Capítulo 5

Kane entró en la casa y oyó el maullido de las crías, lo que le pareció extraño ya que, normalmente, no hacían ningún ruido. Dejó el portafolios en una silla de la cocina, salió al cuarto de estar y vio a las crías en la caja, pero no a la madre.

Buscó por toda la casa, pero no había rastro de la gata. Pero la ventana que había dejado entreabierta para que se ventilara la casa estaba más abierta y la rejilla estaba fuera, en el suelo. La gata se había marchado.

Lanzó una maldición y miró la caja con las crías. ¿Habría abandonado a su familia? No necesitaba más problemas, pensó mientras agarraba el teléfono, y fue cuando se dio cuenta de que no tenía su número de teléfono.

Tres minutos más tarde estaba marcando. Sus programas de seguridad, junto con un buen ordenador y conexión de Internet, le permitían encontrar a cualquier persona en cualquier parte del mundo.

– ¿Sí?

Kane frunció el ceño. La voz no le resultaba familiar.

– ¿Willow?

Oyó un sonido nasal seguido de un tembloroso:

– Sí.

Algo le pasaba. No quería saberlo, pero sabía que debía preguntar, era lo correcto. Al demonio, pensó unos segundos más tarde.

– Soy Kane.

Willow emitió un sonido semejante a un sollozo.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella con voz espesa, una voz que a él le pareció de llanto-. No me llamarías si no te pasara algo.

Willow había dicho la verdad y eso le gustaba.

– La gata se ha marchado.

– ¿Jazmín?

– Sí, Jazmín. He dejado la ventana abierta para que entrara aire y la gata ha conseguido tirar la rejilla y se ha escapado. Las crías no hacen más que maullar y yo no sé qué hacer.

– No dejar la ventana abierta es lo mejor que podías haber hecho -dijo ella con voz queda-. Ahora mismo voy.


Willow hizo lo que pudo por recuperar la compostura, no quería que Kane pensase que había llorado por él. No lo había hecho. Sus problemas no tenían nada que ver con Kane. Pero los hombres eran tan arrogantes que seguro que era lo primero que él pensaría.

Aparcó el coche y, con el último pañuelo de papel que le quedaba, se secó las lágrimas. Luego, se sonó la nariz y tomó aire. Prefirió no pensar en su aspecto. Lo importante era encontrar a Jazmín.

Salió del coche, lista para llamar a la gata; pero antes de poder pronunciar una palabra, Jazmín salió de entre unos arbustos y maulló.

Willow se agachó y le acarició el lomo.

– ¿Necesitabas pasar un rato a solas? -le preguntó Willow-. ¿Te estaban cansando tus hijos?

Jazmín volvió a maullar y se frotó contra ella. La puerta de la casa se abrió.

Willow se enderezó y se preparó para recibir el impacto de la presencia de Kane. Ese hombre era muy guapo. Era un hombre alto, fuerte y parecía dispuesto a enfrentarse al mundo.

– Ha vuelto -dijo Willow señalando a Jazmín-. Creo que sólo quería estar sola un rato. ¿Has intentado abrir la puerta y llamarla?

– Ah, no. No se me había ocurrido. No tengo práctica con los animales domésticos.

– Eso es evidente.

Kane la miró, luego a la gata y, una vez más, a ella. A Willow se le ocurrió pensar que se sentía algo estúpido. Quizá no estuviera bien, pero eso la hacía sentirse mejor.

– Te sugeriría que sujetaras bien las rejillas. Además, no estaría mal que dejaras salir a la gata todas las mañanas un rato. Debe de ser agotador cuidar de tres gatitos.

– Está bien, lo haré. Gracias.

Kane se la quedó mirando. Willow no sabía qué era lo que él estaba pensando y tampoco le importaba mucho en ese momento. Estaba sumamente triste, le habían dado la noticia sin previo aviso.

– ¿Quieres entrar?

– ¿Queda alguna pasta?

Kane asintió.

– Está bien -quizá lo ayudara tomar un poco de chocolate.

Willow entró en la casa. Jazmín también entró y se fue a la caja, con sus crías.

– Siéntate -dijo Kane indicando el sofá.

Willow se sentó. Le resultaba extraño estar allí otra vez, se había jurado a sí misma no volver a verlo. Aunque le gustaba ver el cuerpo de ese hombre, no pudo evitar pensar que aquél era otro lugar en el que la habían rechazado.

Kane le llevó una bandeja con pastas y una botella de agua.

A pesar de la presión que sentía en el pecho, Willow lo miró y sonrió.

– ¿Pastas y agua?

– Lo siento, no tengo nada de bebida.

– No te preocupes.

Mientras hablaba, una lágrima le resbaló por la mejilla. Willow tuvo miedo de echarse a llorar y tragó saliva.

– ¿Tienes pañuelos de papel? -preguntó ella.

– Sí, ahora te los traigo.

Kane se marchó y volvió inmediatamente con una caja de pañuelos de papel. Willow agarró un par de pañuelos y se secó las lágrimas.

– No te asustes, no lloro por ti -explicó Willow-. He perdido mi trabajo. No sabía nada, no me habían avisado. Yo creía que todo iba bien. De repente, me han llamado para decirme que ya no requieren mis servicios. Mucha gente les escribió diciéndoles que mi cómic no tenía gracia o que no lo entendían.

Willow respiró profundamente y lo miró. Kane seguía de pie junto al sofá, como si no supiera qué hacer.

– Las protagonistas eran tres chicas calabazas. Eran amigas, salían juntas e iban de compras. Vivían en una granja, aunque no era una auténtica granja. Había un centro comercial y un restaurante. Salían con otras verduras. Era muy gracioso.

Willow bajó la cabeza y continuó llorando.

– ¿Cómo es posible que la gente no le viera la gracia? Además, trabajaba mucho -eso era lo que más le molestaba, lo mucho que había dado de sí misma en el trabajo.

– ¿No puedes vender tu viñeta en algún otro sitio? -le preguntó Kane.

– Creo que no. Se trataba de una revista de horticultura semanal. Las chicas calabaza eran de cultivo biológico, llevaban un estilo de vida holístico. Eran muy espirituales.

– ¿Las calabazas?

Willow asintió.

– No ganaba mucho dinero, no era una revista de gran tirada. Pero era un trabajo. Con el dinero que me daba la viñeta y con la venta de velas conseguía vivir.

– ¿Vendes velas?

– Sí -Willow contuvo un sollozo-. Ya sé que no soy como mis hermanas, pero me gustaba mi vida. Era una vida de poca cosa, pero me gustaba. Tenía mis velas y a mis chicas. Pero ahora ya no tengo a las chicas y no sé qué voy a hacer. Además, me dijeron que no tenía gracia. Adiós. Sin más. Aunque no les ha importado todo lo que he trabajado. ¿Tienes idea de las horas que me llevaba hacer la viñeta a la semana? Muchas.

Kane se sentó en el sofá y la miró.

– Lo siento.

– Gracias. Y no se trata de ti, está todo lo demás. Hace un par de días fui a comer con mis hermanas. Me dijeron que evitaba a los hombres normales porque tenía miedo de enamorarme, y creo que tenían razón. Soy una fracasada.

– No eres una fracasada, estás pasando por un mal momento.

Eso casi la hizo reír.

– ¿Un mal momento? Mi vida profesional está acabada. ¿Sabías que mi hermana Julie ha sacado su licenciatura en derecho a la primera? Ahora trabaja para una empresa jurídica internacional y pronto la harán socia de la empresa. Marina, mi hermana pequeña, también es muy lista; terminó el bachillerato a los quince años y le dieron una beca para estudiar en la universidad. Está licenciada en química y en física. ¿Qué te parece? ¿Y sabes qué está haciendo ahora?

Willow lo miró. Lo veía algo borroso por las lágrimas.

– ¿Lo sabes? -insistió.

Kane negó con la cabeza.

– Ahora está aprendiendo lenguaje por señas, para sordos. Quiere compensar y dar algo a la comunidad por haber hecho los estudios gratis. Es una buena persona. Y yo ni siquiera puedo vender una viñeta sobre calabazas. Mis dos hermanas son listas y guapas, yo no soy nada.

Kane se sintió como si hubiera descendido a los infiernos. El sufrimiento de Willow lo hacía sentirse incómodo y no tenía idea de qué decirle. Lo único que se le ocurrió fue:

– Eres guapa.

– Vamos, por favor.

– Lo digo en serio. Eres muy atractiva. Te deseaba, ¿o ya no te acuerdas?

Willow volvió su hinchado rostro a él, los ojos rojos.

– Me deseabas, en pasado. Una noche. Dijiste que eso era todo lo que habría entre los dos y tenías razón. Sólo valgo para una noche, pero no para volver a hacer que me desees.

¿No habría sido mejor que Willow le hubiera pegado un tiro? Le habría dolido menos, pensó Kane.

– No te preocupes, yo ya no quiero nada de ti -declaró Willow-. No me interesa el sexo por compasión.

– Yo… tú…

Más lágrimas resbalaron por las mejillas de Willow.

– Maldita sea, Kane. Podrías haberte insinuado para que yo hubiera podido rechazarte. Es una cuestión de educación.

Entonces, Willow empezó a llorar realmente, con profundos sollozos. Él se sintió como si estuviera en un país extraño, en otra galaxia. No sabía qué hacer. Quizá hubiera palabras de consuelo, pero él no las conocía.

Las mujeres pasaban por su vida sin dejar huella. Conocía sus cuerpos, pero no sus almas ni sus corazones. Willow estaba dolida, realmente dolida. Aunque lo comprendía, no sabía cómo arreglarlo.

Despacio, sintiéndose estúpido, la rodeó con un brazo. Willow se volvió hacia él y apoyó la cabeza en su hombro. Él la estrechó contra sí, sintiendo los pequeños huesos de su espalda. Era muy frágil, pensó. Sin embargo, en otros aspectos, era una mujer fuerte y con poder.

Las lágrimas de Willow le empañaron la camisa. Le acarició la espalda. Quizá debiera decirle algo, pero como no sabía qué, se quedó callado. Por fin, las lágrimas cesaron y la oyó respirar profundamente.

– Voy a tener una discusión con mi hermana -dijo Willow con voz queda.

– ¿Por qué lo tienes apuntado en el calendario?

– No, porque mi padre vuelve a casa. Mi madre me llamó anoche para decírmelo. Julie siempre se enfada y se pone a criticar cuando mi padre aparece. No es como otros padres. No está mucho en casa. A mi madre no le importa. Están enamorados o, al menos, mi madre lo está de él y dice que con eso es suficiente. Yo la creo, pero Julie no. Julie dice que mamá necesita algo más que un marido que sólo la visita una o dos veces al año, se queda algún mes que otro y luego desaparece.

– ¿Adónde va?

– No lo sé. Ninguna lo sabemos. Lo ha hecho siempre. Marina lo acepta, pero Julie jamás lo perdonará. Son dos personas con opiniones muy firmes. Las personas deberían tener opiniones firmes.

Kane le acarició el rubio cabello, suave y condenadamente erótico.

– ¿Por qué?

– Porque eso pone orden en la vida de uno. Yo soy la mediana, maldecida con la capacidad para ver las dos caras de la moneda. Me molesta y también a los que me rodean.

Kane le alzó la barbilla, obligándola a mirarlo. Los ojos de Willow eran del color del mar caribeño. Incluso enrojecidos eran bonitos. Esa boca lo incitaba. De repente, el deseo se apoderó de él.

– Kane, ¿te pasa algo?

– No, estoy bien.

¿Qué le ocurría? La había poseído una noche y eso era suficiente. Siempre había sido suficiente. Necesitaba una distracción.

– ¿Te gustaba dibujar la viñeta? -preguntó Kane.

Los ojos de ella se ensombrecieron instantáneamente.

– Claro. Era divertido y creativo. Aunque algunas veces no me gustaba el estrés de tener una fecha de entrega. Solía retrasarme en la entrega, lo que no era bueno.

– ¿Era tu sueño? ¿Era lo que querías hacer desde pequeña?

Los ojos de Willow se despejaron y sonrió.

– No. No era mi sueño de niña.

– ¿Cuál era tu sueño de niña?

Willow se apartó ligeramente de él y se secó la cara con una mano.

– Siento haberme puesto en evidencia de esta manera. Tú sólo querías que te ayudara a encontrar la gata y te he mojado la camisa.

Willow tocó el húmedo tejido. Kane ignoró el ardor que el roce le había provocado.

– No has contestado a mi pregunta.

– Lo sé. Es sólo que… es tan insignificante. Julie hace grandes cosas y Marina quizá salve vidas, es posible que hasta el planeta. Yo no soy así.

– ¿Por qué ibas a tener que ser así?

– No lo sé. Pero si no soy igual que ellas, ¿no me sentiré marginada?

– Siempre serás parte de tu familia -le dijo Kane-. A lo mejor, si hicieras lo que quieres hacer en vez de lo que crees que deberías hacer, no te molestaría ser diferente.

Willow parpadeó.

– Eso está bien. ¿Lees libros de autoayuda?

– No.

– Eso me parecía. Lo que yo quiero… -Willow respiró profundamente antes de continuar-. Me encantan las plantas. Me encanta que todas sean diferentes. Me encanta verlas crecer; sobre todo, las duras. Me encanta su aspecto, su tacto, su olor y sus diferentes personalidades.

¿Personalidades? ¿Las plantas? Bueno, se trataba de Willow.

– A veces, cuando cambian en una noche, es como magia -dijo ella-. Me gustaría abrir un invernadero.

Willow se interrumpió y pareció encogerse, como si estuviera dispuesta a recibir un ataque.

– Una tontería, ¿verdad?

– No, no es ninguna tontería -le dijo él-. ¿Por qué no lo haces?

– No sé nada respecto al negocio en sí. No he estudiado horticultura ni he trabajado en un invernadero. Además, montar un negocio cuesta dinero.

– Podrías casarte con Todd. Un millón de dólares es dinero suficiente para montar un negocio.

Willow sonrió.

– Muy gracioso.

Después, Willow se recostó en el sofá, pillándole el brazo, pero Kane no quiso apartarlo.

– Está bien, hablaré en serio. Ponte a trabajar en un invernadero y aprende el negocio. Y métete en una escuela técnica donde se aprenda a llevar un negocio.

Willow se lo quedó mirando.

– Lo dices como si eso fuera sencillo.

– ¿Por qué iba a ser difícil? Cuando estaba en el hospital y uno del ejército que reclutaba soldados vino a verme, me di cuenta de que era la oportunidad perfecta. No podía quedarme donde estaba, volverían a por mí. Ya había falsificado la fecha de nacimiento, diciendo que tenía dieciocho años; por lo tanto, cuando me dieron el alta, me alisté en el ejército. Si es importante, uno hace lo que sea. No tiene por qué ser difícil. Willow, has conseguido que adopte a esa maldita gata. Créeme, puedes montar un negocio.

– ¿Lo dices en serio?

– Lo sé.

Willow sonrió, fue una sonrisa de felicidad que le hizo desear desnudarla allí mismo y poseerla. En lugar de ello, le ofreció una pasta.


Más tarde, cuando Willow se hubo marchado y Kane volvía a estar solo con los gatos, miró a la gata madre, que lo observaba con gran interés.

– No te hagas ilusiones -le dijo él-. Sólo llamé a Willow para que me ayudara a encontrarte, no volverá a ocurrir. No me gusta nadie, ni siquiera tú.

La gata parpadeó.

– Tan pronto como tus crías se puedan defender por sí mismas, os llevo a todos al lago. Que quede claro.

La gata volvió a parpadear y su ronroneo fue lo único que se oyó en la habitación.

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