En las gradas donde se construye el Integral, me vino a encontrar el segundo constructor. Su rostro era como siempre, redondo, blanco, llano, semejante a un plato de porcelana, y en este plato se me servía ahora algo repugnantemente dulzón. Dijo:
— Cuando usted estaba enfermo, en ausencia del jefe supremo, ayer sucedió algo…
— ¿Qué sucedió?
— Imagínese, cuando tocaron para el mediodía y salimos, uno de los nuestros descubrió a un individuo sin número. No me cabe en la cabeza cómo pudo entrar. Le llevaron al Despacho de Operaciones y allí ya sabrán sonsacar al pájaro… el por qué y cómo… — sonrió dulzón.
En el Despacho de Operaciones trabajaban nuestros médicos más experimentados bajo la directa vigilancia del Protector. Allí existen toda clase de aparatos y dispositivos, pero ante todo la campana de gas. Ésta se basa, en lo más esencial, en el mismo principio que la célebre campana de cristal de nuestros antepasados; entonces se ponía un ratón debajo de esta campana, se extraía el aire, etcétera, sin embargo, nuestra campana de gas es un aparato mucho más perfecto, pues trabaja con distintos gases y sobre todo no sirve para martirizar a pequeños animales indefensos, sino para salvaguardar al Estado único y con ello lograr la felicidad de millones de seres humanos.
Hace poco más o menos unos quinientos años, precisamente cuando comenzó su labor el Despacho de Operaciones, éste fue comparado por dos ignorantes con la Inquisición de nuestros antepasados, pero esto resulta tan absurdo como si se quiere situar a un cirujano que realiza una operación de traqueotomía al mismo nivel que un asesino. Ambos tal vez utilicen el mismo bisturí o cuchillo, y los dos realizan la misma operación, cortando la garganta a un ser humano, pero el uno trabaja en bien de la humanidad, el otro en cambio es un delincuente. El uno lleva el signo más, positivo, y el otro negativo, el menos.
Todo era tan sencillo y tan claro, que en un solo segundo, en un solo giro de la máquina lógica, lo comprendí. Pero, de pronto, las ruedas dentadas quedaron encalladas en un pequeño valor negativo y otra idea pululó en mi mente hasta que pudo salir a flote: aquel llavero en la puerta del armario había penduleado de un lado para otro. De modo que en aquel momento debían de haber cerrado la puerta de golpe; en cambio I había desaparecido sin dejar rastro. Esto no podía controlarlo la máquina. ¿Un sueño? Pero yo seguía experimentando todavía aquel dulce dolor en mi hombro derecho. Apoyada en este hombro, I había caminado conmigo a través de la bruma…
— ¿Te gusta la bruma? — había preguntado ella. Sí, también amaba la bruma, lo amaba todo. ¡Y todo era tan nuevo y tan maravilloso!
— Todo está en orden, todo marcha bien… — murmuré quedamente.
— ¿Está bien? — Los ojos redondos de porcelana del Segundo Ingeniero me miraron fijamente. En sus pupilas habla un gran asombro.
— ¿Que es lo que está bien? ¿Está bien que este individuo vaya husmeando por aquí, ése que no lleva número?… Ellos están en todas partes, durante todo el tiempo están por aquí, junto al Integral…
— ¿Quiénes?
— ¡Y yo qué sé! Pero presiento que están entre nosotros a todas horas.
— ¿Ha oído hablar de que ahora se puede extirpar quirúrgicamente también la fantasía? — (efectivamente, no hacía mucho que se hablaba de aquel asunto).
— Sí, ya sé. Pero ¿qué tiene que ver esto con nuestro problema?
— Yo, en lugar de usted, iría al médico para hacerme operar.
Puso cara de pocos amigos. Pobrecillo, incluso la menor insinuación de que pudiera tener una fantasía más o menos viva le ofendía gravemente. Tal vez una semana atrás yo también me habría sentido ofendido, pero ahora la cosa es distinta, pues sé que tengo fantasía y que estoy soñando. Y sé también que no quiero curarme.
No siento deseos de quedar curado.
Bajamos por la escalera hacia el Integral. El dique se extendía a nuestros pies como si se nos ofreciese en la palma de una mano.
Mi querido lector desconocido, sea usted quien sea, también para usted sale el sol. Si alguna vez estuvo enfermo tal como lo estoy ahora, entonces sabrá lo que es el sol matutino y lo que puede significar. Usted conocerá ese oro sonrosado y cálido. Hasta el aire parece haber tomado su calor, todo queda impregnado de esta cálida sangre solar, todo palpita y respira. Las piedras son blandas y animadas, el hierro vive y arde, y los hombres se sienten colmados de alegría y de vida.
Tal vez dentro de una hora ya nada quede de todo esto, pero aún subsiste.
También en el cuerpo cristalino del Integral vibraba algo; el Integral debía de estar pensando en su porvenir grandioso y temible, en la pesada carga de la dicha segura de que tiene que llevar hacia usted, querido desconocido. La vida que quizás está buscando eternamente y jamás encuentra. Pero esta vez la encontrará y será dichoso. Usted tiene el deber de ser feliz. Ya no tendrá que esperar mucho tiempo, pues el casco del Integral está casi terminado: es un elipsoide gracioso, construido con nuestro vidrio tan duradero como el oro y tan dúctil como el acero.
Observé cómo los travesaños y los aros quedaban soldados a aquel tronco cristalino y cómo en la popa se montaba el depósito para el gigantesco motor-cohete.
Cada tres segundos una explosión, cada tres segundos el Integral vomitará llamas y gases al cosmos y se precipitará inevitablemente hacia adelante: será el Tamerlán fogoso de la dicha…
Miré hacia abajo, hacia las gradas. Siguiendo la ley de Taylor, rítmicos y rápidos, al mismo tiempo y al igual que las palancas de una enorme máquina, los hombres se doblan, se enderezan de nuevo y giran. En sus manos brillaban unas varas delgadas angulares, los travesaños y los recodos. Grandes grúas de cristal se deslizaban pausadamente por railes de vidrio, giraban sobre sí mismas y se inclinaban con la misma obediencia que los hombres para dejar por fin su carga en la panza del Integral. Y estas grúas humanizadas y estos hombres perfectos eran como un solo ser. ¡Qué belleza tan emocionante, tan perfecta, cuánta armonía y ritmo!… ¡Rápido, bajemos rápido, todo me invita a estar con ellos!
Trabajé junto a los demás, preso en el mismo ritmo cristalino, el mismo ritmo de acero… Movimientos uniformes, mejillas sonrosadas y sanas, unos ojos claros como espejos y unas frentes libres de las nubes que surgen por culpa de la ilusión y la imaginación. Me sentía nadar en un mar plateado.
De pronto alguien me dijo:
— ¿Se encuentra hoy mejor?
— ¿Por qué mejor?
— Porque ayer no vino. Pensamos que se encontrarla bastante mal. — Sus ojos estaban radiantes y en su sonrisa se reflejaba una ingenuidad infantil.
Las mejillas se me colorearon, no me sentía capaz de engañar a estos ojos. Guardé silencio…
En el ojo de buey, encima de mi cabeza, apareció un rostro sonriente, blanco como la porcelana.
— ¡Eh, D-503, por favor! ¿Querrá subir un momento? Estamos construyendo precisamente…
Ya no oí lo que siguió; escapé precipitadamente escaleras arriba, y me salvé indignamente gracias a esta evasión. No tuve ni siquiera la fuerza necesaria para alzar la vista: los escalones de cristal parecían tambalearse bajo mis pies y a cada nuevo peldaño mi situación se tornaba más desesperante: un delincuente contaminado como yo nada debía hacer aquí. Ya nunca más podré identificarme con este ritmo exacto, mecánico, ni jamás nadar en este mar brillante y tranquilo. Habré de quemarme eternamente, correr sin descanso de un lado para otro, en busca de un rincón en donde ocultar la luz de mis ojos… Eternamente, hasta que encuentre la suficiente energía para presentarme y…
Un escalofrío asesino me azotaba. No sólo se trataba de mí, sino que también debía pensar en ella, en I. ¿Qué le sucedería entonces a ella?
A través del portalón salí a cubierta y me detuve. No sabía por qué había subido hasta aquí. Alcé la vista. Encima de mi cabeza ardía un sol de mediodía turbio y mortecino, y a mis pies estaba el Integral, gris, rígido y sin vida. La sangre roja que había vitalizado a este cuerpo gigantesco, parecía haberse escapado, y reconocí que mi fantasía me había jugado una mala pasada; que todo era igual que antes.
— ¡Eh, D-503! ¿Es que está sordo? No hago más que llamarle… ¿Pero qué le pasa? — inquirió el segundo constructor casi a mi lado. Debía de hacer rato que me llamaba y, sin embargo, no lo había oído. ¿Qué me pasa realmente? He perdido el timón, y el avión sigue precipitándose en el vacío; sigue volando, pero yo he perdido la dirección y no sé si me estrellaré contra la tierra o si me remontaré por los aires, cada vez más arriba, hacia el sol en llamas…