Capítulo 14

James y yo no nos peleábamos casi nunca, y nuestros enfados no duraban mucho. Él estaba convencido de que no podía equivocarse y yo estaba decidida a evitar los enfrentamientos. Las pocas veces que habíamos discutido se había arreglado todo con un beso y una disculpa.

No sabía cómo arreglarlo con Alex. Los límites de nuestra relación no habían sido marcados. Cambiaban a diario sin que tuviéramos que pactar nada. El deseo y el sexo habían fluido entre nosotros de forma natural. En ningún momento se habló de emociones.

Había demasiadas. No intentaba hacerme la lista cuando le dije que las cosas se habían convertido en algo más de lo que se suponía en un principio. Había anhelado su cuerpo y deseado que me acariciara, pero en algún punto del camino también había empezado a ansiar sus sonrisas y sus carcajadas. Me había acostumbrado a tenerlo junto a mí en la cama, a verlo con la ropa de James, a su olor.

Yo no quería amarlo, pero tampoco quería que él no me amara a mí.

Alex se mostró retraído toda la semana siguiente a la pelea. Seguía teniendo reuniones que lo mantenían fuera de casa durante gran parte del día, sólo que ahora era a diario en vez de esporádicamente. Que yo supiera, estaba recorriéndose Cleveland de cabo a rabo. Volvía a casa con el traje y aspecto cansado, pero apenas hablaba y se metía en su habitación antes de que me diera tiempo a preguntarle qué tal le había ido el día. Dolía.

Me escabullía de casa para que todos pudiéramos fingir que no nos habíamos dado cuenta de que me evitaba. Los oía hablar por la noche. A veces subían mucho el tono. Otras no los oía en absoluto, durante horas, y cuando James entraba en la habitación y se metía en la cama, me estiraba para comprobar si captaba el aroma de Alex en su piel. Nunca sucedía.

Fue sólo una semana, pero fue la semana más larga de mi vida. Se me terminó la regla, lo que siempre era un alivio. La empresa de James empezó un nuevo proyecto y sus horarios cambiaron. Llegaba más pronto a casa, de modo que podíamos pasar más tiempo juntos, tiempo que empleábamos haciendo cosas en el jardín, como montar el nuevo columpio.

Era como habría sido el verano si al llegar Alex no hubiéramos empezado el romance. Era el invitado perfecto. Educado. Distante. Se había convertido en un desconocido, y me estaba matando que lo hiciera.

Yo intentaba ocultar que me reconcomía por dentro. No quería que se notara que su rechazo me escocía como una espina clavada que no me podía sacar. No podía mirarlo por miedo a que se me notara en la cara el anhelo. No podía arriesgarme a que James viera lo mucho que deseaba que las cosas volvieran a ser como antes.

Fue Claire, por sorprendente que pueda parecer, quien me ofreció un hombro en el que llorar. En el pasado siempre había compartido mis sentimientos con Patricia, pero dado que no le había contado que me acostaba con Alex, no podía llegar ahora y admitir que estaba hecha polvo por lo que ni siquiera podía considerarse una ruptura. Nunca había hablado mucho de sexo con Mary, y, además, se había ido a Pennsylvania una semana a arreglar papeles de la universidad. Y posiblemente otras cosas de las que no comentamos nada.

Así que fue con Claire con quien terminé hablando del tema un día en mi casa, comiendo. Había pasado por allí para dejar algunas cosas más para la fiesta. La casa estaba en silencio. Yo había estado cambiando cosas en mi curriculum, pero no había hecho grandes avances. Mis dedos tecleaban, pero mi mente estaba muy lejos, y había cometido muchos errores.

Me alegré cuando apareció en la puerta, porque eso significaba que podría abandonar lo que se había convertido en una tarea inútil. Me pasó una bolsa de tomates del jardín de nuestra madre y un par de invitaciones que habían echado al buzón de nuestros padres en vez de enviármelas a mí por correo.

– Se quedarán sin comer por poner un sello, vamos -dijo mientras se servía algo de comer y beber. Lo dejó todo en la encimera y empezó a preparar sándwiches.

– Todo el mundo ha aceptado. Dios mío. Espero que haya sitio para todos.

– No te preocupes por eso. Los amigos de papá estarán tan borrachos que no se darán ni cuenta, y los Kinney se largarán al poco rato con su palo metido por el culo.

La idea de que los Kinney se mezclaran con mis padres y sus amigos hacía que se me tensara el estómago.

– No me lo recuerdes.

– ¿Qué tal está la espeluznante pareja, por cierto? Evy y Frank -Claire se rió mientras imitaba al padre de James-. Tengo muchas ganas de verlos. Creo que me pondré mi camiseta por encima del ombligo sólo para ver cómo se les descompone el rostro. Para ver cuánto tarda tu suegra en preguntarme si he engordado.

– Por Dios, Claire, no serás capaz. ¿En la fiesta de papá y mamá?

Se llevó el plato a la mesa y yo la seguí.

– Tal vez.

Observé el gran bocado que le daba al sándwich.

– ¿Has decidido tenerlo?

Tardó un minuto en tragar lo que tenía en la boca. Asintió con la cabeza.

– Sí.

– ¿Y qué harás con la universidad? ¿De dónde sacarás el dinero?

– Me quedan sólo tres créditos para terminar. Puedo sacármelos con un trabajo de becaria. Ya he empezado a buscar algo no retribuido para practicar. Encontraré un trabajo. Todo saldrá bien.

Se la veía mucho más segura de sí misma que yo en su caso.

– ¿Y vas a poder con todo?

Masticó un par de bocados más antes de contestar.

– Le estoy sacando dinero al cabrón que no me dijo que estaba casado y me dejó embarazada.

Lo insultó con la misma dulzura con que te daría un beso. Sonrió. Una sonrisa alegre y resplandeciente.

– ¿Va a darte dinero?

– Quince mil.

Me atraganté y tuve que toser.

– ¿Qué? Dios mío, Claire, ¿cómo demonios has conseguido que acceda a pagarte quince mil dólares?

– Le dije que podía demostrar que el niño era suyo con un test de paternidad. Lo que es cierto -me dijo-. Y le dije que no sólo se lo contaría a su mujer, a los padres de su mujer y a la junta de profesores, sino que también les diría cuánto le gustaba que me vistiera con ropa de colegiala y ponerme encima de su regazo para darme unos azotes.

No estaba segura de qué contestar.

– ¿Y… que guardes el secreto vale quince mil dólares?

La sonrisa de Claire se ensanchó.

– También tengo fotos. Y pruebas de que fuma porros habitualmente y que no tiene ningún tipo de escrúpulo a la hora de sacar tajada de los tratos que se hacen en su centro.

– ¿Su centro?

– Es director de instituto -me contestó-. Se folló a la desequilibrada equivocada, Anne.

– Vaya -dije yo no muy segura de si debería impresionarme o asustarme su forma de actuar-. Pinta como un buen escándalo.

– No debería haberme mentido -dijo con tono frío-. Podría haber sido un rollo divertido, sin más, pero él me dijo que me quería y el muy capullo me mintió. Así que en lo que a mí respecta tiene que contribuir con los gastos de este niño.

– ¿Y de verdad quieres tenerlo? -pregunte, observándola mientras se terminaba el sándwich.

– Sí. Quiero tenerlo. Porque puede que su padre sea un cabrón, pero… es mío.

– ¿Se lo has dicho a papá y mamá?

– Mamá se lo imagina. Papá no tiene ni idea, por supuesto. Esperaré a que pase la fiesta. No tiene sentido estropearlo todo.

Se encogió de hombros.

– Parece que lo tienes todo previsto -le dije. Mi hermana soltó una suave carcajada.

– Ya lo veremos, ¿no te parece? ¿Quieres otro sándwich?

Ni siquiera había probado el que tenía en el plato.

– No, gracias.

– Entonces ¿qué ha pasado? -preguntó mientras ponía sobre una rebanada de pan gruesas lonchas de beicon, tomates del jardín de nuestra madre y lechuga, untado todo con una generosa capa de mahonesa que se desbordaba por los lados. Se lamió todos los dedos, uno por uno.

– ¿Con qué? -mi sándwich tenía los mismos ingredientes, sólo que en menor cantidad.

– Con qué, no. Con quién. Con él -dijo, haciendo una pausa que no presagiaba nada bueno-. Alex.

– No ha ocurrido nada con él -contesté yo dando un mordisco, que mastiqué sin muchas ganas.

Claire hizo un ruido burlón.

– Venga ya. Qué mal mientes, Anne.

– Al contrario, Claire, miento muy bien -contesté yo, tomando unos gusanitos con sabor a queso, que tampoco saboreé.

– Eso dices tú. Venga, escupe, hermanita. ¿Qué ha pasado? ¿James se ha enfadado?

– No.

Claire aguardaba, expectante, con la boca llena. Bebí un sorbo de coca-cola y jugueteé con mi servilleta. Ella masticaba, tragaba y se llevaba otro bocado a la boca, esperando a que yo hablara.

– Digamos que el plan se ha desmoronado, eso es todo. ¿No es lo que siempre pasa?

– No lo sé. Nunca he hecho algo así -contestó ella, engullendo medio vaso de leche, tras lo cual se limpió la boca con delicadeza-. Bueno, quiero decir que sí que he follado con más de un tío a la vez, pero eran tíos que no se conocían.

– Eso no me ayuda, Claire.

Ella sonrió de oreja a oreja.

– Lo siento, hermanita. Entonces, si James no se ha enfadado, ¿qué es lo que ha pasado? No me hagas que te torture con el eructo de la muerte, Anne. Sabes muy bien que lo haré.

A veces podía ser de lo más exasperante, pero también sabía cómo arrancarme una sonrisa.

– Ya te lo he dicho. Se desmoronó. No sé. Cuando estamos solos él y yo me gusta, pero cuando está con James los dos se comportan como niños.

– Ya. No es muy sexy.

– Pues no. Y además comparten un montón de cosas de las que yo no formo parte -dije-. Pero no es sólo eso. Quiero decir… que son muchas más cosas.

Comimos en silencio durante un rato mientras me devanaba los sesos buscando algo que decir y cómo decirlo sin que se notara que era una mala persona. La manera de admitir que estaba celosa y que había mentido sin perder ante mi hermana mi aura de perfección.

No debería haberme molestado en intentarlo. Claire fue directa al grano, sorprendiéndome una vez más con su perspicacia.

– Quieres a los dos para ti sola, pero sabes que ellos se tienen mutuamente también.

– Sí -conteste yo, apartando el sándwich-. ¿No te parece que soy una loca posesiva?

– Probablemente -contestó ella con otra radiante sonrisa-. Pero supongo que es normal.

– Tuvimos una pelea. Más bien la tuve yo, porque él no peleó. Simplemente se fue, se alejó de mí -dije y tuve que parar para tragar el nudo que se me había hecho en la garganta-. Y ahora se comporta como si no nos conociéramos.

– ¿Y qué pasa con James?

– No me ha dicho nada al respecto. Si han hablado de ello, no me ha comentado nada.

Claire soltó una carcajada.

– Anne, los tíos no «hablan» -dijo dibujando las comillas en el aire a ambos lados de su cabeza al pronunciar esta última palabra-. Se lanzan la mierda, pero no hablan.

Sonreí.

– Ya lo sé. Pero ellos sí hablan. Yo los oigo, a veces. Pero no sé si estarán hablando sobre mí.

– ¿Qué crees que podrían decir? -Claire suspiró, se reclinó en la silla y se dio unas palmaditas en el estómago, que sólo parecía un poco redondeado si te esmerabas en ver el abultamiento. Soltó un eructo largo y lento-. Ah, ése ha sido de diez.

– Es como si no significara nada para él -dije y me sentí mejor y peor al decirlo en voz alta-. Como si hubiera sido sólo sexo.

Claire me miró con tristeza.

– Annie. A lo mejor sólo ha sido eso.

No tenía derecho a llorar por ello, pero lo hice. Me tapé la cara con las manos, avergonzada por las lágrimas.

– ¿Pero por qué? ¿Por qué no me ama igual que ama a James?

Claire me dio una palmadita en el hombro. Yo me sequé apresuradamente las lágrimas con una servilleta. Claire tomó otro puñado de gusanitos de queso y le agradecí que me diera oportunidad de recobrarme del todo.

– Lo siento.

Claire se encogió de hombros.

– Ojalá pudiera decirte qué hacer, hermanita. ¿Lo amas?

– ¿A Alex?

– No. Al rey de Inglaterra.

– Inglaterra no tiene rey.

– Ya lo sé.

Suspiré y jugueteé un poco con la comida de mi plato.

– No lo sé.

– Mira, es una putada que alguien no te quiera, aunque tú no lo quieras a él.

– Una manera muy elegante de decirlo -dije yo.

– ¿Cuándo se va?

– No lo sé. Pronto. Lleva aquí dos meses.

– Podrías echarlo de una patada -sugirió-. Deshacerte de él. Así no seguirás pensando en ello.

Ojalá fuera tan fácil.

– Gracias.

– Anne -dijo Claire con un suspiro-. ¿Qué es lo que más te molesta? ¿Que pueda estar enamorado de James o que no esté enamorado de ti?

– Me siento como una idiota de campeonato -respondí en voz baja-. Ellos planearon esto juntos, y yo me habría puesto furiosa de no ser porque también lo deseaba.

– Te lo dije. Pervertida.

Sonreí.

– Pero al cabo de un tiempo empecé a sentir algo más de lo que habría esperado en un principio. Y a él no le ha pasado lo mismo.

– ¿Estás segura de eso?

Le lancé una buena imitación de una de sus miradas.

– Casi no me ha hablado en una semana. Desde que le dije que pensaba que la relación se estaba convirtiendo en algo más de lo que se suponía que tenía que ser. Cuando le pregunté que por qué seguíamos haciéndolo y él me dijo que porque no podíamos evitarlo.

Aquello despertó la atención de Claire, que se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa.

– Vaya, vaya… Interesante respuesta. Que no podíais evitarlo.

– Tenía toda la razón. Yo no podía. Aun sabiendo que debería, que había dejado de ser sólo sexo. Que yo… sentía… algo más -me negaba a echarme a llorar otra vez-. Sé por qué es el mejor amigo de Jamie, Claire. Sé por qué nunca cayó bien a los Kinney. Porque cuando James está con él es casi como si se transformara en otra persona. Como si a su alrededor no hubiera nadie más que Alex. No me extraña que la señora Kinney lo odie. Le arrebató a su niñito, y, al contrario que yo, Alex no le permite que lo pisotee.

– ¿Follan? ¿Lo han hecho alguna vez?

Respondí porque lo preguntó con seriedad.

– Creo que no.

– Pues creo que a lo mejor deberían. Para quitarse ese peso de encima y dejar de pensar en ello todo el tiempo.

Me presioné los párpados con los dedos para contener las lágrimas que se empeñaban en brotar de mis ojos.

– Creo que la única razón por la que se acostaron conmigo fue porque no podían acostarse ellos dos solos. Alex sólo me deseaba porque… porque no podía tener a James. En realidad, creo que nunca me ha deseado.

Ya lo había dicho. Aquello era lo peor para mí. Me había rendido y había cedido al deseo por alguien que ni siquiera sentía lo mismo por mí. Me había convertido en un sustituto de algo que los dos deseaban y no podían tener.


James roncaba a mi lado, pero yo no estaba dormida. Llevábamos horas en la cama. Solos. Alex había salido y no había regresado. Y yo aguardaba despierta en la oscuridad, esperando a oír el ruido de las ruedas sobre la grava, de la puerta al abrirse, de pasos conocidos en el pasillo.

Lo oí y percibí su presencia en la entrada de mi habitación. Había entrado con la pretendida quietud de un borracho, es decir, ninguna. Se había golpeado, probablemente el hombro, con el marco de la puerta. Ahora estaba junto a mi lado de la cama, clavándome la mirada aunque yo no podía verlo a él.

Oí la hebilla de su pantalón y el susurro del cuero deslizándose entre las trabillas, seguido del sonido metálico de los dientes de la cremallera al bajar

El olor a whisky flotaba alrededor de su cuello como si fuera una bufanda, alrededor de sus dedos como si fueran unos guantes. Quería bebérmelo. Quería ahogarme en él.

La prenda cayó al suelo. Gruñó suavemente cuando no pudo desabrochar alguno de los botones de la camisa, y al momento los oír rebotar en el suelo. Abrí los ojos de par en par, pero las sombras me impidieron ver nada más su perfil. Quería ver si me estaba mirando.

Fui yo la que tendió las manos primero, que toparon con sus muslos. Mi boca con su pene. Me lo metí dentro hasta donde pude, sin hacer ruido aun cuando sus dedos se tensaron y me tiraron del pelo. Estaba tan excitado, tan duro, que me habría atragantado si no hubiera sujetado la base del pene. Lo sujeté de aquella forma, guiando así sus embestidas.

Yo quería más, pero él me tiró del pelo con fuerza y me detuve. Los dos teníamos la respiración entrecortada. Su erección me rozó la mejilla cuando se acercó más. Me echó la cabeza hacia atrás. Al fin pude verlo a la luz de la ventana. Un atisbo de su suave boca, de su nariz recta, un destello de sus ojos.

– Despiértalo -dijo él, aún entre las sombras con voz grave y ronca por haber fumado demasiado.

– James -susurré, y un poco más fuerte cuando Alex me volvió a tirar del pelo-. James, despierta.

James resopló levemente y rodó hacia mí, pero no se despertó.

– Jamie, despierta -dijo Alex.

Oí el gruñido enfadado de James a mi espalda. Alex me soltó el pelo y posó su mano entonces sobre mi hombro, empujándome sobre las almohadas y él sobre mí. Elevé la boca para que me besara, pero él no lo hizo.

James se apoyó en un codo.

– Eh, tío, ¿dónde coño estabas?

– Había salido un momento -dijo Alex, arrodillándose, con el trasero apoyado sobre los talones entre nosotros dos, al tiempo que se acariciaba lentamente el pene.

– No jodas -dijo James con tono aparentemente molesto, y yo no lo culpaba. Él no había estado esperando, como yo.

– Anne, quiero ver cómo se la chupas a Jamie. Jamie, ven aquí.

James soltó una carcajada, pero se arrodilló también.

– Estás borracho.

Yo no me reí. Me acerqué a James, cuyo pene ya se estaba despertando. Lo acaricié hasta que se puso duro y después me lo metí en la boca igual que había hecho con Alex unos minutos antes.

Gimió cuando empecé a chuparlo. Los envidiaba por lo rápido que se excitaban, lo fácil que les resultaba correrse. James ya estaba embistiendo con las caderas en respuesta al movimiento de mi lengua y mis labios. Le rodeé los testículos con una mano y presioné la zona del perineo, lo que hizo que se lanzara bruscamente hacia delante.

Dejé a James y seguí con el pene de Alex, que esperaba a su lado. Tracé con la boca un mapa de las diferencias que había entre sus cuerpos. Hacia atrás y hacia delante, hasta que me empezó a doler la mandíbula. Entonces me arrodillé y utilicé las manos para masturbarlos a los dos al mismo tiempo.

Habíamos vuelto a formar un triángulo. Tres. Acaricié los penes de ambos mientras me inclinaba a lamer, succionar y mordisquear los pezones de James. Alex posó la mano en mi nuca. Levanté entonces la cara y besé a mi marido, y después a mi amante. Uno y otro. Ellos me besaron a mí. Yo los acaricié. Sus manos hallaron mis senos, mis caderas, mis muslos, mi clítoris. Dos manos me sujetaron por la cintura y dos manos se abrieron camino entre mis piernas.

Estábamos tan apretados que mis manos quedaron atrapadas entre nosotros. Rebosantes. Mis hombres empujaron contra mis puños. Besé a James, su boca húmeda y abierta. Besé a Alex. Primero a uno y luego al otro mientras nos movíamos al ritmo del sonido deslizante de la piel húmeda y el chirrido de los muelles. Uno de los dos abandonó el calor de mi sexo y ascendió con los dedos húmedos por mi cadera para agarrarme por atrás y estrecharme con más fuerza. Mi clítoris palpitaba a cada movimiento, restregándose contra una palma, un nudillo, un pulgar. No importaba lo que fuera. Estaba a punto de correrme.

Me puse tensa. Retrocedí y arqueé la espalda al tiempo que elevaba las caderas. Nuestro triángulo se agrandó. Hice una pausa en mis besos a uno y otro cuando me sobrevino el orgasmo. James soltó un gemido y empujó con las caderas hacia delante mientras me sujetaba un hombro con una mano que parecía una garra de hierro. Alex también hizo ruido. Su pene seguía palpitando en mi mano. Era su mano la que estaba entre mis piernas, frotando, no pude soportarlo más. Eran demasiadas sensaciones. Emití un gruñido de protesta, pero de pronto me corrí por segunda vez. Una violenta descarga de placer recorrió todo mi cuerpo.

Alex puso una mano en la nuca de James. Yo sabía lo que se sentía después de las muchas veces que lo había hecho conmigo. Estaban tan cerca el uno del otro que podrían notar el roce de sus pestañas. Se me escapó un gemido al soltar el aire, que había estado conteniendo demasiado rato. Tuve que reclinarme sobre la espalda para tomar más aire y aspiré hondo mientras me estremecía.

Yo me reclinaba hacia atrás, ellos dos hacia delante. Yo tenía los ojos abiertos, ellos cerrados. Yo los había estado besando alternativamente, primero uno y luego el otro, tocando sus bocas con la mía. Pero ahora yo no estaba allí.

Los dos se movieron al mismo tiempo. Un calor húmedo llenó mis manos y cubrió mi estómago cuando los dos se corrieron. Avanzaron el uno hacia el otro con las bocas abiertas, preparadas.

Pero fue Alex quien retrocedió.

Abrió los ojos. Soltó a James, que también abrió lentamente los ojos. A la luz de la luna, vi que James parecía aturdido. Su boca cerrada se entreabrió un segundo después y sacó un poco la lengua.

– Alex -dijo con voz ronca, pero Alex nos soltó como si quemáramos.

Alex rompió el triángulo. Se apartó tan deprisa que James tuvo que sujetarme para que no perdiéramos el equilibrio y me cayera. Alex se levantó de la cama. Se quedó de pie, mirándonos, pero no dijo nada. A continuación recogió su ropa y salió.

James me soltó y se derrumbó contra el cabecero. Sus dedos frotaban inconscientemente la cicatriz del pecho, una y otra vez. Yo me quedé de piedra, con las rodillas rígidas, temblando, pero ya no era de placer.

– ¿Qué coño…? -dijo James con voz apagada.

Yo lo miré, pero estaba envuelto en sombras y no pude leer su expresión. Oí la puerta del cuarto de baño que había al final del pasillo, y el agua de la ducha al cabo de un minuto. No sabíamos qué hacer.

James me tomó la mano y entrelazamos los dedos. Esperé a que él dijera algo, pero cuando no lo hizo, le besé la mano. Me levanté, tomé la bata que había dejado en la silla y me la eché por los hombros de camino al pasillo.

Alex estaba en la ducha, la cortina se movía ligeramente a causa del golpeteo de las gotas. La descorrí y miré al interior. Estaba en el suelo, de rodillas sobre pies y manos, la frente aplastada contra la bañera de plástico.

Me metí con él. No había demasiado sitio para los dos, pero nos las apañamos. Le tendí los brazos y él me abrazó. El plástico curvado se encajó en mi espalda cuando Alex enterró el rostro en mi cuello. El agua caía sobre nosotros. Era agradable, como si estuviera lloviendo.

– No sabía que había padres que de verdad querían a sus hijos hasta que conocí a los Kinney -dijo Alex-. Mi viejo es un cabrón cuando está sobrio y un capullo con muy mala leche cuando está borracho, que es casi todo el tiempo. Una vez me rompió una cuchara de madera en el trasero. Después se quitó el cinturón. Empecé a follar con tíos porque sabía que era lo único que podría provocarle un infarto.

– ¿Qué dijo cuando se enteró?

– Nada. Nunca se lo conté -me miró con aquellos ojos grises como el lago en una tormenta.

– ¿Por qué no?

Alex sonrió como si le doliera.

– Porque sabía que me odiaría.

Lo estreché contra mi pecho y le acaricié el pelo mojado sin decir nada.

– Pero en casa de Jamie todo el mundo era agradable. Todo el tiempo. La señora Kinney nos hacía galletas. El señor Kinney jugaba al balón con nosotros. Me acogieron y me hicieron sentir como si me quisieran, porque era el amigo de Jamie. Me preparaban fiestas de cumpleaños cuando nadie más se acordaba. Me recogían del trabajo cuando estaba lloviendo para que no tuviera que ir en la bici. Prácticamente viví en su casa durante cuatro años, hasta que Jamie se fue a la universidad. Cuatro años, Anne. Y el día después de que Jamie se fuera, fui a casa de sus padres a ver si la señora Kinney necesitaba que le hiciera algún recado. Me había comprado mi primer coche y quería poder ir a la tienda para hacerle la compra, si le hacía falta.

– No le hacía falta.

Tomó aire profundamente.

– Abrió la puerta y no me dejó entrar. Me dijo que James no estaba y que volviera cuando él estuviera. Me cerró la puerta en las narices.

– Menuda… -quería decir «zorra». pero la palabra se me atragantó.

– Jamás se lo conté a Jamie. Cuando volvió, fui a su casa como si no hubiera pasado nada. Pero cuando regresó a la universidad, sus padres dejaron de existir para mí. Cuando me los encontraba por la calle, volvía la cabeza. Jamie no se enteró nunca. Yo no se lo dije.

– Lo siento, Alex.

– Jamie es la única persona en mi miserable vida que hizo que sintiera que valía la pena. Cuando me preguntaste si lo quería… ¿cómo no quererlo? Jamie es la única persona que me hizo comprender lo que es querer a alguien. Creo que lo quise desde la primera vez que lo vi con aquel maldito polo rosa del cocodrilo con el cuello levantado.

Alex se levantó y cerró el grifo. Agarró dos toallas y salimos de la ducha, con la ropa chorreando. Se sentó en el retrete mientras yo me envolvía en mi toalla. Utilicé la otra para secarle el pelo y el agua de la cara. Esperó a que yo hubiera terminado y me tomó la mano. Me senté en el borde de la bañera en una postura incómoda con las rodillas juntas.

– Cuando fui a visitarlo a la universidad para decirle que me iba del país, quería que me pidiera que me quedara, ¿sabes? Para que hubiera alguien que no deseara que me fuera. Pero se alegró mucho por mí. Me dijo que estaba orgulloso, que sería una gran oportunidad para mí para hacerme un hombre de provecho. Los dos sabíamos que jamás sería nada en Sandusky. Nunca tendría un buen trabajo. Pero aun así quería que me pidiera que me quedara. Así que le conté toda la historia. Que el hombre que me había ofrecido el trabajo no era alguien a quien había conocido por casualidad, sino alguien a quien me estaba tirando.

– Y se puso furioso. Os peleasteis. Lo sé.

Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa que nada tenía que ver con la diversión.

– Me parece que no. Cuando me dijiste que te había contado toda la historia, pensé que lo habías entendido. Pero no creo que sea así.

– Cuéntamelo tú entonces.

– Nos emborrachamos y conseguí lo que quería. Me pidió que no me fuera. Se puso furioso, sí. Quería saber cómo podía dejar que me dieran por culo, cómo podía follarme a otro tío. Eso fue lo que dijo. Intentó besarme.

Contemplé su rostro detenidamente. Lo creía.

– Eso no me lo dijo.

Alex soltó una carcajada.

– Jamie no aguantaba bien el alcohol. Lo intentó, pero yo no le dejé.

– ¿Por qué no?

– Porque -empezó Alex-, porque Jamie no… no es así.

– Yo creo que, obviamente, sí lo es.

Él negó con la cabeza.

– No, yo creo que no. No creo que vaya a salir del armario de repente. No es gay, Anne. Y yo lo quería, sí, pero no… no de una manera que fuera a acabar bien. Para ninguno de los dos. Soy una calamidad. No soy capaz de hacer que las cosas funcionen. Y no quería que nos rompiéramos la cabeza peleando y perdiéramos todo lo que teníamos.

– ¿Y la pelea entonces?

– La tuvimos. Me pegó un puñetazo en la cara y me llamó «puto marica de mierda». Nos golpeamos con la mesa y él se cortó. Lo llevé a Urgencias. El resto es igual.

– Y luego te fuiste a Singapur.

– Fui a casa de los Kinney una vez más antes de irme -me dijo-. Quería saber qué tal estaba. La señora Kinney me dijo que no era digno de pisar el suelo que pisaba Jamie y que no volviera por allí, porque no era bienvenido. Sabía que yo no le gustaba, pero no me había dado cuenta hasta entonces de que me odiaba. No sé qué le diría Jamie, pero estaba hecha una furia.

Le retiré el pelo de la cara.

– Alex, lo siento muchísimo.

– Yo quería asistir a vuestra boda. Podría haberlo hecho. Podría haber sacado el tiempo sin problemas. Pero cuando llegó el momento, pensé que no podría soportar volver a verlo después de tanto tiempo caminando hacia el altar. Así que esperé y envié un regalo.

– Fue muy bonito. Todavía lo tenemos -le dije con una sonrisa.

Él también sonrió.

– Le envié una tarjeta. Mantuvimos el contacto. Terminé aquí. Y volví a joderlo todo una vez más.

– No es verdad.

Me puso la mano en la nuca para acercarme un poco más a él. Nuestras frentes se tocaron. Cerré los ojos, esperando un beso que no llegó.

– No contaba contigo.

Se me escapó un pequeño sollozo.

– Pensé que tú…

– Shhh -dijo, rodeándome con el brazo. Era una postura extraña e incómoda, pero no me habría movido ni por un millón de dólares.

– ¿Qué vamos a hacer? -le susurré.

– Nada.

– Tenemos que hacer algo -dije, echándome hacia atrás para poder mirarlo, y ahuequé la mano contra su mejilla-. Esto es algo.

Él se echó hacia atrás también.

– Lo que Jamie y tú tenéis es algo. Esto no… es nada, ¿recuerdas? Tan sólo una aventura de verano. Me iré y lo olvidarás.

– No lo olvidaré. Y él tampoco.

Alex sonrió de medio lado.

– Te sorprendería lo que es capaz de olvidar Jamie cuando quiere.

– Yo no lo olvidaré -insistí yo con los ojos llenos de lágrimas-. No lo olvidaré nunca.

Me dio un beso en la frente.

– Sí que lo harás.

– ¿Y tú?

Cuando todo cambia nos damos cuenta de quiénes somos en realidad. De lo que verdaderamente importa. De lo que verdaderamente queremos. La verdad se nos aparece en momentos de desorden emocional.

Mi corazón aguardaba para quedar hecho pedazos.

Volvió a besarme en la frente, con más ternura esta vez.

– Anne, yo ya lo he hecho.

Entonces se levantó y me dejó sola.

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