Bryan no habría sabido decir qué le hizo seguir a Lucy a la cocina, pero de pronto se había sentido intranquilo.
Y no sólo eso. Un ayudante de camarero había estado barriendo a un par de metros de ellos en el comedor, y al poco de levantarse Lucy había dejado la escoba y el recogedor y había ido en la misma dirección que ella.
Probablemente sólo estaba imaginándose cosas, se dijo Bryan. Era imposible que Vargov ni nadie de su entorno pudiera saber que Lucy estaba allí. Ni siquiera lo sabían en la agencia.
Cuando llegó a la cocina la halló desierta, lo cual le extrañó, y el corazón le dio un vuelco cuando vio un envase de plástico y galletas por el suelo. En ese momento oyó un ruido, como de forcejeo, en el pasillo que conducía a la puerta trasera del restaurante, y no se paró a pensar, sino que actuó.
Sacó el pequeño revolver que llevaba siempre oculto en el tobillo, y se pegó a la pared para mirar con cuidado por la esquina. La puerta trasera estaba abierta, y dos tipos vestidos de ayudantes de camarero estaban a punto de sacar por ella a Lucy, a quien habían amordazado y atado de pies y manos.
– ¡Alto! -gritó Bryan.
Los tipos dejaron caer a Lucy al suelo, uno de ellos salió corriendo, pero el otro metió la mano en el delantal y Bryan, temiéndose que fuera a sacar un arma, disparó. El tipo intentó hacerse a un lado, pero la bala impactó en su hombro. Maldijo entre dientes y salió corriendo también. Bryan habría querido perseguirlos y obligarles a hablar para que le dijeran quién los había enviado y cómo habían sabido dónde encontrar a Lucy, pero en ese momento ella era la prioridad.
– ¿Estás bien? -le preguntó arrodillándose a su lado para liberarla.
Ella asintió, y justo entonces apareció Stash, que parecía frenético.
– ¿Qué diablos ha pasado? Me he encontrado a Chin y a dos pinches encerrados en la cámara frigorífica.
– Un intento de secuestro frustrado -contestó Lucy, sorprendiendo a Bryan-. Mis padres tienen dinero y yo… me negué a cooperar -dijo incorporándose-. Bryan apareció y salieron huyendo.
– ¿Y eso que se ha oído antes ha sido un disparo? -preguntó Stash.
En ese momento aparecieron el chef y sus pinches.
– No; han dado un portazo al salir -contestó Bryan.
– Deberíamos llamar a la policía -dijo uno de los pinches.
Aquello era lo último que quería hacer Bryan, pero Stash y los demás se extrañarían si no lo hiciera, sobre todo porque podían dar una descripción de aquellos dos tipos, que habían sido contratados hacía sólo un par de días. No era algo inusual; en un restaurante el personal cambiaba constantemente.
Cuando llegó la policía les tomaron declaración a todos, y se llevaron la cinta aislante con que habían atado a Lucy por si pudieran encontrar huellas.
Por suerte, ninguno de los clientes se había enterado de nada. Sólo había unas pocas mesas ocupadas, y, en cuanto se marchó la policía, Chin y los demás volvieron al trabajo.
El hombre al que había disparado no había dejado sangre tras de él, y Bryan se preguntó si no habría llevado un chaleco antibalas bajo la ropa.
– ¿Qué vamos a hacer ahora? -le preguntó Lucy angustiada, cuando estuvieron a solas en su apartamento-. Han averiguado dónde estoy.
– Nos marchamos de aquí. Ve y guarda algo de ropa en una maleta.
– Pero… ¿adonde vamos a ir?
– No lo sé -respondió Bryan con sinceridad-. No podemos utilizar ninguno de los pisos francos de mi gente; ya no me fío de nadie; pero se me ocurrirá algo.
Lucy obedeció sin rechistar, y cuando volvió al cabo de un rato con una bolsa de mano, pálida pero con aspecto decidido, el corazón de Bryan palpitó con fuerza. Había estado a punto de perderla. Si no hubiese frustrado aquel intento de secuestro Vargov la habría matado; no le cabía la menor duda.
Probablemente se había enterado de que había sacado todos aquellos datos del banco, y aunque era imposible que supiera que, gracias a ella, habían descubierto que era él quien había hecho aquellas transferencias ilícitas, probablemente sí sospecharía algo.
– Nos iremos en el coche de Stash -le dijo Bryan-. Le dije que estabas muy afectada y que iba a llevarte fuera de la ciudad un par de días pero que no podía usar mi coche porque lo tengo en el taller.
Stash, siendo el amigo leal que era, no había dudado un momento en prestarle su vehículo.
Minutos después estaban ya en la carretera, y Lucy, algo más calmada, le preguntó a Bryan cómo podía ser que la hubiesen encontrado.
– No lo sé -admitió él-. ¿Has llamado a alguien?, ¿has intentado ponerte en contacto con alguien por correo electrónico?
– No, por supuesto que no. Además, te habría preguntado antes -contestó ella-. ¿Qué hay de la foto que me hizo ese chico en el restaurante?
– Imposible. Durante los días siguientes estuve mirando los periódicos sensacionalistas por si se la hubiera vendido a alguno y la hubieran publicado. Nada.
– ¿Y qué me dices de Internet? Hay un montón de páginas web donde se pueden encontrar esa clase de fotos -le dijo Lucy-. Lo sé porque yo me metía en ese tipo de páginas cuando estaba en la universidad -admitió algo avergonzada.
– Diablos, en eso no había pensado -masculló Bryan-. Pero aun así… no, es imposible. ¿Qué posibilidad hay de que un terrorista se ponga a navegar por esa clase de páginas buscándote a ti? No tiene lógica.
– Puede que fuera algo casual -apuntó Lucy-. Te sorprendería ver la cantidad de gente que busca a diario fotos de sus ídolos en Internet. Es posible que uno de esos tipos estuviese vigilando la casa donde estaba viviendo de alquiler, que estuviese sentado en su coche, aburrido, y se pusiera a navegar por Internet con su teléfono móvil para buscar fotos de Britney Spears, y de pronto… ¡zas!, encuentra esa foto mía.
Podría haber ocurrido así, pensó Bryan.
– Como vuelva a ver a ese niñato con su cámara le partiré la cara -masculló antes de alargar el brazo para apretarle la mano a Lucy-. Ya sé que te lo he dicho antes, pero no dejas de sorprenderme, Lucy. A pesar del miedo que debiste pasar fuiste capaz de inventar esa historia sobre tu secuestro para protegerme.
– Bueno, llevas mucho tiempo manteniendo tu identidad de espía en secreto; no podía dejar que por mi culpa te descubrieran Stash y tu familia.
– No es fácil mantenerlo en secreto -le confesó Bryan-. He pensado muchas veces en decírselo, en explicarles al menos en parte a qué me dedico, pero cuando me imagino cuál sería la reacción de mi madre, o la de mi abuela… Podría darles un ataque; tendría que dejarlo… y no quiero dejarlo.
– Bueno, imagino que cuando te gusta tu trabajo debe ser difícil dejarlo.
– ¿Lo imaginas?
– Digo que me lo imagino porque yo aún no he encontrado el trabajo de mis sueños, aunque ahora sé que no es hacerme cargo de la contabilidad de un grupo de rock ni trabajar en un banco.
– Pues yo creo que se te daría bien llevar un restaurante -dijo Bryan en un impulso.
Lucy se echó a reír.
– Anda ya. Si no sé nada de restaurantes…
Bryan no insistió, pero la verdad era que estaba empezando a fantasear con la idea de que Lucy se quedase con él, ayudando a Stash en su lugar, y con que estuviese esperándolo cuando regresase de una misión. Lucy era la única persona con la que podía hablar de su trabajo, y la única que comprendía los peligros que implicaba.
No, aquella era una fantasía egoísta, se dijo. No podía pretender que Lucy se sentase cada día a esperar pacientemente su regreso sin saber jamás dónde estaba, qué estaba haciendo, o si volvería.
Paró a llenar el depósito en una gasolinera y trató de pensar a qué lugar podría llevarla para que estuviese segura.
Podría llevarla a un hotel, pero en los hoteles tendría que usar una tarjeta de crédito y podrían rastrearlos, y aquellos donde podía pagar en efectivo no eran la clase de hoteles a los que llevaría a una mujer.
Cuando volvió a entrar al coche sonó su teléfono móvil.
– ¿No vas a contestar? -le dijo Lucy, al ver que estaba dejándolo sonar.
– No. Es una llamada sin identificar; y eso no es una buena señal.
– Entonces… ¿nos hemos quedado solos en esto?, ¿no tienes a quien acudir?
Bryan se pasó una mano por el cabello. Tenía que confiar en alguien; no podía seguir adelante con aquello sin ayuda. Si tuviera que escoger a una persona sería su jefe, Siberia, el hombre que lo había adiestrado cuando había empezado a trabajar para el Departamento de Seguridad Nacional, el hombre que había sido su mentor. No era un hombre simpático; no le habían dado aquel nombre en clave porque sí; pero era un hombre inteligente, capaz, y en ese momento no podía recurrir a nadie más.
Marcó su número.
– ¿Casanova? -contestó su jefe al otro lado de la línea.
– ¿Ha intentado llamarme hace un minuto, señor?
– No. ¿Por qué?
– No importa. Ha sucedido algo -le dijo, y le explicó lo de la fotografía a través de la cual probablemente habían dado con Lucy, y también el intento de secuestro-. Tengo que llevarla a un lugar seguro, pero no me fío de ninguno de los pisos francos de la agencia después de todo lo que ha ocurrido.
Siberia se quedó callado durante tanto rato que Bryan temió que la comunicación se hubiera perdido, pero finalmente le contestó:
– Hay un lugar, una casa que nadie conoce excepto yo.
– ¿Y dónde está?
– En la región de los Catskills; es una cabaña. Es un lugar apartado donde a nadie se le ocurriría buscarla. Puedes llevarla allí y ponerla a salvo; luego tú y yo nos reuniremos y terminaremos con esto. Tengo noticias para ti. Creo que sé quién ha estado traicionándonos, y creo que sé cómo cazarlos a ella y a Vargov, aunque necesitaré de tu ayuda.
Ella… De modo que Siberia creía que se trataba de Orquídea… Bryan no sabía qué decir. Siempre había pensado que Orquídea era de fiar.
– Por lo que he averiguado la sedujeron -dijo su jefe-. Una mujer que se siente sola es vulnerable, y según parece nunca había tenido mucho éxito con los hombres.
A Bryan le costaba creer que Orquídea hubiese caído en los brazos de un Romeo confabulado con los terroristas, pero lo cierto era que apenas la conocía.
– Bueno, ¿y dónde está esa cabaña? -le preguntó.
No le hacía gracia la idea de tener que dejar a Lucy allí sola, sin protección alguna, pero si de verdad conseguían atrapar a Vargov y sus compinches por fin estaría a salvo.
Siberia le dio las indicaciones pertinentes para llegar a la cabaña, y Bryan las memorizó antes de colgar y explicarle el plan a Lucy.
A ella tampoco pareció entusiasmarla la idea, pero no puso objeción alguna. Probablemente creía que él sabía lo que tenían que hacer. Ojalá fuera verdad.
Casi era de noche cuando llegaron a la cabaña. Era mayor de lo que Bryan había esperado, y parecía que estaba en buen estado, pero se veía bastante vieja. Probablemente no habría calefacción ni aire acondicionado.
– No está mal -dijo Lucy, con el optimismo que la caracterizaba-. Además, nunca antes había estado en una cabaña en la montaña; puedo imaginarme que son unas vacaciones.
– ¿Escribiendo ese libro que se supone que estás escribiendo? -inquirió Bryan, esbozando una media sonrisa.
Lucy crispó el rostro.
– No me lo recuerdes. Scarlett me pidió que le dejara ver lo que llevaba escrito y me las vi y me las deseé para encontrar una excusa -respondió-. Me pregunto qué pensarán cuando se enteren de que no estaba escribiendo ninguna novela y de que ni siquiera me llamo Lindsay. Claro que para entonces ya no estaré en Nueva York para explicárselo. Tendrás que decirles que hemos roto o algo así.
– Pues eso me da casi más miedo que tener que decirles que soy un espía.
– ¿Por qué? Imagino que habrán pasado otras mujeres por tu vida -apuntó Lucy.
Bryan sacudió la cabeza.
– Pues no sé qué les has dado, pero mi familia está encantada contigo; te adoran. Mi abuela me llamó el otro día para preguntarme que cuándo nos casábamos, y Cullen… bueno, desde que encontró el amor piensa que todo el mundo debería encontrar pareja, casarse, y tener hijos.
– Ya. Pero por desgracia no todo el mundo puede tener un final como en los cuentos, de esos de «y fueron felices para siempre y comieron perdices» -dijo ella-. Anda, vamos a ver cómo es por dentro -añadió, ansiosa por dejar aquel tema.
El interior de la cabaña era bastante acogedor, y además estaba todo muy limpio. Por el camino habían parado para comprar comida, y llevaron todo a la cocina, donde había un frigorífico anticuado, pero en funcionamiento.
– Bueno, creo que estarás bien aquí -dijo Bryan cuando hubieron guardado todas las cosas.
– No vas a quedarte conmigo -murmuró Lucy.
Era una afirmación, no una pregunta.
– Tengo que hace mi trabajo, Lucy.
– ¿Y no podría ocuparse Siberia?
– No puede hacerlo solo. Además, tengo que llegar al final de esto por Stungun. Es culpa mía que esté muerto.
– No digas eso Por supuesto que no es culpa tuya. Estás haciendo todo lo que puedes -le reprochó Lucy abrazándolo-. Ojalá pudiéramos tener más tiempo para… -murmuró sin terminar la frase.
– ¿Más tiempo para qué? -inquirió él.
– Para esto -contestó Lucy.
Lo besó en el cuello, y le desabrochó los dos primeros botones de la camisa para besarlo también en el pecho.
– Oh, Lucy, no podemos hacer esto ahora -murmuró Bryan con voz ronca.
No podía quedarse, pero tampoco podía marcharse y dejarla de esa manera. No, necesitaba hacer el amor una vez más con ella, por si fuera la última. Lo necesitaba tanto como sus pulmones necesitaban el aire para respirar.
Lucy se deleitó en el modo en que Bryan respondió a sus besos y a sus caricias. Nunca hubiera imaginado que podría tener ese efecto en un hombre, pero así era. La tersa piel de Bryan se estremeció cuando deslizó las manos por su pecho, y su aliento se tornó entrecortado cuando tocó primero un pezón con la lengua y luego el otro.
Bryan la tomó de la mano y la llevó arriba, donde Lucy imaginó que estarían los dormitorios. Entraron en el primero que encontraron, y Bryan la desvistió lentamente, prestando especial atención a cada centímetro de su piel que dejaba al descubierto, colmándola de suaves besos y caricias.
Lucy estaba tan excitada que no supo si lo había ayudado a desvestirse o no, pero de algún modo Bryan acabó desnudo también, y la llevó hasta la cama, donde rodaron de un lado a otro, besándose apasionadamente hasta que finalmente Bryan le abrió las piernas y hundió su virilidad en ella.
Lucy se sintió de pronto completa, sintió que allí, en los brazos de Bryan, era donde siempre quería estar, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Las embestidas de Bryan se volvieron más rápidas, más intensas, y pronto los dos alcanzaron el orgasmo.
Las lágrimas que Lucy había tratado de contener rodaron por sus mejillas. Sabía que aquello era una despedida.
Bryan no había dicho nada, pero tampoco hacía falta. Se iba a marchar, y pasara lo que pasara no volverían a estar juntos de nuevo. Si capturaban a Vargov y a sus cómplices recobraría su identidad, tendría que buscar otro trabajo, dejaría de ser la novia de Bryan… Y si lo impensable llegara a ocurrir, si no tenía éxito en aquella misión… La alternativa era demasiado horrible hasta para pensar en ella.
– Lucy… ¿estás llorando? -le preguntó él un rato después, cuando hubieron recuperado el aliento.
– N-no -musitó ella, aunque por su voz era evidente que sí.
– Lucy, ¿qué pasa?
– Nada. Es sólo que soy una tonta. Vas a marcharte, y sé que tienes que hacerlo…, pero estoy asustada.
– Pues no debes preocuparte -le dijo besándola en la frente-. Atraparemos a esos topos y volveré aquí a por ti.
– Lo sé, sé que todo saldrá bien -respondió Lucy, queriendo convencerse de ello-; ya te he dicho que es sólo que soy una tonta.
– Aunque me temo que sí tengo que marcharme -murmuró él en un tono quedo.
– Bryan… ¿podrías… podrías abrazarme hasta que me quede dormida y marcharte entonces? Si te veo irte seguro que salgo llorando otra vez.
– Eres un caso, ¿lo sabes? -le dijo Bryan, riéndose de un modo afectuoso.
La estrechó entre sus brazos, apretándola contra sí, y los tapó a ambos con la sábana.
Lucy trató de relajarse, sabiendo que si no lo hacía Bryan tendría que esperar toda la noche a que se durmiera, y poco a poco el cansancio pudo con ella.
Cuando volvió a despertarse aún estaba oscuro fuera. Hacía un poco de frío en la habitación y estaba sola. Encendió la lámpara de la mesilla y miró su reloj. Era más de medianoche. Bryan había sacado el teléfono móvil de su bolso y se lo había dejado sobre la almohada con una nota en la que le decía que lo llevara consigo en todo momento, y en la que había apuntado un número al que llamar si se encontrase en peligro.
Lucy se estremeció de solo pensar en aquella posibilidad. Era imposible que nadie fuese a buscarla allí arriba… ¿o no? Lo único que podía hacer era esperar y confiar.
Le parecía recordar vagamente a Bryan levantándose y vistiéndose, y cómo luego se había inclinado para besarla en la mejilla. Tal vez únicamente lo hubiera soñado, porque también recordaba que le había susurrado: «Te quiero, Lucy».