Al día siguiente, Lucy continuó analizando los datos que había descargado en el banco, pero no con muchos ánimos. No era que no quisiera averiguar quién estaba detrás de aquel caso de malversación de fondos, pero no podía dejar de pensar que cuando esa persona fuera arrestada Bryan y ella tendrían que decirse adiós.
Con un suspiro volvió a centrarse en su tarea. Ese día estaba comparando otra vez las horas de conexión a Internet de los distintos empleados con las horas a las que se habían producido las transferencias ilícitas.
Hacia la hora del almuerzo ya había eliminado de la lista de posibles sospechosos a unos cuantos empleados más. Ya sólo le quedaban cinco.
Bryan le había dicho que estaría ocupado todo el día y que probablemente no regresaría hasta tarde, así que Lucy decidió bajar al restaurante a comer.
Bryan había programado el ascensor para que reconociera su voz, así que no ya tenía que preocuparse por no poder volver a subir al apartamento.
Cuando entró en la cocina del restaurante una sonrisa acudió de inmediato a sus labios al recordar lo que había ocurrido allí entre Bryan y ella la noche anterior.
– ¡Lindsay! -exclamó Stash cuando la vio, yendo a saludarla con un par de besos en las mejillas-. Bryan me dijo que bajarías a almorzar. Scarlett está aquí si quieres ir a sentarte con ella.
– Oh, bueno, no querría molestar; no sé si…
– Tonterías. Estoy seguro de que se alegrará de verte -replicó Stash.
Y antes de que Lucy pudiera volver a protestar la llevó al comedor y la condujo a la mesa de Scarlett, que estaba sentada con una joven.
– Scarlett, chérie, mira a quién te traigo -dijo Stash.
Nada más verla, Scarlett se levantó con una sonrisa.
– Qué sorpresa tan agradable, Lindsay. Siéntate con nosotras; todavía no hemos pedido -le dijo-. ¿Podrías traernos otra carta, Stash?
– En seguida -contestó éste antes de alejarse.
– Deja que os presente -dijo Scarlett volviéndose hacia la chica que estaba con ella, que se había levantado también-. Lindsay, Jessie. Jessie, Lindsay Morgan, la novia de mi primo Bryan.
– Encantada -dijo la chica tendiéndole una mano a Lucy.
– Lo mismo digo -respondió ella estrechándosela y mirándola con curiosidad-. Scarlett, no me habías dicho que tenías otra hermana.
– ¿Qué? -dijeron Scarlett y Jessie al mismo tiempo.
Lucy miró a una y luego a otra. Bueno, no eran idénticas como Scarlett y su gemela, Summer, pero el parecido era evidente.
– Sois hermanas, ¿no?
Scarlett se rió y, quizá fuera sólo su imaginación, pero a Lucy le pareció que Jessie se había puesto pálida de repente.
– ¿Qué te ha hecho pensar eso? -le preguntó en un tono casi preocupado.
– Lo siento. Es que os veo un cierto parecido -murmuró Lucy azorada.
– Jessie trabaja como becada en Charisma y está a mi cargo -intervino Scarlett-. La he invitado a almorzar.
– Mm, sí, y la verdad es que acabo de acordarme de que he olvidado algo que tengo que tener acabado para mañana, así que creo que os dejo -dijo de pronto Jessie, un tanto aturullada, colgándose el bolso.
– Oh, vamos, Jessie, seguro que puede esperar; quédate -la instó Scarlett, poniéndole una mano en el brazo-. Además, Lindsay va a pensar que te tenemos tan esclavizada que no te dejamos siquiera tiempo para comer.
– De verdad que me encantaría quedarme, pero no puedo. Encantada de conocerte, Lindsay -dijo apresuradamente Jessie.
Y antes de que Scarlett pudiera insistirle de nuevo, se marchó.
– Lo siento; no pretendía ahuyentarla así -se disculpó Lucy.
Scarlett se encogió de hombros, perpleja, y se sentaron las dos.
– No sé qué le habrá dado para irse de esa manera. Quizá le haya molestado que le hayas dicho que se parece a mí -murmuró pensativa.
Lucy no pudo reprimir una sonrisa.
– Oh, claro, debe haberle molestado muchísimo; ¿quién querría parecerse a ti? Sólo eres alta, guapa, tienes un tipo increíble. Un verdadero ogro.
Scarlett se rió.
– Ya. Pero… ¿de verdad has visto parecido entre nosotras como para pensar que éramos hermanas? -inquirió-. Yo también lo pensé cuando entró a trabajar en la revista, pero me dije que debían ser sólo imaginaciones mías.
– Bueno, hay un montón de personas que se parecen aunque no haya ningún parentesco entre ellas -contestó Lucy.
– Sí, supongo que sí.
Minutos después ya habían pedido, les habían servido, y habían dejado el tema de Jessie.
– Bueno, ¿y dónde está hoy ese novio tuyo? -le preguntó Scarlett.
– Por ahí -respondió Lucy con vaguedad-. La verdad es que no me ha dicho dónde iba; sólo que tenía algunos asuntos de los que ocuparse.
– Así que a ti no te cuenta mucho más de lo que nos dice a los demás, ¿eh?
Lucy negó con la cabeza.
– No, aunque la verdad es que tampoco quiero entrometerme.
– Pues quizá deberías. En serio, Lindsay, la familia entera empieza a estar harta de su secretismo. Cuando me habló de ti pensé que quizás por eso de un tiempo a esta parte pasaba tanto tiempo fuera, pero parece que no, porque ahora que estás aquí sigue desapareciendo sin decir dónde va.
Lucy no supo qué decir, y una vez más se preguntó si Bryan sabría lo preocupada que tenía a su familia. Se sentía mal por estar encubriéndolo, pero no podía decirle la verdad a Scarlett.
Bryan no regresó hasta casi las nueve de la noche, y cuando lo vio salir del ascensor Lucy no pudo evitar lanzarse a sus brazos.
– Eh, eh… -murmuró él frotándole la espalda-. ¿Ha ocurrido algo malo?
– No, es sólo que estaba preocupada por tí.
– ¿Por qué?, te dije que volvería tarde.
– Lo sé, pero es que como no me dijiste qué ibas a hacer ni dónde ibas, pues… empecé a imaginarme un montón de cosas horribles, como que te disparaban, que te apuñalaban, que te envenenaban…
– Oh, Lucy -dijo Bryan riéndose suavemente antes de besarla con ternura-. No he estado haciendo nada peligroso; sólo he estado por ahí, hablando con unos cuantos de nuestros informadores para intentar dar con Stungun. Y también me he reunido con Siberia.
– ¿Conoce él la verdadera identidad de Stungun?
– No, sólo el director de nuestra agencia la conoce, pero me ha dicho que irá a hablar con él mañana. ¿Y tú? ¿Has hecho algún progreso?
– Creo que sí. ¿Por qué no vamos a la cocina? Podemos preparar la cena y mientras te cuento lo que he descubierto.
Mientras Bryan hacía una ensalada y ella unos sándwiches, Lucy le explicó las conclusiones a las que había llegado aquella tarde, unas conclusiones que no le gustaban nada.
– Después de contrastar las horas de conexión a Internet de todos los empleados con las horas a las que se hicieron las transferencias, he conseguido reducir la lista de posibles sospechosos a una persona. Lo he revisado no una sino dos veces por si acaso, y el resultado sigue siendo el mismo.
– ¿De quién se trata?
– Peggy Holmes, la secretaria del señor Varjov, pero no logro imaginarla tratando con terroristas, la verdad. Es una mujer muy mayor, y lleva trabajando en el banco más de veinte años.
– Podría no ser tan descabellado -replicó Bryan-. Una de sus hijas está casada con un hombre que viaja con frecuencia a Oriente Medio por su trabajo. No es que haya nada de malo en eso, pero…
– No sabía que supieras eso.
– Hemos investigado a todos los empleados del banco -contestó él-. Y si te parece que Peggy Holmes puede ser la sospechosa nos centraremos en su yerno.
– Ya, pero es que… no sé, sigo diciendo que no puedo creerme que ella esté implicada en esto.
– ¿Y qué hay de Vargov? -inquirió Bryan-. Es el director del banco y tiene parientes en varias repúblicas ex soviéticas.
Lucy sacudió la cabeza.
– No puede ser él. Fue de los primeros a los que eliminé. Cada vez que se realizaba una de esas transacciones él estaba en alguna reunión.
– ¿Cada vez?
– Bueno, al menos en las primeras diez o quince transacciones. Las demás no las comprobé porque me pareció que eso demostraba que estaba limpio -le explicó Lucy, y luego, ante la expresión incrédula de Bryan, añadió-: Es verdad que tiene que asistir a muchas reuniones a lo largo del año.
– Sólo por curiosidad: comprobemos dónde estaba cuando se hicieron todas las transacciones -le propuso él.
– ¿Todas? Hay docenas.
– Todas.
Subieron al estudio con los sándwiches y la ensalada, y tres horas después tenían la respuesta que Bryan había estado buscando.
Se daba la más que curiosa coincidencia de que Vargov había estado en una reunión cada vez que se había hecho una transferencia, y de que durante, durante las dos semanas que se habían tomado de vacaciones, no se había realizado ni una sola.
– Pero si estaba en la sala de reuniones es imposible que hiciera él esas transacciones -objetó Lucy-; allí no tiene su ordenador y no podría conectarse siquiera a Internet.
– De hecho, incluso podría haber utilizado la contraseña de su secretaria. Quizá ella la tenga escrita en algún sitio -murmuró él sin escucharla.
– Pero sin ordenador, ¿cómo…?
– ¿Sabes si tiene una agenda electrónica de bolsillo? -la interrumpió Bryan.
– Pues… sí, creo que sí, pero…
– Y supongo que el banco dispondrá de conexión inalámbrica a Internet -apuntó él, como si estuviese empezando a atar cabos.
Lucy asintió.
– De modo que podría estar participando en las reuniones y al mismo tiempo hacer como si estuviese anotando algo en su agenda electrónica, cuando lo que estaba haciendo en realidad era conectarse a Internet con la contraseña de su secretaria para realizar esas transferencias.
– ¡Dios mío! ¿Cómo no se me habrá ocurrido? ¡Pues claro! -exclamó Lucy-. Pero aun así… No sé, el señor Vargov fue siempre tan amable conmigo… Me contrató cuando no tenía experiencia, y me dio incluso mi propio despacho.
– Lucy…, imagínate, por un momento, que fueras tú quien estuvieras malversando esos fondos. ¿Quién querrías que se ocupara de revisar las transacciones del banco?
Lucy comprendió entonces.
– Alguien sin experiencia -murmuró-, alguien que no estuviera cualificado para el trabajo.
– Exacto -asintió Bryan-. Y le pagarías bien para mantener a esa persona contenta. Un empleado satisfecho con sus condiciones laborales no suele dar problemas. Claro que le salió el tiro por la culata porque tú resultaste ser demasiado lista y concienzuda en tu trabajo.
– Tiene sentido -asintió Lucy.
– Formamos un buen equipo -le dijo Bryan con una sonrisa. Le tomó la mano, tirando suavemente de ella para hacer que se levantara, y una vez estuvo de pie la sentó en su regazo y la besó-. Nunca habría logrado averiguar esto sin ti.
Lucy le respondió con un beso largo y sensual. Después de haberse pasado todo el día delante del ordenador sin poder dejar de preocuparse por él, necesitaba liberar esa tensión, y se le estaban ocurriendo una o dos maneras de hacerlo.
– ¿Qué te parece si lo celebramos?
Un par de horas después yacían juntos en la cama de Bryan, después de una intensa sesión de sexo que los había dejado cansados pero satisfechos.
Bryan estaba callado, acariciándole el cabello, y Lucy, que llevaba todo el día intentando decidir si debía hablarle o no de la conversación que había tenido con su padre, y con su prima a mediodía, se dijo finalmente que tenía que hacerlo.
– Bryan… -comenzó, apartándose un poco de él para poder mirarlo a los ojos-. Tu familia está preocupada por ti. Esta mañana bajé al restaurante y me encontré con Scarlett. El que salgas del país tan a menudo la tiene inquieta, y no es la única. El otro día, en casa de tus abuelos, tu padre me comentó lo mismo, y me contó que el día de la boda de tu hermano apareciste con el labio partido y cojeando. Me explicó que le dijiste que habías tenido un accidente de coche, pero no te creyó.
Bryan suspiró.
– No fue un accidente. Habían puesto una bomba en el coche que la agencia me había proporcionado. Noté algo raro y me bajé justo antes de la explosión. Estaba en Francia, con Stungun. Estábamos investigando la asociación benéfica a la que estaban siendo desviados los fondos.
– Dios mío. ¿Estás diciendo que intentaron matarte?
Bryan se encogió de hombros.
– No fue la primera vez… ni será la última.
– Oh, Dios. No me cuentes más -le suplicó Lucy crispando el rostro espantada-. No quiero saber más.
– No diré nada más, pero necesito que tranquilices a mi familia, Lucy. ¿Podrás hacerlo?
– ¿Cómo quieres que haga eso? No puedo decirles que no se preocupen cuando puedes salir volando por los aires en cualquier momento -protestó ella-. Yo apenas hace una semana que te conozco y me siento fatal de pensar que pueda pasarte algo -añadió con voz queda.
Bryan la besó con dulzura.
– No va a pasarme nada. Además, me he comprometido a protegerte, ¿no?
– Sí, pero mañana te irás otra vez.
– Sólo por unas horas. Por la noche vamos a celebrar una fiesta en el restaurante, ¿sabes? Ya se han calculado los beneficios de mediados de año que ha conseguido EPH, y Cullen me ha dicho que superan con creces a los de años anteriores. Parece que la competición entre unas revistas y otras está teniendo el efecto deseado.
– ¿Y quién va ganando?
– Charisma, aunque no es algo que haya sorprendido a nadie. La tía Fin se está dejando la piel en esto. Claro que todavía quedan seis meses por delante.
– ¿Y cómo se ha tomado tu padre la noticia?, ¿has hablado con él?
– Parece que no le importa que Snap vaya en el último puesto. Está pasando por un mal momento por su segundo divorcio. Mi madrastra y él acabaron tirándose los trastos a la cabeza, pero imagino que debe verlo como otro fracaso en su vida.
Lucy asintió.
– Bueno, de todos modos, como tú has dicho, todavía le quedan seis meses para remontar -dijo-. ¿Te gustaría que fuese el siguiente presidente de la compañía?
Bryan se encogió de hombros.
– Me gustaría verlo feliz. Hace mucho tiempo que no le he visto una sonrisa de verdad.
Lucy no podía estar más aburrida. Bryan le había dicho que sólo estaría fuera unas horas, pero había almorzado hacía ya dos horas y seguía sin volver. Claro que tampoco podía molestarse con él por eso; al fin y al cabo lo que estaba haciendo era cumplir con su trabajo.
Pero aun así lo echaba de menos, y ya no tenía con qué mantenerse ocupada. Había repasado todos los datos que había descargado y no había encontrado nada más que pudiera serles de utilidad.
En ese momento sonó el teléfono. Lucy miró la pantalla, y al ver que llamaban desde el restaurante pensó que sería Bryan, que había regresado, y se apresuró a contestar.
Sin embargo, para su sorpresa, fue la voz de Stash la que oyó al otro lado de la línea.
– ¿Lindsay? Hola, soy Stash -le dijo-. Bryan acaba de llamar para decir que iba a retrasarse un poco, y quiere que decidas tú cuál va a ser el menú de la fiesta de esta noche.
– ¿Yo?, ¿por qué?
– No lo sé; me dijo que tienes buen gusto.
– Para los hombres quizá -respondió ella, haciendo reír a Stash-. De acuerdo; bajo en un momento -añadió, agradecida de tener algo con lo que distraerse.
Y así, quince minutos más tarde, Stash y ella estaban sentados en una de las mesas del restaurante, con un mar de papeles sobre la mesa, intentando decidir qué platos incluir en el menú de esa noche.
– Vas a tener que echarme una mano con esto, Stash -le dijo Lucy, abrumada por aquella enorme cantidad de platos con exóticos nombres-. ¿Sabes si hay algo que le guste en especial a la familia de Bryan, o algo que detesten? ¿Hay alguno que tenga alergia a algún alimento?
– Ninguna alergia que yo sepa. Aunque las damas, ya se sabe, están siempre preocupadas por su figura, así que deberías incluir algún plato ligero y bajo en calorías.
– De acuerdo. Mmm… ¿Qué tal el pollo asado relleno de piñones y crema de alcachofas?
– Excelente elección. Y ahora vayamos a por algo distinto para los paladares más atrevidos.
– Mmm… ¿El quiche cantones?
Stash asintió con la cabeza, dándole su aprobación, y continuaron así hasta completar el menú. Lucy se sentía halagada de que Bryan hubiera querido que fuera ella quien lo hiciera. Había sido un gesto tan atento por su parte…
La verdad era que se había divertido escogiendo los platos, y estaba deseando que llegara la hora de la fiesta para ver cuál sería la reacción de los Elliott.
Cuando la puerta del dormitorio se abrió de repente, Lucy dejó escapar un gemido ahogado y se tapó con las manos hasta que se dio cuenta de que no se trataba de un intruso, sino de Bryan, que sonrió al encontrarla vestida únicamente con el sujetador y las braguitas.
– Me has dado un susto de muerte -lo reprendió Lucy-. Al menos podrías hacer ruido al subir las escaleras para que te oiga.
– Prefiero pillarte desprevenida -murmuró acercándose a ella con un brillo travieso en los ojos.
Cuando llegó junto a ella le rodeó la cintura con los brazos y la besó como si en vez de unas horas hiciese semanas que no se veían, y pronto Lucy notó que le temblaban las piernas y le faltaba el aliento.
– Perdona que haya tardado tanto -le dijo Bryan-. ¿Elegiste el menú con Stash?
– ¿No le has preguntado al llegar?
– No, he subido directamente. No podía esperar ni un segundo más para verte… y me alegro de no haber esperado -murmuró él deslizando una mano dentro de sus braguitas.
– Bryan… no tenemos… tiempo para eso… -jadeó Lucy.
– Ahora se estila llegar tarde a las fiestas -replicó él.
En apenas medio minuto Bryan se había quitado ya toda la ropa. Sin embargo, en vez de llevar a Lucy a la cama la condujo a un silloncito sin brazos que había en un rincón, y después de tomar asiento la atrajo hacia sí para que se subiera a su regazo.
Apenas se habían besado ni tocado, pero Lucy se sentía ya húmeda, y los pezones se le habían endurecido.
Se quitó el sujetador, dejando que Bryan besara y lamiera sus senos a placer antes de bajar al suelo para sacarse las braguitas. Luego se colocó de nuevo a horcajadas sobre él, y comenzó a mover las caderas hacia delante y hacia atrás mientras se besaban, rozando con sus rizos púbicos el miembro en erección de Bryan.
– Lucy, ¿acaso quieres volverme loco? -masculló Bryan.
– ¿Acaso tienes prisa por ir a algún sitio? -lo incitó ella con un tono de lo más inocente.
Bryan deslizó una mano entre sus muslos e introdujo un dedo en su húmedo calor. Lucy jadeó y gimió.
– Oooh… está bien, sí que tenemos prisa.
– Ésa es mi chica -murmuró él tomándola por las caderas para alinear su erección con la entrada de su vagina.
Lucy descendió lentamente sobre él, disfrutando de cada centímetro que iba llenándola poco a poco, pero una vez que estuvo por completo en su interior, fue Bryan quien tomó las riendas. La agarró por las nalgas y comenzó a hacerla subir y bajar, controlando la profundidad de cada embestida. Lucy se asió a sus hombros y dejó que las increíbles sensaciones que la estaban invadiendo anularan por completo sus pensamientos, y pronto la explosión del orgasmo la hizo estremecerse de arriba abajo.
Sólo entonces se dejó ir Bryan, hundiéndose en Lucy por completo y derramando su semilla dentro de ella.
Durante un par de minutos ninguno de ellos se movió ni dijo nada, y finalmente fue Bryan quien rompió el silencio.
– Me encanta ver tu expresión cuando llegas al orgasmo -le dijo-. No te guardas nada; se puede ver cada emoción en tu rostro.
Lucy rogó por que no fuera así, porque sentía que estaba enamorándose de él, y sabía que lo suyo era… sencillamente imposible.