CAPÍTULO 11

Un vendedor recién llegado a Inglaterra se detuvo en Friarsgate a fines de octubre. Había pasado la noche anterior en Claven's Carn. La dama de la casa, les comunicó a quienes estaban reunidos en el salón de Rosamund, había parido a un lindo niño a principios del mes. El señor estaba muy complacido y se apresuraba a mostrar a su heredero a todo el que entraba en Claven's Carn.

– La embarazó enseguida -comentó secamente Rosamund-. Debió de quedar preñada la noche de bodas, o unos días después.

– Podría haber sido tu hijo -murmuró Maybel. La joven la fulminó con la mirada.

– No deseaba contraer matrimonio con el señor de Claven's Carn y lo sabes. Patrick y yo nos casaremos el año próximo, si su hijo no se opone.

– ¿Y si no aprobara la nueva boda de su padre, qué pasará entonces? -era evidente que Maybel no deseaba lastimar sino proteger a Rosamund.

– Pues continuaremos como hasta ahora. Tal vez Adam Leslie quiera conocerme antes de darle a su padre la bendición, lo que sería muy comprensible.

– ¡Otro marido viejo! No entiendo por qué prefieres a lord Leslie y no a Logan Hepburn.

– No puedo explicártelo, mi querida. Simplemente no amo a Logan, y Patrick Leslie es mi destino.

– Un destino amargo, se me ocurre.

– Pero que yo elegí. Ya no permitiré que me digan lo que debo hacer y con quién debo casarme. Esa época terminó.

– Nunca te escuché hablar de esta manera. Me sorprende que seas capaz de arrojar tus responsabilidades por la borda, sin remordimientos.

– No estoy eludiendo responsabilidades, Maybel. Siempre cumpliré con mis deberes en lo concerniente a Friarsgate y a mi familia Pero, ¿por qué debo ser desdichada?

– Quiero que seas feliz, aunque no entiendo por qué no puedes ser feliz con el señor de Claven's Carn.

– Sencillamente no puedo -la paciencia de Rosamund se estaba agotando-. Por otra parte, él se ha casado con una buena muchacha que acaba de darle un heredero.

Maybel abrió la boca para hablar, pero su marido, sentado cerca de ella, extendió el brazo y le puso una mano admonitoria en el hombro.

– ¿Tío Patrick regresará pronto? -preguntó Philippa a su madre.

Ella meneó la cabeza y respondió:

– No lo veremos hasta la próxima primavera.

– ¡Quiero que vuelva! -gimió Bessie, mientras.las lágrimas rodaban por sus redondas y rosadas mejillas.

– También yo, mi niña, pero debemos pasar el invierno antes de ver de nuevo al conde de Glenkirk.

– ¡Yo quiero al tío Tom! -Chilló Banon-. ¿Cuándo vuelve tío Tom?

– Para las festividades navideñas, supongo. De seguro les traerá unos regalos preciosos. Pronto será nuestro vecino, ¿no les parece divertido?

Las tres niñas estuvieron de acuerdo en que sería maravilloso tener como vecino al tío Tom.

– ¿Qué pasará con tu tío Henry cuando Tom venga a vivir a su casa? -preguntó Philippa a su madre.

– Ya no es la casa de Henry Bolton -replicó, sorprendida. No lo había visto en muchos años y aunque Philippa llegó a conocerlo en una ocasión, era entonces muy pequeña y, por lo tanto, resultaba imposible que lo recordara.

– ¿Quién te habló de mi tío Henry, querida? Yo lo hice -contestó Edmund-. Ella es la heredera de Friarsgate y es preciso que conozca la historia de su familia, sobrina. Es mejor que la sepa por mí, que soy imparcial.

– No entiendo por qué. Henry Bolton jamás fue generoso contigo. Pero incluso si nací en la cama equivocada, Henry no pudo negar hecho de que yo era el mayor y que nuestro padre me amaba tanto como amaba a Richard, a Guy o a él mismo. Henry era el menor y se esforzaba por superarnos, sobre todo cuando supo que Richard y yo éramos bastardos. Sin embargo, nuestro padre nos trató a todos por igual y eso debe de haberlo frustrado, Rosamund. Toda su vida se mostró altanero y arrogante porque era legítimo, ¿y qué ganó con eso? Su actitud desdeñosa y despótica no le aportó amor ni felicidad. Tuvo dos hijos legítimos: uno murió y el otro es un ladrón. Se casó por segunda vez con una ramera que engendró un montón de bastardos, pero tu tío se calló la boca por miedo a pasar por tonto, aunque todos sabían que no eran suyos y que ella se acostaba con medio mundo. ¿Qué ganó con eso sino el desprecio de todos? Ahora está en la miseria. Solamente la generosidad de Tom Bolton le permitirá terminar sus días como Dios manda.

– No se lo merece -opinó Rosamund con amargura.

– No, es verdad. Sin embargo, tu primo mantendrá su palabra. Tom es un verdadero cristiano, Rosamund, cualesquiera sean sus defectos. Y tú, que has encontrado la felicidad, sé generosa y perdona a Henry Bolton, sobrina Yo lo he perdonado y Richard ya lo ha hecho hace mucho tiempo.

Rosamund se quedó pensando un buen rato antes de decir:

– Si Tom viene para Nochebuena y decide pasar aquí las festividades navideñas, tal vez invite al tío Henry a acompañarnos.

– Vaya tonta -murmuró Maybel.

– Es un perro sin dientes, mujer -respondió Edmund.

– Hasta un perro sin dientes puede ser temible si está rabioso.

– Si te incomoda, no lo invitaré -dijo la dama de Friarsgate con el propósito de tranquilizar a su vieja nodriza.

– No. No seré yo la responsable de impedir que hagas las paces con ese viejo demonio. De todos modos, pronto estará muerto.


A principios de diciembre uno de los hombres del clan Leslie llegó a Friarsgate con una carta proveniente de Glenkirk. Lo acompañaba Dermid, que había regresado justo a tiempo para el nacimiento de su hijo.

Rosamund se sentó a leer la misiva de su amante, donde este le comunicaba que el viaje de regreso al hogar había transcurrido sin inconvenientes y que había hablado con Adam -cuya capacidad para manejar Glenkirk era incuestionable-acerca de su matrimonio. Por supuesto, su nuera Anne no sabía una palabra del asunto.

Adam veía con buenos ojos la nueva boda de su padre, sobre todo porque, a raíz de la enfermedad del conde, no tendrían descendencia. Con todo, acompañaría a su padre a Edimburgo en la primavera con la intención de conocer a Rosamund. Había empezado el invierno y, como Patrick no sabía si podría enviarle otra carta, fijó la fecha y el lugar del encuentro: el 1 ̊ de abril, en una posada de Edimburgo llamada El unicornio y la corona. Visitarían la corte del rey y le pedirían permiso para casarse en su propia capilla, en una sencilla ceremonia oficiada por el joven arzobispo de St. Andrew, Alejandro Estuardo. Luego, regresarían a Friarsgate y Adam Leslie partiría hacia el norte para dar a conocer la noticia del casamiento de su padre. En otoño, Patrick y Rosamund viajarían a Glenkirk para pasar allí los meses de invierno. El conde le habló de su amor y de cuánto la extrañaba. Sin ella, las noches le resultaban interminables, frías y tristes, y los días, grises y melancólicos. Extrañaba su risa, el sonido de su voz, el perfume de su cuerpo. Anhelaba estrecharla en sus brazos una vez más. "Nunca amaré a nadie como te amo a ti, amor mío", terminaba la carta.

Rosamund la leyó varias veces sonriendo de felicidad. Luego se dirigió al mensajero que la había traído y le preguntó:

– ¿Has estado en el gran salón del castillo, muchacho?

– Sí, milady.

– ¿Sabes si enviaron el cuadro y si está colgado?

– Llegó en verano, cuando el conde no se hallaba en Glenkirk. Lady Anne se sorprendió mucho al verlo y no permitió que lo colgaran hasta d regreso del amo. Es un cuadro muy hermoso ¡y tan real! Todos opinan lo mismo.

– El retrato que ves allí fue pintado por el mismo artista. Me doy cuenta, milady, por la similitud.

– Ahora le escribiré al conde y tú le llevarás la carta. Mientras tanto, te darán un plato de comida caliente y una cama donde dormir.

– Gracias, milady.

– Debo estar en Edimburgo el 1 de abril -comentó Rosamund.

– ¡Oh, mamá! ¿Es preciso que te vayas otra vez? -protestó Philippa.

– ¿Te gustaría acompañarme?

– ¿Yo? -Chilló la niña, entusiasmadísima-, ¿ir contigo a Edimburgo? Oh, mamá, claro que sí. Nunca he salido de Friarsgate.

– Bueno, yo no fui a la corte del rey Jacobo hasta los trece años.

– ¿Conoceré al rey Jacobo, mamá? ¿Y a la reina Margarita? ¿Iremos a la corte de Escocia? -a Philippa no le alcanzaba la lengua para preguntar.

– Sí. E incluso podemos celebrar tu noveno cumpleaños allí.

El rostro de la niña resplandecía de satisfacción.

– La hechas a perder -opinó Maybel-. No debes malcriarla.

– Los niños necesitan un poco de mimos. Y Dios sabe que hiciste lo posible por malcriarme tú a mí, aunque ahora no lo recuerdes -la aguijoneó Rosamund con ternura.

– Solamente traté de compensar la maldad de Henry Bolton. ¡Eras tan pequeñita! Pero cuando te casaste con Hugh Cabot ya no tuve oportunidad de hacerlo, pues él lo hacía en mi lugar. ¡Que Dios lo tenga en la gloria!

– Sí, que Dios tenga en la gloria a Hugh Cabot y a Owein Meredith.

El mensajero del clan Leslie partió a la mañana siguiente con una carta de la dama de Friarsgate para su amo. En la misiva le hablaba de lo sola que se sentía sin él, una soledad que nunca había experimentado en su vida, de sus hijas y de sus tierras, de los preparativos para el invierno y de la ansiedad con que esperaban el regreso de Tom. Le dijo que Claven's Carnea tenía un heredero, que no veía la hora de encontrarse con él en abril y que llevaría a Philippa a Edimburgo para que ella y Adam fueran testigos de sus votos matrimoniales. Concluyó la carta jurándole amor eterno y luego vertió una gota de perfume de brezo en el pergamino, sonriendo maliciosamente.

El 21 de diciembre, el Día de Santo Tomás, Tom regresó a Friarsgate acompañado por el tío Henry. Las niñas se lanzaron en tropel al encuentro de su pariente favorito, casi sin advertir la presencia del tío abuelo. Rosamund, en cambio, se quedó estupefacta. Henry Bolton se había convertido en una bolsa de huesos y su rostro se asemejaba a una máscara mortuoria.

– Bienvenido a Friarsgate, tío.

Sus ojos descoloridos se clavaron un instante en los de la sobrina.

– ¿Realmente soy bienvenido? -Preguntó en un tono levemente sarcástico, mientras se aferraba al bastón-. Lord Cambridge insistió en que viniera. Le vendí Otterly, como sabes.

– Hizo bien en insistir, tío Henry. Me han dicho que vives solo y no es bueno pasar las festividades navideñas lejos de la familia.

– Me siento honrado por la invitación, sobrina.

– Ven, tío, y siéntate junto al fuego. Lucy, alcánzale una copa de sidra especiada caliente.

Rosamund lo ayudó a sentarse en una silla de respaldo bajo, con un almohadón de gobelino.

– Supongo que pasaste frío durante el viaje, y esta humedad amenaza una fuerte nevada, me temo -comentó la joven, tomando la copa que le alcanzaba la criada y poniéndola en la nudosa mano de Henry.

– Gracias -dijo el viejo y bebió con fruición la sidra caliente.

Una vez devuelto a la vida, echó una mirada a la redonda.

– Tienes hijas saludables, sobrina. ¿La más alta es la heredera?

– Philippa, sí. Cumplirá nueve años en abril.

Asintió una vez más y no abrió la boca durante un buen rato. Después estiró la mano para acariciar a uno de los perros del salón, un galgo que acababa de sentarse junto a la silla.

Rosamund se alejó de él. Había pensado que Maybel exageraba con respecto a la salud de Henry Bolton, pero tenía razón. El anciano era una piltrafa, aunque aún podía ser peligroso si se presentaba la oportunidad.

– ¡Mi querida niña! -Exclamó Tom-. Es tan bueno regresar a Friarsgate y verte de nuevo. Mis negocios en el sur han concluido. Vendí mis tierras a un hombre a quien acaban de hacer caballero y que pagó por Cambridge una suma exorbitante. Ya sabes cómo son esos advenedizos. Ahora Otterly es mío. ¿Y qué más? Ah, sí. Me detuve en la corte para darle mis respetos a Su Majestad. Catalina, la española, procura quedar encinta ahora que la reina de Escocia ha parido a un saludable heredero, y el rey Enrique no está complacido. Habla de su hermana como si lo hubiese traicionado personalmente o, lo que es peor, como si hubiese traicionado a Inglaterra.

– Cuando la reina Catalina le dé un hijo verá las cosas de otra manera. Recuerda que a Enrique nunca le gustaba perder en los juegos infantiles.

– Cierto, primita. Pero él se empecinó en desposarse con España cuando muchos le aconsejaban lo contrario. ¿Cuánto llevan de casados sin ningún heredero a la vista? Aparte de la niña que nació muerta y del pobrecito Enrique de Cornualles, nacido y muerto en el mismo año, hace por lo menos dos que no hay señales de embarazo. Y allí está su cuñado el escocés con seis robustos bastardos y un igualmente robusto y legítimo heredero. No, nuestro Enrique dista mucho de ser un hombre feliz.

– Gracias a Dios, nosotros nada tenemos que ver con su corte.

– Sí, en ese sentido somos afortunados. Ahora cuéntame de tu apuesto conde escocés.

– Patrick regresó a Glenkirk, pero nos reuniremos en Edimburgo el 1 ̊ de abril. Hemos decidido casarnos. Pasaremos en Friarsgate parte de la primavera, el verano y el otoño, y los inviernos en Glenkirk. De ese modo ninguno de los dos descuidará sus obligaciones. Durante la ausencia de Patrick, su hijo Adam se encargó de Glenkirk y lo hizo a las mil maravillas. No veo la hora de que llegue la primavera, primo. Philippa me acompañará.

– Nos acompañará. No pensarás casarte de nuevo sin mi presencia. ¿Y qué noticias hay de Claven's Carn? ¿Lady Jean ya le ha dado un heredero?

– Tuvo un saludable varón a principios de octubre. Me enteré hace unos días por un vendedor ambulante que acababa de regresar a Inglaterra.

– Pero Logan Hepburn no se ha comunicado contigo.

– No creo que lo haga. No nos separamos en buenos términos, primito. La noche en que Patrick y yo nos vimos obligados a buscar refugio en Claven's Carn, él peleó conmigo y después se emborrachó hasta perder la conciencia. Ni siquiera vino a despedirnos a la mañana siguiente, por lo que le estoy de lo más agradecida.

– ¡Tío Tom, tío Tom! -Gritaron las tres niñas al tiempo que lo rodeaban-. ¿Qué nos has traído de regalo?

Tom alzó a Banon y le estampó un beso en la rosada y redonda mejilla. Ella soltó una alegre risita, feliz de saber que era su preferida.

– Pues verán: todos los días, desde Navidad hasta Noche de Epifanía, cada una de ustedes recibirá un regalo.

– ¡Pero faltan cuatro días para Navidad! -se quejó Philippa.

– Lo sé -respondió Tom con picardía-, y por esa razón, mis preciosos corderitos, tendrán que armarse de paciencia hasta entonces.

– No es justo -protestó Banon, que tenía seis años.

– Debería darles vergüenza -las reprendió la madre-. No puedo creer que sean tan codiciosas. Ahora salgan de aquí y díganle a Lucy que les sirva la cena. Philippa, tú quédate con nosotros.

Tom depositó a Banon en el suelo, no sin antes darle otro beso. Luego siguió con la vista a las dos niñas hasta que desaparecieron del salón. Era evidente que las adoraba.

– Hace apenas unos meses que me fui de Friarsgate y ya han crecido otra vez.

– Cuando estuve afuera sucedió lo mismo. Casi no las reconocí de tan crecidas que estaban. Oh, no quiero volver a separarme de mis niñas.

Él la tomó de la mano y se sentaron en un banco de madera junto al fuego. Frente a ellos dormitaba Henry Bolton, con el galgo ahora tendido a sus pies.

– Tu tío ha encontrado a un amigo -señaló Tom-. Será mejor que lo cuide, porque no tiene otros.

– Debo perdonarlo, pese a lo mal que me ha tratado de niña. Es digno de lástima. Le perdí el miedo a los seis años, cuando Hugh Cabot se hizo cargo de mí. Pobre tío Henry, si hubiera sabido que al arreglar mi matrimonio con Hugh se estaba cavando su propia fosa…

– Lo que fue tu salvación. Ambos se echaron a reír.

– De modo que te convertirás en la condesa de Glenkirk, querida prima -dijo Tom, dándole una palmadita en la rodilla-. Él te ama Profundamente y tú…

– Yo jamás pensé que podía existir un amor semejante -lo interrumpió-Ojalá estuviera aquí, en Friarsgate. Cada día que pasa lo extraño más. No sé si podré esperar hasta abril para verlo de nuevo para casarme con él, para ser su esposa. Oh, Tom, nunca amé a nadie como a Patrick.

– Me alegra que hayas cambiado de opinión con respecto al matrimonio, de otro modo, jamás serías feliz.

– Pasamos juntos meses maravillosos y seguramente aún nos quedan muchos años de intensa felicidad. Nos conocimos hace apenas un año, en vísperas de la Navidad, ¿te acuerdas, Tom?

– Cuando el pobre Logan Hepburn estaba considerando seriamente la posibilidad de ser tu esposo.

– ¿Por qué demonios debemos hablar siempre de Logan Hepburn? Yo no lo amo y nunca le prometí casarme con él. Logan sólo buscaba un vientre fecundo y los hechos me dan la razón: apenas han transcurrido nueve meses y ya ha venido al mundo el fruto de sus entusiastas acoplamientos con la señora Jean.

– Tienes razón. Supongo que todos hablamos de Logan porque esperábamos que terminasen unidos en santo matrimonio. Pensamos que deseabas ser cortejada y que cuando él te ablandara el corazón, aceptarías ser su esposa. ¿Nunca sentiste nada por ese hombre?

– Al principio me fascinó, debo confesarlo. Pero luego se volvió tan machacón con el tema del heredero que comenzó a irritarme. Nunca me quiso por mí misma.

– No estoy tan seguro. No olvides que es un rudo fronterizo y que tal vez no supo expresar sus sentimientos de la manera apropiada.

– Ya han pasado muchas cosas, primo. Él tiene un hijo y yo tengo a mi amor. Ambos deberíamos estar felices y satisfechos.

Aunque Henry Bolton tenía los ojos cerrados y respiraba superficial y acompasadamente, había escuchado toda la conversación. Así que el maldito Hepburn del otro lado de la frontera había sido lo bastante descarado como para pedir la mano de Rosamund. Quizás había cometido un error fatal cuando, años atrás, el entonces señor de Claven s Carn quiso que la niña se casara con su hijo mayor y él se negó. La hubieran alejado de Friarsgate y él se habría quedado con la propiedad. Incluso podría haberle ofrecido al viejo lord una dote en oro a cambio de las tierras. Ahora su sobrina se las había ingeniado para atraer la atención de un conde escocés. Sería condesa y Philippa se quedaría con Friarsgate cuando su madre partiera al norte. Si sólo pudiera encontrar la manera de ponerse en contacto con su hijo Henry. Si pudiera secuestrar a la nueva heredera y casarla con su hijo, entonces no todo estaría perdido. Pero si no lograba convencer a Henry de abandonar la vida corrupta a la que se había entregado, el joven terminaría, finalmente, colgado de una soga. Era preciso meditar en el asunto.


Rosamund celebró una linda Navidad. Los leños ardieron en las chimeneas del salón, decorado con ramas de pino y hojas de boj, de hiedra y de acebo. Las exquisitas velas de cera de abeja permanecieron encendidas durante los doce días y hubo fiestas todas las tardes. Los juglares de Friarsgate desplegaron sus habilidades con el propósito de entretenerlos. Comieron manzanas asadas y galletas de jengibre, y bebieron vino y sidra caliente con azúcar y especias. También hubo chuletas de vaca conservadas en sal gruesa y cocinadas en las brasas. Los habitantes de Friarsgate visitaron el salón todos los días, y en la Fiesta de San Esteban Rosamund les regaló a cada uno de ellos algunos metros de tela, una bolsa con calderilla, azúcar y, en algunos casos, permisos para cazar y pescar a fin de ayudarlos a sobrevivir durante los meses de invierno. Nadie fue excluido de las celebraciones, especialmente Annie y Dermid, cuyo hijo había nacido el 4 de diciembre. Rosamund les obsequió lo que les había prometido: una linda y confortable cabaña.

Desde luego, Tom cumplió con su palabra y en cada uno de los doce días de Navidad las tres niñas recibieron puntualmente sus regalos. Para que no se pusieran celosas, Tom decidió que los obsequios debían ser casi idénticos. El primer día hubo botas de cuero; el segundo, vestidos de terciopelo azul; el tercero, guantes de cabritilla pespunteados con Perlitas; el cuarto, cadenas de oro; el quinto, aros con piedras preciosas; el sexto, collares de perla; el séptimo, lazos de seda; el octavo, capas de lana forradas en piel de conejo; el noveno, un juego de bolos; el décimo, monturas de cuero rojo y el undécimo, bridas también de cuero rojo y de bronce. Y para la Noche de Epifanía, Banon y Bessie recibieron dos ponis blancos: el de Banon tenía una sola pezuña negra y el de Bessie, una estrella negra en la frente. A Philippa le obsequió una yegua blanca de pura sangre y de gran alzada.

– ¡Eres tan, pero tan generoso con ellas! -dijo Rosamund, conmovida por tanta prodigalidad.

– Tonterías. ¿De qué me sirve ser rico si no puedo comprar estas baratijas para brindarles un poco de alegría a mis pequeñas?

– No son precisamente baratijas, primo.

– Cuando te cases con el conde, es probable que no volvamos a compartir otra Navidad, sobre todo si piensas pasar los inviernos en Escocia.

– Pero vendrás a Glenkirk -se apresuró a responder Rosamund.

– ¿Qué? -exclamó Tom, mirándola horrorizado-. Ni lo sueñes, querida. Quizá disfrutes pasar el invierno en ese nido de águilas donde reside tu amado, pero a mí no me hace gracia. La sola idea me produce escalofríos -agregó, estremeciéndose de un modo un tanto histriónico.

– Es una excusa para no venir. Si el rey Jacobo te invitase a pasar los festejos navideños en Stirling, no vacilarías en cruzar alegremente la frontera.

– Las navidades del rey de Escocia son de lo más divertidas -admitió con una sonrisita. Luego se puso serio-. ¡Por Dios, prima! Me olvidé de decirte que cuando estuve en otoño en la corte del rey Enrique me presentaron a un tal Richard Howard. Me preguntó si te conocía y desde luego le dije que sí, que eras mi bien amada prima.

Rosamund palideció.

– Richard Howard era el embajador de Inglaterra en San Lorenzo. Me vio en la corte después de la muerte de Owein, aunque nunca nos presentaron. Cuando nos encontramos en el palacio del duque, me reconoció, aunque le aseguré que era la primera vez que nos veíamos. ¿Te hizo muchas preguntas? Por favor, trata de acordarte, Tom.

– Me preguntó si habías estado en la corte y yo me limité a decirle la verdad: que estuviste allí de niña y volviste luego de la muerte de tu marido, y que eras íntima amiga de la reina. Pero su curiosidad me llamó la atención y me negué a seguir respondiendo a sus preguntas. ¿Por qué estás tan preocupada?

– No quiero que se lo cuente al rey. Si Enrique se entera de que visité San Lorenzo acompañada de un conde escocés, considerará que he cometido una grave falta. Espero que no lo sepa, especialmente ahora que voy a casarme con Patrick Leslie. Al rey le gusta interferir en los asuntos ajenos, sobre todo cuando lo mueve la lujuria. Por otra parte, nada de cuanto sucedió en San Lorenzo podría interesarle a un rey, y mucho menos a Enrique Tudor. Sin embargo, pienso que lord Howard se lo contará para evitar que su amo lo considere un perfecto inútil. El hombre no es muy brillante que digamos.

– El rey no me dijo nada. Si el objetivo de la misión de lord Leslie no era de conocimiento público, entonces tus temores son injustificados.

– Así lo espero. Sabes cuan celoso puede ser Enrique.

Tom esbozó una sonrisa y luego cambió de tema.

– Quiero proponerte algo, mi dulce ángel. Aunque heredé una inmensa fortuna, mis fondos anuales aún provienen de los negocios de mi abuelo. Luego de regresar a Friarsgate, me dijiste que te gustaría vender tus tejidos de lana en Francia. Pero supongo que habrá otros países dispuestos a comprarlos.

– No tengo suficiente lana para abastecer a nuevos mercados.

– Es cierto, pero podemos aumentar los rebaños durante los próximos años mientras nos aseguramos la demanda de lana en el extranjero. Una vez terminado Otterly, no me quedaré de brazos cruzados mirando el techo. Necesito una ocupación, un entretenimiento. Además, deberíamos tener un barco propio para transportar nuestras mercancías al exterior, un nuevo navío construido en los astilleros de Leith. ¿Qué te parece? Nos llevará por lo menos dos años el estar preparados para surtir a todos los frentes.

– ¿Un barco propio? No tengo los medios para afrontar semejante gasto.

– Desde luego que no los tienes, pero yo sí. Seremos socios en esta empresa, prima. Yo aportaré el navío y los fondos necesarios. Tú aportarás la lana y la mano de obra.

– No, tú serás el socio principal, Tom, de otro modo resultaría terriblemente injusto.

Piensa un poco, Rosamund. Aunque el desembolso inicial corra por mi cuenta, en adelante la mayor parte de las responsabilidades recaerán sobre tus hombros. Por otra parte, ustedes son mis herederas. ¿Por qué deberían esperar hasta mi muerte para gozar de mi riqueza, sobre todo cuando podemos construir algo juntos?

– Es una oferta tan generosa y yo…

– Es mi regalo de Reyes para ti, querida niña -la interrumpió con una amplia sonrisa-. Después de la muerte de mi hermana me quedé sin familia. Mi existencia era aburrida y vacía. Entonces te conocí y comencé a disfrutar otra vez de la vida. Eras mi nueva familia. Y ahora seremos socios. Solo tienes que decir: "De acuerdo, Tom, muchas gracias".

– De acuerdo, Tom, muchas gracias -repitió y rió-. Al fin y al cabo, la lana de Friarsgate es de mejor calidad que la francesa, y seguramente encontraremos mercados… ¡o los inventaremos!

– Al principio conviene mantener la oferta baja para poder subir los precios -dijo Tom con una expresión astuta en el rostro-. ¿Te das cuenta, Rosamund? Estoy hablando como un vil mercader. El rey y la corte se horrorizarían si escucharan al refinado lord Cambridge discurrir en semejantes términos. Y la verdad es que no tengo una sola gota de sangre noble en las venas.

– Lo que me asombra, Tom, es que hayas decidido instalarte en Cumbria. En una ocasión me dijiste que Cumbria era bello, aunque te preguntabas cómo podía soportar yo la falta de personas civilizadas. Y ahora estás dispuesto a afincarte aquí.

– Eso fue antes de descubrir que éramos parientes -se defendió-En ese entonces no podía imaginarme lejos de mis propiedades de Londres y Greenwich. Iremos allí de vez en cuando, y las niñas deberán visitar la corte algún día, pues no es posible que crezcan pensando que el mundo se reduce a Friarsgate.

– ¿Cuándo comenzará la reconstrucción de Otterly?

– La casa está prácticamente demolida, pero no podemos empezó la reconstrucción hasta la primavera, después de tu boda con el conde.

– ¿Qué harás con el tío Henry mientras tanto?

– El otoño pasado mandé construir para él una casa pequeña pero confortable. Vive allí con la señora Dodger, el ama de llaves a quien contraté para cuidarlo. Mañana enviaremos a Henry Bolton de vuelta a su nido. Ya es tiempo. Ha comenzado a sentirse demasiado cómodo en Friarsgate y hace demasiadas preguntas. Pese al cuento de sus desdichas paternales, supongo que sigue en contacto con su hijo Henry. Según me ha dicho, quiere rescatarlo de la mala vida y evitarle un fin trágico. Rosamund asintió.

– El anciano quiere casar a su hijo con una de mis niñas, estoy segura. Pero antes de permitir tamaño dislate prefiero prenderle fuego a Friarsgate.

– Entonces haremos lo posible para que sus sueños no se hagan realidad.

– Y sin embargo, no puedo evitar el sentir pena por él, aunque no sea capaz de perdonarlo. Ni siquiera recuerdo a mis padres, pero desde el día en que murieron y Henry Bolton entró en mi vida, fui tremendamente desdichada. Solo estuve a salvo cuando llegó Hugh. Oh, primo, quisiera ser generosa con él, mas no puedo.

– Pues no tienes la obligación de ser generosa. Edmund y Richard son dos santos y ya lo han perdonado, pero ellos no fueron víctimas de Henry Bolton como lo has sido tú. Algún día podrás perdonarlo, Rosamund, estoy seguro.


A la mañana siguiente Henry Bolton fue trasladado a su casa en un confortable carruaje. Antes de irse, echó una última mirada al salón, y al ver a Philippa, preguntó:

– ¿Tu hija mayor tiene nueve años, sobrina?

– Los cumple en abril, ¿por qué?

– Mi Henry tiene ahora quince. Una buena edad para casarse.

– Mi primo se ha convertido en un ladrón y no creo que sea un buen candidato para una heredera.

Lo acompañó hasta el camino de entrada de los carruajes, mientras un sirviente lo ayudaba a instalarse en el coche.

– El pobre ya no tiene hogar y la conducta de su madre le rompió el corazón, sobrina. Con un poco de suerte, volverá a enderezarse.

– Le deseo buena suerte, entonces -replicó, y después de una breve pausa, agregó-: Sácate de la cabeza la idea de un matrimonio entre tu hijo y Philippa. Mis hijas se casarán con hombres de alcurnia. Son ricas y pueden permitírselo.

– ¡No pondrás a Friarsgate en manos de extraños! Esta ha sido siempre la tierra de los Bolton.

– Mientras hubo quien llevara el apellido Bolton, fue la tierra de los Bolton, pero ahora la heredera no se llama Bolton.

– Está mi hijo -contestó con voz airada.

– Nunca se casará con Philippa -dijo de un modo que no admitía réplica. Luego le dio unas palmaditas en la mano-. Me alegra que hayas venido para las festividades navideñas, tío. Creo que la visita a Friarsgate te ha permitido recuperarte. Por cierto, luces mejor que cuando llegaste. Adiós, entonces, y que Dios te bendiga.

Rosamund se encaminó a la casa a paso vivo, presa de una ira creciente. ¡Maldito sea Henry Bolton y su maldito engendro! ¿Nunca se dará por vencido ese perro viejo? No, en lo que respecta a Friarsgate no se daría por vencido mientras viviera.


El invierno se había instalado definitivamente. Las colinas estaban cubiertas de nieve y las aguas se habían congelado. Rosamund, Tom y las niñas, envueltos en abrigadas capas y pieles, se divertían deslizándose y haciendo piruetas por la helada superficie del lago. El 2 de febrero celebraron la Fiesta de la Purificación de la Virgen y a mitad de mes las ovejas comenzasen a parir. Los pastores cuidaban celosamente los rebaños. Corría el rumor de que un lobo merodeaba por el distrito y los corderos recién nacidos constituían un blanco fácil.

– De noche pónganlos en los establos -ordenó Rosamund-No quiero perder uno solo.

– Cuando llegue la primavera, compraremos algunas ovejas Shropshire -sugirió Tom.

– Me encantaría tener un rebaño de esas ovejas -replicó ella con entusiasmo.

El mes más corto del año pasó rápidamente y las colinas empezaron a mostrar tímidos signos de vida, verdeando lentamente a medida que transcurría marzo. Rosamund no había tenido noticias de Patrick, pero no la preocupaba, pues ya le había advertido que le sería difícil comunicarse con ella.

Tardarían dos días en arribar a Edimburgo desde Friarsgate. Annie, desde luego, no podría acompañar a su señora. Su hermana menor, Lucy, había sido entrenada todo el invierno para suplantarla. Annie se sentía un tanto frustrada, pero cada vez que miraba al bebé caía en la cuenta de que era más placentero cuidar al niño que acompañar a su ama.

Lucy y Annie habían pasado el invierno cosiendo para que Philippa pudiera tener dos vestidos nuevos cuando acompañara a su madre. La niña tenía los colores de Rosamund, aunque había heredado los ojos azules de su difunto padre. Uno de los vestidos era de terciopelo azul y el otro, de color castaño oscuro. Philippa estaba tan excitada que apenas podía quedarse quieta durante las pruebas. También le confeccionaron camisas y tocas. El zapatero de Friarsgate le hizo un par de zapatos de punta cuadrada con hebillas redondas y esmaltadas, decoradas con coloridas gemas.

– ¡Nunca tuve zapatos tan lindos! -exclamó entusiasmadísima cuando se los mostraron.

– Son para Edimburgo. Mientras tanto, usarás las botas. Estos zapatos deben durar mucho tiempo, a menos que tus pies crezcan demasiado rápido. Por favor, Philippa, no permitas que te crezcan los pies -bromeó Rosamund.


La soleada primavera se enseñoreó de Friarsgate, desapareció la capa de hielo que cubría el lago y las ovejas volvieron a salpicar de blanco las verdes laderas de las colinas. El 28 de marzo, madre e hija partieron para Edimburgo, acompañadas por Tom. Rosamund se había resignado a Pasar la noche en Claven's Carn, sabiendo que si se desviaban del camino principal no encontrarían una posada decente, y había enviado a un mensajero con anterioridad a fin de pedir permiso para pernoctar allí, legaron a destino al atardecer.

– Trata de comportarte como Dios manda, querida -dijo Tom con el único objeto de provocar a su prima.

Ella lo fulminó con la mirada.

– Lo haré si él lo hace -replicó, mientras Tom se desternillaba de risa.

Jeannie los recibió con una sonrisa.

– Rosamund Bolton, qué alegría verte de nuevo. ¿Cómo le va, lord Cambridge? ¿Y quién es esta adorable jovencita? Por el parecido, no puede negar que es tu hija.

Tomó las manos de Rosamund y la besó en ambas mejillas. Luego le tendió la mano a Tom, quien se la besó con galantería.

– Mi querida señora, me complace comprobar que la maternidad la ha embellecido; luce usted estupenda.

– Por favor, tomen asiento junto al fuego. La primavera aún se muestra esquiva en la frontera y supongo que han pasado frío durante el viaje.

– Esta es mi hija Philippa Meredith.

– Señora -dijo Philippa, haciendo una graciosa reverencia. -¿Es la mayor?

– Sí, es la mayor de las tres. ¿Y tu bebé?

Jeannie se limitó a mirar la cuna que tenía a su lado.

– Duerme. ¡Es un niño tan lindo! Tendrá un hermano a comienzos del otoño -respondió, y se llevó la mano al vientre con innegable orgullo.

– O una hermana -dijo Logan, entrando en el salón-. Lord Cambridge. Señora -saludó a los huéspedes y luego permaneció de pie detrás de su esposa.

– No, Logan, será un varón -insistió Jeannie.

– Esta es mi hija Philippa.

– Has crecido bastante desde la última vez que te vi, señorita Philippa -comentó con voz serena.

– No teníamos otro sitio donde pasar la noche -se apresuró a aclarar Rosamund.

– Son ustedes bienvenidos. ¿Hacia dónde se dirigen?

– A Edimburgo.

La respuesta de Rosamund fue breve, pero Philippa no pudo contener su entusiasmo.

– Mamá se casará con el conde de Glenkirk y yo seré su madrina. ¿No es maravilloso? Tengo dos vestidos nuevos de terciopelo y un par de zapatos con hebillas adornadas con piedras preciosas.

– ¡Oh, qué bien! ¿Y de qué color son tus vestidos, señorita Philippa?

– Uno es azul y el otro, castaño dorado, señora.

– ¡Qué niña tan afortunada eres! -respondió sonriendo la dama de Claven's Carn. Luego se dirigió a Rosamund-¿El conde es el caballero que viajó contigo el verano pasado?

– Sí.

– Es un hombre apuesto y tú serás condesa, ¿verdad?

Jeannie sonrió, gratamente sorprendida, pero la mirada de su marido distaba de ser alegre.

– Sí, seré condesa, pero no me caso por su título.

– Entonces abandonarás Friarsgate -el tono de Logan revelaba un profundo disgusto.

– No, no lo haré, pero tampoco Patrick abandonará Glenkirk. Pasaremos parte del año en Inglaterra y parte del año en Escocia. Es lo que hacen otros con varias propiedades, incluso el rey. Y mis hijas estarán conmigo.

– Le compré Otterly a Henry Bolton -intercedió Tom, antes de que la conversación tomara un giro peligroso-. Demolí la vieja casa y estoy construyendo una nueva.

– Que será idéntica a sus casas de Londres y Greenwich. A mi primo le desagradan los cambios, incluida la servidumbre. La misma gente lo sirve dondequiera que vaya. Aunque esta vez han pasado el invierno en el sur, sin su amo.

– Han estado sumamente ocupados -se defendió Tom.

– ¿Ocupados en qué? -preguntó Jeannie.

– Me apasionan las cosas bellas. Por consiguiente, en mis dos casas abundan los muebles y los objetos. Les envié una lista de lo que deseaba transportar a Otterly y mis sirvientes han pasado los últimos meses identificando las cosas, limpiándolas y embalándolas para el viaje.

En ese momento, un criado se acercó a la dama de Claven’s Carn y le murmuró algo al oído.

– La mesa está servida. -La anfitriona los condujo a la gran mesa de roble, indicándoles sus lugares.

– Lady Rosamund, por favor siéntate a la derecha de mi esposo. Lord Cambridge, usted se sentará a mi derecha y la señorita Philippa a mi izquierda.

La comida era simple, pero bien preparada. Había trucha saltada en manteca con una guarnición de berro; un pollo relleno con miga de pan, manzanas y salvia; medio jamón y un exquisito pastel de carne de caza con una corteza de hojaldre. El pan acababa de salir del horno y aún estaba caliente. No faltaban el queso ni la manteca, y los sirvientes se apresuraban a llenar los jarros con una excelente cerveza negra. Cuando terminaron la comida, trajeron tartaletas individuales de peras cocinadas en salsa de vino.

– Sabes presentar una mesa excelente -elogió Rosamund a la anfitriona.

– Lo aprendí de niña. Logan disfruta de la buena comida, al igual que sus hermanos.

– Me llama la atención que no se encuentren aquí.

– Últimamente suelen llegar tarde a comer -acotó el señor de Claven's Carn.

– Sus mujeres están celosas porque he tenido un niño tan lindo, aunque ellas ya tienen sus propios hijos. Ahora que estoy embarazada quieren seguir pariendo para no ser menos -Jeannie lanzó una risita-. Tampoco les gusta que me encargue del manejo de la casa, pese a que eran demasiado perezosas para llevar las riendas del hogar. Cuando pueden, no dudan en desobedecer mis órdenes y ponerme un pie encima… tú me entiendes. ¡Pero es imperdonable que no estén aquí para recibir a nuestros huéspedes, Logan!

– Mantente firme y terminarán por aceptar que eres tú quien manda, milady.

– Mi mujer no necesita de tus consejos -dijo el señor de Claven’s Carn de mala manera.

– ¡Logan! -Exclamó Jeannie, ruborizándose ante el exabrupto de su marido-. La dama de Friarsgate solo procura brindarme su apoyo. Y debo agregar que su consejo es sensato. No he querido hablarte del trato rudo e irrespetuoso que me han dispensado tus cuñadas, pero te aseguro que si se fueran a vivir a sus propios hogares, me sentiría de lo más feliz.

– No lo sabía, Jeannie -se excusó su esposo-. Pero corregiré la situación apenas pueda.

– No lo sabías porque yo no me quejaba. Ahora pídele perdón a la dama de Friarsgate.

– ¡De ninguna manera! -protestó ella-. Él no quería agraviarme sino protegerte, Jeannie. Lo comprendo porque mi Patrick hubiera hecho lo mismo.

– Perdóname, milady -dijo Logan, pese a las protestas de ella.

Rosamund aceptó las disculpas y luego se dirigió a la dueña de casa:

– Debemos partir temprano en la mañana. ¿Serías tan amable de indicarnos el lugar donde hemos de pasar la noche?

– Desde luego, milady. Por favor, síganme.

– Yo me quedaré en el salón un rato más -intervino Tom.

– ¿De modo que se va a casar con el conde? -preguntó Logan, luego de cerciorarse de que las mujeres no podían oírlo.

– Sí.

– ¿A usted le agrada lord Leslie?

– Sí, me agrada. La ama profundamente y ella lo adora. Nunca vi una pasión igual en toda mi vida, Logan Hepburn. Y lo mejor que pueden hacer es casarse.

– Si usted lo dice, milord -replicó el señor de Claven’s Carn con tristeza-. Por mi parte, nunca dejaré de amarla.

– Lo sé. Pero el destino le ha dado una buena esposa, y Dios sabe que cumple con su deber. Dos hijos en dos años… no es posible pedir más de una joven. Es una excelente anfitriona y siente devoción por usted. Y permítame decirle algo: nunca su salón lució tan elegante como ahora. Trate de ser feliz. Nadie obtiene todo cuanto quiere en esta vida.

– Y usted, ¿qué ha obtenido de la vida, lord Cambridge?

Tom se echó a reír.

– Nada, hasta hace muy poco.

– Cuando decidió vivir en Otterly.

– Sí, efectivamente. Vendí mis tierras en Cambridge y encontré aquí una nueva familia, lo que me ha convertido en un hombre nuevo, Logan Hepburn.

– La familia es importante -coincidió el joven con aire sombrío-. ¿Cuándo es la boda?

– Nos reuniremos con el conde y su hijo el 1 ̊ de abril en la posada de El unicornio y la corona. Rosamund y Patrick esperan que el rey les permita casarse en su propia capilla y que la ceremonia la oficie el obispo de St. Andrew. La boda se llevará a cabo en algún momento de abril. Y su hijo, querido Logan, ¿cuándo vendrá a este valle de lágrimas?

– A principios del otoño.

– La verdad es que tiene usted un niño adorable. Por primera vez el rostro de Logan Hepburn mostró signos de animación.

– Sí, es un encanto de criatura -replicó con entusiasmo-. ¡Y tan fuerte! Cada vez que me agarra el dedo temo que lo descoyunte. Sonríe todo el tiempo. Evidentemente, ha heredado la dulzura de su madre.

– Usted es un hombre afortunado. Ahora dígame dónde debo apoyar mi cabeza, Logan Hepburn.

El señor de Claven's Carn lo guió a una pequeña alcoba, una de cuyas paredes daba contra la chimenea.

– No pasará frío, milord -le aseguró. Una vez que instaló a su huésped, regresó al salón y se sentó junto al fuego.

Su hijo ya no estaba en la cuna. Indudablemente una criada se lo había llevado a su madre para que lo amamantara. Lanzó un profundo suspiro. ¿Qué demonios le estaba pasando? Había paz en Escocia. Sus tierras prosperaban. Su esposa era dulce y tan fértil como una coneja. Tenía el ansiado heredero. Se preguntó por qué no era feliz, aunque conocía de sobra la respuesta.

Amaba a Rosamund Bolton. Siempre la había amado y siempre la amaría. Ninguna otra cosa le importaba. Era un secreto que se llevaría a la tumba, pues no deseaba herir a Jeannie con su perfidia. Por otra parte, la joven no constituía un problema, el problema era él. Volvió a preguntarse por qué había sido incapaz de comprender las necesidades de Rosamund. Hubiera bastado con decirle: "Te quiero con todo mi corazón" para que la joven lo aceptase. Presionado por su familia, se había limitado, en cambio, a parlotear acerca del futuro heredero en lugar de decirle que con sólo verla su pulso se aceleraba. Que no podía dormir de noche de tanto que la deseaba. Y ahora se casaría otra vez, aunque le había dicho que no deseaba contraer un nuevo matrimonio. ¿Por qué habría cambiado de parecer? La respuesta era obvia: amaba a Patrick Leslie, conde de Glenkirk. Lo amaba lo suficiente para alejarse de Friarsgate una parte del año. ¿Por qué se había enamorado a primera vista de Patrick Leslie y no de Logan Hepburn? Pero no tenía respuestas para esas preguntas.


A la mañana siguiente, Rosamund y sus acompañantes partieron de Claven's Carn después desayunar y de despedirse de sus anfitriones.

– No dejen de avisarnos cuándo piensan regresar. Queremos que pasen la noche aquí -ofreció amablemente Jeannie-. Estoy ansiosa por ver otra vez a tu apuesto conde, milady.

– Lo haremos -prometió Rosamund. Sonrió, agitó una mano en señal de despedida y luego cabalgaron colina abajo hasta llegar al camino que los conduciría a Edimburgo.

– Me gusta la dama de Claven's Carn -dijo Philippa-. Es muy agradable y me prometió que cuando volviera me dejaría tener al bebé en brazos.

– A mí también me agrada la dama de Claven's Carn -respondió Rosamund, pensando que para su hija todo constituía una novedad, y era comprensible su desmedido entusiasmo.

– Logan Hepburn es demasiado solemne, ¿no te parece? No lo recuerdo muy bien, mamá. ¿Fue siempre tan serio?

– No sabría decirte, Philippa, nunca llegué a conocerlo del todo.

– Me muero de ganas de ver a tío Patrick, mamá. ¡Estoy tan contenta de que sea nuestro nuevo padre! Banon y Bessie también están contentas, ¿sabes? -le confió a su madre.

– ¿Han hablado del tema entre ustedes? -inquirió sorprendida.

– Desde luego, mamá, somos niñas. Y la persona con quién te cases afectará nuestras vidas, no solo la tuya -respondiendo con gran sensatez.

– De tal palo tal astilla -murmuró Tom, conteniendo la risa.

– ¿Cuándo llegaremos a Edimburgo, mamá? ¿Tal vez hoy?

– No, mañana. Esta noche nos hospedaremos en la casa de lord Grey. Vive cerca de la ciudad, aunque no lo bastante cerca.

– Escocia no es muy diferente de Inglaterra -comentó, mirando con avidez todo cuanto la rodeaba-. Me alegra no estar en guerra con ellos, mamá. Pero, ¿qué pasará si el rey Enrique se pelea con el rey Jacobo?

– Roguemos al cielo que eso no ocurra, hija mía.

Un escalofrío le corrió por la espalda. Sin embargo, no permitiría que la idea de una posible guerra entre ambos países le arruinara el viaje. Tenía que sacársela ya mismo de la cabeza.

– ¡Vamos, Philippa, juguemos una carrera hasta la cima de la próxima colina! -Rosamund espoleó su corcel y partió a galope tendido, seguida de cerca por su hija en una encarnizada competencia.

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