CAPITULO 03

Así que quería ver a la mujer que había «detrás de la fachada helada». Mallory abría y cerraba los cajones en su habitación, arrojando cosas sobre la cama mientras musitaba en voz alta.

Había tenido el descaro de llamarla fría. Recogió la braguita más decadente y pecaminosa y la sostuvo en el aire. ¿Podía ser fría si sus gustos se decantaban por la seda y el satén? ¿Por sábanas suaves y cálidas como el brandy? ¿Por sueños eróticos que no podía compartir con nadie, incluido el hombre que los inspiraba?

Apartó la lencería y se sentó en la cama. Se secó una lágrima perdida. Le importaba lo que pensaba de ella y odiaba, odiaba, todo lo que a ojos de él era Mallory Sinclair. Una mujer que ella había creado para alcanzar la meta de su vida.

Una meta que de repente pasaba a un segundo plano en su deseo de mostrarle a Jack Latham que su corazonada era correcta. Era evidente que había percibido que en Mallory había algo más que lo que veía el mundo. De igual manera que ella creía que había algo más en Jack Latham que la imagen de Terminator que ofrecía.

Pero había entrado en juego el doble rasero y Jack la había criticado por realizar su trabajo tan bien como cualquier hombre. Puede que a ella no le gustara el punto de vista de su padre en muchas cosas, pero le habían inculcado algunos valores que admiraba y por los que regía su vida. Incluidos la lealtad, el respeto y el poder… tanto en las relaciones como en las carreras. Y ahí estaba, tratando de esforzarse por un hombre que era evidente que hería a su mujer. Pero el trato que le diera a la señora Lederman no importaba o no debería importar para los profesionales contratados para representarlo en un divorcio. Y eso era Mallory. Una profesional.

Jack debería entenderlo, ya que se regían por la misma ética. Pero como ella era mujer, esperaba que actuara de manera diferente. Que mostrara sus emociones. Viniendo de él, ese maldito doble rasero dolía. Sin saber por qué, había esperado más de Jack. Representaba a maridos contra esposas sin importar la justicia o la verdad. Porque era su obligación ética.

Después de haber pasado tiempo con él, después de haber visto profundidad más allá del atractivo y del cuerpo tonificado, no podía dejarlo con la impresión que evidentemente tenia de ella. Jack quería ver a la mujer que había detrás de la máscara. Y ella tenía el suficiente orgullo como para querer quitarse la fachada y mostrársela.

Reflexionó en la mejor maneta de lograrlo. Cuando tuvo formulado un plan, había conseguido entusiasmarse con las tentadoras e intrigantes posibilidades que se le presentaban.

Miró el reloj. Disponía de algo de tiempo libre antes de tener que volver a reunirse con él. El suficiente para poner las cosas en marcha.

Se apoyó sobre la almohada, cerró los ojos e imaginó la reacción de Jack. Apoyó la mano en la suave tela de las braguitas. Una leve presión más abajo alivió la palpitación e incrementó la necesidad. Los dedos se deslizaron sobre la seda y perfilaron el montículo. «Es tan fácil, pensó. Podía eliminar el ansia y continuar con su día. Pero aliviar la tensión acabaría con la expectación que sentiría al observar a Jack.

Quería hacer que necesitara a Mallory Sinclair, la mujer.

Luego, quería llevarlo hasta el precipicio… y tirarse al abismo.

Y quería caer con él, no sola.

«Que empiece la seducción», decidió.


Podía acostumbrarse a eso. El olor del océano, el cielo azul despejado las mujeres sexys en biquini. Se reclinó otra vez en su asiento y estiró las piernas delante de él. El sol golpeó sobre su piel, cálido y generoso.

– Lamento llegar tarde. Tuve que hacer unas cosas y tardé más de lo previsto.

Mallory se sentó frente a él, tensa en el mismo vestido azul. Pero no parecía molesta por el incidente de aquella mañana, lo que agradeció.

– ¿Todo está bien?

– Nos marchamos con tanta prisa que olvidé algunas cosas -asintió.

– Bueno, me encontré con Paul en la sauna. Pasamos una hora quejándonos de lo mucho que piden las mujeres. Es demasiado pronto para presionarlo para que tome una decisión, pero empieza a confiar en mí. He de ponerla al corriente de algunas cosas.

– Suena bien.

– ¿Una copa primero? -preguntó. Ella titubeó. -Considere que son más unas vacaciones que un viaje de trabajo. En serio, estamos aquí porque Lederman quiere llegar a conocernos fuera del bufete. Como ya he dicho, es un excéntrico. Así que adelante. Beba una copa -quería que se relajara. Era imposible que pudiera pasar una semana en su compañía si seguía dando la impresión de que huiría a la primera oportunidad que se le presentara. Después del comentario irreflexivo de aquella mañana, no iba a tocar el tema de su ropa en ese momento, pero no sabía cuánto tiempo podría verla asándose bajo el sol cegador. Llamó al camarero. -La señorita va a tomar… -intentó evaluar qué iba a tomar la señorita Sinclair. -¿Vino blanco espumoso?

– Un club soda, por favor -corrigió.

Jack se contuvo de poner los ojos en blanco.

– Para mí lo mismo -alzó la copa que había contenido un vodka con hielo.

– Enseguida vuelvo con sus pedidos -asintió el camarero.

– ¿Qué decía de Lederman? -continuó ella.

– Aparte de quejarse del matrimonio, oculta algo -Jack se acabó la copa.

– ¿Qué lo impulsa a decir algo así?

– Recibió una llamada de teléfono. Salió de la sauna a tal velocidad que a punto estuvo de perder la toalla -rio y esperó que ella lo imitara.

La expresión de Mallory se mantuvo firme. Él contuvo un gemido. No podía imaginar que no le resultara gracioso, de modo que aún debía seguir enfadada. Pero no pensaba repetir la conversación de la mañana. Mejor concentrarse en el trabajo.

– En cualquier caso, cuando regresó le pregunté si todo iba bien. Pensé que quizá había surgido una emergencia en el centro, No logró salir muy airoso, porque se acaloró y titubeó, y luego respondió que su hijo había llamado desde California.

– ¿Por qué está tan seguro de que no es así? -se encogió de hombros.

– Instinto. Además, de ser verdad, era una respuesta lo bastante sencilla sin que tuviera que agitarse tanto.

– Cierto -asintió. -¿Qué cree que esconde? No tiene sentido que nos lo oculte a nosotros. No si estamos de su lado.

– De acuerdo. Y pretendo averiguarlo en cuanto…

– Aquí tienen sus copas.

El camarero intercambió la copa de Jack por una nueva que ya no lo atraía, pero de todos modos le dio las gracias y volvió a mirar a Mallory.

– Podría preguntarle abiertamente qué sucede, pero…

– Disculpe, señor, pero esto es para usted -el camarero le entregó un trozo de papel doblado.

– ¿Mensaje de teléfono? -preguntó Jack.

– De hecho, el barman me preguntó si reconocía el nombre que aparecía en la parte superior, y como usted acababa de firmar el almuerzo…

– ¿Le dijo quien lo dejó?

– Lo encontró en la barra cuando se despejó de la gente que había bajado a comer.

– Extraño -alzó el papel doblado y le llegó una fragancia femenina.

– ¿Desean algo más? -preguntó el camarero.

– No, gracias -indicó Mallory con su voz educada pero ronca.

Jack movió la cabeza, luego abrió el papel. Invitación de Seducción… una velada privada para cenar, bailar y gratificar los sentidos. A las ocho. Cabaña de la playa número diez. Trató de tragar saliva pero sin éxito. Había más instrucciones, alusiones seductoras sobre lo que podía esperar si aceptaba.

Le dio vuelta a la hoja y leyó lo que había del otro lado. Sé puntual. Y ven con hambre. Se le humedecieron los ojos y recogió la copa que momentos antes no le había apetecido. El alcohol lo empeoró, porque le quemó la garganta y lo hizo toser.

Mallory se levantó y le hizo una señal al camarero.

– Agua, por favor. ¿Se encuentra bien? -le preguntó a él.

Jack tragó saliva y la respiración fue más fácil.

– Sí. Me… atraganté.

– Oh -volvió a sentarse. -Por un momento me asustó. Pensé que tendría que hacerle el boca a boca.

La miró fijamente, convencido de que no la había oído bien.

– Resucitarlo, porque pensé que había dejado de respirar -se apresuró a explicar ella. Agitó una mano. -Olvídelo. Siempre y cuanto esté bien.

– Lo estoy -miró la nota que en ese momento tenía sobre el regazo. ¿Quién diablos podría haberla enviado? Miró alrededor, pero la multitud de mujeres en traje de baño no le ofreció ninguna pista.

– ¿Es de Lederman? -preguntó Mallory.

– Espero que no.

– Es personal.

Ella se encogió de hombros.

– Muy bien, ¿de modo que piensa preguntarle abiertamente qué es lo que sucede?

El escrutó a cada mujer que pasaba. Ninguna le ofreció señal alguna de que hubiera enviado la nota, pelo alguien le había realizado una proposición que parecía excitante y tentadora.

Sería un tonto si no se presentara a las ocho.

Y sería un tonto aún mayor en protagonizar la fantasía de una mujer desconocida.

– ¿Jack? Jack. Pregunté si piensa enfrentarse a Paul Lederman -repitió, confusa por la incapacidad de él de concentrarse.

Jack experimentó el impulso absurdo de confiarse a ella y eso mismo le indicó lo extraño que había estado desde que iniciaron ese viaje.

Y en ese momento recibía una nota. La acercó a la nariz.

¿Floral? ¿Oriental? No terminaba de identificar la fragancia, aunque le parecía haberla olido ya.

– Quizá deberíamos dejarlo para otro momento. Es evidente que está distraído -Mallory se puso de pie.

– Espere.

– ¿Por qué? Nada de lo que digo o hago parece mantener su interés. ¿Por qué no se ocupa de los asuntos personales y nos reunimos más tarde?

– Siéntese, Mallory -soltó un leve gemido. -Me preguntó si pensaba enfrentarme a Lederman. La respuesta es «no». Este hombre opera de la siguiente manera: le gusta desarrollar la confianza poco a poco. Por eso estamos aquí, para que nos evalúe, para desarrollar esa confianza. El bufete aún lleva casi todos sus negocios, pero esto… esto es personal. Cuando se sienta preparado, nos lo contará.

– ¿Y mientras tanto?

– Esperamos. Disfrutamos de la playa. De la vista -«Sé puntual. Y ven con hambre»-. De la comida -musitó.

– ¿Perdón?

Movió la cabeza. Ella tenía razón. No podía concentrarse en ese momento en el trabajo. Quienquiera que le hubiera enviado la invitación podía estar observándolo. Evaluándolo. Le tembló el cuerpo.

– Tiene razón. Dejémoslo para después.

– Descanse primero -Mallory asintió -, ¿Qué le parece a las ocho?

Jack respiró hondo y se obligó a sonreír.

– Creía haberle dicho que considerara nuestra estancia aquí unas mini vacaciones. Tómese la noche libre y hablaremos por la mañana.

– Como quiera -dio media vuelta y se marchó.

Volvió a agitar la nota en el aire para saborear el aroma persistente y el efecto excitante que este surtía sobre sus sentidos. Quienquiera que le enviara la nota lo había hecho con la intención de estimularlo y excitarlo. Pues había hecho un buen trabajo. Tanto que aún no podía levantarse, y probablemente necesitaría un rato para hacerlo.


El crepúsculo envolvía la playa mientras la noche se aproximaba. Con encendida anticipación, Jack observó el reloj digital de la habitación acercarse a la hora. Una suave brisa entraba por la puerta abierta de la terraza. El cuerpo le palpitaba al ritmo de las olas que rompían en la playa. El corazón le martilleaba frenético en el pecho. El deseo fluía con rapidez y furia.

Pero no tenía ni idea de lo que iba a encontrarse.

Una cosa estaba clara: el misterio era un poderoso afrodisíaco. La necesidad de saber y el deseo de participar en la fantasía hicieron que olvidara su regla en contra de una aventura de una noche. No sabía si luego lamentaría haberse presentado. Pero en ese momento, nada podía impedirle que aspirara esa fragancia embriagadora en persona. Nada podría impedirle llegar a tiempo. Y mientras cerraba la puerta de la habitación a su espalda y salía a la oscuridad del exterior, el fuego chisporroteante se convirtió en una llama poderosa.

El centro alardeaba de tener diez cabañas aisladas, diseminadas a lo largo de la playa. Gracias al mapa que había en su habitación, no le costó encontrar la Cabaña Diez.

Siguiendo las instrucciones detalladas, cerró los ojos, alzó la mano y llamó a la puerta. En la oscuridad, los sonidos se magnificaron y los nudillos contra la madera también resonaron en el interior de su cabeza. Los grillos interpretaban una sinfonía y la brisa agitaba las ramas próximas. Pasaron segundos y luego oyó unos crujidos al abrirse la puerta.

Experimentó un nudo en el estómago y el deseo de mirar se tornó abrumador. Pero las instrucciones habían sido claras. Si quería que se le concedieran los deseos, debía seguir las reglas y mantener los ojos cerrados.

Sin advertencia previa, una mano suave le aferró la muñeca. Se le resecó la boca. No se pronuncio ni una palabra, pero un tirón insistente lo hizo avanzar al interior.

Cruzó un amplio espacio hasta que una sacudida de la muñeca hizo que se detuviera. El calor de un cuerpo femenino se acercó. No supo muy bien cómo lo percibió, pero de algún modo supo que la tenía frente a él. Entonces inhaló la fragancia que había estado con él toda la tarde. Le despertó los sentidos y sacudió su contención.

Las manos de ella se posaron en sus hombros y lo empujaron hacia abajo hasta que se sentó, envuelto por unos cómodos cojines y lo que creyó que era terciopelo.

– Tengo que mirarte -murmuró.

Sintió la negativa con la cabeza, el contacto de unas delicadas yemas de dedos sobre sus párpados. «Aún no». Las palabras no pronunciadas flotaron entre ellos.

– Has seguido las instrucciones. De modo que ahora recibirás tu deseo. Querías ver a la mujer que había detrás de la fachada helada -las palabras fueron un susurro delicado.

Pero la voz ronca era descaradamente familiar… y excitante, como había sido desde el principio. No obstante, la sorpresa le hizo abrir los ojos.

Esperaba ver a Mallory Sinclair, la abogada. Pero ahí había una seductora con unas curvas que jamás había soñado que Mallory poseyera. Unas gloriosas ondas de pelo negro fluían sobre sus hombros. Un maquillaje perfectamente aplicado acentuaba unas facciones que sólo había considerado potenciales.

Se había equivocado.

La perfección no se podía mejorar, y de no haber estado tan atrapado en lo que ella podría ser, habría visto a esa Mallory desde el principio. Mallory Sinclair, la belleza voluptuosa.

La mujer que le había enviado la invitación y que le reservaba una velada entera de seducción.

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