límites preprogramados.

Por lo tanto, Jefri Lion podía meterse en pleno centro del campo de tiro del arma sin ningún temor, pero Kaj Nevis, dentro de su colosal traje de combate, se iba a encontrar con una sorpresa muy caliente. Ahora lo único que debía hacer era llevar a Nevis a las posición adecuada.

La idea era digna de un genio táctico como el de Napoleón, de Chin Wu o incluso de Stephan Cobalt Northstar. Jefri Lion estaba infinitamente complacido de sí mismo.

Mientras Lion había estado esperando el cañón de plasma el ruido de las pisadas se había ido haciendo más fuerte, pero en el último minuto, aproximadamente, se habían ido debilitando de nuevo. Estaba claro que Nevis había cambiado de rumbo y que no iba a presentarse en la posición adecuada por voluntad propia. Muy bien, pensó Jefri Lion: él se encargaría de llevarle hasta allí.


En la gran pantalla de forma curva, el Arca iba girando sobre sí misma en una sección tridimensional.

Rica Danwstar, que había abandonado el trono del capitán por una posición no tan cómoda pero más eficiente en una de las estaciones del puente, estudió atentamente la imagen y los datos que iban apareciendo bajo ella con cierto disgusto en la expresión. Al parecer, tenía más compañía de la que había creído.

El sistema representaba a las formas de vida dentro de la nave como puntos de un brillante color rojo. Había seis puntos. Uno de ellos se encontraba en el puente y dado que Rica se encontraba obviamente sola, era ella. Pero, ¿cinco más? Aunque Anittas siguiera con vida, sólo habrían debido verse en la imagen otros dos puntos. La imagen no tenía sentido.

Quizá el Arca no fuera realmente un pecio abandonado, después de todo. Quizá todavía hubiera alguien a bordo. A no ser por el hecho de que el sistema afirmaba representar al personal autorizado del Arca como puntos verdes, de los cuales no se veía ninguno en la pantalla.

¿Más ladrones de cadáveres? No parecía muy probable. El único significado posible de lo que veía era que Tuf, Lion y Waan habían logrado abordar la nave, después de todo, aunque no supiera cómo. Además, según los sistemas de la nave había algo vivo en la cubierta de aterrizaje.

Muy bien, eso sí encajaba. Seis puntos rojos querían decir ella, Nevis y Anittas (¿cómo había logrado sobrevivir a las malditas plagas? Los sistemas insistían en que la imagen mostraba sólo organismos vivos) más Tuf, Waan y Lion. Uno de ellos seguía a bordo de la Cornucopia en tanto que los demás…

Era fácil localizar a Kaj Nevis. Los sistemas mostraban también a las fuentes de energía como pequeñas estrellas amarillentas y sólo uno de los puntos rojos estaba rodeado por un halo de tales estrellas. Tenía que ser Nevis dentro de su traje de combate.

Pero, ¿qué era ese segundo punto amarillo de mucho mayor tamaño que ardía en uno de los pasillos vacíos de la cubierta seis? Debía de tratarse de una fuente energética condenadamente fuerte pero, ¿qué era? Rica no lo entendía. junto a ella había visto antes otro punto rojo, pero se había alejado y ahora daba la impresión de estar siguiendo a Nevis, del cual estaba cada vez más cerca.

Mientras tanto, también había puntos negros: las bioarmas del Arca. El gran eje central que atravesaba de un extremo a otro el cilindro asimétrico de la nave estaba prácticamente atestado de puntos negros, pero al menos estos permanecían inmóviles. Otros puntos negros, que debían ser los animales liberados de las cubas, avanzaban por los corredores. Sólo que… había más de cinco. Había, por ejemplo, todo un grupo de puntos negros, quizá treinta o más organismos individuales, fluyendo como un borrón de tinta a través de la pantalla, emitiendo de vez en cuando prolongaciones fugaces. Una de esas prolongaciones se había acercado a un punto rojo y se había apagado de golpe.

También había un punto rojo en el área del eje central. Rica pidió una imagen de ese sector y la pantalla que no paraba de moverse, como si se tratara de algún combate, pensó Rica, mientras estudiaba las letras que aparecían bajo la imagen. Ese punto negro en particular era la especie #67001-00342-10078, el tiranosaurus rex. No cabía duda de que era grande, desde luego.

Se dio cuenta, con cierto interés, de que una luz roja y uno de los puntos negros se estaban acercando a Kaj Nevis. Eso iba a resultar interesante. Aparentemente, iba a perderse toda la diversión, porque ahí abajo estaba a punto de armarse un auténtico infierno.

y ella estaba aquí sentada, sana y salva en la sala de control. Rica Danwstar sonrió.


Kaj Nevis andaba por un corredor, sintiéndose más irritado a cada segundo que pasaba, cuando de repente el mundo entero pareció explotar sobre su nuca. En el interior del casco el sonido resultante fue espantoso. La fuerza del golpe le hizo caer hacia adelante y el traje se estrelló de bruces en el suelo. Sus reflejos habían sido demasiado lentos para permitirle absorber parte del impacto con los brazos.

Pero al menos se había encargado de casi toda la fuerza del choque y Nevis se encontraba ileso. Mientras seguía tendido en el suelo, hizo uña rápida comprobación de sus indicado res y luego sonrió con una mueca lobuna: el traje de combate no había sufrido el menor daño y no tenía ninguna brecha. Rodando sobre sí mismo, logró ponerse trabajosamente en pie.

A veinte metros de distancia, en la encrucijada de los dos corredores, vio a un hombre con un traje presurizado verde y oro, armado como si acabara de saquear un museo militar, que sostenía una pistola en su mano enguantada.

—¡Volveremos a encontrarnos, guardia negro! —gritó la figura a través de los altavoces de su casco.

—CIERTO, LION —replicó Nevis—. ME ALEGRA MUCHO VERTE. VEN AQUÍ y TE DARÉ UN BUEN APRETÓN DE MANOS. —Nevis hizo chasquear las pinzas del traje. La pinza derecha seguía manchada aún con la sangre del cibertec y Nevis esperó que Lion no se hubiese dado cuenta de ello. Era una lástima que su láser tuviera un alcance tan limitado, pero no importaba. Lo único que debía hacer era coger a Lion, quitarle sus juguetes y luego entretenerse un ratito con él, quizá arrancarle las piernas, haciendo luego un agujero en su traje y dejando que la condenada atmósfera de la nave se encargara del resto. Kaj Nevis dio un paso hacia adelante. Jefri Lion siguió inmóvil, alzó su pistola de dardos, apuntándola cuidadosamente con las dos manos, y disparó.

El dardo le dio a Nevis de lleno en el pecho. La explosión fue estruendosa pero esta vez estaba preparado para el impacto. Sintió un cierto dolor en los oídos pero apenas si se movió. Algunas zonas de la intrincada filigrana del traje se habían ennegrecido pero ése era el único daño sufrido.

—VAS A PERDER, VIEJO —dijo Nevis—. ME GUSTA ESTE TRAJE.

Jefri Lion no le respondió. Con gestos rápidos y metódicos enfundó nuevamente su pistola de dardos, cogió el rifle láser y se lo llevó al hombro, apuntando y disparando.

El haz luminoso rebotó en el hombro de Nevis y dio en una pared, abriendo en ella un pequeño agujero chamuscado.

—Una microcapa reflectante —dijo Lion, colgándose de nuevo el rifle a la espalda.

Nevis había cubierto ya más de tres cuartas partes de la distancia que les separaba con sus potentes zancadas y Jefri Lion pareció darse cuenta por fin del peligro que corría. Con un gesto de pánico se dio la vuelta y echó a correr por uno de los pasillos, desapareciendo del campo visual de Nevis.

Kaj Nevis aceleró el paso y se lanzó tras él.


Haviland Tuf era la paciencia personificada.

Estaba sentado tranquilamente con las manos cruzadas sobre su gran estomago y soportando el dolor de cabeza que le habían producido los repetidos golpes dados por el tiranosaurio sobre la mesa que le protegía. Estaba haciendo todo lo posible por ignorar el continuo martilleo que abollaba lentamente el metal por encima de su cabeza, haciendo su situación todavía más incómoda, así como los escalofriantes rugidos del animal y las tan melodramáticas como excesivas muestras de apetito carnívoro que, de vez en cuando, impulsaban al tiranosaurio a inclinarse por encima de la mesa y chasquear futílmente sus abundantes colmillos frente al refugio de Tuf. Para conseguirlo, Tuf intentaba concentrarse en un buen plato de moras rodelianas cubiertas con miel de abeja y mantequilla, procuraba recordar qué planeta en particular poseía la cerveza más fuerte y aromática y planeaba una estrategia tan nueva como soberbia con la cual dejar hecho pedazos a Jefri Lion en su siguiente partida, si es que llegaba a darse tal ocasión.

Por fin sus planes acabaron dando fruto. El reptil, enfurecido, aburrido y frustrado, se marchó. Haviland Tuf esperó hasta no oír el menor ruido en el exterior de su refugio y luego, retorciéndose con dificultad, se quedó por unos instantes tendido en el suelo hasta que las agujas al rojo vivo que le atormentaban las piernas fueron calmándose un poco. Después, reptando cautelosamente, asomó la cabeza al exterior.

Una tenue luz verdosa, un leve zumbido y lejanos ruidos de gorgoteo.

Ni el menor movimiento en ningún sitio. Haviland Tuf salió con grandes precauciones de su refugio.

El dinosaurio había golpeado numerosas veces los restos del diminuto cadáver de Champiñón con su enorme cola y el espectáculo hizo que Tuf sintiera un dolor inconmensurable y una feroz amargura. El banco de trabajo estaba irremisiblemente destrozado.

Pero había muchos otros y lo único que precisaba era una célula.

Haviland Tuf tomó una muestra de tejido y se dirigió con paso cansino hacia el siguiente banco de trabajo. Esta vez se cuidó mucho de permanecer atento por si se producía un eventual ruido de pisadas que indicaran la vuelta del dinosaurio.


Celise Waan estaba contenta. No cabía duda de que había actuado con decisión y eficacia. Esa repugnante criatura parecida a un cachorro de gato no volvería a causarle molestias. Tenía el visor todavía un poco sucio allí donde lo había alcanzado el escupitajo del animal pero, aparte de ello, el encuentro se había saldado con un excelente resultado. Enfundó el arma con una floritura no del todo necesaria y volvió al pasillo.

La mancha de su visor la molestaba un poco. Estaba casi a la altura de sus ojos y oscurecía su campo visual. La frotó con el dorso de la mano, pero eso sólo pareció lograr que el visor se ensuciara todavía más. Agua, eso era lo que hacía falta. Bien, de todos modos había salido en busca de comida y donde hay comida siempre se encuentra también agua.

Caminó con paso vivo por el pasillo, dio la vuelta a una esquina y se detuvo como fulminada por un rayo.

A menos de un metro delante de ella había otra de esas condenadas criaturas de aspecto felino, contemplándola con aire insolente.

Esta vez Celise Waan actuó desde el principio con decisión. Su mano fue en busca de su pistola, pero tuvo algunos problemas para desenfundar la y su primer disparo no acertó del todo al repugnante animal, haciendo explotar en mil pedazos la puerta de una habitación cercana. La explosión fue ensordecedora. El gato lanzó un bufido, arqueó el lomo, escupió igual que había hecho el primero y salió corriendo.

Celise Waan recibió este segundo escupitajo en el hombro izquierdo. Intentó apuntar mejor pero el visor cubierto de suciedad lo hacía bastante difícil.

—¡Narices! —dijo en voz alta e irritada. Cada vez le resultaba más difícil ver. El plástico que tenía delante de los ojos parecía estarse cubriendo de niebla y aunque los bordes de su visor seguían despejados, cuando miraba hacia adelante lo veía todo borroso y distorsionado. Necesitaba realmente limpiar el casco.

Avanzó en la dirección por la que había parecido ver huir al animal, moviéndose lentamente para no tropezar, mientras intentaba oír algo. Le pareció percibir un leve sonido de garras como si el animal estuviera cerca de ella, pero resultaba imposible estar segura.

El visor se estaba poniendo cada vez en peor estado y en esos momentos mirar a través de él era ya como hacerlo por un cristal esmerilado. Todo había cobrado un color blanquecino y sólo veía vagas siluetas. No puedo seguir así, pensó Celise Waan, no puedo seguir así ni un instante más. ¿Cómo podía cazar a esa repulsiva criatura felina si estaba medio ciega? Y, lo que era aún peor, ¿cómo saber adónde se dirigía? No había forma de evitarlo, tendría que quitarse ese maldito casco.

Pero entonces recordó a Tuf y sus lúgubres advertencias sobre la posibilidad de que la atmósfera de la nave estuviera contaminada. ¡Claro que Tuf era un hombre ridículo y un estúpido! ¿Acaso había visto alguna prueba de esa contaminación? No, ninguna en absoluto. Había sacado de Cornucopia a ese enorme gato gris y, desde luego, el animal no había parecido sufrir lo más mínimo con la experiencia. La última vez que lo había visto, Tuf lo llevaba en brazos. Naturalmente, había estado discurseando pomposamente sobre períodos de incubación, pero lo más probable era que sólo estuviera intentando asustarla. Por el modo en que obraba con ella parecía gozar cada vez que ofendía su delicada sensibilidad, como por ejemplo al gastarle aquella broma repugnante con la comida para gatos. Sin duda le parecería perversamente divertido el que hubiera logrado asustarla lo suficiente como para hacerla permanecer durante semanas en ese traje incómodo y apestoso que, además, le venía estrecho.

De pronto se le ocurrió que muy probablemente esas criaturas parecidas a gatos que la estaban atormentando eran obra de Tuf y esa sola idea hizo enfurecer enormemente a Celise Waan. ¡Ese hombre era un bárbaro!

Ya casi no podía ver nada. El centro del visor se había vuelto completamente opaco.

Tan decidida como irritada, Celise Waan quitó los sellos protectores del casco y lo arrojó tan lejos como pudo.

Aspiró hondo. El aire de la nave era ligeramente frío y había en él una cierta sequedad no del todo agradable, pero al menos no estaba tan rancio como el reciclado por su traje. ¡Vaya, si era bueno! Celise Waan sonrió. En el aire no había nada pernicioso. Ya tenía ganas de encontrar a Tuf y ajustarle las cuentas como se merecía, aunque sólo fuera de palabra.

Entonces miró hacia abajo y se quedó atónita. Su guante, el dorso de la mano izquierda, la mano que había usado para limpiarse el escupitajo del gato. En el tejido de color dorado había ahora un gran agujero e incluso el entramado metálico que había bajo la superficie parecía, bueno, ¡corroído!

¡Ese gato, ese condenado gato! Si ese escupitajo hubiera llegado a darle en la piel habría… habría… De pronto recordó que ahora ya no llevaba casco. En el otro extremo del pasillo hubo un movimiento fugaz y otro animal parecido a un gato emergió de una puerta abierta.

Celise Waan lanzó un chillido, blandió su pistola y disparó tres veces en rápida sucesión. Pero el animal era demasiado veloz para ella y en una fracción de segundo había vuelto a esfumarse.

No estaría a salvo hasta que esa pestilente criatura hubiera sido liquidada, pensó. Si dejaba que huyera podía saltar sobre ella en cualquier momento cuando estuviera desprevenida, tal y como le gustaba tanto hacerlo a ese molesto cachorro blanco y negro de Tuf. Celise Waan puso un nuevo cargador de dardos explosivos en su pistola y avanzó cautelosamente en persecución del animal.


El corazón de Jefri Lion latía como no lo había hecho durante años. Le dolían las piernas y su respiración se había convertido en un ronco jadeo. Su organismo rebosaba de adrenalina. Intentó correr aún más rápido. Ya sólo faltaba un poco, este pasillo, dar la vuelta a la esquina y luego quizá veinte metros hasta la próxima intersección.

El suelo temblaba cada vez que Kaj Nevis plantaba en él uno de los pesados discos metálicos que le servían de pies y en una o dos ocasiones Jefri Lion estuvo a punto de tropezar, pero el peligro parecía aumentar todavía más la emoción que sentía. Estaba corriendo como si aún fuera joven y ni tan siquiera las zancadas de Nevis, monstruosamente aumentadas por el traje, eran capaces de alcanzarle, por el momento. Aunque sabía que su perseguidor acabaría atrapándole si la persecución se prolongaba demasiado.

Mientras corría cogió una granada luminosa de su bandolera y cuando oyó una de las malditas pinzas de Kaj Nevis chasquear a un metro escaso de su espalda Jefri Lion le quitó el seguro y la arrojó por encima del hombro, apretando aún más el paso y dando la vuelta, por fin, a la última esquina.

Al doblarla se volvió ¡justo a tiempo para ver cómo una silenciosa flor de cegadora luz blanco azulada se abría en el corredor que había dejado apenas hacía un segundo. Sólo la luz reflejada por los muros bastó para dejar deslumbrado a Jefri Lion durante unos instantes. Retrocedió cautelosamente, observando la intersección de pasillos. La granada tendría que haberle quemado las retinas a Nevis y la radiación bastaba para matarle en unos segundos.

La única señal que había de Nevis era una enorme sombra, de una negrura absoluta, que se proyectaba más allá de la intersección de los corredores.

Jefri Lion se batió en retirada, jadeando. y Kaj Nevis, andando muy despacio, apareció en la esquina. Su visor estaba tan oscurecido que parecía casi negro pero, mientras Lion le observaba, el brillo rojo volvió a encenderse lentamente hasta alcanzar su intensidad habitual.

—¡MALDITO SEAS TÜ y TODOS TUS JUGUETES ESTÚPIDOS! —retumbó la voz de Nevis.

Bueno, pensó Jefri Lion, no importaba. El cañón de plasma se encargaría de él, no cabía duda de eso, y ahora sólo estaba a unos diez metros de la zona de fuego.

—¿Abandonas, Nevis? —le desafió, avanzando sin prisas hacia la zona de fuego—. ¿Quizás el viejo soldado ha resultado demasiado rápido para ti?

Pero Kaj Nevis no se movió. Por un momento Jefri Lion se quedó perplejo. ¿Le habría logrado alcanzar la radiación, después de todo, a pesar de su traje? No, era imposible. Pero Nevis no podía abandonar ahora la cacería, no cuando Lion le había logrado llevar con tanto trabajo hasta la zona de fuego y su sorpresa en forma bola de plasma. Nevis se rió. Estaba mirando por encima de la cabeza de Lion. Jefri Lion alzó los ojos justo a tiempo de ver cómo algo abandonaba su escondite en el techo y se lanzaba aleteando sobre él. La criatura era negra como la pez y se impulsaba con unas oscuras y enormes alas de murciélago. Tuvo una fugaz visión de unos ojos rasgados de color amarillo en los cuales ardían dos angostas pupilas rojizas. Luego la oscuridad le envolvió como una capa y una carne, húmeda y rugosa como el cuero, tapó su boca ahogando su grito de sorpresa y pavor.


Rica Danwstar pensó que, de momento, todo era muy interesante.

Una vez se había logrado dominar el sistema y comprenderlos mandos, se podía descubrir un montón de cosas. Por ejemplo, se podía descubrir la masa aproximada y la configuración corporal de todas esas lucecitas que se movían en la pantalla. El ordenador era incluso capaz de preparar una simulación tridimensional siempre que se le pidiera educadamente, cosa que Rica hizo.

Ahora todo estaba empezando a encajar. Así que, después de todo, Anittas había desaparecido de la escena. El sexto intruso, el de Cornucopia, era solamente uno de los gatos de Tuf.

Kaj Nevis y su supertraje andaban persiguiendo a Jefri Lion por la nave. Pero uno de los puntos negros, un drácula encapuchado, acababa de caer sobre Lion.

El punto rojo que representaba a Celise Waan había dejado de moverse aunque no se había apagado. La gran masa negra de puntos se estaba acercando a ella.

Haviland Tuf estaba solo en el eje central, metiendo algo dentro de una cuba clónica e intentando pedirle al sistema que activara el campo temporal. Rica dejó que la orden siguiera su curso.

Y el resto de las bioarmas andaban sueltas por los corredores.

Rica decidió que lo mejor sería dejar que las cosas se aclararan un poco por sí mismas antes de que ella interviniera.

Mientras tanto, había logrado desenterrar el programa necesario para limpiar de plaga el interior de la nave. Primero tendría que cerrar todos los sellos de emergencia, clausurando cada sector de modo individual. Luego podría dar principio al proceso: evacuación de atmósfera, filtración, irradiación con un factor de redundancia masiva, incorporado en pro de la seguridad y finalmente, cuando la atmósfera nueva llenara la nave, instalación en ella de los antígenos adecuados. Complicado y largo, pero efectivo.

Y Rica no tenía ninguna prisa.


Lo primero que le había fallado fueron las piernas. Celise Waan estaba tendida en el centro del pasillo, en el que había caído, con la garganta oprimida por el terror. Todo había ocurrido tan de repente. En un momento dado había estado corriendo por el pasillo persiguiendo al maldito gato y de pronto había sufrido un terrible mareo que la había dejado excesivamente débil como para continuar. Había decidido descansar un instante para recuperar el aliento y se había sentado en el suelo, pero no había notado un gran alivio. Luego, al querer levantarse porque se notaba cada vez peor, as piernas se le doblaron cual si estuvieran hechas de goma y Celise Waan se derrumbó de bruces en el suelo.

Después de eso sus piernas se habían negado a moverse y ya ni tan siquiera podía sentirlas. De hecho, no tenía sensación alguna por debajo de la cintura y la parálisis estaba trepando lentamente por su cuerpo. Aún podía mover los brazos, pero cuando lo hacía notaba un agudo dolor y sus movimientos eran tan torpes como lentos.

Tenía la mejilla apretada contra el suelo. Intentó alzar la cabeza y no lo consiguió. De pronto todo su torso se estremeció con una insoportable punzada de dolor.

A dos metros de distancia uno de los animales parecidos a gatos asomó por una esquina y clavó en ella sus enormes y aterradores ojos. Su boca se abrió en un lento bufido.

Celise Waan intentó no chillar. Aún tenía la pistola en la mano. Lenta y temblorosamente la fue arrastrando hasta que estuvo delante de su rostro. Cada movimiento era una agonía. Luego apuntó tan bien como pudo, bizqueando para distinguir el punto de mira, y disparó.

El dardo dio en el blanco. y Celise Waan recibió un diluvio de fragmentos de animal. Uno de ellos, húmedo y repugnante, aterrizó sobre su mejilla.

Se sintió un poco mejor. Al menos había logrado matar al animal que la atormentaba y estaba a salvo de eso. Seguía enferma e indefensa, claro, y quizá lo mejor sería descansar. Sí, dormiría un poco y después se encontraría mejor. Otro animal apareció de un salto en el pasillo. Celise Waan intentó moverse y vio que el esfuerzo era inútil. Cada vez le pesaban más los brazos.

Al primer animal le siguió un segundo. Celise arrastró nuevamente su arma hasta tenerla junto a la mejilla e intentó apuntar. Un tercer animal apareció junto a los otros dos, distrayéndola, y el dardo erró el blanco, explotando inofensivamente a lo lejos.

Uno de los gatos le lanzó un escupitajo. Le dio de lleno entre los ojos.

El dolor resultaba absolutamente increíble. Si hubiera podido moverse, se habría arrancado los ojos de las cuencas y habría rodado por el suelo, dando alaridos y arañándose la piel. Pero no podía moverse. Lanzó un chillido casi inaudible.


Su visión se convirtió en una borrosa mancha de color y luego se esfumó.

Oyó… patas. Ruido de patas acolchadas, leve y sigiloso. Patas de gato.

¿Cuántos había? Celise sintió un peso en la espalda. y luego otro, y otro. Algo golpeó su paralizada pierna derecha y sintió vagamente cómo se desplazaba por encima de ella.

Sintió el ruido de un escupitajo y su mejilla se incendió. Estaban por todas partes, encima de ella, arrastrándose a su alrededor. Podía notar su duro pelaje en una mano. Algo le mordió la nuca. Gritó pero el mordisco continuó y se hizo más hondo, pequeños dientes puntiagudos que se afianzaron en su carne y empezaron a tirar de ella.

Otro mordisco en un dedo. Sin saber cómo, el dolor le dio fuerzas y logró mover la mano. Al hacerlo se alzó una cacofonía de bufidos a su alrededor, las irritadas protestas de los animales. Sintió que le mordían la cara, la garganta, los ojos. Algo estaba intentando meterse dentro de su traje.

Movió la mano lenta y torpemente. Apartó cuerpos de animales, recibió mordiscos y siguió moviéndola. Tanteó su cinturón y por último sintió el objeto duro y redondo entre sus dedos. Lo sacó del cinturón y lo acercó a su rostro, sosteniéndolo con toda la fuerza que le quedaba.

¿Dónde estaba el gatillo para armarla? Su pulgar recorrió el objeto, buscando. Ahí. Le dio media vuelta y luego lo apretó tal y como Lion le había dicho.

Cinco, recitó en silencio, cuatro, tres, dos, uno. y! en su último instante, Celise Waan vio la luz.

Kaj Nevis se había reído mucho contemplando el espectáculo.

No sabía qué demonios era esa condenada cosa, pero había resultado más que suficiente para entendérselas con Jefri Lion. Cuando cayó sobre él le rodeó con las alas y durante unos cuantos minutos Lion luchó y se debatió, rodando por el suelo con la criatura tapándole la cabeza y los hombros. Parecía un hombre luchando con un paraguas y el resultado era de una irresistible comicidad.

Finalmente Lion acabó quedándose inmóvil. Sólo sus piernas se agitaban de vez en cuando débilmente. Sus gritos cesaron y en el corredor se oyó un rítmico sonido de succión.

Nevis estaba tan divertido como contento de lo que había pasado, pero se imaginó que lo mejor sería no dejar ningún cabo suelto. La criatura estaba absorta alimentándose de Lion, y Nevis se acercó a ella tan silenciosamente como pudo, lo cual no era gran cosa, y la agarró. Cuando la arrancó de los restos de Jefri Lion se oyó un ruido parecido al que hace una botella al ser descorchada.

Maldición, pensó Nevis, un trabajo de todos los diablos. Toda la parte frontal del casco de Lion estaba reventada. La criatura poseía una especie de pico para chupar, de una consistencia cercana a la del hueso, y lo había clavado directamente en el visor de Lion, absorbiéndole después la mayor parte del rostro. Un espectáculo bastante feo, a decir verdad. La carne parecía casi derretida y en algunas zonas asomaba el hueso.

El monstruo aleteaba locamente en sus brazos y emitía un chillido bastante desagradable, a medio camino entre el gimoteo y el zumbido. Kaj Nevis extendió su brazo, apartándolo tanto como pudo, y dejó que aleteara mientras lo estudiaba. La criatura atacó su brazo, una y otra vez, pero no consiguió resultado alguno. Le gustaban esos ojos. Eran realmente malignos y aterradores. Pensó que la criatura podía resultar útil y se imaginó lo que pasaría una noche si soltaba de golpe doscientas cosas de su especie en Shandicity. ¡Oh, sí! estarían dispuestos a pagar el precio que pidiera. Le darían lo que pidiera, fuera lo que fuera: dinero, mujeres, poder, incluso el condenado planeta entero si eso era lo que deseaban. Iba a ser muy divertido poseer semejante nave.

Mientras tanto, sin embargo, esta criatura en concreto podía acabar siendo más bien una molestia.

Kaj Nevis agarró un ala con cada mano y la partió en dos. Luego, sonriendo, regresó por donde había venido.


Haviland Tuf comprobó de nuevo los instrumentos y ajustó delicadamente el flujo del líquido. Una vez satisfecho, cruzó las manos sobre el estómago y se acercó a la cuba en cuyo interior giraba un líquido opaco de un color entre el rojo y el negro. Al contemplarlo Tuf sintió algo parecido al vértigo, pero sabía que eso era sólo un efecto colateral del campo de estasis. En ese pequeño tanque, tan diminuto que casi podía rodearlo con las dos manos, se estaban desplegando vastas energías primigenias e incluso el tiempo se aceleraba para cumplir sus órdenes. Verlo le producía una extraña sensación de reverencia y temor.

El baño nutritivo se fue aclarando gradualmente hasta volverse casi traslúcido y en su interior a Tuf le pareció por un segundo que podía distinguir ya una silueta oscura que cobraba forma, creciendo y creciendo visiblemente. Todo el proceso ontogenético se desarrollaba ante sus mismos ojos. Cuatro patas, sí, ya podía verlas. y una cola. Tuf llegó a la conclusión de que eso sólo podía ser una cola.

Regresó a los controles. No deseaba que su creación fuera vulnerable a las plagas que habían acabado con Champiñón. Recordó la inoculación que el tirano saurio había recibido muy poco antes de su inesperada y más bien molesta liberación. Sin duda tenía que existir un modo para administrar los antígenos y la profilaxis adecuada antes de completar el proceso de nacimiento. Haviland Tuf empezó a buscar cuál era exactamente ese modo.


El Arca estaba casi limpia. Rica había sellado ya las barreras en tres cuartas partes de la nave y el programa de esterilización seguía su curso, con la lógica automatizada e inexorable que le era propia. La cubierta de aterrizaje, la sección de ingeniería, la sala de máquinas, la torre de control, el puente y nueve sectores más aparecían ahora con un pálido y limpio color azul en la imagen de la gran pantalla. Sólo el gran eje central, los corredores principales y las áreas de laboratorios cercanas a él seguían teñidas por ese rojo casi corrosivo que indicaba una atmósfera repleta de enfermedades y muerte en una miriada de formas distintas.

Eso era justamente lo que Rica Danwstar deseaba. En esos sectores centrales, conectados entre sí, estaba teniendo lugar otro tipo de proceso que poseía una lógica igualmente implacable. La ecuación final de ese proceso, no le cabía duda, la dejaría como única dueña y señora de la sembradora y de todo su conocimiento, poder y riqueza.

Dado que el puente ya estaba limpio, Rica se había quitado el casco y daba gracias de haber podido hacerlo. También había pedido un poco de comida. En concreto, una gruesa tajada proteínica, obtenida de una criatura llamada bestia de carne, que el Arca había mantenido en un suculento estasis durante mil años, y que había engullido acompañada por un gran vaso de agua dulce y helada que sabía ligeramente a miel de Milidia. Mientras observaba los informes que fluían en la pantalla, había ido comiendo y bebiendo, disfrutando enormemente a cada bocado.

Las cosas se habían simplificado considerablemente ahí abajo. Jefri Lion había salido de escena y en cierto modo le parecía lamentable. Era un hombre inofensivo, aunque su ingenuidad resultara a veces insoportable. Celise Waan estaba también fuera de juego y, por sorprendente que pareciera, se las había arreglado para llevarse consigo a los gatos del infierno. Kaj Nevis se había encargado del drácula encapuchado.

Sólo quedaban Nevis, Tuf y ella.


Rica sonrió. Tuf no representaba ningún problema. Estaba muy ocupado fabricando un gato y siempre había un modo sencillo y rápido para eliminarle. No, el único obstáculo real que se interponía aún entre Rica y el trofeo final era Kaj Nevis y el traje de combate Unqi. Lo más probable era que en esos instantes Kaj se encontrara realmente confiado yeso era bueno. Que siguiera así, pensó Rica.

Terminó de comer y se lamió los dedos. Pensaba que ya había llegado el momento de su lección zoológica. Pidió los informes existentes sobre las tres bioarmas que todavía vagaban por la nave y pensó que si alguna de ellas resultaba adecuada no debía preocuparse. Después de todo, le quedaban aún treinta y nueve más en el campo de estasis, esperando el momento de la liberación. Podía escoger a su verdugo sin ningún tipo de problemas.

¿Un traje de combate? Lo que tenía a su disposición era mejor que cien trajes de combate.

Una vez hubo terminado de leer los perfiles zoológicos Rica Danwstar sonreía ampliamente.

Basta de reservas y precauciones. El único problema era hacer las presentaciones del modo adecuado. Comprobó la geografía de la zona en la gran pantalla y trató de pensar en lo tortuosa que podía llegar a ser, en último extremo, la mente del viejo Kaj Nevis.

Rica sospechaba que no lo suficiente.


Los malditos pasillos seguían interminablemente y nunca parecían llevar a ningún sitio que no fueran más pasillos. Sus indicadores mostraban que ya estaba usando el aire del tercer tanque. Kaj Nevis sabía que era imprescindible encontrar rápidamente a los demás y quitarles de enmedio para poder dedicarse luego a resolver el problema de cómo demonios funcionaba aquella condenada nave.

Estaba recorriendo un pasillo especialmente largo y amplio cuando, de repente, una especie de cinta plástica incrustada en el suelo empezó a relucir bajo sus pies.

Nevis se detuvo y frunció el ceño. La cinta relucía casi como si intentara indicarle algo. Iba en línea recta hacia adelante y luego torcía por la siguiente intersección de pasillos penetrando en el de la derecha.

Nevis dio un paso hacia adelante y la parte de cinta que tenía a la espalda se apagó.

Le estaban indicando que fuera hacia algún sitio. Anittas había dicho algo respecto a que estaba conduciendo a varias personas dentro de la nave justo antes de recibir su pequeño corte de pelo. ¿Así que lo hacía de ese modo? ¿Sería quizá posible que el cibertec gozara todavía de algún tipo de vida dentro del ordenador del Arca? Nevis lo dudaba. Anittas le había dado la impresión de estar muerto y bien muerto y Kaj tenía mucha experiencia en cuanto a cómo hacer que alguien se muriera. Entonces, ¿de quién se trataba ahora? Rica Danwstar, por supuesto. Tenía que ser ella. El cibertec dijo que la había conducido hasta la sala de control.

Entonces, ¿a dónde estaba intentando llevarle? Kaj Nevis lo estuvo meditando durante unos instantes. Dentro de su traje de combate tenía la sensación de que era invulnerable a casi todo pero, ¿por qué correr riesgos? Además, Danwstar era una perra traicionera y entraba perfectamente dentro de lo posible que estuviera pensando en hacerle dar vueltas y vueltas sin rumbo hasta que se le terminara el aire.

Se dio la vuelta con ademán decidido y partió en dirección opuesta a la indicada por la seductora cinta plateada.

Al llegar a la siguiente encrucijada una cinta verde se encendió de repente, señalando hacia su izquierda.

Kaj Nevis giró hacia la derecha. El pasillo terminaba abruptamente ante dos ascensores en forma de espiral. Cuando Nevis se detuvo, uno de los ascensores empezó a subir, moviéndose como un sacacorchos. Nevis torció el gesto y se dirigió hacia el que no se había movido.

Bajó tres niveles y, al llegar al fondo, se encontró en un pasillo angosto y oscuro. Antes de que Nevis pudiera decidirse por una de las dos direcciones posibles oyó un chirrido metálico y de la pared emergió un panel que cerró la entrada por la derecha.

Así que la perra seguía intentándolo, pensó con furia, y se volvió hacia la izquierda. El corredor parecía irse ensanchando pero se volvía todavía más oscuro. De vez en cuando se distinguían confusamente enormes masas de viejas máquinas. A Nevis no le gustó nada su aspecto.

Si Danwstar pensaba que iba a poderle conducir como una oveja a su trampa, sólo con cerrar unas cuantas puertas, pronto se daría cuenta de cuán equivocada estaba. Nevis se volvió hacia la parte del pasillo que había quedado cerrada por el panel, levantó el pie y le dio una buena patada. El ruido fue ensordecedor. Siguió dándole patadas y luego empezó a usar también los puños, empleando toda la fuerza aumentada que le daba el exoesqueleto del traje.

Luego, sonriendo, pasó sobre los restos del panel destrozado y entró en el oscuro pasillo que Danwstar había intentado dejar fuera de su alcance. El suelo era de metal y las paredes casi le rozaban los hombros. Nevis pensó que debía tratarse de algún tipo de acceso para reparaciones, pero quizás acabara llevándole hasta un lugar importante. ¡Demonios!, tenía que conducir a un lugar importante. De lo contrario, ¿por qué había querido impedirle la entrada en él?

Siguió andando, haciendo resonar sus pies sobre las placas metálicas del suelo. El pasillo se hacía cada vez más oscuro, pero Kaj Nevis estaba decidido a llegar hasta el final. En un punto del trayecto el pasillo giraba hacia la derecha y se estrechaba hasta tal punto que tuvo que retraer los brazos dentro del traje y esforzarse mucho para poder pasar.

Una vez lo hubo conseguido vio delante suyo un pequeño cuadrado luminoso. Nevis se dirigió hacia él pero se detuvo en seco un instante después. ¿Qué era aquello?

Ante él, flotando en el aire, había lo que parecía una especie de mancha negra.

Kaj Nevis avanzó hacia ella cautelosamente. La mancha negra no era muy grande y tenía forma redondeada, bastante parecida al puño de un hombre. Nevis se mantuvo a un metro de distancia y la estudió. Parecía otra criatura tan condenadamente fea como la que se había tomado a Jefri Lion de cena, pero aún más extraña. Vista de cerca tenía un color marrón oscuro y su piel parecía estar echa de rocas. De echo, casi parecía ser una roca. La única razón para que Nevis la creyera dotada de vida era su boca, un húmedo agujero negro que se abría en la piel rocosa de la criatura. El interior de la boca era de un color verdoso y no paraba de palpitar. Nevis distinguió unos dientes o algo que se les parecía mucho, pero que estaban hechos de metal. Le pareció ver que había tres hileras de ellos, medio escondidos por una carne verde de aspecto gomoso que latía lenta y rítmicamente.

Lo más extraño e increíble de la criatura era su movilidad. Al principio Nevis pensó que flotaba en el aire pero, al acercarse un poco más, vio que se había equivocado. Estaba suspendida en el centro de una telaraña increíblemente fina cuyas hebras eran tan delgadas que resultaban prácticamente invisibles. De hecho, las terminaciones de las hebras eran invisibles. Nevis logró ver las partes más gruesas y cercanas a la criatura, pero la telaraña parecía hacerse más y más fina a medida que se iba extendiendo y, al final, resultaba imposible ver los puntos en que se pegaba a las paredes, el suelo o el techo, por mucho que intentara encontrarlos.

Entonces, era una araña. y muy rara. Su aspecto rocoso le hizo pensar que debía tratarse de una forma de vida basada en el silicio. Había oído hablar de cosas parecidas en sus viajes, pero resultaban condenadamente raras. Así que estaba ante una especie de araña de silicio. Estupendo.

Kaj Nevis se acercó un poco más. Maldición, pensó. La telaraña o lo que había creído que era la telaraña, no era tal. ¡Maldita sea!, esa condenada cosa no estaba sentada en el centro de la telaraña. Era parte de ella. Se dio cuenta de que las delgadas hebras brillantes crecían de su cuerpo, aunque apenas si pudo distinguir las uniones con éste. y había más de las que había creído en un principio… Había centenares, quizá millares incluso, la mayor parte demasiado delgadas para que se las pudiera distinguir desde lejos, pero si se las miraba desde el ángulo adecuado se podía percibir el reflejo plateado de la luz de ellas.

Nevis retrocedió un paso, algo intranquilo pese a la seguridad que le daba su traje acorazado y sin tener realmente una buena razón para ello. Detrás de la araña de silicio se veía brillar la luz al final del pasillo. Ahí debía encontrarse algo importante y por eso había intentado con tal empeño Rica Danwstar mantenerle alejado.

Eso es, pensó con satisfacción. Probablemente ahí debía estar la maldita sala de control y en su interior debía estar Rica agazapada, y esa estúpida araña era su última línea defensiva. Sólo de verla le entraban escalofríos pero, ¿qué demonios podía hacerle?

Kaj Nevis alzó su pinza derecha disponiéndose a partir la telaraña.

Las pinzas metálicas, manchadas aún de sangre, se cerraron sin ningún problema sobre la hebra más cercana. y un instante después fragmentos de metal Unqui manchados de sangre se estrellaron sobre las placas del suelo.

La telaraña empezó a vibrar. Kaj Nevis contemplo atónito su brazo inferior derecho. Le faltaba la mitad de la pinza, limpiamente cortada. Sintió en su garganta el sabor amargo de la bilis y retrocedió primero un paso, luego otro y otro más, poniendo más distancia entre él y la cosa del pasillo.

Mil hebras delgadísimas se convirtieron en un millar de patas. Al moverse dejaron mil agujeros en el metal de las paredes y bastó con que tocaran el suelo para que lo perforasen.

Nevis echó a correr. Logró mantenerse por delante de la criatura hasta llegar al estrechamiento del pasillo que había cruzado antes.

Aún estaba retrayendo los enormes brazos del traje y debatiéndose con furor cuando la telaraña ambulante le atrapó. Nevis la vio avanzar hacia él oscilando sobre una multitud de patas invisibles, con su boca palpitante. Nevis gritó aterrado, y mil brazos de silicona mononuclear le envolvieron.

Nevis alzó uno de los enormes brazos del traje para aferrar la cabeza de la criatura y reducirla a pulpa, pero las patas estaban por todas partes a la vez, ondulando lánguidamente a su alrededor hasta encerrarle. Se lanzó contra ellas y las patas atravesaron fácilmente el metal, la carne y el hueso. Un chorro de sangre brotó de su brazo amputado y Nevis apenas si tuvo tiempo para gritar.

Un segundo después, la telaraña ambulante se cerró sobre él.


Una grieta fina como un cabello apareció en el plástico de la cuba vacía y el gatito la golpeó con una pata. La grieta se hizo un poco más grande. Haviland Tuf se inclinó sobre él y cogió al gatito con una mano, acercándolo luego a su rostro. No era muy grande y parecía algo débil. Quizás había empezado demasiado pronto el proceso de nacimiento. Tendría más cuidado en su próximo intento, pero por esta vez la inseguridad de su posición y el tener que vigilar constantemente para que un tiranosaurio inquieto no interrumpiera su trabajo, habían dado como resultado, al parecer, una prisa excesiva.

De todos modos, le pareció que había tenido bastante éxito. El gatito maulló y Haviland Tuf pensó que sería necesario alimentarle con un biberón de leche, tarea que le pareció fácilmente realizable. El gatito apenas si podía abrir los ojos y su largo pelaje gris estaba todavía mojado a causa de los fluidos en los que había estado sumergido hasta hacia muy poco. ¿Habría sido alguna vez Champiñón realmente tan pequeño?

—No puedo llamarte Champiñón —le dijo solemnemente a su nuevo compañero—. Es cierto que genéticamente tú y él sois iguales, pero Champiñón era Champiñón, en tanto que tú eres tú y no me gustaría empezar a crearte confusiones. Te llamaré Caos, con lo que resultarás un compañero muy adecuado para Desorden. —El gatito se agitó en la palma de su mano y le guiñó un ojo como si le hubiera entendido. Claro que, como bien sabía Tuf, todos los felinos poseen ciertas cualidades extrasensoriales.

Ya no le quedaba nada por hacer allí. Quizás había llegado el momento de buscar a sus anteriores y poco fiables compañeros para intentar alcanzar con ellos cierto arreglo que resultara mutuamente beneficioso. Sosteniendo a Caos junto a su cuerpo, Haviland Tuf se puso en marcha dispuesto a encontrarlos.


Cuando la luz roja que representaba a Nevis desapareció de la pantalla, Rica Danwstar pensó que casi todo estaba listo. Ya sólo quedaban ella y Tuf, lo cual, a efectos prácticos, significaba que era dueña y señora del Arca.

¿Qué diablos iba a hacer con ella? Resultaba difícil responder a esa pregunta. ¿Venderla a un consorcio de armamentos o al mundo que ofreciera el precio más alto? Dudoso. No confiaba en nadie que poseyera tanto poder. Después de todo, el poder corrompe. Quizá debiera conservarla en sus manos, pero vivir dentro de ese cementerio iba a resultar espantosamente solitario por mucho que su propia corrupción la hiciera inmune a las tentaciones del poder. Siempre podía buscar una tripulación, claro. Llenar la nave de amigos, amantes y subordinados. Sólo que, ¿cómo confiar en ellos? Rica frunció el ceño. Bueno, el problema era bastante espinoso, pero tenía mucho tiempo para resolverlo. Ya pensaría en ello después.

En esos instantes tenía un problema más urgente a considerar. Tuf había salido ahora mismo de la cámara central de clonación y se había metido en los pasillos. ¿Qué hacer con el?

Rica estudió la pantalla. La telaraña seguía en su cubil, caliente y cómodo, probablemente alimentándose todavía con Nevis. Las cuatro toneladas del ariete rodante se encontraban en el corredor principal de la cubierta seis, moviéndose de un lado a otro como una gigantesca bola de cañón viviente y no muy lista, rebotando en las paredes y buscando vanamente algo orgánico sobre lo que rodar, aplastándolo, para luego digerirlo.

El tiranosaurio se encontraba en el nivel adecuado. ¿Qué estaría haciendo? Rica tecleó los controles pidiendo información más detallada y sonrió. Si podía fiarse de los informes estaba comiendo. ¿Comiendo qué? Por unos momentos no supo qué pensar y de pronto lo comprendió. Debía de estar engullendo los restos de Jefri Lion y el drácula encapuchado, ya que el lugar donde se encontraba parecía el mismo donde habían muerto.

Pensándolo bien, estaba bastante cerca de Tuf. Por desgracia, cuando se puso otra vez en marcha lo hizo en la dirección errónea. Quizá pudiera prepararle una cita.

Claro que no debía subestimar a Tuf. Ya había logrado escapar por una vez al reptil y quizá pudiera escapar de nuevo. Incluso si le atraía al nivel en que se encontraba el ariete tendría el mismo tipo de problema. Tuf poseía cierta astucia animal e innata. jamás lograría engañarle de un modo tan tosco como al viejo Nevis, ya que era demasiado sutil. Recordó las partidas que habían disputado a bordo de la Cornucopia y la forma en que Tuf las había ganado todas.

¿Soltar quizá unas cuantas bioarmas más? Sería fácil hacerlo.

Rica Danwstar vaciló unos instantes. Ah, qué diablos, pensó, hay un modo más sencillo de hacerlo. Ya iba siendo hora de ponerse manos a la obra personalmente.

En uno de los brazos del trono del capitán había una delgada diadema de metal iridiscente que Rica había sacado antes de un compartimiento. La cogió y la hizo pasar brevemente por un lector para comprobar los circuitos, poniéndosela luego en la cabeza con una inclinación algo osada. Después se puso el casco, selló su traje y tomó su arma. Una vez más en la brecha…


Recorriendo los pasillos del Arca, Haviland Tuf encontró una especie de vehículo consistente en una pequeña plataforma descubierta provista de tres ruedas. Llevaba cierto tiempo de pie y antes de ello había estado escondiéndose bajo una mesa por lo cual agradeció sumamente la ocasión de sentarse. Puso en marcha el vehículo, ajustando la velocidad para que no fuera demasiado aprisa, se reclinó en el asiento y miró hacia adelante. Caos iba cómodamente instalado en su regazo.

Tuf recorrió varios kilómetros de pasillo. Como conductor, era metódico y cauteloso. Se detenía en cada encrucijada, miraba a derecha e izquierda y sopesaba las posibles opciones antes de actuar. Se desvió por dos veces, en parte obedeciendo a la lógica y en parte al más puro capricho, pero, normalmente, iba por los pasillos más anchos. En una ocasión detuvo el vehículo y bajó de él para explorar una hilera de puertas que le parecieron interesantes. No vio nada digno de mención y no encontró a nadie. De vez en cuando, Caos se removía en su regazo.

Y de pronto vio a Rica Danwstar.

Haviland Tuf detuvo su vehículo en el centro de una gran intersección. Miró a la derecha y pestañeó varias veces. Miró a la izquierda y luego, con las manos sobre el estómago, se quedó quieto viendo cómo ella se le acercaba lentamente.

Rica se detuvo a unos cinco metros de distancia. —¿Dando un paseo? —le dijo. En la mano derecha llevaba su ya familiar aguijón y en la izquierda una serie de tiras que llegaban hasta el suelo.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf—. He estado muy ocupado durante un tiempo. ¿Dónde se encuentran los demás?

—Muertos —dijo Rica Danwstar—. Fallecidos. Se han ido. Han sido eliminados del juego y nosotros dos somos los últimos, Tuf. La partida se acaba.

—Una situación muy familiar —dijo Tuf con voz átona. —Ésta es la última partida, Tuf —dijo Rica Danwstar—.

No habrá otra. Y esta vez gano yo. Tuf acarició a Caos y no le respondió. —Tuf —dijo ella con voz amistosa—, en todo este asunto tú eres el único inocente. No tengo nada contra ti. Coge tu nave y márchate.

—Si con ello se hace referencia a la Cornucopia de Mercancías Excelentes a Bajos Precios —dijo Haviland Tuf—, ¿me está permitido mencionar que sufrió graves daños y que aún no han sido reparados?

—Entonces, coge alguna otra nave. —Creo que no lo haré —dijo Tuf—. Mi reclamación en cuanto a la propiedad del Arca quizá no sea tan fundada como la de Celise Waan, Jefri Lion, Kaj Nevis y Anittas. Pero si me dices que todos ellos han fallecido, tengo la seguridad de que resulta tan fundada, al menos, como la tuya.

—No del todo —dijo Rica Danwstar, alzando su arma—. Esto le da ventaja a la mía.

Haviland Tuf contempló al gatito que tenía en el regazo. —Que ésta sea tu primera lección sobre la dureza del universo —le dijo en voz alta—. ¿De qué sirve la justicia y el juego limpio cuando uno de los bandos tiene un arma, en tanto que el otro no? La violencia brutal lo gobierna todo y la inteligencia y las buenas intenciones son pisoteadas sin piedad. —Miró a Rica Danwstar y dijo. Señora, debo reconocer su ventaja, pero me veo obligado igualmente a protestar. Los miembros de nuestro grupo ya fallecidos me admitieron en esta empresa, dándome el derecho a una parte igual de los beneficios, antes de que abordáramos el Arca. Que yo sepa, nunca se hizo una proposición similar en lo tocante a su persona y ello me otorga una ventaja legal. —Alzó un dedo—. Lo que es más, pienso argumentar que la propiedad es algo que viene con el uso y con la habilidad para ejercer dicho uso. Para proceder del modo más adecuado posible, el Arca debería estar al mando de la persona que ha demostrado el talento, el intelecto y la voluntad de utilizar lo más efectivamente posible sus múltiples capacidades. Afirmo que yo soy tal persona.

Rica Danwstar se rió. —Oh, ¿de veras?

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf, cogiendo a Caos y levantándole para que Rica pudiera verlo—. Contemplad mi prueba. He explorado esta nave y he logrado dominar los secretos de la técnica de clonación de los desaparecidos Imperiales de la Tierra. Resultó ser una experiencia tan impresionante como embriagadora y estoy impaciente por repetirla. De hecho, he decidido abandonar la grosera llamada de la profesión mercantil, por la más noble de ingeniero ecológico. Tengo la esperanza de que no tengáis la intención de interponeros en mi camino. Tened la seguridad, señora, de que os devolveré a ShanDellor y me ocuparé personalmente de que se os abone hasta la última fracción de la paga prometida por Jefri Lion y por los demás.

Rica Danwstar meneó la cabeza con incredulidad. —Tuffy, no tienes precio —dijo. Dio un paso hacia adelante, haciendo girar el aguijón en su dedo—. ¿Crees entonces que tienes derecho a poseer la nave porque puedes usarla y yo no?

—Ésa es exactamente la razón de mi teoría —dijo Tuf aprobadoramente.

Rica rió de nuevo. —Ten, no me hace falta esto —le dijo con voz alegre, y le arrojó el arma.

Tuf extendió la mano y la cogió al vuelo. —Al parecer mi reclamación acaba de verse fortalecida, tan inesperada como decisivamente. Ahora me es posible amenazar con el uso de este arma.

—No lo harás —replicó ella—. Reglas, Tuf. Tú siempre juegas siguiendo las reglas. Yo soy la que siempre prefiere darle una patada al tablero de juego —extendió la mano en la que llevaba el manojo de tiras—. ¿Sabes qué he estado haciendo mientras que tú creabas un gatito clínico?

—Obviamente, no —dijo Haviland Tuf. —Obviamente —repitió Rica con voz sardónica—. He estado en el puente, Tuf, jugando con el ordenador y aprendiendo prácticamente todo lo que necesito saber sobre el ClE y su Arca.

—Ya —pestañeó Tuf. —Ahí arriba hay una gran pantalla —dijo ella—. Puedes considerarla como un gran tablero de juego, Tuf. He estado observando cada movimiento. Las piezas rojas erais tú y los demás. También yo era una pieza roja. y las piezas negras, las bioarmas, como gusta de llamarlas el sistema, aunque yo prefiero llamarlas monstruos. Es más corto y no tan pomposo.

—Sin embargo, es una palabra cargada de connotaciones —dijo Tuf.

—Oh, ciertamente. Pero vayamos al asunto principal. Atravesamos la esfera defensiva e incluso logramos manejar la defensa de plagas, pero Anittas logró que le mataran y decidió vengarse un poco, por lo cual dejó sueltos a los monstruos utilizados para la segunda línea defensiva. y yo me quedé sentada ahí arriba y estuve viendo cómo las piezas negras y las rojas se perseguían mutuamente. Pero faltaba algo, Tuf. ¿Sabes qué era?

—Sospecho que se trata de una pregunta retórica —dijo Tuf.

—Ciertamente —le imitó Rica Danwstar y se rió—. ¡Faltaban las piezas verdes, Tuf! El sistema estaba programado para representar a los intrusos en rojo, a sus propias bioarmas en negro y al personal autorizado del Arca en verde. Naturalmente, no había puntos verdes yeso me hizo empezar a meditar, Tuf. Estaba claro que los monstruos eran una defensa a utilizar en último extremo, claro, pero… ¿había sido concebida para utilizarla sólo cuando la nave era un pecio abandonado?

Tuf cruzó las manos sobre su vientre. —Pienso que no. La existencia de esa pantalla y sus capacidades de información, implican la existencia de alguien que pudiera observarla. Aún más, si el sistema estaba codificado para mostrar al personal de la nave, a los intrusos ya los defensores monstruosos, de forma simultánea y en varios colores, entonces debe tomarse en consideración la posibilidad de que los tres grupos mencionados estuvieran a bordo y en acción al mismo tiempo.

—Sí —dijo Rica—. y ahora, la pregunta clave.

Haviland Tuf vio que algo se movía detrás de ella en el corredor.

—Mis disculpas pero… —empezó a decir.

Rica le indicó que callara con un gesto impaciente.

—Si estaban dispuestos a soltar esos horrores enjaulados que poseían para repeler a un ataque en una situación de emergencia, ¿cómo podían evitar que sus propios hombres murieran ante ellos?

—Un dilema interesante —admitió Tuf—. Siento grandes deseos de conocer la respuesta a dicho enigma, pero me temo que deberé posponer tal placer. —Se aclaró la garganta y añadió—. No siento el menor deseo de interrumpir tan fascinante discursos pero con todo me siento obligado a señalar que…

El suelo se estremeció.

—Sí —dijo Rica sonriendo.

—Me siento obligado a señalar —repitió Tuf—, que un dinosaurio carnívoro de más bien gran tamaño acaba de aparecer en el corredor y que en estos momentos intenta sorprendernos, aunque no lo hace demasiado bien.

El tiranosaurio lanzó un rugido.


Rica Danwstar no se inmutó. —¿De veras? —dijo y se rió—. No esperarás realmente que me deje sorprender por el viejo truco de «hay un dinosaurio a tu espalda». Esperaba algo mejor de ti, la verdad.

—¡Protesto! Soy totalmente sincero —Tuf puso en marcha el motor de su vehículo—. De ello da fe la rapidez con que he activado este aparato para huir del avance de la criatura. ¿Cómo es posible tanta suspicacia, Rica Danwstar? Estoy seguro de que el estruendoso caminar de la bestia y su rugido deben resultar perfectamente audibles.

—¿Qué rugido? —dijo Rica—. No, Tuf, seamos serios. Te estaba explicando algo muy importante. La respuesta es que olvidamos una pequeña pieza del rompecabezas total.

—Ciertamente —dijo Tuf. El tirano saurio se abalanzaba sobre ellos a una velocidad alarmante. Estaba de bastante mal humor y sus rugidos hacían difícil oír las palabras de Rica Danwstar.

—El Cuerpo de Ingeniería Ecológica era algo más que una fábrica de clones, Tuf. Eran científicos y militares, así como ingenieros gen éticos de primera categoría. Podían recrear las formas de vida de centenares de mundos y darles la chispa vital en sus cubas, pero eso no era todo lo que podían hacer. También podían juguetear con el DNA, cambiar esas formas de vida, ¡diseñarlas nuevamente para que se adecuaran a sus propósitos!

—Por supuesto —dijo Tuf—. Pido excusa pero me temo que debo salir huyendo de este dinosaurio. —El reptil se encontraba ahora a unos diez metros detrás de Rica y de pronto se detuvo. Su cola golpeó la pared y el vehículo de Tuf se estremeció ante el impacto. De sus fauces brotaban chorros de saliva y sus pequeñas patas delanteras arañaban el aire con frenesí.

—Sería una grave descortesía —dijo Rica—. Verás, Tuf, ahí está la respuesta. Esas bioarmas, esos monstruos, fueron mantenidos en estasis durante mil años y puede que aún más tiempo. Pero no eran monstruos normales. Habían sido clonados para un propósito especial, para defender a la nave contra los intrusos, y habían sido manipulados genéticamente para ello y sólo para ello. —El tiranosaurio dio un paso y luego otros dos. Ahora se encontraba justo detrás de ella y su sombra cubría por entero el cuerpo de Rica, sumiéndolo en las tinieblas.

—Manipulados, ¿de qué modo? —le preguntó Haviland…

—Pensaba que jamás me harías esa pregunta —dijo Rica Danwstar. El tirano saurio se inclinó hacia adelante, rugió y luego, abriendo su enorme boca, rodeó con sus fauces la cabeza de Rica—. Psiónica —dijo ella desde el interior de la boca del reptil.

—Ciertamente —dijo Haviland Tuf. —Una simple capacidad psiónica —anunció Rica desde el interior de la boca del tiranosaurio. Extendió la mano y le quitó algo de entre los dientes, emitiendo un leve ruido de repugnancia—. Algunos de esos monstruos carecían prácticamente de cerebro, eran todo instinto. Se les dio una aversión instintiva básica ya los monstruos más complicados se les hizo controlables mediante la psiónica. Los instrumentos de control eran simples identificadores psi: unos aparatos pequeños y muy lindos parecidos a diademas. Lo único que hace es obligar a ciertos monstruos a que me rehuyan ya otros a que me obedezcan. —Sacó la cabeza de la boca del dinosaurio y le dio una Sonora palmada en la mandíbula—. Abajo, chico —le dijo.

El tiranosaurio rugió de nuevo y agachó la cabeza. Rica Danwstar desenredó cuidadosamente el manojo de tiras y éste resultó ser un arnés que empezó a colocar encima del dinosaurio.

—Le he estado controlando durante toda nuestra Conversación —le dijo a Tuf en tono despreocupado—. Yo le llamé para que viniera. Tiene hambre. Se ha comido a Lion, pero Lion era más bien pequeño, ya estaba muerto y no ha comido nada más desde hace mil años.

Haviland Tuf miró el aguijón que tenía en la mano. En esos momentos le pareció aún peor que inútil y, además, no era un buen tirador.

—Me encantaría fabricar para él un clon de estegosaurio. —No, gracias —dijo Rica mientras terminaba de ajustar el arnés—, ahora no se puede dejar la partida. Querías jugar, Tuffy, pero me temo que has perdido. Tendrías que haberte ido cuando te ofrecí esa oportunidad. Vamos a examinar nuevamente tu reclamación, ¿quieres? Lion, Nevis y loS demás te ofrecieron una parte, sí, pero ¿de qué? Me temo que ahora vas a recibir una parte completa, lo quieras o no. Una parte completa de lo mismo que consiguieron ellos. Así queda liquidado tu argumento legal y en cuanto a tu pretensión basada en la utilidad superior —le dio otra palmada al dinosaurio y sonrió—, creo haber demostrado que puedo utilizar el Arca de un modo más efectivo que tú. Baja un poquito más. —El reptil se inclinó todavía más y Rica Danwstar se instaló en la silla de montar que había sujetado a su cuello. ¡Arriba! —le ordenó secamente y el reptil se incorporó.

—Por lo tanto, dejamos a un lado moralidad y legalidad, volviendo nuevamente a la violencia —dijo Tuf.

—Me temo que así es —dijo Rica desde lo alto de su tirano lagarto. El reptil avanzó lentamente, como si ella estuviera probando un mecanismo aún no muy familiar—. No digas que no he jugado limpiamente, Tuf. Tengo al dinosaurio pero tú tienes mi aguijón. Puede que, con suerte, consigas dar en el blanco. De ese modo, los dos estamos armados. —Se rió. Sólo que yo estoy armada, bueno, hasta los dientes.

Haviland Tuf, sin moverse, le arrojó su arma. Fue un buen lanzamiento y Rica, con un pequeño esfuerzo, pudo cogerla.

—¿Qué sucede? —le dijo—. Te rindes. —Tantos escrúpulos sobre el juego limpio me han impresionado —dijo Tuf—. No deseo jugar con ventajas de ningún tipo. Dado que la argumentación expuesta tiene su fuerza, me inclino ante ella. Ahí hay un animal —acarició a su gatito—, y aquí, en mis manos, también hay uno. Ahora ya tienes un arma. —Puso en marcha su vehículo y salió de marcha atrás de la intersección de pasillos, rodando velozmente por el que tenía detrás suyo, a la máxima aceleración de la que era capaz el motor yendo en aquel sentido.

—Como desees —dijo Rica Danwstar. El juego había terminado y ahora sentía una cierta tristeza. Tuf estaba haciendo girar su vehículo para huir normalmente y no marcha atrás. El tirano saurio abrió su enorme boca y la saliva fluyó sobre sus dientes de medio metro de longitud. Su rugido nacía de un hambre feroz, que había empezado por primera vez hacía un millón de años y, rugiendo, el reptil se lanzó sobre Tuf.

Y, rugiendo, recorrió el trecho de pasillo que le separaba de la intersección.

Veinte metros más lejos, la minimente del cañón de plasma tomó conocimiento de que algo superior en tamaño a las dimensiones de su blanco programado había entrado en la zona de fuego. Hubo un chasquido casi inaudible.

Haviland Tuf no estaba de cara al resplandor. Su cuerpo se interpuso entre Caos y la espantosa ola de calor y de ruido. Por fortuna, ésta duró sólo un instante, aunque aquel lugar olería a reptil quemado durante años y haría falta cambiar amplias secciones del suelo y las paredes.

—Yo también tenía un arma —le dijo Haviland Tuf a su gatito.


Mucho tiempo después, cuando el Arca ya estaba limpia y tanto él como Caos y Desorden estaban cómodamente instalados en la suite del capitán, a la cual había trasladado todos sus efectos personales después de haber dispuesto de los cadáveres, hecho las reparaciones posibles e imaginado un medio de calmar a la increíblemente ruidosa criatura que vivía en la cubierta seis, Haviland Tuf empezó a registrar metódicamente la nave. Al segundo día logró encontrar ropas, pero tanto los hombres como las mujeres del CIE habían sido más bajos que él y considerablemente más delgados, por lo cual ninguno de los uniformes le iba bien.

Pese a todo, logró encontrar algo que sí fue de su agrado. Se trataba de una gorra verde que encajaba perfectamente en su calva y algo blanquecina cabeza. En la parte delantera de la gorra, en oro, se veía la letra theta que había sido la insignia del cuerpo.

—Haviland Tuf —le dijo a su imagen en el espejo—, ingeniero ecológico.

No sonaba mal del todo, pensó.

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