Capítulo 6

Willow eligió una de las diminutas bolas que tenía encima de la mesa, agarró también el pegamento y, con sumo cuidado, la pegó a una de las velas que había acabado la noche anterior. Entretanto, hizo lo posible por no sonreír mientras Kane se paseaba por su pequeña cocina.

Lograba cruzar la estancia con tres zancadas. Ella le había ofrecido una silla, pero Kane parecía decidido a llevar aquella conversación de pie.

Se lo veía incómodo, quizá fuera por la decoración de su casa, pensó Willow; era muy femenina, sobre todo, con los lazos y los frunces de las cortinas que ella misma había hecho. Había plantas por todas partes, así como velas y tazones con flores secas aromáticas. Una pequeña colección de unicornios de porcelana adornaban una de las estanterías del cuarto de estar. Los muebles eran blancos, de bambú, y los sillones tenían cojines con estampado de flores.

No, no era la clase de sitio que a Kane debía de gustarle.

– Voy a estar fuera dos noches -dijo Kane-. Si pudieras ir a dar de comer a la gata…

– No te preocupes, lo haré -respondió Willow sonriente-. Me encargaré de la comida y del aseo de los gatos, pero tendrás que darme las llaves de tu casa.

– Sí.

Willow agarró otra bolita.

– Será como si viviéramos juntos.

Kane la miró fijamente.

– No, no vivimos juntos.

– Yo no he dicho eso exactamente.

– Lo has insinuado. Sólo vas a cuidar de la gata, eso es todo. La gata que te empeñaste en que me quedara yo. No debería tener una gata.

– Pero la tienes.

Kane apretó los labios.

– Tú encárgate de la gata y nada más. Y no rebusques entre mis cosas.

Willow fingió sentirse insultada.

– ¿Crees que haría semejante cosa? Por favor, Kane, ¿cuándo he violado yo tu espacio?

– ¿Quieres que te haga una lista? Te conozco -gruñó él-. Eres una cotílla.

Era muy divertido, pensó Willow contenta. Kane era adorable cuando se enfadaba.

– Te prometo que no lo haré.

– No te creo.

– Eh, yo no miento. He dicho que no curiosearé.

– Si lo haces me daré cuenta. Probablemente.

– Te he dado mi palabra -lo informó ella-. Respetaré tu intimidad.

Kane la miró durante un segundo; luego, dejó la llave de su casa encima del mostrador de la cocina.

– Voy a ensañarte una cosa -añadió Willow.

Al momento, se levantó, fue al cuarto de estar y agarró un catálogo que tenía encima de una mesa de centro de cristal y bambú.

– Mira -le dijo agitando la revista en la mano-. Es del semestre de primavera de la escuela técnica de mi barrio. Voy a apuntarme a clases para montar un negocio. Y también he estado buscando trabajo en invernaderos.

Willow se interrumpió para darle efecto a la noticia.

– Tengo una entrevista el jueves -añadió.

– Me alegro mucho -dijo Kane, relajándose.

– Gracias. Te lo debo a ti.

– Lo único que he hecho ha sido mencionar la posibilidad, lo has hecho tú todo.

– Te debo un favor -insistió ella.

Kane se puso tenso otra vez.

Willow sonrió traviesamente.

– ¿Te estoy poniendo nervioso? No era mi intención.

– Sí, me estás poniendo nervioso.

– Está bien, pero no es para preocuparse. Admítelo, Kane, no habías conocido nunca a nadie como yo y te estás encariñando conmigo.

– Como me encariñaría con el moho -Kane se cruzó de brazos-. Ya veo que te sientes mejor. De nuevo con autoridad y descarada.

«Descarada». ¿Era así como la veía?

– No te hagas ilusiones -añadió Kane.

– Claro que no. Tú no quieres tener una relación. ¿Y amigas?

– No.

– Ni novias, ni familia ni amigos. Es lo más triste que he oído en mi vida -murmuró Willow.

¿Era realmente posible que no quisiera a nadie y que nadie lo quisiera? Empezó a ponerse muy triste.

– No vayamos por ese camino -le advirtió.

– ¿Qué camino?

– Ninguno que a ti te importe. Es mi vida y me gusta.

– ¿Es que nunca quieres algo más?

– No.

Sin pensar, Willow cruzó la distancia que los separaba y lo abrazó. Kane le apartó los brazos.

– No quiero esto, Willow.

– Puede que yo sí. Acéptalo y dame un abrazo.

Willow pensó que él iba a ignorarla; pero, por fin, sintió los brazos de Kane alrededor de su cuerpo.

Se mantuvieron abrazados. Kane era el hombre más peligroso que había conocido en su vida; sin embargo, no le tenía miedo. Seguía haciéndola sentirse segura y a salvo.

Willow alzó el rostro y lo miró a los ojos. La pasión que vio en ellos la dejó sin respiración. El deseo se apoderó de ella.

– Quieres acostarte conmigo.

Inmediatamente, Kane se apartó de ella.

– Eso no tiene importancia.

– Claro que la tiene. Es maravilloso. Vamos a acostarnos.

Willow le tomó la mano y tiró de él hacia el dormitorio, pero Kane se negó a moverse. Ella se dio media vuelta, encarándosele.

– ¿Qué demonios te pasa? -quiso saber Willow.

– Tengo motivos para seguir unas ciertas reglas de comportamiento.

– Eres un cabezota y tus reglas son estúpidas.

– Eso es sólo tu opinión -la informó él.

– Pero me deseas, lo sé.

– Sí, es verdad. Pero no voy a hacer nada.

– Kane…

Kane se acercó a la puerta.

– Volveré el jueves por la tarde.


El jueves por la tarde Willow dejó el coche a la puerta del edificio donde estaba su apartamento. No podía dejar de sonreír, la entrevista le había ido muy bien. Beverly, la dueña del invernadero, y ella habían hablado de plantas y jardines durante casi dos horas. Al final, Beverly no sólo le había ofrecido el puesto de trabajo sino que también había aumentado el salario en dos dólares la hora, tras prometer más subidas con el tiempo.

– Eres la clase de persona que estaba buscando -le había dicho Beverly-. Es una suerte que hayas venido.

Tenía ganas de bailar de lo contenta que estaba, pensó Willow mientras salía del coche y se dirigía a la puerta.

Pero su buen humor se disipó cuando vio una moto, que conocía muy bien, delante del edificio. Junto a la moto estaba un hombre alto y desgarbado.

Chuck había vuelto.

De repente le extrañó que esas tres palabras, en el pasado, hubieran despertado en ella la ilusión de que quizá hubiese regresado para quedarse. Chuck era una extraña mezcla de un hombre que necesitaba ayuda y, al igual que su padre, de un hombre que sólo podía permanecer en el mismo sitio unos meses.

– Willow -dijo él mientras se le aproximaba-. Estás estupenda.

– Hola, Chuck.

Willow contempló el largo cabello, los ojos de gato y la sonrisa sensual de Chuck, y se preparó para empezar a derretirse. Pero no le ocurrió esta vez. No sintió nada.

– Has cambiado la cerradura -dijo él señalando la puerta-. No he podido entrar.

– Sí, he cambiado la cerradura -seis meses atrás.

– ¿No me vas a invitar a entrar?

Willow no tenía nada que decirle, pero ¿por qué no?

– Sí, entra.

Willow abrió la puerta y lo dejó entrar. Chuck miró a su alrededor y sonrió traviesamente.

– Igual que siempre -dijo él-. Está todo muy bonito.

¿Bonito?

– Si no recuerdo mal, solías decir que la decoración de mi casa era tan femenina que daba ganas de vomitar.

– ¿Eso decía? No hablaba en serio. Tienes mucho gusto, Willow.

Chuck se le acercó y la rodeó con sus brazos.

– Y también estás muy guapa. Sensual.

¿Sensual?

– ¿Desde cuándo? -preguntó ella-. Después de la única vez que nos acostamos juntos me dijiste que me considerabas como una hermana.

– No, no lo dije en serio.

Willow se apartó de él, entró en la cocina y sirvió dos vasos de té con hielo.

Chuck se apoyó en el mostrador de la cocina.

– Siguiendo tus consejos, he cambiado de vida, Willow. Me fui a vivir a Tucson, encontré trabajo y he ahorrado dinero. También gané mucho dinero jugando al póquer y lo invertí en una empresa. Me va muy bien y ahora estoy ahorrando para comprarme una casa.

– Me alegro por ti -dijo Willow con sinceridad.

– No quiero volver a llevar la vida que llevaba antes -le dijo Chuck-. Te necesito, Willow. Me siento mejor cuando estoy contigo. Por eso, se me había ocurrido que podrías venir conmigo. Podríamos vivir juntos durante un tiempo y si las cosas nos fueran bien podríamos casarnos. Quieres casarte, ¿no? ¿Y tener hijos?

Un año atrás Willow no habría tardado ni un segundo en decir que sí. Ahora, no sentía nada.

¿Qué le pasaba?

– Te deseo lo mejor. Estoy muy orgullosa de ti, del cambio que has dado en tu vida… pero no tengo ningún interés en irme a vivir a Tucson.

Chuck volvió a acercársele y le puso las manos en las mejillas.

– Eh, Willow, he vuelto.

Entonces, Chuck bajó la cabeza y la besó.

Willow esperó la llegada de la incipiente pasión; o, al menos, un deseo de venganza. Al fin y al cabo, Chuck, después de haberse acostado con ella, le dijo que no le gustaba en ese sentido.

No le devolvió el beso. ¿Qué sentido tenía?

Chuck se enderezó.

– ¿Qué pasa?

– Nada -respondió ella con honestidad, casi contenta-. Absolutamente nada.

– Te he dicho que quiero vivir contigo -dijo Chuck-. Estabas esperándome, ¿no?

– Parece ser que no -lo informó Willow, haciendo un esfuerzo por no sonreír. Se sentía libre y en paz consigo misma.

– Pero…

Willow retrocedió unos pasos.

– Chuck, estoy contenta de que hayas encontrado lo que querías y me alegro de haberte ayudado. Pero no me necesitas. Será mejor que encuentres a otra mujer a la que realmente ames y con la que quieras formar una familia. Una mujer que te haga feliz.

– Yo te quiero a ti -insistió él.

– No lo creo. La cuestión es que yo siempre te ayudaba. Pero ya no me dedico a eso, no necesito hacerlo. Te irá bien.

Chuck parecía más confuso que disgustado.

– He vuelto para llevarte conmigo.

– Te lo agradezco, pero no.

– Estabas enamorada de mí.

– Ya no -quizá nunca lo hubiera estado. Quizá hubiera sido una fantasía.

Willow miró el reloj de la pared y añadió:

– Bueno, tengo cosas que hacer. Tengo que salir.

Chuck la agarró de un brazo.

– ¿Se trata de otro hombre?

«Ojala», pensó Willow, consciente de que se había curado de desear a hombres que no la deseaban.

– No. Se trata de un gato. Estoy cuidando del gato de un amigo.

– Si es por el dinero, te lo devolveré -dijo él.

Sí, cuando los elefantes volaran.

– Estupendo.

Willow le quitó la mano de su brazo y, con cuidado, lo empujó hacia la puerta, al tiempo que, en el camino, agarraba su bolso y las llaves.

– Gracias por pasarte por aquí. Me alegra haberte visto, Chuck. Te deseo lo mejor del mundo.

Una vez que estuvieron fuera, Willow cerró la puerta con llave y se dirigió a su coche.

– Adiós y buena suerte -le dijo a modo de despedida.

Él no le respondió. Willow puso en marcha el vehículo y se marchó. Después de dar varias vueltas por el barrio, cuando estaba segura de que Chuck se había ido, regresó a su casa.

Entró en su piso y recogió unas velas y más pastas que había hecho. Quería darle una sorpresa a Kane. Quería hacerle un recibimiento en toda regla.

Fue a casa de Kane y entró. Jazmín maulló a modo de saludo. Willow se agachó junto a la gata y la acarició. Dos de las crías habían abierto ya los ojos.

– Hola, pequeños -dijo ella con voz queda-. Estáis ya muy mayores. Sí, sí que lo estáis. ¿Sabéis quién viene esta tarde? Kane. ¿Estáis contentos de que venga? Yo sí.

Después de dar de comer a Jazmín y de limpiar el cajón de arena, Willow salió, fue a su coche y sacó las bolsas. Estaba a punto de entrar otra vez cuando oyó un ruido extraño.

Chuck, en su moto, llegó hasta la casa y se detuvo. Se quitó el casco y caminó hacia ella.

– Se trata de un hombre -dijo él-. Me has mentido.

– Yo no te he mentido. Te he dicho que estaba cuidando de un gato. ¿Quieres verlo?

Chuck le quitó una de las bolsas y miró el contenido.

– Velas y pastas. Te conozco, Willow. Se trata de otro hombre.

– ¿Y qué? ¿Por qué te sorprende? Es mi vida Chuck. Tú has estado meses ausente y no ha sido la primera vez que te has marchado. ¿Creías que iba a estar esperándote?

La expresión de perplejidad de él le indicó que la respuesta era afirmativa. Qué estupidez.

– Antes siempre me habías esperado.

– Ya no. Mi vida ha cambiado.

– ¿Quién es ese tipo?

– Somos amigos solamente.

– No te creo -Chuck dejó la bolsa en el suelo y se acercó más a ella-. ¿Quién es?

Willow nunca había visto a Chuck tan enfadado. Y cuando lo vio alzar una mano, por un segundo creyó que iba a pegarle.


Kane rodeó con el coche la curva del camino y, delante de su casa, vio a Willow y a un tipo que no conocía. Le llevó menos de dos segundos reconocer el miedo en el lenguaje corporal de Willow y una amenaza en la forma en que aquel hombre alzaba la mano.

Aparcó y salió del coche.

– ¿Es éste? -le preguntó aquel intruso a Willow mientras él se acercaba-. ¿Es por él por lo que no quieres volver conmigo?

– No quiero estar contigo porque no quiero -respondió ella con firmeza-. No quiero tener una relación contigo, Chuck. Márchate.

Chuck se echó a reír.

– Ni lo sueñes.

Willow miró a Kane.

– Perdona, Kane. Este es Chuck. Éramos amigos.

Chuck la miró furioso y luego lanzó una maldición. Chuck asintió, se subió a su moto y se marchó a toda prisa.

Kane se volvió hacia Willow, que lo miraba con intensidad.

– Desde luego, si algo no eres es aburrida.

Willow sonrió.

– Bienvenido a casa.

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