Si bien había tardado un minuto en reconocerlo, él, al parecer, la había reconocido sólo con ver su cara.
– No esperamos visitas -le comunicó ella incisivamente.
– ¿No las esperáis?
Fue evidente que a él no le gustó que se hubiera atribuido el papel de perro guardián y, sin esperar que ella contestara, se dirigió hacia la puerta de la casa.
– ¿Quién es usted? -le preguntó ella a su espalda.
– ¿Debo suponer que eres la incomparable Taryn que rebosa por las líneas telefónicas que van de aquí a Nueva York?
Ella se quedó con los ojos como platos.
– ¿Conoce…?
Taryn se calló. La hija del señor Compton vivía en Nueva York.
– Soy Jake Nash. ¿Tú eres el ama de llaves temporal de mi tío abuelo que aspira a ser la definitiva?
– Pienso marcharme en cuanto la señora Ellington pueda volver -contestó ella con frialdad-. El señor Compton está echando la siesta. Si quiere, puede acompañarme a la cocina y le haré una taza de té.
Él pareció dudar, como si estuviera a punto de preguntarle quién se creía que era para darle órdenes a alguien de la familia de su jefe. Sin embargo, se apartó un poco para que ella pasara delante.
– Es una buena idea -concedió.
Él conocía el camino a la cocina y, en cuanto llegaron, Taryn comprendió por qué le había parecido una buena idea. Apoyó su cuerpo alto y delgado contra una encimera y empezó a bombardearla con preguntas.
– ¿Eres el ama de llaves de mi tío? -fue la primera.
– Provisionalmente. Me marcharé en cuanto la hija del ama de llaves permanente se recupere.
– ¿Es definitivo?
– ¿Acaso es de su incumbencia? -le preguntó ella con tono cortante y olvidándose de hacerle una taza de té-. Usted no me ha contratado.
Taryn pudo comprobar, por las cejas arqueadas, que era un hombre que no estaba acostumbrado a que le contestaran con otra pregunta.
– Parece que has llegado a ser algo más que eficiente durante el poco tiempo que llevas aquí -afirmó él secamente.
– ¡Para eso me han contratado!
– ¿Hasta el punto de dar largos paseos con tu empleador?
– No tan largos.
– ¿Hasta el punto de llevarlo a un pub?
– ¡Me llevo él! -exclamó ella sin saber por qué estaba defendiéndose-. Menos una vez, que estaba lloviendo y él estaba cansado de estar metido en casa. En cualquier caso…
– Según me han contado, lo has introducido en la perversión de los dardos -la interrumpió él.
Taryn estuvo a punto de soltar una carcajada. En realidad, de no haberle parecido imposible, habría dicho que también había un brillo burlón en la mirada de Jake Nash.
– ¿Qué es todo…? -Taryn cayó en la cuenta de lo que había querido decir con lo de las líneas telefónicas a Nueva York-. Ha estado en contacto con Beryl, su hija. ¿Verdad?
Jake Nash la miró detenidamente y a ella le dio la leve y absurda impresión de que le habían gustado sus facciones delicadas y sus ojos de color azul oscuro.
– Ella llamó a mi madre -reconoció él.
– ¿Le pidió que viniera a comprobar cómo soy?
– Todo es Taryn por aquí y Taryn por allá. No puedes reprochárselo.
– ¡Cree que busco su dinero! -exclamó Taryn con espanto-. ¿Cree que… él está… encaprichado conmigo?
– Beryl ha conocido a la señora Ellington, pero no te ha conocido a ti. No puedes culparla por tener la preocupación natural de una hija.
– De modo que en cuanto ella llamó, usted salió corriendo para cerciorarse…
– Hoy tenía unos asuntos por aquí -la cortó él-. No me ha importado desviarme.
– ¡Jake!
Un grito de júbilo llegó desde la puerta. Taryn miró a su empleador y, por una vez, se alegró de que fuera un poco duro de oído.
– ¡Qué alegría verte! -exclamó el señor Compton mientras estrechaba la mano de Jake en medio de la cocina-. Evidentemente, ya conoces a Taryn. Todavía no puedo creerme que sea tan afortunado de tener dos amas de llaves.
– ¿Quiere el té? -le preguntó Taryn.
Ella notó que Jake la atravesaba con la mirada, pero decidió pasarlo por alto.
– ¿Lo tomamos en el jardín? -le preguntó a su vez el señor Compton.
– ¿Le importaría llevar la bandeja?
Taryn se dirigió amablemente a Jake sin mirarlo, agarró la bandeja que había preparado y se la entregó. Los dos salieron, con el señor Compton charlando animadamente, y ella se alegró de quedarse sola en la cocina. Empezó a preparar el té y también empezó a darse cuenta de que Beryl sólo estaba portándose como una hija digna de ese nombre; que sólo quería cerciorarse de que esa ama de llaves temporal, de la que él no dejaba de hablar, no estaba engatusándolo, aunque eso también fuera ofensivo para su padre.
– Te has olvidado de una taza -le dijo el señor Compton cuando ella les llevó la tetera.
Era una amabilidad que él quisiera que los acompañara y ella habría estado encantada de hacerlo, pero pensó que al señor Compton le gustaría tener compañía masculina, para variar.
– Tengo algo en el horno y quiero vigilarlo -contestó ella, aunque el guiso que estaba haciendo no necesitaba que nadie lo vigilara.
– En ese caso…
Taryn se entretuvo un rato para comprobar que todo, los cuchillos, las servilletas y el pastel estaba en orden.
– Taryn también trabajaba en el mundo de la ingeniería -le explicó el señor Compton a su sobrino-. He tenido la suerte de que haya querido cambiar de aires justo cuando la señora Ellington…
– ¿Eres ingeniera? -le preguntó Jake Nash como si le interesara.
Esa vez, ella no pudo evitar encontrarse con sus ojos grises.
– Secretaria de dirección -contestó lacónicamente.
Taryn estaba cruzando el jardín para volver a la casa cuando oyó al señor Compton.
– Taryn era secretaria de dirección en Mellor Engineering. Naturalmente, los conocerás.
Eso le explicaría a Jake por qué estaba en el edificio aquel día, pero no le explicaría por qué había sido tan cortante en el ascensor. No le importó que creyera que la habían despedido; no pensaba explicarle que había sido ella la que se había ido.
En ese momento, mientras bebía una taza de té, se dio cuenta de que se sentía bastante fuera de lugar, bastante… No supo cómo expresarlo. No le gustaba ese hombre. La vida con el señor Compton había sido muy tranquila. Ese hombre, Jake Nash, había irrumpido allí y había alterado esa tranquilidad.
Taryn se fue a su cuarto cuando vio por la ventana que los dos hombres iban hacia la cocina. Jake llevaba la bandeja. Él era el visitante del señor Compton y no había ninguna necesidad de que el ama de llaves estuviera allí para despedirlo.
Esperó unos minutos después de ver el coche alejarse por el camino y volvió a la cocina. Estaba cortando unas patatas cuando Osgood Compton apareció.
– Ya se ha ido Jake -le comunicó innecesariamente.
– Le habrá gustado verlo.
No había ninguna necesidad de que el buen hombre supiera el verdadero motivo de aquella visita ni lo poco que le gustaba a ella ese hombre.
– Mucho. Sobre todo, cuando siempre está tan ocupado -confirmó el señor Compton.
– Dijo algo de que tenía cosas que hacer por aquí.
– Jake siempre tiene que hacer cosas por algún sitio -corroboró él con tono de orgullo-. Dirige la Nash Corporation. Supongo que la conocerás.
Taryn lo miró con asombro. Cualquiera que supiera algo de ingeniería conocía a Nash Corporation. No sólo se dedicaban a la ingeniería, también eran famosos en el mundo de la electrónica y la aviación, por mencionar algunos campos. ¡Jake Nash era el mandamás de esa empresa!
– No sabía que fuera ese Nash -replicó ella con una sonrisa.
Eso no cambiaba su opinión de Jake, pero seguía sin querer que el señor Compton supiera su aversión por su sobrino nieto.
– Le va bien -comentó él, y eso era decir poco por qué le daba mil vueltas a Mellor Engineering-. Por cierto, a Jake le ha gustado tu pastel.
– ¿De verdad? -le preguntó ella con una sonrisa sincera.
– Dijo que si eres la mitad de buena secretaria que cocinera, se pelearán por ti cuando vuelvas a buscar trabajo.
– He pensado cenar una ensalada de pollo -comentó ella para cambiar de tema.
– ¿También vas a hacer esa ensalada especial de patatas que hiciste el otro día? -le preguntó él con deleite.
Durante los días siguientes, Taryn recuperó el equilibrio. Aunque se ocupaba de todas las tareas domésticas, Osgood Compton la trataba como si fuera una invitada.
Habían comido juntos y el señor Compton se había ido a echarse la siesta. Ella estaba en la cocina preparando unas verduras para la cena cuando se abrió la puerta y apareció Jake Nash.
– ¿Dónde… ha dejado… el coche? -balbució ella mientras miraba por la ventana.
– He venido andando desde la carretera. No quería molestar a mi tío.
Ella no se creyó esa excusa y, más bien, decidió que había ido a verla. Notó que la hostilidad volvió a alterarle la tranquilidad.
– ¿Ha venido a comprobar que no me he escapado con la plata de la familia?
Él le respondió con una sonrisa tan encantadora que ella estuvo a punto de olvidarse de que lo detestaba.
– Hemos empezado con mal pie -replicó él mientras alargaba la mano.
Taryn lo miró fijamente, pero no le estrechó la mano.
– ¿Desea algo? -le preguntó con cautela.
– Los dos lo deseamos -contestó él mientras dejaba caer la mano.
– ¿Los dos…?
– ¿Vas a hacerme una taza de té?
Taryn se volvió para poner el agua a calentar, aunque sabía perfectamente que no se refería a eso cuando había dicho que quería algo.
– Espero que me acompañes -le propuso él al ver que sólo había sacado una taza.
Ella decidió que su aversión tampoco llegaba tan lejos y sacó otra taza antes de invitarlo a que se sentara a la mesa de la cocina.
– ¿Un poco de pastel? -le ofreció ella.
Taryn lo miró y vio que tenía los ojos clavados en su boca. Se sorprendió, pero lo disimuló llevando las tazas a la mesa. Además, le llevó un trozo de pastel y se sentó frente a él.
– Entonces, si las líneas telefónicas con Nueva York no han vuelto a echar chispas, ¿qué quiere que yo también pueda querer? Supongo que pensará que hay algún tipo de relación laboral.
– Tienes una inteligencia muy aguda, Taryn.
Ella lo miró fijamente con sus hermosos ojos de color azul oscuro.
– Vaya, puedo hacer un pastel que no está mal y no soy tonta del todo. ¿Y bien?
– ¿Vas a dejar pronto este trabajo?
– La señora Ellington llamó para decir que, definitivamente, volverá a finales de la semana que viene.
– Entonces, ¿buscarás un trabajo?
– ¡No estará ofreciéndome trabajo como su ama de llaves!
– Estoy suficientemente satisfecho en ese aspecto -replicó él con suavidad.
– Claro -murmuró ella-, tendrá una esposa que se ocupe de esas cosas.
– No estoy casado ni vivo con nadie -respondió él con tranquilidad-. La mayoría de los días no tengo un alma caritativa que limpie y cocine -se encogió de hombros-. ¿Te gustan tanto las tareas domésticas que quieres seguir haciéndolas cuando termines tu cometido con mi tío?
Ella negó con la cabeza.
– Necesitaba dejar una temporada el trabajo como secretaria de dirección, pero ya estoy preparada para volver.
– ¿Para volver a Mellor Engineering?
– No -respondió ella secamente-. La respuesta a su siguiente pregunta también es no. No me despidieron de repente -añadió ella a la defensiva.
Él la miró en silencio durante unos segundos interminables.
– Pero te fuiste de repente -adivinó con perspicacia-. ¿Podría saber por qué?
– ¡No! No tiene nada que ver con usted.
– ¿Tuviste… una ligera depresión?
– ¡No! -estalló ella.
Si hubieran estado en su casa, lo habría echado. Taryn contó hasta diez y se calmó.
– Estaba disgustada -concedió ella-, pero ahora estoy buscando un trabajo en el que pueda concentrarme.
– ¿Quieres una carrera profesional? -le preguntó él con delicadeza.
Sin embargo, Taryn tuvo la sensación de que aquellos ojos grises lo asimilaban todo y que a ese hombre, tan delicado en ese momento, no se le escapaba nada.
– Para mí, hacerme una carrera profesional es lo más importante, la primera prioridad.
– ¿Hay una segunda prioridad?
– Encontrar un sitio donde vivir.
– ¿Dónde vives cuando no estás aquí?
– En casa. En Londres.
– ¿Con tus padres?
– Mis padres están divorciados.
– ¿Vives con tu madre?
– ¿No va a dejar de hacerme preguntas?
Él sonrió sin alterarse y, para sorpresa de ella, empezó a explicárselo.
– Mi madre vive en África y yo vivo con mi padre y mi madrastra.
– ¡Ah!
– ¿Ah?
– ¿Debo suponer que tu madrastra es de las malvadas?
Ella volvió a arrugar los labios. ¿Qué tenía ese hombre que hacía que quisiera reírse aunque estuviera enfadada con él?
– ¿Y bien? -preguntó ella decidida a no sonreír.
– Que, aunque voy a dejar que tú te ocupes del segundo de los problemas, puedo ayudarte con el primero.
– ¿Está diciéndome que hay puestos de secretaria de dirección en Nash Corporation? -le preguntó lentamente.
– De vez en cuando -contestó él mientras se daba cuenta de que su tío le había hablado de su empresa-. Aunque, como se asciende a las secretarias, los puestos suelen cubrirse desde dentro.
Taryn no tenía claro que quisiera trabajar en Nash Corporation, aunque sabía que difícilmente encontraría algo mejor para su carrera.
– Sin embargo, ¿hay un puesto que no puede cubrir desde dentro? -aventuró ella.
Taryn no podía creerse que Jake Nash, el jefazo de todo el tinglado, estuviera hablando con ella de eso, cuando seguramente habría un departamento de recursos humanos para ocuparse eficazmente de esos asuntos.
Él no contestó la pregunta, sino que le hizo otra.
– Dime una cosa, Taryn ¿cuánto tiempo estuviste trabajando en Mellor Engineering?
¡Estaba haciéndole una entrevista de trabajo! Lo miró con los ojos como platos.
– Cinco años.
– ¿Ha sido el único trabajo que has tenido?
Fue camarera una temporada y había mecanografiado informes y documentos para su tía, pero supuso que eso no le interesaría.
– Hice un curso de secretariado y empresa hasta los dieciocho años y luego entré a trabajar en Mellor Engineering.
– ¿Entraste de secretaria de dirección?
– No directamente. Sabía toda la teoría que podía saberse y, después de tres años de trabajo en distintos departamentos, me ascendieron a secretaria de Brian Mellor.
Le sorprendió decir el nombre de Brian sin inmutarse.
– ¿Trabajaste para el propio Brian Mellor? Es impresionante. Debes de ser muy buena.
Le pareció vanidoso decir que, efectivamente, lo era, así que dijo en su lugar:
– Mire -le espetó con cierta arrogancia-, si está haciéndome una entrevista de trabajo, aunque no creo haber solicitado ningún trabajo, me gustaría saber de qué puesto se trata, si es que hay algún puesto.
A él no le impresionó el tono impertinente. Lo supo porque entrecerró levemente los ojos y ella no pudo saber qué estaba pensando.
– Hay un puesto…
– ¿Un puesto de secretaria de dirección?
– Sí -contestó él-, pero a lo mejor es temporal -le advirtió.
– No me interesan los trabajos temporales. Ni siquiera estoy segura de que me interese en cualquier caso.
– ¡Claro que te interesa! -replicó él espontáneamente.
– ¿Por qué lo ve tan claro? -le preguntó Taryn con indignación.
– La experiencia que ya tienes te coloca en una buena posición para volver. Si además fueras mi secretaria personal…
– ¡Su secretaria personal! -exclamó ella.
La cabeza empezó a darle vueltas. Era lo más alto que podía llegar.
– Todavía nadie sabe que ese puesto está libre -le aclaró él.
– ¿Va a despedir a su secretaria actual?
– Ni hablar, es demasiado valiosa.
– No acabo de entenderlo -reconoció Taryn.
– Kate Lambert ha trabajado conmigo durante los últimos siete años y confieso que me sentiría perdido sin ella.
– ¿Pero va a dejar que se marche… un tiempo?
– Kate, entre nosotros, acaba de quedarse embarazada.
– ¡Ah! -Taryn respiró-. Quiere una sustitución de la baja por maternidad.
– Algo más. Por decirlo suavemente, Kate está pasándolo muy mal. Normalmente, hace un trabajo muy preciso, pero el embarazo está desquiciándola. Pobre Kate, a veces parece extenuada.
– ¿Se cansa fácilmente?
– Sí, pero quiere seguir trabajando todo el tiempo que pueda y me parece que ya es una tortura para ella.
Entonces, Jake Nash no estaba pensando en alguien que la sustituyera mientras estaba de baja, sino en alguien que fuera antes.
– ¿Es un trabajo temporal?
– Kate dice que volverá en cuanto termine la baja y yo estaría encantado de que volviera.
– Pero no cree que vaya a volver…
– Kate es una perfeccionista. Querrá hacer perfectamente las dos cosas, ser madre y ser mi secretaria personal, pero creo que hay muchas posibilidades de que quiera quedarse en casa si puede.
A Taryn le pareció muy natural, pero se quedó atónita al darse cuenta de que empezaba a interesarle, aunque acabara trabajando con ese hombre que le disgustaba. Se dijo firmemente que no quería trabajar para él. Sin embargo, también era verdad, como había dicho, que toda la experiencia que acumulara con él sería muy valiosa para cuando volviera a buscar otro trabajo.
– ¿Cuándo querría que empezara?
– No corras, Taryn. No te he ofrecido el trabajo.
Ella se puso roja como un tomate. Nunca lo había pasado peor.
– Perdone -replicó ella con frialdad-. Pensé que…
– Lo siento -se disculpó con una sonrisa-. No estoy acostumbrado a hacer estas entrevistas. Normalmente, la habría hecho recursos humanos, pero no quiero que participen por el momento. Tampoco le he dicho a Kate que estoy buscando a alguien que trabaje con ella para que se quede cuando esté de baja. Kate ya se ha llevado varios chascos y había empezado a pensar que no tendría un hijo. Como está pasándolo tan mal y sigue teniendo miedo de que algo pueda estropearse, me ha pedido que no le diga a nadie cuál es su estado.
– ¿No sabe que está buscando a alguien para que le quite trabajo? -a Taryn le preocupó-. ¿No le importará?
– Espero que, cuando se haga a la idea, lo acepte encantada. Como tú querías volver a ser secretaria, había pensado en tantear qué te parecía trabajar para mí y luego pedirte que te incorporaras a la primera ocasión que se presentara. Kate puede explicarte el trabajo y juzgar si cree que puedes hacerlo eficazmente.
– ¿Usted tomará la última decisión?
– Efectivamente. Te llamaré la semana que viene, cuando hayas tenido tiempo de pensártelo.
Él se levantó al ver que su tío abuelo entraba en la cocina.
– ¡Jake! -exclamó él con alegría-. No he visto ni he oído tu coche.
– Quería estirar un poco las piernas -replicó Jake con desenfado-. He venido andando desde la carretera.
Taryn también se levantó y puso agua a calentar porque sabía que su actual jefe temporal querría un té. Él le sonrió y se fue con su sobrino nieto al jardín. Taryn se quedó asombrada de pensar que podría tener dos jefes temporales de la misma familia. Sin embargo, ¿quería trabajar para Jake Nash?
Era una pregunta que la abrumó durante los días siguientes e incluso después de que pasara el fin de semana seguía sin estar segura. Él no le caía bien, pero ¿era necesario que le cayera bien? Había amado a su jefe anterior y por eso había tenido que dejar ese trabajo. Si fuera a trabajar para Jake Nash, no pasaría lo mismo. Sería una relación estrictamente laboral. Efectivamente, en esencia, él no tenía que caerle bien.
El lunes llamó la señora Ellington y dijo que volvería el jueves por la mañana. Taryn reconoció que, por muy encantador que fuera el señor Compton, ya estaba cansada de hacer tareas domésticas. Quería un trabajo que la llevara a lo más alto como secretaria de dirección. Lo más alto era Jake Nash, aunque fuera temporalmente y trabajando en equipo con su indispensable secretaria actual. Él le había dejado que lo pensara, pero, el martes, cuando tuvo en cuenta la experiencia que ganaría, supo que quería el trabajo.
Él sólo querría que la persona que ocupara ese puesto fuera eficiente y llevara bien la oficina; alguien que trabajara mucho y que no saliera corriendo en cuanto dieran las cinco. Ella podía hacerlo y nunca había estado pendiente del reloj.
Sin embargo, antes de poder demostrarlo tenía que salvar algunos obstáculos. Como Kate Lambert no quería que se supiera su estado, entendía que él no lo hubiera dejado en manos de recursos humanos, pero ¿por qué no había buscado a alguien dentro de la empresa? No le dio muchas vueltas. La ayudante de Kate tenía que tener experiencia como secretaria de dirección y las secretarias de dirección de la empresa ya tendrían un puesto asignado. Además, si bien era posible que les gustara trabajar para el mandamás de la empresa, quizá no les hiciera tanta gracia tener que dejar el puesto cuando Kate decidiera volver.
Esa noche, cuando estaba sirviendo la cena, se notó nerviosa de que Jake Nash no la hubiera llamado todavía. Si no la llamaba pronto, no la encontraría allí. Lo cual quizá explicara por qué no estuvo muy simpática cuando sonó el teléfono esa noche. Osgood Compton, que ya había hablado con su hija y no esperaba más llamadas, estaba en el garaje repasando el motor de uno de sus coches antiguos.
– ¿Dígame? -preguntó ella sin disimular su impaciencia.
– Soy Jake Nash. ¿Has tenido tiempo de pensar en nuestra conversación? -le preguntó él sin rodeos ni saludarla.
– Me gustaría conocer a Kate Lambert.
Él no dijo nada y eso hizo pensar a Taryn que seguía teniendo alguna oportunidad.
– ¿Ha dicho la señora Ellington cuándo va a volver?
– El jueves por la mañana.
Taryn empezó a comprender que Jake Nash no podía perder ni un segundo.
– Kate te recibirá el viernes a las once y media.
Jake Nash colgó como si no hubiera discusión posible.
Taryn se quedó un rato algo más que indignada y con ganas de decirle lo que podía hacer con tanta resolución, pero cuando se tranquilizó comprendió que seguía queriendo ese trabajo.
La señora Ellington llegó el jueves por la mañana, como había prometido. Taryn preparó la comida y se alegró de ceder las riendas de lo que, al fin y al cabo, debería haber sido un trabajo de dos semanas. Se despidió cariñosamente de Osgood Compton y salió de su apacible casa.
Que su casa distara mucho de ser apacible le recordó que tenía que encontrar algún sitio donde vivir.
– Menos mal que has vuelto -fue el saludo de su madrastra.
Taryn comprendió que el ama de llaves no había aguantado mucho.
– ¿Qué queréis cenar? -preguntó Taryn.
Podría haber esperado a que se lo pidiera, pero sabía que habría terminado haciéndolo.
Sin embargo, a la mañana siguiente, las tareas domésticas ni se le pasaron por la cabeza. Se puso un traje de chaqueta azul marino con la falda hasta las rodillas, alegrándose de tener unas piernas bonitas y bien torneadas.
Sintió un cosquilleo en el estómago mientras iba hacia las oficinas de Nash Corporation. Quería el trabajo y esperaba tener la suerte de conseguirlo. Se recordó que tenía una formación muy completa como secretaria de dirección y que le habían dicho que sabía tratar a la gente con eficiencia, pero afablemente.
Se bajó del coche con la esperanza de gustar a Kate Lambert y de que la considerara apta para el puesto. Sabía que eso era imprescindible para que Jake Nash la entrevistara. Él tenía la última palabra.
Kate era baja, morena y de treinta y tantos años.
– Pasa -la invitó amablemente antes de darle la mano-. ¿Quieres un café?
– Sí, gracias -contestó Taryn con una sonrisa.
Kate, efectivamente, tenía un aspecto enfermizo y habría preferido hacer ella el café.
– Jake… el señor Nash te ha explicado las… circunstancias confidenciales de mi estado -empezó a decir Kate.
Estaba claro que al cabo de unos meses no podría disimular su estado, pero, por el momento, no se le notaba.
– Sí, me lo ha contado. Enhorabuena.
Kate sonrió y pasó a preguntarle por los trabajos que había hecho hasta entonces y a informarle sobre lo que suponía ser la secretaria personal de un ejecutivo con tanto poder. Cuanto más hablaba, más desataba las ganas de Taryn por conseguir ese trabajo. En definitiva, cuando Kate estuviera de baja, ella llevaría la oficina del máximo directivo. Trataría con gente de todo el mundo y asistiría a reuniones «en la cumbre». Además, iban a pagarle muy bien, pero no se hacía ilusiones. Kate le había explicado que se ganaría cada centavo de su fabuloso sueldo. Sería una experiencia maravillosa, se dijo Taryn con un estremecimiento.
– ¿Qué te parece? ¿Te he quitado las ganas? -le preguntó Kate.
– ¡En absoluto! Me parece el tipo de trabajo que me encantaría hacer.
– ¿Sabes que sólo durará un año aproximadamente?
– Sí. Hasta que vuelvas después de tener a tu hijo.
– Muy bien -eso hizo que Taryn pensara que iba a recomendarla-. Iré a comprobar si el señor Nash puede recibirte.
Taryn comprendió que si pensara que no era apta para el puesto, le habría dado alguna excusa, como que ya la llamarían, y la habría despachado. Sólo le quedaba esperar que la entrevista con Jake Nash saliera igual de bien.
– El señor Nash dice que te recibirá dentro de cinco minutos -le comunicó Kate después de colgar el teléfono-. ¿Quieres preguntarme algo más?
Ella le contestó que creía que lo habían comentado todo muy minuciosamente y Kate tuvo que atender una llamada. Taryn se quedó a solas con los nervios. Pronto estaría con un hombre que hasta el momento sólo había visto la peor parte de ella. Sin embargo, esa vez, si quería ese puesto que anhelaba, tendría que contener esos impulsos para deslumbrarlo.
Se abrió la puerta y apareció Jake Nash; alto, moreno y con traje, tal como lo recordaba.
– Siento haberte hecho esperar -se disculpó amablemente-. Pasa, Taryn.
Taryn se levantó y el corazón le dio un ligero vuelco. Entró en el despacho. Era espacioso y luminoso y tenía dos puertas; supuso que una daría al pasillo y la otra a un cuarto de baño o algo parecido. Al fondo de la habitación había un sofá con dos butacas a los lados, pero Jake Nash le señaló una silla de respaldo alto que había junto a la mesa.
– Siéntate -se sentó al otro lado de la mesa-. ¿Te ha explicado Kate lo que quiero?
– Parece muy interesante.
Taryn se dio cuenta de que tenía unos ojos muy bonitos y de que su boca no estaba nada mal. Pero, ¿en qué estaba pensando…?
– ¿Y a ti qué te parece?
Taryn volvió a sentirse desquiciada. Si estaba allí, él debería haber comprendido que estaba interesada.
– Creo que puedo hacer el trabajo.
– ¿Te das cuenta de que parte del trabajo es confidencial? -preguntó él.
– Creo que a una secretaria de dirección se le supone la confidencialidad.
Jake Nash no pareció impresionado y ella habría dado cualquier cosa por saber qué se ocultaba detrás de esa fachada tan fría.
– Naturalmente, podrás darme referencias.
– Yo… -Taryn vaciló.
– No pareces muy segura.
Jake no se anduvo con rodeos y ella volvió a sentir antipatía por él.
– No es que…
Se sentía incómoda por tener que pedir referencias a Brian Mellor, aunque estaba segura de que le daría unas muy buenas.
– Sólo he tenido un puesto fijo -siguió ella con toda la tranquilidad que pudo.
– Y lo dejaste bastante precipitadamente -afirmó él sin una sonrisa o un gesto de ánimo-. ¿Por qué?
Taryn hizo un esfuerzo por contener la indignación que le había producido su tono cortante. Si él quería confidencialidad, ¿por qué no se la concedía a ella?
– Es algo confidencial -replicó Taryn tajantemente.
– Acepto la confidencialidad en asuntos de trabajo, pero tu motivo para marcharte fue personal.
– ¿De dónde ha sacado eso? -preguntó ella airadamente.
– ¡Me parece evidente! -contestó él-. ¿Por qué discutisteis Brian Mellor y tú?
– ¡No discutimos!
Taryn se dio cuenta de que el trabajo que tanto anhelaba se alejaba de ella, pero no pudo hacer nada por impedirlo.
– Vamos… -Jake pareció impaciente-. ¿Estuviste dos años con él y te marchaste de un día para otro? Según tú, no te despidió, de modo que tuvo que ser algo personal.
– ¡No me despidió! -insistió ella con acaloramiento.
– Entonces, ¿por qué te fuiste sin darle por lo menos un mes antes de dimitir?
Taryn supuso que Jake tenía razón. Él no querría formarla para que llevara su oficina y que se marchara de pronto por un antojo, pero no iba a decirle que Brian la había besado. No sólo le parecía una traición para Brian y su matrimonio, sino creía que ese hombre sofisticado que tenía los ojos grises clavados en ella se moriría de risa.
– Si tengo que decirlo…
Estaba en un punto crítico si quería conseguir ese trabajo. Le diría la verdad y que se fuera al infierno.
– Si tengo que decirlo -repitió ella con tono ofendido-, ¡me enamoré de él!
Lo había dicho. Estaba roja como un tomate, pero lo había dicho.
– Vaya… -Jake Nash se dejó caer contra el respaldo de la butaca-. ¿A su mujer no le importó?
– Su mujer no se enteró. Él tampoco -contestó ella con hastío.
Jake la miró en silencio durante unos segundos interminables.
– Estoy seguro de que hay algo más -afirmó él despreocupadamente y sin dejar de mirarla-. Dígame, señorita Webster, ¿tiene por costumbre enamorarse de todos los hombres que la contratan?
¡Era un mal nacido sarcástico! Evidentemente, se había dado cuenta del afecto que sentía por su tío abuelo. Encima, le había confesado haberse enamorado de su jefe. Taryn se levantó. Supo, sin asomo de duda, que no le daría el trabajo.
– Siempre -contestó ella cuando él también se levantó-. Aunque en su caso, me habría resultado muy fácil hacer una excepción.
A Taryn le pareció una despedida muy buena, pero antes de que pudiera dar un paso hacia la puerta, Jake Nash, ante su asombro más absoluto, soltó una carcajada. Fue tan inesperado que ella se quedó mirándolo, mirándole la boca que mostraba unos dientes blanquísimos.
– Taryn Webster… -Jake Nash sacudió la cabeza-. Seamos un poco indulgentes -ella seguía mirándolo cuando él extendió la mano derecha-. Te quiero aquí el lunes a las nueve en punto.
Estaba tan atónita que le estrechó la mano y notó, con un leve estremecimiento, la calidez de su piel.
– ¿Quiere decir que… me da el trabajo?
– Tienes el trabajo -confirmó él-. Esperemos que ninguno de los dos nos arrepintamos.