Capítulo 12

A las dos de la tarde, después de un corte de pelo y una manicura, Hannah regresó a casa. Aún se sentía flotando en otro mundo, tras su noche con Eric. Si pudiera embotellar la sensación, podría usarla para curar el cuarenta por ciento de los males mundiales.

Habían pasado muchas cosas en poco tiempo: ver la ecografía del bebé, descubrir que Eric la deseaba pero temía hacerle el amor y pasar la noche en sus brazos.

La noche y la mañana habían sido increíbles. No sólo por el extraordinario placer físico, también por todo lo demás. Habían hablado de muchas cosas, se sentía segura a su lado y había escuchado su respiración mientras soñaba con pasar el resto de sus días con él.

Aparcó el coche y salió. Dio una vuelta alrededor de la casa se sentó al sol en la hierba del jardín trasero. A lo lejos, veía las colinas y la parte superior de los árboles que rodeaban el lago.

Se preguntó si se estaba enamorando de Eric de verdad. Pensó en su relación con Matt. Se había sentido atraída por él, pero mientras estuvieron juntos Matt fue el seductor, tanto emocional como físicamente. Todo fue tan rápido que no tuvo la oportunidad de detenerse a pensar sobre lo que estaba ocurriendo. No quería cometer el mismo error con Eric.

Pero sin duda, eran dos hombres muy distintos. Entendía lo que era importante para Eric, que valoraba la verdad y el honor. Sonrió. Era un hombre bueno. Un hombre que se preocupaba por su bebé, a pesar de no ser el padre.

Se tumbó boca arriba y miró al cielo. Al principio la había preocupado que regresar a casa fuera una huida, pero por fin comprendía que en vez de escapar del pasado había avanzado hacia el futuro. Una buena decisión.

A las seis, Hannah dio los últimos toques a la cena romántica que había preparado. Puso un mantel rosa, un jarrón de flores frescas y su mejor vajilla en la mesa de la cocina.

Cenarían ensalada y estofado de buey. El espeso y fragante guiso burbujeaba lentamente en el fuego; lo serviría en cuanto llegase Eric.

– Es una provocación -murmuró, mirándose al espejo. Se había puesto un vestido sin mangas que se abotonaba por delante-. ¿La aceptará? -la imagen de Eric desabrochándole el vestido le provocó un escalofrío. Oyó un coche y se le aceleró el corazón. Corrió hacia la puerta y abrió justo cuando Eric subía los peldaños.

Estaba muy guapo con traje. Sus ojos oscuros destellaron una bienvenida y su sonrisa casi hizo que flotara en el aire de alegría. Parecía tan feliz como se sentía ella. Deseaba hacerle muchas preguntas: si el día se le había hecho eterno, si había contado los minutos, si quería quedarse a dormir con ella y si no le parecía que aún faltaba mucho para el fin de semana…

– Hola -lo saludó cuando entró en casa.

– Hola a ti también -él se quitó la chaqueta y la dejó en un banco que había junto a la entrada-. ¿Adivinas lo que ha ocurrido hoy?

«Te has dado cuenta de que estás enamorado de mí», pensó ella. La idea la asombró y dio gracias al cielo por no haberlo dicho en voz alta. Pero quería su amor.

– Te han subido el sueldo -dijo, porque era más seguro y no sabía cómo habría reaccionado él a su idea.

– Mejor aún -replicó él. Cerró la puerta y la llevó de la mano al salón-. Una empresa de Dallas me llamó para un puesto de vicepresidente. ¿No es fantástico? -se sentó a su lado en el sofá, sin percatarse de que ella se había dejado caer, en vez de sentarse con delicadeza.

– No entiendo -murmuró ella con sorpresa-. Pensé que te gustaba tu trabajo.

– Me gusta. Estoy aprendiendo mucho y contribuyendo con la organización. Pero el camino más rápido para ascender es una empresa de cazatalentos. Lisa, la encargada de la selección, dijo que le habían hablado de mí un par de personas -hizo una pausa y arrugó la frente-. El director de finanzas se marchó el año pasado. Trabajé bastante con él; quizá le diera mi nombre -hizo un gesto de indiferencia-. Da igual dónde lo consiguió, está impresionada y quiere que nos reunamos. Tengo que mandarle un curriculum. Tendré que actualizar el que tengo en el ordenador.

– ¿Vas a reunirte con ella? -preguntó Hannah, sintiendo que el mundo se hundía bajo sus pies.

– Claro. Es el primer paso. Después, si ella y el departamento de Recursos Humanos me aceptan, me reuniré con los directivos de la empresa -miró a la distancia-. Siempre pensé que tendría que irme para conseguir un puesto de vicepresidente, pero el puesto lo ofrece Empresas Bingham. No tendría que trasladarme.

– Eso es maravilloso -dijo ella con voz débil. No podía estar ocurriéndole eso después de la noche que habían pasado juntos. Ahora que se había dado cuenta de que estaba enamorada de él.

Él siguió explicando lo que Lisa le había comunicado sobre el proceso y sobre lo que se esperaba de él.

– Al menos no tendré que viajar para hacer las entrevistas -dijo-. Eso lo facilitará todo. Pero tengo mucho que hacer: investigar la empresa y el mercado, analizar la competencia y quizá preparar algunas ideas para incrementar la demanda.

Estaba allí, hablando, pero Hannah tuvo la sensación de que no estaba con ella. Se había retirado a su propio mundo. Un mundo del que ella no formaba parte. No sabía si sacudirlo para que recuperase el sentido o alzar las manos con gesto de derrota.

– Pareces muy emocionado -dijo, optando por un término medio.

– Es una oportunidad increíble.

– Claro que sí y tienes la inteligencia suficiente para aprovecharla. También la tienes para darte cuenta de que vas a cenar con una mujer guapa, que ha dedicado mucho tiempo a prepararse para estar contigo. Quizá quieras hacer algún comentario al respecto. ¡Ah! Y también mencionar que lo de anoche fue fantástico y no has podido dejar de pensar en ello, al menos hasta que llamó la seleccionadora.

– Perdona -Eric la miró unos segundos y sonrió avergonzado-. Creo que me he dejado llevar.

– Sólo un poco.

Se inclinó hacia ella y la atrajo. Ella se sintió mejor en cuanto la rodeó con sus brazos.

– ¿Mejor? -preguntó él.

– Va mejorando.

– Estás guapísima -rozó sus labios con la boca-. ¿De verdad te has esforzado mucho por mí?

– No lo dudes.

– Estoy deseando comprobarlo -tocó su mejilla-. Y tienes razón. No he podido dejar de pensar en ti y en lo de anoche, incluso después de la llamada de Lisa.

– Me alegro.

Eric se sentó en el sofá, e hizo que ella apoyara la cabeza en su hombro.

– Háblame de tu día -pidió Eric.

– Nada comparable a tu llamada telefónica -admitió Hannah, tras contarle lo que había hecho. Pensó en la oportunidad que suponía para él el nuevo trabajo-. El puesto te exigirá mucha más responsabilidad.

– Lo sé, pero me gusta el reto. No creí que pudiera llegar a vicepresidente antes de cumplir los treinta. Esto es todo un acelerón.

– ¿Te habrías ido a otra ciudad por un cargo así? -inquirió ella, agradeciendo que no fuese necesario.

– Un ejecutivo debe tener movilidad -le acarició el pelo-. Me gusta esto, pero aparte del hospital y Empresas Bingham, no hay oportunidades en la zona.

Eso quería decir que si la empresa hubiera estado en Texas o en California, se habría trasladado. Hannah se sintió perdida y confusa. Por un lado, sabía que su relación era demasiado nueva para esperar nada de Eric, pero por otro deseaba decir «¿Cómo podrías dejarme?» Porque la dejaría, eso había quedado muy claro.

– Supongo que cuando te dan un puesto como ése, esperan mucho a cambio -musitó.

– Claro. Y muchas horas. Para ser vicepresidente júnior… -levantó la mano y la dejó caer en el sofá- Tendré que demostrar mi valía -su voz sonó encantada ante la perspectiva.

– Ya trabajas de cincuenta a sesenta horas a la semana. ¿Tendrías que trabajar más aún?

– Probablemente -afirmó él tras reflexionar.

– No tendrías mucho tiempo para la vida social -dijo ella con el corazón en un puño.

– Hablas igual que mi hermana. La preocupa que trabaje demasiado.

– Con razón -se volvió hacia él y decidió aprovechar la mención de su hermana, para no comprometerse ella-. ¿Qué le dices cuando te regaña?

– Que necesita centrarse en su propia vida -se inclinó hacia delante y apoyó los antebrazos en los muslos-. Sé que tiene parte de razón. No puedo pasarme toda la vida trabajando. En algún momento tendré que pensar en una familia. Pero no sé, yo no soy así.

No la habría sorprendido más si la hubiese abofeteado. Si no pensaba en una familia, ¿qué hacía con ella? Era una mujer embarazada, iba a tener un hijo. Deseó saltar sobre él, protestar a gritos y decirle que había hecho mal dejándola creer que podían llegar a algo. Porque ella sí era mujer de familia. Quería amar a alguien que la amase a su vez; ser lo primero en la vida de otra persona.

Había pensado que esa persona podría ser Eric. Equivocarse nunca le había dolido tanto. Le ardían los ojos y sentía pesadez en los brazos y las piernas. Pero no se rindió a las lágrimas. Eric y ella no habían hablado del futuro; nunca habían expresado sus deseos. Había creído que deseaba lo mismo que ella. Sobre todo cuando no le importó saber que estaba embarazada. Pero claro, no le importaba porque no pretendía llegar a nada serio. Tenía que echarlo de allí antes de derrumbarse.

– Mira -dijo, obligándose a sonreír-. Tienes miles de cosas en la cabeza y un currículum que actualizar. Podemos cenar otro día.

– ¿Seguro que no te importa? -su expresión de alivio fue como un puñalada para Hannah-. Sé que has dedicado tiempo a preparar la cena.

– La congelaré. No importa. De verdad -estaba deseando que se marchara para lamerse las heridas. Quería meterse en la cama y no volver a salir.

– Eres la mejor -Eric la besó en la mejilla y se puso en pie-. Te llamaré mañana.

– Perfecto. Eso estará bien.

Su voz sonó tranquila y Hannah se preguntó cuándo había aprendido a mentir tan bien. No creía que Eric fuese a llamarla y si lo hacía procuraría no alegrarse. Eric no era el hombre para ella. Tenía que convencerse y adaptar sus sueños en consecuencia.


Lisa Paulson era una mujer alta de unos cuarenta años. El director de Recursos Humanos de Empresas Bingham asistía a la entrevista, pero era obvio que Lisa estaba al mando y deseaba dejarlo claro. Eric estaba acostumbrado a las mujeres mandonas, gracias a su hermana y a su asistente y esa actitud no lo incomodó. Probablemente intentar irritarlo era parte de la prueba.

– Dime uno de tus defectos -exigió Lisa-. Y por favor, no digas que trabajas demasiado. Ésa es una respuesta muy aburrida.

– Sí que trabajo demasiado, pero no lo considero un defecto -Eric sonrió y consideró la pregunta-. Tengo expectativas elevadas de la gente que trabaja para mí. A veces me han dicho que soy demasiado exigente. Para mitigar eso, trabajo con mi equipo para definir los objetivos y crear un plan que permita alcanzarlos.

– De acuerdo, Eric -Lisa lo miró e hizo una anotación en su cuaderno-. Dame un minuto -se puso en pie y salió de la habitación.

– ¿Tiene usted alguna pregunta? -inquirió Eric, volviéndose hacia el director de Recursos Humanos.

– Sólo estoy aquí para escuchar -admitió el hombre-. Lisa es muy dura, pero tiene la habilidad de llegar al fondo de las cuestiones. Hemos conseguido muy buenos candidatos gracias a ella. Si te sirve de algo, lo hiciste muy bien.

– Gracias -Eric intentó ocultar su sorpresa. Normalmente los entrevistadores no daban datos.

La puerta de la sala de reuniones se abrió y Lisa volvió, seguida por Geoff Bingham. Era el primogénito y principal heredero de la empresa.

– Hola, Eric-saludó.

– Geoff -Eric se puso en pie y le dio la mano-. Me alegro de verte.

– Quería presentarte a Geoff -dijo Lisa-. No sabía que os conocíais.

– Es una ciudad pequeña -aclaró Eric-. Todos nos conocemos.

– Entonces no necesito darte datos sobre Eric.

Lisa enarcó las cejas.

– Probablemente no -admitió Geoff alegremente-. Pero lo harás.

– Tienes razón. Recibirás mi informe antes de que me marche -se volvió hacia Eric-. Encantada de haberte conocido -abandonó la sala con el hombre de Recursos Humanos.

– Lisa está impresionada -dijo Geoff sentando e indicando a Eric que lo imitara-. Eso no es frecuente.

– Gracias. Es una entrevistadora muy dura.

– Lo sé. Por eso la contratamos -se recostó en la silla-. Te encontró ella, pero cuando me presentó la lista de candidatos, iba a añadir tu nombre yo mismo.

Eso fue otra sorpresa para Eric. Aunque se conocían desde hacía años, nunca habían trabajado juntos.

– ¿Puedo preguntar por qué?

– Claro -asintió Geoff-. Mari te mencionó hace un par de días. Entre nosotros… Te puso por las nubes. Lo que más la impresionó fue que te esforzaras por ayudarla cuando no ganabas nada con ello.

– Creo que su centro de investigación será ventajoso para el hospital y para la comunidad. Por eso lo apoyé.

– Te sorprendería saber cuántas personas no están dispuestas a hacer lo correcto sin la motivación de un beneficio personal. Cuando me contó lo ocurrido supe que te quería en la lista de candidatos. Eres el tipo de persona que queremos aquí, en Empresas Bingham.

– Gracias.

– Alguien se pondrá en contacto contigo pronto, Eric -Geoff se levantó y le ofreció la mano-. Has pasado a la siguiente ronda de entrevistas.

– Fantástico.

Volvieron a darse la mano y Eric fue hacia la puerta de salida. Hizo lo que pudo para no sonreír como un tonto, pero deseaba gritar de alegría. Se había librado del tiempo de espera habitual tras una entrevista.

Tendría competencia en la siguiente ronda, pero no lo preocupaba. Si hacía falta, trabajaría toda la noche para preparar su presentación. Mientras se dirigía al coche, hizo una lista mental. Tenía que llamar a Mari para darle las gracias. Y a Hannah, que había sido muy comprensiva la otra noche; enviarle flores y quizá pasar a visitarla.

Echó una ojeada al reloj y vio que sólo eran las dos. Se preguntó si estaría en casa. Le apetecía contarle la entrevista y celebrarlo con ella de la mejor manera posible. Eso incluía que los dos se desnudaran. Sonrió. Hannah era la única mujer que lo incitaba a tomarse la tarde libre del trabajo.


Subió al coche y fue al hospital. Primero hablaría con Jeanne y luego llamaría a Hannah. Si estaba disponible iría a verla.

Cuando llegó a la oficina, Jeanne paseaba de un lado a otro y corrió hacia él al verlo. La preocupación oscurecía sus ojos.

– Creí que no regresarías nunca -dijo-. ¡Oh, Eric! -él agarró su brazo, pero ella siguió hablando-. Es Hannah, tiene problemas. Algo va mal. Tienes que ir a la clínica inmediatamente.

Eric no recordaba cómo había salido de la oficina ni corrido a la clínica. Entró en la sala de espera y fue a anunciar su llegada a la recepcionista.

– Vengo a ver a Hannah Bingham. Le ha ocurrido algo y me necesita.

– Sí, señor Mendoza -asintió la joven-. Me habían avisado que vendría. Venga por aquí.

Lo condujo a una pequeña habitación con una ventana. Hannah estaba en la cama y le habían puesto un aparato de goteo. Estaba pálida y húmeda de sudor.

– Hannah… -susurró él, con el corazón en un puño.

Ella abrió los ojos, que parecían mucho más verdes en contraste con la palidez de su piel. Movió los labios pero no emitió ningún sonido. Una lágrima se deslizó por su mejilla.

– Dime -agarró su mano y le apartó el pelo de la cara-. Dime qué ha ocurrido.

– Tengo que reposar -murmuró ella-. Por el bebé.

– Respira tranquila -le dijo. Sintió un gran alivio al saber que no había perdido al bebé. Le dio un beso en la frente-. No me moveré de aquí.

Se abrió la puerta y entró una mujer con bata blanca que se presentó como la doctora Rhonda Severs.

– Te pondrás bien -le dijo a Hannah. Miró a Eric-. Hannah lleva un par de días encontrándose mal. Esta mañana se mareó y vino. Parece que tiene un virus. Nada que pueda dañar al bebé, pero por desgracia, ha provocado que se le dispare la tensión arterial.

Eric se fijó en que tenía un aparato medidor de tensión en el brazo izquierdo.

– Llevas dos días enferma -dijo, mirando a Hannah. Él la había visto tres noches antes-. ¿Por qué no me llamaste?

– Estabas ocupado preparándote para la entrevista. No quería ser una molestia.

– Ahora va a tener que serlo -anunció la doctora Severs con voz alegre-. Hannah tendrá que luchar contra el virus reposando. Debe estar en cama una semana.

– No sabía a quién llamar -Hannah agarró el brazo de Eric-. Sólo necesito que me lleves a casa. Buscaré a alguien que se ocupe de todo -se le escapó otra lágrima-. No puedo perder al bebé.

– No lo perderás -prometió la doctora-. Sé que estás asustada, es comprensible. Pero todo irá bien.

– Claro que sí -afirmó Eric con una seguridad que no sentía. El terror de Hannah era palpable en la habitación. Sintió miedo por ella y decidió ayudarla cuanto pudiera-. Yo me ocuparé de todo si me da una lista de instrucciones -le dijo a la doctora.

– Eric, no puedes -musitó Hannah.

– Claro que puedo. Me deben un montón de días de vacaciones. Iré a tu casa y dirigiré tu vida -sonrió-. Te va a encantar.

– ¿En serio? -Hannah apretó los labios-. ¿Harías eso por mí?

– Desde luego. Deja de preocuparte y concéntrate en ponerte bien. El resto déjamelo a mí.

Se volvió hacia la doctora y escuchó sus instrucciones. Hannah tenía que hacer reposo, beber mucho y tomarse la tensión a diario.

Por primera vez desde que se había mareado, Hannah se relajó un poco. Saber que no estaría sola alivió su miedo. Sentía remordimientos porque había achacado el dolor de cabeza y estómago a que echaba de menos a Eric; en otro caso habría ido a la clínica antes.

Había pensado que cuando llegara a casa tendría que llamar a su abuela, o a un centro de atención a domicilio. No había creído que Eric se ofreciera, sobre todo después de su comentario sobre la familia.

Tal vez se había precipitado al juzgarlo. Quizá él había hablado sin pensar; sin tener en cuenta que había algo nuevo en su vida: Hannah y el bebé. Su expresión de miedo al entrar había sido muy significativa.

Lloró con más fuerza al pensar que, afortunadamente, su relación no había terminado. Lo había echado muchísimo de menos, no tenía duda de que estaba enamorada.

– Te veré en un par de días -la doctora apretó la mano de Hannah-. Si tienes alguna duda, llámame, ¿de acuerdo? -Hannah asintió.

– Vamos a casa -dijo Eric cuando se quedaron solos.

Ella sonrió entre lágrimas, eran las mejores palabras que podía haberle dicho.

Загрузка...