Logan y Rosamund no se casaron al día siguiente, sino un mes más tarde, el 18 de octubre, el Día de San Lucas. La ceremonia religiosa no se llevó a cabo en Claven's Carn ni en Friarsgate, sino en la frontera que separaba oficialmente Escocia de Inglaterra. La novia permaneció en el lado inglés y el novio no abandonó el suelo escocés. Ambos se mostraban sonrientes cuando unieron sus manos a través de la línea imaginaria que constituía el límite entre los dos países. Era un día perfecto de otoño. En el cielo, celeste y traslúcido, el sol resplandecía y quemaba la piel. Las colinas se hallaban cubiertas de una vegetación rojiza y dorada, y el aire estaba en calma.
A la sencilla ceremonia a cargo del prior Richard Bolton y del padre Mata, concurrieron solamente Maybel, Edmund, Thomas Bolton, Philippa, Banon y Bessie Meredith, y el pequeño John Hepburn. Una vez cumplidas las formalidades del caso, Logan los invitó a celebrar el acontecimiento en Claven's Carn. Luego, alzó a la novia, la depositó en la montura y la pareja partió al galope en el mismo corcel.
Cuando el día comenzó a desvanecerse, los hombres y mujeres del clan Hepburn se reunieron en el salón y brindaron una y otra vez por los recién casados. Sonaron las gaitas y hubo baile hasta bien entrada la noche. El pequeño John pasó casi toda la tarde acurrucado en el regazo de su nueva madrastra. De tanto en tanto, Rosamund le acariciaba la oscura cabecita y se preguntaba si el niño que llevaba en su vientre tendría también el cabello renegrido.
Ochos meses más tarde, cuando Alexander Hepburn llegó al mundo para delicia de sus cuatro medio hermanos, comprobó que así era. Fue bautizado en la iglesia de Friarsgate por el padre Mata y tuvo por padrinos a Edmund y a Tom. La madrina, desde luego, no podía ser otra que la buena Maybel. Observando la ceremonia, Philippa no pudo evitar pensar si ese era el último de los hijos de su madre que vería nacer, pues dentro de diez meses partiría rumbo a la corte a fin de unirse al séquito de la reina.
En solo diez meses volvería a encontrarse con su amiga Cecily Fitz-Hugh. Para ese entonces habría cumplido doce años, una edad lo bastante razonable para contraer matrimonio con un joven adecuado. Se preguntó si ese joven sería Giles Fitz-Hugh o alguien que aún no había conocido. Alguien de quien se enamoraría locamente, como su madre se había enamorado de Patrick Leslie.
"No puedo esperar -se dijo Philippa-. ¡No puedo esperar!" Y sonrió mientras contemplaba, esperanzada, los dichosos días por venir.