MEDIODIA

Capítulo 13

¿Julia Stanford?

Todos se miraron aterrados.

– ¡Qué va a ser ella! -saltó Woody.

Tyler se apresuró a decir:

– Sugiero que nos reunamos todos en la biblioteca. -Se dirigió a Clark-: ¿Podrías enviar allí a la señora, por favor?

– Sí, señor.

Ella se quedó en la puerta y los miró uno por uno, al parecer muy incómoda.

– Yo… probablemente no debería haber venido -dijo. -¡Tiene muchísima razón! -dijo Woody-. ¿Quién demonios es?

– Soy Julia Stanford. -Los nervios casi la hicieron tartamudear.

– No. Lo que quiero saber es quién es en realidad.

Julia empezó a decir algo, pero se detuvo y sacudió la cabeza. -Yo… Mi madre era Rosemary Nelson. Harry Stanford era mi padre.

Los integrantes del grupo se miraron.

– ¿Tiene alguna prueba? -preguntó Tyler.

Julia tragó saliva con fuerza.

– No creo tener ninguna verdadera prueba.

– Por supuesto que no -saltó Woody-. ¿Cómo tiene el atrevimiento de…?

Kendall lo interrumpió.

– Esto es una gran sorpresa para todos nosotros, como puede imaginar. Si lo que dice es verdad, entonces es… hermanastra nuestra.

Julia asintió.

– Usted es Kendall. -Miró a 1Yler-. y usted, 1Yler. -Miró a Woody-. y usted, Woodrow. Lo llaman Woody.

– Como la revista People puede haberle informado -dijo

Woody en tono sarcástico.

– Estoy seguro de que entiende nuestra posición, señorita… -dijo 1Yler-. Sin una prueba positiva, no podemos de ninguna manera aceptar…

– Lo entiendo -dijo ella mirándolos con nerviosismo-. No sé por qué he venido.

– Yo, en cambio, creo que lo sabe muy bien -dijo Woody-. Se llama dinero.

– El dinero no me interesa -dijo ella, indignada-. Lo cierto es que vine aquí con la esperanza de conocer a mi familia. Kendall la observaba con atención.

– ¿Dónde está su madre?

– Falleció. Y cuando leí que nuestro padre había muerto… -Decidió buscamos -dijo Woody con tono de burla. -Dice que no tiene ninguna prueba legal de su identidad -dijo Tyler.

– ¿Legal? Supongo que no. Ni siquiera lo pensé. Pero hay cosas que no podría saber a menos que me las hubiera contado mi madre.

– ¿Por ejemplo? -preguntó Marc.

Ella se detuvo a pensar.

– Recuerdo que mi madre solía hablar del invernadero que había en la parte de atrás. Le encantaban las plantas y las flores y pasaba allí horas…

– Han salido fotografías de ese invernadero en muchas revistas -dijo Woody.

– ¿Qué más le contó su madre? -preguntó Tyler.

– ¡Tantas cosas! Le gustaba hablar de todos ustedes y de los buenos ratos que pasaban juntos. -Pensó un momento-. Por ejemplo, el día en que los llevó a remar en botes con forma de cisnes cuando eran muy pequeños. Uno de ustedes casi cayó por la borda. No recuerdo cuál.

Woody y Kendall miraron a Tyler.

– Ése fui yo -dijo.

– Los llevó de compras a Faneuil Hall. Uno se perdió y cundió el pánico entre todos.

– Yo me perdí aquel día -dijo Kendall en voz baja.

– ¿Sí? ¿Qué más? -preguntó Tyler.

– Los llevó al Union Oyster House; allí probaron sus primeras ostras y les sentaron mal.

– Lo recuerdo.

Todos se miraron en silencio.

Julia miró a Woody.

– Mamá y usted fueron al Charlestown Navy Yard para ver el U.S.S. Constitution, y usted no quería bajarse. Ella tuvo que sacarlo a rastras. -Miró a Kendall-. Y otro día, en el jardín botánico, usted cortó algunas flores y estuvieron a punto de detenerla.

Kendall tragó saliva con fuerza.

– Así es.

Ahora todos la escuchaban atentos y fascinados.

– Y, un día, mamá los llevó a todos al Museo de Brujas de Salem, y salieron aterrorizados.

– Ninguno de nosotros pudo dormir esa noche -dijo Kendall muy despacio.

Julia miró a Woody.

– En una Navidad, ella lo llevó a patinar al Jardín Público.

Usted se cayó y se rompió un diente. Y cuando tenía siete años, se cayó de un árbol y tuvieron que darle puntos en la pierna. Le quedó una cicatriz.

– Todavía la tengo -dijo Woody de mala gana.

Julia miró a los otros.

– A uno de ustedes le mordió un perro, pero no recuerdo a cuál. Mi madre lo llevó corriendo a la sala de urgencias del hospital de Boston.

Tyler asintió.

– Me tuvieron que dar suero antirrábico.

Ahora, las palabras brotaban a borbotones de la boca de Julia.

– Woody, cuando tenía ocho años, se escapó de casa. Pensaba ir a Hollywood para convertirse en actor. Su padre se puso furioso. Como castigo, le ordenó quedarse en su cuarto sin cenar, pero mamá consiguió llevarle a escondidas un poco de comida a su habitación.

Woody asintió en silencio.

– Bueno, no sé qué más puedo decides. Yo… -De pronto recordó algo-. En la cartera tengo una fotografía. -La abrió, la sacó y se la entregó a Kendall.

Todos se agolparon para verla. Era una foto de los tres cuando eran pequeños junto a una joven y atractiva mujer con uniforme de institutriz.

– Mamá me la dio.

– ¿Le dejó alguna otra cosa? -preguntó Tyler.

Ella negó con la cabeza.

– No. Lo siento. No quería tener cerca nada que le recordara a Harry Stanford.

– Salvo usted, por supuesto -dijo Woody.

Ella lo miró, desafiante.

– No me importa que me crea o no me crea. Usted no entiende… yo esperaba tanto que… -No pudo seguir hablando.

– Como dijo mi hermana -añadió Tyler-, su repentina aparición ha sido un golpe para nosotros. Quiero decir… alguien que aparece de la nada y asegura ser miembro de la familia. Supongo que entiende nuestro problema. Creo que necesitamos un poco de tiempo para cambiar ideas.

– Desde luego que lo entiendo.

– ¿Dónde se hospeda?

– En el Tremont House.

– ¿Por qué no regresa al hotel? Haré que un coche la lleve. y en poco tiempo nos comunicaremos con usted.

Ella asintió.

– Está bien. -Miró a cada uno un momento y luego dijo, con afecto-: No importa lo que piensen… ustedes son mi familia. -La acompañaré a la puerta -dijo Kendall.

Ella sonrió.

– No se moleste. Encontraré el camino. Conozco cada centímetro de esta casa.

La vieron darse media vuelta y abandonar la habitación. -¡Bueno! -dijo Kendall-. Parece que tenemos una hermana.

– Yo no lo creo -dijo Woody.

– A mí me parece que… -comenzó a decir Marc.

Todos hablaban al mismo tiempo. Tyler levantó una mano.

– Esto no nos llevará a ninguna parte. Mirémoslo con lógica. En cierto sentido, esa persona está sometida a un juicio y nosotros somos los jurados. Depende de nosotros determinar su inocencia o su culpabilidad. En un juicio con jurado, la decisión debe ser unánime. Debemos estar todos de acuerdo.

– Me parece bien -dijo Woody y asintió.

– Entonces -dijo Tyler-, me gustaría dar el primer voto. Creo que esa mujer es una impostora.

– ¿Una impostora? ¿Cómo es posible? -preguntó Kendall-. No podría saber tantos detalles íntimos sobre nosotros si no fuera la verdadera Julia.

Tyler la miró.

– Kendall, ¿cuántas criadas trabajaron en esta casa cuando éramos pequeños?

Kendall lo miró, intrigada.

– ¿Por qué?

– Decenas, ¿verdad? Y algunas de ellas podrían saber todo lo que esa joven nos contó. A lo largo de los años, en casa ha habido doncellas, conductores, mayordomos, cocineros… cualquiera podía saber todas esas cosas. Cualquiera pudo haberle dado esa fotografía.

– ¿Lo que quieres decir es que podría estar actuando en complicidad con otra persona?

– Una o más -dijo Tyler-. No olvidemos que está en juego una cantidad enorme de dinero.

– Pero ella dice que no quiere el dinero -les recordó Marc. Woody asintió.

– Sí, claro, eso es lo que dice. -Miró a Tyler-. Pero, ¿cómo hacemos para probar que es una impostora? No hay ninguna manera…

– Hay una manera -dijo Tyler.

Todos lo miraron.

– ¿Cuál?

– Mañana os daré la respuesta.


Simon Fitzgerald dijo, muy despacio:

– ¿Me está diciendo que Julia Stanford ha aparecido, después de todos estos años?

– Ha aparecido una mujer que alega ser Julia Stanford -lo corrigió Tyler.

– ¿Y usted no la cree? -preguntó Steve.

– Decididamente, no. La única prueba que nos ofreció de su identidad fueron algunas anécdotas de nuestra juventud que por lo menos una docena de personas podrían conocer, y una vieja fotografía que en realidad no demuestra nada. Ella podría estar en complicidad con cualquiera de esas personas. Me propongo probar que es una impostora.

Steve frunció el entrecejo.

– ¿Y cómo se propone hacerlo?

– Muy sencillo. Quiero que le hagan la prueba del ADN. Steve Sloane se mostró sorprendido.

– Eso significaría exhumar el cuerpo de su padre.

– Sí -dijo Tyler y miró a Simon Fitzgerald-. ¿Será complicado?

– En estas circunstancias, creo que podré obtener una orden de exhumación. ¿Ella ha aceptado someterse a la prueba?

– Todavía no se lo he preguntado. Si se niega, probará que tiene miedo del resultado. En ese caso, al menos nos libraremos de ella. -Vaciló un momento-. Debo confesar que no me gusta hacer esto. Pero creo que es la única forma de determinar la verdad.

Fitzgerald se quedó pensativo un momento.

– Muy bien. -Miró a Steve-. ¿Puedes ocuparte de esto?

– Desde luego. -Miró a Tyler-. Sin duda usted está familiarizado con el procedimiento. El pariente más cercano -en este caso, cualquiera de los hijos del extinto- debe solicitar un permiso de exhumación a la oficina del médico forense. Si se aprueba, la oficina del forense se pone en contacto con la funeraria y le da permiso para seguir adelante con el procedimiento. Una persona de la oficina del forense debe estar presente durante la exhumación.

– ¿Cuánto tiempo puede llevar esto? -preguntó Tyler. -Diría que tres o cuatro días para obtener el permiso. Hoy es miércoles. Creo que podremos exhumar el cuerpo el lunes.

– Espléndido. – Tyler vaciló un momento-. Necesitaremos un experto en ADN, alguien que resulte convincente en un juzgado, si las cosas llegan a ese extremo. Esperaba que usted conociera a alguien.

– Conozco a la persona perfecta -dijo Steve-. Se llama Perry Winger y está aquí, en Boston. Ha prestado testimonio como experto en juicios en todo el país. Lo llamaré.

– Se lo agradecería mucho. Cuanto antes podamos terminar con esto, mejor será para todos nosotros.


A la mañana siguiente, a las diez, Tyler entró en la biblioteca, donde Woody, Peggy, Kendall y Marc esperaban. Junto a Tyler había un desconocido.

– Quiero presentaros a Perry Winger-dijo Tyler.

– ¿Quién es? – preguntó Woody.

– Nuestro experto en ADN.

Kendall miró a Tyler.

– ¿Para qué demonios necesitamos un experto en ADN?

– Para demostrar que esa desconocida, que tan oportunamente apareció, es una impostora -respondió Tyler-. No tengo intención de permitirle que se salga con la suya.

– ¿Vas a desenterrar al viejo? -preguntó Woody.

– Así es. Los abogados tratan en este momento de obtener la orden de exhumación. Si esa mujer es nuestra hermanastra, el ADN lo demostrará. Si no lo es… también lo probará. -Me temo que no entiendo lo del ADN -dijo Marc. Perry Winger carraspeó.

– En términos sencillos, el ácido desoxirribonuc1eico, o ADN, es la molécula de la herencia. Contiene el código genético único de cada individuo. Se puede extraer de rastros de sangre, semen, saliva, raíces capilares y hasta huesos. Los rastros de ADN pueden durar hasta cincuenta años en un cadáver.

– Entiendo. De modo que, en realidad, es bastante simple -dijo Marc.

Perry Winger frunció el entrecejo.

– Créame, no lo es. Hay dos clases de pruebas del ADN.

Una prueba PCR, que lleva tres días, y la prueba RFLP, más compleja, que lleva de seis a ocho semanas. Para nuestros fines, la prueba más sencilla bastará.

– ¿Cómo se realiza la prueba? -preguntó Kendall. -Se hace en varias etapas. Primero, se toma la muestra y el ADN se divide en fragmentos, que son clasificados por la longitud, colocándolos sobre un lecho de gel y aplicándoles corriente eléctrica. El ADN que contiene corriente negativa, se desplaza hacia la positiva y, varias horas después, los fragmentos se han dispuesto a lo largo. Para escindir los fragmentos de ADN se utilizan sustancias químicas alcalinas; luego los fragmentos se transfieren a una plancha de nailon, que se sumerge en un baño…

Los ojos de los presentes comenzaban a entrecerrarse. -¿Cuál es el grado de precisión de esa prueba? -lo interrumpió Woody.

– Del ciento por ciento en cuanto a determinar si un hombre no es el padre. Si la prueba da positiva, su precisión es del 99,9%.

Woody miró a su hermano.

– Tyler, tú eres juez. Digamos, y es sólo una suposición, que ella realmente es hija de Harry Stanford. Su madre y nuestro padre nunca se casaron. ¿Por qué tendría ella derecho a heredar?

– Según las leyes -explicó Tyler-, si se establece la paternidad de nuestro padre, ella tendría derecho a heredar a partes iguales con el resto de nosotros…

– Entonces, propongo que sigamos adelante con esa maldita prueba del ADN y la desenmascaremos.

Tyler, Woody, Kendall y Julia estaban sentados en el restaurante del Tremont House.

Peggy había decidido quedarse en Rose Hill.

– Todo este asunto de desenterrar un cadáver me da un miedo terrible -había dicho.

Ahora, el grupo se enfrentaba con la mujer que alegaba ser Julia Stanford.

– No entiendo qué me están pidiendo que haga.

– En realidad, es muy sencillo -le informó Tyler-. Un médico le tomará una muestra de piel para compararla con la de nuestro padre. Si las moléculas de ADN coinciden, será una prueba positiva de que usted realmente es su hija. En cambio, si usted se niega a someterse a la prueba…

– Yo… no me gusta…

– ¿Por qué no? -la apuró Woody.

– No lo sé -contestó ella y se estremeció-. La idea de desenterrar el cuerpo de mi padre para…

– Para demostrar quién es usted.

Ella los fue mirando la cara uno por uno.

– Desearía que todos ustedes…

– ¿Sí?

– No hay ninguna forma de que pueda convencerlos, ¿verdad?

– Sí -contestó Tyler-. Acepte someterse a la prueba. Se hizo un silencio prolongado.

– Está bien. Acepto.

Conseguir la orden de exhumación fue más difícil de lo que se preveía. Simon Fitzgerald había hablado personalmente con el forense.

– ¡No! ¡Por el amor de Dios, Simon! ¡No puedo hacerlo! ¿Sabes el alboroto que se armaría? Quiero decir… no se trata de un don nadie sino de Harry Stanford. Si esto llegara a filtrarse, sería un festín para la prensa.

– Marvin, esto es importante. Están en juego millones de dólares. Así que asegúrate tú de que no se filtre.

– ¿No hay ninguna otra manera de que…?

– Me temo que no. La mujer es muy convincente. -Pero la familia no está convencida.

– No.

– ¿Tú crees que es una impostora, Simon?

– Francamente, no lo sé. Pero mi opinión no cuenta. De hecho, ninguna de nuestras opiniones cuentan. Una corte exigirá pruebas, y el análisis del ADN las proporcionará.

El forense sacudió la cabeza.

– Yo conocía al viejo Harry Stanford. Él habría detestado esto. De veras, yo no debería permitir…

– Pero lo harás.

El hombre suspiró.

– Supongo que sí. ¿Me harías un favor?

– Desde luego.

– Mantén esto en secreto. No queremos que los medios de comunicación armen un circo.

– Tienes mi palabra. Será información ultrasecreta. Sólo lo sabrán los familiares.

– ¿Cuándo quieren hacerlo?

– Nos gustaría que fuera el lunes.

El forense volvió a suspirar.

– Está bien. Llamaré a la funeraria. Me debes una, Simon. -No lo olvidaré.

A las nueve de la mañana del lunes, la entrada al sector del cementerio Mount Aubum donde estaba enterrado el cuerpo de Harry Stanford se encontraba provisionalmente cerrada «por reparaciones de mantenimiento». No se permitía la entrada de nadie. Woody, Peggy, Tyler, Kendall, Marc, Julia, Simon Fitzgerald, Steve Sloane y el doctor Collins, un representante de la oficina del forense, se encontraban de pie junto a la tumba de Harry Stanford y observaban a cuatro empleados del cementerio que levantaban el féretro. Perry Winger aguardaba a un lado.

Cuando el ataúd llegó al nivel del suelo, el capataz se dirigió al grupo.

– ¿Qué quieren que hagamos ahora?

– Ábranlo, por favor -dijo Fitzgerald. Miró a Perry Winger-. ¿Cuánto tiempo tardará?

– N o más de un minuto. Obtendré una rápida muestra de piel.

– De acuerdo -dijo Fitzgerald. Hizo una seña con la cabeza al capataz-. Adelante.

El capataz y sus asistentes comenzaron a abrir el ataúd. -Yo no quiero ver esto -dijo Kendall-. ¿Es necesario? -¡Sí! -le dijo Woody-. Debemos hacerlo.

Todos observaron, fascinados, cómo lentamente levantaban la tapa del cajón y la colocaban a un lado. Se quedaron allí, mirando hacia abajo.

– ¡Dios mío! -exclamó Kendall.

El féretro estaba vacío.


Capítulo 14

De regreso a Rose Hill, Tyler acababa de hablar por teléfono.

– Fitzgerald dice que no habrá filtraciones a la prensa. El cementerio, evidentemente, no quiere esa clase de publicidad negativa. El forense ha ordenado al doctor Collins mantener la boca bien cerrada y podemos confiar en que Perry Winger no hablará.

Woody no le prestaba atención.

– ¡No sé cómo lo hizo la hija de puta -dijo-, pero no se saldrá con la suya! -Miró a los otros con furia-. ¡Quiero creer que tampoco vosotros pensáis que actuó por su cuenta!

– Estoy de acuerdo contigo, Woody -dijo Tyler-. Esa mujer es inteligente y astuta, pero es obvio que no trabaja sola. No estoy seguro de a qué nos enfrentamos.

– ¿Qué haremos ahora? -preguntó Kendall.

Tyler se encogió de hombros.

– Francamente, no lo sé. Ojalá lo supiera. Estoy seguro de que ella piensa ir a la corte a impugnar el testamento.

– ¿Tiene alguna posibilidad de ganar? -preguntó tímidamente Peggy. '

– Me temo que sí. Es muy persuasiva. Hasta había convencido a algunos de nosotros.

– Tiene que haber algo que podamos hacer -exclamó Marc-. ¿Qué os parece si llevamos el asunto a la policía?

– Fitzgerald dice que ya investigan la desaparición del cuerpo, y que están en punto muerto. Y no es un juego de palabras -dijo Tyler-. Lo que es más, la policía quiere que esto se mantenga bajo cuerda, porque de lo contrario van a recibir una avalancha de cadáveres.

– Podemos pedirles que investiguen a esta impostora. Tyler negó con la cabeza.

– Éste no es un asunto policial sino privado… -Se interrumpió un momento y luego dijo-: Sabéis que…

– ¿Qué?

– Podríamos contratar a un investigador privado para tratar de desenmascararla.

– No es mala idea. ¿Conoces alguno?

– No, no en esta ciudad. Pero podríamos pedirle a Fitzgerald que nos consiga uno. O… -Vaciló-. No lo conozco personalmente, pero he oído hablar de un investigador privado cuyos servicios suele utilizar la oficina del fiscal de distrito de Chicago. Tiene una reputación excelente.

– ¿Por qué no tratamos de contratarlo? -sugirió Marc. Tyler los miró.

– Eso depende de vosotros.

– ¿Qué podemos perder? -preguntó Kendall.

– Podría ser caro -advirtió Tyler.

– ¿Caro? -se burló Woody-. Hablamos de millones de dólares.

Tyler asintió.

– Por supuesto. Tienes razón.

– ¿Cómo se llama?

Tyler frunció el entrecejo.

– No lo recuerdo bien. Simpson… Sirnmons… No, no es así, pero es algo parecido. Puedo llamar a la oficina del fiscal de distrito de Chicago.

Todos vieron como cogía el teléfono que estaba sobre la consola y marcaba un número.

Dos minutos después, Tyler hablaba con un asistente del fiscal.

– Soy el juez Tyler Stanford. Tengo entendido que ustedes suelen contratar a un detective privado cuyo trabajo es excelente. Se llama Sirnmons o…

La voz del otro extremo de la línea dijo:

– Se debe referir a Frank Tirnmons.

– ¡Tirnmons! Sí, eso es. -Tyler miró a los otros y sonrió-. ¿Podría darme su número de teléfono para que pueda comunicarme directamente con él?

Después de escribir el número de teléfono, Tyler colgó. Cuando se reintegró al grupo, dijo:

– Bueno, entonces, si todos estamos de acuerdo, trataré de ponerme en contacto con él.

Todos asintieron.

La tarde siguiente, Clark entró en la sala, donde lo aguardaban todos.

– El señor Tirnmons se encuentra aquí.

Era un hombre de algo más de cuarenta años, cutis claro y el porte corpulento de un boxeador. Tenía la nariz rota y ojos luminosos y curiosos. Miró a Tyler y luego a Woody, y preguntó:

¿Juez Stanford?

Tyler asintió.

– Yo soy el juez Stanford.

– Frank Tirnmons -se presentó él.

– Por favor tome asiento, señor Tirnmons.

– Gracias. -Se sentó-. Usted es el que me llamó por teléfono, ¿verdad?

– Sí.

– Si quiere que le diga la verdad, no sé qué puedo hacer por usted. No tengo conexiones oficiales aquí.

– Éste no es un asunto oficial -le aseguró Tyler-. Sólo queremos que compruebe los antecedentes de una joven.

– Por teléfono me dijo que ella alega ser hermanastra suya y que no es posible hacer la prueba del ADN.

– Así es -dijo Woody.

Tirnmons observó a los presentes.

– Y ustedes no creen que lo sea.

Se hizo un silencio momentáneo.

– No lo creemos -dijo Tyler-. Por otro lado, cabe la posibilidad de que esté diciendo la verdad. Lo que queremos es que usted nos proporcione pruebas irrefutables de que ella es una Stanford o una impostora.

– Me parece justo. Les costará mil dólares diarios más gastos.

– ¿Mil? -farfulló Tyler.

– Se los pagaremos -lo interrumpió Woody. -Necesitaré toda la información que posean sobre ella. -No creo que sea mucha -dijo Kendall.

– Ella no tiene ninguna prueba concreta -dijo Tyler-. Se presentó aquí con una serie de anécdotas que asegura que le contó su madre sobre nuestra infancia, y…

Timmons levantó una mano.

– Un momento. ¿Quién era su madre?

– Su supuesta madre era una institutriz que tuvimos de niños, llamada Rosemary Nelson.

– ¿Qué sucedió con ella?

Todos se miraron con incomodidad.

Woody fue el que habló.

– Tuvo una aventura con nuestro padre y quedó embarazada. Luego se fue y tuvo una hija. -Se encogió de hombros-. Desapareció.

– Entiendo. ¿Y esta mujer asegura ser su hija?

– Así es.

– No es mucho para empezar. -Se quedó pensativo. Finalmente levantó la vista-. De acuerdo. Veré lo que puedo hacer.

– Eso es todo lo que le pedimos -dijo Tyler.

Lo primero que hizo Tirnmons fue ir a la Biblioteca Pública de Boston y leer todo lo referente al escándalo que se desató veintiséis años antes referente a Harry Stanford, la institutriz y el suicidio de la señora Stanford. Había suficiente material para escribir una novela.

El paso siguiente fue visitar a Simon Fitzgerald.

– Me llamo Frank Tirnmons. Soy…

– Ya sé quién es usted, señor Timmons. El juez Stanford me pidió que cooperara con usted. ¿En qué puedo servido?

– Quiero investigar a la hija ilegítima de Harry Stanford.

Debe de tener alrededor de veintiséis años, ¿verdad?

– Sí. Nació el 9 de agosto de 1969 en el hospital Saint Joseph's de Mi1waukee, Wisconsin. Su madre la llamó Julia. -Se encogió de hombros-. Luego desaparecieron. Me temo que es toda la información que tenemos.

– Es un principio -dijo Tirnmons-. Un principio.

Volvió quince minutos más tarde con un papel en la mano. -Aquí está. Rosemary Nelson. La dirección es Servicio de Mecanógrafas Elite, Omaha, Nebraska…

La señora Dougherty, supervisora del hospital Saint Joseph's de Milwaukee, era una mujer de pelo cano que rondaba los sesenta años.

– Sí, desde luego que lo recuerdo -dijo-. ¿Cómo olvidarlo? Fue un escándalo terrible, que apareció en todos los periódicos. Los periodistas de aquí averiguaron quién era ella y no quisieron dejarla tranquila, pobrecita.

– ¿Adónde fue cuando abandonó el hospital con la niña? -No lo sé. No dejó ninguna dirección.

– ¿Pagó la totalidad de la cuenta antes de irse?

– No, no lo hizo.

– ¿Cómo es que recuerda eso?

– Porque fue tan triste… Recuerdo que estaba sentada en la misma silla que usted y me dijo que sólo podía pagar parte de la cuenta, pero prometió enviarme el resto del dinero. Desde luego, eso estaba en contra de las normas del hospital, pero sentí lástima por ella; estaba tan enferma cuando se fue de aquí que le dije que sí.

– ¿Y le envió el resto del dinero?

– Por supuesto que sí. Unos dos meses después. Había conseguido trabajo de secretaria.

– ¿Por casualidad no recuerda cuál?

– No. Por Dios, eso fue hace más de veinticinco años, señor Tirnmons.

– Señora Dougherty, ¿tiene a todos sus pacientes en el archivo?

– Claro. -Lo miró-. ¿Quiere que revise los registros? Él sonrió.

– Si no le importa…

– ¿Ayudaría eso a Rosemary?

– Podría significar mucho para ella.

– Discúlpeme un momento, entonces -dijo la señora Dougherty y abandonó la oficina.

El Servicio de Mecanógrafas Elite estaba dirigido por el señor Otto Broderick, un individuo de más de sesenta años.

– Contratamos a muchísimas empleadas eventuales -protestó-. ¿Cómo quiere que recuerde a alguien que trabajó aquí hace tanto tiempo?

– Éste fue un caso bastante especial. Ella era una joven de poco más de veinte años, y su salud no era muy buena. Acababa de tener un hijo y…

– ¡Rosemary!

– Así es. ¿Por qué la recuerda?

– Bueno, me gusta asociar cosas, señor Tirnmons. ¿Sabe lo que es la mnemotecnia?

– Sí.

– Bueno, es lo que yo uso. Asocio palabras. Había una película llamada El bebé de Rosemary. Así que cuando Rosemary vino y me dijo que acababa de tener un bebé, uní las dos cosas y…

– ¿Cuánto tiempo estuvo Rosemary Nelson con ustedes?

– Supongo que alrededor de un año. Pero la prensa descubrió de alguna manera quién era, y no quisieron dejarla en paz. Rosemary abandonó la ciudad de noche para huir de ellos.

– Señor Broderick, ¿tiene idea de adónde se dirigió Rosemary Nelson cuando se fue de aquí?

– Creo que a Florida. Quería vivir en un clima más templado. Le recomendé una agencia que yo conocía en esa ciudad.

– ¿Puede darme el nombre de esa agencia?

– Claro que sí. Es la Agencia Gale. Lo recuerdo porque en esa época yo salía con una chica que se llamaba así…


Diez días después de su reunión con la familia Stanford, Timmons regresó a Boston. Había llamado antes por teléfono, y la familia lo aguardaba. Todos estaban sentados en semicírculo frente a él.

– Dijo que tenía noticias para nosotros, señor Timmons -dijo Tyler.

– En efecto. -Abrió su maletín y sacó algunos papeles-. Éste ha sido un caso de lo más interesante -dijo-. Cuando empecé…

– Vayamos al grano -dijo Woody con impaciencia-. ¿Es o no es una impostora?

Él levantó la vista.

– Si no le importa, señor Stanford, me gustaría presentar los hechos a mi manera.

Tyler dirigió a Woody una mirada de advertencia.

– Me parece justo. Por favor, continúe.

Lo vieron consultar sus notas.

– La institutriz de la familia Stanford, Rosemary Nelson, tuvo una hija engendrada por Harry Stanford. Ella y la pequeña se dirigieron a Omaha, Nebraska, donde comenzó a trabajar para el Servicio de Mecanógrafas Elite. Su jefe me dijo que el clima no le sentaba bien.

»Después, las localicé en Florida, donde ella trabajó para la Agencia Gale. Se mudaron muchas veces de ciudad. Les seguí la pista hasta Harnmond, Indiana, donde vivieron hasta hace diez años y donde terminó el rastro. Después de eso, desaparecieron. -Levantó la vista.

– ¿Y eso es todo, Tirnmons? -preguntó Woody-. ¿Perdió el rastro hace diez años?

– No, de ninguna manera. -Metió la mano en el maletín y sacó otro papel-. La hija, Julia, obtuvo el camet de conducir cuando tenía diecisiete años.

– ¿De qué nos sirve eso? -preguntó Marc.

– En el estado de Indiana, a los conductores se les toman las huellas dactilares. -Levantó una tarjeta-. Éstas son las huellas dactilares de la verdadera Julia Stanford.

– ¡Claro! -exclamó Tyler con entusiasmo-. Si coinciden… Woody lo interrumpió.

– Entonces sería realmente nuestra hermana.

Él asintió.

– En efecto. Traje un equipo portátil para tomar huellas dactilares, por si ustedes quieren comprobar ahora mismo las de esa joven. ¿Está ella aquí?

– Está en un hotel-dijo Tyler-. He hablado con ella todas las mañanas para tratar de persuadida de que se quede aquí hasta que esto se resuelva.

– ¡La tenemos! -dijo Woody-. ¡Vayamos a verla!

Media hora después, el grupo entraba en su habitación del Tremont House. Al entrar, vieron que Julia estaba preparando la maleta. _¿Adónde va? -preguntó Kendall.

Ella se dio la vuelta para mirarlos de frente.

– A casa. Fue un error venir aquí.

– Usted no puede culpamos a nosotros de… -dijo Tyler. Ella contestó furiosa:

– Desde que llegué aquí, no he encontrado más que recelos y desconfianza. Creen que vine aquí a quitarles dinero. Pues bien, no es así. Vine porque quería encontrar a mi familia. Yo… no importa. -Volvió a dedicarse a la maleta.

– Éste es Frank Tirnmons -dijo Tyler-. Es detective privado. Ella levantó la vista.

– Y ahora, ¿qué? ¿Me van a detener?

– No, señora. Julia Stanford sacó el camet de conducir en Hammond, Indiana, cuando tenía diecisiete años.

– Así es -dijo ella-. ¿Es algo ilegal?

– No, señora. La cuestión es…

– La cuestión es -lo interrumpió Tyler-, que en ese carnet están las huellas digitales de Julia Stanford…

Ella los miró.

– No lo entiendo. ¿Qué…?

– Queremos compararlas con las suyas -dijo Woody. Ella apretó los labios.

– ¡No! ¡No lo permitiré!

– ¿Nos está diciendo que no nos dejará tomarle las huellas digitales?

– Así es.

– ¿Por qué no? -preguntó Marc.

El cuerpo de la joven estaba tenso.

– Porque todos ustedes me hacen sentir como una delincuente. Pues bien, ¡he tenido bastante! Quiero que me dejen en paz.

– Ésta es su oportunidad de demostrar quién es en realidad -le dijo Kendall-. A todos nos ha trastornado esto tanto como a usted, y quisiéramos ponerle fin.

Ella permaneció en pie, mirándolos a la cara, uno a uno.

Por último dijo, con voz cansada:

– Está bien. Terminemos con esto.

– Espléndido.

– Señor Tirnmons… -dijo Tyler.

– De acuerdo. -Sacó el equipo para tomar huellas digitales y lo colocó sobre la mesa. Cogió la mano de Julia y le fue apretando cada uno de los dedos en la almohadilla. Después, los apretó sobre un trozo de papel blanco-. Ya está. No ha sido tan difícil, ¿verdad? -Luego puso el carnet de conducir junto a las huellas dactilares que acababa de tomar.

Todo el grupo se acercó a la mesa para observar.

Eran idénticas.

Woody fue el primero en hablar.

– Son… son iguales.

Kendall miraba a Julia con una mezcla de sentimientos encontrados.

– De veras eres nuestra hermana, ¿no?

Ella sonreía entre lágrimas.

– Eso era lo que trataba de decir.

De pronto, todos hablaban al mismo tiempo.

– ¡Es increíble…!

– Después de todos estos años…

– ¿Por qué no volvió nunca tu madre…?

– Lamento haberte hecho pasar tan malos ratos…

La sonrisa de Julia iluminó el cuarto.

– Está bien. Ahora todo está bien.

Woody cogió la tarjeta con las huellas digitales y la miró, espantado.

– ¡Dios mío! Esta tarjeta vale miles de millones de dólares. -Se la metió en el bolsillo-. La haré enmarcar.

Tyler se dirigió al grupo.

– ¡Esto merece una verdadera celebración! Sugiero que volvamos todos a Rose Hill. -Miró a Julia y le sonrió-. Te daremos una fiesta de bienvenida. Pero, primero, firmaremos tu salida del hotel.

Ella los miró con los ojos muy brillantes.

– Es como un sueño hecho realidad. ¡Finalmente tengo una familia!

Media hora más tarde se encontraban de regreso en Rose Hill y Julia se instalaba en su nuevo cuarto. Los otros estaban abajo y hablaban con excitación.

– La pobre debe de sentirse como si acabara de pasar por la Inquisición -dijo Tyler.

– Y así fue -dijo Peggy-. No sé cómo lo ha soportado.

– Me pregunto cómo hará para adaptarse a su nueva vida

– dijo Kendall.

– Igual que lo haremos nosotros -dijo secamente

Woody-. Con mucho champán y caviar.

Tyler se puso en pie.

– Personalmente, me alegro de que todo se haya arreglado.

Subiré a ver si necesita ayuda.

Subió por la escalera y avanzó por el pasillo hasta su habitación. Llamó a la puerta y dijo en voz alta:

– ¿Julia?

– Está abierto. Entra.

Él permaneció de pie junto a la puerta y ambos se miraron en silencio. Luego Tyler cerró con cuidado la puerta, extendió los brazos y sonrió.

Cuando habló, dijo:

– ¡Lo conseguimos, Margo! ¡Lo hemos conseguido!

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