Capítulo 12

Liz volvió a la sala de juegos después de llamar a David y contarle superficialmente lo que había ocurrido. Él le había advertido que no diera demasiada información por teléfono, así que Liz habló vagamente.

Sophia estaba sentada donde ella la había dejado, con Natasha en brazos, cantándole.

– David está de camino hacia aquí -le dijo, cuando Sophia alzó la vista hacia ella-. Él es muy bueno en estas cosas. Sabrá lo que hay que hacer.

– ¿Y qué podemos hacer? -le preguntó Sophia con resignación-. Kosanisky quiere a mi bebé y no se detendrá hasta que tenga a Natasha. Yo tenía la esperanza de que usted se hubiera marchado ya. Cuando esté fuera de Rusia con la niña, él no podrá hacer nada.

Liz no respondió. No podía. Había escuchado dos sencillas palabras que le habían atenazado las emociones. «Mi bebé».

Por supuesto. Natasha era la hija de Sophia.

Cuando Liz había pensado que la muchacha pudiera ser la madre de Natasha, no se había dado cuenta de que su relación podía ir más allá de lo biológico.

– ¿Quieres quedarte con la niña? -le preguntó Liz. Le costó mucho decir aquello, pero sabía que tenía que hacerlo.

Sophia alzó la cabeza y la miró con los ojos muy abiertos.

– ¿Qué?

– Tú quieres a Natasha. Se ve claramente. Si quieres… -tuvo que tragar saliva antes de poder hablar de nuevo-. Entendería que…

– ¡No!

Sophia casi le lanzó a la niña. Natasha emitió un gritito al notar que la trataban con rudeza. Liz la tomó en brazos y le habló con dulzura. Sophia dio varios pasos hacia atrás.

– No -repitió, con más suavidad-. Yo no puedo. Ella está mejor con usted.

– Pero tú la quieres.

La muchacha se encogió de hombros.

– El amor no le dará de comer ni la mantendrá a salvo. Usted puede hacer las dos cosas.

Liz no sabía qué decir. Sophia tenía más de diez años menos que ella y sin embargo, la sabiduría cansada que tenía en los ojos hablaba de todo lo que había visto y había soportado.

– Yo podría ayudarte -le dijo Liz.

Sophia tomó una jirafa de peluche y se la dio a Natasha. La niña se rió.

– Tengo una prima -le dijo Sophia, mirando el juguete-. Vive lejos, en el campo. Es mayor que yo, está casada y tiene tres hijos. Algunas veces nos escribimos. Hay un hombre que vive cerca de ella. Un granjero. Es bueno y honesto y está buscando una esposa. Mi prima le dio mi fotografía.

Sophia miró a Liz.

– Él cree que yo soy una buena chica que ha vivido siempre en un orfanato. Todo lo que sabe de mí es mentira, así que quiere casarse conmigo. Mi prima dice que hay que trabajar mucho, pero que será fácil comparado con lo que he tenido que aguantar. Sé que ella tiene razón. ¿Qué es ordeñar una vaca o cuidar de un huerto?

– ¿Vas a casarte con él? -le preguntó Liz.

– Sí. Cuando sepa que Natasha está en Norteamérica, iré a casa de mi prima a conocer a este hombre. Una vez yo era una buena chica. Creo que me acuerdo de lo que tengo que hacer.

Liz sacudió la cabeza.

– Las cosas no tienen por qué ser así. Yo puedo y quiero ayudarte. ¿Por qué vas a casarte con un extraño? Sophia, hay otras oportunidades.

La adolescente la miró con lástima.

– Usted no entiende lo que es la vida para alguien como yo. Quiero irme al campo. Quiero ser como era antes. Limpia, buena. Si me llevo a Natasha, él sospechará y las cosas serán distintas entre nosotros. Es mejor que vaya sola. Tengo que convertirme en otra chica -dijo y miró por la ventana-. Tengo que salvarme a mí misma.

Liz no quería entenderlo. No quería que aquél fuera el mundo de Sophia. Pero lo que decía tenía sentido y ella sabía que para la muchacha, aquélla era una oportunidad para empezar de nuevo.

– Yo la querré con todo mi corazón -le prometió Liz-. No le faltará nada. Te lo prometo.

Sophia continuó mirando por la ventana. Una lágrima se le deslizó por la mejilla.

– Sí. Eso está bien. Cuando crezca, usted le hablará de mí. Y me gustaría que le dijera cosas buenas.

Liz asintió. No podía hablar entre sus propias lágrimas.

David subió de dos en dos las escaleras hacia la planta de la sala de juegos. Cuando llegó a la puerta, su agente se acercó.

– La chica apareció hace dos horas -le dijo Robert, en voz baja-. Han estado aquí durante hora y media. Hablando. No he escuchado nada.

David asintió. Aquéllas habían sido exactamente sus órdenes: tener a Natasha a la vista durante todo el tiempo, pero no escuchar lo que hablaban Liz y Sophia.

– Saldremos de aquí en un rato -le dijo David-. Necesito que busques un refuerzo.

– Claro, jefe.

David lo dejó junto a la puerta y se acercó a las dos mujeres. Ellas se pusieron de pie al verlo. Liz se había puesto muy contenta, pero Sophia dio dos pasos atrás.

– Sophia, ¿te acuerdas de David Logan? Trabaja en la embajada -le dijo Liz a la chica.

– ¿Cómo estás? -le preguntó David, amablemente.

– Bien, gracias.

Él observó sus moretones y los arañazos. Después se acercó para inspeccionar la quemadura que Sophia tenía en el brazo. Reconoció la forma y soltó un juramento entre dientes.

– ¿Quién te ha hecho esto?

– Vladimir Kosanisky. Trabajo para él.

Lo dijo con enfado, con los hombros erguidos, en actitud de desafío. Aquella mezcla de cautela y bravata de la muchacha le dio a entender a David mucho sobre su relación con Kosanisky.

– Entonces, tendremos que atrapar a ese desgraciado, ¿no?

Sophia se relajó un poco.

– ¿Seguro que podrá? Él es poderoso y conoce a gente. Paga mucho dinero, no sólo pequeños sobornos. Controla un mundo del que usted no sabe nada.

David se acercó a las mantas que había sobre el suelo.

– ¿Por qué no me hablas de ello?

Cuando estuvieron sentados, Liz lo puso al corriente de lo que sabía, rápidamente. Después, Sophia le dio bastantes detalles más. Él lo apuntó todo en su libreta, sin demostrar ninguna emoción, ni siquiera cuando la chica admitió que era la madre biológica de Natasha.

El nombre de Kosanisky le resultaba familiar. Si estaba en el negocio del mercado negro de niños, Ainsley sabría más sobre él. David tomó nota de que tenía que ponerse en contacto con ella aquella misma noche. Sophia mencionó sobornos y pagos. Aquello explicaría por qué el juez había requerido que se cumpliese el período de diez días de espera en Moscú.

– ¿Qué más sabes sobre Kosanisky? -le preguntó a la chica-. ¿Puedes darme más nombres?

– Unos cuantos. Algunos lugares. Si sabe que estoy hablando con usted, todo cambiará.

Si Kosanisky se enteraba de que Sophia estaba hablando con él, pensó David, estaría muerta en muy poco tiempo.

– No puedes quedarte en la ciudad -le dijo.

– Tiene planeado irse a vivir al campo -intervino Liz.

– Bien -dijo David, mirando a Sophia-. Puedes irte esta misma noche.

La chica negó con la cabeza obstinadamente.

– Me quedaré aquí hasta que sepa que Natasha está fuera del país. Quiero que esté a salvo.

David no discutió sobre aquello. Reconocía a una persona decidida cuando la veía. Pensó en las opciones que tenían. ¿Cómo y dónde la escondería durante los nueve próximos días?

– Si no quieres irte, podemos alojarte en un hotel a las afueras de la ciudad -le dijo David-. Te daremos protección. Seguirás estando cerca de Natasha y podrás saber exactamente cuándo Liz y ella salen del país.

Sophia volvió a mostrarse desconfiada.

– ¿Por qué va a ayudarme? No soy americana.

– Eso no es siempre un requisito.

– ¿Lo haría por mí? -le preguntó ella, escrutando su rostro.

David asintió.

– Preferiría que te marcharas de Moscú, pero si no quieres hacerlo, éste es el mejor plan. Te asignaré a un agente para que te proteja.

Pese a las reticencias de Sophia, David salió de la habitación de juegos para informar a Dimitri de su nueva misión. Él llevaría a Sophia a un pequeño hotel, cuyo propietario era una persona de la confianza de David. El agente se ocuparía de comprar la comida y de proteger a la muchacha durante los nueve días siguientes.

Cuando todo estuvo organizado, David acompañó a Liz y a Natasha hasta el coche para volver al apartamento. Robert los acompañó, llevando la silla de la niña. Después, el agente se marchó hacia su coche. David se sentó tras el volante y puso en marcha el motor, pero no cambió las marchas.

Liz lo miró.

– ¿Por qué no nos ponemos en camino?

Él sonrió.

– Ya lo verás.

Liz vio cómo Robert sacaba su coche del lugar donde había aparcado y conducía hasta la curva de la calle, donde se quedó parado, esperando. Un gran camión de basura apareció por el otro extremo de la calle. David se quedó inmóvil hasta que el camión estuvo casi a su altura. Entonces, sacó el coche y se colocó justo delante del enorme vehículo.

Liz miró hacia atrás y después a David.

– Supongo que tú has arreglado todo esto, ¿verdad?

– Me ha parecido una buena idea. Cualquiera que nos esté acechando tendrá que adelantar al camión o rodearnos. Eso los retrasará, que es lo que nosotros queremos. Robert irá detrás para vigilar si alguien nos persigue. En una hora, más o menos, habremos llegado al apartamento.


Aquella noche, cuando Liz y Natasha estuvieron dormidas, David avisó a Ainsley para que se reuniera con él en el apartamento. La agente llegó un poco después de las diez.

– ¿Qué tal va todo? -le preguntó mientras se quitaba la chaqueta-. Robert me ha explicado lo que ha ocurrido hoy. Qué pesadilla para Sophia. Me ha dicho que no es más que una niña.

– Tiene diecisiete años.

Ainsley se apartó el pelo de la cara y se acercó al sofá.

– Qué miserable. Me gustaría atrapar a ese Kosanisky yo misma.

David esperó hasta que ella sacó los informes de su maletín.

– ¿Qué sabes de él? -le preguntó.

– Mucho. Si hay dinero que ganar, él está ahí. Se dedica al contrabando y al juego y es proxeneta. Si hay algún vicio que pueda ser explotado, él es el hombre indicado.

– ¿Podemos encontrarlo?

– No lo sé. Depende de sus recursos. Cuanta más gente tenga trabajando para él, más protegido estará. Aunque el hecho de tener tantos empleados también lo hace vulnerable: nos resulta más fácil encontrar uno al que convencer para que hable. Lo haremos todo lo deprisa que podamos. ¿Qué tal lo está llevando Liz?

– Lo mejor que puede. Está disgustada y muy inquieta.

– Estoy segura de que quiere marcharse cuanto antes -dijo Ainsley, comprensivamente-. Me he dado cuenta de que tienes un equipo abajo.

– Están haciendo turnos -respondió él-. He pedido que preparen el piso franco por si necesitamos marcharnos de aquí, pero espero que no tengamos que usarlo.

Sería mejor para Liz que pudieran quedarse en un mismo lugar.

Ainsley y él estuvieron hablando de trabajo durante otra media hora. Cuando ella se marchó, él cerró la puerta con llave y activó el sistema de seguridad. Después recorrió el piso para asegurarse de que todo estuviera bien cerrado.

Natasha estaba profundamente dormida en su cuna. David la tapó bien y le acarició con suavidad la cabecita.

Liz estaba tumbada en la enorme cama. Él quiso acariciarla a ella también, pero continuó comprobando las ventanas.

En el salón se aseguró de que las cortinas estuvieran bien corridas. Vio la carpeta de los dibujos de Liz entre unas revistas. Encendió una lámpara, tomó la carpeta y la abrió para ver los dibujos. Había bocetos de una casa que, supuso David, sería la de Liz y de un pequeño perro. También había varios dibujos de Natasha.

Liz había capturado la curva de las mejillas de la niña, sus deditos regordetes. Con unos cuantos trazos, había atrapado una sonrisa, un movimiento.

Él acarició los dibujos suavemente, como si estuviera acariciando a la artista. Ansiaba estar con ella como nunca antes lo había deseado con nadie más. Y no era sólo cuestión de sexo, sino de algo más profundo. Él nunca había pensado que pudiera ser un buen candidato para aquel tipo de relación. Tenía demasiados defectos, demasiados lugares oscuros. El sentido común le decía que dejara a Liz tranquila.

Pero por una vez, David no quería ser sensato. Quería tenerla a ella y a su hija. Quería que fueran suyas y ser suyo también.

Blanco y negro, pensó mientras miraba aquellos magníficos bocetos. Matices de gris. Así sería su mundo cuando Liz y el bebé se hubieran marchado.

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