Capítulo Siete

Se alejaron ocho kilómetros del pueblo y estacionaron en la orilla arenosa de Angel Beach. La propiedad era privada y tuvieron que abrir una verja para llegar hasta allí. Era una zona que Delaney conocía al dedillo. El bosque denso daba paso a la arena blanca y todo pertenecía a Henry.

Nick recostó la espalda contra el capó del Mustang, luego plantó un pie en el parachoques. Sacó dos Coors del pack de seis latas, colocando el resto del pack a su lado-. ¿Alguna vez bebiste cerveza?- preguntó, haciendo estallar las anillas de la parte superior y dándole una a Delaney.

Henry le había dado permiso para probarla-. Bueno, claro. Desde siempre.

Él le dirigió una mirada desde debajo de sus pestañas-. ¿Desde siempre?, ya- Se puso la lata en los labios y tomó un largo trago.

Delaney lo observó y tomó un sorbo de su cerveza. Hizo una mueca de desagrado y giró la espalda mirando el Lago Mary a diez metros delante de ella. Un camino plateado surcaba las oscuras aguas con el reflejo de la luna llena. La estela parecía mágica, como si se pudiera recorrer la orilla por encima sin mojarse. Como si pudieras atravesar andando el agua y llegar a algún lugar exótico. Ella tomó otro sorbo de cerveza, y esta vez consiguió no poner mala cara. Una brisa fresca susurraba en su piel, pero no tenía frío.

– Parece que no quieres ir a la “U of I” [42].

Ella se volvió hacia Nick. Los rayos de la luna llena brillaban en su pelo oscuro-. No, no quiero ir a la universidad ahora mismo.

– Entonces no vayas.

Ella se rió y tomó unos sorbos más de su cerveza-. Si, de acuerdo. ¿Y cuándo tengo que querer hacer algo para hacerlo? Henry ni siquiera me preguntó a qué clases quería asistir. Sólo me matriculó y pagó.

Nick se quedó quieto un momento y Delaney no tuvo que preguntarle lo que pensaba. La ironía era más fuerte que las palabras. Nick trabajaba duramente para ir a la universidad, un privilegio que su padre forzaba a aceptar a Delaney-. Dile al viejo que te deje en paz. Yo lo haría.

– Sé quelo harías, pero yo no lo puedo hacer.

Él puso a la vista la lata y preguntó, – ¿Por qué no?

Porque siempre se había sentido como si tuviera una deuda con Henry por rescatarlas a su madre y a ella de ese pequeño remolque Airstream en las afueras de Las Vegas-. Es sólo que no puedo-. Su mirada recorrió el negro contorno de las montañas antes de descansar otra vez sobre Nick-. Esto es tan extraño, -dijo ella-. Nunca habría pensado que tú y yo acabaríamos siendo colegas de borrachera.

– ¿Por qué?

Lo miró como si fuera ligeramente retrasado.

– Porque tú eres tú. Y yo soy yo, -dijo y tomó unos sorbitos más.

Su mirada se entrecerró-. ¿Quieres decir porque tú eres la hija del alcalde y yo soy su hijo bastardo?

Su brusquedad la asombró. La mayor parte de la gente que conocía no decía las cosas tan directamente. Besaban el aire encima de la mejilla y le decían lo bueno que era todo aunque no lo fuera. Se preguntó como sería tener la libertad de hacerlo así-. Bueno, yo no lo diría de ese modo.

– ¿Cómo lo dirías entonces?

– Diría que tu familia me odia, y que la mía no te tiene cariño.

Él inclinó la cabeza para atrás y se terminó su cerveza. La estudió desde el borde de la lata hasta que la bajó otra vez-. Es un poco más de complejo que eso.

– Cierto. Te has pasado la mayor parte de tu vida torturándome.

La comisura de su boca llena se curvó-. Nunca te torturé. Algunas veces te gasté bromas.

– ¡Ja! Como cuando estaba en tercer grado y me dijiste que Reggie Overton secuestraba a las niñitas rubias y se las daba de comer a sus dobermans. Estuve aterrorizada con Reggie durante años.

– Y tú te has pasado la mayor parte de tu vida caminando a mi alrededor con la nariz alzada como si yo oliera mal.

– No, no lo hice- Delaney se dijo que nunca lo había tratado así.

– Sí, lo hiciste – aseguró.

– ¿Porqué me besaste esta noche?

Su mirada se deslizó hacia su boca-. Curiosidad.

– ¿Curiosidad por ver si te dejaba?

Él se rió silenciosamente y deslizó los ojos por la fila de botones que cerraban su vestido-. No -dijo como si el rechazo nunca se le hubiera ocurrido. Volvió la mirada a sus ojos-. Curiosidad por saber si sabes tan dulce como parece.

Ella se estiró todo lo alta que era y bebió unos sorbos más de la cerveza para adquirir el coraje de preguntarle, – ¿Qué decidiste?

Él levantó un dedo y dijo con una voz baja y sensual – Ven aquí, Fierecilla.

Algo en su voz, lo que dijo y la forma en que lo hizo, la llevaron hasta él como si estuviesen atados con una cuerda y él hubiera tirado de ella. Sintió un cosquilleo en el estómago.

– He decidido que sabes como el vino de arándanos del Tío Josu. Definitivamente dulce, pero con un toque caliente.

Ella escondió su sonrisa detrás de la lata de Coors. Quería ser como ese vino-. ¿Es malo?

Él tomó la cerveza de su mano y la colocó detrás de él en el capó del coche-. Depende de lo que quieras hacer con eso-. Él colocó su cerveza al lado de la de ella y se levantó con un movimiento fluido. Colocó dos dedos debajo de su barbilla y miró fijamente a sus ojos-. ¿Te ha besado alguien alguna vez hasta que estabas tan caliente que ardías?

Ella no contestó, no queriendo admitir que nunca había estado tan consumida u ofuscada por la pasión como para perder la cabeza o el miedo por Henry.

Nick llevó sus manos a ambos lados de su cuello, e indagó en sus ojos-. ¿Hasta que no te preocupaba ninguna otra cosa?- Él bajó su cara hasta su oreja-. ¿Ha tocado alguien tus pechos?- murmuró-. ¿Debajo de la camisa, debajo del sujetador? ¿Dónde tu piel es caliente y suave?

Su lengua se le pegó al paladar.

– ¿Ha metido la mano dentro de tus bragas?- Su boca abierta y caliente se movió por su mejilla-. ¿Sintiendo cómo estabas resbaladiza y lista entre tus piernas?

Además de en la clase de salud, nadie nunca había hablado antes a Delaney sobre el sexo. Ella lo sabía, lo había aprendido de películas y de escuchar sin querer a otras chicas de la escuela. Incluso Lisa asumía que era una puritana, pero aparentemente Nick no. Nick había visto lo que nadie más, y en lugar de sentirse ofendida por su lenguaje, ella giró la cara y lo besó. Durante años había oído rumores sobre sus éxitos sexuales. Ella no quería que él pensara que era ingenua y aburrida en comparación y a propósito aumentó la pasión y le devoró con sus labios y su lengua. Se dejó caer de cabeza en el calor ardiente que quemaba su piel. Su joven cuerpo se llenó de los jugos calientes del deseo, y por primera vez en su vida, se dejó llevar.

El beso barrió totalmente sus diferencias, dejándolas fuera por el exceso de la pasión. Sus manos se movieron a su espalda y se deslizaron por ella. Tomó sus nalgas con las palmas de las manos y la puso de puntillas aplastando sus pechos contra su tórax. Él la apretó contra su pelvis y la dejó sentir su dura erección. Ella no tuvo miedo. En vez de eso se sintió libre. Liberada para explorar por sí misma lo qué otras chicas de su edad sabían. Liberada para ser una deseable chica de dieciocho años a punto de convertirte en una mujer. Se excitó con las nuevas sensaciones y asombrada, quiso que la tocara como a cualquier otra chica. Para perderse en él.

Él se echó hacia atrás y la dejó deslizarse por su cuerpo.

– Es mejor que nos paremos aquí, Fierecilla.

Pero Delaney no quería detenerse. Aún no. Ella se deslizó por su pecho, amoldando perfectamente su cuerpo al de él. Se relamió los labios y degustó su sabor-. No-. Un escalofrío lo recorrió y él clavó los ojos en ella como si quisiera apartarla de un empujón pero realmente no pudiera hacerlo. Lo miró a los ojos, luego bajó la mirada rozando su cara apuesta. Besó su mejilla y justo debajo de su oreja-. No nos detengamos-. Ella abrió la boca y chupó su piel caliente. Él oía a jabón y a piel y a brisa fresca de la montaña.

Las manos de Nick se movieron a su cintura, luego resbalaron por sus lados, aferrando la tela de su vestido. La bastilla se subió hasta la parte superior de sus muslos, y él presionó su erección contra su abdomen-. ¿Estás segura de que ésto es lo que quieres?

Ella inclinó la cabeza.

– Dímelo. Dime que no es un error.

– Tócame como dijiste.

Él llenó la palma de su mano con su pecho derecho-. ¿Aquí?

Su pezón se convirtió en un punto duro-. Sí.

– No has contestado a mi pregunta. ¿Te ha tocado alguien alguna vez así?

Ella miró sus ojos, y fue como si viese el otro lado de Nick. Por primera vez vio detrás de su impresionante cara, al hombre que había dentro. No conocía a este Nick. Su mirada era intensa, pero la acarició como si fuera muy delicada-. No.

– ¿Por qué?- suavemente acarició con el pulgar sobre la punta de su pecho, y ella se mordió los labios para no gemir en voz alta-. Eres preciosa, Delaney, y podrías tener a cualquiera que quisieras. ¿Por qué yo?

Sabía que no era hermosa, no como su madre. Pero tal y como la miró y la tocó, y el tono de su voz cuando lo dijo casi se lo hicieron creer. La hacía creer que cualquier cosa era posible-. Porque haces que no quiera decir que no.

Él gimió con profundidad en su garganta y bajó su boca a la de ella una y otra vez. El beso comenzó como una ligera caricia de sus labios pero rápidamente se volvió duro, húmedo, áspero. El empuje carnal de su lengua tocó algo igualmente carnal dentro de ella y se retorció contra él. Ella quiso meterse dentro de Nick, sentirse rodeada por él. Cuando él finalmente la apartó, su respiración era pesada. Alcanzó los botones que le cerraban el vestido, y miró fijamente sus ojos mientras trabajaba hacia abajo hasta que el algodón rosa estuvo abierto hasta su cintura. Una punzada de aprensión penetró en la neblina ardiente que anegaba su cabeza. Nadie la había visto desnuda nunca, y aunque quería que la tocara, no quería que la mirara. No un hombre como Nick que había visto más de la parte que le correspondía de mujeres desnudas, pero entonces él abrió el vestido y pasó el tiempo de decirlo. El aire fresco coqueteó con sus pezones ya tensos, y él bajó la mirada a sus pechos desnudos. La miró tan fijamente que su aprensión aumentó y ella levantó las manos para ocultarse de él.

– No te escondas de mí-. Él agarró sus muñecas y las puso detrás de su espalda. Su columna vertebral se arqueó, y los tirantes de su vestido se deslizaron por sus brazos. Él otra vez se apoyó contra el capó del coche, apretando su cara contra sus pechos desnudos. Murmuró su nombre, luego besó su hendidura. Su mejilla fresca acarició el interior de sus pechos, y ella se olvidó completamente de su aprensión-. Eres preciosa-. Sus palabras calentaron su piel y tiraron de su corazón, y esta vez ella creyó lo que le decía. Él descansó la frente contra ella, su pelo oscuro contrastaba extremadamente con su piel blanca-. Sabía que lo serías. Siempre lo he sabido. Siempre-. Luego su boca caliente se movió sobre su pecho y deslizó la abertura de sus labios sobre la misma punta-. Sabía que serías rosada aquí mismo.

Durante un fugaz segundo Delaney se preguntó cómo lo sabía, pero entonces su lengua rodeó su pezón y su cerebro se cerró a cualquier pensamiento coherente. Su respiración se hizo menos profunda, observó como su lengua se torcía, lamiéndola.

– ¿Te gusta esto?

Detrás de ella, las manos de Delaney se apretaron en puños-. Sí.

– ¿Cuánto?

– Esto… bastante.

– ¿Quieres más?

Delaney cerró los ojos y su cabeza cayó a un lado-. Sí – contestó, y él dibujó su pezón con su boca. Sus labios apretaron y ella sintió el tirón entre sus piernas. Se sentía bien. Tanto que no quería que se detuviera. En toda la vida. Su boca se movió al otro pecho y también chupó ese pezón. Su lengua lamía y estoqueaba y la conducía más allá-. Nick -murmuró y soltó sus muñecas de su agarre. Su vestido cayó al suelo alrededor de sus pies. Ella metió los dedos en su pelo, acercándole más a su pecho.

– ¿Más?

– Sí- Realmente no sabía exactamente lo que quería, pero definitivamente quería más de ese dolor ardiente que se formaba en su abdomen. Quería más de él.

Una de sus grandes manos calientes se deslizó entre sus piernas y él suavemente la ahuecó en su entrepierna. El delgado algodón de su ropa interior era la única barrera que separaba la palma de su mano de su carne sensible-. Estás mojada.

El dolor abrasador se intensificó y apenas podía hablar-. Lo siento – se disculpó.

– No lo hagas. Siempre he querido hacerte mojar las bragas-. Él se levantó otra vez y le dio un beso rápido. Luego la cogió por la cintura y la colocó en el capó del Mustang que acababa de dejar libre. Le movió los pies al parachoques de cromo y dijo – Acuéstate, Delaney.

– ¿Por qué?- Ella le puso una mano en el pecho y luego la movió a la parte delantera de sus pantalones vaqueros, presionando contra la protuberancia dura debajo de su cremallera.

Él contuvo la respiración y empujó sus hombros hasta que ella yació con la espalda contra el fresco metal-. Porque voy a hacerte sentir realmente bien.

– Ya me siento bien-. Le tendió los brazos y él se situó entre sus muslos.

– Entonces voy a hacerte sentir mejor todavía-. Plantó las palmas de las manos a ambos lados de su cabeza y la besó como si quisiera abrasarla. Cuando levantó su boca otra vez le dijo – Voy a hacerte arder.

Delaney miró hacia arriba, a su bella cara y quiso que hiciera el amor con ella. Quería saber lo qué otras mujeres de su edad sabían. Quería que Nick se lo enseñara-. Sí -dijo, todo lo que él quisiera.

Él sonrió mientras sus hábiles manos bajaban sus bragas por sus piernas. Ella sintió el algodón deslizándose por sus pantorrillas y entonces le sacó la ropa interior. Sus manos subieron por la parte interior de sus muslos, y uno de sus pulgares la tocó donde estaba más resbaladiza. El placer fue indescriptible. Sus dedos acariciaron su carne húmeda hasta que quiso gritar.

– ¿Más?

– Sí, -murmuró ella cerrando los ojos-. Más-. Su toque era tan bueno que era casi doloroso, haciendo crecer intensamente la presión de su ingle. Ella quería llegar al final, pero al mismo tiempo seguir así para siempre. Lo quería desnudo y encima de ella, llenando sus brazos con su cuerpo caliente. Ella abrió los ojos y lo miró, parado entre sus rodillas, mirando hacia abajo con los párpados bajados-. Haz el amor conmigo, Nick.

– Te daré algo mejor que el amor-. Se puso sobre una rodilla y suavemente le besó el interior del muslo-. Voy a hacer que te corras-. Delaney se quedó petrificada, sumamente agradecida de estar rodeada de oscuridad. Cuando dijo que sí, no había querido decir eso. Habría apretado las piernas pero Nick estaba en el medio. No estaba segura lo que él iba a hacer, pero estaba bastante segura de que no iba a hacer eso.

Pero lo hizo. Deslizó sus manos debajo de ella acercándola a su boca abierta y caliente. El impacto inapelable la mantuvo en silencio. No podía creer lo que él había hecho. Lo que estaba haciendo. Quería decirle que se detuviera, pero no pudo decir ni una sola palabra cuando un placer arrollador comenzó a formar remolinos sobre su cuerpo. No pudo controlar el temblor que hormigueó hacia arriba por su columna vertebral y en lugar de empujarlo, arqueó la espalda. Su lengua y su boca acariciaban suavemente entre sus piernas de la misma forma que habían besado sus pechos.

– Nick, -gimió y le sujetó la cabeza con ambas manos. El placer aumentaba, tensándose y cada toque de su lengua la empujaba hacia el pico del clímax. Él puso uno de sus talones sobre su hombro e inclinó sus caderas. La tomó totalmente con su boca rozando su carne sensible. Las increíbles sensaciones se fortalecieron y arrollaron su cuerpo, entonces la empujaron a la cima.

Las estrellas por encima de su cabeza se desdibujaron mientras se sentía deslizar sobre una ola de éxtasis ardiente. Gritó su nombre una y otra vez mientras el calor ardiente atravesaba sus pechos y sus muslos. Contracciones involuntarias la hicieron temblar, y cuándo acabó se sintió distinta. Se escandalizó por lo que había hecho y quien se lo había hecho, pero no estaba arrepentida. Nunca se había sentido tan cerca de ninguna otra persona en su vida, y quiso que la abrazase.

– ¿Nick?

Él con mucho cuidado le besó el interior de su muslo-. Mmm.-

Al contacto de sus labios, repentinamente se volvió muy consciente de su bochornosa posición. Se tocó las ardientes mejillas mientras quitaba el pie de su hombro y se incorporaba.

Él se levantó y ahuecó su cara entre sus manos-. ¿Más?

No era ni ingenua, ni estúpida y supo perfectamente lo que le preguntaba. Quería darle el mismo impresionante placer que él le había dado-. Más-. Sacó la camiseta de la cinturilla de sus pantalones vaqueros y abrió los botones de su bragueta. Sus manos la cogieron de las muñecas y la detuvieron.

– Espera un minuto -dijo antes de que un rayo de luz le golpease en plena cara-. ¡Joder!

Delaney miró por encima de su hombro y los dos focos de un coche dirigidos hacia ellos la cegaron. Adrenalina pura pasó como un relámpago por sus venas, y empujó a Nick y se bajó de un salto del capó al mismo tiempo. Su vestido yacía a sus pies y lo cogió al mismo tiempo que el Lincoln plateado de Henry se paraba al lado del Mustang. Se metió el vestido de verano por la cabeza pero sus manos le temblaban tanto que no lo podía abotonar-. Ayúdame -gritó a nadie en particular.

Nick giró e intentó abotonar los botones de la cintura del vestido. Le murmuró algo, pero no lo pudo oír sobre el martilleo de sus oídos.

– ¡Apártate de ella!- gritó Henry a voz en cuello y al segundo abrió la puerta del coche.

Cerró los dos botones de arriba pero estaba indefensa para controlar el pánico que fluía dentro de ella. Recorrió el suelo con la vista y vio el gran pie de Nick pisando sus bragas. Los pequeños sollozos llenaron sus pulmones.

– ¡Saca tus malditas manos asquerosas de ella!

Delaney levantó la mirada cuando Henry los alcanzó. Él apartó de un empujón a Nick y la apretó contra él. Ambos hombres eran de la misma altura, la misma constitución, los mismos ojos grises brillando intermitentemente. Los faros del Lincoln iluminaban cada penoso detalle. La camisa de vestir de Henry, su pelo plateado

– Nunca pensé que te rebajarías hasta este punto, -dijo Henry señalando a Nick-. Siempre he sabido que me odiabas, pero nunca pensé que caerías tan bajo sólo para vengarte de mí.

– Tal vez esto no tenga nada que ver contigo -dijo Nick, bajando las cejas.

– Y una mierda que no tiene nada que ver conmigo. Me has odiado toda tu vida, y has estado celoso de Delaney desde el día en que me casé con su madre.

– Cierto. Te he odiado toda mi vida. Eres un hijo de puta, y el favor más grande que le has hecho a mi madre fue negar que alguna vez te acostaras con ella.

– Y finalmente te quitaste la espina. La única razón de que follases a Delaney fue para vengarte de mí.

Nick cruzó los brazos sobre su pecho y apoyó su peso sobre un pie-. Tal vez la follé porque me pone como una piedra.

– Debería mandarte al infierno.

– Dame tu mejor golpe, viejo.

– Oh, Dios mío -gimió Delaney acabando con los botones de su vestido-. Henry, nosotros no…

– Vete al coche, -la interrumpió Henry.

Ella miró Nick, al amante tierno que la había hecho sentirse bella-. ¡Diselo!- Hacía unos momentos se había sentido muy cerca de él, ahora no le conocía del todo. Parecía relajado, pero era una ilusión. O tal vez si conocía a este Nick. Este hombre hosco ante ella era el Nick con el que había crecido; El hombre que la había recogido antes había sido una ilusión-. Por favor, dile que no ocurrió nada, – le suplicó, para que le echara una mano-. ¡Dile que no hicimos nada!

Una ceja se levantó en su frente-. ¿En qué exactamente quieres que le mienta, Fierecilla?- preguntó-. Te vio sentada sobre el capó de mi coche. Si hubiera llegado unos minutos antes, habría visto muchísimo más.

– Obtuviste tu venganza, ¿no es cierto?- Henry agarró el brazo de Delaney y la empujó hacia Nick-. Cogiste a una chica inocente y la ensuciaste sólo para ajustar cuentas conmigo.

Delaney miró la dura mirada de Nick y no supo qué creer. Quería creer que le importaba algo, pero los ojos que la miraban eran tan fríos. Varios minutos antes le habría dicho a Henry que estaba en un error, pero no sabía qué pensar ahora-. ¿Es cierto?- le preguntó mientras una lágrima se deslizaba por sus mejillas calientes-. ¿Me usaste para vengarte de Henry?

– ¿Es lo qué piensas?

Lo que le había hecho era tan privado, tan íntimo, que pensó que no podría soportar saber que la había usado. Quería que le dijera a Henry que estaba equivocado, que la había besado y acariciado porque la quería, no porque odiase a Henry-. ¡no lo sé!

– ¿No?

– No.

Él no habló hasta después de lo que pareció una eternidad, luego le dijo, – Entonces cree a Henry.

Un sollozo quedó atrapado en su garganta y se fue tropezando hacia el Lincoln. Sentía como si tuviera un agujero en el pecho, y logró meterse en el coche antes de que la segunda lágrima se deslizase por su mejilla. El frío cuero bajo su trasero desnudo le recordó que estaba completamente desnuda bajo el vestido. Miró fijamente a través de la ventana a ambos hombres, y por encima del latir de su corazón, oyó a Henry amenazar a Nick.

– Mantente lejos de mi hija -gritó-. O te mantienes alejado o haré de tu vida un infierno.

– Podrás intentarlo -dijo Nick, sus palabras eran apenas audibles a través del grueso cristal de la ventanilla-. Pero no hay nada que me puedas hacer.

– Ya lo veremos-. Henry se movió al lado del conductor del Lincoln-. Mantente lejos de Delaney – advirtió por última vez y se deslizó en el asiento delantero. Dio marcha atrás, y los focos iluminaron a Nick durante cortos segundos. Y en esos pocos segundos, su camiseta resplandeció de un blanco brillante, el algodón suave no estaba metido dentro de la cinturilla del pantalón, y el botón de arriba de sus pantalones vaqueros estaba desabrochado. Se inclinó para recoger algo, pero Henry hizo girar las ruedas y el coche giró hacia la carretera antes de que pudiera ver lo que había recuperado de la tierra. Pero no tenía que verlo, lo sabía. Cuidadosamente, ahuecó su vestido bajo su trasero desnudo.

– Esto va a matar a tu madre -se enfureció Henry.

Probablemente, pensó Delaney. Se miró las manos y una lágrima cayó en su pulgar.

– Fue a tu habitación a darte las buenas noches, pero no estabas allí-. El Lincoln aceleró encima de la carretera principal, y Henry revolucionó más el gran motor-. Está tremendamente preocupada. Tiene miedo de que te hayan secuestrado.

Delaney se mordió los labios para no soltar la acostumbrada disculpa. No le importaba haber preocupado a su madre.

– Pero espera que sepa la verdad será peor que cualquier cosa que pudiera haber imaginado.

– ¿Cómo me encontraste?

– No creo que tenga importancia, pero varias personas te vieron subir al coche de Allegrezza. Si no hubieras dejado la verja abierta en Angel Beach, me habría llevado más tiempo, pero te habría encontrado.

Delaney no lo dudaba. Volvió la mirada a la ventanilla del copiloto y se quedó mirando fijamente la noche oscura-. No puedo creer que me persiguieras. Tengo dieciocho años de edad y no puedo creer que condujeras por el pueblo buscándome como si tuviera diez.

– Y yo no puedo creer que te encontrara desnuda como una prostituta de dos pavos -dijo y dejó su arenga verbal hasta que aparcó el Lincoln en el garaje.

Tan calmada como era posible dadas las circunstancias, Delaney salió del coche y entró en la casa. Su madre la encontró en la cocina.

– ¿Dónde has estado?- preguntó Gwen, su mirada bajó de la cara de Delaney a los pies y volvió a subir.

Delaney pasó de largo sin contestarle. Henry se lo diría a su madre. Siempre lo hacía. Entonces juntos decidirían su destino. Probablemente la castigarían sin salir como si fuera una niña. Subió las escaleras a su dormitorio y cerró la puerta detrás de ella. No trataba de esconderse. Tenía mejor criterio, y aunque no lo tuviera, la lección de esta noche le mostró la futilidad de su independencia.

Miró su reflejo en el espejo francés. El rimel estaba corrido por sus mejillas, sus ojos estaban rojos y su cara pálida. Por lo demás estaba como siempre. No parecía como si su mundo hubiera cambiado y estuviera en un nuevo lugar. Su cuarto estaba igual que horas atrás cuando se había escapado por la ventana. Las fotos en el espejo, y las rosas de su cubrecama eran iguales que siempre, pero todo era diferente. Ella era diferente.

Había dejado que Nick le hiciera cosas que nunca se había supuesto ni en sus sueños más descabellados. Sabía que existía el sexo oral. Algunas chicas de la clase de matemáticas se habían jactado de conocer como era, pero hasta esa noche, Delaney nunca había creído que la gente realmente hiciera ese tipo de cosas. Ahora tenía otra perspectiva. Ahora sabía que a un hombre ni siquiera tenía que gustarle la chica con la que estaba. Ahora sabía que un hombre podía hacerle cosas increíblemente íntimas a una mujer por otras razones que la pasión o la atracción mutua. Ahora sabía lo que era ser usada.

Cuando pensaba en la boca caliente de Nick presionando en el interior de su muslo, sus mejillas pálidas se pusieron al rojo vivo y desvió la mirada de su reflejo. Lo que vio la avergonzó. Había querido sentirse libre. Librarse del control de Henry. Liberarse de su vida.

Era una tonta.

Delaney se puso un par de pantalones vaqueros y una camiseta, luego se lavó la cara. Cuando acabó, fue al despacho de Henry, dónde sabía que sus padres la estaban esperando. Estaban detrás del escritorio de caoba, y por el gesto de la cara de Gwen, Henry la había puesto al tanto de cada penosísimo detalle.

Los azules ojos de Gwen estaban muy abiertos cuando miró a su hija-. Bueno, no sé que decirte.

Delaney se sentó en una de las sillas de cuero de delante del escritorio. No saber qué decir nunca había detenido a su madre antes. No la detuvo ahora.

– Dime que Henry está equivocado. Dime que no te vio en una situación sexualmente comprometida con ese chico Allegrezza.

Delaney no dijo nada. Sabía que no ganaría. Nunca lo hacía.

– ¿Cómo pudiste?- Gwen negó con la cabeza y colocó una mano en su garganta-. ¿Cómo pudiste hacerle eso a esta familia? ¿Mientras salías a hurtadillas por la ventana del dormitorio no pensaste en la posición de tu padre en esta comunidad? ¿Mientras dejabas que el chico Allegrezza pusiera sus manos sobre ti, te detuviste un segundo a pensar cómo tu padre se angustiaría por tus acciones?

– No – contestó Delaney. Cuando la cabeza de Nick estaba entre sus muslos, no había pensado en sus padres. Había estado ocupada humillándose completamente.

– Tú sabes como adora este pueblo cotillear. Mañana, a las diez en punto, todo el mundo sabrá de tu comportamiento vergonzoso. ¿Cómo pudiste hacerlo?

– Has lastimado a tu madre profundamente,-agregó Henry. Eran como un equipo de lucha, cuando uno saltaba y el otro se retiraba-. Si tu deshonroso comportamiento se llega a saber, entonces no sé cómo mantendremos la cabeza alta en este pueblo-. Henry la señaló con un dedo-. Nunca esperamos esto de ti. Siempre fuiste una chica tan buena. Nunca pensamos que pudieras hacer algo tan vulgar. Nunca pensamos que deshonrarías esta familia. No eres la persona que creíamos que eras. Incluso creemos que no te conocemos.

Las manos de Delaney se cerraron con fuerza. Pero tenía mejor criterio que decir nada. Defenderse sólo haría que todo fuera peor. Sabía que si decía algo, Henry consideraría que estaba discutiendo con él, y Henry odiaba que cualquiera discutiera con él. Pero Delaney no podía evitarlo-. Eso es porque nunca has querido conocerme. Sólo te interesa como te hago quedar. A ti no te importa cómo me siento.

– Laney – Gwen se quedó sin aliento.

– A ti no te importa que no quiera ir ahora a la universidad. Te dije que no quería ir, pero igualmente me haces ir.

– De eso iba todo esta noche -dijo Henry como si fuera un Dios omnipotente-. Te quisiste vengar de mí por saber lo que es más conveniente para ti.

– Esta noche se trataba de mí -dijo mientras se levantaba-. Quise ir a divertirme y ser una chica normal de dieciocho años. Quise tener una vida. Quise sentirme libre.

– Quieres sentirte libre echando a perder tu vida.

– ¡Sí! Libre para echar a perder mi vida si quiero, igual que todos los demás. Nunca tengo la libertad de hacer nada. Tú lo eliges todo. Nunca tengo opciones.

– Y está bien así – Gwen asumió el control-. Eres inmadura y egoísta, y esta noche escogiste al único chico que podría herir a esta familia. Elegiste a una persona cuyo único interés en ti era vengarse de Henry.

Lo que le había hecho Nick era la humillación más horrible que había sufrido, pero la mayor desesperación era saber que su vida se pondría peor. Miró a sus padres y supo que no iba a ganar. Nunca lo entenderían. Nunca cambiarían. Y ella nunca escaparía.

– Te has rebajado, y apenas puedo aguantar mirarte -continuó su madre.

– Entonces no lo hagas. Vas llevarme a la Universidad de Idaho en una semana. Llévame mañana-. Delaney se dirigió a su habitación, la resignación pesaba en sus hombros. Subió las escaleras, sus pies eran de plomo, su corazón estaba vacío, demasiado exhausto para llorar. Ni siquiera se molestó en sacarse los pantalones vaqueros antes de subir a la cama. Miro fijamente para arriba al dosel rosado y supo que no podría dormir, y estuvo en lo cierto. Su mente revivió con detalle cada atroz suceso de las pasadas horas. Lo que sus padres habían dicho. Lo que había dicho ella, y qué nada cambiaría. Y no importó lo mucho que procuró evitar pensar en Nick, su mente volvía una y otra vez a él. Recordó su toque cálido, la fresca textura sedosa de su pelo en sus dedos, y el sabor de su piel. Cerró los ojos y prácticamente notó su caliente boca mojada en sus pechos y más abajo. No supo por qué que lo había dejado engañarla con esas cosas. Le deberían haber bastado sus experiencias previas con él para saber que podía ser agradable un minuto y ser como una serpiente al siguiente. ¿Por qué Nick Allegrezza de entre todas las personas?

Delaney ahuecó la almohada y se puso de lado. Puede que porque él siempre había sido tan libre, y siempre la había fascinado con su cara divina y sus gestos salvajes. Puede que porque era tan guapo que la dejaba sin respiración, y esta noche la había hecho sentir como si fuera bella también. La había mirado como un hombre que quería hacer el amor con una mujer. La había tocado como si la quisiera. Pero todo eso había sido una mentira. Una ilusión, y ella había sido una tonta ingenua.

Te daré algo mejor que el amor, le había dicho. Voy a hacer que te corras. Que hubiera escogido ese método en particular era algo que no entendía. Pero no podía haber escogido nada que la humillara más aunque hubiera tenido años para planearlo. La había desnudado, y el había estado todo el rato vestido. Él la había tocado por todas partes, y ni siquiera había obtenido un vislumbre de su pecho desnudo.

Su único consuelo era que nadie sabía, ni Henry, exactamente qué había pasado sobre el capó del Mustang de Nick. Y a menos que Nick hablase de eso, nadie lo sabría. Tal vez su madre estaba equivocada. Tal vez nadie hablaría de ello.

Pero Gwen sólo se equivocó sobre el tiempo que llevó que los cotilleos la alcanzaran. Fue al mediodía, no a las diez, cuando al día siguiente Lisa telefoneó y le dijo a Delaney que alguien había visto a Nick y a ella en el Charm Inn de la cercana ciudad de Garden. Otro rumor los situaba desnudos corriendo a través de Larkspur Park y practicando el sexo sobre los columpios. E incluso en otro rumor Nick y ella habían sido vistos en el callejón detrás de la licorera, bebiendo tequila y acostándose en el asiento trasero de su coche.

Repentinamente ser despachada a universidad no parecía tan malo. La Universidad de Idaho no era la primera elección de Delaney, pero estaba a cuatro horas de Truly. A cuatro horas de sus padres y de su asfixiante control. A cuatro horas de los rumores que recorrían el pueblo como un huracán. A cuatro horas de tener que poner los ojos en Nick o en cualquier miembro de su familia.

No, puede ser que la “U of I” no fuese tan horrible después de todo.

– Si obtienes buenas calificaciones y te comportas bien, entonces -dijo Henry en el viaje en coche a Moscú, – tal vez aligeremos tus clases el año que viene.

– Realmente eso sería genial – había dicho con gran desánimo. El año siguiente era dentro de doce meses, y estaba segura de que haría algo en ese lapso para desagradar a Henry. Pero lo intentaría. Como lo hacía siempre.

Lo hizo durante un mes, pero con su primer sorbo real de libertad se fue derechita al grano, tomó la directa en su primer semestre. Perdió su virginidad con un fornido sindicalista llamado Rex y cogió un trabajo de camarera en el Bar & Grill de Ducky que era más bar que parrillada.

El dinero de su trabajo le dio aun más libertad, y cuando cumplió diecinueve años ese febrero, abandonó la residencia. Sus padres estaban lívidos, pero no le importó. Compartió casa con su primer novio, un levantador de pesas llamado Rocky Baroli. Continuó su educación universitaria leyendo los increíbles pectorales de Rocky y asistiendo a cuanta fiesta podía dentro y fuera del campus. Aprendió la diferencia entre un Tom Collins y un vodka Collins, importado y autóctono.

Había tomado su nueva independencia y había corrido hacia ella. La había agarrado con ambas manos y le había dado un mordisco bien grande, y no iba a regresar nunca. Había vivido como si tuviera que experimentar todo de inmediato, antes de que le quitaran de golpe la libertad. Cuando en adelante recordaba esos años, sabía que tenía suerte de estar viva.

La última vez que había visto a Henry, había llegado con el exclusivo propósito de arrastrarla de vuelta a casa. Para entonces se había deshecho de Rocky y se había mudado a un apartamento en un sótano de Spokane con otras dos chicas. Henry había mirado el mobiliario de segunda mano, los ceniceros desbordantes, y la colección de botellas vacías de licor, y le había ordenado que empacara sus ropas. Se había negado y se habían enfrentado con dureza. Le había dicho que si no se subía al coche, la expulsaría de su vida, se olvidaría que era su hija. Y ella le había llamado un hijo de puta pomposo y controlador.

– Ya no quiero ser más tu hija. Es demasiado extenuante. Siempre has sido un padre muy dictador. Nunca me vuelvas a perseguir – fueron las últimas palabras que habló con Henry

Luego, cada vez que Gwen la llamaba por teléfono, estaba segura de que Henry no estaba en casa. Su madre visitó a Delaney ocasionalmente en cualquier ciudad donde vivió, pero por supuesto Henry nunca vino con ella. Había sido fiel a su palabra. Había expulsado a Delaney completamente de su vida, y nunca se había sentido tan libre; libre de su control, libre para echar a perder su vida. Y algunas veces estuvo realmente cerca de conseguirlo, pero durante el proceso, también creció.

Estuvo en libertad para ir a la deriva de un estado a otro y de trabajo en trabajo hasta que tuvo claro qué hacer con su vida. Finalmente había acertado seis años antes cuando se inscribió en La escuela de belleza. Después de la primera semana, supo que había encontrado su sitio. Amaba las sensaciones táctiles y el proceso entero de crear algo maravilloso ante sus ojos. Tenía la libertad de vestirse escandalosamente si quería, porque siempre habría alguien un poco más atrevido que ella.

Puede que le hubiera llevado algo más que una carrera, pero a fin de cuentas había encontrado algo en lo que era hábil y que le gustaba hacer.

Ser estilista le dio la libertad de ser creativa. También le dio libertad para mudarse cuando comenzaba a sentirse atrapada en un lugar, aunque no se había sentido claustrofóbica durante algún tiempo.

No hasta pocos meses antes cuando Henry tuvo que dirigir su vida una última vez con ese testamento abrumador, controlando su vida otra vez.

Delaney recogió sus botas y entró en el dormitorio. Encendió la luz y lanzó sus botas al armario. ¿Qué estaba mal en ella? ¿Qué hizo que besara a Nick en una pista de baile abarrotada a pesar de su sórdido pasado? Había otros hombres disponibles alrededor. Cierto, algunos estaban casados o divorciados con cinco niños, y ninguno de ellos era tan maravillosos como Nick, pero no tenía un pasado doloroso como lo tenía con Nick.

Nick la serpiente. Eso es lo que era, como esa gran pitón con los ojos hipnóticos de El Libro de la selva, y ella era simplemente una indefensa víctima más.

Delaney se miró en el espejo de encima del tocador y frunció el ceño. Puede que si no estuviera tan sola y sin objetivos no sería tan susceptible de los encantos hipnóticos de Nick. Hubo una época en su vida en que la falta de rumbo había sido su meta. Pero ahora no. Estaba viviendo en un pueblo en el que no quería vivir, trabajando en una peluquería sin intenciones reales de éxito. Sus únicas metas eran sobrevivir y exasperar a Helen. Algo tenía que cambiar, y ella tenía que hacerlo.


Capítulo Ocho


La mañana del lunes Delaney pensó en poner un anuncio para manicura en el pequeño diario del pueblo, pero se resistía a la idea porque la peluquería estaría abierta sólo siete meses. Se había pasado la noche sin dormir pensando formas de que el negocio fuera un éxito, aunque lo tuviera poco tiempo. Quería sentirse orgullosa de sí misma. Iba a ganar su guerra capilar secreta con Helen y a mantenerse tan lejos de Nick como fuera humanamente posible.

Después de abrir la peluquería, cogió un póster de Claudia Schiffer, con su perfecto cuerpo dentro de un vestido de Valentino, con su pelo dorado y rizado revuelto inteligentemente alrededor de su bella cara. No había nada como un póster encantador para llamar la atención.

Delaney se sacó los zapatos de enormes hebillas y se subió al escaparate delante de la ventana. Acababa de pegar el póster en el vidrio cuando la campana de encima de la puerta sonó. Ella miró a su izquierda y colocó la cinta adhesiva en la encimera. Una de las gemelas Howell acababa de entrar en la peluquería, su pelo castaño claro estaba apartado de su bonita cara por una cinta ancha roja.

– ¿En que te puedo ayudar?- preguntó Delaney mientras bajaba con cuidado, se preguntó si sería la gemela que había montado en la Harley de Nick la noche del sábado pasado. Si era ella, entonces la mujer tenía mayores problemas que las puntas abiertas.

Sus ojos azules recorrieron a Delaney de pies a cabeza, fijándose en sus ceñidas mallas a rayas verdes y negras, en su pantalón tirolés verde, y el jersey de cuello vuelto negro-. ¿Atiendes sin cita previa?- preguntó.

Delaney estaba desesperada por tener clientes, desesperada por cualquiera que no entrara en la categoría de tercera edad, pero se había percatado del examen exhaustivo de la mujer, como si anduviera buscando defectos. A Delaney no le importaba si perdía a esta potencial clienta, así que le dijo, – Sí, pero cobro veinticinco dólares.

– ¿Eres buena?

– Soy lo mejor que encontrarás por aquí-. Delaney se puso los zapatos, un poco asombrada de que la mujer no se hubiera marchado ya, corriendo calle abajo a por un corte de pelo de diez dólares.

– Eso no dice mucho. Helen es horrible.

Quizá la había juzgado precipitadamente-. Bueno, no soy horrible, -dijo simplemente-. De hecho, soy muy buena.

La mujer cogió la cinta de la cabeza y se la quitó del pelo-. Quiero mechas y capas hasta aquí- dijo, indicando su mandíbula-. Sin flequillo.

Delaney inclinó la cabeza a un lado. La mujer tenía la línea de la mandíbula fuerte y pómulos altos. Su frente estaba en proporción con el resto de su cara. El corte que quería le quedaría bien, pero con esos grandes ojos azules, Delaney sabía que algo más corto y masculino le quedaría genial-. Acompáñame.

– Nos vimos brevemente en la fiesta del Cuatro de julio – dijo la gemela siguiendo a Delaney-. Soy Lanna Howell.

Delaney se detuvo delante de la zona de lavar el pelo-. Sí, te reconocí-. Lanna se sentó y Delaney puso sobre los hombros de la mujer una capa plateada y una mullida toalla blanca-. Tienes una hermana gemela, ¿no?- preguntó, cuando lo que realmente quería saber era si ésta era la hermana que se había pegado como una lapa a Nick la otra noche.

– Si, Lonna.

– Eso mismo -dijo analizando el pelo de su cliente entre los dedos y el pulgar. Luego colocó la capa sobre la parte posterior de la silla y con cuidado inclinó a Lanna hacia atrás hasta que su cuello descansó cómodamente en la hueco del lavacabezas-. ¿Qué sueles echarle al pelo?- cogió el grifo y probó la temperatura del agua con su mano.

– Sun-Inn y zumo de limón.

Delaney mentalmente puso los ojos en blanco ante la lógica de algunas mujeres que gastaban mucho dinero en cosméticos, y luego en casa utilizaban un champú barato para el cabello.

Con una mano protegió la cara, la nuca y las orejas de Lanna mientras con la otra mojaba el pelo con agua caliente. Usó un champú fresco y un acondicionador natural, y mientras trabajaba, las dos mujeres hablaron sobre el clima y los bellos colores de otoño. Cuando acabó, envolvió la cabeza de Lanna en una toalla y la dirigió a una silla del salón.

– Mi hermana me dijo que te vio la otra noche en Hennesey's, -indicó Lanna mientras Delaney escurría el agua de su pelo.

Delaney miró el gran espejo de la pared, estudiando el reflejo de Lanna. Entonces, pensó agarrando el peine, era la otra gemela la que había estado con Nick-. Bueno, estaba allí. Vino un grupo de blues bastante bueno desde Boise.

– Eso es lo que oí. Trabajo en el restaurante de la pequeña fábrica de cerveza, así que no pude ir.

Mientras Delaney desenredaba los nudos y disponía el pelo en cinco mechones que aseguró con pinzas, cambió de tema a propósito. Le preguntó a Lanna acerca de su trabajo, y la conversación derivó al Gran Festival De Esculturas de Hielo que el pueblo mantenía cada diciembre. Según Lanna, el festival se había convertido en todo un acontecimiento.

De niña, Delaney había sido tímida e introvertida. Pero después de años intentando que sus clientas se sintieran cómodas, había cogido el toro por los cuernos y hablaba con cualquiera de cualquier cosa. Podía soñar sobre Brad Pitt tan fácilmente como podía compadecerse de los dolores de barriga. Las peluqueras eran un poco como los camareros o los sacerdotes. Algunas personas parecía como si estuvieran compelidas a escupir sus vísceras y confesarle detalles bochornosos de sus vidas. Escuchar confesiones mientras peinaba era sólo una de las muchas cosas que había perdido en su vida cuando aceptó las condiciones del testamento de Henry. También había perdido la competencia y la camaradería entre peluqueras y todos los chismes jugosos que hacían que la vida de Delaney pareciera hogareña en comparación.

– ¿De qué conoces a Nick Allegrezza?

La mano de Delaney se detuvo, y luego siguió cortando un mechón de pelo en el centro de la nuca de Lanna-. Crecimos aquí en Truly al mismo tiempo.

– ¿Pero lo conoces muy bien?

Miró al espejo otra vez, luego a la espalda bajo sus manos, tijereteando una línea recta de izquierda a derecha-. No creo que nadie conozca realmente a Nick. ¿Por qué?

– Mi amiga Gail cree que está enamorada de él.

– Entonces tiene toda mi simpatía.

Lanna se rió-. ¿A ti no te importa?

– Claro que no-. Incluso si pensara que Nick era capaz de amar a alguna mujer, él no le concernía-. ¿Por qué me debería importar?- preguntó y quitó una de las pinzas de la cabeza de Lanna y la puso en el bolsillo de su tirolés.

– Gail me contó todo sobre Nick y lo que sucedió cuando vivías aquí.

Delaney ocultó su sorpresa mientras peinaba y cortaba el nuevo mechón-. ¿Qué versión oíste?

– La de que tuviste que dejar el pueblo hace años para tener al bebé de Nick.

Delaney sintió como si la hubieran golpeado en el estómago y sus manos se detuvieron otra vez. No debería haber preguntado. Había habido varios rumores recorriendo Truly cuando se había marchado, pero nunca había oído aquél. Su madre nunca lo había mencionado, pero claro que no lo haría. A Gwen no le gustaba hablar de la razón real por la que Delaney había dejado Truly. Su madre siempre hablaba de esa época en términos de “cuando te fuiste para estudiar”. Delaney no sabía por qué esas viejas noticias la deberían molestar ahora, pero lo hacían-. ¿En serio? Eso es nuevo para mí – dijo, la hizo inclinar la cabeza y deslizó el pelo de Lanna entre sus dedos. Abrió las tijeras y cortó en línea recta. No podía creer que el pueblo hubiera pensado que estaba embarazada. Bueno, en realidad, pensó que podría haber pasado. Se preguntó si Lisa o Nick conocerían el rumor.

– Lo siento-. Lanna interrumpió sus pensamientos-. Creía que lo sabías. Supongo que he metido la pata.

Delaney la miró. Lanna parecía sincera, pero no la conocía bien así que no estaba realmente segura. -Simplemente es un poco chocante oír que he tenido un niño cuando nunca he estado embarazada-. Soltó otro mechón y lo peinó. -Especialmente con Nick. Ni siquiera nos gustamos.

– Eso tranquilizará a Gail. También a Lonna. Las dos tienen una especie de competición por el mismo hombre.

– Pensaba que eran amigas.

– Lo son. Si salieses con Nick, te haría saber que el matrimonio no le interesa. A Lonna no le importa, pero Gail intenta conseguir la casa.

– ¿Conseguir la casa? ¿Cómo?

– Lonna dice que Nick nunca lleva a las mujeres a su casa para acostarse con ellas. Las lleva a moteles o a algún otro sitio. Gail cree que si consigue que la lleve a su casa para hacer el amor, conllevará otras cosas también. Como un diamante grande y recorrer el pasillo hacia el altar.

– Nick debe tener una cuenta enorme de motel.

– Probablemente-. Lanna se rió.

– ¿No te importa?

– ¿A mi? Puede, si estuviera saliendo con él, pero no lo estoy. Yo y mi hermana nunca salimos con los mismos hombres.

Delaney se sintió aliviada, aunque reconocía que no le debería importar si Nick practicaba el sexo en grupo con un par de bellas gemelas-. ¿En serio, eso no molesta a tu hermana?

– No realmente. No anda buscando marido. No como Gail. Gail cree que lo hará cambiar de idea, pero no lo hará. Cuando Lonna os vio a ti y a Nick bailando la otra noche, se preguntó si eras otra de sus mujeres.

Delaney movió la silla y aflojó la última pinza-. ¿Viniste aquí a arreglarte el pelo, o a conseguir información para tu hermana?

– Las dos cosas – Lanna se rió-. Pero me gustó tu pelo la primera vez que lo ví.

– Gracias. ¿Has pensado alguna vez en cortártelo más?- preguntó, cambiando otra vez de tema a propósito-. ¿Realmente corto, como Halle Berry en Los Picapiedra?

– No creo que me quedara bien.

– Créeme, estarías impresionante. Tienes los ojos grandes y la cabeza con una forma perfecta. La mía es una especie de flecha así que necesito un montón de volumen.

– Tendría que pensar en eso durante mucho tiempo.

Delaney dejó las tijeras y le echó un poco de espuma. Envolvió las puntas del pelo de Lanna alrededor de un gran cepillo redondo y lo secó con el secador. Cuando acabó, le dio un espejo oval-. ¿Qué crees?-preguntó, a sabiendas de que se veía muy bien.

– Creo – contestó Lanna lentamente mientras estudiaba su pelo por detrás, – que no necesito conducir los cien kilómetros hasta Boise para cortarme otra vez el pelo.

Después de que Lanna se fue, Delaney barrió el pelo y enjuagó el lavacabezas. Pensó en el viejo rumor de hacía diez años de que se había ido del pueblo porque llevaba el niño de Nick. Se preguntó qué otros chismes habría corrido cuando había dejado el pueblo por una habitación en la Universidad de Idaho. Tal vez le preguntaría a su madre esa noche cuando fuera en coche para la cena.

Pero no tuvo ocasión de preguntarle. Se encontró con que Harrison le abría la puerta con un vaso de whisky en la mano y una sonrisa acogedora en la cara.

– Gwen está en la cocina haciendo algo de cordero, -dijo cuando cerró la puerta detrás de ella-. Espero que no te importe que tu madre me invitase esta noche.

– Claro que no-. Los olores maravillosos del cocido de su madre llenaron la cabeza de Delaney e hicieron agua su boca. Nadie cocinaba una pierna de cordero como Gwen, y los aromas de la cocina envolvieron a Delaney en los cálidos recuerdos de las ocasiones especiales en la casa Shaw, como Pascuas o su cumpleaños cuando tenía permiso de escoger su comida favorita.

– ¿Cómo va tu peluquería?- preguntó mientras le echaba una mano con su abrigo largo de lana, colgándolo en el perchero del vestíbulo.

– Muy bien-. Últimamente, parecía que Gwen pasaba bastante tiempo con Max, y Delaney se preguntó que pasaba entre su madre y el abogado de Henry. No veía a su madre como la amante de ningún hombre. Era demasiado estirada, y Delaney se figuró que no podría ser otra cosa que amistad-. Deberías venir y dejar que te corte el pelo.

Su risa silenciosa hizo sonreír a Delaney-. Podría hacerlo -dijo mientras se dirigían hacia el fondo de la casa.

Cuándo entraron en la cocina, Gwen los miró con un manojo de zanahorias pequeñas en la mano. Un ceño fruncido casi imperceptible estrechaba los ojos de Gwen un poco, y Delaney supo que algo andaba mal.

¡Joder! Alguien tenía un problema, y dudaba que fuera Max-. ¿Qué celebramos?

– Nada. Quise hacer tu plato favorito-. Gwen miró a Max y le dijo – En cada cumpleaños, Laney siempre pedía que hiciese cordero. Otros niños habrían querido pizza o hamburguesas, pero no ella.

Tal vez el problema tampoco fuera suyo, pero dibujó una sonrisa alegre por si acaso-. ¿Cómo te puedo ayudar?

– Puedes sacar la ensalada del refrigerador y la puedes aliñar, por favor.

Delaney hizo lo que le dijo y luego llevó la fuente al comedor. La mesa estaba adornadas con bellas rosas, velas de cera de abejas, estilo Royal Doulton [43] y damasco fino. Parecía ser una ocasión especial. Podía significar dos cosas completamente diferentes. Que se debía preocupar, o que no se debía preocupar por nada. Quizá su madre simplemente quería disfrutar de una buena comida, o se escondía tras una máscara.

Delaney supo a los pocos minutos de estar sentada que era esto último. Había algo chocante en el cuadro perfecto. La conversación durante la cena fue agradablemente superficial, pero una corriente de tensión se escondía justo debajo. Max podía no verlo, pero Delaney tenía un mal presentimiento. Lo sintió al llegar y mientras se comía el cordero con menta de su madre. Sonrió y se rió y entretuvo a Max con historias de todos los lugares donde había vivido. Supo mantener el tipo, pero cuando ayudó a llevar los platos de la cena a la cocina, su dolor de cabeza martilleó en su entrecejo. Tal vez con Max allí, podría hacer una rápida escapada antes de que su cabeza estallase-. Bueno, -dijo mientras colocaba los platos al lado del fregadero – Odio comer e irme, pero…

– Max, -interrumpió Gwen, – ¿Podrías dejar solas a las chicas un momentito?

Joder.

– Claro, iré a examinar esos contratos a los que querías que echara un vistazo.-

– Gracias. No tardaré.

Gwen esperó hasta que oyó que las puertas del despacho de Henry se cerraban antes de decir, – necesito hablar contigo sobre tu escandaloso comportamiento

– ¿Qué escandaloso comportamiento?

– Trudie Duran me llamó esta tarde para informarme que Tommy Markham y tú os emborrachabais juntos mientras su esposa estaba de viaje. Según Trudie, todo el mundo en el Shop N-Kart hablaba de eso.

– ¿Quién es Trudie Duran?- preguntó Delaney, su cabeza le estallaba.

– ¡Eso no tiene importancia! ¿Es cierto?

Cruzó los brazos debajo de los pechos y frunció el ceño-. No. Ví a Tommy en Hennesey la otra noche, y hablamos un poco. Lisa estuvo con nosotros la mayor parte del tiempo.

– Bueno, que alivio-. Gwen cogió un rollo de papel de estaño y cortó un gran trozo -Y luego, por si eso no fuera lo suficientemente malo, me dijo que su hija Gina te vio besándote con Nick Allegrezza en la pista de baile-. Con tranquilidad colocó la fina hoja metálica encima de la encimera-. Le dije que debía ser un error, porque estoy segura de que nunca harías una cosa tan estúpida. Dime que se equivocó.

– De acuerdo, se equivocó.

– ¿Y es verdad?

Delaney pensó la respuesta pero supo que tarde o temprano la mentira la pillaría. Además, no era una niña que temiera un castigo, y no iba a dejar que su madre la riñera como cuando era pequeña-. No.

– ¿En qué estabas pensando? Dios mío, ese chico y toda su familia no son nadie, nos han molestado desde el momento en que llegamos a este pueblo. Son rudos y celosos. Especialmente de ti, aunque Benita ciertamente me ha mostrado su lado feo en más de una ocasión. ¿Has olvidado lo que sucedió hace diez años? ¿Has olvidado como te engañó Nick? ¿Qué dolor y humillación nos causó a todos nosotros?

– No fue a todos nosotros. Fue a mí, y no, no lo he olvidado. Pero estás haciendo una montaña de un grano de arena – tranquilizó a su madre, pero no se sentía con ganas de nada-. No pasó nada. Fue tan insignificante, que ni quiero hablar sobre ello. Ni siquiera quiero pensarlo.

– Bueno, pues es mejor que pienses en eso. Sabes cómo adora la gente de este pueblo los rumores, especialmente cuando se trata de nosotros.

Delaney pensó que a la mayoría de la gente de Truly le gustaba esparcir chismes, incluyendo a Gwen, pero no creía que se esmeraran especialmente en los que concernían a los Shaws. Los chismes jugosos obtenían mucha atención, pero como siempre, su madre le daba demasiada importancia-. De acuerdo, pensaré en ello-. Cerró los ojos y presionó la frente con los dedos.

– Espero que lo hagas, y por el amor de Dios, mantente lejos de Nick Allegrezza.

Tres millones de dólares, se dijo a sí misma. Puedo hacer esto por tres millones.

– ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?

– Sólo tengo dolor de cabeza-. Respiró profundamente y dejó caer las manos-. Me tengo que ir.

– ¿Estás segura? ¿No puedes quedarte para el postre? Lo compré en el Bakery Basket de la Sexta.

Delaney declinó y atravesó el vestíbulo hasta el despacho de Henry. Le dio las buenas noches a Max, luego cogió su abrigo y metió las manos en las mangas.

Su madre apartó las manos de Delaney y la abotonó como si tuviera cinco años otra vez-. Te quiero, y me preocupa que estés en ese pequeño apartamento en el centro-. Delaney abrió la boca para discutir, pero Gwen puso un dedo en sus labios para silenciarla-. Sé que no quieres volver a mudarte aquí ahora, pero sólo quiero que sepas que si cambias de idea, me gustaría que volvieras.

A punto estuvo Delaney de convencerse de que su madre era la madre ideal, una mujer cambiada. Pero siempre había sido de esa manera-. Lo recordaré, – dijo Delaney, apresurándose a salir por la puerta antes de que las cosas volvieran a cambiar.

Gwen clavó los ojos en la puerta cerrada y suspiró. No entendía a Delaney. Para nada.

No entendía porque su hija insistía en vivir en ese pequeño y horrible apartamento cuando no tenía por que hacerlo. No comprendía que alguien a quien le habían dado tantas oportunidades hubiera rechazado todo por una vida errante. Y aunque no podía evitarlo no podía dejar de estar un poco de decepcionada con ella.

Henry había querido darle a Delaney todo, y lo había rechazado. Todo lo que hubiera tenido que hacer era dejar que él la guiara, pero Delaney había querido su libertad. Hasta donde Gwen veía, la libertad estaba supervalorada. No alimentaba a una mujer o a su niña, y no quitaba el miedo que atenazaba el estómago en mitad de la noche. Algunas mujeres podrían cuidarse solas, pero Gwen no era una de esas mujeres. Necesitaba y quería un hombre que la cuidara.

Cuando conoció a Henry Shaw, supo simplemente que era el hombre para ella. Poderoso y rico. Había sido peluquera y trabajaba como peluquera con las Showgirls de Las Vegas, y lo odiaba. Después de una de las funciones, Henry había ido al camerino de su última novia y había salido con Gwen. Era tan guapo y con tanta clase. Una semana más tarde, se casó con él.

Ella había amado a Henry Shaw, pero más que amarlo, le estaba agradecida. Con su ayuda, vivió la vida que siempre había soñado. Con Henry, la decisión más difícil que tuvo que tomar fue qué servir para cena o a qué club asociarse. Gwen giró y caminó por el vestíbulo hacia la oficina de Henry. Por supuesto había habido un trueque por todos esos privilegios. Henry había querido un hijo legítimo, y cuando ella no concibió, la culpó. Después de intentarlo durante años, finalmente lo había convencido para ir a ver un médico especialista en fertilidad, y tal como Gwen había sospechado, Henry era prácticamente estéril. Tenía un espermiograma muy bajo, y de los pocos espermatozoides que tenía la mayoría eran deformes y lentos. El diagnóstico insultó y enfureció a Henry, y quiso hacer el amor todo el tiempo sólo para desmentir a todos los médicos. Estaba tan empeñado y tan seguro de que podría concebir un niño. Por supuesto que los doctores no habían estado equivocados. Habían tenido relaciones sexuales todo el tiempo, incluso cuando ella no quería. Pero nunca había sido realmente malo, y la restitución había valido la pena. Las personas la admiraban en la comunidad, y tenía una vida llena de cosas bellas.

Después de unos años, él perdió las esperanzas de tener un niño con ella. Nick acababa de regresar al pueblo y Henry centró la atención en el hijo que ya tenía. A Gwen no le gustaba Nick. No le gustaba esa familia, pero había estado agradecida cuando Henry finalmente volcó su obsesión hacia su hijo.

Cuando Gwen entró en la habitación, encontró a Max de pie delante del escritorio de Henry mirando unos documentos que había sobre el escritorio. Él la miró y una sonrisa arrugó el rabillo de sus ojos azules. Las canas plateadas comenzaban a aparecerle en las sienes, y más últimamente, se preguntó lo que sería que la tocara un hombre de su propia edad. Un hombre tan bien parecido como Max.

– ¿Se fue Delaney?- preguntó bordeando el escritorio hacia ella.

– Acaba de irse. Me preocupa. Está tan desorientada, es tan inconsciente. No creo que crezca nunca.

– No te preocupes. Es una chica lista.

– Sí, pero tiene casi treinta años. Ella…

Max acarició con el índice sus labios y su mejilla y silenció sus palabras-. No quiero hablar de Delaney. Ya es mayor. Has cumplido con tu trabajo, ahora necesitas dejarla en paz y pensar en otra cosa.

La mirada de Gwen se entrecerró. No sabía de qué hablaba Max. Delaney necesitaba la guía de su madre. Había vivido como una gitana demasiado tiempo-. ¿Cómo puedes decir eso? Es mi hija. ¿Cómo es posible que no piense en ella?

– En vez de en ella, piensa en mí -dijo bajando la cabeza y besando suavemente su boca.

Al principio, los labios que presionaban los suyos eran extraños. No podía recordar un tiempo en que la besara otro hombre que no fuera Henry. Llegó al borde con su boca sobre la de ella, y ella sintió el primer tanteo de su lengua. El placer atravesó su piel, y su corazón pareció triplicar sus latidos. Ella había querido saber qué se sentía al ser tocada por Max, y ahora lo sabía. Se sintió mejor de lo que había supuesto.


Al salir de la casa de su madre, Delaney paró en la farmacia de Value Rite [44] para coger un bote de Tylenol [45], cuatro paquetes de papel higiénico y un paquete Reese de mantequilla de cacahuete. Cogió dos cajas de tampones porque estaban de oferta y paró en la sección de revistas. Cogió una que olía a un perfume y que prometía revelar “Los Secretos de los hombres”. La hojeó y la metió en el carrito, con la intención de leerlo en la bañera cuando llegase a casa. En el pasillo cuatro metió una vela aromática, y cuando cruzaba por el pasillo cinco hacia la caja, prácticamente atropelló a Helen Markham.

Helen parecía cansada, y por el odio que brillaba intensamente en sus ojos, obviamente había oído las últimas noticias.

Delaney casi sintió lástima por ella. La vida de Helen no podía ser fácil, y Delaney creyó que tenía dos elecciones: Hacer que su enemiga se reconcomiera, o sacarla de dudas-. Espero que no creas ese rumor sobre Tommy y yo – dijo-. No es cierto.

– Mantente lejos de mi marido. No quiere que le hagas más insinuaciones amorosas.

Eso por tratar de ser amable-. Nunca le hice insinuaciones amorosas a Tommy.

– Siempre has estado celosa de mí. Siempre, y ahora crees que puedes robarme a mi marido, pero no podrás.

– No quiero a tu marido -dijo, terriblemente consciente de las dos cajas de tampones de su carrito, como si una no fuera suficiente.

– Le has querido desde que estábamos en secundaria. Nunca has podido soportar que me eligiera a mí.

La mirada de Delaney miró el contenido del carrito de Helen. Un bote de Robitusson, pinzas, un paquete de salvaslip y una caja de Correctol. Delaney sonrió, sintiendo una leve ventaja. Laxante e higiene femenina-. Él sólo te escogió porque no me acostaba con él, y lo sabes. Todo el mundo lo supo entonces y todo el mundo lo sabe ahora. Si no hubieras actuado como si estuvieras pegada a un colchón, entonces no se habría acostado contigo.

– Eres patética, Delaney Shaw. Siempre lo has sido. Ahora crees que puedes regresar, y quedarte con mi marido y mi negocio.

– Te dije que no quiero a Tommy-. Ella apuntó a Helen con un dedo y se inclinó hacia adelante-. Pero ten cuidado, porque te voy a dejar sin negocio-. Su sonrisa transmitía una seguridad que no sentía mientras empujaba su carrito detrás de Helen hacia la parte delantera de la tienda. En cuanto a la guerra capilar, iba a darle una patada en el culo a Helen.

Las manos de Delaney temblaban cuando colocó sus compras en la caja. Todavía temblaban cuando condujo a casa y cuándo metió la llave en el cerrojo de la puerta de su apartamento. Encendió la tele para oír el ruido de las noticias de las diez y vació su compra en la encimera de la cocina. El día había comenzado bien, pero se había ido al carajo rápidamente. Primero su madre, luego Helen. Los rumores sobre ella arrasaban las líneas telefónicas de Truly, y no había nada que pudiera hacer.

Su cabeza latía y parecía que le iba a estallar, se tomó cuatro Tylenol. Era culpa de Tommy y de Nick. Estaba ocupada en sus cosas cuando ambos hombres la habían abordado. Si la hubieran dejado sola, esta noche no habría ocurrido nada. No se habría tenido que defender de su madre, y no habría tenido nada que aclarar con Helen en el Value Rite.

Delaney agarró la revista, luego se dirigió hacia el cuarto de baño y llenó la bañera. Tan pronto como se desnudó, se hundió en el agua caliente. Un estremecimiento recorrió su columna vertebral y suspiró. Trató de leer, pero su mente estaba inmersa en la forma de robarle el negocio a Helen. Se preguntó si el cabrón de Tommy, realmente le había dicho a su esposa que Delaney le había hecho insinuaciones amorosas, pero supuso que realmente no tenía importancia.

Los pensamientos daban vueltas en su cabeza regresando a Nick y a los rumores. Comenzaban de nuevo. Diez años atrás, los dos habían sido un tema candente, aparentemente los habían emparejado después de que ella hubiera dejado el pueblo. No quería ser emparejada con Nick. No quería que la miraran como si fuera una de sus mujeres. Y probablemente no sería así si él no la hubiera sacado a la fuerza a la pista de baile y la hubiera besado hasta que sintió el sol bajo sus pies. Con muy poco esfuerzo, había hecho latir su corazón a toda velocidad y temblar su cuerpo. No sabía por qué razón Nick de todos los hombres la podía poner del revés con sólo un beso, pero obviamente no era la única. Estaban Gail y Lonna Howell, sólo esas dos que ella supiera.

Buscó un artículo de la revista sobre las feromonas y el poderoso efecto que tenían en el sexo contrario. Si lo que leía era cierto, entonces Nick tenía ventaja. Era el flautista de Hamelin de las feromonas, y Delaney simplemente otra rata susceptible.

Permaneció en la bañera hasta que el agua se puso fría y salió y se vistió para ir a la cama con un camisón de franela y calcetines gruesos que le llegaban a las rodillas. Puso el despertador para las ocho y media y luego se deslizó bajo su grueso edredón nuevo. Trató de sacar de su cabeza a Nick y a Tommy, a Gwen y a Helen, pero después de tres horas de oír el tictac del reloj digital, fue al botiquín y buscó cualquier cosa que pudiera ayudarla a dormir. Todo lo que tenía era una botella de Nyquil [46] que había traído de Phoenix. Se tomó un par de tragos y finalmente se fue a dormir.

Pero no encontró descanso en el sueño. Soñó que se quedaba en Truly de por vida. El reloj estaba parado. Los días no transcurrían. El calendario estaba siempre en el treinta de mayo. No había nada más.

Cuando Delaney se despertó, fue con un golpeteo en la cabeza y el zumbido del despertador. Se sintió aliviada por escapar de la pesadilla. Apretó el botón de apagado de su reloj y cerró sus ojos. El golpeteo continuaba y se dio cuenta de que no era en su cabeza, sino en la puerta principal. Atontada por la falta de sueño y los lingotazos de Nyquil, tropezó en la sala de estar. Con sus calcetines alrededor de los tobillos, abrió bruscamente la puerta. Inmediatamente levantó el brazo como un vampiro, protegiendo sus ojos del sol matutino que le quemaba la cornea. De reojo, entre la niebla que le nublaba la vista, observó que la boca de Nick Allegraza se curvaba lentamente en una sonrisa. El aire frío golpeó su cara y casi la dejó sin respiración-. ¿Qué quieres?- inspiró con dificultad.

– Buenos días, Rayo de sol.

Estaba riéndose a costa de ella otra vez y le dio un portazo. Nick era la última persona que quería ver en ese momento.

Su risa continuó mientras le gritaba desde fuera-. Necesito la llave de la puerta trasera de tu peluquería.

– ¿Por qué?

– Pensaba que querías cambiar las cerraduras.

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