Capítulo Seis

La cena, como todas las cenas y almuerzos de familia en casa de sus abuelos, no tuvo nada que envidiarle al banquete de una boda de estado. Aquella noche Maeve había preparado con la cocinera un menú de cinco platos, a cuál más exquisito: una vichyssoise, una ensalada campestre, salmón a la brasa, medallones de ternera con crema de espárragos, y mousse de limón con frutos del bosque.

– Bryan, cariño, ¿qué te está pareciendo la comida? -le preguntó a su nieto.

– Abuela, ni siquiera Une Nuit puede competir con los platos que tú preparas -le contestó él.

Y era verdad que estaba todo delicioso, aunque lo cierto era que se había pasado la mayor parte del tiempo mirando a Lucy.

Estaba interpretando a las mil maravillas el papel de Lindsay. Durante toda la velada le había lanzado de cuando en cuando miradas afectuosas, y en un par de ocasiones incluso había puesto su mano sobre la suya.

– ¿Cómo es que no ha venido tu hermana, Shane? -le preguntó Patrick a su hijo Shane.

Éste, que era director de la revista The Buzz, carraspeó y se removió incómodo en su asiento.

– Creo que ya sabes la respuesta a esa pregunta, padre. Últimamente Fin come y duerme en la oficina. Está obsesionada con ser ella quien gane.

Sus palabras desencadenaron una serie de comentarios por lo bajo entre los demás miembros de la familia, y Bryan, como en otras ocasiones, se alegró de no estar trabajando en EPH como ellos.

– No está obsesionada -intervino Scarlett, poniéndose de parte de la que era su jefa en Charisma, además de su tía y hermana melliza de Shane-. Tía Finny está muy volcada en su trabajo porque Charisma le importa de verdad; eso es todo.

– Oh, claro, y a mí no me importa la revista que dirijo -le espetó su tío Shane.

– Yo no he dicho eso -protestó Scarlett.

Después de aquélla, surgieron otras discusiones, y Bryan se echó hacia atrás en su asiento y se cruzó de brazos divertido. Parecía mentira que pudieran discutir por esas cosas; eran como críos.

– Disculpa; volveré en un momento -le dijo de pronto Lucy en voz baja.

Bryan creyó que habría ido simplemente al lavabo, pero al ver que habían pasado ya más de diez minutos y no había regresado empezó a preocuparse. Habían servido ya el café y Lucy seguía sin volver.

Parecía imposible que le pudiera ocurrir nada estando allí; The Tides era un lugar tan seguro como el Fuerte Knox, pero los minutos seguían pasando y se sentía cada vez más intranquilo, así que finalmente se excusó y fue a buscarla.

La puerta del cuarto de baño de huéspedes en el piso inferior estaba abierta y la luz apagada. Si había ido allí era obvio que ya no estaba.

Recorrió el resto de la planta inferior, creyendo que quizá se hubiese distraído admirando los cuadros y los objetos de adorno que tenían sus abuelos. Algunos eran verdaderas piezas de museo. Sin embargo Lucy seguía sin aparecer.

¿Podría ser que hubiera ido arriba? Tal vez se hubiese sentido indispuesta y hubiese ido a echarse, pero aun así le parecía raro que no se lo hubiese dicho. Subió de todos modos a mirar, y al no encontrarla volvió a bajar verdaderamente preocupado.

Regresó al salón con la esperanza de que se hubiesen cruzado sin haberse visto, pero su silla seguía vacía.

– ¿Ocurre algo, Bryan? -le preguntó su abuela.

– Parece que he perdido a mi novia. He buscado por todas partes y no la encuentro.

– Debe haberse sentido incómoda con nuestras discusiones. Parece tan sensible… -apuntó Scarlett-. Yo te ayudaré a buscarla; pobre Lindsay.

Los demás se ofrecieron a ayudarle también, y se pusieron todos a buscarla.

Bryan la encontró un par de minutos más tarde. Pensando que tal vez hubiese salido a tomar un poco de aire fresco, salió a los jardines y se dirigió a la escalinata de piedra esculpida en la roca del acantilado, y que bajaba a una pequeña cala privada. Allí vislumbró a una figura solitaria de pie en la arena, mirando al mar, y lo invadió un profundo alivio.

Volvió dentro para decirles a los otros que la había encontrado, y bajó a la playa.

Con el ruido de las olas, Lucy no lo oyó acercarse casi hasta que llegó junto a ella, y entonces, cuando se volvió sobresaltada, vio que sus mejillas estaban húmedas por las lágrimas.

– Lucy, ¿qué te ocurre?

La joven se secó una mejilla con el dorso de la mano y se rió vergonzosa.

– Perdona; no era mi intención preocuparte. Sólo quería salir fuera un momento. La cabeza me daba vueltas; no debería haber tomado esa tercera copa de vino.

– Somos mi familia y yo quienes deberíamos disculparnos por discutir de ese modo cuando tenemos a una invitada. Disculpa si te hemos hecho sentirte incómoda.

– No es por eso -replicó Lucy poniéndole una mano en el brazo.

– ¿Entonces?

– Es sólo que… estaba pensando en lo divertido que debe ser formar parte de una familia grande y ruidosa como la tuya, y de repente me acordé de la mía. Nosotros no solemos discutir, pero es porque apenas hablamos. Y luego, aunque ni siquiera sé por qué, me he encontrado echando de menos a mis padres, y he empezado a pensar en que si esto no sale bien, si esa gente me encuentra antes de que…

Bryan le impuso silencio colocando el índice sobre sus labios.

– Lucy, sé que todo este asunto ha puesto tu vida patas arriba, pero las cosas volverán a la normalidad; ya lo verás.

No quería que saliese de su vida, pero sabía que cuando aquello hubiese acabado sus caminos se separarían. Además, por mucho que le gustase Lucy no sería justo pedirle que se quedase a su lado.

– Bueno, no todo está siendo tan malo -dijo ella con un sollozo-. Nunca había tenido una ropa tan bonita, ni había cenado en una mansión con gente importante.

– Gente importante con malos modales -añadió Bryan, riéndose suavemente-. Ah, Lucy, qué buena eres -le dijo atrayéndola hacia sí.

Aquél había pretendido ser simplemente un abrazo de amigo, un abrazo breve, pero cuando Lucy le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra él, Bryan sintió que se le fundían una o dos neuronas.

Casi sin que fuera consciente de ello una de sus manos descendió hasta la cintura de Lucy, y siguió bajando hacia la curva de sus nalgas.

Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo se paró en seco. ¡Había estado a punto de tocarle el trasero a Lucy! Iba a apartarse de ella, pero cuando la miró y vio sus ojos aún humedecidos por las lágrimas y sus labios entreabiertos sintió que se derretía por dentro.

Y de pronto, antes de que pudiera comprender qué le estaba ocurriendo, inclinó la cabeza, acortó los pocos centímetros que los separaban, y la besó.

Los labios de Lucy guardaban aún el sabor del vino que había estado bebiendo, y Bryan no pudo resistir el impulso de hacer el beso más profundo, de explorar con su lengua cada rincón de su boca. Lucy no ofreció resistencia alguna, sino que le dio todo lo que tenía en aquel beso, sin vacilar, con una confianza que lo conmovió.

Fue esa confianza lo que le devolvió la cordura. No podía aprovecharse de la situación; Lucy se había metido en aquel lío por ayudarlos a su gente y a él, y Bryan se había comprometido a protegerla.

Despegó sus labios de los de ella, y tomándola por los brazos la apartó suavemente de él.

– No deberíamos estar haciendo esto.

Lucy parpadeó, y por un instante a Bryan le pareció ver una expresión dolida en sus ojos, pero cuando afloró a sus labios una sonrisa maliciosa se dijo que debía haberlo imaginado.

– ¿Por qué no? Se supone que estamos locos el uno por el otro, ¿no? Sólo estaba interpretando mi papel.

– Pues si eso ha sido una interpretación, te mereces un oscar.

– Lo sé; soy una chica con mucho talento -asintió ella.

Bryan se quedó pensando qué había querido decir con eso. ¿Talento como actriz… o talento para otras cosas?

Estaba ya girándose para dirigirse hacia la escalinata, cuando Lucy alargó el brazo y le dio un pellizco en el trasero sin ningún pudor.

– Con mucho talento -repitió.

Mmm… Ya no había ambigüedad posible. Prácticamente estaba diciéndole que estaba abierta a la posibilidad de practicar el sexo. Por desgracia no tenía más remedio que declinar esa tentadora invitación.

Sin embargo, no logró sacarse aquella idea de la cabeza durante el resto de la velada, ni tampoco durante el trayecto de regreso.

Cuando llegaron, la acompañó hasta el ascensor y le dijo:

– Subiré dentro de unos minutos; quiero revisar un par de cosas en el restaurante.

Lucy miró su reloj de pulsera.

– ¿No está cerrado ya, a la hora que es?

– Mm, sí, bueno, pero es que es algo que quiero asegurarme de que esté listo para mañana.

No era una excusa nada convincente, sobre todo cuando Lucy sabía que Stash se encargaba de todo lo relativo al restaurante, pero no se le había ocurrido nada mejor. Además, no podía subir a su apartamento con ella mientras no tuviera sus hormonas bajo control.

– Bueno, pues hasta mañana entonces, porque cuando subas probablemente ya estaré durmiendo.

– Sí, hasta mañana. Oh, y… Lucy, esta noche has estado fantástica. En tu papel de Lindsay, quiero decir. Dudo que nadie de mi familia sospeche nada.

– Yo no estoy tan segura, pero gracias.

Bryan pronunció la clave secreta para activar el ascensor, y se apartó para dejar que se cerraran las puertas.

Una vez a solas usó su llave para entrar en el restaurante a oscuras.

Lo que necesitaba era hacer algo para quitarse a Lucy de la cabeza, y preparar algún postre «lujurioso» sería una buena manera. Después de todo el chocolate era el mejor sustituto del sexo.

Su idea era crear un postre nuevo jugando con varios ingredientes mientras planeaba cómo podría averiguar qué había ocurrido con Stunjun, pero una y otra vez sus pensamientos volvían a Lucy. ¿Qué clase de brujería ejercía aquella mujer sobre él?


Lucy estaba en la cama, intentando conciliar el sueño, pero no había manera. No podía dejar de pensar en aquel beso en la playa.

A pesar de lo que le había dicho a Bryan no había fingido, y sabía que él tampoco. Había podido saborear el deseo en sus labios, el mismo deseo que ella sentía, un deseo tan intenso que no podía ser ignorado.

La pregunta era si darían un paso más, si se atreverían a llevar esa atracción más allá.

Era lo que ella quería, y se lo había dado a entender a Bryan de la manera más explícita posible, pero no estaba segura de qué quería él.

Sin embargo, a medida que pasaban los minutos se hizo más y más evidente que le había dicho que no iba a subir aún porque se sentía incómodo y quería evitar esa tensión que había entre ellos.

Lucy lo comprendía; sabía que aquello sería para él como cruzar una barrera ética, y respetaba que Bryan no quisiera mezclar lo personal y lo profesional, pero el que saltaran chispas entre dos personas no era algo que ocurriese todos los días. Una hora después la frustración de Lucy se había tornado en preocupación. ¿Por qué estaba tardando tanto en subir?, ¿le habría pasado algo?

Inquieta, se levantó y se puso unos pantalones de chándal y una camiseta, y salió de su habitación. Sin embargo, cuando estaba llegando al ascensor recordó que aunque sabía la clave secreta éste no reconocería su voz. No podría volver a subir si bajaba y no encontraba a Bryan.

Volvió al dormitorio, sacó unos cuantos dólares de su monedero, tomó también el móvil por si acaso, y bajó.

Se veía luz a través del cristal esmerilado de la puerta del recibidor que conectaba con el restaurante. Eso debía significar que había alguien allí. Intentó abrir, pero parecía que estaba cerrada desde dentro, así que llamó con la esperanza de que alguien acudiera.

Al principio sólo le respondió un silencio sepulcral, y Lucy empezó a imaginarse lo peor: Bryan muerto en el suelo de la cocina, rodeado de un charco de sangre, pero finalmente vislumbró a través del cristal una silueta acercándose.

El corazón le dio un vuelco de aprensión, pero una ola de alivio la invadió cuando la puerta se abrió y vio que era Bryan.

– ¿Lucy?, ¿no estabas ya en la cama?

– No podía dormir; empecé a preocuparme al ver que no subías -respondió ella.

Su respuesta no habría podido sonar más estúpida. ¿Estaba preocupada por un hombre que era un espía y había bajado a rescatarlo?

Bryan sonrió divertido.

– Siento haberte preocupado. Es que me he entretenido con…

– ¿A qué huele?

– Es… sólo es un postre que estoy preparando -le contestó él-. Anda, pasa si quieres -le dijo haciéndose a un lado.

– ¿Después de todo lo que hemos comido en casa de tus abuelos todavía tienes hambre? -le preguntó Lucy mientras lo seguía a la cocina.

Sin embargo, apenas había pronunciado esas palabras cuando le hizo ruido el estómago, sin duda por aquel delicioso olor. Fuera lo que fuera aquel postre, ella quería un poco.

– Cocinar me ayuda a centrarme cuando estoy intentando solucionar un problema -le explicó Bryan.

Nada más entrar en la cocina Lucy vio un bizcocho recién horneado enfriándose sobre una rejilla en la encimera y se acercó a olisquearlo.

– ¿Naranja? -aventuró, volviéndose hacia Bryan.

– Eso es; es un bizcocho con ralladura de naranja.

– ¿Y ese otro olor es… chocolate con algún tipo de licor?

– Justamente. Buena nariz. Estoy haciendo una crema de chocolate con nueces y leche, y otra de chocolate negro con bourbon -le dijo Bryan señalando dos pequeñas cacerolas que borboteaban a fuego lento en la cocina.

– ¿Qué es exactamente este postre que estás haciendo? -inquirió intrigada.

– Todavía no lo sé. Estoy inventándolo sobre la marcha.

Lucy se acercó a curiosear las salsas que borboteaban a fuego lento en el fuego.

Se le estaba haciendo la boca agua, y sin poder resistirse metió un dedo en una de las cacerolas para probar la mezcla de chocolate con bourbon.

– Mmm…

– ¡Lucy! Esto es un restaurante; no puedes hacer eso.

– ¿Pensabas servirle esta tarta a los clientes?

– Ahora desde luego ya no voy a poder hacerlo -contestó él, fingiéndose indignado. Luego, sin embargo, esbozó una sonrisa traviesa y añadió-: En realidad estaba pensando en tomármela entera yo solo.

– ¿Tú solo? Qué egoísta. Yo también quiero un poco. ¿Qué tienes que hacer ahora?

– Voy a cortar el bizcocho en varias capas -le explicó él, yendo a por un cuchillo.

Lucy lo observó mientras lo cortaba en cuatro capas, las cuatro del mismo grosor.

– Vaya, eres un experto en el uso del cuchillo -comentó.

Bryan, recordando lo que le había dicho en la playa acerca de su «talento», decidió pagarle con la misma moneda.

– También soy un experto en el uso de otros… instrumentos.

– Seguro que sí.

Bryan le lanzó una mirada de advertencia antes de volver a centrar su atención en la tarta. Untó la capa inferior con nata montada, luego un poco de la crema de chocolate con leche y nueces, y colocó la segunda capa encima. Ésta la untó con otro poco de nata montada, después crema de chocolate negro con bourbon, y puso encima la tercera capa, que cubrió nuevamente con nata montada, más crema de chocolate con leche y nueces, y unas almendras fileteadas. Finalmente colocó encima la capa superior.

– Estaba pensando espolvorearle un glaseado por encima -dijo Bryan-, pero no estoy seguro de qué sabor debería ponerle. ¿Limón?

Lucy negó con la cabeza.

– ¿A un bizcocho de naranja? Demasiado cítrico -replicó-. No es que entienda mucho de cocina, pero podrías ponerle sabor a menta.

– Mmm… No es mala idea.

Bryan fue a por un bote de extracto de menta y después de preparar el glaseado lo extendió sobre la tarta, que adornó luego con unas rodajas de naranja y unas hojas de menta fresca.

– Es la tarta más bonita que he visto en toda mi vida -dijo Lucy admirada-. Lástima que vayamos a cortarla. ¿Porque vamos a probarla, verdad? -inquirió ansiosa.

Bryan se rió y cortó dos porciones, que colocó en sendos platos antes de tenderle uno. Lucy lo tomó, pero sus ojos no estaban en el pedazo de tarta, sino en una manchita de nata en la mejilla de Bryan.

– ¿Qué? -inquirió él, al ver que estaba mirándolo.

– Tienes nata en la cara.

– Oh.

Bryan se limpió con el paño que tenía sobre el hombro, pero no llegó a la mancha.

– Espera, déjame a mí -le dijo ella quitándole el paño de la mano.

Sin embargo, en vez de usarlo, se puso de puntillas y le limpió la mejilla con la lengua.

Las pupilas de Bryan se dilataron.

– Oh, Lucy… -murmuró con voz ronca por la pasión contenida.

Ella, recordando que estaban cerca de la cocina, no se lo pensó dos veces y volvió a mojar un dedo en la crema de chocolate, y le manchó la otra mejilla para luego lamerla como había hecho antes.

– Eres una chica muy traviesa -dijo Bryan.

El no iba a ser menos. Metió el dedo en el bol de nata montada, y lo pasó por los labios de Lucy.

– Fíjate; te has manchado tú también.

Lucy se lamió los labios, pero Bryan sacudió la cabeza.

– No, no, todavía te queda -le dijo antes de inclinarse para besarla.

El beso comenzó siendo apenas un roce de labios, pero pronto se volvió más apasionado, y al cabo de un rato tuvieron que parar porque estaban quedándose sin aliento. Sin embargo, Bryan no se quedó quieto, sino que imprimió un reguero de suaves besos por la línea de la mandíbula y el cuello de Lucy, al tiempo que le acariciaba el pecho a través de la camiseta.

– No llevas nada debajo -murmuró.

– Es que me vestí a toda prisa antes de bajar -contestó ella arqueándose hacia él.

Quería que acariciara cada centímetro de su cuerpo.

Bryan le subió la camiseta, dejando sus senos al descubierto, y la empujó contra el frigorífico para besarlos y lamerlos, primero con delicadeza, y luego casi con fruición.

Lucy estaba cada vez más excitada, y no dejaba de gemir y suspirar.

Bryan se detuvo un momento para quitarle la camiseta, y comenzó luego a desabrochar su camisa, pero su impaciencia era tal que arrancó los últimos botones.

Cuando apretó su torso desnudo contra el de ella, los dos jadearon extasiados.

– Bryan… -murmuró Lucy frotándose contra él.

– Lucy, deberíamos parar.

– Oh, no. No, no, no, no me hagas eso.

– No tengo encima ningún preservativo.

– No es necesario; tengo un DIU.

– ¿Lo dices en serio?

Lucy bajó las manos para desabrocharle los pantalones.

– ¿Cómo iba a bromear con algo así? Y ahora hazme el amor, Bryan Elliott, o te echaré toda la crema de chocolate por la cabeza.

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