Capítulo 11

Liz y David recorrieron con Natasha el camino hacia el aparcamiento subterráneo, donde los estaba esperando un coche diferente y dos hombres.

– Refuerzos -dijo él y le presentó a los dos agentes. Uno era ruso y el otro norteamericano. Ella sonrió y les estrechó la mano, pero unos segundos después ya no recordaba sus nombres.

Era el miedo. Aquella emoción oscura no le dejaba pensar, respirar ni albergar esperanzas. Allí fuera había unos extraños que querían llevarse a su hija y ella tenía miedo de no poder detenerlos.

David condujo hasta el orfanato por carreteras secundarias y callejones. Por fin llegaron al edificio. El agente norteamericano salió del vehículo y se quedó cerca, mientras el ruso desabrochaba el cinturón de la silla de Natasha. Mientras se la entregaba a Liz y a David, tres hombres se acercaron a ellos. Eran altos y amenazadores y uno de ellos llevaba una pistola.

– El bebé. ¡Ahora!

Aquellas palabras fueron pronunciadas en voz muy baja, pero Liz asimiló el significado. Su miedo se intensificó. No podía moverse, lo único que podía hacer era observar el cañón del revólver que los estaba apuntando. Supo que moriría pronto, porque no estaba dispuesta a entregar a Natasha.

David se acercó a ella. Aunque Liz no se volvió, sintió su presencia. Inesperadamente, él hizo un movimiento ágil y le dio una patada al hombre armado en el brazo. La pistola salió volando. Entonces, ella sintió que alguien la empujaba hacia el orfanato. Cuando hubo entrado en el vestíbulo pudo darse la vuelta y se dio cuenta de que el agente norteamericano la estaba dirigiendo hacia el interior del edificio.

– David -jadeó ella.

– Estará bien.

– Pero eran tres.

El hombre, alto y rubio, le sonrió.

– No se preocupe.

Torcieron una esquina y se encontraron con Maggie.

– Estaba mirando por la ventana y he visto lo que ha ocurrido. ¿Estás bien?

– Sí -respondió Liz-. Gracias a él -dijoy se volvió hacia el hombre-. Lo siento, pero no recuerdo su nombre.

– Robert.

– Muchísimas gracias por todo.

– Sólo he hecho aquello para lo que estoy entrenado.

Liz no estaba muy segura de querer saber en qué consistía su entrenamiento. Siguió a Maggie hasta la guardería, donde puso a Natasha en una cuna. Después se inclinó hacia ella.

– No te preocupes -le dijo Maggie para intentar calmarla, al darse cuenta de que estaba temblando incontroladamente-. Natasha y tú estáis bien.

– Sí, pero, ¿por cuánto tiempo? -Liz apretó los puños con fuerza e intentó no llorar-. ¿Cuándo volverán? ¿Qué ocurrirá después?

– Que los encontraremos -dijo David desde la puerta.

Liz actuó por instinto. Se dio la vuelta y lo abrazó. Él le devolvió el abrazo.

– Sé fuerte, Liz -le pidió-. Es la única forma de vencer a esos miserables.

Era un buen consejo, pero Liz no estaba segura de poder seguirlo durante mucho más tiempo.

– ¿Se han escapado? -preguntó Robert.

– Sí. Casi los teníamos, pero salieron corriendo. Dimitri fue tras ellos, pero no creo que encuentre nada -David se apartó y miró a Liz-. Voy a dejar a Robert aquí para que vigile.

Ella asintió. Habría preferido que se quedara David, pero sabía que tenía que trabajar.

– Estaremos bien.

Él sonrió.

– No sabes mentir.

– Tengo que practicar.

– No será necesario. Cuando vuelva a la oficina, voy a ver qué puedo hacer para que otro juez se haga cargo de este caso y Natasha y tú podáis salir de aquí cuanto antes -le dijo y le dio un beso en la mejilla-. Ahora tengo que irme.Tienes mi número si necesitas hablar conmigo. Volveré en un par de horas.

Ella asintió y vio cómo se marchaba. Tenía ganas de llamarlo, pero la parte sensata de su cabeza le dijo que sería mejor acostumbrarse a estar sin David. En cuanto se marchara de Moscú, él estaría fuera de su vida para siempre.

A los pocos minutos de que David saliera, el otro hombre que los había acompañado al orfanato entró en la guardería. Era alto y musculoso y tenía rasgos eslavos. Cuando Liz se volvió hacia él, sacudió la cabeza.

– Los he perdido -dijo en inglés, con un fuerte acento ruso-. David me pidió que hiciera guardia por el jardín y por el edificio -añadió y miró a Maggie-. ¿Necesitas ver mi identificación?

Pareció que ella se sentía incómoda, pero asintió. Después, estudió la placa que él le mostró.

– Sé que estás aquí para proteger a Natasha y a Liz -le dijo la asistenta social-. Pero por favor, recuerda que aquí hay muchos niños, así que no ataques a todo lo que salga corriendo de un armario.

El hombre sonrió, mostrando sus blanquísimos dientes.

– Tendré cuidado -prometió.

Hubo algo en su voz, algo grave y seductor. Liz tardó un instante en darse cuenta de que estaba mirando fijamente a Maggie de una forma que no tenía nada que ver con el trabajo y todo con el hecho de ser un hombre y estar en presencia de una mujer atractiva.

Liz miró a uno y al otro. Tenía sentido. Maggie tenía menos de treinta años, era muy guapa y a juzgar por la ausencia de alianza en su dedo anular, soltera.

Liz se levantó.

– Voy a estirar las piernas durante un rato. ¿Puedo pasear por el jardín?

Dimitri asintió.

– Sí, pero no salgas más allá de la verja.

– Por supuesto que no.

No tenía planeado hacerlo. Además, no era ella la que le interesaba a aquellos tipos que estaban esperando fuera.


Debido a que llevaba varios días encerrada, estaba ansiosa por disfrutar del sol y del jardín. Se alejó un poco del área de juegos de los niños y se dirigió hacia el pequeño huerto que cultivaban los empleados del orfanato. Vio judías verdes, tomates, zanahorias, patatas y remolachas. Cuando pasó junto al pequeño cobertizo en el que seguramente se guardaban las herramientas y las semillas, percibió un movimiento extraño por el ventanuco y oyó un crujido de la madera. Al acercarse aún más a la puerta, alguien salió cojeando a la luz del sol.

– ¡Sophia!

Liz reconoció el miedo en los ojos de la muchacha justo cuando se volvía para echar a correr.

– ¡No te vayas! -le dijo Liz-. Por favor, quiero ayudarte.

Sophia se volvió lentamente. Liz se estremeció al ver los moretones que tenía en la cara y el tremendo arañazo que se había hecho en un brazo.

– Por favor, Sophia. Nadie quiere causarte problemas. He estado muy preocupada por ti.

– Estoy bien -respondió Sophia en tono desafiante.

– No lo parece. Parece que has estado huyendo. ¿Es porque te están persiguiendo los mismos hombres que quieren llevarse a Natasha?

Sophia abrió mucho los ojos y Liz reconoció su terror.

– No la tienen -se apresuró a decir Liz-. Han intentado quitármela, pero nos las hemos arreglado para impedírselo.

La expresión de Sophia se endureció.

– ¿Quiénes?

– David Logan y yo. El hombre que estaba conmigo el otro día. El norteamericano. Me está ayudando.

– Ya debería haberse ido -dijo Sophia con aspereza-. ¿Cuándo tiene la vista con el juez?

– Es una larga historia. Por favor, permite que te ayude.

La muchacha sacudió la cabeza y comenzó a caminar cojeando. Liz fue tras ella.

– ¡Sophia, espera! Sé la verdad. Sé que eres la madre de Natasha.

Fue todo un farol, pero funcionó. La chica se quedó petrificada.

– No. No es mía.

Sin embargo, sus palabras no resultaron muy convincentes, porque había comenzado a temblar. Liz se acercó a ella y le puso un brazo sobre los hombros, con delicadeza.

– Vamos, entra -le pidió-. Podrás lavarte un poco y comer algo. Hablaré con David y encontraremos un lugar seguro para que te quedes.

La chica se encogió de hombros para zafarse del brazo de Liz.

– ¿Y por qué iba a ayudarme? -le preguntó con desconfianza.

– Porque quiero que estés bien. No quiero que sigas escondida en ese cobertizo. Yo no diré nada, pero alguien te encontrará al final y entonces, ¿qué? Por favor, Sophia, entra.

La chica asintió. Liz la tomó por el brazo y la condujo hacia el edificio. Encontraron a Dimitri en la puerta trasera.

– ¿Quién es? -preguntó el agente con aspereza.

– Una amiga mía. David la conoce.

El hombre no parecía muy convencido, pero les permitió pasar. Liz llevó a Sophia hasta una de las habitaciones privadas de la enfermería. Dejó a Sophia en la cama y fue a buscar esparadrapo, vendas y pomada para hematomas. Maggie llegaba por el pasillo.

– Dimitri me ha dicho que te has encontrado con alguien fuera.

– Es Sophia -le dijo Liz, mientras buscaba lo que necesitaba en el armario que había junto a la puerta de la enfermería-. Creo que lleva escondida un par de días. Quiero hablar con ella en privado. ¿Te importa? Me temo que no dirá nada si hay demasiada gente alrededor.

– Claro que no me importa. ¿Crees que tendrá hambre? Voy a traer un sandwich y algo de sopa. ¿Vas a llamar a David para contárselo?

Liz pensó en aquella posibilidad, pero negó con la cabeza.

– Primero quiero escuchar su historia. Yo se lo contaré todo a él cuando venga.

Volvió junto a Sophia, que estaba sentada al borde de la cama. La muchacha la observó con cautela mientras echaba agua en una palangana de metal y tomaba toallas limpias.

– ¿Qué te ha pasado? -le preguntó a Sophia, mientras le tomaba el brazo e inspeccionaba el arañazo-. Parece que te has caído rodando por una montaña.

– Salté de una furgoneta.

Liz se sentó en un taburete, a su lado.

– Seguro que tenías una buena razón.

Colocó el brazo de Sophia sobre la palangana y le echó agua, con cuidado, sobre la herida. La chica hizo un gesto de dolor. Liz le limpió la suciedad de la herida. Después le limpió el corte de la cara. Al ver la quemadura circular que tenía en el otro brazo, Liz se estremeció.

– ¿Qué es esto?

– La quemadura de un cigarrillo.

A Liz se le encogió el estómago. No quería saber más. No quería formar parte de aquel mundo horrible. La vida era mucho más fácil en Portland.

Le lavó la quemadura y siguió preguntándole por las demás heridas.

– Sólo son moretones -dijo Sophia-. Son de cuando caí a la carretera.

– ¿Crees que te rompiste algo?

– No.

– Vamos -dijo Liz y la guió hacia el baño-. Tienes toallas limpias junto a la ducha. Maggie te está preparando algo de comer. Yo te traeré ropa limpia y después podremos hablar.

La adolescente la miró con cautela.

– ¿Por qué es amable conmigo?

– Porque quiero ayudarte. Tú estuviste aquí por Natasha.

A Sophia se le hundieron los hombros.

– Es mi hija. ¿Qué otra cosa iba a hacer?

– Mucha gente se habría marchado sin más. Tú te quedaste para protegerla. Quiero compensarte por eso.

No parecía que Sophia estuviera muy impresionada. Liz lo intentó con otra táctica.

– ¿Quién te enseñó inglés? Hablas muy bien.

Sophia se encogió de hombros.

– Una anciana que vivía en mi edificio. Era inglesa. No me dijo nunca por qué vivía en Moscú. No podía caminar bien y yo la ayudaba. Ella me enseñó a hablar inglés. Después se murió.

– Tú la ayudaste y ella te ayudó a ti. Eso es lo que yo quiero hacer. Te lo debo.

Sophia no parecía nada convencida, pero no dijo nada más. Liz la dejó a solas en el baño y salió a la enfermería. Allí encontró a Maggie, que había llevado los sandwiches y la sopa.

– Necesita ropa -le dijo Liz-. ¿Crees que habrá algo que le valga?

Maggie sonrió.

– Es tan delgada que no creo que haya problema. Voy a ver qué tenemos entre la ropa de los niños.

Desapareció por el pasillo en dirección al armario de la ropa. Un poco después volvió con una muda limpia, una camiseta y dos pantalones vaqueros de tallas diferentes.

– Gracias -dijo Liz-. Esto le valdrá hasta que lavemos su ropa.

– ¿Qué vas a hacer con ella? -le preguntó Maggie-. No quiero ser cruel, pero no puede quedarse aquí.

– Lo sé. Hablaré con David cuando venga. Estoy segura de que habrá un lugar donde pueda ir. Si no, la alojaremos en un hotel.

Parecía que Maggie quería decir algo más, pero Liz tomó la ropa y se marchó, sin darle la oportunidad de hacerlo. Lo que menos necesitaba en aquel momento era que le explicaran por qué era imposible salvar a Sophia. En aquel punto, a Liz no le importaba lo que era posible. Quería hacer lo que estaba bien.

Media hora después, Sophia se había vestido y había comido, e iba con Liz hacia la guardería. La muchacha se aproximó cautelosamente a la cuna.

Robert la observó cuando se inclinó sobre la cuna de Natasha y sonrió.

Sophia habló dulcemente en ruso y después tomó a la niña en brazos. Si Liz tenía alguna duda de la relación de la muchacha con la niña, desapareció en el mismo momento en que vio su rostro.

El dolor y el amor se mezclaron en una expresión tan fiera que Liz tuvo que apartar la mirada. Se le encogió el corazón mientras se cuestionaba su propio derecho a llevarse a Natasha. Se sintió abrumada por las dudas y tuvo ganas de gritar. Sin embargo, se obligó a ser fuerte.

– Tenemos que ir a algún sitio a hablar -le dijo, intentando que su voz tuviera un tono normal-. La mayoría de los niños están fuera. Podemos ir a la sala de juegos.

Sophia asintió y se dirigió hacia allí. Liz la siguió con Robert a su lado.

– ¿Qué ocurre? -preguntó el agente.

– Nada. Sophia trabaja aquí. No ha podido venir durante unos días y no ha visto a Natasha.

Liz se sintió agradecida por el hecho de que Robert aceptara su explicación. No quería entrar en detalles sobre quién era la adolescente. Liz prefería hablar de aquello con David.

Cuando llegaron a la luminosa sala de juegos, Liz y Sophia se sentaron sobre unas mantas en el suelo y Robert en una silla, junto a la puerta.

– ¿Quién es ese hombre? -le preguntó Sophia a Liz, mientras colocaba a la niña en el suelo y le daba varios juguetes.

– Trabaja con David. Está aquí para proteger a Natasha.

– ¿Y a usted?

Liz se las arregló para sonreír un poco.

– A mí no. Podrían venir y llevarme en menos que canta un gallo.

– Pero usted no es el objetivo.

– No. ¿Por qué lo eres tú?

Sophia le ofreció un dedo a la niña y Natasha lo agarró con fuerza.

– Usted tenía razón. Yo soy su madre.

Liz asintió.

– Tú siempre te preocupabas mucho por ella. No me di cuenta al principio, pero después de que desaparecieras y esos hombres intentaran quitármela, comencé a preguntármelo.

Sophia suspiró.

– No quería que las cosas salieran mal. El hombre que va detrás de Natasha, Kosanisky, es malo. Tiene poder y no le importa hacerle daño a la gente.

Liz miró la quemadura del brazo de Sophia.

– ¿Fue él quien te hizo eso?

– Sí. Lo hizo porque yo no le llevé a Natasha. Trabajo para él desde que tenía catorce años. Soy prostituta.

Liz mantuvo la expresión de su rostro tan neutral como le fue posible.

Sophia continuó hablando.

– Ya había estado embarazada antes. Intento no quedarme, pero es difícil. Los hombres no siempre usan preservativo. Kosanisky me obligó a deshacerme del bebé anterior. Yo no quería, pero él me pegó y perdí el niño, de todas formas.

Liz tragó la bilis que le había subido por la garganta.Tuvo ganas de abrazar a Sophia.

– ¿Cuántos años tienes?

– Diecisiete -respondió Sophia-. Pronto seré demasiado mayor para trabajar para él, pero por el momento… sobrevivo.

Aquello no era sobrevivir. Era un verdadero infierno.

– Con Natasha las cosas fueron distintas -continuó la chica-. Kosanisky me dijo que tuviera al bebé y que él le encontraría una casa. Al principio yo creía que se refería aquí, en Rusia. Después supe que los niños iban a América. Había parejas ricas que pagaban por ellos. A mí no me gustó eso, pero sabía que Natasha estaría más segura allí. Sabía que no podía quedármela.

Liz quiso preguntarle a la muchacha si había tenido la tentación de hacerlo y se preguntó si aquello sería posible. ¿Cómo iba a cuidar al bebé si era prostituta? ¿En qué otra cosa podría trabajar? Liz dudaba que Sophia hubiera ido al colegio. Se había visto atrapada en unas circunstancias que estaban fuera de su control.

– Cuando nació Natasha, me dijo que la cuidara durante seis semanas. Después, Kosanisky vendría por ella. Después de unos días, supe que no quería que la vendiera como si fuera un perro. Quería ver a la familia que iba a adoptarla. Me dije que si no me gustaban, me la llevaría.

– ¿Y Kosanisky no lo sabía?

– No se lo dije, pero él lo sabía. El primer trato no se cerró y yo me puse muy contenta -miró a Liz y sonrió-. Y vino usted. Yo la vi con Natasha y me di cuenta de que la quería mucho. Eso está bien. Pero entonces apareció otra pareja. Querían una niña que tuviera un aspecto en concreto. Él me obligó a sacarle fotografías de Natasha. Eran lo que querían. Pagaron una cantidad extra. Él se quedó satisfecho y entonces vino por la niña.

– Pero tú no la tenías.

– No. Él intentó obligarme a que se la diera. Sabía que estaba en el orfanato.Y sabía que usted estaba aquí para adoptarla. Yo no le dije su nombre y me escapé. Pero él vendrá por Natasha. No se detendrá nunca.

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