Gracias a María José Frías, por sembrarme la incertidumbre y la necesidad de entender. A María Florencia, hermana querida, por los libros que cargó desde la Facultad de Psicología. A Héctor Oscar Amengual, por comprender que era imprescindible abrir ventanas cerradas durante tanto tiempo. A Lourdes Zuasti, por animarse al penoso viaje de recordar.
A mis hijas, Inés y Lucía, por la paciencia.
A mi madre y a mi hermana, Carolina, por el respeto.
A Ana Silvia Galán, por corregir con rigor y delicadeza. Al equipo editorial todo, por hacer de esta historia un libro.
A Gustavo Aguilera, Carolina Brussoni, Cristina Canoura, Álvaro Carballo, Martha Casal, Jaime Clara, Léonie Garicoïts, Rosario Infantozzi, Gerardo Irazoqui, Susana Larrañaga, Giorgina Notargiovanni, Elena O'Neill, Rosario Royer y Eduardo Wood, por tender una mano desde el principio.
A Estrella Quintas, por su ayuda en las pequeñas cosas de todos los días.
A los que, anónimamente, y no tanto, me ofrecieron su testimonio de vida.
Gracias, muy especialmente, a la Dra. Silvia Peláez, que creyó en esta novela y dio su apoyo profesional generoso. Y, por supuesto, a los compañeros de Último Recurso, Juan José Castro, Adriana Gutiérrez y Allison Reyes, por permitirme compartir la intimidad de su dolor, que es también el mío.
C.A.