– ¡Calla, mujer, no seas descarada! ¡Tú atiende a lo tuyo!
Mamerto Paixón, el amigo de Manueliño Remeseiro Domínguez, iba para futbolista pero se desgració con un invento que hizo y tuvo que dejarlo.
– ¿Y no pensaste nunca irte cura?
– No, señora, nunca jamás.
Moncho Preguizas es muy mentiroso, los cojos suelen ser muy troleros, los hay que no, pero ésa es la regla general.
– Mi prima Georgina, aún en vida de su primer marido, el Adolfito, se bañaba desnuda en la balsa del molino de Lucio Mouro, lo mismo que Catuxa Bainte, había una trucha que se le quedaba mirando para las tetas y ni se movía del sitio hasta que mi prima se marchaba a lo que fuese, mi prima siempre tuvo las tetas de muy buen ver, lo raro es que una trucha se le quedara mirando igual que un quinto.
El Adolfito Penouta Augalevada, alias Choqueiro, había sido novio de María Auxiliadora Porras, quien lo dejó porque iba para muerto.
– Éste va para muerto, a mí que no me digan, no hay más que tocarle las manos.
Moncho Preguizas también había visto, subidas en una piedra de la orilla, a una donicela y una liebre deleitándose e incluso regodeándose en la contemplación de las tetas de su prima.
– ¡Hay que ver cómo son los animalitos, qué instinto tienen!
María Auxiliadora Porras argumentaba su decisión con muy sólidos principios.
– Ése va para muerto, no hay más que mirarle lo apagada que tiene la piel, no hay más que tocarle las manos, yo se lo dejo a Georgina, ya será ella la que se ponga de luto, a mí no me desvirga un muerto, bueno, ningún muerto, no me da la gana.
– Pero, María Auxiliadora, ¿tú estás virgo?
– ¡Calla, mamón! ¿A ti, qué leche se te da?
– ¡Repórtate, María Auxiliadora! ¡No me levantes la voz!
Adolfito Choqueiro casó con Georgina y no duró demasiado, por voluntad de Dios hubiera durado más pero aguantó mal los cuernos y se ahorcó de la barra de colgar los trajes en el armario, algunos dicen que lo mató su esposa con un cocimiento de yerbas, cualquiera sabe, cuando el juez abrió la puerta del armario y se le vino el muerto encima y bamboleándose, se pegó un susto considerable.
– ¡Joder, con esta mierda de muerto! ¡Qué forma de recibirle a uno!
Carmelo Méndez acompañó a Georgina en las diligencias y cuando el juez se distraía le metía mano.
– Estate quieto, Méndez, ya jugaremos cuando se lleven al finado.
– Como gustes, amor mío, ya sabes que siempre hago lo que tú mandes, ya sabes que no tengo más voluntad que la tuya.
Moncho Preguizas hablaba con mucho cariño de sus primas Georgina y Adela y de la madre de ambas.
– Para mí era como una madre, tía Micaela siempre fue muy buena conmigo, muy complaciente, cuando era pequeño me regalaba las aventuras de Dick Turpin y me la meneaba en cuanto nos quedábamos a solas. A mí me saltaba el corazón en el pecho cuando me decía: ¿Te gusta, marrano?
Al entierro de Adolfito fue mucha gente, como era un chisgarabís tenía simpatías. El personal del acompañamiento hablaba del Celta de Vigo y de lo buena y apetitosa que estaba la viuda.
– ¡Pues anda que la hermana!
– No hay por qué comparar, son distintas pero están las dos como es mandado.
Moncho Preguizas quedó cojo en tierra de moros, de Melilla volvió con una pata de palo y muerto de risa.
– ¿De qué te ríes, desgraciado?
– Me río de que peor hubiera sido que me pusieran de palo el alma.
Por casa de mi familia anduvieron rodando durante años y años tres boinas carlistas blancas y con el borlón de hilo de oro que fueron de don Severino Losada, un tío de mi madre que llegó a coronel carlista y que anduvo peleando por las comarcas de Órdenes y Arzúa, a un lado y a otro del río Tambre, entre el valle de Dubra y la tierra de Melide, mismo por donde al acabar la última guerra civil levantaron partida los guerrilleros Manuel Ponte y Benigno García Andrade, Foucellas; hay paisajes a los que va bien el olor de la pólvora y el color de la sangre. Las tres boinas de don Severino se las pateó tío Cleto en los carnavales y acabaron apolillándose, en mi familia lo normal es que las cosas se apolillen; en mi familia, el aburrimiento y la desidia se cultivan como dos bellas artes.
– Jesusa.
– Dime, Emilita.
– ¿Te acuerdas de aquel rosario de plata, bendecido por el Papa León XIII, que nos trajo nuestra santa madre de Roma?
– ¡Huy, vete tú a saber! Hace siglos que no lo veo, lo más probable es que se haya perdido.
– Claro.
Tía Jesusa y tía Emilita, a fuerza de rezar sin tino, murmurar sin descanso y orinar sin orden, han perdido el uso de la esperanza, la fe las reconforta y la caridad la ignoran. Tío Cleto, como se aburre como una ostra, se pasa el día vomitando en la bacinilla o detrás de la cómoda.
– ¡Qué alivio!
La perra de tío Cleto se llama Véspora y se alimenta de lo que el amo convulsamente vomita o dulcemente regurgita, que de ambas formas arroja tío Cleto. Véspora, a veces, hace los extraños y camina dibujando los jeribeques de la borrachera, se conoce que algunos días el vómito de tío Cleto le resulta algo fuerte. Tío Cleto tiene muy buena mano para tocar el jazz-band, sólo le falta ser negro, para esto de tocar de oído el jazz-band o lo que sea, la flauta, la bandurria o lo que sea, va bien ser viudo, le añade cierto interés a la interpretación.
– No lo entiendo.
– ¡Anda! ¿Y por qué lo había de entender? Hay muchas cosas que no se entienden, amigo mío, y ante eso no toca sino aguantarse.
– Ya me hago cargo.
Los restos del santo Fernández y de sus siete compañeros mártires (no hay por qué poner aquí los nombres, que lo hagan sus parientes) reposan en el convento español de Tierra Santa, en el barrio cristiano de Bab Tuma, en Damasco, casi todos los datos que vienen en las enciclopedias están equivocados pero esto es lo de menos porque fue un santo de poca importancia, en nuestra familia no tenemos otro. El P. Santisteban, S. J., era un pardillo que sorbía rapé y le acababa con la cascarilla a las tías.
– ¿Otra tacita, don Obdulio? Esto siempre reconforta.
– Por complacer, mis buenas amigas, por complacer…
El P. Santisteban, S. J., no conocía la misericordia.
– El día del Juicio Final los justos recibiremos nuestra recompensa entre alegres y saludables risas mientras los condenados caerán en la horrible caldera en la que arderán entre espantosos tormentos hasta la consumación de los siglos, ¿me pasa una galletita, amiga Jesusa?, que Dios se lo pague. Y nosotros les diremos henchidos de razón: ¿No queríais gozar de las galas del mundo corrupto y de los deleites de la carne pecadora? ¡Pues ahí tenéis vuestro premio! ¡Arded, malditos, y sufrid mientras nosotros nos solazamos con la bienaventuranza eterna!, ¿me sirve un culín de cascarilla, amiga Emilita?, que Dios se lo pague.
El P. Santisteban, S. J., no es muy distinguido para jesuita, parece un escolapio, y además no huele demasiado bien, vamos que hiede a chotuno o sea a macho cabrío.
– Lo que le pasa es que vive como un verdadero santo y descuida el aseo personal, él está ajeno a los respetos humanos.
– Claro, lo más probable.
– ¡Y tan probable, mi buena amiga, y tan probable!, porque, decidme, ¿de qué vale aromatizaros la carne mortal y los ropajes perecederos con mirra y almizcle, si perdéis el alma?
– ¡Anda, pues es verdad!
– ¡Y tanto que es verdad! Atendamos al gran negocio de la salvación del alma y demos de lado a las pompas y vanidades de este bajo mundo.
– Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero…
En 1935 no hubo ningún accidente en L.A.P.E., Líneas Aéreas Postales Españolas, habiendo recorrido en seis años de servicio un equivalente a 126 veces la vuelta al mundo. Mamerto Paixón inventó una máquina de volar a la que puso Anduriña de nombre, parecía un murciélago con pedales y piñón fijo pero le puso Anduriña.
– Le llamo así porque es el pájaro que mejor vuela, da gusto verlo planear, ¿se da usted cuenta, señorita Jesusa, de que si Dios quiere muy pronto andaré yo por los aires como una anduriña? Lo mejor será que me tire del campanario de San Xoan de Barrán para coger pulo.
– ¡No lo hagas, Mamertiño, que igual te deterioras!
– No, señorita, ya verá usted como no.
El domingo de pascuiña del año 1935, después de misa mayor, Mamerto se asomó al campanario de San Xoan, se calzó las alas de su máquina voladora y, ¡zas!, se lanzó al vacío, pero en vez de salir volando cayó a plomo sobre el santo suelo. Había venido mucha gente a verlo, habían venido hasta de Carballiño, de Chantada y de Lalín, de todas partes, y cuando Mamerto hubo de escarallarse se armó un revuelo considerable, todo el mundo corriendo de un lado para otro.
– ¡Calma, calma! -predicaba don Romualdo, el cura-. Está recién confesado y comulgado y se va al cielo derecho, ponedle una piedra de almohada y dejadlo expirar en paz y en gracia de Dios. ¡Preparado como en este momento no volverá a estarlo nunca!
– ¡Hombre, no! ¡Es mejor llevarlo a Orense, a ver si lo pueden salvar en el hospital!
– Haced lo que gustéis, yo declino toda responsabilidad en tan irreflexivas decisiones.
Don Romualdo era muy mirado en el hablar pero los feligreses lo oían como quien oye llover. A Mamerto Paixón lo envolvieron en una manta y lo llevaron a Orense en el taxi de Reboredo, que vino enseguida; llegó casi agonizante, pero hubo suerte en la operación y a los pocos días empezó a mejorar.
– ¿Quedó algo de la Anduriña?
– Poco, ¿por qué?
– Por nada, porque estoy deseando ponerme bueno para probar otra vez, yo creo que fue un fallo de la transmisión.
– Bueno, déjate de parvadas que ya libraste de buena, no se puede andar tentando a Dios todos los días.
Doña María Auxiliadora Mourence, viuda de Porras, la madre de la moza que no quiso casarse con Adolfito porque iba para muerto, era una dama gorda, muy gorda, con juanetes y de andar renqueante que tenía isócronamente acompasados sus reflejos, características y exhalaciones varias, el orden es el orden, a saber: dos pasos, cinco latidos del corazón, pluma resbalona, pausa, golpe de tos, pedorrera en cascada, tic de hocico, pausa, flato medio abortado, lamento suspirador, solo de hipo, pausa, y así hasta el día siguiente, el mes que viene, el año próximo y Dios mediante. La famosa escofina Losada destruye por encanto y sin dolor callos, ojos de gallo y uñas gordas.
Por debajo del Miño, o sea al sur y a medio andar desde Orense a Castrelo, entre el valle de la Rábeda y el Ribeiro, quedan los castros de Trelle, donde viven los moros muertos; Trelle es lugar del municipio de Toen, parroquia de Santa María dos Anxos. En Galicia aún viven muchos moros, lo que pasa es que no se ven porque están muertos y encantados y andan por debajo de tierra. En los castros de Trelle habita la morisma más rica de toda la comarca, está gobernada por el mago Abd Alá el-Azziz ben Meruán, el Portugués, valí de Monforte, que es tuerto, pelirrojo y leproso pero que tiene la facultad de convertir en oro todo lo que quiere: una piedra, un escarabajo, una amapola, una esclava, lo que sea; los castros de Trelle están llenos de piedras, de escarabajos, de amapolas y de esclavas de oro. Basilio Ribadelo, arriero de Sobrado do Bispo, carretaba el vino de los moros por la noche, para que no lo viesen los cristianos, y recibía en pago unas lajas de pizarra que por el camino se le iban volviendo de oro; los moros hicieron jurar a Basilio que no diría nada a nadie bajo la condición de que, si no respetaba su palabra, las lajas retornarían a su miserable condición. Casilda Gorgulfe, su mujer, estaba asustada con tanta riqueza.
– Eso viene del contrabando -le dijo al marido-, no me lo niegues; te han de pillar los carabineros y te han de aspar a tundas, ya verás.
– No, mujer -le respondió Basilio-, ese dinero lo gano honradamente, lo que pasa es que no te puedo decir cómo.
Casilda insistió e insistió y suplicó y amenazó y rogó y Basilio, agobiado por los denuestos y las zalamerías, acabó confesándole la verdad.
– Pero no digas nada a nadie porque, si los moros se enteran, ya no volverán a pagarme ni un solo ochavo.
Casilda, contra la prudencia, se fue de la lengua, los moros acabaron sabiéndolo y a Basilio, en justo castigo, ya no volvieron a abrirle las puertas de los castros jamás. Basilio le arreó mil palos a la mujer, pero la fortuna se le escapó para siempre y acabó muriendo, al andar de los años y cuando Dios quiso, en la arriería y la pobreza.
– ¿Me das un coñac?
– Sí, claro.
La bata de la señorita Ramona es muy elegante, abriga poco y es muy elegante.
– Me gustaría estar completamente desnuda pero tengo frío.
– No, mujer.
La señorita Ramona piensa que la vida es breve y la vejez, no más que una costumbre.
– Y muy incómoda, Raimundiño, no lo dudes. Una mujer es vieja a los veinticinco años, un hombre dura más, un hombre puede durar hasta los treinta y a veces hasta los treinta y cinco. ¿Me das un beso? Hoy estoy como triste, no sé lo que me pasa… Si piensas que soy una golfa te equivocas, Raimundiño, el perro me da tanto gusto como tú, por lo menos, pero a ti te quiero más, ¡pobre Wilde! Los hombres sois muy caprichosos, tú eres más caprichoso que nadie pero me compensa darte todos los caprichos que pueda, las mujeres estamos más solas que los hombres, por eso hay más tortilleras que maricas, si supiese que no iba a pasar frío me metía en la cama en porreta y no me levantaba en un mes.
Raimundo el de los Casandulfes se calló.
– ¿Quieres ponerme más coñac?
– Sí, claro.
– ¿Me invitas a cenar espárragos de lata?
– Te agradezco mucho que me lo pidas, Raimundiño.
Todo el mundo dice que doña Rita Freire, la dueña de la fábrica de galletas El Bizcocho Inglés, tiene encoñado a su segundo marido pero no es verdad, a don Rosendo Vilar Santeiro no lo encoña nadie, él va a lo suyo, encoñamiento incluido, lo que sí es más cierto es que doña Rita está encaprichada, debería decirse encarallada, con don Rosendo, sus buenos cuartos le cuesta el que la monte dos veces al día, doña Rita es una leona que no se cansa de bregar en la cama, a veces ni llega a la cama, cualquier sitio es bueno.
Luisiño Bocelo, el criado capón de don Benigno, murió en la guerra pero de muerte natural, primero quedó ciego y después le dio la pulmonía y murió. A Luisiño Bocelo le llamaban Parrulo pero de buenas, no de malas.
– ¡Parrulo!
– Mande, don Benigno.
– Ponte a la pata coja y aguanta hasta que no puedas más.
– Sí, señor.
Ádega se sabe bien sabida la crónica del monte.
– Con el parvo de Bidueiros se les fue la mano y el pobriño murió como un criminal, con la horca no se pueden gastar bromas porque tampoco tiene marcha atrás, al parvo de Bidueiros lo ahorcaron sin mala intención pero lo ahorcaron, a él tanto le da lo de la intención, su padre, el cura de San Miguel de Buciños, se portó bien con el muerto, le dijo tres misas y lo enterró en sagrado.
A Eutelo o Cirolas le dejan entrar en casa de la Parrocha pero no le permiten confiarse.
– O te ocupas o te vas, aquí no puede venirse de tertulia.
Su yerno, Tanis Gamuzo, ni le habla.
– Mi suegro es un mierda, si no fuera por Rosa ya le habría partido la cara hace tiempo, con estos tipos no se pueden tener confianzas, les das la mano y te toman el brazo, como suele decirse.
Marta la Portuguesa prefería pasar hambre que no ir al catre con Cirolas.
– Antes me muero de necesidad y pidiendo limosna. Eutelo es un cabrón que me revuelve las tripas, un asqueroso.
El primer marido de doña Rita fue un comerciante alto, gordo y blando que se pegó un tiro con una escopeta, de harto que estaba. El primer marido de doña Rita se llamó en vida don Clemente, le decían Abundancia, don Clemente Bariz Carballo era de la aldea de Monteveloso, en la parroquia de Santa Eufemia de Piornedo, municipio de Castrelo, en el país del Riós, al sur de la peña Nofre, y ganó muchos cuartos con el wólfram, la verdad es que de poco le valieron. Don Clemente se fue hartando poco a poco, que es la peor manera, y un día que ya no pudo más cargó la escopeta con postas de lobo, se sentó bien sentadito y cómodo en una butaca de la sala, se metió los dos cañones en la boca, apretó el gatillo y se saltó la cabeza en cien pedazos, el más grande era como una ciruela claudia, los sesos se le quedaron pegados en la lámpara, hubo que limpiarla con sidol. Don Clemente y doña Rita tuvieron siete hijos, eran todos pequeños aún; doña Rita, cuando enviudó, andaba por los treinta y dos o treinta y tres años y tenía ganas de pelea, si el cuerpo pide pelea es como si se tiene sed. Doña Rita encontró consuelo con su director espiritual, don Rosendo Vilar Santeiro, presbítero, con el que ya se entendía desde algún tiempo atrás.
– ¿Por qué no cuelgas la sotana, Rosendo, y nos casamos como Dios manda?
– ¿Pero cómo me voy a casar, desgraciada, si estoy ordenado de mayores? ¿Es que no lo sabes?
– ¡Anda, qué gracia! Pero conmigo bien que te saltas el voto de castidad, ¿no?
Don Rosendo se ponía furioso.
– ¿Pero qué tendrá que ver el culo con las cuatro témporas, alma de Dios?
Los mastines de Tanis Gamuzo, León, Mariñeiro, Zar, son valerosos, leales y obedientes, con ellos se puede ir por el camino con los ojos cerrados, que no se arriman ni el lobo ni el jabalí. Tanis también cría perrillos de carea, listos, juguetones y revoltosos, capaces de hostigar a las bestias del monte si se saben con las espaldas guardadas, Tanis conoce mucho de perros, los cuida bien, los educa y les saca partido.
– Otros vicios son peores, ¿no cree usted?
– ¡Y tanto, hijo, y tanto!
En la taberna de Rauco discuten Raimundo el de los Casandulfes, Robín Lebozán y un castellano que gasta unas tarjetas de visita con la cruz de Calatrava y su nombre en letra de bulto: Toribio de Mogrovejo y de Bustillo del Oro.
– ¿Era noble?
– Eso nos creíamos todos hasta que se lo llevó esposado la pareja porque había hecho una estafa a una estanquera de Orense.
– ¡Vaya por Dios!
– Como lo oye; su verdadero nombre era Toribio Expósito, lo de Toribio de Mogrovejo es como se llamaba el santo, no él, Santo Toribio de Mogrovejo, obispo en Lima del Perú, por cuyo celo se difundió por la América hispana la fe y la disciplina eclesiástica.
– ¡Toma!
– Ya lo ve usted, esas precisiones me las dio el secretario.
– Ya, ya…
– Lo de Bustillo del Oro era su pueblo, en la Tierra del Vino, en Zamora, parece ser que estaba reclamado por varios juzgados.
– ¿Y por diversos delitos?
– Lo más probable.
A lo que íbamos, Toribio de Mogrovejo, Raimundo el de los Casandulfes y Robín Lebozán se enzarzaron en una discusión muy elevada, los demás guardaban silencio porque ni se atrevían a opinar. Las posturas eran las siguientes: Toribio de Mogrovejo creía en Dios y en los curas, era el mejor pensado, Raimundo el de los Casandulfes creía en Dios (él prefiere decir el Sumo Hacedor) pero no en los curas, eso parece de masones, y Robín Lebozán, se conoce que para que la conversación no decayera, creía en los curas pero no en Dios.
– ¡Qué dislate!
– Y tanto.
La disputa fue interrumpida por la pareja, era más de la una de la madrugada. Toribio de Mogrovejo se puso pálido cuando la guardia civil le espetó,
– ¿Es usted Toribio Expósito?
– Servidor.
– Dése preso.
Toribio no opuso resistencia, se dejó esposar y se perdió en la noche, con un guardia civil a cada lado, por la carretera abajo.
– Hace frío…
– Eso se quita andando.
Doña Rita se propuso que don Rosendo no se le escapara vivo y lo consiguió, el que la sigue la mata. Doña Rita empezó a atacar al cura por el estómago, por el rijo ya lo tenía bien sujeto, por la vanidad y por la avaricia, don Rosendo era glotón, cachondo, vanidoso y avaro.
– Toma este reloj de oro del imbécil de mi difunto, más vale que lo lleves tú que eres más hombre.
– Gracias, le mandaré grabar la fecha en que me lo regalas.
Doña Rita un día se descaró.
– No me voy a andar con rodeos, ¡qué cáspita!, si cuelgas los hábitos y te vienes a vivir conmigo, te doy un millón de pesos. Tú dirás.
Don Rosendo le dijo que sí, que claro, no faltaría más, cobró el millón de pesos y se fue a vivir con la viuda. El escándalo que se organizó fue mayúsculo, pero don Rosendo sonreía.
– La crítica pasa y el dinero queda en casa; Rita y yo somos muy felices y en cuanto pueda arreglar mi situación, nos casaremos. ¿Qué más quiere Nuestro Señor que ver a sus criaturas felices?
En el camposanto de Santa Rosiña de Xericó crece la mandrágora, el macho y la hembra, que se le notan sus atributos en la raíz a la que está atado un perro, la mujer que toca la mandrágora queda preñada, a veces basta con que la huela, y el perro aúlla cuando quiere que alguien se duerma para decir la verdad: Me acuso de haber matado con un hacha al caminante que se adornaba el sombrero con margaritas y la barba con mariposas de cien colores, lo maté porque me miraba mal y me hacía trampas a las siete y media, nada me importa que me ahorquen porque sé que Dios me perdonará los pecados, al muerto lo quemé con camelias para que no me guardara rencor. El verdugo levantó la horca en el camposanto de Santa Rosiña, mismo encima del más tierno brote de la mandrágora para que los ahorcados la alimentaran con el semen que da la vida, la sangre que la mantiene y le da fuerzas y la saliva que la unta y la cuenta. Luisiño Parrulo tenía los ojos delicados y don Benigno mandó que se los curasen con la raíz de la mandrágora batida con aceite y vino.
– ¿Y curó?
– No, señor; cegó.
Si en la raíz de la mandrágora se figuran las partes del hombre, todo hombre que pase por su lado será amado por las mujeres hasta el fin, hasta que los sobresaltos lo maten de amor y los curas lo entierren de caridad. A Toribio de Mogrovejo y de Bustillo del Oro la guardia civil lo llevó en conducción ordinaria hasta Ponferrada; tardaron nueve días porque cae algo distante, subiendo y bajando cuestas. Si en la raíz de la mandrágora se figuran las partes de la mujer, toda mujer que pase por su lado será amada por un enano barbilindo y con la pelambrera revuelta al que llaman Mandrágoro, que se alimenta de ortigas y de sémola y que habla sin abrir la boca.
– ¿Me amas, hermosa mujer?
– ¡Cállate, baboso! ¡Así te mueras!
Antes de arrancar la mandrágora de la tierra hay que pintarle tres círculos con la espada todo alrededor, mientras una puta canta salmodias y un fraile motilón baila el cancán subiéndose la sotana hasta las vergüenzas. También puede arrancarse atándole una cuerda a la raíz y obligando a un perro hambriento a que tire de ella sin respirar; cuando la planta grita de dolor, el perro muere de espanto.
– No lo entierres, deja que se lo coman los cuervos.
Doña Rita tenía a don Rosendo preso por el paladar y el pijo, o sea por las papilas del gusto y la delicada bellota del otro gusto.
– ¡Móntame que para eso te pago, cabrón! ¿Te gusta estar bien alimentado, verdad, y que te soben las partes? Anda, acuesta a los niños y vuelve pronto, no te olvides de darles la bendición.
– Descuida…
Braulio Doade, uno de los criados de la señorita Ramona (los cuatro son muy viejos y están medio ciegos y medio sordos, también bronquíticos y reumáticos), anduvo paseándose por las Filipinas cuando aún eran españolas, Braulio Doade fue siempre muy pinche y peripuesto.
– ¿Recuerda usted aquel famoso bando del general don Camilo Polavieja en la isla de Mindanao diciendo que iba a capar a todos los moros a quienes cogiera con las armas en la mano?
– No, no recuerdo, ¿no se lo estará usted inventando?
Cuando murió Braulio Doade estaba tan consumido que casi ni pesaba.
– ¿Le mandamos decir alguna misa, señorita?
– ¡Psche! Yo creo que con un padrenuestro le basta y le sobra.
Los puercos hozan la trufa del monte con sabiduría y los perros levantan la raíz de la mandrágora con los dientes, el perro debe ser negro y después morir, las dos cosas.
– ¿Queréis que convirtamos a los hombres en puerco espines y a las mujeres en miñocas?
El diablo vende su ungüento para volar en la feria de los santos Dionís y Leonís, en San Roquiño de Malta, ¡si Mamerto Paixón lo hubiera sabido!, lo vende una bruja con licencia, a lo mejor es el mismo diablo disfrazado, y hasta que sale el sol lo da a mitad de precio para que los pobres puedan gozar de sus virtudes.
– ¡A volar como los pájaros del cielo y las benditas ánimas del purgatorio! ¡El que quiera volar, que vuele!
El ungüento, también hay pomada, que es más espesa, se prepara cociendo unto de niño moro o sin bautizar en agua de rosas y en un caldero de cobre; cuando el agua merma lo bastante se mezcla el poso con menstruo de viuda, polvo de huesos de ahorcado, orina de mujer y raíz de mandrágora y de las tres plantas de Belcebú: el beleño, que ayuda a volar por los aires y quita los dolores de muelas, de cabeza y de oídos; la belladona, con la que se pintan los ojos las mujeres y los cómicos, y la manzana de espinas sepulcrales, espinas fantasmales, espinas infernales, que suelta el manantial de los dulces sueños de la muerte. En San Roquiño también se vende el elixir de la larga vida y el jarabe de las malmaridadas, a real el trago.
– ¿Quiere borrar los cuernos de la conciencia y quiere que se le caiga el lunar del adulterio?
Un día que don Rosendo pegó gatillazo, doña Rita le arreó tal somanta que tuvieron que intervenir los obreros de El Bizcocho Inglés con el encargado a la cabeza, Casiano Areal fue siempre muy responsable.
– ¡Cálmese, señorita! ¡Por Dios se lo pido, que lo va a matar! ¡Si don Rosendo no puede, ya seguiremos alguno de nosotros! ¡Cálmese, señorita, que vamos a tener un disgusto! ¡Tápese las tetas, dispensando, que puede pillar una pulmonía!
En el camposanto de Santa Rosiña de Xericó juegan a las chapas el guardia civil Fausto Belinchón González, natural de Motilla del Palancar, en la Mancha de Cuenca, y tío Cleto, la cosa es increíble, pero cierta porque yo la vi.
– Las ruindades también tienen su encanto, Camilito, lo malo no es pisar la mandrágora sino empezar a rodar y rodar por la cuesta abajo, mira Rita Freire, que es joven y con posibles y va camino de morir suplicando.
Los lobos mataron en una noche tres vacas y sus terneros en el monte de San Cristobo, nadie pensó que andaban por allí. Tanis Gamuzo salió a buscarlos con sus perros y una escopeta y a la noche siguiente mató dos lobos, uno pesaba cerca de cinco arrobas, no era el lobo de la Zacumeira pero poco le faltaba; al perro Kaiser se lo dejaron malherido y tuvo que rematarlo de una cuchillada, eso siempre da pena. Tanis mandó curtir las pieles de los dos lobos y, con tres más que tenía, se los dio a Anunciación Sabadelle, la pupila de la Parrocha.
– Toma, para que le hagas un cobertor a Gaudencio, esto es de mucho acougo.
Cuando los primos de La Coruña me mandaron las farias se las llevé a Marcos Albite.
– Lo prometido es deuda.
– Gracias, ya estaba un poco harto de mascar tabaco portugués, la baba lo pone todo perdido, me vas a acostumbrar mal.
Catuxa Bainte le trajo a Marcos Albite un cuartillo de vino de la taberna.
– Hoy estoy como quiero, hay pocos días así.
El hombre cambió la voz.
– Perdone que le haya tuteado delante de la gente, bueno, la verdad es que Catuxa no cuenta demasiado, no cuenta casi nada.
A mí me pareció que aquél era buen momento.
– Lo mejor sería que nos tuteásemos, antes de la guerra nos tuteábamos, tú también eres un Guxinde, tú eres tan Guxinde como yo.
– Sí, eso sí, pero yo soy un Guxinde pobre, un Guxinde que no vale para nada…
Catuxa trajo dos vasos de vino, uno para Marcos Albite y otro para mí, el mío daba gusto verlo de limpio.
– ¿Quiere que le lave la lata de los meos?
– Sí.
Marcos Albite acarició las farias.
– ¿Te gustan más que las brevas?
– No sabría decirte.
Por el cielo voló como un relámpago de esperanza, a lo mejor era una paloma de dulce.
– Yo no me fío ni de Dios, antes aún me defendía, ¡pero lo que es ahora, metido en esta caja de muerto con ruedas!
Canta el eje del carro de bueyes que va dando tumbos por la corredoira y su chirrido ahuyenta al lobo y alerta a la raposa, el mundo es una caja de resonancia y la piel de la tierra es como la badana del tambor, igual que el parche del tambor. Marcos Albite pintó de nuevo la estrellita y sacó brillo a las tachuelas de sus iniciales.
– Te tengo casi acabado el santo, es un San Camilo de sete estralos, ya verás, la semana que viene te lo doy, sólo me falta arrimarle un poco de lija.
Feliciano Vilagabe San Martiño tardó en casar, fue novio de Angustias Zoñán Corvacín durante veintitrés años, y su matrimonio duró poco, no llegó a hora y media; cuando los novios salieron de la parroquia, ella le dijo,
– ¿Vamos un momento al camposanto con mi mamá, a dejar el ramo en la sepultura de mi papá?
Y él le respondió,
– Id vosotras, yo aguardo aquí.
Cuando Angustias volvió, Feliciano se había marchado con viento fresco; de la taberna de Rauco salió Remedios, la patrona, y le dio un sobre a Angustias.
– Ten, Feliciano dejó esto para ti.
Angustias abrió el sobre, toda nerviosa, dentro venía un papelito escrito con letra redondilla: Vete a la mierda. De Feliciano nunca jamás volvió a saberse nada, parecía como si se lo hubiera tragado la tierra, alguien dijo que lo habían visto en Madrid de cobrador de autobuses.
– ¿Y qué hizo Angustias?
– ¿Y qué iba a hacer? Primero esperó, ya estaba acostumbrada a esperar, esperó cuatro o cinco años, y después se fue monja, para ir de puta ya no reunía condiciones, para eso las piden más tiernas, vamos, menos talludas.
Los Vilagabe son muy señoritos, siempre lo fueron, valían para poco, ésa es la verdad, pero siempre fueron muy señoritos y remilgados, muy propios y particulares en sus gustos y aficiones. Angustias, por el contrario, era una cursi corriente y llena de ricitos que cogía el cuchillo de un modo horrible, se le disparaba el dedo meñique al levantar la taza y decía cocreta y pocillo.
– Eso es muy doloroso.
– Sí, mucho, eso es peor que el adulterio; el adulterio se da con frecuencia en las mejores familias y en cambio lo de Angustias no pasa sino entre gente de medio pelo, ahora anda todo manga por hombro.
– ¿Y por qué no la plantó de novia?
– ¡Yo qué sé! Dice que a la pobre la anduvo entreteniendo durante muchos años.
– ¡Anda, peor hubiera sido que la anduviera aburriendo!
– Pues también es verdad, mire usted por dónde.
La señorita Ramona siempre dijo que Angustias era un mueble de pino.
– Es como una mesa de noche de pino del país y a lo mejor, ni eso. Angustias fue siempre muy cortita, es la verdad, hay mujeres que ni pertenecen siquiera a la especie humana, Angustias es ganado, es como una vaca marela.
Cada cual se defiende como puede, Feliciano Vilagabe salió escapando, en esto no se sabe nunca cómo acertar porque cada caso tiene sus características especiales.
– ¿Se acuerda usted de Medardo Congos, aquel veterinario pontevedrés que calzaba un alza de a palmo y hacía trampas en el tute?
– Sí, ¿no voy a acordarme?
– Bueno, pues ése hizo lo contrario, ése no escapó, se le escapó la mujer y él dio un banquete a más de cien personas para celebrarlo, se gastó un dineral. No creo que mi esposa se atreva a volver después de esto, decía a los amigos, ¡si vieran ustedes la paz que dejó cuando se fue!
Medardo Congos había heredado de su padre, que fue torrero de faro, una jaula con una gaviota disecada dentro.
– Se llama Dulce Nombre, en recuerdo de una novia que tuvo mi buen padre antes de matrimoniar con mi santa madre, que en paz descansen ambos, aquéllas eran costumbres patriarcales y no las de ahora, que son la leche y el relajo.
– ¡Repórtese, Congos!
– Dispense.
Teresita del Niño Jesús Mínguez Gandarela, la huida esposa del veterinario, lleva el pelo a lo garçón y fuma delante de los hombres.
– ¡Qué descaro! ¿Y a dónde se fue?
– Pues no muy lejos, se fue a Sarria con un zurupeto que baila muy bien el tango y el foxtrot, se conoce que estaba harta de la cojera del marido; la verdad es que hay mujeres que ni las piensan.
Raimundo el de los Casandulfes y yo vimos a nuestra prima Ramona paseando entre los árboles del jardín, iba muy elegante, tan solitaria y altiva debajo de su paraguas, llevaba el perrito Wilde al lado, Raimundo y yo la miramos durante tiempo y tiempo sin decirle nada, ¿para qué? Nuestra prima Ramona llegó hasta el río, estuvo un rato con los ojos clavados en la corriente y después se volvió, siempre muy despacio, hasta la casa. Yo me fui y Raimundo hizo como que llegaba entonces.
– Toma tu camelia de siempre.
– Muchas gracias.
– ¿Saliste de paseo?
– No, me llegué hasta el río a ver pasar el agua, hoy hace años que se ahogó mi madre.
– ¡Es verdad!
Nuestra prima Ramona sonrió con tristeza.
– ¡Cómo pasa el tiempo, Raimundiño! Cuando murió mi madre yo era una chiquilla, tenía trece años y sentí que el mundo se me caía encima, el mundo no se cae jamás encima de nadie.
– No.
– Todos envejecemos y con los años se nos quitan muchos humos y muchas soberbias.
– Sí.
– También muchas manías.
– También.
Nuestra prima Ramona estaba rara, Raimundo la veía bellísima.
– Déjame sola, tengo ganas de llorar.
Teresita del Niño Jesús, en Sarria, cuando se arrimó a Filemón Toucido Rozabales, notario sin los papeles en regla, se comportó de modo ejemplar, se conoce que para confundir al paisanaje.
– Hay que organizar tres asociaciones: el ropero de los pobres, la gota de leche y el fomento de las vocaciones tardías.
– Claro. Y le pedimos la bendición a Su Santidad para que nada nos falte, las cosas hay que hacerlas bien desde el principio.
– También podríamos fundar un patronato para llevar a las jóvenes descarriadas al buen camino del que nunca debieron apartarse.
– Naturalmente. Y otro para la integración de los gitanos en la sociedad cristiana y española y en el seno de nuestra sacrosanta religión católica.
A doña Asunción Trasparga de Méndez le llaman Choniña la Dulce porque está casada con el dulcero Méndez, Filomeno Méndez Vilamuín. Choniña la Dulce preguntó tímidamente,
– ¿Y nos llegarán los cuartos?
– ¡Ay, hija, qué aguafiestas!
Cuanto Teresita del Niño Jesús se sintió segura, poco a poco se siente seguro todo el mundo, es la ley natural, empezó a olvidarse de las asociaciones benéficas, ¡a la mierda los pobres!, ¡esto de la gota de leche es una leche!, ¡al que le den a destiempo las ganas de irse cura, que se joda y baile!, ¡las jóvenes descarriadas a disfrutar, que la vida es corta!, ¡los gitanos, con la cabra y la mona!, iba diciendo que cuando Teresita del Niño Jesús empezó a sentirse segura, rompió a putear con entusiasmo. Toucido procuraba tranquilizarla un poco pero con dudoso resultado.
– Tú haz lo que quieras, Teresita, pero no alborotes ni des tres cuartos al pregonero, no veo la necesidad de la fornicación a bombo y platillo y a la vista de todo el mundo, dando escándalo y pregonando la vida disoluta, piénsalo y ya verás como tengo razón, yo soy un hombre moderno, tú lo sabes, pero la paciencia también tiene sus límites.
– ¡Claro! Perdóname una vez más, Filemón, amor mío, es que no puedo evitarlo, tú no me dejes sola nunca. ¿Me vas a llevar a bailar?
A Teresita del Niño Jesús le gusta lucir pamela y jugar al diábolo.
– Pero, ¿tú crees que tienes edad?
– ¡Anda! ¡Y por qué no!
Teresita del Niño Jesús fabula más deprisa de la costumbre.
– Me gustaría que te hubieran cortado las dos piernas como a Marcos Albite, vida mía, para cogerte en el colo y ponerte a hacer pipí a la puerta de la calle con la pichola fuera, para que viera todo el mundo lo mucho que te quiero y lo bien que te cuido, te tengo como a un marqués.
– ¡Calla, mujer! ¡Qué disparate!
– No es ningún disparate, rey mío, ¡a ti sí que te quiero y no a Congos!
– Bueno, muchas gracias, ¿por qué no duermes un poco?, estás algo excitada.
Choniña la Dulce es hacendosa y mira por la economía doméstica.
– ¿Y no le gusta el bureo?
– ¡Mujer, eso sí! ¡Eso nos gusta a todas!
Choniña la Dulce se entiende con dos empleados de la dulcería de su marido, el hojaldrista y el oficial de pala, se deben respetar siempre las categorías y denominaciones profesionales, los dos tienen el fornicio alegre y jacarandoso, pero como es discreta ninguno sospecha que sus encantos no los goza en exclusiva sino en comandita.
– ¡Soy toda tuya, amor! ¡A nadie podría querer como a ti te quiero!
Robín Lebozán se sienta en la mecedora y lee en voz alta todo lo que antecede.
– ¡Ya lo creo que me gané un café y un coñac! Si encontrase chocolatinas, es ya algo tarde, se las llevaría a Rosicler para que engordase un poco. ¡Mira tú que es manía eso de meneársela al mono de Moncha! ¡A las mujeres no hay Dios que las entienda!
Robín Lebozán tiene muy buena facha, de casta le viene al galgo, en su casa llevan lo menos cinco generaciones comiendo caliente.
– A las cosas no hay que darles demasiada importancia, la gente defiende más el escalafón que la verdad porque ésta es siempre relativa.
Robín Lebozán lía un pitillo.
– Este tabaco trae más palos cada día que pasa, en fin, ¡qué vamos a hacerle!
Robín Lebozán mira por la ventana, los maíces están mojados y por el camino sube un mozo en bicicleta.
– Sí, Poe tiene razón, nuestros pensamientos son lentos y marchitos, también monótonos, y nuestros recuerdos son traidores y marchitos y están oxidados como navajas, se conoce que son así, debe ser su naturaleza.
Azorín estrena La guerrilla en el teatro Benavente, de Madrid, con éxito lisonjero, la costumbre es estrenar con éxito lisonjero, ¡qué estupidez!
– Se vive con el pensamiento, el recuerdo es como el guiderope de los globos, que va arrastrando.
Ramona Faramiñás tiene una radio de siete válvulas marca Telefunken que le costó mil pesetas, la pone poco pero es muy buena, de lo mejor que hay. Policarpo el de la Bagañeira es capaz de amaestrar todo lo que le echen, bueno, todo no, con el jabalí no puede, el jabalí no tiene juicio y es incapaz de entender, tampoco le da la gana, el jabalí es como si tuviera los sesos de estopa o de piedra pómez. Cuando las cosas comienzan a estar confusas, lo mejor es enconcharse y esperar a que escampe. A Policarpo el de la Bagañeira le faltan tres dedos de la mano derecha, se los arrancó un caballo una vez que fue al curro, hace un par de años o tres, quizá más, quizá cuatro o cinco. Hay días que parece como querer salir el sol, después se vuelve atrás y todo sigue como estaba. Robín Lebozán no quiere escribir un diario porque tampoco quiere reconocer que el hombre es bestia muy hirsuta y gregaria, muy aburrida y aficionada a advenimientos y milagros, lo peor de los golpes de timón muy fuertes es que desequilibran los gustos y los pulsos e incluso las conciencias, el jabalí trota siempre por el mismo sendero y por eso se le puede matar a cuchillo, Policarpo el de la Bagañeira lleva matados catorce o quince, uno se le escapó malherido pero como no lo encontró no lo cuenta, no da lo mismo que se muera un barbero temblón que un general de caballería lleno de condecoraciones y soberbias, Robín Lebozán tiene lecturas y muy buena memoria y se sabe los Episodios Nacionales de corrido. Lázaro Codesal murió en Marruecos sin pena ni gloria, también sin comerlo ni beberlo, en la posición de Tizzi-Azza, esto es lo malo que tienen las guerras, que enseguida empiezan a oler a rancio o a alcanfor, tanto tiene. Gaudencio Beira toca el acordeón muy bien, lo mejor que sabe, Gaudencio Beira es ciego y lleva ya varios años tocando el acordeón en la casa de putas de Pura Garrote, la Parrocha, los cabritos más jóvenes le llaman doña Pura. Benicia es sobrina del ciego Gaudencio y según dicen tiene los pezones como castañas, yo no lo sé. Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, es como una mata de tojo con sus flores doradas, cada rincón del mundo tiene su medido equilibrio y su pirueta serena, no es prudente querer cambiar nada, a Catuxa Bainte le gusta pasear por el monte con las tetas mojadas, hace bien. Baldomero Afouto, va ya para dos o tres años, desarmó a una pareja de la guardia civil, Baldomero Afouto lleva tatuada en el brazo una mujer desnuda con una serpiente enroscada todo alrededor, a las mujeres les impresiona mucho, Afouto no cumplió aún la treintena pero no le anda lejos, sus padres murieron en un choque de trenes, no aplastados sino asfixiados. Tanis Perello tiene todavía más fuerza que su hermano Afouto y que nadie, Tanis Perello es capaz de derribar a un buey de un puñetazo. Ádega es la madre de Benicia, Ádega toca el acordeón casi tan bien como su hermano, la pieza que mejor le sale es la polca Fanfinette, el marido de Ádega, digo, de su hija Benicia, se llama Apóstol Braga Mendes y puede que se haya vuelto a Portugal, por aquí no asomó y Ádega, quiero decir Benicia, ignora si sigue casada o está ya viuda, la verdad es que tampoco le importa demasiado. Acaba de morir el rey Jorge V, descanse en paz, le sucede en el trono el príncipe de Gales. Ádega es la memoria de la tierra hasta donde alcanza la vista, después ya viene el reino de León, el confín de Portugal, el extranjero y la tierra de moros, la raya del monte se borró hace ya mucho, nadie recuerda por dónde iba. Por primera vez es derrotada nuestra selección de fútbol en territorio nacional: España 4-Austria 5. También ha muerto Rudyard Kipling, están pasando cosas muy raras y desorientadoras, es como si se hubiera perdido el buen concierto de las esferas.
– ¿Qué dice?
– Lo que oye: es como si se hubiera perdido el buen concierto de las esferas, lo dijo el padre Santisteban el año pasado, en el sermón de las Siete Palabras.
Ádega habla bien el castellano y sabe quitar o mal do aire a las criaturas: Señore mío Don Cristo, sanador de mi dolencia, no atopo cosa de gusto, ni nada que me adivierta, sólo me falta Don Cristo pan y vino de tu mesa. Entra el médico divino por la puerta del dolor, pidiendo a Dios su destino, dándole aliento y amor, junto a la cama se sienta y le dice: -Meu irmán, ¿de qué mal enfermo estás? -Estou cheo de pecados, mi cuerpo es como una lepra. -Toma, come de mi pan, de mi sangre también bebas y con esto, meu irmán, ya te podrás poner bueno. Xan Amieiros midió mal las distancias y murió a palos, con siete palos bien dados, uno en cada sentido y dos mismo en el alma, se puede matar a un hombre, es cuestión de acertarle. Manecha, en cueros, parecía una potra y además no tenía frío nunca, su hermano Fuco gastaba sólo un ojo pero corría como un ciempiés, el abuelo se apartó al Brasil y se hizo una fotografía que pone por detrás: F. Villela, Photographo de A Casa Imperial do Brazil, 18 Rúa do Cabugá 18, Pernambuco, en la foto está muy bien, va de bigote, corbata de lazo y bastón, y se apoya en el respaldo de una silla con elegancia, también lleva los pantalones algo arrugados, si el abuelo no hubiera tundido a golpes a Xan Amieiros, a lo mejor nosotros seguíamos corriendo caballos por estas trochas.
– Lo más probable. Y Manecha Amieiros no hubiera tenido un nieto subsecretario.
– Eso.
Apóstol Braga se curó la epilepsia con el vinagre de los cuatro ladrones, que lleva ajo, mostaza del diablo y resina. A Roque Gamuzo le llaman Crego de Comesaña porque sí, porque crego no es, la fama de las vergüenzas de Roque Gamuzo y de sus fieros calibres llega hasta muy lejos, dicen que hasta Aragón o más, hasta Cataluña y el mar Mediterráneo. Ádega no suele contar lo que pasó pero lo conoce bien, ya lo creo que lo conoce bien, mejor que nadie, para mí tengo que algunas de las cosas que dice se las oyó a Robín Lebozán.
– Los gallegos hubiéramos arreglado esto en menos de una semana pero, ¡qué quiere!, se metieron quienes usted sabe, Raimundiño dice que los aventureros, los patriotas, los jugadores de ventaja, los mesías y los mártires de la China y del Japón, y ya ve usted cómo acabó todo: con el país ahogado en sangre, con el personal famento y merdento y con la gente sin atreverse a mirar los unos para los otros; la mirada hay que poder mantenerla sin tener que bajar la vista ni cambiar los ojos para otro lado, quiero decir sin que le dé la vergüenza y sin miedo a que le adivinen a uno los resabios más escondidos, las cosas las entendieron mal, no se trataba de azuzar a nadie contra nadie sino de echar agua al fuego de los malos propósitos, hay que dejar vivir a la gente a su aire y esto no se supo hacer, tampoco se quiso consentir, los escribientes de las oficinas no fueron cómplices pero a lo mejor sí fueron encubridores, el miedo no es buen consejero y las navajas y las pistolas se esconden siempre en los bolsillos miedosos. Usted, don Camilo, viene de gallos del monte, de gallos bravos y peleones, y ésos a veces no mueren en la cama, no les da tiempo, pero no importa porque de algo tienen que morir los hombres, aquí en el país no han de quedar para semilla, descuide. Su abuelo y Manecha Amieiros se veían en la cueva del pinar das Bouzas, su abuelo vivió mejor que usted, con más fundamento, usted es más alto y va bien vestido, hasta lleva corbata de seda y reloj de oro, pero su abuelo vivió mejor que usted, era pequeño de estatura pero valiente como un león y vivió mejor que usted y que nadie.
Es difícil que alguien pueda tener las nueve señales del hijoputa, siempre han de faltar un par de ellas.
– ¿Y el Moucho tiene todas?
– Puede que sí.
Xila pesca truchas buceando el río, las coge con la mano cuando se aculan en un hoyo o debajo de una piedra, eso está prohibido por la ley pero no importa, Xila es nieta de Ádega y tiene la mirada viva, el andar gracioso y saltarín, doce años y buena salud, su abuela dice que aún no empezó con las cochinadas, puede que sí y puede que no. Los curas deben tener hijos para escapar de la lujuria y también para confesar a las mujeres sin decir parvadas, los curas han de ayudar a la gente en vez de asustarla, bueno, ¡que hagan lo que quieran, allá cada cual con su conciencia! Celestino Carocha y Ceferino Furelo son curas y además tienen buenas intenciones, buenas inclinaciones, Celestino y Ceferino son hermanos gemelos, Celestino es cazador y Ceferino pescador, los curas y los toreros no llevan bigote, son muy respetuosos.
– Era yo rapaza cuando en Bouza da Fondo se ahorcó un ahorcado tan bien y con tanta limpieza que los chiquillos se le columpiaban de los pies, estuvieron columpiándose un día entero, hasta que llegó don León y mandó a la guardia civil que los escorrentase.
Ádega es hermana del ciego Gaudencio y tía o medio tía de los Gamuzos y de Lázaro Codesal, fue lástima que Lázaro muriera porque era muy decidido, muy echado para adelante, y si no que se lo pregunten al marido que le salió al paso en la Cruz del Chosco. La raya del monte la borraron los moros para poder decir a los cristianos: hasta aquí llegan las higueras y de aquí no pasan, es la ley de Mahoma que nadie puede desobedecer. No hace falta tocar ninguna música, ni de oído ni de solfa, Benicia es igual que una perra salida y sabe cantar tan bien como el jilguero, Benicia tiene las tetas pequeñas y los pezones grandes, Benicia le aguanta bien las embestidas al cura de San Miguel de Buciños, que vive rodeado de moscas, que va envuelto en moscas, a lo mejor las cría debajo de la sotana.
– Usted empuje sin miedo, don Merexildo, que la cona de una servidora es de primera, usted páselo bien.
A Cidrán Segade, el difunto de Ádega, o sea el padre de Benicia, lo tuvieron que matar sin mirarle a la cara, de haberlo mirado ni lo matan, no se hubieran atrevido.
– ¿Usted cree que los que andan matando gente les miran a la cara?
– Habrá de todo, digo yo. Después de muertos, sí, y tampoco es seguro; aún de vivos, depende.
Lucio Segade, el hermano de Cidrán, que tuvo muchos hijos varones, decía que había que estar siempre mirando para ellos para que no descarriasen.
– Déjese de coñas, si los muchachos son pitañosos y no pueden aguantar la luz, o sudan más de la cuenta, o tienen las manos temblonas, o se pasan todo el tiempo rascándose, lo mejor es tirarlos por un barranco abajo, lo que aquí hacen falta son personas de carne y hueso y no fantasmas, si los hombres fuesen más hombres no habría tanto criminal.
Purina Moscoso, la mujer de Matías Gamuzo, Chufreteiro, murió tísica, era muy lánguida y espiritada y murió tísica, Chufreteiro no tiene hijos y mira por sus hermanos Benito, que es sordomudo, y Salustio, que es inocente, Chufreteiro juega muy bien al billar, hasta podría hacer exhibiciones.
– ¿Y a las damas?
– También, y a las cartas y al dominó, Chufreteiro juega bien a todo.
Casimiro Bocamaos Vilariño y Trinidad Mazo Luxilde, su mujer, se llevan como el perro y el gato, se llevan a matar, no se separan por los hijos, ninguno de los dos quiere quedarse con ellos, Casimiro es el sacristán de Santiago de Torcela, también hace de enterrador, cría dos vacas y unos cerdos que tiene y sacha las leiras, Casimiro anduvo por medio mundo pero no se le dieron bien las cosas y volvió, Trinidad casó muy joven y tuvo quince hijos, Trinidad está medio ida, se conoce que la maternidad no le prueba, lo que pasa es que cuando se dio cuenta ya no había remedio. A Trinidad le gustaría vivir donde no la viera nadie y morir sin avisar.
– Si te quedas con la tropa de chiquillos me voy sola al monte, a mí no me da miedo.
– No, los hijos los tuviste tú, los hijos son más tuyos que míos y yo bastante hago con no echarme otra vez a rodar por el mundo abajo y mandaros a todos a la mierda.
Robín Lebozán piensa a veces en los sucesos.
– Las matanzas están organizadas para la desilusión y el remordimiento y, a menos remordimiento, más desilusión, es lo de siempre, repásese la historia desde el imperio romano hasta nuestros días, las matanzas no arreglan nada y estropean muchas cosas durante mucho tiempo, a veces estrangulan dos generaciones o más y siembran el odio por donde pasan.
Robín Lebozán quiere que la señorita Ramona lea el Quijote.
– Déjame en paz, a mí me gustan más los versos, el Quijote es muy aburrido.
– No, mujer.
– Sí, a mí me gustan más los versos de Rosalía y de Bécquer.
– ¿Tú sabes que hace ahora cien años que nació Bécquer?
– No, no lo sabía.
A la taberna de Rauco llegan noticias muy confusas, un viajante de comercio cuenta fantasías increíbles, sublevación de generales y movimiento de tropas en Marruecos, la radio también da informaciones que no se entienden bien y con frecuencia suenan marchas militares y pasodobles toreros, la frontera que los separa no es fácil de señalar, esto que se oye ahora no sé lo que es, esto otro es Los voluntarios, ¿qué bonito, verdad? Chufreteiro gana un buen jornal en la fábrica de ataúdes El Reposo, él da muchas gracias a Dios porque se puede ganar la vida honradamente. A Rosalía Trasulfe le llaman Cabuxa Tola pero es muy amarga y cuerda y va siempre con el sentimiento por delante.
– Es verdad que me acosté con el muerto, ¡qué pasa!, pero mira cómo acabó, tú sabes bien cómo acabó, a quien anda haciendo el mal al final lo cazan, ¡vaya si lo cazan!, que hable Ádega si quiere, siempre fue buena amiga y mujer muy cabal y de confianza.
No es bueno que deje de llover de repente, por aquí no deja de llover de repente casi nunca, deja de llover poco a poco, casi sin que se dé cuenta nadie de si llueve o no llueve, el sordomudo Benito Gamuzo, Lacrau, va de putas una vez al mes y no mira para el dinero, él se gasta lo que sea preciso, para eso trabaja, Benitiño Gamuzo suele estar muy contento, las cosas le van bien, tiene salud y le sobra siempre una peseta, a Benitiño Gamuzo se le conoce la alegría en que gruñe como las donicelas y sonríe, es una lástima que no pueda hablar porque lo más seguro es que pudiera contar cosas muy divertidas, en cambio a Salustiño Mixiriqueiro, el hermano parvo, parece como si siempre le estuvieran doliendo los oídos. A Ádega, después de la guerra, la llevaron a ver el mar, la llevaron a Vigo.
– ¿Y eso que se ve enfrente es América?
– No, eso que se ve enfrente es Cangas.
– ¡Pues vaya!
Ádega fue a la playa de Samil pero no se bañó, ella es de tierra adentro y no tiene costumbre, el bando que regula los bañadores es muy preciso: el traje debe ser de tela no transparente y cubrir el cuerpo sin ceñirlo, los de las mujeres llegarán hasta la rodilla, o bien enteros o compuestos de blusa y falda, usarán además pantalones que deberán llegar asimismo hasta la rodilla, el escote será de modo que nunca pueda separarse del cuerpo, las mangas irán tan ceñidas que en ninguna ocasión un movimiento brusco descubrirá la axila, queda terminantemente prohibido tumbarse en la arena aun llevando el cuerpo cubierto con albornoz, no obstante estará permitido sentarse.
Cabuxa Tola también sabe amaestrar pájaros y bestias, unos animales son más fáciles que otros, esto pasa siempre, a su madre la preñaron a caballo en la tronada de San Lourenciño de Casfigueiro, a las hijas engendradas así les obedecen todos los animales sin dejar ni uno, a los hijos, no, ésos salen corrientes y depende de la habilidad. Fabián Minguela gasta chapeta de piel de puerco en la frente, parece como si llevara un parche, y tiene el pelo ralo y la frente buida, vamos, que se le ve bastante que es un hijoputa, el mayor castigo que arrastran estos sujetos es que se les nota la condición por más que quieran disimularla, todos los zapateiros trabajan sentados pero gracias a Dios no todos son Carroupos, los hay muy decentes y respetables.
– ¿Y de dónde salieron?
– Eso no lo sabe nadie.
A Moncho Requeixo Casbolado, o sea Moncho Preguizas, lo que más le gusta de todo el mundo es Guayaquil.
– Es todavía mejor que Ámsterdam, distinto pero mejor, ¡ya lo creo!, en Guayaquil tuve una novia que me sacaba brillo a la pata de palo dándole con cera rebajada con trementina, se llamaba Flor de Oro Cotocachi López y era muy linda, algo tetona pero muy linda, no sé lo que habrá sido de ella, lo más probable es que se haya muerto, allí se muere todo el mundo.
Una vez hace ya mucho tiempo las gemelas Méndez Cotabad, siendo aún niñas, no volvieron a casa hasta pasadas las nueve de la noche, a las dos se les habían roto las gafas y las dos traían el delantal sucio de moras y las trenzas llenas de gavilanes de cardo, la madre les riñó mucho, las bañó, ¡traéis hormigas hasta en la barriga!, y las acostó sin cenar.
– Así os servirá de escarmiento. Y que no se entere vuestro padre porque os daría un par de azotes a cada una.
Beatriz le había dicho a Mercedes,
– ¿Vamos a moras y morodos?
Y Mercedes le respondió,
– Vamos.
Después se distrajeron y se les echó la noche encima, la cosa tiene fácil explicación.
– ¿Reñiste a las gemelas?
– ¡Claro! Les dije que tú no sabías nada y las acosté sin cenar.
– ¡Mujer, dales por lo menos un plátano y un vaso de leche!
En la playa de Bastianiño, según dice Moncho Preguizas, encontró unas almejas muy raras y con la concha de cristal de roca color caramelo, las curuchetas curuchiñas, que no se pueden comer porque son muy venenosas pero que si se les da aliento, se abren y de ellas sale volando una meiga pequeñita y difícil de cazar porque corre mucho y vuela muy alto, sin embargo los de Lugo sí saben cazarlas, a los de Orense se nos da peor, las secan en la lareira y después, cuando crecen y llegan al tamaño de las mujeres, las ponen a servir. Ádega fue medio novia de Moncho Preguizas, después lo dejaron.
– Al que vierte la sangre Dios le corta la sangre y lo degüella o lo hace morir echando sangre por la boca, Dios no perdona al criminal y aunque se esconda debajo de las piedras lo encuentra siempre, Dios tiene mucha memoria y para eso inventó el infierno.
Raimundo el de los Casandulfes encuentra a Fabián el Moucho muy engallado.
– No vayas a hacer ninguna barrabasada, Fabián, mira que por aquí nos conocemos todos bien, esto es muy pequeño.
– Yo hago lo que me da la gana y a ti no te importa.
– Bueno.
Raimundo le dice a nuestra prima Ramona que anda preocupado porque las cosas están tomando mal cariz.
– Baldomero Afouto no quiere esconderse, para mí que se equivoca, la gente con un arma en la mano siempre acaba haciendo disparates, lo mejor sería mandarlo a Cela, a casa de los Venceás, pero no quiere ir, ya hablé con él y no quiere ir, tú sabes que Cela está mismo en la raya de Portugal.
Los lulús tienen mala vejez, espelexan demasiado, el perro Wilde está ya viejo, Raimundo le regaló a nuestra prima Ramona un galgo ruso que atiende por Zarevich.
– ¿No habrá que cambiarle el nombre?
– No, mujer, no creo, vamos a ver qué pasa.
El gato King tampoco es ya ningún niño, como está capado tiene poco desgaste y aguanta bien los acontecimientos, el guacamayo Rabecho se pasa el día subiendo y bajando por la percha, los colores de la pluma no le brillan demasiado, se conoce que esta luz le va mal, el loro no tiene nombre, se llamaba Rocambole pero de repente se quedó sin nombre, ¡cosas que pasan!, el loro cuando no tiene frío dice lorito real, lorito real, para España y no para Portugal, es un loro que varía poco, también sabe la letanía del Santo Rosario.
– Yo creo que las mujeres tendrían que ir a las guerras, sería la forma de acabar con las guerras, las mujeres están más con los pies en el suelo que los hombres, tienen más sentido común, son más listas y prácticas y pronto verían que las guerras son un disparate en el que se pierde todo: la razón, la salud, la paciencia, los ahorros y hasta la vida, en las guerras todos pierden algo y nadie gana nada, ni siquiera el que gana la guerra.
– Te veo muy pesimista.
– No, mujer, lo que estoy es preocupado.
– ¿Quieres que apague la radio?
– Sí, pon unos discos en la gramola.
– ¿Tangos?
– No, valses.
El murciélago es musaraña de mucho instinto y acomodo, los murciélagos llegan hasta donde nadie se atreve a llegar, los murciélagos tienen un pie en el aire de la tierra, como los demonios que andan a la caza de almas, y el otro en el aire del infierno, como los demonios que andan a la administración de almas, los murciélagos a veces llevan un vampiro en el corazón.
– Siga.
Bueno, seguiré, los enfermos, los presos y hasta los muertos son siempre los mismos, ¡allá usted con sus manías, sus remordimientos de conciencia, sus atriciones y contriciones y su dolor de corazón! La muerte cuelga de las vigas más altas y a oscuras, más enmohecidas y apolilladas, da grima ver a la muerte balanceándose como un ahorcado sobre una mancha de aceite que parece la península Ibérica.
– ¿Quieres bailar?
– Después.
Los pálidos anduvieron sembrando muertes con la regadera de la muerte pero, cuando Dios quiso, también empezaron a morir y quienes habían llorado pero seguían vivos, el hombre es animal que aguanta mucho, sembraron una abeleira por cada pálido muerto para que el jabalí tuviera siempre avellanas frescas. El mono Jeremías está cada vez más tísico y vicioso, tampoco toda la culpa es suya, la señorita Ramona se siente incapaz de defenderlo del asedio de Rosicler.
– Te dije mil veces que no se la menees más al mono, ¿no ves que el pobre tose sin parar?
La tortuga Xaropa lleva meses escondida, hasta que llegue el calor no se enseñará, y el caballo Caruso aguanta bien, es la única bestia no morriñenta de toda la casa, Etelvino lo saca todas las mañanas a que estire un poco la musculatura, también lo cepilla. Por las tardes, en cuanto se pone el sol, doña Gemma le dice a su marido,
– Dame un poco de anisado, Teodosio, que estoy que no aliento. Y tú mete la cabeza en una bolsa de hule y si no puedes respirar, pues mira, ¡peor para ti!
Doña Gemma no es simpática ni generosa pero sí sucia y beata, váyase lo uno por lo otro, doña Gemma tuvo un pasado tumultuoso pero ahora lee Los gozos de las madres. Meditaciones para la mujer cristiana, por el Rvdo. P. Zaqueo Mantecón, Pbro., Huelva, 1920. Doña Gemma sufre prurito anal que combate con baños de asiento de camomila.
– Para mí tengo que el anisado no te prueba, Gemma, eso te tiene que irritar el ojete.
– ¡Tú, calla!
– Bueno, como quieras, el picor es tuyo. ¡Qué horror, qué modales!
A don Teodosio, en la pila bautismal le pusieron Casiano pero después, cuando lo del sacramento de la confirmación, le cambiaron el nombre. Doña Gemma y don Teodosio viven en Orense, en la plaza de San Cosme, en el piso donde murieron los padres de ella, la casa está infestada de cucarachas, parece la selva, y el retrete lleva más de diez años atorado, hay que echar dos cubos de agua y ayudarse con una escoba, las baldosas de la galería pintan rayas, ángulos y cruces, cada baldosa tiene cuatro rayas y cuatro ángulos y cada ángulo está formado por dos rayas que al prolongarse dibujan tres ángulos más, uno al norte (o al sur), otro al este y otro al oeste, don Teodosio procura no pisar raya, ni ángulo, ni cruz y, claro es, marcha siempre escorado y en zigzag, cuando don Teodosio va a casa de la Parrocha pasa directamente a la cocina.
– ¿Está Visi?
– Está ocupada, don Teodosio, no creo que tarde porque lleva ya un buen rato con don Ezequiel, el del Monte de Piedad, ¿quiere usted que le llame a la Ferminita?, don Ezequiel es un poco pesado.
– No, no, prefiero esperar, muchas gracias.
– Como guste, usted manda.
Gaudencio toca el acordeón con tristeza, las notas no le salen tan limpias como de costumbre, Gaudencio lleva unos días triste y medio preocupado.
– ¿No se habrá vuelto loca la gente?
– No sé, muy cuerda no parece estar.
Doña Gemma es natural de Villamarín, sus padres tenían una fábrica de sifones y gaseosas, Espumosos Vilela, y otra de lejía, La Sobreirana, y se defendieron bien y con holgura hasta que don Antonio, el cabeza de familia, inventó el jugo de carne Excavacón, extracto carne vacuno concentrado, y la inspección de sanidad le cerró la fábrica porque usaban perros y lagartos, eso le llevó a la ruina. En casa de la Parrocha tienen innúmeras consideraciones con don Teodosio.
– ¿Quiere usted que le llame a Marta la Portuguesa para que se vaya calentando?
– ¡Mujer, muy agradecido! ¡Usted siempre tan detallosa y amable!
– ¡No diga, don Teodosio! Lo único que servidora desea es complacer a los buenos amigos.
Visi es de Penapetada, en la Puebla de Trives, pero habla con acento andaluz, todavía no le sale demasiado bien pero ya irá aprendiendo. La Parrocha tiene tres colecciones muy valiosas, una de abanicos, otra de sellos y otra de monedas de oro, se las dejó en testamento don Perpetuo Carnero Llamazares, del comercio de la ciudad de León, por los entresijos de las ramerías se cuelan sucesos muy raros, es una pena que esa historia se quede sin escribir, la Parrocha no tiene pensado el destino que dará a las colecciones cuando muera.
– ¡Si me diese con alguien de confianza para nombrarlo heredero universal! Hijos no tuve y mis sobrinos no quieren saber nada de mí, ¡peor para ellos! A un señor no se lo puedo dejar, claro, ni al cabildo tampoco, ¡menudo lío!, al final acabaré dejándoselo a las niñas, que lo vendan todo y se repartan los cuartos; a mí me gustaría que me enterrasen con los abanicos, el mantón de Manila y las monedas de oro, con los sellos no, pero acabarían robando la sepultura.
– Eso no lo dude.
A Gaudencio le piden pasodobles, muchos pasodobles, los caballeros gritan ¡viva España! y piden pasodobles, muchos pasodobles, mientras las mujeres ríen, unas con cachondeo y otras con resignación.
– Quítate el sostén.
– No me da la gana.
Rómulo y Remo, los cisnes del estanque de la señorita Ramona, se llegan hasta el río por las mañanas, a veces pescan algún pez que engullen entero, empiezan a digerirlo antes de haberlo matado. Si dejara de llover de golpe nos quedaríamos todos muy desorientados, don Jesús Manzanedo también era buen cliente de la Parrocha, cuando empezó a hacer de hiena en las madrugadas don Teodosio dejó de saludarlo, no le retiró el saludo, no es eso, sino que lo fue dejando de saludar poco a poco, en esto hay un matiz.
– ¿Ha oído usted algo, Pura? ¿Ha oído lo que se anda diciendo por ahí?
– Yo soy ciega y sorda, don Teodosio, yo ni sé nada ni quiero saber nada, para mí que la gente ha loqueado toda al tiempo, no hay otra explicación, ¡que Dios nos coja confesados!
A Gaudencio se le secó la garganta.
– ¿Me traes una gaseosa?
– Sí.
Don Jesús Manzanedo es muy cuidadoso, el orden es el orden, y apunta las muertes en una libreta, número en su cuenta particular, fecha, nombre y apellidos, profesión, lugar e incidencias, casi nunca hay incidencias: n.° 37, 21 oct. 36, Inocencio Solleiros Nande, empleado de banca, Alto del Furriolo, murió confesado. Inocencio Solleiros Nande era el padre de Rosicler, ¡también es ocurrencia ponerle Rosicler a una hija!
– ¿Pero usted cree, doña Arsenia, que es razón bastante para mandarle a uno para el otro mundo?
– ¡Ay, mire! Yo no le digo ni que sí ni que no, a mí esto ni me va ni me viene, a mí que me dejen en paz.
– Bueno, bueno.
Fabián Minguela es un trapacero, Fabián Minguela no es pequeño del todo sino medio pequeño, ningún Carroupo es grande ni fuerte, hay pequeños y medio pequeños mañosos pero también los hay muy trapalleiros y confusos, al lado de don Jesús Manzanedo, Fabián el Moucho es un doctrino, un aprendiz. Don Jesús Manzanedo mata gente por aprecio del orden y también por deleite, las dos cosas, los hay a quienes se les pone gorda dándole gusto al dedo y apretando el gatillo, en cambio Fabián Minguela mata gente para dar coba a alguien, no se sabe a quién, alguien habrá que sonría, siempre pasa, y por miedo, tampoco se sabe a qué, algo habrá que asuste, siempre pasa, el miedo se escapa como una sabandija por la atarjea del terror. Benicia tiene los ojos azules y la voluntad siempre dispuesta, Cidrán Segade, el padre de Benicia, era de Cazurraque, por debajo de los penedos de la Portelina, y también murió en el bululú, cuando el mundo se revuelve los hombres puedan morir a manos de los títeres, esto no pasa si Dios no pierde el mando ni el orgullo.
– ¿Me fríes un chorizo?
– Sí.
El agua de la fuente del Miangueiro tiene veneno pero no pudre la carne sino el espíritu, quien bebe el agua de la fuente del Miangueiro loquea y, a lo mejor, hasta mata gente mientras se caga de pavor por la pierna abajo. En la iglesia de las Mercedes hace frío pero esto a Gaudencio no le importa, Gaudencio va a misa todas las mañanas cuando termina de tocar el acordeón, después duerme hasta el mediodía en su cuchitril de debajo de la escalera, no tiene luz pero eso es lo mismo, ¿para qué la quiere?, los ciegos son de buen conformar, a la fuerza ahorcan.
– ¿Sabe usted quién era la condesa que puso precio a la cabeza de Benigno?
– Sí lo sé pero no se lo quiero decir. Y además, para que se entere, no era condesa sino marquesa.
El apóstol San Andrés andaba celoso del apóstol Santiago porque le llevaba toda la parroquia.
– A Compostela llegan peregrinos de todas las partes del mundo, hasta del Cipango, de la Tartaria y de la Etiopía, y en cambio a Teixido no vienen ni tan siquiera de Ferrol o de Vivero o de Ortigueira, que están ahí al lado, eso no es justo porque yo también soy apóstol, tan apóstol como los demás.
Nuestro Señor Jesucristo, que venía por el mismo sendero, le dijo,
– Tienes toda la razón del mundo, Andrés, esto hay que arreglarlo, voy a disponer que de ahora en adelante nadie pueda entrar en el cielo sin haber pasado por Teixido.
– Muchas gracias.
Dicho y hecho, Nuestro Señor Jesucristo dispuso que todos los cristianos que quisieran salvar el alma tendrían que haber viajado por lo menos una vez al santuario, en vida o en muerte, y entonces convertidos en animales irracionales, por eso se dice que a San Andrés de Teixido vai de morto o que non foi de vivo. Por el confín de San Andrés de Teixido, en el cabo del mundo, frente a la mar que nadie navega porque las olas son como montes, se ven tropeles de escorpiones, lagartos, sapos y otras alimañas mansas y bravas, hasta víboras y tarántulas peludas, que llevan dentro el ánima de quienes no fueron romeros a su tiempo, así podrán salvarse los avisados por Dios Nuestro Señor.
– ¡Qué suerte! ¿Verdad?
Los parvos pasan al lado de la muerte sin verla ni olerla, la ven los ciegos cuando la sienten escapar por el espinazo y la huelen los perros pero no los parvos, los parvos no la distinguen de la vida, Roquiño Borrén se pasó cinco años en un baúl pero sin saber siquiera que estaba mal, cuando lo sacaron al aire hasta sonreía, Roquiño Borrén se muerde las uñas y come el caliche de la pared, se ve que le entretiene. Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, tampoco separa la vida de la muerte, la parva de Martiñá no sabe que la muerte borra la vista y por eso le enseña las tetas a las raposas y a las donosiñas muertas, el sacristán la escorrenta a estacazos y pedradas.
– ¡Fuera de aquí, marrana! ¡Escapa antes de que te mate a palos!
Benigno Álvarez anduvo huido por los montes de Maceda, entre la sierra de Meda y la de San Mamede (don Merexildo, el cura de San Miguel de Buciños, parece un avispero de moscas, un hormiguero de moscas, una gusanera de moscas, no hay modo de que se le pueda ver si no es rebozado en moscas), iba con Leandro Carro y con Enriqueta Iglesias, la Camarada (el ama del cura de San Miguel de Buciños se llama Dolores y es vieja y manca, Dolores huele a naftalina y bebe licor café abondo), Benigno Álvarez enfermó y murió, le pegaron dos tiros después de muerto, se conoce que no se fiaban, su hermano Demetrio también murió y sus otros dos hermanos, José y Antonio, escaparon a Portugal, los guardiñas los devolvieron por la frontera de Tuy, donde los pasearon en el lugar que dicen Volta de Moura, era la costumbre, a menos de media legua de la ciudad yendo por la carretera de Vigo (al cura de San Miguel de Buciños las mujeres le van detrás, verriondas como cabras, no le dejan vivir, las mujeres son unas leonas que huelen al hombre a mucha distancia); el que libró fue Eulogio Gómez Franqueira gracias a don Manuel, su tío, que era funcionario del ayuntamiento de Cenlle.
– ¿Te encuentras bien?
– Sí, muy bien; mientras me dejen hablar no me matan, eso tenlo por seguro.
Tía Jesusa y tía Emilita no entienden nada de lo que pasa, tía Jesusa y tía Emilita añaden un padrenuestro más al rosario para impetrar que el ángel del bien triunfe sobre la bestia del mal, el propósito queda un poco ambiguo pero quizá sea suficiente, los alacranes y los cuervos caen noche tras noche sobre las tapias del cementerio de San Francisco.
– ¿Está Damián?
– Va en Santiago.
– ¿Va a caballo?
– No.
– ¿Va en bicicleta?
– Sí.
Telma le dice a Concha da Cona:
– Échate a la carretera y no te apartes hasta que lo tropieces, dile que no vuelva por aquí, que lo andan buscando.
El sacristán de Torcela empezó a contar historias de fuegos fatuos, de ánimas del purgatorio y de resucitados que llevaban más de un siglo muertos; el cabo de la guardia civil no se lo creía.
– Eso no es posible, después de un mes ya no resucita nadie y antes, muy pocos, ¡a mí que no me digan!
El sacristán de Torcela le da a Concha da Cona tres cuernos de bacaloura y una botellita de Palmil Giménez llena de aceite de la lámpara del Santísimo.
– Le das esto a Damián y le dices que se meta por el Testeiro, esto no puede durar mucho.
– Dile también que no se olvide de rezar a San Judas.
– No, descuida.
San Judas Tadeo, apóstol glorioso, haz que mis verdugos caigan en un pozo. Concha da Cona es mujer guapa y decidida y toca muy bien las castañuelas, casi como una gitana. San Judas Tadeo, que estás en el cielo, líbrame de males, odios y veneno. Las cosas tienen que volver a lo de siempre, esto no puede seguir manga por hombro.
– Sí, ¿y si sigue?
– No, ya verás como no sigue.
A Policarpo el de la Bagañeira se le hundió la casa cuando fuera de la muerte de su padre, don Benigno Portomourisco Turbisquedo, se reunió tal gentío que la casa partió en dos como una sandía, a Policarpo se le escaparon sus donicelas amaestradas, eran tres, ahora tiene dos, Daoiz y Velarde, que andan por toda la casa, los nombres se los puso Robín Lebozán, las donicelas amaestradas no se escapan mientras no se asustan. Luisiño Parrulo está ya ciego pero aún no le dio la pulmonía, cuando murió Dorotea Expósito, la madre de Policarpo, tuvo que intervenir el cura Furelo porque el marido no quería que la enterrasen en sagrado.
– A esa puta que la quemen con serrín y después que la entierren fuera del cementerio, no se merece otra cosa.
El cura Ceferino Furelo no le hizo caso, el cura Ceferino Furelo siempre demostró buenas inclinaciones, también da de lo que tiene y mira para el que no tiene, la avaricia es pecado mortal. Mi tío Claudio Montenegro, el pariente de la Virgen María, quiso completar su servicio doméstico y convocó las dos plazas vacantes, capellán y barragana, se admiten recomendaciones, cuando a mi tío le dijeron que Leitón había ido a Orense a que le pegaran ladillas, lo encontró lo más razonable: la puta ladillenta, no importa el nombre, eso es lo de menos porque todas las ladillas son iguales, le pega un ladillazo a Santos Cófora, Leitón, éste se lo pasa a su mujer, Marica Rubeiras, y ésta se lo contagia en el campanario, el picadero no es cómodo ni caliente pero sí discreto y hasta tranquilo, al cura Celestino Carocha, al final le llegan las ladillas hasta las cejas, esto es como el juego de la correlativa, y con un poco de suerte y el tiempo por medio, puede acabar rascándose todo el país; después pasa lo que pasa y vienen las guerras y las calamidades. Mi tío Claudio quiere estar cómodo y tranquilo sus últimos años, ya vivió suficiente tumulto y tantas vicisitudes como el cuerpo aguantó.
– Dios quiso darme casi todo lo que necesito y lo que me falta lo busco con buena voluntad: tengo salud bastante, dinero suficiente, años sobrados, casa propia, hijos a manta, caballo, perro, escopeta, cocinera, dos mozos y la obra de Quevedo impresa por Antonio Sancha en once tomos. Ahora, si encuentro una barragana y un capellán que estén bien, cada uno en lo suyo, me instalo en el salón a leer lo mucho que me falta y a esperar la muerte, con el perro al lado, un vaso de vino delante y la campanilla al alcance. ¿Que quiero tomar café o una copa de aguardiente? Un campanillazo y sube Virtudes, la cocinera. ¿Que quiero que echen más leña al fuego o que me ensillen el caballo? Dos campanillazos y sube Andrés, el criado viejo. ¿Que quiero que me quiten una mancha de la chaqueta o que me limpien los lentes? Tres campanillazos y sube Avelino, el criado joven, que es medio maricón. ¿Que quiero echar un polvo? Toco una copita de ojén con la campanilla y sube la barragana, que para eso le pago. ¿Que quiero salvar el alma? Repiqueteo graneado y sube el capellán a darme la absolución, que mi buen dinero me cuesta. Y cuando cada cual haya cumplido con su oficio, que se vaya otra vez y no moleste, que lo que pasa de escaleras abajo no me importa, por mí que se maten.
– Oiga, don Claudio, ¿y para barragana vale una portuguesa?
– Y tanto, hijo, y tanto, o una china, por mí lo mismo tiene, lo único que miro es que tenga buenas carnes, sea limpia y obediente y hable las dos lenguas, el gallego y el español, lo demás es todo de adorno.
Ahora ya no se estilan esos usos honestos y saludables, ahora la gente se ha hecho como más desbocada y zángana, puede que las cosas tengan cada vez peor arreglo.
– ¿Ha oído usted lo de que los moros cruzaron el estrecho de Gibraltar?
– Esa noticia ya es vieja, amigo mío, va usted con retraso.
A Dolores, el ama de don Merexildo, le amputaron un brazo en el hospital a resultas de un carafuncho de índole maligna.
– No crea, con un brazo se puede arreglar una de lo más bien, lo que le pasa a la gente es que está mal acostumbrada y después va todo como va. ¿Que es el fin del mundo? Pues que sea, ¡por mí!
Moncho Preguizas se dejó una pierna en África cuando fue a servir al Rey, sus primas Adela y Georgina andan mucho con yerbas, cualquier día van a ocasionar una desgracia.
– En el Polo Norte no estuve, pero pienso ir, en el Polo Sur tampoco, aún me falta mucho por ver, en el Polo Norte hay focas y en el Polo Sur pingüinos, los pingüinos son confiados y sociables, lo que a mí me gusta es Guayaquil, allí lo pasé muy bien, está lleno de grillos pero eso a mí no me importa.
Mi tío Claudio Montenegro dice que corrió el Grand National de Liverpool en 1909, es capaz, mi tío mete muchas bolas pero también dice verdades que nadie suele creer, montó un caballo tordo, el único de la carrera, Peaty Sandy, n.° 21, mi tío se cayó en el sexto obstáculo y se fracturó una clavícula, a lo mejor es verdad, San Macario trae suerte con la baraja y las loterías pero vale poco para los caballos, Lázaro Codesal gastaba los ojos azules y mi tío Claudio también, las parvas atienden más al sobo que los parvos, cuando les meten mano por el escote se están quietas como culebras.
– ¿Va usted a Lalín?
– No, voy a Maceiras, pero si quiere me llego hasta Lalín, a mí tanto me da.
Hace más de una semana que no llueve y las tórtolas se bañan en los regatos con confianza, las escopetas se las llevó la guardia civil. Raimundo el de los Casandulfes habla con nuestra prima Ramona.
– Apuntar no me apunto, esto no tiene ni pies ni cabeza, estuve hablando con Robín y piensa lo mismo, la gente ha perdido la compostura y eso es muy peligroso, el que me preocupa es Baldomero Afouto porque Fabián, aunque tú no te lo creas, es un hijo de puta, perdona, estás muy guapa, Moncha, ¿me das un café?, aquí haría falta que tomase el mando alguien medio decente y con sentido común, la gente ha perdido el respeto a la costumbre, ¡pobre España, con lo bueno que podría ser este país! ¿Tú te acuerdas del ciego Gaudencio, el hermano de Ádega?
– ¿El que está en esa casa de Orense, tú ya sabes?
– Sí.
– Sí que me acuerdo, toca muy bien el acordeón.
– Bueno, pues hace dos noches le pegaron una paliza porque no quiso tocar lo que le mandaban. El Moucho anda por Orense triunfando, la culpa no es suya.
– ¿Te traigo un poco de coñac con el café?
– Sí, gracias.
– ¿Pongo un poco de música?
– No, déjalo.
Marcos Albite está contento porque terminó el San Camilo.
– ¿Quieres ver tu San Camilo? Ya lo terminé, no es porque yo lo diga pero es el San Camilo mejor del mundo, dicen que tiene cara de papón, bueno, tú sabes que ésa es la cara que se les pone a los santos cuando van a romper a hacer milagros, ¿quieres que llame a Ceferino Furelo para que lo bendiga?
– Bueno, siempre será mejor.
El San Camilo de palo que me hizo Marcos Albite está muy bien, tiene cara de tonto pero a lo mejor es que es así, lo más probable es que sirva para hacer milagros.
– Muchas gracias, Marcos, es muy bonito.
– ¿De veras que te gusta?
– Sí, me gusta mucho.
En Orense, por el verano, hace mucho calor, incluso más que en Guayaquil.
– ¿No hay demasiado forastero este año?
– Sí, yo creo que hay demasiado de todo.
Gaudencio guarda cama a resultas de la tunda que le dieron, lo cuida Anunciación Sabadelle, Nunciña, también le llaman Anuncia, que escapó de su casa de Lalín para ver mundo pero no pasó de Orense.
– ¿Te duele?
– No, me encuentro ya muy bien, esta noche vuelvo al salón.
– Déjalo para mañana, más vale que descanses un poco más.
A la chapeta de piel de puerco que lleva Fabián Minguela en la frente parece como si le hubieran sacado brillo; Fabián Minguela sigue igual de pálido que siempre y crecer no creció, pero se enseña como más lustroso y elegante.
– ¿Tú piensas que podremos encontrarnos con este indeseable en el cielo?
– ¡No, mujer! ¡Qué ocurrencia! En el cielo no se puede entrar así como así y menos con la chapeta de piel de puerco en la frente, con esa señal no lo dejan pasar los ángeles, puedes estar tranquila.
La coima portuguesa de Roque Marvís, el hermano menor de Tripeiro y por tanto tío de Afouto, preparó un cocimiento de herba cabreira para que a Afouto no le pasara ninguna desgracia, después no dio resultado, se conoce que le faltó algo; la herba cabreira la traen las golondrinas de Tierra Santa y cuando algún hereje les cuece los huevos con agua mansa para escaldarlos y matarlos, ellas ponen herba cabreira en el nido y los huevos resucitan, si un manojo de herba cabreira se tira al río, nada contra corriente y manda a los encantos que declaren dónde tienen escondido el tesoro; los encantos son valerosos pero obedientes y no dejan nunca de cumplir los mandatos de Dios, los encantos guardan los tres tesoros, los de los moros, los de los godos y los de los frailes, pero los entregan con toda mansedumbre cuando se les lee el Ciprianillo; si el encanto deja de ser un dragón o un culebrón y se convierte en fantasma, entonces se hace encantamento y puede escapar silbando por el aire.
Don Jesús Manzanedo se ríe mucho contando la muerte de Inocencio Solleiros Nande, empleado de banca.
– ¡Qué miedo tenía! Cuando le pregunté si se confesaba o no, se echó a llorar, lo tuve un rato de rodillas para que escarmentara.
La versión de don Jesús Manzanedo no es cierta, Inocencio Solleiros se portó como un hombre y murió con mucha dignidad; cuando don Jesús le apuntaba con la pistola y lo tenía de rodillas, con las manos atadas a la espalda y pegándole patadas en los riñones y en los huevos, Inocencio le llamó hijo de puta y le escupió en la cara.
– ¡Mátame, si no eres un hijo de puta! -le dijo-, no me matas porque eres un asesino, eso está claro.
Las ranas del condado de Tipperary, en Irlanda, son tan nobles como las de la laguna de Antela y seguramente también vieron verter mucha sangre, cuando se rompen los cauces de la sangre se anega todo en sangre que tarda mucho tiempo en secar, hay hombres que llevan un murciélago colgado del corazón.
Inocencio no murió confesado, tampoco nadie le llevó un cura para que le confesase y le diese la absolución, es mentira lo que anotó don Jesús en su libreta, no, Inocencio no murió confesado, don Jesús es un mentiroso, bien mirado eso es lo de menos, don Jesús tenía una hija, Clarita, a la que dejó el novio porque le entró aprensión, los hay muy mirados, hay gente a quien le aguanta la vergüenza incluso cuando los demás la saldan.
– Me voy a defender a la patria, Clarita, no me escribas porque lo más probable es que me maten nada más llegar.
Cuando mataron al padre, Rosicler se fue para la aldea y no se puso de luto, a las autoridades no les gustaba que se guardase luto por algunos muertos.
Benicia fríe muy bien filloas y escancia el vino en pelota y con muy antigua y pagana sabiduría, el tiempo pasa para todos y yo le hablo de después, ya me entiende.
– Así sabe mejor, ¿quieres que me lo vierta por las tetas?
– Sí, te lo agradezco porque estoy un poco triste.
Los periódicos miran mucho los detalles: Fulano de Tal se negó a recibir los auxilios de la religión y murió desesperado, mientras Mengano de Cual confesó y comulgó con gran fervor, muriendo feliz y resignado. Es costumbre que estas resignaciones y aquellas desesperanzas sucedan en el cementerio de San Francisco, la muerte llama a la muerte. A los Guxindes siempre nos gustó andar a palos en las romerías pero ahora estamos medio idos.
– Yo estoy acojonado, Robín, esto no hay quien lo pare, es como el cólera morbo. ¿Quién podría sujetar a la gente y meter un poco de orden en esta barahúnda?
– ¡Yo qué sé!
Al ex ministro Gómez Paradela lo prendieron en Verín, lo rociaron con gasolina y le plantaron fuego; según dice Antonio, nadie sabe quién es Antonio, interpretó una danza macabra para morir.
– ¿Y qué fue de Antonio?
– Nadie sabe quién es Antonio, ya le digo, ni el fin que tuvo, puede que le hayan matado a palos, es lo más probable, a éstos siempre acaban matándolos a palos.
Fabián Minguela se trajo a Rosalía Trasulfe de la aldea.
– Y además te callas, tú estás aquí para darme gusto y callar, ¿te enteras?
Rosalía Trasulfe decía a todo amén, Cabuxa Tola no tenía nada de tola.
– Yo estoy viva y Moucho acabó como acabó, para mí tengo que cada cual acaba según haya ido por la vida, a veces no, pero casi siempre sí.
Robín Lebozán tiene a comer en su casa a su primo Andrés Bugalleira, que acaba de llegar de La Coruña.
– En el Círculo de Artesanos quemaron los libros de Baroja, de Unamuno, de Ortega y Gasset, de Marañón y de Blasco Ibáñez, claro; en cambio dejaron a Voltaire y a Rousseau, se conoce que les sonaban menos.
En el periódico se dice: A orillas del mar, para que el mar se lleve los restos de tanta podredumbre y tanta miseria, se están quemando montones de libros y folletos de criminal propaganda antiespañola y de repugnante literatura pornográfica.
– ¿Viste a Esperanza, después de que le mataran al marido?
– No, me mandó decir que no fuera por su casa.
Andrés quería pasar a Portugal.
– Si llevas dinero y puedes alejarte pronto de la frontera, bien, desde Lisboa se va a cualquier parte de Europa, pero si no tienes cuartos ándate con ojo porque los guardiñas devuelven a todo el mundo, los entregan en Tuy, que es mal sitio.
Chelo Domínguez la de los Avelaíños, o sea la mujer de Roque Gamuzo, es la envidia del hembraje del país.
– Que Dios nos coja a todas confesadas, amén, dicen que Roque el de la Cheliño calza un carallo que parece un rapaz de seis o siete meses.
– ¡Pero qué dices, mujer! Todos los carallos son iguales.
– ¡Ay, eso sí que no, que los hay que da gloria verlos y en cambio hay otros que parecen miñocas!
– Eso depende, mujer, eso depende.
– ¿Depende de qué?
– ¿De qué va a ser? ¡Pareces parva!
Moncho Preguizas habla con muy añorante nostalgia de su tía Micaela.
– Guardo un recuerdo dorado de la niñez, de las pastillas de café con leche, de las manzanas asadas de postre, de los rosales cuajaditos de rosas rojas, de las pajas que me hacía tía Micaela…, la pobre era muy cariñosa y complaciente, a mí me la meneaba para despertar en mi espíritu el ansia de vivir y la curiosidad por el mundo en torno.
– ¡No digas tonterías! A ti te la meneaba porque le gustaba sobarte las partes, les gusta a todas.
Adela y Georgina, las primas de Moncho, bailan tangos con la señorita Ramona y Rosicler.
– ¿Quieres que me saque la blusa?
– Bueno.
Tía Salvadora, la madre de Raimundo el de los Casandulfes, está en Madrid, no se sabe nada de ella porque las comunicaciones están cortadas, a lo mejor podemos tener noticias a través de la Cruz Roja, tío Cleto sigue tocando el jazz-band como si tal y tía Jesusa y tía Emilita parecen como anestesiadas, a lo mejor están anestesiadas.
– ¡Qué horror, qué ruido! Cleto se pasa el día dándole al bombo para que nos duela la cabeza, nosotras no sabemos por qué no se apunta en los Cruzados de Orense y nos deja en paz.
Tía Jesusa y tía Emilita reciben una hoja de propaganda: Mujer gallega: piensa que nunca puede ser de más actualidad lo que dijo Quevedo: Son las mujeres instrumentos de hacer perder reinos (¡Dios mío qué ordinariez!), en donde se condensa el poder de tu influencia en el mundo.
– ¿Tú lo entiendes?
– Pues no mucho, y además a mí me parece que podían haber puesto señoras y no mujeres, ¿qué trabajo les hubiera costado?, para mí que lo que quieren es que hagamos jerseys de punto, ya verás.
Véspora, la perra de tío Cleto, se pasa las noches enteras aullando, se conoce que huele la muerte en el aire, tía Jesusa y tía Emilita, con tantas y tan cautelosas premoniciones, rezan más que nunca, murmuran más que nunca y orinan más y más fuerte y abundante que nunca, la verdad es que lo ponen todo perdido, parece que orinan a destajo y la casa huele que apesta a urinario público.
– Huele a gato.
– ¡Sí, sí, a gato! Lo que huele es a vieja meona.
– ¡Jesús!
Las alimañas muertas que colgaban de la viña del sacristán se han ido cayendo poco a poco, ahora ya no tienen ni gracia.
– ¿Por la competencia?
– Claro.
Dolores, la criada del cura de San Miguel de Buciños, escondió a Alifonso Martínez, celador de telégrafos, cuando lo fueron a buscar no lo encontraron.
– ¿No pasó por aquí?
– No, ¡así me muera!
Don Merexildo le dijo a Alifonso,
– Tú aguanta hasta que pase la tempestad y no te asomes ni a la puerta, esto no va a durar toda la vida.
– Sí, señor, muchas gracias; a mí el que me da miedo es Moucho el Carroupo, dicen que anda por ahí lleno de correajes.
– Déjalo, por la aldea no vendrá, ya verás, conmigo no se atreve.
– ¡Dios le oiga!
Mariquiña es de la aldea de Toxediño, en la parroquia de Parada de Outeiro, ayuntamiento de Vilar de Santos, en la Limia, esto fue hace ya mucho tiempo, fue cuando los moros. El cuervo del preso Manueliño Remeseiro Domínguez se llama Moncho, como el primo que murió de la tos ferina, da gusto verlo volar. Mariquiña es una pastora joven, pobre y hermosa, que todas las mañanas lleva a pastar una vaca, dos ovejas y tres cabras al lugar que dicen monte das Cantariñas. El cuervo Moncho está aprendiendo a silbar, sabe ya algunos compases de la mazurca que el ciego Gaudencio no toca más que cuando le da la gana. La madre de Mariquiña es viuda y en su casa sabían bien del color de la miseria y la calamidad. Don Claudio Dopico Labuñeiro es maestro, ahora corren malos tiempos para los maestros, y tiene amores con doña Elvira, la patrona de la fonda donde vive, parece ser que también se acuesta con Castora, la criada. En el monte hay una peña a la que llaman o Peiteador da Raíña que tiene forma de confesionario, con su asiento y su ventanillo, y en ella suele sentarse la reina mora mientras le peinan la trenza y le asoellan los tesoros; los cristianos podían ver la escena desde lejos pero, si se acercaban, desaparecía todo como por ensalmo. A Doroteo, el cabo de la guardia civil que gasta corsé, lo tienen acuartelado desde hace varias semanas, Doroteo se sabe de memoria largos pasajes de En Flandes se ha puesto el sol, de don Eduardo Marquina. Una mañana Mariquiña vio a una mora viejísima y de muy noble aspecto que le llamaba por su nombre.
– Mariquiña.
– Mande, señora.
– ¿Quieres catarme los piojos?
Mariquiña, como es respetuosa, le respondió,
– Sí, señora, no faltaría más.
La vieja, que era la misma reina mora del monte das Cantariñas, volvió a dirigirse a la moza,
– ¿Me das una cunca de leche?
Y Mariquiña le dijo otra vez lo de antes.
– Sí, señora, no faltaría más.
La vieja le llenó el pañuelo sin explicar de qué y le ordenó que no dijese nada a nadie y que tampoco lo mirase hasta llegar a casa y estar sentadita a la lareira y con la puerta y las ventanas cerradas. Don Claudio y doña Elvira sólo se tutean en la cama, fuera de la cama no se tratan de tú jamás ni aunque estén solos y jugando al parchís. Mariquiña cumplió cuanto le mandara la reina mora y cuando desató el pañuelo lo vio todo lleno de monedas de oro, había lo menos docena y media de monedas de oro. La madre de Mariquiña se sintió muy feliz y por más que preguntó, no supo de dónde saliera aquel caudal. Adrián Estévez, Tabeirón, nada mejor que los peces y las ranas, parece mentira que pueda nadar tan bien y aguanta debajo del agua más que nadie. Al día siguiente Mariquiña volvió al monte y se repitió la escena pero, mientras despiojaba a la reina mora, le dio la tos porque hacía mucho frío.
– No me tosas encima -le dijo la anciana-, mira para otro lado porque no quiero que me bautices con la saliva.
En Ferreiravella, la aldea de Tabeirón, están todos bautizados y pueden escupirse unos a otros sin miedo, por allí son todos cristianos desde hace mucho tiempo, un siglo o más. Mariquiña volvió con su pañuelo otra vez lleno de monedas de oro y a las preguntas de su madre respondía siempre con el silencio, pero una noche que no resistió bien y se fue de la lengua vio cómo se le acabaron la fortuna y la vida, porque el oro se le volvió grava del camino y de su cuerpo y su alma no volvió a saberse nunca más. Cuando los vecinos de Toxediño salieron a buscarla por el monte se oyó una voz de ultratumba que decía: ¡A Mariquiña, por lengoreteira, está na miña barriga fritida con alio e manteiga!
– ¡Pobre Mariquiña! Fue peor que lo de Basilio Ribadelo, el arriero de Sobrado do Bispo.
– Pues sí, porque éste quedó pobre pero por lo menos salvó la vida.
Los parientes argentinos de Rosicler que llamaban vitrola a la gramola se fueron a Buenos Aires cuando don Jesús Manzanedo apuntó en su obituario particular a Inocencio Solleiros Nande, n.° 37, 21 oct. 36, empleado de banca, Alto del Furriolo, murió confesado (no es verdad), ellos dijeron que se iban y se fueron, a mí me parece que hicieron bien.
– Esto va a ser una matanza, acá nadie sabe quién va a librar el cuero y quién no, esto va a ser el incendio de Troya, acá no nos quedamos, éste es un pleito entre españoles.
El Alto del Furriolo queda entre Ginzo de Limia y Celanova, la gente resbalaba en la sangre y más de uno se partió un hueso del esqueleto del alma.
– ¿Y es verdad que creció la yerba muy deprisa?
– Sí, se conoce que para borrar las pisadas de tanto dolor.
Tía Jesusa se puso enferma de repente, enferma de gravedad.
– ¿Llamasteis al médico?
– Sí.
– ¿Y qué dice?
– Pues que la pobriña es vieja, está muy gastada, no tiene nada en especial pero va vieja y el corazón se le va parando poco a poco.
– ¡Vaya por Dios!
Cuando fui a visitarla encontré todo muy misterioso, la perra Véspora ya no aguanta tanto anuncio de muerte y tío Cleto no toca al jazz-band más que el no me mates con tomate, una vez tras otra, más de cien, quizá quinientas veces al día, al final ni se oye, es como el rumor del viento en los carballos. Tía Emilita y tío Cleto riñen por el sitio que ha de ocupar el cadáver de tía Jesusa en el camposanto, tía Jesusa aún no es cadáver pero se ve que va a serlo de un momento a otro.
– Las sepulturas de la familia están llenas y ahora no podemos meternos en gastos, no está el horno para bollos.
– No, pero tampoco querrás tirar los restos de nuestros padres al río.
– Yo no quiero nada, pero ya me dirás qué hacemos.
Tía Emilita cree en las prebendas de ultratumba y el respeto debido a las virtudes acrisoladas.
– Debes recordar siempre, Cleto, que tanto Jesusa como yo somos solteras. ¡Menos mal que te dejaste a Lourdes en París!
Tío Cleto miró a tía Emilita como si fuera a hipnotizarla.
– ¡Pero qué bestia eres, hermana, eres igual que una mula!
Tía Emilita rompió a llorar y tío Cleto salió de la habitación silbando, antes le soltó un pedo, es lo que hacía siempre.
– Ya avisarás si quieres algo.
Las noticias que llegan de todas partes no son muy tranquilizadoras, a lo mejor cuando lo de las plagas de Egipto también las conciencias se nublaron y empezaron a tartamudear.
– Los nacionales hemos tomado Badajoz.
– ¿Por qué dices hemos?
– No sé, ¿qué quieres que diga?
Micifú es un zamorano que cayó por Orense sin que nadie le llamase y empezó a dar órdenes a todo el mundo, se conoce que tenía muchas dotes de mando.
– ¿No bizquea un poco?
– Puede que sí, ¡pero cualquiera se atreve a mirarle bien mirado!
El nombre de Micifú se lo pusieron por los bigotes, él se llamaba Bienvenido González Rosinos y era perito mercantil. Micifú era bajo de estatura pero muy pinche y apuesto, si no llevaba nadie al lado hasta parecía alto. Don Brégimo Faramiñás tenía rabia a los bajos, a los que clasificaba en dos grandes y muy precisos grupos: aquellos a quienes pueden picar las gallinas en el culo y aquellos otros que tienen que andar cantando para que no los pisen.
– Ninguno es bueno, ni aquéllos ni éstos, y todos son peores. Los bajos deberían estar prohibidos.
– Sí, señor.
Micifú fue el organizador, instigador y primer jefe de la Escuadra del Amanecer, que operaba con un ritual muy solemne, parecían italianos. A Micifú lo mataron a puñaladas en el portal de la Parrocha, Gaudencio sabe quién fue pero no quiere decirlo y como es ciego puede disimular.
– Yo estoy para tocar el acordeón, ¿cómo voy a enterarme de lo que pasa si soy ciego? ¿No ve que soy ciego?
– Sí, hombre, sí, perdona; anda, sigue tocando.
A Micifú no le dieron más que dos puñaladas, una en la garganta y la otra en el pecho, su agresor tenía mucha serenidad. A Pura Garrote, la Parrocha, no le gustó nada el lance.
– O la gente se calma o cierro la puerta por la noche y aquí no se ocupa nadie más que de día, ésta es una casa decente y yo no admito broncas, ¡pues estaría bueno!
El cadáver de Micifú lo dejaron en la calle, algo más lejos, y las baldosas del portal las baldearon para borrar la sangre. Pura Garrote habló a los compungidos cabritos,
– Y ahora todos a callarse, ¿me entienden?, que lo mejor es que esto se olvide cuanto antes.
– Sí, claro.
Anunciación Sabadelle le dijo a Gaudencio,
– Que Dios me perdone pero yo me alegro de que hayan matado a Micifú.
– Y yo, Nunciña, y yo.
– Y además sé quién fue.
– Olvídate del nombre, ni lo pienses siquiera.
El recuerdo de Micifú duró poco porque los acontecimientos se empujaban unos a otros para hacerse sitio en la memoria.
– ¿Me das un café, Nunciña?
– Sí, ahora te lo traigo.
La señorita Ramona mandó ensillar el caballo y salió al monte, en Arenteiro se encontró con la pareja de la guardia civil.
– Buenos días, señorita, ¿a dónde va?
– ¿Cómo que a dónde voy? ¡Voy a donde me da la gana! ¿Es que no puedo salir a dar un paseo cuando quiera?
– Sí, señorita, no se lo decía de malas, puede usted ir a donde quiera, eso es verdad, pero, ¡como está todo tan confundido!
– ¿Y quién lo confundió?
– ¡Ay, yo no le sé decir, señorita! A lo mejor es que todo esto que pasa es de natural confundido.
A la señorita Ramona, cuando volvió a su casa, la estaban esperando Raimundo el de los Casandulfes y Robín Lebozán. Raimundo sonrió para hablar.
– Me han llamado del gobierno civil.
– ¿Para qué?
– No lo sé, me ha llamado el gobernador nuevo, el teniente coronel Quiroga.
– ¿Y vas a ir?
– Tampoco lo sé, eso es lo que quería preguntarte, ¿a ti qué te parece?
– No sabría decirte, habrá que pensarlo con calma.
En momentos así no se sabe nunca cómo acertar. Raimundo era partidario de presentarse pero Robín, no, Robín trataba de quitárselo de la cabeza.
– Meterte en Portugal sería un error por los guardiñas, ya sabes, pero salir de aquí te es fácil, puedes apuntarte en la Bandera Legionaria Gallega de Barja de Quiroga, yo creo que siempre será mejor la guerra que esto.
El teniente coronel don Manuel Quiroga Maciá, gobernador civil de la provincia y delegado de orden público, llamó a Raimundo para nombrarle alcalde de Piñor de Cea.
– Me honra usted, mi teniente coronel, pero yo tenía pensado alistarme en la Bandera Gallega, estaba a punto de salir para La Coruña.
– Bien, su conducta es digna de encomio, ¿podría usted darme algún nombre de confianza para ese cargo?
– No, señor, así de pronto no se me ocurre nadie.
La radio anuncia que el triunfo del alzamiento es irresistible: En Madrid ya no hay gobierno, el último conjunto de mamarrachos y farsantes que nos traicionaba, huyó en avión a Toulouse. Cedió materialmente sus poderes a los comunistas y su última hazaña ha sido el incendio y destrucción del museo del Prado.
– ¡Caray, si esto es así no va a quedar títere con cabeza!
María Auxiliadora Porras, la novia o medio novia que desairó a Adolfito Choqueiro, el primer marido de Georgina, se pasó una semana entera en la cama con Micifú.
– ¿Y no te daba reparo?
– ¿A mí, por qué? Bienvenido era muy hombre, no muy alto pero sí muy hombre, a mí que me quiten lo bailado, eso que dicen por ahí son habladurías, la gente es muy envidiosa y murmura más de la cuenta.
Tía Emilita se niega a hablar con tío Cleto.
– Yo soy muy señora y no tengo por qué dirigirle la palabra a un marrano sin principios, que Dios me perdone pero mi dignidad me impide hacerlo. ¡Pobre Jesusa, se hubiera merecido una muerte más respetuosa!
Con tía Jesusa aún de cuerpo presente, tío Cleto, acompañándose del jazz-band, pronuncia discursos: ¡Ciudadano gallego, ya ha nacido el nuevo día de la salvación y la independencia de España!
– Yo no sabía que tu tío Cleto era tan patriótico.
– No, no lo es, es según le da.
A la vuelta del cementerio tío Cleto, conmigo y con mi prima Ramona delante, le dijo a tía Emilita,
– Quisiera hablar contigo, Emilia, y pedirte perdón por las ofensas que haya podido hacerte. ¿Me perdonas?
– Claro que te perdono, Cletiño, ¿no perdonó el Señor a los judíos que lo crucificaron?
– Gracias, Emilia, y ahora escucha. No hay que dramatizar demasiado, ¿me entiendes?
– No.
– Bueno, es igual. No hay que dramatizar demasiado, en las familias es mejor confesar la derrota que seguir luchando, ¿confiesas tu derrota y te rindes?
Tía Emilita se puso primero colorada, después pálida y después se cayó al suelo con un desmayo, se dio una costalada cumplida. Mientras mi prima Ramona y yo la atendíamos, tío Cleto subió a su casa y se puso a tocar el jazz-band; antes, según costumbre, ventoseó de modo seco, tajante y prolongado.
Raimundo el de los Casandulfes se alistó en las Banderas Gallegas, en La Coruña había mucho fervor nacional: el niño J. T., un cabrito y cinco latas de calamares en su tinta, es fusilado el gobernador civil don Francisco Pérez Carballo; la Sra. de T., mamá del anterior y admiradora del glorioso ejército español, una salchicha, un salchichón y una docena de chorizos, es fusilado el comandante de las fuerzas de Asalto don Manuel Quesada; don J. T., marido de la anterior y padre del primero, cuatro gallinas, seis docenas de huevos y cuatro hojas de bacalao, es fusilado el capitán de las fuerzas de Asalto don Gonzalo Tejero; I. A., una caja de dulce de membrillo de Puente-Genil, es fusilado el alcalde de La Coruña don Alfredo Suárez Ferrín; una señora amiga de la paz, cinco botellas de vino de Rioja tinto y cinco latas de aceite, es fusilado el almirante don Antonio Azarola Grosillón; A. S., tres conejos y tres pollos, es fusilado el general don Rogelio Caridad Pita; un patriota, una caja de mantecados de Astorga, es fusilado el general don Enrique Salcedo Molinuevo. Raimundo el de los Casandulfes está triste.
– Aquí va a haber muchos crímenes, ya los está habiendo, y mucha estupidez, pero lo peor va a ser la marcha atrás que vamos a dar todos, que va a dar el país, ¡pobre España!, lo peor de estos estallidos es el triunfo de la vulgaridad, hay momentos en los que el hombre se siente orgulloso de su vulgaridad y presume de burro y de ignorante, son los tiempos peores y también los más dramáticos y sangrientos, los mediocres no perdonan y disfrazan a Dios a su imagen y semejanza, lo visten de clown o de alabardero, podemos retroceder cien años pero hay que callar, no merece la pena querer llevarle la contraria a las mareas, nadie pudo jamás llevarle el pulso a la resaca. Que sea lo que Dios quiera.
Hace buen tiempo y el paisanaje anda confundido, el sol revuelve el aire que respiramos y unta la atmósfera de un pringue raro y poco saludable; a la señorita Ramona le preocupa la marcha de Raimundo pero aún más el que los restantes hombres nos quedemos.
– ¿Queréis que tiren al blanco con vosotros? Esto se va a poner inhabitable para los hombres, ¿te acuerdas de aquello que dijo no sé quién de que el hombre es un lobo para el hombre?, parece como si se hubiera levantado la veda del hombre, las mujeres nos defenderemos mejor, ¿por qué no te vas tú también?
– No, Moncha, de momento me quedo, ya veré si aguanto, el Moucho es un hijo de puta, lo sabes tan bien como yo, pero conmigo no se atreve.
– No estés muy seguro, éstos se crecen con el desbarajuste, son todos iguales y se apoyan unos a otros.
– Bueno, ya me defenderé.
En la taberna de Rauco la gente bebe el vino en silencio, es muy amargo ver que nadie se fía de nadie.
– ¿Tú crees que Cabuxa Tola está a gusto con Fabián?
– Yo no creo nada, eso es cosa de ellos.
La señorita Ramona está más guapa que nunca, con sus ojos hondos y negros y su pelo tirante, se conoce que la tristeza le añade encanto, también lleva el traje ceñido.
– ¿Qué va a hacer Robín?
– Está dudando, yo no soy el único indeciso, estamos todos dudando y sin saber qué hacer, esto empieza a durar ya demasiado.
La señorita Ramona sacó del aparador una botella de vino de Oporto y una honda caja de galletas.
– ¿Quieres una copa?
– Sí, gracias.
– Perdona que no te ponga un plato para las galletas, sácalas de la lata, hay algunas de coco muy ricas.
La señorita Ramona se sentó al piano.
– ¿Qué quieres que toque?
– Lo que tú quieras, lo que me gusta es verte.
La señorita Ramona sonrió con un mohín de muy graciosa coquetería, pocas veces estuvo tan hermosa, ¡y mira que la conozco bien!
– ¿Te estás declarando?
– No, Moncha, ¡qué ocurrencia! Yo no quiero hacer desgraciada a ninguna mujer y menos a ti, yo no sirvo para casado y a lo mejor ni para tener novia siquiera, lo más probable es que no sirva para nada.
– ¡No digas tonterías! ¿Estás seguro de que me ibas a hacer desgraciada?
La señorita Ramona tocó el Vals de las olas.
– Es un poco cursi pero bonito, ¿verdad?
– Sí, muy bonito.
Por detrás de los ojos, o sea por dentro de la cabeza, me voló como un ramalazo triste y poco resignado.
– Moncha.
– Qué.
– ¿Tú crees que tirarán al blanco conmigo?
Maruja Bodelón, la ponferradina de Celso Varela, el ya lejano novio de tía Emilita, todo prescribe, se bajó el dobladillo de la manga y se dejó el pelo a su color.
– No hay por qué andar provocando, las autoridades tienen razón, las españolas en algo nos tenemos que distinguir de las francesas o las inglesas, en la decencia sin ir más lejos.
Celso Varela no entendía nada pero guardó silencio, las tormentas en el corazón del hombre se visten a veces de baches muy poco inspirados.
– Aquí lo mejor es callar, ya se irán calmando los ánimos cuando Dios disponga.
– Sí, ¿y si no se calman?
– No sé, entonces habrá que ir pensando en la emigración o en cortársela. ¡Qué tristeza da ver al mejor país del mundo, bueno, uno de los mejores, desangrándose por las cunetas!
A Fina la Pontevedresa le llaman Porca Marina, esto de los motes marcha por cauces muy raros, los motes se inventan solos y nacen como el pan de sapo; Porca Marina es graciosa y está siempre alegre.
– ¿Es verdad que lo que más te gustan son los curas?
– ¡Ay, sí, señor, que le están buenísimos, da gusto con ellos! ¡Usted me obliga a ser descarada!
Porca Marina se acuesta con Celestino Carocha, también le prepara estofado de conejo, conejo encebollado y conejo a la cazadora.
– A los hombres hay que darles bien de comer para que no se desinflen.
Antón Guntimil, el difunto de Fina Porca Marina, no estuvo jamás inflado, nació con poco aliento y murió yéndose como un suspiro.
– El pobriño valía poco, la verdad es que no me duró casi nada, cualquier otro me hubiera de durar más.
A Resurrección Penido le llaman Lódola porque es como un pajarito, Lódola es puta triste, le salva que es joven y complaciente.
– ¿Y tiene las tetas duras?
– Eso dicen.
A Lódola le impresionó mucho la muerte de Micifú, fue ella quien descubrió el cadáver.
– ¿Y no oíste gritar?
– No, señor, no oí nada, para mí que murió sin abrir la boca, pobriño.
Lódola vino de la aldea de Reporicelo, parroquia de Santa Marina de Rubiana, en El Barco, cuando llegó iba descalza, tenía frío y no hablaba una sola palabra de castellano, a Lódola la protege Marta la Portuguesa, que tiene muy buenos sentimientos, muy buenas inclinaciones.
– ¿Usted cree que una mujer se mete puta por gusto? ¿No será que no tiene a dónde ir porque la escorrentan de todas partes como si fuera gafenta? ¿Usted cree que la comida cae de los árboles y es para quien la coja?
Las gemelas Méndez Cotabad, Mercedes y Beatriz, estuvieron muy malas con la tos ferina, les dio cuando ya eran mayorcitas y tuvieron que mandarlas al monte a respirar aire puro, también les dieron caldo de mochuelo y las llevaron a que medio las abafase el humo del tren, las llevaron a Carril.
– Beatriz ha vuelto a romper las gafas.
– ¿Y Mercedes?
– También.
– Bueno, que no pasen de ahí las desgracias, manda a Pontevedra a comprar otras.
Don Jesús Manzanedo y Micifú le cortaron el hilo de la vida, ese alambrito misterioso que sujeta la sangre, a muchos desgraciados a quienes Dios volvió la espalda, Dios no interviene en los pleitos de este mundo, se ve enseguida, por eso se dice que el hombre está dejado de la mano de Dios; por aquí por Orense, también por Pontevedra y puede que por otros sitios, llaman claudiados a los asesinados sin formación de causa, esto es, a los paseados.
– ¿Claudiados?
– Sí.
– ¿De ciruelas claudias?
– Pues, la verdad, no sé.
Maximino Segán, que es de Amoeiro, terció en la conversación.
– Yo sí lo sé, los pálidos se decían unos a otros ¿esta noche vamos a claudias? y ya era sabido: esa noche iban a buscar gente para matarla.
A los condenados a muerte por los tribunales militares se les fusila en el Campo de Aragón, al lado del cementerio de San Francisco. Lódola es como un suspirito, Lódola prefiere los soldados porque adivina que encierran menos veneno.
– ¿Vas a volver mañana?
– No, mañana estoy de imaginaria.
Los claudiados se quedaban donde podían, no todos llegaban al Alto del Furriolo, esto en Orense, no sigo con los demás sitios porque tampoco se trata de sembrar el país de cruces. Raimundo no conocía a mucha gente en La Coruña pero pronto hizo amigos, la Bandera Gallega salió el día de San Agustín y regresó, medio diezmada, poco después de los Fieles Difuntos, los que tuvieron peor suerte se quedaron por el camino, lo malo de las guerras es que cortan las vidas antes de madurar, eso es ir contra la ley de Dios. En algunos rincones de Galicia se llama papaventos a la cometa, papar significa tragar, engullir, deglutir, en Portugal al papaventos le dicen papagayo, ¿los niños coruñeses de hace dos siglos volaban cometas en el monte que es hoy la calle del Papagayo? Raimundo el de los Casandulfes es algo pariente de don Juan Naya, uno de los hombres que mejor se saben la historia de La Coruña, podía haberle preguntado, en Galicia todos somos parientes o algo parientes o al menos parientes de parientes. También pudiera ser que por allí naciese, en tiempos idos, la flor del amaranto o amarante, que en portugués y en gallego arcaico también quería decir papagayo. Hoy la calle del Papagayo es una cuesta putera de tanta confianza como buen acougo, Raimundo suele darse una vueltecita por las noches, va en busca de un poco de conversación. De casa de la Mediateta echaron una vez a un primo de Raimundo que es artillero de segunda en el regimiento 16 ligero, que queda mismo detrás, porque tiró un piano por el balcón, se pusieron de acuerdo cinco o seis artilleros amigos, uno era cabo, y tiraron el piano por el balcón, ¡qué bestias!, ¡menos mal que no pasaba nadie por la calle!, el general Cebrián les quitó el permiso y los devolvió al frente. Si la Mediateta se entera de que Raimundo es primo del artillero Camilo, estos padroneses siempre fueron medio arroutados, también lo echa a patadas y con viento fresco. En casa de la Apacha, los más respetuosos con la regla dicen la Apache, está de pupila la pequeña de las siete Alontras, Doloriñas Montecelo Trasmil, de veintiún años, que todavía convalece de su operación de apendicitis, ya va mejor. Las Alontras son siete, Inesiña, contra soberbia, humildad, tiene un cordón de pelitos que le llega al ombligo, parece un hormiguero; Rosiña, contra avaricia, largueza, es pechugona y culona, más vale tener que desear; Mariquiña, contra lujuria, castidad, bizquea un poco, hasta le hace gracioso; Carmina, contra ira, paciencia, no dice a nada que no, pero no por puta sino por respeto; Ritiña, contra gula, templanza, está siempre muerta de risa y pega saltos cuando la trincan porque tiene cosquillas; Ampariño, contra envidia, caridad, es tímida como una flor pero si se arranca hay que sujetarla a palos, y Doloriñas, contra pereza, diligencia, sabe leer y escribir y las cuatro reglas: dos son de Betanzos, dos de Cambre, tres de La Coruña y las siete de la vida. En la calle del Papagayo también ejercen sus artes reconfortadoras las furcias y las hurgamanderas de las ramerías de la Ferreña, pregunte usted por Fátima la Mora; de las Campanelas, pregunte usted por Pilar la Maña y de la Tonaleira, pregunte usted por Basilisa la Parva, que es la puta más puta de todo el mundo: todos los morriñentos lupanares, todos los gimnásticos y amorosos burdeles dichos, son de mansa y próvida saudade y alegría, la vigilancia jode de balde porque el orden es el orden. Raimundo el de los Casandulfes se hizo amigo de Doloriñas Alontra y como es educado y se sabe comportar, la encargada lo deja pasar a la cocina. La señorita Ramona manda llamar a Robín Lebozán.
– Tuve carta de Raimundo, dice que le van a dar permiso.
– Me alegro.
Robín tiene cara de preocupación.
– Moncha.
– Qué.
– No me apunto, ya llamarán mi quinta. Y además te voy a decir un secreto.
– ¿A mí?
– Sí. Y a nadie más. Si Fabián Minguela viene por la aldea lo mato, lo que andan diciendo de él es cierto.
La señorita Ramona tardó unos instantes en hablar.
– Serénate, Robín, a ver qué dice Raimundo cuando llegue. ¿Hablaste con Cidrán Segade?
– Sí.
– ¿Y con Baldomero Afouto?
– También.
– ¿Y qué piensan?
– Que el Moucho no vale nada, pero que puede ser peligroso porque es traidor y además va en cuadrilla.
– ¿Con quiénes?
– No sé, no los conozco, no son de por aquí, yo no los había visto nunca.
– ¿Lo sabe la guardia civil?
– Dicen que ellos no quieren saber nada, que no es cosa suya.
– ¿No? ¿Y de quién es entonces?
– ¡Yo qué sé!
El pan es sagrado, hay cosas sagradas que cuando el mundo se revuelve no se respetan, el sueño, el pan, la soledad, la vida, el pan no se puede echar al fuego ni tirar, el pan hay que comerlo, si se pone reseso se echa en agua y se lo comen las gallinas, si se cae al suelo se coge, se besa y se le pone donde no lo puedan pisar, si se da de limosna también se besa, el pan es sagrado, es como Dios, y en cambio el hombre es un ridículo pito cairento y milagrero ahíto de pretensiones.
– Es todavía peor.
– Sí, es verdad: es todavía peor.
La señorita Ramona cerró las contras.
– Todo esto es muy raro, yo no entiendo nada de lo que pasa, a lo mejor somos muchos los españoles que no entendemos nada de lo que pasa, ¿para qué tanta sangre?
La señorita Ramona para de hablar de cuando en cuando.
– Puede que sea noble la guerra con los extranjeros si se meten en casa, los franceses en el siglo pasado, por ejemplo, no sé, yo no soy hombre, las mujeres siempre pensamos diferente, puede que sea noble pelear por el territorio con los extranjeros, ¡pero por un pensamiento que a lo mejor es mentira y entre españoles! Esto escosa de locos.
– Sí, yo creo lo mismo, pero no lo digo, tampoco lo digas tú.
– No, no, ¿qué voy a decir?, yo me callo como un muerto, yo lo único que quiero es que esto acabe cuanto antes. La gente que cree a ciegas es muy peligrosa, los hay que no creen pero lo fingen, eso es todavía peor, la fe es el sacacorchos de la conciencia, el abrelatas que destapa la conciencia…, lo único que quiero es que pronto le veamos el fin a esta locura.
– Pues aún va a durar.
– ¿Tú crees?
– ¡Y tanto que lo creo! Todo el mundo está muy exaltado y nadie quiere atender a razones.
La señorita Ramona acerca un cenicero a Robín Lebozán.
– No me eches la ceniza en el suelo.
– Dispensa.
La señorita Ramona no puede ocultar su preocupación.
– Sí, la verdad es que estas luchas a ciegas son traidoras y cabezonas y se envenenan pronto, también son confusas, ¿tú entiendes algo de lo que pasa?, y ponen a la gente nerviosa y de mal humor, un hombre nervioso y de mal humor es peor que un alacrán.
– En fin, ¡que Dios nos tenga de la mano!
Ahora es como en los tiempos antiguos, cuando se iba a pie a Tierra Santa y los hombres se guiaban por el color de los ojos de las mujeres y de las nubes, por el sabor de las frutas del camino y de cada flor con su abeja, por el olor de los yermos y las praderas, vamos hacia el norte, vamos hacia el sur, vamos bien, vamos mal, estamos perdidos y jamás encontraremos nuestra casa, etc. A la cuadrilla de Martiño Fruime le sorprendieron los sucesos cuando andaba a segar por Belinchón, en tierras de Cuenca. ¿Te acuerdas de aquellos versos Castellanos de Castilla, de Rosalía de Castro? En la cuadrilla de Martiño Fruime formaban nueve hombres y seis mujeres, una parió en la era, también iban tres niños de seis o siete años. Cuando empezaron los sucesos Martiño Fruime habló a su gente.
– Ya sabéis lo que pasa, yo pienso que lo mejor es volver al país, por aquí se van a matar todos, no va a quedar ni uno.
– Bueno, pero dicen que en Galleira mandan los fascistas.
– ¿Y a nosotros qué más nos da? El país es el país y la chaira es la chaira, mande quien mande.
– Sí; eso, sí.
Guiados por la estrella Polar, andando de noche y a la luz de la lourenza de gaurra y durmiendo de día, también cruzando dos frentes de guerra, la cuadrilla de Martiño Fruime llegó desde más allá del Tajo hasta la aldea de Nespereira, en la parroquia de Carballeira, en Nogueira de Ramuín, el pueblo de los afiladores y el de ellos, los segadores que iban como rosas y volvían como negros, ¡bendito sea Dios!
– ¿Tú siempre creíste que llegábamos vivos?
– Sí.
El primer cabrito que se ocupó con Doloriñas Alontra después de que la operaron de apendicitis fue don Lesmes Cabezón Ortigueira, practicante de medicina y cirugía menor y uno de los jefes de la milicia cívica Caballeros de La Coruña, que es como un somatén político y patriótico.
– ¿Te duele el sitio?
– Sí, señor.
– Pues aguanta marea que para eso te pago.
– Sí, señor.
Según rumores, don Lesmes tuvo que ver con los paseos del campo de la Rata y los asaltos a las logias Renacimiento Masónico y Pensamiento y Acción, tú te ves arrastrado por las muertes del prójimo y de repente te ves rodeado de muertos, te das cuenta de que también estás matando y asolando.
– ¿Tú sabes algo?
– ¿Yo qué he de saber?
Don Lesmes va muy de tapadillo a casa de la Apacha, su posición le obliga a guardar las formas, a Doloriñas le dijo que se llamaba don Vicente y era sacerdote.
– No se lo digas a nadie, hija mía, la carne es flaca y pecadora, tú a lo tuyo.
– Sí, señor.
Una noche don Lesmes armó un escándalo de pronóstico porque se reventó una cañería mientras estaba dale que dale y, claro es, se asustó.
– ¡Sabotaje, sabotaje! -rugía don Lesmes mientras se abrochaba los pantalones-. ¡Esto es un atentado! ¡Aquí va a haber que hacer un escarmiento! ¡Esto es un antro de rojos!
La Apacha le paró los pies.
– Oiga, usted, don Lesmes, con todo respeto, aquí de rojos nada, ¿se entera?, aquí somos todas tan nacionales como el que más y yo la primera, en ese terreno no admito que haya la menor duda, ¿me oye bien?, ¡la menor duda!, y si no se reporta llamo por teléfono a don Óscar, que es buen amigo mío, y ya se las entenderá usted con él, aquí en mi casa la gente se desahoga pero no conspira, ¿se entera?
Don Lesmes recogió velas.
– Dispense, usted, es que creí que era una bomba, compréndalo.
Raimundo el de los Casandulfes no sabe quién es don Óscar pero tampoco pregunta, ¿para qué?, lo que pueda pasar en las casas de putas, ¿a quién le importa?, los nacionales hemos tomado Toledo, ¿por qué dices hemos?, y hemos liberado el Alcázar, Raimundo el de los Casandulfes nota que le laten las sienes, a lo mejor tiene calentura. Franco es designado Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, y Robín Lebozán dice que no se apunta, ya llamarán su quinta, cada cual sigue su camino y va a su andar, la señorita Ramona monta a caballo, come galletas y piensa, piensa siempre, los nacionales nos presentamos ante las puertas de Madrid, ¿por qué dices nos presentamos?, cuando Raimundo el de los Casandulfes llega a la aldea encuentra rara a la señorita Ramona.
– ¿Qué te pasa?
– Nada, ¿por qué?
– No, creí que te pasaba algo.
Puriña Córrego, la más vieja de las criadas de la señorita Ramona, apareció muerta una mañana, sobre la frente tenía una culebrilla que salió escapando, parecía un lápiz.
– ¿Cómo fue?
– Pues que se murió de vieja, a todo el mundo le toca tarde o temprano, algunos ni siquiera llegan a viejos.
De tiempos del padre, a la señorita Ramona ya no le quedan más recuerdos que Antonio Vegadecabo y Sabela Soulecín.
– Y el loro.
– Bueno, claro, y el loro.
Fabián Minguela, Moucho, no va a sacar de sus casas ni a Cidrán Segade ni a Baldomero Afouto, no se atreve, Fabián Minguela se quedó a una carreiriña de un can, primero de la casa de Cidrán Segade y después de la de Baldomero Afouto, a verlos venir, mandó a diez hombres a que los prendieran y se los llevaron atados, Cidrán Segade los recibió a tiros, se entregó cuando le quemaron la casa, nadie vino ni al ruido de los disparos ni al resplandor del incendio, la señorita Ramona sujetó a Raimundo el de los Casandulfes y a Robín Lebozán, que estaban en su casa, a Ádega le dieron un culatazo en la cara y la dejaron sin conocimiento y atada a un árbol, Baldomero Afouto también tiró de escopeta y tuvo mejor puntería porque mató a uno, Baldomero Afouto se entregó cuando cogieron a Loliña, su mujer, y a sus cinco hijos, les tuvieron que tapar la boca con un saco porque mordían.
– ¡Dios, qué gente!
Fabián Minguela, el muerto que mató a Afouto, que va a matar a Afouto, sonríe como un conejo a sus prisioneros, los dos van con las manos atadas a la espalda, los dos tienen los ojos cruzados de venitas de sangre y los dos guardan silencio.
– ¡Andando!
A Fabián Minguela le brilla la chapeta de piel de puerco que se le pinta en la frente. El guacamayo de la señorita Ramona es animal de otros aires y otras decoraciones, aquí parece medio triste y aburrido. Fabián Minguela gasta el pelo ralo; a la luz de la luna, el muerto que mató a Afouto es como un muerto.
– ¿A que nunca creías que ibas a estar así?
Ni Cidrán Segade ni Baldomero Afouto abren la boca. ¿Qué más da que al parvo de Bidueiros lo ahorcaran sin mala intención? Fabián Minguela tiene la frente como las tortugas, puede que peor, desde que empezó todo esto no se oyen cantar los ejes de los carros en cuanto la luz se pone.
– ¿Te das cuenta de que llegó la mía? ¡Ya iba siendo hora!
Afouto tiene apagada la estrellita de luz que se le encendía en la frente -unas veces era roja como el rubí, otras azul como el zafiro o violeta como la amatista o blanca como el diamante- y el demonio aprovechó para matarlo a traición, no le faltan ya sino un par de cientos de pasos. Fina la Pontevedresa es como un molinillo de moler café, a Fina la Pontevedresa lo que le gusta es el meneíto y bailar el son cubano Muévete, Irene, su marido murió por falta de condiciones, el tren lo aplastó porque no tenía condiciones. Los hombres de Fabián Minguela dejaron a su compañero muerto en la cuneta, antes le quitaron la cartera con el documento, la noche tiene mil ruidos y mil silencios que empujan el ánimo de los caminantes y resuenan como el eco en su corazón. Fabián Minguela va pálido, bueno, no va más pálido que otros días, es que es así.
– ¿Tienes miedo?
Pepiño Pousada Coires, Pepiño Xurelo, va todas las mañanas a misa a pedir por la misericordia.
– ¿Verdad, usted, que una de las obras de misericordia es enterrar a los muertos?
– Sí, hijo.
Pepiño Xurelo está muy asustado y medio adivina una lucecita que le da la razón. A Fabián Minguela le crece la barba por parroquias, cuatro pelos aquí, otros cuatro allá.
– Me parece que ya no vas a tener tiempo de hacerme trampas a la garrafina. ¿No quieres hablar?
A lo mejor Ricardo Vázquez Vilariño, el novio de tía Jesusa, está en el frente tirando tiros o llevando las cuentas en la oficina de la compañía, matar aún no lo mataron. Las manos de Fabián Minguela parecen babosas, los enfermos de aire de difunto no las tienen más húmedas ni frías ni blandas, difuntiños todos, dádeme o aire que a vos non vos fai falta.
– ¿Quieres rezar el Señor mío Jesucristo?
Fabián Minguela mira siempre para otro lado, como los sapos de San Modesto que son tres pero parecen ciento.
– ¿Te cagas?
Fabián Minguela habla en falsete, como las siete virgos treintañeras de las Sagradas Escrituras.
– Pídeme perdón.
– Suéltame las manos.
– No.
Fabián Minguela, el muerto que mató a Afouto, se palpa las partes, a veces tarda más en sentírselas.
– Te digo que me pidas perdón.
– Suéltame las manos.
– No.
Eutelo o Cirolas, el suegro de Tanis Perello, está más manso desde que empezó el barullo, hay gente que se dispara y gente que se contiene. Fabián Minguela, el muerto que también mató a Cidrán Segade y puede que a otros diez o doce, no quiere seguir gastando la suela de las botas, se queda un par de pasos atrás y le pega un tiro en la espalda a Baldomero Afouto; ya en el suelo, le da otro tiro en la cabeza. Baldomero Marvís Ventela, o Fernández, alias Afouto, hace un esfuerzo y muere sin un solo quejido, tarda en morir pero muere con dignidad y sin dar ni calma ni consuelo ni alegría a quien lo matara. Fabián Minguela le dijo a Cidrán Segade,
– Tú sigue, a ti aún te falta media hora.
El cadáver de Baldomero Afouto quedó en la curva de Canices, el primero que lo vio fue un mirlo, a la incierta luz de la mañana, desde la ponla de un carballo, los pájaros, cuando el día nace, pían como locos durante unos minutos y después callan, se conoce que van a lo suyo, Baldomero Afouto está tendido de bruces, con sangre en la espalda y en la cabeza, también tiene sangre en la boca, sangre y tierra, y lleva tapado el tatuaje, los gusanos pronto empezarán a comerse a la mujer y la culebra, la donosiña que chupa la sangre al muerto se escapa de repente como si alguien la asustase a propósito. Las noticias corren como lagartos.
– ¿Como un reguero de pólvora?
– Pues, sí, o aún más deprisa todavía.
Por la tarde, cuando llegó la noticia a casa de la Parrocha, el ciego Gaudencio estaba interpretando al acordeón la mazurca Ma petite Marianne. Gaudencio ni abrió la boca y estuvo tocando la misma pieza hasta la madrugada.
– ¿Por qué no varías un poco?
– Porque no, esta mazurca se la dedico a un muerto que todavía no se enfrió del todo.
La vida sigue pero no igual, la vida nunca sigue igual y con el dolor por medio, menos aún.
– ¿Son ya las ocho?
– No, todavía no, hoy el tiempo pasa más despacio que nunca.
La mazurca Ma petite Marianne tiene unos compases muy pegadizos, muy bonitos, no se cansa uno de oírla.
– ¿Por qué no varías un poco?
– Porque no quiero, ¿no te das cuenta de que es una mazurca de luto?
A Xiao Paxarolo, el hermano del muerto Baldomero, lo que más le gusta es mamarle las tetas a Pilarín, su esposa, hay matrimonios muy bien avenidos, como debe ser.
– ¿Verdad que me vas a dar de mamar, amor mío?
– Ya sabes que te pertenezco toda entera, ¿por qué me preguntas lo que ya sabes?
– Porque me gusta oírte las cochinadas, vida mía, a las viudas os va de lo más bien.
Pilarín ensayó un gesto coqueto.
– ¡Jesús, qué tonto!
Por la comarca hay muchas serrerías funerarias, mucha afición, como las cosas sigan así, dentro de poco todos estos pinares acabarán embalando muertos.
– Comprando al por mayor, ¿hacen rebaja?
– Sí, señora, muy substanciosa rebaja, cada vez más, al final casi salen de balde.
Cuando tío Rodolfo el Ventilado se enteró de que su primo Camilo se había casado con una inglesa mandó imprimir un papel de cartas con el membrete en inglés, a él no le fastidia nadie.
– Este Camilo siempre fue muy fantástico, ¡mira tú que ir a matrimoniar con una extranjera habiéndolas del país!
Tío Cleto se pasa el día vomitando, al lado de la mecedora tiene un balde para vomitar con mayor comodidad y aseo.
– ¿Sabéis algo de Salvadora?
– No, no tenemos ni una sola noticia, la pobre sigue en zona roja, ¡Dios quiera que no le pase nada entre tanto crimen!
Tío Cleto vomita surtido, unas veces de un color y consistencia y otras de otro.
– En la variedad está el gusto, ¿verdad, usted?
– Pues no crea, la otra tarde el ciego Gaudencio se empecinó con una mazurca y no había quien le hiciese cambiar, se conoce que le cogió el gusto.
– Puede.
Los restos del santo Fernández y sus compañeros mártires se conservan en Damasco, en el convento español de Bab Tuma, ahora se llama église latine, rue Bab Touma, en una urna de cristal en la que se ven las calaveras y las tibias, los peronés, etc., puestos con mucho orden y armonía, los franciscanos siempre tuvieron buen gusto para la presentación de las reliquias, en el convento venden unas tarjetas postales en francés muy aparentes.
– ¿Usted sabe que Concha da Cona canta como los propios ángeles?
– Sí, algo me habían dicho.
Ahora han prohibido el anuncio de las Pilules Orientales, desarrollo, firmeza y reconstitución de los pechos, para mí que hicieron bien porque la mujer española debe conformarse con las tetas que Dios le dio, ni más ni menos, a Xiao Paxarolo le gustan con las tetas grandes pero para eso ya tiene a Pilarín.
– Quítate las tetas por el escote.
– ¡Ay, no, que todavía no se durmió Urbanito!
El cadáver de Cidrán Segade apareció antes de llegar a la aldea de Derramada, más o menos a media hora de andar desde la curva de Canices, tenía los ojos abiertos y un tiro en la espalda y otro en la cabeza, se conoce que era la costumbre, y estaba aún recién frío; Ádega todavía sangra por la nariz y por las cejas, también por la boca, del culatazo que le dieron, Ádega le cerró los ojos a su difunto, le lavó la cara con saliva y también con lágrimas, lo cargó en el carro de bueyes y lo llevó al camposanto, entre ella y Benicia le cavaron la sepultura y lo enterraron hondo y envuelto en una colcha de lino sin estrenar, la mejor que guardaba, Dios sabía bien para qué, desde que había creado al mundo, eso está siempre escrito. De rodillas sobre la tierra y mientras las burbujas del aire todavía le escapaban al muerto por entre los pliegues de la mortaja, Ádega y Benicia rezaron un padrenuestro.
– Ese que está muerto ahí debajo es tu padre, Benicia, te lo juro, ¡así Dios me dé fuerzas para que pueda ver muerto a quien lo mató!
El distante chirriar del eje de un carro semejaba la voz de Dios diciéndole que sí, que le daría fuerzas para ver muerto a quien mató a Cidrán, ella no quería decir su nombre sino verlo muerto y con los despojos ciscados.
– ¿Escuchas, Benicia?
– Escucho, madre.
Ceferino Furelo, uno de los dos hermanos curas de Baldomero Afouto, dijo una misa por el alma de Cidrán Segade.
– Lo que no puedo es decir por quién la digo, Ádega, lo prohíben de Orense.
– No importa, a Dios no le obliga el reglamento.
Raimundo el de los Casandulfes piensa que los españoles nos hemos vuelto locos todos.
– ¿De repente?
– Eso no lo sé, a lo mejor ya viene de antes.
Raimundo el de los Casandulfes está deseando que se le acabe el permiso, la verdad es que ya no le falta mucho.
– El frente es menos criminal, no se puede decir pero allí no se asesina, hay menos veneno, también hay veneno, sí, pero no es tan descarado. Esta catástrofe viene de las ideas y malas mañas de la ciudad azotando el campo, mientras la gente no vuelva a meterse en sus casas todo andará revuelto, es un castigo de Dios.
El P. Santisteban, S. J., pronuncia unos sermones heroicos, solemnes y deslavazados que tienen muy buena acogida entre las señoras, esto es muy peligroso; el P. Santisteban, S. J., cree en la eficacia del fuego purificador, esto es también muy peligroso. A Fortunato Ramón María Rey, el hijo que el santo Fernández metió en la inclusa, le empezaron a llamar Ramón Iglesias y perdió el millón de reales que su padre le dejara en herencia, en esta suerte de asuntos hay que andar más espabilados.
– ¿Y a dónde fueron a parar los patacones?
– ¡Vaya usted a saber! Lo más probable es que se los hayan repartido entre quienes pudieron hacerlo, todo el mundo tiene que vivir, la gente saca sus recursos de donde puede.
A tío Cleto le da mucha grima todo lo que pasa, los nervios disparados no son más que un síntoma de mala educación, con el P. Santisteban a la cabeza, perdonad, hermanas, lo siento pero esto es así, el P. Santisteban es un ordinario, un patán, el P. Santisteban es un cochero de punto con sotana y también con la cachola llena de caspa y de viento, a partes iguales, si pudiera nos confesaba a todos, nos daba la absolución y cuando estuviéramos bien maduritos y en gracia de Dios nos mandaba para el otro mundo a tocar el arpa. El P. Santisteban es un desaprensivo que os chupa la cascarilla.
– Si no queréis oírlo, taparos la cabeza con la almohada.
La señorita Ramona acaricia la nuca a Robín Lebozán; los dos están sentados en un banco de piedra y, mientras cae la tarde, la bacaloura vuela con su coraza de charol, el jilguero canta en las hortensias y el ciempiés se escurre por los tronquitos del rosal de pitiminí, esto es la paz en medio de la guerra.
– Estoy muy triste, Robín, muy deprimida, estoy deseando que me preguntes algo para no contestarte.
Robín sonrió con un punto de amargura.
– ¿Te doy un beso?
Y la señorita Ramona sonrió también y no habló pero se dejó besar.
– Yo estoy tan triste como tú, Monchiña, y muy asustado. Esto es horrible pero si la guerra se torciese para los nacionales iba a ser peor todavía, no me preguntes por qué, no sabría decírtelo, bueno, no quiero decírtelo.
Robín Lebozán y la señorita Ramona se besaron despacio y sin demasiado arrebato, también se acariciaron con muy fría y delicada y mimosa condescendencia.
– Vete, no te quedes esta noche conmigo.
– Como quieras.
Desde este momento ya nadie le llamará jamás por su nombre. El Moucho Carroupo ríe y ríe pero no es verdad, al Moucho Carroupo no le remuerde la conciencia, a lo mejor sí le remuerde la conciencia y no lo sabe, pero tiene miedo, tres miedos, al pecado, a la soledad y a la oscuridad, por eso va siempre armado, Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, le lava las partes con agua de herba namoradeira y está harta de dos cosas, puede que de más, claro, pero al menos de dos cosas: de dormir con la luz encendida y de que se acueste con ella con el correaje puesto.
– Sí, con el correaje puesto y la pistola al cinto, a veces también con botas.
El Moucho Carroupo sonríe a alguien, ni él sabe a ciencia cierta a quién, y envidia casi todo, así no se puede vivir, cuando se tiene miedo y se da coba sin mayor vergüenza y se pone uno de color verde como los lagartos, se acaba en el crimen, primero se guarda silencio, después se cría el resentimiento que crece como el cardenillo de los calderos de cobre y al final se saca a la gente de las casas y se siembra la noche de hombres muertos con un tiro en la espalda y otro en la cabeza, se conoce que es la costumbre. Cuando una puta hace versos a la Virgen María es que hubiera querido ser la Virgen María, casi nadie es quien quisiera ser.
– Parrocha, ¿me fías una dormida?
– Sí, hijo, pasa. Y no me hables de Baldomero Marvís, que ya lo sé.
Baldomero Marvís, Afouto, era valiente como el tigre de Singapoore o el lobo de la Zacumeira, tuvieron que matarlo por la espalda y con las manos atadas porque de frente y suelto no se hubieran atrevido; su segundo hermano, Tanis Perello, es fuerte como el toro de la isla de San Balandrán, a quien le sonaban las turmas en medio de la galerna, y listo como el lagarto de la reina Lupa, que sabía la tabla de multiplicar y también las capitales de Europa, Tanis Perello si no marra el viaje puede pasmar al santo buey del portal de Belén -y también a la mula si la coge a modo- de una piña en la frente. Tanis Gamuzo cría mastines loberos, a Kaiser lo tuvo que rematar porque el lobo se lo dejó malherido en una pelea. Tanis Gamuzo es soldado del 2.° batallón del regimiento de infantería Zaragoza número 12, está destinado en la caja de recluta.
– ¿Recuerda usted a don Jenaro y don Antonio, los dos valencianos que anduvieron de lobos con Manueliño Blanco Romasanta?
– No, señor, a ésos no los alcancé.
A Leoncio Coutelo, el republicano de Allariz que había enseñado a un cuervo a silbar la Marsellesa, lo claudiaron para que escarmentase. Y al ciego Eulalio también, por tocón y poco respetuoso; éste era hermano del anterior. Etelvino está con Tanis Perello en la caja de recluta, es asistente del teniente coronel Soto Rodríguez.
– Aquí lo que importa es que pase el chaparrón y después Dios dirá.
A los perros de Tanis los cuida Policarpo el de la Bagañeira que es inútil total y tiene buena mano para los animales, también saca a estirar las patas al caballo Caruso, al que la guerra separó de Etelvino.
Lista de mozos excluidos totalmente del servicio militar: Ramón Requeixo Casbolado (Moncho Preguizas), amputado de la pierna derecha, José Pousada Coires (Pepiño Xurelo), graves alteraciones cerebrales, Gaudencio Beira Bouzoso, ciego, Julián Mosteirón Valmigallo (Coxo de Marañís), cojo, Roque Borrén Pontellas, oligofrénico, Mamerto Paixón Verducedo, parapléjico por fractura de vértebras dorsales, Marcos Albite Muradas, amputado de ambas piernas, Benito Marvís Ventela, o Fernández (Benitiño Lacrau), sordomudo, Salustio Marvís Ventela o Fernández (Mixiriqueiro), oligofrénico, Luis Bocelo Cepamondín (Luisiño Parrulo), castrado ciego, éstos son los que recuerdo ahora de memoria, quizá haya algún otro; Robín Lebozán Castro de Cela clasificado apto para servicios auxiliares pero no lo mandaron llamar.
– ¿Mejor para él, verdad usted?
Es como un castigo de Dios, lo más seguro es que hayamos ofendido a Dios con nuestros pecados, por aquí el campo era el bazar del cielo y ahora, con esta zurra bárbara y dolorosa y ciega, lo están convirtiendo en el asilo del limbo.
– ¿O en la casquería del purgatorio?
– Puede que sí, no va usted nada descaminado, la verdad es que no nos dejan más que la ruina de la carne.
A Ricardo Vázquez Vilariño, el novio de tía Jesusa, es un suponer, le pegaron un tiro en el corazón, es un decir, ¿cuántos muertos habrá habido ya, sumados nacionales y rojos? Eutelo o Cirolas, el suegro de Tanis Gamuzo, es un mierda al que ni merece la pena saludar.
– Eutelo.
– Mande.
– Vete a la mierda.
– Sí, señor.
Eutelo está muy asustado y la paga con las putas de la Parrocha, lo que pasa es que no le dejan.
– ¿Por qué no escupes en la cara a tu yerno, cabrón?
Marta la Portuguesa no puede ver a Eutelo, siente por él un odio africano.
– Es muy fácil escupirle a un ciego, ¿verdad? ¿Por qué no le plantas cara a un hombre que pueda defenderse? ¿Tienes miedo a que te den dos hostias?
A pesar de lo que le había dicho la señorita Ramona, Robín Lebozán se quedó con ella.
– Te prometo no molestarte, Moncha, pero cada día que pasa me espanta más la soledad.
– Y a mí, esta casa es demasiado grande para una mujer sola.
La señorita Ramona puede que esté un poco más delgada.
– Es la ley de la tierra, Robín, y algún desgraciado se la está saltando, tú sabes quién digo, por estos montes no se puede matar de balde, por aquí el que mata, muere, a veces tarda un poco pero muere, ¡vaya si muere! Aún quedan hombres capaces de hacer cumplir la ley, en nuestras familias se respeta la ley, Robín, y la costumbre, también la costumbre, pero si los hombres se muriesen todos ahí están Loliña Moscoso y Ádega Beira para vengar a sus difuntos, las dos muy bravas y decentes. Y si ellas se muriesen también, quedaba yo, te lo juro, que Dios me perdone, no te lo digo para presumir.
Rosa Roucón, la mujer de Tanis Perello, le da al anís, hay otras cosas peores.
– Dicen que uno que no quiero decir hace filloas con sangre de hijo de Dios, todos somos hijos de Dios, él se condenará y así se le atraviese el alimento en la garganta y muera esganado, amén, Jesús. Ese que no quiero decir coge un azumbre de sangre de hijo de Dios, que me lo dijo quien lo viera, se ríe mucho, dos cuartillos de leche, cuatro cucharadas soperas de harina y otras tantas de azúcar de lustre, sal, canela y tres huevos batidos, este caldo se llama el amoado, unta de grasa de cerdo la sartén, lo fríe en hojuelas muy finas y cuando está ya en el plato le pone miel de fror do Espíritu Santo, ¡así el Apóstol Santiago le mande la culebra y más el escorpión!
Catuxa Bainte no sabe nadar, flota de milagro cuando se baña en cueros y muerta de risa en la balsa del molino de Lucio Mouro.
– ¡Se te han de meter las zamezugas por el culo y más por la cona, condenada!
– ¡No, que aprieto!
– Sí, tú fíate…
El molinero Lucio Mouro, silvestre flor de romería, apareció muerto en el camino de Casmoniño en la mañana de San Martín, tenía un tiro en la espalda y otro en la cabeza, se conoce que es la costumbre, y una flor de tojo en la gorra de visera. Catuxa Bainte lo enterró sin mayor ceremonia.
– ¿Era algo tuyo?
– Sí, era el amo del agua.
En cada rincón del monte hay una mancha de sangre, a veces vale para dar de comer a una flor, y una lágrima que la gente no ve porque es igual que el rocío, las miñocas huelen por debajo de la tierra, las toupas también, y los vagalumes apagaron ya sus linternas hasta el año que viene, este año va a ser muy triste la navidad.
– ¿Cuándo llega el año que viene?
– No lo sé, me imagino que a su tiempo debido, como siempre.
A Lucio Mouro ya se le había curado el empinxe que le saliera en un pie, se lo curó Catuxa Bainte bendiciéndoselo con ceniza y hablando las palabras de la costumbre, empinxe, rubinxe, vaite de ahí, que o bispo sagrado pasóu por eiquí, e a cinza do lar correu tras de ti, fue lástima que mataran a Lucio Mouro ahora que ya le había sanado el empinxe. Moncho Preguizas tiene sus dudas sobre la razón de cada cual.
– A mí que no me digan pero, con tanto tumulto, a lo mejor acabamos peor, la gente es muy orgullosa y esto no puede ser bueno para el país, yo me callo porque no quiero líos.
– Haces bien; ahora, en cuanto te descuidas, te buscan las vueltas y te empapelan, a mí me da muy mala espina tanto papeleo pero no hay más que aguantar.
Moncho Preguizas tiene mucho de poeta de la añoranza, de bardo elegiaco.
– ¡Qué graciosa mi prima Georgina! Cuando se le ahorcó el marido y mientras el juez ordenaba el levantamiento del cadáver, Carmelo Méndez le metía mano, a la viuda, claro, no al juez, ¡qué necedad! ¿Te acuerdas de Carmelo Méndez, lo bien que jugaba al billar y las volutas de humo que hacía cuando fumaba puros? Bueno, pues lo mataron en el cerco de Oviedo, me enteré el otro día, le dieron mismo en la sien.
El verano pasado hubo ranas en la fuente del Miangueiro, nadie sabe de dónde pudieron salir, en las fuentes de los camposantos no suele haber ranas, no es costumbre, mosquitos, sí, los mosquitos están en todos lados, don Brégimo, que en paz descanse, el padre de la señorita Ramona, interpretaba foxtrots y charlestones subido en la tapia del camposanto, ¡qué irreverencia!, don Brégimo tocaba el banjo con mucha maestría.
– La gente quiere que los muertos se aburran, pero lo que yo digo: ¿por qué se han de aburrir los muertos?, ¿no tienen ya bastante con estar muertos? Hay muertos de las dos clases, aburridos y divertidos, no deben confundirse, ¿es verdad o no?
– Sí, señor, ¿no ha de ser verdad?
Don Brégimo era amigo de filosofías y otros entretenimientos de la conversación.
– Cuando la vida muere, la muerte nace y empieza a vivir, esto es como el juego de la correlativa, en Orense había un registrador de la propiedad que jugaba muy bien a la correlativa, se murió de un cólico cerrado, estuvo sin cagar lo menos un mes, la vida de la muerte dura hasta que muere de viejo y de hambre el último gusano del muerto, ¿es verdad o no?
– Sí, señor, claro que es verdad, salta a la vista.
Don Brégimo dejó mandado en su testamento que le dijeran una sola misa rezada, ninguna cantada, y que dispararan veinte pesos de foguetes de luceiría, que dan para mucho, la noche que estuviera de cuerpo presente; la gente lo pasó bien mientras él dormía los iniciales instantes del sueño eterno entre cuatro blandones.
– ¡Qué guapo está de uniforme!
– Sí, a los muertos se les debía amortajar a todos de uniforme.
– No sé, a mí me parece que eso sería jugar a confundir, también quedan bien cuando los visten de fraile e incluso de paisano, de gallego o de baturro quedan de broma y además está prohibido, bueno, lo más probable es que ahora esté prohibido, hay muertos que quedan bien de cualquier manera, en cambio hay otros que son una calamidad, vamos, una mierda.
– ¡Repórtese, Soutullo!
Florián Soutullo Dureixas fue guardia civil del puesto de Barco de Valdeorras, era buen gaitero y entendía mucho de apestados, tísicos, leprosos, agonizantes, moribundos, muertos y aparecidos, también tenía conocimientos sanadores, conocimientos mágicos, e imitaba los más diversos sonidos con la boca: el zureo de la paloma, el maullido del gato, el rebuzno del asno, el cuesco de una señora, el balido de la oveja, etc., a Florián Soutullo lo mataron en el frente de Teruel, fue visto y no visto, llegó, le pegaron un tiro en el entrecejo y murió de repente, a lo mejor condenó su alma porque no le dieron ni tiempo para hacer un acto de contrición, le quedaba una cajetilla por la mitad y se la fumó el páter, un curita palentino que le cogió el gusto a fumarse el tabaco de los muertos. Policarpo el de la Bagañeira va ahora mucho por casa de la señorita Ramona, le saca a pasear el caballo Caruso y le hace recados.
– ¿Vas a ir a Orense?
– ¡Si me lo manda!
– No, mandártelo no te lo mando; pero si vas a cualquier cosa, dímelo, que a lo mejor te hago un encargo.
– Bueno.
Don Mariano Vilobal, el cura zullenco, se cayó del campanario y se desnucó, hay épocas amargas, las guerras púnicas, la gripe del 18, la campaña del Rif, hay tiempos de dolor que parecen señalados por el dedo de la muerte, don Mariano, cuando iba por el aire, se tiró el último pedo de su vida.
– ¡Va por los protestantes! ¡Muera Lutero!
Los últimos segundos del que va a morir y lo sabe se estiran como si fuesen de goma y admiten muchos más recuerdos de lo que se piensa.
– ¿Y si el que va a morir no lo sabe?
– Entonces es igual, el tiempo no se anda con juegos.
Una vez, en casa de la Parrocha, Nunciña Sabadelle se acostó con el muerto Bienvenido González Rosinos, Micifú, y cuando terminaron le hizo una pregunta muy cabrona.
– ¿Te corriste?
– ¿Es que no lo notaste?
– Dispensa, estaba distraída.
Micifú era medio flamenco y presumido y no caía bien a las mujeres de casa de la Parrocha, cuando apareció muerto ninguna le lloró. ¡Ciudadano gallego, ya ha nacido el nuevo día de la unidad y la grandeza de España!
177
– ¿Qué dices?
– Nada, es que me acordé de tío Cleto tocando el jazz-band.
Cuando a Raimundo el de los Casandulfes se le acabó el permiso lo mandaron al frente de Huesca, la señorita Ramona le preparó bien toda la ropa.
– ¿Vas a echar instancia para alférez provisional?
– No, ¿para qué? Si te toca, te matan igual de oficial que de soldado, en el frente se dice que las balas llevan tarjeta, si hay una para ti te alcanza aunque te metas debajo de las piedras.
– Sí, eso también es verdad.
Don Jesús Manzanedo murió con las carnes podridas y hediondas, lo que es peor, y además con mucho miedo a la otra vida.
– Le estuvo bien empleado por miserable y asesino.
– Bueno, eso es otra cosa.
Facundo Seara Riba, sargento de intendencia, es muy buena persona, cuando se trata de hacerle un favor a un paisano no hay que decírselo dos veces.
– ¿A ti que te parecen los moros?
– A mí unos cabrones, ¡qué quieres! ¿Te figuras al valí de Monforte, el mago Abd Alá el-Azziz ben Meruán rascándose la lepra entre todos estos hambrientos piojosos y apedreándolos con monedas de oro hasta descalabrarlos? Bueno, me callo, lo mejor es estar callado.
A Raimundo el de los Casandulfes le pegaron un tiro el día de San Andrés, la suerte fue que le dieron en una pierna y no le llevaron por delante la femoral, aquel día se repartieron pocos tiros, muy pocos, pero basta con que salga el de uno por la boca de fuego del fusil que dispara el cabrón de enfrente, si te da en la cabeza ya tienes bastante, en la confianza está el peligro y como aquel día no pasaba nada, Raimundo el de los Casandulfes se confió y le dieron, bueno, se confiaron todos pero le dieron a él.
– ¿Y hubieran podido matarlo?
– Claro, en cuanto le hubieran dado un poco más arriba.
El ciego Gaudencio no toca su mazurca más que en otros casos, aquí en el frente hay menos hiel y la buena suerte siempre puede darte un escape. Don Clemente Abundancia, bueno don Clemente Bariz Carballo, del comercio, no aguantó los cuernos con los que le adornaba doña Rita, su señora, la que se entendía con su director espiritual, o sea el presbítero don Rosendo, y se pegó un tiro en la boca, y eso que todavía estábamos en paz, lo puso todo perdido.
– ¿Es verdad lo que dicen de que los sesos se le quedaron pegados en la lámpara?
– Pues, sí, parece ser que sí.
Raimundo el de los Casandulfes rodó por dos o tres hospitales de campaña, eran pequeños y malos, no tenían más que vendas y tintura de yodo, hasta que lo llevaron a Miranda de Ebro donde le extrajeron la bala, aquello estaba lleno de italianos, y después a Logroño, la escuela de Artes y Oficios, allí lo trataron bien e hizo algunos amigos, las sábanas tenían manchas de sangre pero eso tampoco importa, no hay que ser maniáticos.
– ¿Tú de dónde eres?
– De Elorriaga, en las afueras de Vitoria, mi padre es de telégrafos.
A Moncho Preguizas le podaron una pata en tierra de moros, la verdad es que en todas partes cuecen habas.
– ¿A ti qué te parecen los moros?
– ¡Qué quieres que te diga! A mí no me trataron bien pero tampoco me parecen peores que los cristianos.
Moncho Preguizas siempre fue muy ecuánime, algo fantasioso pero muy ecuánime.
– ¿Pero tú dónde dejaste la pata de carne y hueso, desgraciado?
– En Melilla, lo sabes tan bien como yo, me lo has oído cien veces, pero yo digo que lo que importa es volver, por aquí también están tirando a dar con muy mala sangre, los que andan dejando muertos por ahí no son moros.
Raimundo el de los Casandulfes estaba en la sala 5.a, había veinticuatro camas y un chubesqui que no se apagaba ni de día ni de noche, menos mal porque en Logroño, durante el invierno, hace mucho frío. En la sala 5.a se ocupaban de los heridos dos monjas y dos enfermeras, las cuatro jovencitas, a las órdenes de sor Catalina que era una riojana emprendedora y de armas tomar.
– Porque cuando yo digo a rezar el rosario es que hay que rezar el rosario, ¿te enteras?
– Sí, hermana.
A Adrián Estévez Cortobe, Tabeirón, el buzo que quiso robar las campanas de Antioquía, en la laguna de Antela, lo mataron en el frente de Madrid, le mecharon el cuerpo de metralla.
– ¿Tú crees que tuvo mala suerte?
– ¡Hombre, no sé lo que decirte! ¿A ti qué te parece?
Mamerto Paixón no fue a la guerra pero inventó una máquina voladora y a poco más se escoña definitivamente.
– Para mí que fue un fallo de la transmisión, estoy deseando ponerme bueno para probar otra vez.
A los pocos días Raimundo el de los Casandulfes se encontró con la inesperada compañía de su primo el artillero Camilo.
– ¿Y tú?
– Pues ya ves, que me dieron.
– ¿Dónde?
– En el pecho.
– ¡Vaya por Dios!
Doña María Auxiliadora Mourence, viuda de Porras, encabezó con diez pesetas una suscripción para comprar armas en el extranjero.
– Si todos los españoles ponemos dos duros cada uno, sale un verdadero dineral.
Basilisa la Parva, la de la Tonaleira, es madrina de guerra del pobre Pascualiño Antemil Cachizo, cabo del regimiento de infantería Zamora n.° 8, le escribe todas las semanas y le manda chocolate y tabaco, al cabo Antemil lo mataron pero Basilisa la Parva, como no lo sabe, le sigue mandando chocolate y tabaco, alguna semana va también algún chorizo, a alguien aprovechará porque aquí nada se pierde. En la sala 5.a, Raimundo el de los Casandulfes y su primo son los únicos que tienen cepillo de los dientes particular.
– ¿Y pasta de los dientes?
– Sí, tienen un tubo de Perborol a medias.
Una mañana sor Catalina se presentó con un cepillo de los dientes en la mano y habló a la zurrada tropa.
– A ver si os enteráis, que sois muy brutos, ¡que Dios me dé paciencia! Esto de la higiene es muy importante, tenéis que estar todos bien limpios para que se mueran los microbios, ¿os enteráis?, y como los únicos que tienen cepillo de los dientes son estos dos gallegos, vergüenza debía daros, ¡dos gallegos!, pedí al coronel un cepillo para esta sala y me lo concedió, aquí lo tenéis.
Sor Catalina mostró a todos el cepillo, que era de color caramelo.
– ¿Lo veis bien?
– Sí, hermana.
– Bueno, pues desde esta tarde, mientras pasamos el rosario, os voy a lavar los dientes a todos empezando por una esquina y acabando por la otra.
La perra Véspora murió de un entripado, se conoce que tío Cleto había vomitado la noche anterior alimentos muy indigestos y alcohólicos y el animalito no pudo resistirlo. En cambio Zarevich, el galgo ruso de la señorita Ramona, está lucido y elegante, da gusto verlo.
– ¿Estás seguro de que no debo cambiarle el nombre?
– Mujer, no sé…, no le llames nada.
Alifonso Martínez libró el pellejo escondido por el cura de San Miguel de Buciños, nadie sabía dónde estaba, bueno, salvo Dolores, el ama de don Merexildo, el Moucho tampoco se hubiera atrevido a plantarle cara a un sacerdote.
– ¿No asomó por aquí?
– No; hace un siglo que no lo veo.
Raimundo el de los Casandulfes y su primo el artillero Camilo tenían las camas juntas, una al lado de la otra y separadas por la mesilla de noche, el bacín era para los dos; se murió uno que se llamaba Aguirre, le dio un vómito de sangre y se murió, y aprovecharon para pedirle permiso a sor Catalina y hacer el cambio.
– ¿Quién le robó el chisquero a Aguirre?
– Yo no fui, hermana, se lo puedo jurar.
Había sido Isidro Suárez Méndez, que siempre le robaba todo a los muertos, los cuartos, el chisquero, la petaca, el reloj, las fotos, pero yo no tenía por qué acusarlo, sor Catalina hubiera sido capaz de echarlo a la calle.
– Te creo, gallego, eres poco de fiar pero te creo.
Sor Catalina era más mujer que la pobre Angustias Zoñán Corvacín, la recién casada a la que su marido abandonó a la hora y media de matrimonio y, claro es, se metió monja.
– ¿Y qué fue de ella?
– No lo sé, nunca más se supo, a lo mejor murió de anemia.
– Sí, lo más probable.
– También puede que le haya picado un tábano y esté coja.
– También.
Por el hospital van las señoritas de Frentes y Hospitales a socorrernos, les llaman margaritas en honor de la esposa de Don Carlos VII, el Marqués de Bradomín visitó a la real pareja en su corte de Estella, lo cuenta Valle-Inclán en Sonata de invierno; las margaritas reparten escapularios y cajetillas entre la tropa herida, también calcetines de lana, camisetas de abrigo, jerseys y otras prendas, y botellines de coñac Tres Ceros, de Osborne, Tres Copas, de González Byass, y Tres Cepas, de Domecq, rascan como aguarrás, la verdad es que nos tratan como si fuésemos los pobres de la Conferencia de San Vicente de Paúl. Las margaritas van de camisa caqui y boina roja porque son carlistas, claro, es más frecuente llamarles requetés, su jefa, doña María Rosa Urraca Pastor, a lo mejor es Rosa María, no sé, queda un poco talluda pero al artillero Camilo le gusta mucho.
– Está muy buena y a mí me recuerda al general Silvestre, a don Manuel Fernández Silvestre, el del desastre de Annual.
– No será por el mostacho.
– No; es por el porte, por los andares.
Casiano Areal, el encargado de la fábrica de galletas El Bizcocho Hispano, antes El Bizcocho Inglés, era el único que podía sujetar a doña Rita cuando se arrancaba.
– Mire usted, Casiano, que Dios me perdone, pero si mi esposo vuelve a dar gatillazo después del mucho dinero que me costó, le juro a usted que lo mato, ¡como hay Dios!
– Repórtese, señorita, tenga un poco de tranquilidad y alimente bien a don Rosendo, eso es muy importante para que dé juego, prepárele yemas batidas con jerez.
Tres margaritas visitaron la sala n.° 5, en una cesta llevaban los regalos.
– Soldadito, te voy a condecorar con un escapulario del Sagrado Corazón para que te preserve de todo mal, mira lo que dice: Detente, bala, el Corazón de Jesús está conmigo.
El artillero Camilo se puso pálido, se le escapó todo el color de la cara.
– No, no, muchas gracias, condecore usted a otro, se lo ruego, se lo pido por favor, yo llevaba uno prendido con un imperdible en la guerrera y aún no hace un mes me lo sacaron por la espalda, se lo digo con todo respeto, señorita, pero para mí que el Sagrado Corazón es gafe.
La margarita se sulfuró, parecía como si le hubieran puesto banderillas de fuego.
– ¡Irreverente, que menosprecias al Sagrado Corazón de Jesús! ¡Rojo!
Sor Catalina tomó cartas en el asunto y defendió al artillero Camilo, a ella no le tocaban a su tropa.
– ¡Largo de aquí, tísica, descarada! ¡Fuera! ¡Con mis mozos no se mete nadie! ¿Se entera usted? ¡Largo de aquí! ¡Y no vuelva a entrar en la sala sin pedir permiso!
Sor Catalina era mujer templada y valerosa, de muy difícil lidia, para ella los soldados heridos éramos dos cosas, sagrados y de su propiedad; esto regía sólo para los españoles porque sor Catalina no admitía ni italianos ni moros.
– No, no, a ésos que los cuiden sus monjas si las tienen, aquí no quiero mezclas.
A Casimiro Bocamaos, el sacristán de Santiago de Torcela, no le llega la camisa al cuerpo.
– ¿Usted cree que libraremos de toda esta treboada?
– Pues la verdad, no sé, el hombre aguanta mucho, confiemos que sí.
Raimundo el de los Casandulfes y su primo, cuando empezaron a mejorar y a poder moverse, solían ir por las tardes al café Los Dos Leones, en la calle del General Mola, antes Portales, sor Catalina les daba un vale a cada uno para café, copa y purito faria, a veces llevaban con ellos a Chomín Galbarra Larraona, un requeté del tercio de Lácar al que le faltaban las dos manos y los dos ojos, le reventó una bomba Laffitte a destiempo, le segó las manos y le vació los ojos y había que darle de beber y de fumar a la boca, al café solía ir un legionario cubano y medio mulato, también ciego, que se pasaba las horas muertas tarareando un son cuyo estribillo decía: como soy de Vuelta Abajo trabajo con el carajo, Chomín era buena persona y daba pena y Raimundo el de los Casandulfes le leía el periódico Nueva Rioja, lo malo fue la tarde en que quiso ir de putas, se conoce que se puso cachondo de pensamiento, la casa está al otro lado del río, entre el matadero y la fábrica de electricidad, la casa de la Leonor, hay sólo dos putas, la Urbana y la Modesta, que son hijas suyas y están muy delgadas y tristes, toman Tricalcine, al padre se lo fusilaron porque era de la UGT, en casa de la Leonor se recibe en la cocina y no hay más que una alcoba llena de estampas, da como aprensión, el Perpetuo Socorro, Santa Rita de Casia, la Inmaculada Concepción, el Sagrado Corazón de Jesús, la Virgen del Pilar, San José con su varita de nardos, el Niño Jesús de Praga, también hay una cama de hierro, dos mesillas de noche, una silla, una banqueta, un despertador, un orinal, un aguamanil y un bidet portátil, las tabletas de permanganato las guardan en una sopera, Urbana y Modesta se echaron a llorar y no quisieron ocuparse con Chomín.
– No, no, da no sé qué, el pobre no tiene ni con qué agarrarse.
La Leonor le dijo a Raimundo el de los Casandulfes.
– Son jóvenes y aún no han aprendido a aguantar pero tú no te preocupes, esta criatura no se va a ir así, descuida, yo me encargaré de él, como es ciego no pondrá reparos, ya verás, espera a que me lave un poco y me eche colonia.
Celso Masilde, Chapón, está en Logroño, es soldado del regimiento de infantería Bailen n.° 24. Chapón anduvo después en la guerrilla, primero con la partida del Bailarín y después con Benigno García Andrade, Foucellas, muchos piensan que lo mataron en el monte hacia 1950 o 51 en una emboscada que les tendió la guardia civil pero no es verdad, yo estuve con él en Tucupita, capital del Territorio Delta Amacuro, Venezuela, en 1953, Chapón se había casado con una gorda riquísima, Flor de Perla Araguapiche, y se entretenía en clasificar los peces del Orinoco. Raimundo el de los Casandulfes y su primo se vieron envueltos en el lío que se formó en el economato del hospital, donde desaparecieron más de cuarenta quesos, el coronel estaba furioso.
– A esta morralla hay que escarmentarla, que le den el alta a todos los que se puedan mover, situación cura ambulatoria, ¡que se jodan!
Raimundo el de los Casandulfes y su primo se encontraron en la calle sin comerlo ni beberlo.
– Esto no es justo -le decían a sor Catalina-, nosotros no tenemos nada que ver con el robo de los dichosos quesos y ahora nos echan a la calle por ladrones y sin estar curados, lo peor es que el coronel no quiere ni recibirnos.
– Paciencia, muchachos, en la mili hay que tener paciencia y saber aguantar.
El novio de Clarita, la hija de don Jesús Manzanedo, se llamaba Ignacio Araujo Cid y era empleado del Banco Pastor, sección créditos personales, cuando don Jesús empezó a anotar asientos en su libreta, a Ignacio le entró grima y se fue voluntario, lo mataron a poco de llegar al frente. Raimundo el de los Casandulfes y su primo se metieron en el café Los Dos Leones.
– De momento lo mejor será buscar una fonda, después Dios dirá, a mí me queda algún dinero, podemos decir a Moncha que nos haga un giro, bueno ya veremos si los cuartos nos alcanzan o no.
Raimundo el de los Casandulfes y su primo no estaban curados, es cierto, pero se podían bandear, la cosa tampoco era alarmante, a las dos o tres horas estaban ya instalados en la fonda La Estellesa, propiedad de doña Paula Ramírez, en la calle de Herrerías justo al lado de pompas fúnebres Pastrana, pensión completa 2,75 pts. incluido lavado de ropa.
– Aquí vamos a estar bien, ya verás.
Robín Lebozán se pasa las tardes en casa de la señorita Ramona, los dos se sienten culpables de lo que no tienen culpa, esto sucede a veces y el único remedio es dejar pasar el tiempo.
– A mí me parece que me equivoqué de medio a medio, Moncha, yo quizá gaste demasiado tiempo en juzgar y en despreciar y así tampoco se puede vivir, la vida va por otros caminos, yo estoy muy asustado, Moncha, más asustado que tú, yo pienso que dentro de cincuenta años la gente todavía andará dándole vueltas a esta locura, esto es una locura y con todos estos farsantes heroicos y religiosos y políticos hay que andarse con cuidado porque no las piensan…, hoy sí me gustaría que pusieses una polonesa de Chopin en la gramola o qué la tocases al piano, es mejor que la toques al piano…, hace días que no sabemos nada de Raimundo, ¿cómo estará?, él ni se imagina lo que lo echamos de menos…, hoy sí me gustaría que me dieses una copita…, ¡qué raro es todo, Moncha!, de repente me puse muy alegre, ya veremos lo que dura…, ¿por qué no te subes un poco la falda?
La señorita Ramona está sentada en su mecedora y sonríe en silencio mientras poco a poco se va subiendo la falda.
– Tú dirás.
El marido de doña Paula Ramírez se llama don Cosme y es escribiente de la delegación de hacienda; don Cosme es un alfeñique bajito pero muy pinche que se peina con fijador Gomina Argentina y que los domingos, por entretenerse y también para ganar unos reales con honradez, toca el bombardino en la banda municipal, La leyenda del beso, La boda de Luis Alonso, La Calesera, la jota de La Dolores, doña Paula es tetona y poderosa y a don Cosme lo tiene para hacer recados y también para llamarle Beethoven con un desprecio infinito.
– Ve por espinacas, Beethoven, ¡y no tardes!, trae también carbón de encina y llégate al funerario a ver para quién era ese ataúd tan lujoso que sacaron esta mañana.
– Voy enseguida, Paulita, déjame terminar el periódico.
– ¡Ni periódico ni leches! ¡Antes es la obligación que la devoción!
– Bueno, mujer.
Los pupilos de doña Paula somos cinco: el sacerdote don Senén Ubis Tejada, bronquítico, el brigada de infantería retirado don Domingo Bergasa Arnedillo, asmático, el protésico dental don Martín Bezares León, orquítico, y nosotros dos, heridos de guerra.
– Peor sería que además fuésemos tontos y ancianos, ¿no crees?
– ¡Hombre, sí!
El artículo 2.° del reglamento de 1852 sobre beneficencia supone que quienes necesitan más atención son los locos, los sordomudos, los ciegos, los impedidos y los decrépitos, quizá no vaya descaminado. El matrimonio de la fonda no tiene más que una hija, la Paulita, que es repugnante, la pobre es tal que una rata de atarjea y además tiene bigote y patillas y lleva lentes, es lo que se dice un asco, un verdadero asco.
– ¿Por qué no le pones los puntos? Yo creo que si le haces un poco de caso a lo mejor hasta nos dan mejor de comer, tú eres de boca dura, ¿por qué no pruebas?
– ¡Coño!, ¿por qué no pruebas tú?
Raimundo el de los Casandulfes y su primo el artillero Camilo se van a hacer las curas y a poner inyecciones al hospital, situación cura ambulatoria, ya se sabe, sor Catalina sigue dándoles vales; a los pocos días, mientras están sentados en el café, surge la conversación.
– ¿Qué me dices de lo de Afouto y de Cidrán Segade?
Raimundo el de los Casandulfes se pone serio y baja la voz.
– Nada, ¿qué quieres que te diga?
Y su primo el artillero Camilo bebe un sorbo de coñac y habla mirando para el suelo.
– ¿Tú qué piensas que debemos hacer?
– No sé, de momento tener mucha paciencia y no hablar con nadie del asunto, hay que esperar a que acabe todo esto y pueda reunirse la familia para decidir, los Moranes somos muchos y los Guxindes aún más todavía, todos los que queden vivos deben hablar, ese que tú y yo sabemos tendrá que pagar su crimen, así no se va a ir, descuida, es la ley que nos gobierna, hablemos de otra cosa, lo que sea ya sonará.
El artillero Camilo pide otras dos copas.
– ¿Tienes más vales?
– No, pero un día es un día.
Cuando les traen el coñac Raimundo el de los Casandulfes se queda pensativo.
– ¡Mira tú que no poder brindar diciendo salud!
El país queda a cuatro días de tren, eso es una paliza.
– Si pudiera me iba ahora mismo para el país.
– ¡Toma, y yo! Y además le regalaba el fusil al primero que pasase.
La salud de Raimundo el de los Casandulfes y de su primo el artillero Camilo iba mejorando poco a poco pero ellos se aburrían como ostras y además estaban sin un real, de la partida de poker del bar Iberia no sacaban más que para ir pagando la fonda, tampoco podían arriesgarse demasiado, Paulita, sobre ser más fea que Picio, salió virtuosa, eso es jugar a confundir, y el artillero Camilo, aunque puso todos los medios a su alcance e hizo de tripas corazón, falló en su intento de seducirla para prosperar.
– ¿O para subsistir?
– Pues sí, no va usted demasiado descaminado, o para subsistir.
Al segoviano don Atanasio Higueruela Martín, segoviano de Tabanera la Luenga, prestidigitación, cartomancia, hipnotismo, también adivinaba el pensamiento y el porvenir, ¿no sería medio masón?, se le escapó la señora con un moro, don Atanasio echaba espuma por la boca.
– ¿Será hija puta, largarse con un mahometano?
– ¿Y sabe usted dónde está?
– No, ni lo sé ni me importa, yo ya la he borrado de mi vida.
– ¡Caray!
Las conversaciones sobre mujeres suelen traer mucho consuelo al ánimo de los hombres.
El artillero Camilo procuró templar gaitas.
– Mire usted, señor Higueruela, las mujeres ya se sabe, unas son putas, otras cojas, otras sordas, otras tienen conjuntivitis, a otras les baila la matriz, a otras les huele el aliento, otras tienen mal las vértebras, otras se escapan con un moro o con un cristiano, es igual, y otras te quieren llevar al buen camino y hacerte un hombre de provecho, ¡hay que joderse!, entonces se pasan el día predicándote lo que tienes que hacer, dándote consejos y pidiéndote cuentas como si tú no te las supieras bandear, son como madres ejemplares, eso no hay Dios que lo aguante, ¿por qué no se estarán quietas?, a lo mejor es que no pueden. Las mujeres están buenas, ya lo sé, bueno, todas no, la Paulita sin ir más lejos es un fiasco, un bodrio, pero en general sí están buenas, no nos podemos quejar, lo malo es que son muy latosas y se pasan la vida organizándolo todo… Oiga, ¿conoce usted a alguien en el hospital de Nanclares de Oca?
– No, ¿por qué?
Robín Lebozán se pasó toda la noche escribiendo, se siente como destemplado y se prepara café en un infiernillo de alcohol, no tiene más que prender la mecha, por lo menos el café estará caliente, entre sorbo y sorbo Robín Lebozán lee lo que ya va escrito y entorna los ojos para pensar.
– Sí, me gané el café, no hay duda, hay cosas muy lejanas y cosas más próximas, la memoria revuelve el tiempo de los sucesos y los nombres de las personas, a la memoria tanto le da, la verdad es que ya queda todo muy lejano, entonces Benicia era aún niña y Ádega de recién viuda estaba de muy buen ver, Moncha fue siempre muy elegante, las historias se atropellan en la cabeza y en nuestra familia no hubo jamás un testamento razonable, esto no es un examen de conciencia pero lo parece, a Raimundo siempre le gustó dar la cara en el monte, a mí no me sobró nunca la salud, recuerdo que un día me dijo: yo voy al lobo y al jabalí pero no al conejo, eso es para los castellanos, que salen por la mañana al campo con la escopeta y disparan contra todo lo que se mueve por si acaso está vivo, una paloma, un conejo, un niño, les es igual, Raimundo estuvo con los isleños del delta del Mississippi, que hablan español…, un señor le dijo a otro sin venir a cuento: desengáñese usted, el cuerdo es un gilipollas que muere joven…
Robín Lebozán dejó caer la cabeza sobre el pecho y se quedó dormido, cuando empezaba a revolver las ideas en la sesera, señal de que le invadía el sueño, eso le pasa a todo el mundo.
– ¿Por qué no te acostaste en la cama?
– Ya lo ves, me pasé la noche escribiendo, voy a echarme ahora porque si no estaré cansadísimo todo el día.
Tanis Gamuzo arranca las ortigas con la mano izquierda y sin respirar, las ortigas no pican más que a quien se deja, es fácil saber cogerlas sin que piquen, los perros aúllan de aburrimiento, también cuando hay luna llena o anuncian la muerte de alguien, y los cisnes del jardín de la señorita Ramona, que deben ser ya viejísimos, Rómulo y Remo, viejísimos para cisnes, claro, navegan por su estanque con displicencia, es lo suyo. Tanis Gamuzo se ríe por lo bajo cuando oye eso de raer la mala yerba.
– Yo seré una puta pero tú eres un cabrón, que es peor. Y si quieres te lo digo delante de todo el mundo y del ama, si no te vas ahora mismo y además mirando para el suelo te lo digo en medio del salón, ¿me oyes?
Marta la Portuguesa aborrece a Eutelo o Cirolas, no lo puede ver desde el día que le escupió al ciego Gaudencio en la cara.
– ¿Por qué no me escupes a mí? Yo llevo faldas y tú gastas pantalones pero tampoco te atreves conmigo porque eres un desgraciado y un mierda, si pruebas te mato, te lo juro.
La Parrocha echó a Cirolas a la calle y mandó a Marta la Portuguesa a la cocina.
– Tú ni vuelvas por aquí, no se te ocurra, y tú tómate un café y mantén la calma, hoy va a haber mucho trabajo porque llegó una compañía de italianos.
Don Venancio León Martínez, actuario mercantil, genealogista y numismático, es medio enfermizo y medio hijo de puta, también se pasa la vida chupando pastillas de café y leche de la viuda de Solano y tiene malos pensamientos, don Venancio se suicidó en el cementerio municipal de Nuestra Señora del Carmen, es como llaman al camposanto en Logroño, casi nadie lo sabe, el cementerio queda en el camino de Mendavia, yendo por el puente de Piedra no hay que salvar el Ebro Chiquito, más allá del matadero, de la fábrica de electricidad y de casa de la Leonor, don Venancio se pasó antes por casa de la Leonor y le echó un polvo de gallo a la Modesta, un polvo a bote pronto y sin mayor esmero, la Modesta lo vio como distraído.
– Don Venancio estaba algo raro, no quiso que le remojara las partes con permanganato y se puso a rezar el Señor mío Jesucristo, también tenía arcadas y bizqueaba un poco, a lo mejor es que le dolía algo, la cabeza o una muela, vaya usted a saber.
Don Venancio era aficionado a la música y tocaba el arpa con buen pulso, él escribía harpa, con hache.
– ¿No le recuerda a usted al rey David?
– Pues, no, a mí, no; a mí me recuerda a Mary Pickford.
Don Venancio no mató gente pero rapó mujeres, un montón de mujeres, todas rojas, daba mucha risa, rapaba mujeres y después se la meneaba.
– ¡También es gusto! ¿Y qué sacaba con eso?
– Pues no sé, y lo malo es que ahora tampoco podemos preguntárselo.
Don Venancio empezó a criar quínolas y rarezas cuando se marchó monseñor Múgica, obispo de Vitoria, de zona nacional, esto debió ser hacia mediados de octubre, don Venancio era muy sensible y muy buen católico y desde el incidente jamás levantó cabeza.
– Mira, Modesta, esta libra esterlina de oro se la das a tu madre cuando se ponga el sol, no antes, es regalo mío, dile que la esconda bien escondida y que no se la enseñe a nadie.
Don Venancio llegó al cementerio a eso de las seis de la tarde, se arrodilló ante la sepultura de sus padres, don Miguel y doña Adoración, y les rezó un rosario con mucha calma, misterios dolorosos, nada de misterios gozosos o gloriosos; cuando empezó a oscurecer se metió en un nicho, se quitó los pantalones y los calzoncillos, se sobó las pegajosas partes humilladas y se bebió el veneno con una botella de vino tinto de Franco Española, la bodega no queda lejos, don Venancio ya no volvió a abrir los ojos pero se conoce que hizo algún extraño porque se le salió la dentadura postiza.
– ¡Mire usted que es ocurrencia!
– Pues sí, este don Venancio fue siempre un poco raro, ésa es la verdad.
Robín Lebozán se despertó medio mareado y con quebranto de huesos.
– ¿Quieres que te dé una aspirina con un plato de sopa?
– No, mejor con café con leche, dame un café con leche.
A Robín Lebozán le entró un temblor por todo el cuerpo, la señorita Ramona le puso en la cama dos mantas más y le preparó un caneco de agua caliente para los pies.
– Eso es que te va a subir la fiebre, tú estate quieto, cuando rompas a sudar te encontrarás mejor… ¡Es lo único que nos faltaba para dar que hablar a la gente!
Robín Lebozán tardó en sanar tres días, llegó a tener mucha calentura y a desvariar.
– ¿Dije demasiadas tonterías?
– No, las de siempre, me hiciste una escena de celos y me llamaste esposa infiel…
La señorita Ramona sonrió con gesto muy ponderado y sabio.
– Yo nunca pensé casarme contigo, Robín, yo casi nunca me hago vanas ilusiones de nada.
Y Robín Lebozán le respondió con una sonrisa galante.
– Perdóname, Moncha, se conoce que yo sí lo pensé, ¡qué quieres!, yo me paso la vida haciéndome vanas ilusiones de todo.
Al artillero Camilo le dieron el canuto y lo mandaron a casa, no hay mal que por bien no venga y aquí el que resiste gana, a resultas del tiro que le pegaron en el pecho, ¡Dios qué zurriagazo le retumbó en la nuca!, fue cuando le sacaron el Sagrado Corazón por la espalda, los médicos no estuvieron demasiado mañosos con la anestesia ni tampoco demasiado rápidos con el bisturí ni con el papeleo, las cosas de palacio van despacio, claro, se conoce que tenían mucho agobio, en el Gobierno Militar le dieron un papel con dos o tres sellos de color morado: Expido pase de orden del Excmo. Sr. General del VI Cuerpo de Ejército a favor del Sold.° de Art.a Reg.° 16 Ligero Camilo N. N. para que desde esta plaza se traslade a Negreira (Coruña) con objeto de fijar su residencia por haber sido declarado inútil para el servicio de las armas por el Tribunal Médico Militar de esta Plaza, haciendo el viaje por ferrocarril y cuenta del Estado. Se ruega a las autoridades del tránsito no le pongan impedimento alguno en su viaje, antes bien se le faciliten los auxilios y raciones que se expresan y le correspondan. Logroño, 21 de junio de 1937, 1 Año Triunfal. El Gobernador Militar, firmado ilegible.
– ¿Y por qué no lo pasaportaron para Padrón?
– No sé, puede que anduviera escapando de una novia con la que no quería casarse, vaya usted a saber.
El brigada que le entregó el documento sonrió con mala leche y le dijo,
– ¡Hay que joderse! Para ti ya se acabó todo esto y estás como una rosa, en fin, que de provecho te sirva, todos los golfos tenéis suerte.
– Sí, señor.
De repente parece como si estuviéramos hablando de la conquista de la Mesopotamia. Don Brégimo, el padre de la señorita Ramona, no quiso que lo enterraran con dolor ni aburridamente, don Brégimo tuvo siempre mucho respeto a la vida, tocaba al banjo foxtrots y charlestones y mandó disparar fuegos de artificio en su entierro. Robín Lebozán le dijo a la señorita Ramona,
– A ti te salvó tu padre, tú sabes bien que a mí nadie pudo salvarme del hastío, esto es muy doloroso, Moncha, muy doloroso, te lo juro.
Mi tío Claudio está muy viejo pero ve todo con serenidad, a él ya ni le va ni le viene nada de cuanto pueda acontecer en este bajo mundo.
– Son todos unos aventureros, hijo mío, la aventura también puede justificar la vida de un hombre, eso es verdad, mira Cecil Rhodes, por ejemplo, o Amundsen, el conquistador del Polo Sur que murió en el Polo Norte, pero eso es otra cosa, lo malo es ir sembrando la muerte, España no es un matadero, esos falsos héroes de la mierda no quieren trabajar y prefieren correr la aventura, propiciar el milagro y desafiar a Dios y a sus designios. A ti lo más que te puede pasar es que pierdas la vida, todos hemos de perder la vida tarde o temprano, pero ellos perderán antes la dignidad, tú ya me entiendes, el decoro, porque después de la aventura vendrá el hambre, pasa siempre, y después la miseria de las almas, la almoneda de las conciencias.
Raimundo el de los Casandulfes se puso peor, se le hinchó la pierna y le subió la temperatura a 38,5 y lo tuvieron que hospitalizar de nuevo, esta vez en Nanclares de Oca.
– ¿Conoce usted a alguien en el hospital de Nanclares de Oca?
– Sí, ¿por qué?, yo en casi todas partes conozco a alguien.
– ¡Caray, qué tío! ¡Los hay con suerte!
En el hospital de Nanclares de Oca, Raimundo el de los Casandulfes hizo amistad con el cabo de requetés Ignacio Aranarache Eulate, Pichichi, para quien llevaba una carta de presentación de don Cosme, el fondista del bombardino.
– ¿Cómo está doña Paula?
– Muy bien, gobernando su fonda, como siempre.
– ¿Y la Paulita? ¡Qué fea es la puñetera!
– Pues también bien, el mes pasado tuvo un cólico.
– ¡Vaya por Dios!
Sobre Orense, a muchas leguas de aquí, descarga la tormenta, la Parrocha se envuelve en su mantón de Manila cuajado de chinos con la carita de marfil, lo menos trescientos chinos, puede que más, y reza la letanía de Nuestra Señora, turris davídica, ora pro nobis, turris ebúrnea, ora pro nobis, domus áurea, ora pro nobis, el de la Parrocha puede que sea el mejor mantón de Manila de toda la provincia y aun de la España nacional entera, ni la Pepita de Zaragoza, ni la Lola de Burgos, ni la Apacha de La Coruña, ni la Petra de Salamanca, ni la Chiclanera de Sevilla, ni la Turca de Pamplona, ni la Madrileña de Badajoz, ni la Bizcocha de Granada tienen ninguno ni parecido siquiera, el de la Parrocha es mucho mantón.
– ¿Cuánto quiere por él, doña Pura?
– No está en venta, caballero, por mucho que ofrezca usted, este mantón no sale de mi casa.
El San Camilo de palo que me hizo Marcos Albite es el mejor del mundo, tiene cara de tonto pero está muy bien, da gusto verlo.
– No lo lleves a la guerra, no se te vaya a perder o a escoñar.
– No, se lo daré a guardar a la señorita Ramona.
– ¿Y no se reirá de nosotros?
– No creo, la señorita Ramona tiene mucha caridad y está bien educada.
– Sí; eso sí.
Las autoridades no lo supieron nunca pero el segoviano don Atanasio Higueruela, el medio mago a quien se le escapó la señora con un moro, era caballero rosacruz, en el brazo llevaba tatuado el sotuer y las cuatro rosas, lo que pasa es que no se remangaba jamás. Don Atanasio creía en la transmigración de las almas, en la confraternidad de los pueblos y en la gravitación universal.
– Mire usted, señor Higueruela, lo prudente es que no exprese usted sus pensamientos en voz alta; el último, pase, aunque con reparos, pero los otros dos cálleselos usted, la gente es muy mal pensada e igual le dan un disgusto.
– ¿Tal cree?
– ¡Hombre, si no lo creyese no se lo diría!
El ciego Gaudencio no se deja mandar.
– Gaudencio, va una peseta por una mazurca.
– Según la que sea.
Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, jamás se queja de nada.
– Tuve paciencia y Dios me premió viéndolo muerto como un gato al que aplastó un camión, lo que hay que hacer es esperar, esperar siempre, al final Dios Nuestro Señor le quita el correaje al más pintado y ese cabrón que ahora está muerto tampoco era el más pintado, no hace falta que se lo jure porque usted lo sabe.
Ignacio Aranarache Eulate, Pichichi, había estudiado para cura en el seminario de Tudela pero no llegó a cantar misa, se salió a tiempo, ahora estudia derecho en Valladolid, va ya en tercero, el mozo es muy buena persona, algo bajito, sí, pero muy buena persona, una bala le atravesó las dos piernas pero está ya bastante mejor.
– Y el jodido don Cosme, ¿sigue soplando en el bombardino?
– Pues sí, yo creo que le sale ya muy bien.
– ¿Y qué tal le va por la delegación de hacienda?
– No sé, me figuro que le irá corriente.
Pichichi habla con mucha admiración de un pariente suyo, tío lejano, don José María Iribarren, autor del libro Con el general Mola. Escenas y aspectos inéditos de la guerra civil.
– Esas páginas no le trajeron más que disgustos a mi tío porque los emboscados de Salamanca quisieron buscarle las cosquillas y a poco más se las encuentran.
Nunciña Sabadelle sigue haciendo la caridad del favor con el ciego Gaudencio.
– ¿Qué malo tiene que un hombre y una mujer se acuesten juntos a hacer las cochinadas? ¿Usted cree que los ciegos no tienen sentimientos?
Gaudencio le guarda mucha gratitud a Nunciña Sabadelle.
– ¿Quieres que toque El Danubio Azul?
– Sí.
– ¿Y el tango Yira, yira?
– También.
A Gaudencio le gusta escuchar la voz de Nunciña, es muy dulce y armoniosa, y palparle con mucha suavidad el culo.
El pariente de Pichichi había sido secretario del general Mola quien pudo intervenir de modo decisivo, si se descuida un poco llega tarde y con su biógrafo ya cadáver y criando malvas en el otro mundo; el sañudo perseguidor de su tío, según Pichichi, era uno que escribía artículos en el Ya explicando lo que tienes que hacer para que no te engañen cuando compras un automóvil usado.
– ¿Y cómo manda tanto?
– ¡Yo qué sé!
A Raimundo el de los Casandulfes le dan mucho miedo los emboscados, esas covachuelas de Burgos y de Salamanca, bueno, y de otros sitios también, son más peligrosas que el frente, los emboscados son unos hijos de puta muy cobardes, éstos son los peores, lo que quieren es medrar con disimulo aunque el jefe se esté cagando en su padre a cada momento, nada les importa ir sembrando el camino de calumnias, de dolor y hasta de muertes, a los muertos se les confiesa y en paz, el exceso de celo, ¿te das cuenta de lo que quiero decir?, el exceso de celo, lo que hace falta es que el jefe repare en tu patriotismo, ¡viva España!, tampoco es necesario que las cosas salgan bien y a derechas, basta con que vayan a modo, a su aire y sin molestar, la verdad aventurada es menos práctica y conveniente que la mediocridad segura, esto no se entiende mucho pero yo sé bien lo que quiero decir, allí en la covachuela vale todo, la delación, la insidia, la confidencia, los emboscados se ciscan por los calzones de miedo, Raimundo el de los Casandulfes le había dicho al artillero Camilo pocos días atrás, aún en Logroño,
– Cuando esto termine serán los escribientes los que manden, ya lo verás, los jurídicos y los de prensa y propaganda, los emboscados se organizan muy bien y en vez de ir de putas se pasan el día cavilando lo que les conviene, también rezan mucho para que les apoyen las señoras de los militares, de coronel para arriba, lo que no quieren es oír tiros, ellos ganan dinero y salvan el alma, nosotros no salimos de pobres y nos jugamos la vida y a veces la perdemos, pero eso no importa.
Pichichi también ve el porvenir en el alero y en peligro.
– Al toro bravo lo gobiernan siempre los cabestros, eso está más claro que el agua y yo tampoco le veo mejor remedio, eso es injusto, ¿no te parece?, eso no lo debería permitir Dios, lo que pasa es que Dios ni se entera de esos manejos, a lo mejor también le es igual, cuando me pegaron el tiro me cagué en Dios y no estiré la pata, Dios no me castigó, de ésta ya no estiro la pata, eso es señal de que a Dios no le importamos nada, esto no se lo puedo decir a todo el mundo. ¿Tú has pensado alguna vez en suicidarte? Yo, no; yo pienso que no se debe uno suicidar nunca, por si acaso.
El tiempo pasa para todos y Rosicler creció como crecen las mujeres, esto es, provocando.
– Hoy te voy a poner los cuernos con quien yo sé, Monchiña, tú también lo sabes.
– ¡Qué puta eres, Rosicler!
El tiempo pasa para todos, incluso para los muertos.
– ¿Y cómo se las arreglan para contar el tiempo si no pueden mirar el reloj?
– Eso ya no lo sé, yo no sé casi nada de lo que pasa pero me las voy apañando con buena voluntad.
Robín Lebozán supone que no tuvo suerte en la vida.
– Quizá me hubiera ido mejor pero no pude acostumbrarme a la familia, Moncha, quiero decir a mi familia, son todos unos babosos, yo no aprendí jamás a vivir en la ciudad y eso se paga, mi familia es ordenancista, aburrida, poco alegre, poco cariñosa, mi familia está unida tan sólo por fuera y mata el tiempo anestesiándose, con las monsergas de los curas y monjas y criando mal humor, mala uva, mi familia es como Venecia, Moncha, como la ciudad de Venecia, que vive de recuerdos y se va hundiendo poco a poco y sin remisión, también sin enterarse, en mi familia llevan muchos años sin enterarse jamás de nada de lo que pasa, quizá sea mejor así.
Robín Lebozán, cuando terminó su discurso, se quedó dormido, la señorita Ramona salió de puntillas de la habitación para no interrumpir su paz.
– La verdad es que ninguno de los dos estamos teniendo demasiada suerte.
Adela y Georgina, las primas de Moncho Preguizas, bailan el agarrado con la señorita Ramona y Rosicler.
– ¿Quieres que me quite una teta por el escote?
– No, mejor sácate la blusa.
La Cruz Roja manda un comunicado diciendo que tía Salvadora, la madre de Raimundo el de los Casandulfes, murió en Madrid de muerte natural, tío Cleto se siente muy importante y le da al jazz-band una soba casi deleitosa, un negro de Nueva Orleáns no lo hubiera hecho mejor.
Raimundo el de los Casandulfes se imagina que un sosia más joven y quizá ligeramente más culto que el segoviano don Atanasio Higueruela, hubiera podido decirle, sobre poco más o menos, el párrafo que sigue,
– Es peor el Boletín Oficial que la misma guerra, no se puede decir pero es una verdad como un templo, ni lo dude, el Boletín Oficial es el arma de los meapilas, ésos van a ser los grandes victoriosos, los vencedores para cincuenta años o más, tiempo al tiempo, las congregaciones saben ganar cuartos y repartir ganancias y jubileos pero sobre todo saben manejar bien sus herramientas: orden sobre incautación y destrucción de libros pornográficos, marxistas, ateos y en general disolventes (las enfermedades del alma nacen de la lectura), se suprime la coeducación escolar (promiscuidad), los ayuntamientos son designados por los gobernadores civiles (en aras de la unidad), depuración de funcionarios (el procomún no debe ser administrado por traidores), se declara obligatorio el culto a la Virgen en las escuelas (el saludo romano deberá acompañarse diciendo: ¡Ave María!), se establece la censura previa de prensa, libros, teatro, cine y radiodifusión (no debe confundirse la libertad con el libertinaje), queda abolida la libertad de reunión y asociación (semillero de confusiones), se deroga el matrimonio civil (concubinato) y el divorcio (argucia contractual prostibularia), se prohíbe el uso de nombres que no figuren en el santoral (cruzada contra el paganismo), lo grave va a ser el frenazo que se quiere dar a la historia de los españoles.