En la fría, región más meridional de la tierra, en el linde de los enormes peñascos de hielo que custodian los territorios polares, Cathlor Ryensson gobierna en paz su pequeño reino desde la enorme y antigua fortaleza de Carn Caille. En la sala de Carn Caille, el rostro del padre de Cathlor sonríe en el retrato que cuelga —desde su muerte acaecida cinco años atrás— en el lugar de honor sobre el sillón del rey; y junto a ese retrato cuelga otro, con los colores algo desvaídos por el aire salobre y el humo de la chimenea, que representa un grupo familiar. Este cuadro es particularmente hermoso; parece tan real que resultaría fácil imaginar a las cuatro figuras de la tela a punto de alzarse y, tras desperezarse, descender del marco para atravesar el estrado y ocupar sus lugares en la mesa real.
Pero el rey Kalig, la reina Imagen, su hijo Kirra y su hija Anghara, están muertos hace mucho tiempo. Aniquilados por la fiebre, recordadas ahora tan sólo en relatos y baladas, que cayó como una plaga sobre las Islas Meridionales más de un cuarto de siglo atrás, sólo se los evoca en relatos y baladas.
O eso al menos cree la gente.
Muchos de quienes pasan ahora por esta sala no recuerdan en absoluto a Kalig ni a su familia. Todo su interés se centra en la nueva dinastía fundada por Ryen que se prolonga hoy en su hijo; y aunque algunos se detienen de vez en cuando a contemplar el retrato con admiración y respeto, pocos pueden acordarse ya de la graciosa voz de Imagen ni de la risa espontánea de Kalig.
Nadie, y mucho menos el rey Cathlor, sería capaz de imaginar siquiera en sus más extravagantes sueños que un miembro de la familia de Kalig siga aún con vida, ni que fuera posible volver a ver sin que hubiera envejecido ni cambiado, el rostro serio de la muchacha de cabellos ligeramente rojizos que se sienta a los pies de su padre en el antiguo retrato.
La princesa Anghara no murió con los suyos; aunque muchas veces durante estos largos años lo haya deseado. Es ella, el único ser humano, que conoce la auténtica naturaleza de la plaga que aniquiló a sus seres queridos; porque fueron su mano y su estúpida e imprudente curiosidad, las que por violar una ley ancestral, arrojaron siete demonios al mundo entre alaridos y risas para que esparcieran su maldición sobre la humanidad..
Un momento tan sólo, un impulso salvaje y rebelde; ahora Anghara tiene que soportar una carga de culpabilidad y remordimiento que la atormenta, despierta y dormida, desde el día en que perdió su nombre y su hogar, y abandonó las Islas Meridionales para iniciar una nueva y amarga vida como vagabunda. Sólo ella puede reparar su culpa, buscar y eliminar los siete demonios que ella misma liberó de sus cadenas. Hasta que no haya terminado su tarea no existirá el descanso para ella ni tampoco podrá regresar a su país.
Anghara ha sido olvidada. Pero Indigo —el nuevo nombre que escogió para sí, que es también el color del luto entre los. suyos— vive aún, y, a veces, en remotos rincones de la tierra, hay quienes tienen motivos para conocerla y recordarla. Ha combatido con fuego y ha combatido con agua; por su mano han muerto ya dos demonios y los fantasmas de muchos seres inocentes la persiguen. Los recuerdos se agolpan en su mente y en sus inquietos sueños; y cuando piensa en su hogar y en los suyos, lo hace con una tristeza que los largos años de exilio distancian, pero no mitigan.
A pesar de ser inmortal y de no envejecer ^jamás, Indigo no está sola en su búsqueda. Con ella viaja una amiga, que, aunque no pertenece al género humano, sabe muy bien lo que significa ser un paria entre los propios congéneres y ha decidido compartir tanto la maldición de Indigo como su compromiso; les pisa los talones un enemigo implacable y eterno: Némesis. Némesis acecha a Indigo como una sombra maligna donde quiera que la muchacha vaya, ya que es parte de ella misma, creada en las profundidades más tenebrosas de su propia alma y que ha adquirido vida independiente: es la más peligrosa de todos sus adversarios, una criatura sonriente que acecha a Indigo detrás de cada sombra; un ser tentador, seductor y embaucador. Mientras Indigo viva, Némesis seguirá existiendo, y su existencia es la mayor de las amenazas.
Guiada por la piedra-imán que le regaló la Diosa de la Tierra, Indigo viaja ahora por todo el continente occidental. Durante un tiempo ha encontrado algo parecido a la paz, un momento de calma en el frenesí de su vida. Pero la calma no puede durar y sabe que muy pronto deberá retomar los hilos de su siniestro tapiz y ponerse en movimiento de nuevo. Los nubarrones empiezan a hacer su aparición en el horizonte; los malos augurios son cada vez más evidentes. Y en medio de la sombra de una tierra que no es lo que parece, entre amigos y enemigos que pueden intercambiar sus papeles, Indigo debe enfrentarse a la tercera y quizá la más peligrosa de sus pruebas...