Capítulo Once

Delaney descolgó el teléfono. Y lo mantuvo descolgado hasta que dejó su apartamento para ir al trabajo a la mañana siguiente. Esperó que lo imposible hubiera ocurrido y que la Sra. Vaughn no hubiera podido ver nada en la peluquería. Tal vez había tenido suerte.

Pero cuando abrió la puerta del salón de belleza, Wannetta Van Damme ya esperaba y a los pocos segundos se hizo patente que aparentemente la suerte de Delaney había desaparecido meses atrás-. ¿Aquí es donde ocurrió?- preguntó Wannetta mientras entraba cojeando. El sonido del bastón plateado al caminar, toc, toc, llenó el interior de la estancia.

Delaney estaba un poco asustada para preguntar lo obvio, pero era demasiado curiosa para no hacerlo-. ¿Qué sucedió?- preguntó y tomó el abrigo de la mujer mayor. Lo colgó en un perchero en la pequeña zona de recepción.

Wannetta apuntó hacia el mueble mostrador-. Es ahí donde Laverne os vio a ti y a ese chico Allegrezza… ¿Sabes?

Una bola se formó en la garganta de Delaney-. ¿Qué?

– Chaca-chaca, – murmuró la vieja.

La bola bajó hasta su estómago mientras subía las cejas hasta el nacimiento del pelo-. ¿Chaca-chaca?

– Una canita al aire.

– ¿Cana al aire?- Delaney apuntó hacia el mostrador-. ¿Aquí mismo?

– Eso es lo qué Laverne dijo a todo el mundo anoche en el bingo de la iglesia de la calle setenta, Jesus the Divine Savior.

Delaney caminó hasta una silla del salón y se hundió en ella. Su cara se puso roja y sus orejas comenzaron a arder. Había sabido que habría chismes, pero no sabía de qué calibre-. ¿En el bingo? ¿En la iglesia?- Su voz se elevó hasta volverse chillona-. ¡Oh, Dios Mío!- Lo debería haber sabido. Siempre cualquier cosa que tuviera ver con Nick era mala y no deseaba más que poder culparle por completo. Pero no podía. Él no se había desabotonado la camisa. Eso lo había hecho ella.

Wannetta se movió hacia ella, toc, toc, toc-. ¿Es cierto?

– ¡No!

– Oh-. Wannetta parecía tan decepcionada como sonaba-. El menor de los chicos vascos es muy bien parecido. Aunque tiene una reputación sucia, podría encontrar difícil que una mujer se resistiera, incluida yo misma.

Delaney puso una mano en la frente y aspiró profundamente-. Él es un demonio. Malo. Malo. Malo. Mantente lejos de él, Wannetta, o sencillamente podrías despertarte siendo el tema de horribles rumores-. Su madre iba a matarla.

– La mayoría de los días me alegro simplemente de levantarme. Y a mi edad, no creo que encontrara esos rumores tan horribles, – lo dijo mientras se movía hacia el fondo de la peluquería-. ¿Me puedes arreglar hoy?

– ¿Qué? ¿Quieres peinarte?

– Por supuesto. No vine sólo para hablar.

Delaney enrojeció y acompañó a la Sra. Van Damme al lavacabezas. La ayudó a sentarse y dejó a un lado el bastón -¿Cuánta gente había en el bingo?- preguntó temiendo la respuesta.

– Oh, Puede que sesenta más o menos.

Sesenta. Entonces esos sesenta se lo dirían a sesenta más y se propagaría como un rayo-. Tal vez sólo debería suicidarme -masculló. La muerte podría ser preferible a la reacción de su madre.

– ¿Vas a usar ese champú que huele tan bien?

– Sí-. Delaney puso la toalla en los hombros a Wannetta, luego bajó su espalda al lavacabezas. Abrió el agua y la probó en su muñeca. Se había pasado el día y la noche anterior escondiéndose en su apartamento como un topo. Se había sentido emocionalmente maltratada y magullada por lo que había sucedido con Nick. Y sumamente avergonzada por su propio abandono.

Mojó el pelo de Wannetta y lo lavó con el Paul Mitchell. Cuando termino de acondicionarlo, la ayudó a caminar hasta la silla del salón-. ¿Lo de siempre?- Preguntó.

– Si. Hazlo bien.

– Ya-. Mientras Delaney le quitaba los nudos, las palabras de despedida de Nick todavía hacían eco en su cabeza. Le habían estado haciendo eco en la cabeza desde que las había dicho. Para ver si se dejaba. La había besado y tocado sus pechos, sólo para ver si podía. Había hecho que sus pechos se estremecieran y sus muslos ardieran sólo para ver si se dejaba. Y ella le había dejado. Igual que le había dejado hacía diez años.

¿Qué estaba mal en ella? ¿Qué defecto de personalidad poseía que permitía a Nick derribar sus defensas? Durante las largas horas en que se había hecho esa pregunta, no se le había ocurrido ninguna explicación aparte de la soledad. Su reloj biológico hacía tictac. Tenía que ser eso. No podía oír ningún tictac, pero tenía veintinueve años, era soltera, y no tenía perspectivas de casarse en un futuro cercano. Tal vez su cuerpo era una bomba hormonal y no lo sabía.

– A Leroy le gustaba cuando llevaba bragas de seda, -dijo Wannetta, interrumpiendo los lúgubres pensamientos de Delaney sobre las hormonas-. Él odiaba las de algodón.

Delaney hizo crujir los guantes del látex. No quería ni imaginarse a Wannetta en ropa interior de seda.

– Te deberías comprar algunas bragas de seda.

– ¿Del tipo que pasan del ombligo?- ¿Del tipo que parecen fundas para los asientos de los coches?

– Si.

– ¿Por qué?

– Porqué a los hombres les gustan. Les gusta que las mujeres lleven puesta ropa interior bonita. Si consigues unas bragas de seda, puede ser que consigas un marido.

– No, gracias, -dijo mientras cogía el líquido para rizar y cortaba con las tijeras las puntas. Incluso si tuviera interés en encontrar un marido en Truly, lo que era ridículo, sólo iba a estar en el pueblo hasta junio-. No quiero marido-. Pensó en Nick y en todos los problemas que le había causado desde que había vuelto-. Y para que lo sepas – agregó, – no creo que los hombres valgan todos los problemas que causan. Están altamente supervalorados.

Wannetta se quedó callada mientras Delaney le echaba la solución en un lado de la cabeza, hasta tal punto, que Delaney comenzó a preocuparse de si su cliente se había dormido con los ojos abiertos, o peor todavía, si había fallecido, Wannetta abrió la boca y le preguntó en voz baja – ¿Eres una de esas lesbianas que se pintan los labios? Me lo puedes decir. No se lo diré a nadie.

Y la luna estaba hecha de queso verde, pensó Delaney. Si hubiera sido una lesbiana, entonces no se habría encontrado besándose con Nick y con sus manos abriendo su camisa. No se habría encontrado fascinada por su pecho velludo. Se preocupó por la mirada fija de Wannetta en el espejo y pensó que no podía decirle que sí. Un rumor como ese podía neutralizar el rumor sobre Nick y ella. Pero su madre alucinaría aún más-. No – suspiró finalmente-. Pero probablemente simplificaría mi vida.

Los rizos de la Sra. Van Damme le llevaron a Delaney justo una hora. Cuando acabó, miró como la vieja rellenaba un cheque, luego la ayudó con su abrigo.

– Gracias por venir, -dijo acompañándola a la puerta.

– Bragas de seda -recordó Wannetta y lentamente salió a la calle.

Diez minutos después de que la Sra. Van Damme saliera, una mujer entró con su hijo de tres años. Delaney no le había cortado el pelo a un niño desde La Escuela de Belleza, pero no había olvidado cómo se hacía. Después del primer corte, deseó haberlo hecho. El niño tiró de la pequeña capa plástica que había encontrado en el almacén. Se movió y quejó continuamente y le gritó ¡NO! Cortarle el pelo se convirtió en un combate. Estaba segura de que si solamente lo pudiera sentar y atar, lograría terminar el trabajo apresuradamente.

– Brandon es un niño tan bueno – arrullada su madre desde la silla vecina-. Mamá está tan orgullosa.

Delaney incrédula clavó los ojos en la mujer que piropeaba al Eddie Bauer & REI. A Delaney le parecía que la mujer pasaba los cuarenta, y recordó un artículo de una revista que había leído en la oficina del dentista cuestionando la inteligencia de los niños que nacían de óvulos viejos.

– Brandon, ¿quieres una fruta para merendar?

– ¡No! – dijo a gritos el resultado de su viejo óvulo.

– Listo – dijo Delaney cuándo acabó y puso las manos hacia arriba como si hubiera ganado un campeonato de rodeo. Le cobró a la señora quince dólares con la esperanza de que Brandon iría a Helen la próxima vez. Barrió los rizos rubios del niño, luego puso el letrero de “cerrado para comer” y caminó al deli de la esquina donde normalmente tomaba un sándwich integral de pavo. Durante varios meses había tomado su almuerzo en el deli y había llegado a llamar al dueño, Bernard Dalton, por su nombre de pila. Bernard estaba al final de la treintena. Era pequeño, calvo, y parecía un hombre que disfrutaba de si mismo. Su cara estaba siempre ligeramente enrojecida, como si le faltara un poco la respiración y la forma de su bigote oscuro hacía que pareciera como si siempre estuviera sonriendo.

La prisa por el almuerzo disminuyó cuando Delaney entró en el restaurante. La tienda olía a jamón, a pasta y a galletas de chocolate. Bernard la miró desde el postre, pero su mirada rápidamente se apartó. Su cara se puso varios tonos más rojo de lo habitual.

Lo había oído. Había oído el rumor y obviamente lo creía.

Recorrió con la mirada el local, los otros clientes clavaban los ojos en ella y se preguntó cuántos habrían escuchado los chismes. Repentinamente se sintió desnuda y se obligó a sí misma a llegar al mostrador de la parte delantera-. Hola, Bernard, -dijo, y agregó con voz tranquila-. Ponme un sándwich integral de pavo, como siempre.

– ¿Y una light?- preguntó, moviéndose detrás del mostrador.

– Sí, por favor-. Mantuvo la mirada fija en la pequeña taza de las propinas que había al lado de la caja registradora. Se preguntó si el pueblo entero creía que había tenido relaciones sexuales con Nick delante de la ventana. Oyó voces susurrando detrás de ella y tuvo miedo de darse la vuelta. Se preguntó si hablaban de ella, o si sólo estaba siendo paranoica.

Normalmente se llevaba el sándwich a una mesita al lado de la ventana, pero hoy pagó el almuerzo y se apresuró a volver a la peluquería. Tenía el estómago mal y se tuvo que obligar a tomar una porción de comida.

Nick. Este lío era por su culpa. Siempre que bajaba la guardia con él, pagaba el pato. Siempre que él se decidía a embrujarla, perdía la dignidad, por no decir sus ropas.

Un poco después de las dos, tuvo una clienta que necesitaba que le alisara el pelo negro, a las tres treinta Steve, el conductor del excavadoras que había conocido en la fiesta del Cuatro de Julio de Louie y Lisa, entró en la peluquería trayendo con él el aire frío del otoño. Llevaba puesta una chaqueta vaquera revestida de lana. Sus mejillas estaban enrojecidas y sus ojos brillantes, y su sonrisa le dijo que se alegraba de verla. Delaney se alegró de ver una cara acogedora-. Necesito un corte de pelo – anunció.

Con una mirada rápida, se dio cuenta de cómo tenía el pelo-. Claro que lo necesitas -dijo y señaló la cabina-. Cuelga el abrigo y ven aquí atrás.

– Lo quiero corto-. Él la siguió y señaló un lugar por encima de su oreja derecha-. Así. Me pongo un montón de gorros de esquí en invierno.

Delaney tenía algo en mente que se vería impresionante en él, y así podría usar “la moto”. Algo que llevaba meses muriéndose de ganas por hacer otra vez. Su pelo tenía que estar seco así que lo sentó en la silla del salón-. No te he visto últimamente -dijo peinando su pelo dorado.

– Hemos estado trabajando bastante para lograr terminar antes de las primeras nieves, pero ahora las cosas ya van más despacio.

– ¿Qué haces en el invierno?- preguntó, y encendió la maquinilla.

– Cobro el paro y esquío, – respondió él sobre el zumbido constante.

El paro y esquiar también la habrían atraído cuando tenía veintidós años-. Suena divertido, -dijo, cortando hacia arriba y con un movimiento giró el aparato y dejó más largo el pelo de la coronilla.

– Lo es. Deberíamos esquiar juntos.

Le habría gustado, pero la estación de esquí más cercana estaba fuera de los límites de Truly-. No esquío -mintió.

– ¿Entonces qué pasa si vengo y te recojo esta noche? Podríamos coger la cena luego ir en el coche hasta Cascade para ver una película.

No podía tampoco ir a Cascade-. No puedo.

– ¿Mañana por la noche?

Delaney mantuvo la maquinilla en alto y lo miró en el espejo. Su barbilla estaba en su pecho y la contemplaba directamente con sus grandes ojos tan azules que podía navegar con un barco a través de ellos. Quizá no fuera demasiado joven. Tal vez lo debería reconsiderar. Tal vez entonces, no se sentiría tan sola y vulnerable ante el flautista de Hamelín de las feromonas-. Cena -dijo y siguió cortando-. Sin película. Y sólo podemos ser amigos.

Su sonrisa era una combinación de inocencia y picardía-. Podrías cambiar de idea.

– No lo haré.

– ¿Qué pasaría si intento hacerte cambiar de idea?

Ella se rió-. No te pongas demasiado pesado con eso.

– Trato hecho. Iremos despacio.

Antes de que Steve se fuese, le dio el número de teléfono de su casa. A las cuatro treinta, había tenido cuatro clientes en total y una cita para cenar la tarde siguiente. El día no había sido malo del todo.

Estaba cansada y esperaba con ilusión un largo baño en la bañera. Con media hora más podría cerrar la puerta. Se sentó en una silla del salón de belleza con una revista para novias. Para la boda de Lisa faltaba menos de un mes y Delaney esperaba ilusionada peinar a su amiga.

La campana de encima de la puerta sonó, y vio como entraba Louie. El rojo profundo de sus mejillas indicaba que había estado fuera todo el día y llevaba las manos metidas en los bolsillos de su cazadora azul de lona. Una profunda arruga surcaba su frente, y no parecía que hubiera ido para cortarse el pelo.

– ¿Si, Louie?- Se levantó y se puso detrás del mostrador.

Él rápidamente miró el salón, luego fijó en ella su mirada oscura-. Quería hablarte antes de que cerraras.

– De acuerdo-. Colocó la revista sobre el mostrador y abrió la caja registradora. Metió el dinero en una cartera negra y como no habló inmediatamente, le miró-. Dime.

– Quiero que te mantengas lejos de mi hermano.

Delaney pestañeó dos veces y lentamente cerró la cremallera de la cartera-. Oh,- fue todo lo que dijo.

– En menos de un año te marcharás, pero Nick todavía seguirá en este pueblo. Tendrá que sacar su negocio adelante, y tendrá que vivir con todos esos chismes que los dos alentáis.

– No tenía intención de alentar nada.

– Pero lo hiciste.

Delaney sintió que sus mejillas se ponían rojas-. Nick me aseguró que no le importa lo que la gente piense de él.

– Bueno, así es Nick. Dice muchas cosas. Algunas de ellas incluso significan algo-. Louie hizo una pausa y se rascó la nariz-. Mira, como te dije, te vas dentro de un año, pero Nick tendrá que escuchar todos los chismes sobre tí después de que te vayas. Tendrá que borrar el pasado otra vez.

– ¿Otra vez?

– La última vez que te fuiste, se dijeron verdaderas locuras sobre ti y Nick. Esas cosas lastimaron a mi madre, y creo que a Nick también un poco. Aunque dijo que no le importaba a no ser por la pena que le causó a mi madre.

– ¿Te refieres a los rumores de que estaba embaraza de Nick?

– Sí, pero lo del aborto fue peor.

Delaney pestañeó-. ¿Aborto?

– No me digas que no lo sabes.

– No-. Ella miró hacia abajo, a sus manos que apretaban con fuerza la cartera. Los viejos rumores la herían y no sabía por qué. No era como si le importara lo que la gente pensara de ella.

– Bueno, alguien te debió haber visto en alguna parte y claro, debió de darse cuenta de que no estabas embarazada. Algunos dijeron que tú abortaste porque el bebé era de Nick. Otros pensaron que tal vez Henry te hizo deshacerte del niño.

Su mirada fue a la de él y sintió una punzada de dolor en el corazón. Ella no había estado embarazada así que no sabía porqué le dolía tanto-. No había oído nada de eso.

– ¿No te lo dijo nunca tu madre? Siempre pensé que por eso probablemente nunca regresaste.

– Nunca me lo dijo nadie-. Pero no estaba sorprendida. Delaney guardó silencio y después de un momento le preguntó, – ¿Y alguien se lo creyó?

– Algunos.

Insinuar que ella había puesto fin a un embarazo por Nick, o que Henry había forzado un aborto iba más allá de un insulto. Delaney creía en el derecho de una mujer para escoger, pero no creía en el aborto. Ni porque no le gustara el padre, y ni por nada que Henry hubiera dicho-. ¿Qué pensó Nick?

Los ojos oscuros de Louie la miraron antes de contestar -Actuó como hace siempre. Como si no le importase, pero se peleó con Scooter Finley cuando Scooter fue tan estúpido como para mencionarlo delante de él.

Nick sabía que no estaba embarazada de su bebé, y la dejó aturdida que el rumor le hubiera molestado y mucho más lo suficiente como para pelearse con Scooter.

– Y ahora estás de regreso y una serie de nuevos rumores ha comenzado. No quiero que mi boda se convierta en una excusa para que mi hermano y tú creéis más chismes.

– Nunca haría eso.

– Bien porque quiero que Lisa sea el centro de atención.

– Creo que Nick y yo debemos evitarnos el uno al otro el resto de nuestras vidas.

Louie buscó en el bolsillo de su abrigo y cogió un juego de llaves-. Espero que así sea. De otra manera, volverás a herirlo otra vez.

Delaney no le preguntó lo que quería decir con aquel comentario. Ella nunca había lastimado a Nick. Imposible. Para que Nick resultara herido por algo, tenía que tener sentimientos humanos como todos los demás, y no los tenía. Tenía el corazón de piedra.

Después de que Louie se fuera, Delaney cerró, luego estudió en el mostrador varias revistas de bodas antes de salir. Tenía algunas grandes ideas, pero no podía concentrarse el tiempo suficiente como para centrarse en los detalles importantes.

Algunos dijeron que tú abortaste porque el bebé era de Nick. Otros pensaron que tal vez Henry te hizo deshacerte del niño. Delaney dejó las revistas y apagó las luces. Los viejos rumores eran demasiado fuertes como la insinuación de que el propio padre de Nick la había obligado a abortar porque el bebé era de Nick. Se preguntó qué tipo de persona esparciría algo tan cruel, y ella se preguntó si alguna vez sintieron remordimientos o alguna vez se molestaron en pedir perdón a Nick.

Delaney agarró su abrigo y cerró la peluquería. El Jeep de Nick estaba estacionado al lado de su coche en la oscuridad del aparcamiento de la parte trasera. Él actuó como hace siempre. Como si no le importase.

Intentó no preguntarse si realmente había estado tan dolido como Louie había insinuado. Intentó que no le importase. No después de la forma en que la había tratado el día anterior, le odiaba.

Delaney se alejó de las escaleras antes de arrepentirse y fue a la parte trasera de su oficina. Golpeó la puerta tres veces antes de que se abriese, y Nick estaba allí, parado, intimidándola más que una tripulación de piratas. Él cambió el peso de un pie al otro e inclinó su cabeza a un lado. Asombrado levantó las cejas, pero no dijo nada.

Ahora que estaba delante de ella, con la luz de su oficina derramándose en el estacionamiento, Delaney no estaba segura de porque había llamado a la puerta. Después de lo sucedido el día anterior, no estaba segura de qué decir-. Oí algo, y me preguntaba si… -se detuvo y aspiró profundamente. Sus nervios estaban de punta y su estómago revuelto, como si hubiera tomado un triple café con leche seguido de un café expreso. Se cogió las manos y se miró los pulgares. No sabía donde mirar-. Alguien me contó algo horrible, y… me preguntaba si…

– Sí – la interrumpió-. He oído todo eso varias veces hoy. De hecho, Frank Stuart me persiguió hasta encontrarme en una obra esta mañana para preguntarme si había violado las condiciones del testamento de Henry. También te preguntará a ti.

Ella miró hacia arriba-. ¿Qué?

– Estabas en lo cierto. La Sra. Vaughn se lo dijo a todo el mundo, y aparentemente añadió algunos jugosos detalles por su cuenta.

– Oh-. Ella tocó el ardor de sus mejillas y dio un paso a la izquierda, para salir de la luz-. No quiero hablar de eso. No quiero hablar de lo que sucedió ayer.

Él recostó un hombro contra el marco de la puerta y la miró a través de las sombras de la noche-. ¿Entonces que haces aquí?

– Realmente no lo sé, pero hoy me enteré de un viejo rumor, y quise preguntarte acerca de él.

– ¿Qué es?

– Supuestamente, estaba embarazada cuando dejé Truly hace diez años.

– Pero los dos sabemos que eso era imposible ¿no? A menos que por supuesto tú no fueras virgen.

Ella se apartó un poco más, hacia la parte más oscura-. Oí el rumor de que aborté porque tú eras el padre del bebé-. Lo vio enderezarse y repentinamente ella supo por qué había llamado a la puerta-. Lo siento, Nick.

– Ocurrió hace mucho tiempo.

– Lo sé, pero lo oí hoy por primera vez-. Ella caminó al inicio de las escaleras y puso una mano en la barandilla-. Quieres que todo el mundo piense que nada te altera, pero creo que te lastimó más de lo que nunca admitirías. De otra manera, no habrías golpeado a Scooter Finely.

Nick se balanceó sobre los talones y metió las manos en los bolsillos delanteros-. Scooter es un grano en el culo, y me cabreó mucho.

Ella suspiró y lo miró por encima del hombro-. Sólo quiero que sepas que no habría tenido un aborto, eso es todo.

– ¿Por qué crees que me importa lo que el pueblo piense de mí?

– Tal vez no te importe, pero tiene que ver con lo que yo siento por ti, o con lo que tú sientes por mí, y eso fue demasiado cruel para que nadie lo dijera. Supongo que sólo quería que supieras que sé como te sentías y que alguien te debería decir que lo lamenta-. Buscó las llaves en el bolsillo del abrigo y comenzó a bajar las escaleras-. Olvídalo-. Louie estaba equivocado. Nick actuó como si no le importase porque realmente era así.

– Delaney.

– ¿Qué?- Ella metió la llave en la cerradura, luego detuvo la mano en la manilla de la puerta.

– Te mentí ayer-. Lo miró por encima del hombro, pero no lo podía ver.

– ¿Cuándo?

– Cuando te dije que podías ser cualquiera. Te conocería con los ojos cerrados-. Su voz profunda llegó a través de la oscuridad, más íntima que un susurro cuando agregó, – Siempre sabría que eres tú, Delaney-. Luego oyó el chirrido de los goznes seguido por el chasquido de un cerrojo y Delaney supo que se había ido.

Se apoyó en la barandilla, pero la puerta estaba cerrada como si Nick nunca hubiera estado allí. Sus palabras habían sido tragadas por la noche como si nunca las hubiera dicho.

Una vez dentro de su apartamento, Delaney se sacó los zapatos y metió un Lean Cuisine [50] en el microondas. Encendió la televisión e intentó ver las noticias locales, pero tenía dificultad para concentrarse incluso en el tiempo. Su mente volvía a su conversación con Nick. Recordó lo que había dicho él sobre conocerla con los ojos cerrados, y se recordó a sí misma que Nick era mucho más peligroso cuando era agradable.

Sacó su cena del microondas y se preguntó si Frank Stuart realmente querría preguntarle sobre el último rumor. Justo como hacía diez años, el pueblo murmuraba a sus expensas otra vez. Murmuraba sobre ella y Nick machacando el tema en el mostrador de su peluquería. Pero a diferencia de la vez anterior, ahora no podía huir. No podía escapar.

Antes de que hubiera estado de acuerdo con las condiciones del testamento de Henry, vagabundeaba por todas partes. Siempre había tenido libertad para marcharse cuando le cambiaba el humor. Siempre había tenido el control de su vida. Había tenido una meta. Ahora todo era confuso, revuelto y estaba fuera de control. Y Nick Allegrezza estaba justo en la mitad. Él era una de las grandes razones de que su vida se hubiera puesto así.

Delaney se levantó y entró en su dormitorio. Deseaba poder culpar de todo a Nick. Deseaba poderlo odiar completamente, pero por alguna razón no podía odiar a Nick. La había enojado más que cualquier otra cosa en su vida, pero nunca había podido realmente odiarle. Su vida sería mucho más fácil si pudiera.

Cuando se quedó dormida esa noche, tuvo otro sueño que rápidamente se convirtió en una pesadilla. Soñaba que era junio y que había cumplido con honradez las condiciones del testamento de Henry. Podía finalmente salir de Truly.

Era libre y ronroneaba de placer. El sol la bañaba con una luz tan brillante que apenas podía ver. Finalmente tenía calor y llevaba un par de plataformas púrpuras. La vida no podía ser mejor.

Max estaba en su sueño, y le daba uno de esos grandes cheques como cuando ella ganó la carrera de caballos… Lo ponía en el asiento del copiloto de su Miata y se metía en el coche. Con los tres millones de dólares al lado, se dirigió fuera del pueblo sintiendo como si le hubieran quitado de encima el peso de un mamut y cuanto más cerca estaba de los límites de Truly, más ligera se sentía.

Condujo hacia los límites del pueblo durante lo que parecieron horas, y cuando la libertad estaba a menos de un kilómetro, su Miata se convertía en un coche de juguete, dejándola a un lado de la carretera con su gran cheque metido debajo de un brazo. Delaney miró el coche diminuto al lado del dedo del pie dentro de la plataforma púrpura y se encogió de hombros como si eso pasara todo el tiempo. Se metió el coche dentro del bolsillo para que no lo robaran y se dirigió a los límites del pueblo. Pero no importaba cuánto lo deseara o con qué rapidez caminara, el letrero “Está saliendo de Truly” se mantenía siempre a lo lejos. Comenzó a correr, inclinándose a un lado para equilibrar el peso del cheque de tres millones de dólares. El cheque pesaba cada vez más, pero se negaba a dejarlo atrás. Corrió hasta que le dolieron las piernas y no podía ni dar un paso más. Los límites del pueblo seguían a la misma distancia, y Delaney supo sin ninguna duda, que se quedaría en Truly para siempre.

Se incorporó en la cama. Un grito angustioso salió de sus labios. Estaba sudorosa y su respiración agitada.

Como si hubiera tenido la peor pesadilla de su vida.


Capítulo Doce


– La masa- vociferó el orador desde el metro y medio de altura del Dodge del Alcalde Tanasee. Unas falsas telas de araña envolvían el camión y dos lápidas sepulcrales hacían de cama. El Dodge recorría Main Street con brujas y vampiros, payasos y princesas, arrastrándose detrás. La charla excitada de fantasmas y duendes mezclados con la música inauguraban el Desfile Anual de Halloween.

Delaney estaba parada delante de la peluquería viéndolos pasar. Tembló y se acurrucó más en su abrigo verde de lana con grandes botones brillantes. Estaba helada, no como Lisa que estaba a su lado con una sudadera B.U.M [51] y un par de guantes de algodón. El periódico había hecho una predicción de una temperatura inusual para el último día en octubre. Se suponía que la temperatura iba a subir hasta unos maravillosos cuatro grados y medio.

De niña, a Delaney le encantaba el desfile de Halloween. Le habían encantado los disfraces y marchar por el pueblo hacia el gimnasio de la escuela secundaria donde el concurso de disfraces empezaría. Nunca había ganado, pero de cualquier forma le había encantado. Le había dado la oportunidad de vestirse como quería y pintarrajearse. Se preguntó si todavía servían sidra y donuts glaseados y si el nuevo alcalde repartía pocas bolsas de caramelo como había hecho Henry.

– ¿Recuerdas cuándo estábamos en sexto grado y rasuraste nuestras cejas y nos vestimos de asesinos psicóticos y teníamos sangre saliendo en chorritos de nuestros cuellos?- preguntó Lisa al lado de Delaney-. ¿Y tu madre se perdió un buen momento?

Lo recordaba muy bien. Su madre le había hecho un disfraz estúpido de novia del año. Delaney había fingido que le encantaba el vestido, pero luego fue al desfile como un asesino mojado de sangre sin cejas. Recordándolo, no supo cómo había tenido el valor para hacer algo que sabía que enojaría a su madre.

El año siguiente Delaney se había visto forzada a vestirse de pitufo.

– Mira a ese niño con su perro -dijo Delaney, apuntando hacia un niño disfrazado de patatas de McDonald y su pequeño perro como sobrecito de ketchup. Había pasado mucho tiempo desde que Delaney había ido a un McDonald-. Me muero por un cuarto de libra con queso ahora mismo-. Suspiró, ante una hamburguesa grasienta de carne roja haciéndole la boca agua.

– Tal vez venga caminando por la calle.

Delaney la miró de reojo -Ya nos pelearemos por eso.

– No eres rival para mí, chica de ciudad. Mírate, temblando hasta morir en tu viejo abrigo.

– Sólo necesito aclimatarme, -dijo Delaney con un gruñido, mirando a una mujer y a su bebé dinosaurio unirse al desfile. Una puerta se abrió y se cerró en alguna parte detrás de ella, y se giró, pero nadie había entrado en la peluquería.

– ¿Dónde está Louie?

– Está en el desfile con Sophie.

– ¿De qué van?

– Búscalos. Es una sorpresa.

Delaney sonrió. Ella si que tenía una sorpresa a punto de llegar. Se había tenido que levantar realmente temprano esa mañana, pero si todo iba según su plan, su negocio despegaría.

Un segundo camión se movió lentamente con un gran caldero humeante y una bruja chillando en su cubierta. A pesar de la cara negra y el pelo verde, la bruja le parecía ligeramente familiar.

– ¿Quién es esa bruja?- preguntó Delaney.

– Hmm. Oh, es Neva. ¿Recuerdas a Neva Miller?

– Por supuesto-. Neva había sido salvaje y escandalosa. Había alucinado a Delaney con historias de licores robados, cazuelas humeantes y sexo con la selección de fútbol. Y Delaney había absorbido cada palabra. Se inclinó hacia Lisa y murmuró, – ¿Recuerdas cuando nos contó que le hacía una mamada a Roger Bonner mientras él llevaba la motora que arrastraba a su hermano pequeño haciendo esquí acuático? ¿Y que nosotras no sabíamos lo que era hasta que nos lo detalló gráficamente?

– Si, y deberías callarte-. Lisa apuntó hacia el hombre que conducía el camión-. Ese es su marido, El Reverendo Jim.

– ¿Reverendo? ¡Demonios!

– Si, se salvó o renació o lo que sea. El reverendo Jim predica en esa pequeña iglesia de la calle setenta.

– Es Reverendo Tim, -corrigió una voz dolorosamente familiar directamente detrás de Delaney.

Delaney gimió mentalmente. Era tan típico de Nick acercarse a hurtadillas a ella cuando menos se lo esperaba

– ¿Cómo sabes que es Tim?- quiso saber Lisa.

– Construimos su casa hace unos años-. La voz de Nick era baja, como si no la hubiera usado mucho esa mañana.

– Oh, creí que tal vez, había pedido por tu alma.

– No. Mi madre ya pide por mi alma.

Delaney lo miró rápidamente por encima del hombro-. Tal vez deberías peregrinar a Lourdes, o a ese santuario en Nuevo México.

Una sonrisa fácil curvó la boca de Nick. Llevaba una gruesa sudadera con capucha sobre su cabeza; Blancas cuerdas colgaban sobre su pecho. Su pelo estaba retirado de su cara-. Tal vez – fue todo lo que dijo.

Delaney miró el desfile otra vez. Levantó los hombros y enterró la nariz fría en el cuello de su abrigo. No había nada peor que ser el cebo de Nick y eso la hacía preguntarse porque no se metía con ella. Lo había visto muy poco desde el día que había golpeado la puerta trasera de su negocio. Tácitamente, se evitaban el uno al otro.

– ¿De dónde vienes?- preguntó Lisa.

– Hacía unas cuantas llamadas desde la oficina. ¿Pasó Sophie?

– Todavía no.

Cuatro niños disfrazados de violentos jugadores de hockey pasaron después de los Roller Blades y seguidos de cerca por Tommy Markham que llevaba a su esposa. Helen estaba vestida de Lady Godiva, y en una puerta del coche había un letrero en el que se leía un anuncio de la peluquería de Helen. La calidad por diez dólares. Helen hacía gestos con las manos y tiraba besos a la gente, y en su cabeza tenía una corona de diamantes falsos que Delaney reconoció perfectamente.

Delaney dejó caer los hombros y mostró la mitad inferior de su cara-. ¡Eso es patético! Todavía lleva su corona.

– Se la pone cada año como si fuera la reina de Inglaterra o algo por el estilo.

– ¿Recuerdas lo que hizo en la campaña para ganarla, diciendo que yo iba contra las reglas? ¿Y como ganó porque en la Escuela no la descalificaron? Esa corona debería ser mía.

– ¿Todavía te pones como loca por eso?

Delaney cruzó los brazos sobre su pecho-. No-. Pero era así. Estaba irritada consigo misma por que Helen aún tuviera poder para cabrearla después de tantos años. Delaney estaba helada, posiblemente neurótica y muy consciente del hombre de pie detrás de ella. Demasiado consciente. No tenía ni que volverse para saber lo cerca que estaba. Lo podía sentir como una gran pared humana.

Pero hubo un tiempo en el que Nick había recorrido el desfile en su bicicleta como un enloquecido jinete y había terminado con puntos en la parte superior de su cabeza, siempre había ido de pirata. Y cada vez que lo había visto con su parche en el ojo y su espada falsa, sus manos se habían puesto húmedas y pegajosas. Una reacción extraña en vista de que normalmente la llamaba ridícula.

Ella giró la cabeza y lo miró otra vez, con su pelo oscuro recogido en una cola de caballo y un pequeño aro de oro en la oreja. Todavía parecía un pirata, y ella notaba un pequeño temblor caliente en el estómago.

– No vi tu coche en el aparcamiento, -dijo él, sus ojos fijos en los suyos.

– Hum, No. Lo tiene Steve.

Un ceño frunció su frente-. ¿Steve?

– Steve Ames. Trabaja para ti.

– ¿Un jovencito con el cabello rubio teñido?

– No es un jovencito

– Ya-. Nick cambió su peso de pie e inclinó la cabeza ligeramente a un lado-. Seguro que no lo es.

– De todas maneras es muy simpático.

– Es un muñequito.

Delaney lo volvió a mirar-. ¿Crees que Steve es un muñequito?

Lisa miró de Nick a Delaney-. Sabes que te quiero, pero chico, ese tío hace que toca la guitarra que alucinas.

Delaney metió las manos en los bolsillos y miró pasar a la Bella Durmiente, a Cenicienta y Hershey's Kiss [52]. Era cierto. Había salido con él dos veces y lo hacía con todo tipo de música. Nirvana. Metal Head. Mormon tabernacle choir. Steve lo “tocaba” todo, y era demasiado bochornoso. Pero era lo más parecido a un novio que tenía, aunque no lo llamaría así. Era el único hombre disponible que le había hecho caso desde que había llegado a Truly.

Con excepción de Nick. Pero él no estaba disponible. No para ella. Delaney se inclinó hacia adelante para recorrer con la mirada la calle y vio a su Miata doblar la esquina. Steve conducía el coche deportivo con una mano, con su pelo corto y teñido y rematado en una especie de cresta. Dos adolescentes iban sentadas como reinas de belleza detrás de él, mientras otra más saludaba con la mano desde el asiento del copiloto. Su pelo estaba cortado y peinado haciéndolas parecer modelos que acabaran de salir hacía un momento de una revista para adolescentes. Suave, suelto y fluido. Delaney había recorrido la escuela secundaria, buscando chicas que no fueran populares ni animadoras. Había buscado chicas comunes, a quienes podría arreglar hasta que tuvieran una apariencia fantástica.

Las había encontrado la semana pasada. Después de recibir la aprobación de sus madres, las había peinado a todas esa mañana. Las tres eran geniales para dar publicidad a su peluquería. Y por si las chicas no fueran suficiente, Delaney había colocado un letrero en la puerta del coche que ponía: “The cutting edge” cortes de pelo a diez dólares.

– Eso va a volver loca a Helen -masculló Lisa.

– Espero que sí.

Una colección de cosechadores sombríos, hombres lobos y muertos vivientes pasó, luego iba un Chevy del cincuenta y siete con Louie al volante. Delaney le echó un vistazo a su pelo oscuro engominado y estalló en carcajadas. Llevaba puesta una camiseta blanca ceñida con un paquete de cigarrillos metido dentro la manga corta. En el asiento de al lado se sentaba Sophie con su pelo en una cola de caballo, lápiz de labios rojo brillante, y gafas de sol estilo años sesenta. Hacía globos con un chicle y se acomodaba dentro de la gran chaqueta de cuero de Nick.

– Tío Nick – gritó y le tiró un beso.

Delaney oyó su risa profunda poco antes de que Louie revolucionase al máximo el gran motor para la gente. El antiguo coche se estremeció y retumbó, y luego como broche final, petardeó.

Delaney alarmada, se dio bruscamente la vuelta y chocó contra la pared inamovible del pecho de Nick. Sus grandes manos la agarraron por los brazos, y cuando lo miró, su pelo rozó su barbilla-. Lo siento – masculló.

Sus manos se tensaron, y a través del abrigo sintió sus dedos largos apretar la manga de lana. Su mirada estaba fija en sus mejillas, luego bajó hasta su boca-. No es nada -dijo, y ella notó la caricia de sus pulgares en la parte de atrás de sus brazos.

Su mirada volvió a la de ella otra vez, y había algo ardiente e intenso cuando la miró. Como si él quisiera darle uno de esos besos que minaban su resistencia. Como si fuesen amantes y la cosa más natural del mundo fuera que ella pusiera una mano detrás de su cabeza y acercara su boca a la suya. Pero no eran amantes. Ni siquiera eran amigos. Y al final él dio un paso atrás y dejó caer las manos a los costados.

Ella se dio la vuelta y aspiró profundamente. Podía sentir su mirada fija en la espalda, y como el aire entre ellos se llenaba de tensión. Era tan fuerte que estaba segura que todo el mundo alrededor de ellos lo podía sentir también. Pero cuando miró a Lisa, su amiga hacía gestos con las manos como una loca a Louie. Lisa no se había enterado de nada.

Nick le dijo algo a Lisa y Delaney sintió más que oyó su marcha. Dejó escapar la respiración que ni si quiera sabía que estaba conteniendo. Miró por encima del hombro una última vez y le vio entrar en el edificio detrás de ellas.

– ¿No es lindo?

Delaney miró a su amiga y negó con la cabeza. De ninguna manera se le pasaba por la imaginación que Nick Allegrezza fuese lindo. Era fuego. Cien por cien, pura testosterona que hacia babear.

– Lo ayudé a arreglarse el pelo esta mañana.

– ¿A Nick?

– A Louie.

Se le encendió la bombilla-. Oh.

– ¿Por qué arreglaría el pelo a Nick?

– Lo dije sin pensar. ¿Vas a la fiesta en el Grange esta noche?

– Probablemente.

Delaney miró su reloj. Sólo tenía unos minutos antes de su cita de la una. Se despidió de Lisa y pasó el resto de la tarde con tres tintes y dos permanentes.

Cuando terminó el día, rápidamente barrió el pelo cortado de la última chica, cogió su abrigo y subió a su apartamento. Tenía planes para encontrarse con Steve en la fiesta de disfraces que se celebraba en el vestíbulo del viejo Grange. Steve había encontrado un uniforme de policía en alguna parte, y desde que él tuvo la intención de disfrazarse de policía, les pareció que lo mejor era que ella lo hiciera de prostituta. Ya tenía la falda y las medias de rejilla, y había encontrado una boa de plumas rosa con esposas a juego en el pasillo de regalos de la tienda de Howdy.

Delaney metió la llave en la cerradura y advirtió un sobre blanco al lado de su bota negra. Tuvo el mal presentimiento de que sabía lo que era antes de que lo abriera. Lo abrió y sacó una hoja blanca de papel con tres palabras mecanografiadas: VETE DEL PUEBLO, decía esta vez. Arrugó la nota en su puño y miró por encima del hombro. El aparcamiento estaba vacío por supuesto. Quienquiera que hubiera dejado el sobre lo había hecho mientras Delaney estaba en la peluquería. Había sido tan fácil.

Delaney volvió sobre sus pasos por el estacionamiento y dio un golpe en la puerta trasera de Construcciones Allegrezza. El Jeep de Nick no estaba.

La puerta se abrió y la secretaria de Nick, Ann Marie, salió.

– Hola – empezó Delaney-. Me preguntaba si podrías haber visto a alguien aquí atrás hoy.

– Los basureros vaciaron el contenedor esta tarde.

Delaney dudaba que hubiera disgustado a los basureros-. ¿Y a Helen Markham?

Ann Marie negó con la cabeza-. No la vi hoy.

Eso no significaba que Helen no hubiera dejado la nota. Después de la participación de Delaney en el desfile, Helen debía estar lívida-. De acuerdo, gracias. Si ves a alguien por aquí que no debería estar, ¿me lo harás saber?

– Claro. ¿Ocurrió algo?

Delaney metió la nota en el bolsillo del abrigo-. No, no exactamente.


El vestíbulo del viejo Grange estaba decorado con pacas de heno, papel crepé negro y naranja, y calderos llenos de hielo seco. Un camarero de Mort’s servía cerveza o refrescos en un extremo, y una banda de música country tocaba en el otro. Las edades de los asistentes a la fiesta de Halloween iba desde adolescentes demasiado mayores para hacer el Truco-o-trato hasta Wannetta Van Damme, que estaba con los dos veteranos que quedaban de la Guerra Mundial.

Cuando Delaney llegó, la banda estaba tocando su primera pieza. Se había vestido con una falda negra de raso, un corsé a juego, y ligueros negros. La chaqueta de raso a juego la había dejado en casa. Sus tacones negros elevaban sus talones doce centímetros, y se había pasado veinte minutos asegurándose que la raya de sus medias subía recta por la parte de atrás de sus piernas. Su boa de plumas rodeaba su cuello y las esposas estaban sujetas en la cinturilla de su falda. Excepto por su atormentado pelo y su grueso rimmel, la mayor parte de sus esfuerzos estaban ocultos por su abrigo de lana.

No quería nada más que volver a casa y caer de cabeza en la cama. No había pensado en otra cosa. Estaba segura de que la nota era de Helen y estaba más molesta de lo que le gustaba admitir. Seguro, había azuzado tanto a Helen. Se había escondido en el contenedor y había rebuscado en su basura, pero eso era diferente. No le había dejado notas psicóticas. Si Delaney no hubiera quedado con Steve, estaría ahora mismo con su camisón favorito de franela, después de un baño caliente lleno de burbujas.

Delaney desabotonó su abrigo mientras su mirada examinaba como un escáner la gente disfrazada con una gran variedad de trajes interesantes. Vio a Steve bailando con una hippie a la que echaba aproximadamente veinte años. Hacían buena pareja. Sabía que Steve veía a más mujeres además de ella y no le molestaba. A veces, era una buena compañía cuando necesitaba salir del apartamento. Y también era una persona excelente.

Decidió dejarse el abrigo mientras se abría camino entre la gente. Pasó a duras penas entre dos caraconos y una sirena y casi tropezó con un Trekkie cubierto de un leve maquillaje amarillo.

– Hola, Delaney -dijo por encima del sonido de la música-. Oí que habías vuelto.

La voz sonaba vagamente familiar y obviamente la conocía. Pero no caía. Su pelo estaba echado hacia atrás con laca negra, y llevaba un uniforme rojo y negro con un símbolo que parecía una A en su pecho. Nunca había visto Star Trek y francamente no entendía la atracción-. ah, Sí. Volví en junio.

– Wes dijo eso cuando entraste.

Delaney miró fijamente a los ojos tan claros que apenas eran azules-. Oh, Dios mío -se quedó sin aliento-. ¡Scooter!- Solamente había una cosa más espeluznante que un Finley. Un Finley disfrazado de Trekkie.

– Si, soy yo. Cuanto tiempo-. El maquillaje de Scooter se abría en su frente, y su elección de color hacía amarillos sus dientes-. Te veo muy bien – continuó, inclinando la cabeza como una de esas muñecas chinas de madera.

Delaney recorrió con la mirada el área para que alguien la rescatase-. Si, tú también Scooter, – mintió. No veía a nadie conocido y su mirada volvió a él otra vez-. ¿Qué has estado haciendo últimamente?- preguntó, entablando una conversación ligera hasta que pudiera escapar.

– Wes y yo tenemos un criadero de peces en Garden. Se lo compramos a la vieja novia de Wes después de que ella se escapase con un camionero. Vamos a hacer una fortuna vendiendo barbos.

Delaney sólo podía mirarlo-. ¿Tienes un criadero de peces?

– Sí. ¿De dónde crees que viene el barbo fresco?

¿Qué barbo fresco? Delaney no recordaba ver barbo en ningún mostrador del pueblo-. ¿Y hay una gran demanda por aquí?

– Todavía no, pero Wes y yo pensamos que con el E. coli y la gripe del pollo, en el pueblo se comenzará a comer pescado-. Él miró su taza roja y tomó un largo sorbo-. ¿Estás casada?

Normalmente odiaba esa pregunta, pero no podía más que darse cuenta de que obviamente Scooter era incluso más tonto de lo que recordaba-. Ah, No. ¿Y tú?

– Divorciado dos veces.

– Buen número -dijo negando con la cabeza y encogiendo los hombros-. Hasta luego, Scooter-. pasó por su lado, pero él continuó.

– ¿Quieres una cerveza?

– No, tengo que reunirme con alguien.

– Avísala.

– No es ella.

– Ah-. vaciló y dijo-. Hasta luego, Delaney. Tal vez te llame alguna vez.

Su amenaza la podría haber asustado si estuviera apuntada en la guía telefónica. Se abrió paso entre un grupo de punkis, al final de la pista de baile. Abraham Lincoln le preguntó si quería bailar, pero se negó. Su cabeza comenzaba a latir y quería irse a casa, pero creía que se lo debía a Steve por salir con ella. Lo vio con Cleopatra esta vez, haciendo que tocaba en la guitarra a Wynonna Judd “No one else on Heart”.

Sus ojos se entrecerraron y apartó la vista de Steve. Podía ser sumamente bochornoso algunas veces. Su mirada se detuvo en una familiar pareja disfrazada de años cincuenta y la novia llevaba una falda de vuelo. Entre la gente que bailaban, Delaney observó como Lisa daba la vuelta alrededor de Louie volviendo a ponerse delante otra vez. La apretó contra su pecho y la inclinó hasta que su coleta rozó el suelo. Delaney sonrió y su mirada se movió a la pareja más cercana a Lisa y Louie. Nadie podía confundir al hombre alto que hacía girar a su sobrina. Hasta donde Delaney podía ver, la única concesión de Nick a la fiesta era su txapel, su boina vasca. Llevaba pantalones vaqueros y una camisa color café claro. Incluso sin disfraz, él parecía un pirata, con la boina negra jalada sobre su frente.

Por primera vez desde que se había mudado, Delaney deseó de verdad ser parte de una familia otra vez. No de una familia controladora y superficial como la de ella, sino una familia real. Una familia que se reía, bailaba y se amaba sin condiciones.

Delaney se giró y se topó con Elvis-. Permiso -dijo y cuando miró hacia arriba vió la cara de Tommy Markham con patillas falsas.

Tommy miró de ella a la mujer a su lado. Helen iba todavía de Lady Godiva, y todavía tenía la corona en su cabeza.

– Hola, Delaney -saludó ella, con una sonrisa presumida en su cara como si fuera superior. El tipo de sonrisa “besa mi culo” que le había mostrado desde primer grado.

Delaney estaba demasiado cansada para fingir un civismo que no sentía. El dolor de cabeza, y la sonrisa estúpida de Helen fueron el detonante-. ¿Te gustó mi parte del desfile?

La sonrisa de Helen desapareció-. Patética, pero previsible.

– No tan patético como tu peluca sarnosa y tu corona barata-. La música se detuvo cuando daba un paso adelante y acercaba su cara a la de Helen-. Y si alguna vez me dejas otra nota con amenazas, te la meteré por la nariz.

Las cejas de Helen cayeron y parpadeó-. Estás loca. Nunca te dejé ninguna nota.

– Notas-. Delaney no la creyó ni por un segundo-. Hubo dos.

– No creo que Helen lo hiciera.

– Cállate, Tommy – lo interrumpió Delaney sin apartar la mirada de su vieja enemiga-. Tus estúpidas notas no me asustan, Helen. Estoy molesta más que cualquier otra cosa-. Hizo una última advertencia antes de darse media vuelta, – Alejate de mí y cualquier cosa que me pertenezca-. Luego giró y se apresuró a través de la gente, esquivándola y sorteándola, con la cabeza doliéndole horrores. ¿Y si no era Helen? Imposible. Helen la odiaba.

Llegó hasta la puerta antes de que Steve la alcanzase.

– ¿Dónde vas? – preguntó, igualando su zancada con la de ella.

– A casa. Me duele la cabeza.

– ¿No puedes quedarte un ratito?

– No.

Entraron en el aparcamiento y llegaron al coche de Delaney-. Ni siquiera hemos bailado.

En ese momento el pensamiento de bailar con un hombre era demasiado perturbador para que le gustara-. No quiero bailar. He tenido un día largo y estoy cansada. Me voy a la cama.

– ¿Quieres compañía?

Delaney miró su cara de surfista y se rió silenciosamente-. Buen intento-. Él se inclinó hacia adelante para besarla, pero su mano en el pecho lo detuvo.

– De acuerdo – rió-. Tal vez en otra ocasión.

– Buenas noches, Steve, -dijo y se metió en el coche. De camino a casa, Delaney se detuvo en el Value Rite y compró un paquete gigante de Reese's [53], un bote de Coca-Cola, y espuma de baño con olor a vainilla. Incluso después de un baño caliente, contaba con estar en cama a las diez.

Nunca te dejé ninguna nota. Helen tenía que mentir. Por supuesto que no iba a admitir que escribió las notas. No delante de Tommy.

¿Qué pasaba si no mentía? El miedo estalló por primera vez, como una burbuja en su pecho, pero trató de ignorarlo. Delaney no quería pensar que el autor de la nota podría ser cualquiera además de su vieja enemiga. Alguien que no conocía.

Cuándo aparcó en el estacionamiento detrás de la peluquería, el Jeep de Nick estaba en la plaza que le correspondía. Su silueta oscura estaba apoyada contra el guardafaros de atrás, con una postura relajada. Los focos delanteros de su Miata se reflejaron en su chaqueta de cuero cuando se separó del vehículo.

Delaney apagó el motor del coche y cogió la bolsa de la tienda de comestibles-. ¿Me estás siguiendo? -preguntó saliendo del coche y cerrando la puerta.

– Por supuesto.

– ¿Por qué?- Los tacones de sus zapatos batieron la grava mientras iba hacia las escaleras.

– Cuéntame eso de las notas-. Extendió la mano y cogió la bolsa de la tienda de su mano mientras pasaba por su lado.

– Oye, puedo llevar eso -protestó percatándose de que hacía mucho tiempo que un hombre se hubiera ofrecido a llevarle nada. No es que Nick se hubiera ofrecido, por supuesto.

– Cuéntame lo de las notas.

– ¿Cómo lo supiste?- Él la siguió subiendo las escaleras detrás ella, sus pisadas fuertes, hundía las escaleras bajo las plantas de sus pies-. ¿Te lo dijo Ann Marie?

– No. Oí tu conversación con Helen esta noche.

Delaney se preguntó cuanta gente más la habría oído. Su respiración formaba vaho delante de su cara cuando rápidamente abrió la puerta. Como habría sido un gasto inútil de saliva, ni se molestó en decir a Nick que no podía entrar-. Helen me ha escrito un par de notitas-. Entró en la cocina y encendió la luz.

Nick la siguió, abriendo la cremallera de su chaqueta y llenando el estrecho lugar con su tamaño y su presencia. Colocó la bolsa en el mostrador-. ¿Qué dicen?

– Léelas tú mismo-. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y le dio el sobre que había metido allí antes-. La otra ponía algo parecido a “te vigilo”-. Ella pasó rozándole y se movió hacia el pequeño vestidor del dormitorio.

– ¿Has llamado al Sheriff?

– No-. Ella colgó el abrigo en el armario, luego regresó-. No puedo probar que Helen es la que las manda, aunque estoy segura de que es ella. Y además, las notas no son realmente amenazadoras, solamente molestas-. Desde la puerta, le miró estudiar la nota en su mano. Su txapel le hacía parecer un guerrero por la libertad.

– ¿Dónde encontraste esto?

– Debajo de la puerta.

– Todavía tienes la otr…- la miró de arriba abajo y se interrumpió en medio de la frase. Sus ojos se abrieron un poco, luego su mirada la recorrió del pelo a los tacones. Por primera vez en su vida, había dejado mudo a Nick. Cuando iba disfrazada de prostituta.

– ¿Qué ocurre?

– Absolutamente nada.

– ¿No tienes una pulla ni un encantador comentario ofensivo?- Había tratado de quedarse perfectamente quieta y callada, como si no pudiera sentir su mirada tocándola en todas partes. Pero al final le había soltado eso y movió la boa de plumas para cubrirse el escote que sobresalía sobre el corsé.

– Una.

– Por qué no estoy sorprendida.

Él apuntó hacia su cintura-. ¿Para qué son las esposas?

– Lo sabes mejor que yo.

– Fierecilla -dijo, con una sonrisa rapaz inclinando su boca -yo no necesito material extra para rematar la faena.

Ella puso sus ojos en blanco y miró al techo-. Ahórrame los detalles de tu vida sexual.

– ¿Estás segura? Podrías aprender algo bueno.

Ella cruzó los brazos bajo sus pechos-. Dudo que sepas algo que quiera aprender-. Luego rápidamente agregó – Y no fue un desafío.

Su risa suave llenó la corta distancia entre ellos-. Fue un desafío, Delaney.

– Lo que tú digas-. Él dio un paso hacia ella, y ella colocó su mano como un policía de tráfico-. No quiero hacer nada contigo, Nick. Creía que subiste para echarle un vistazo a la nota de Helen.

– Lo hice-. Él se detuvo cuando su palma golpeó su pecho. El frío cuero contra su mano-. Pero haces realmente duro que uno piense en otra cosa que no sean tus cremalleras.

– Eres un adulto. Trata de concentrarte-. Delaney dejó caer la mano y pasó ante él hacia la nevera-. ¿Quieres una cerveza?

– Claro.

Quitó las tapas, luego le dio una cerveza de calabaza que había comprado en el microbrewery. Él miró el brebaje como si realmente no supiera qué hacer con él-. Está realmente bueno – lo animó y tomó un gran trago.

Nick puso la cerveza en sus labios, y sus ojos grises la miraron sobre la parte superior de la botella mientras tomaba un trago. Inmediatamente bajó la cerveza y se pasó el revés de la mano por la boca-. ¡Jesus, María y José! ¡Qué mierda!.

– A mi me gusta-. Ella sonrió y tomó un trago más largo.

– ¿Tienes cerveza de verdad?- Él colocó la botella y la nota en el mostrador.

– Tengo una cerveza de frambuesa.

Él la miró como si estuviera sugiriendo un filete de criadillas-. ¿Tienes una Bud?

– No. Pero tengo una Coca-Cola en esa bolsa-. indicó con su botella la bolsa de plástico, después de cogerla Nick pasó a la sala de estar.

– ¿Dónde encontraste la primera nota?- la llamó.

– En la peluquería-. Encendió una luz encima del estéreo, luego otra encima de la mesa al lado del sofá-. En realidad, la encontraste tú.

– ¿Cuándo?

– El día que me cambiaste las cerraduras-. Lo miró por encima del hombro después de tirar de la cadenilla de la lámpara. Nick permaneció en el centro del cuarto bebiendo de la Coca-Cola que ella había comprado en el Value Rite-. ¿Lo recuerdas?

Él bajó la botella y chupó una gota oscura de su labio inferior-. Perfectamente.

Inesperadamente, el recuerdo de sus labios presionando los de ella y la textura de su piel caliente bajo sus manos inundó sus sentidos-. Hablaba de la nota.

– Yo también.

Él no lo hacía-. ¿Por qué crees que es cosa de Helen?

Delaney estaba sentada en el sofá, asegurándose cuidadosamente de que su falda de raso no se deslizara entre sus piernas y la hiciera parecer una estrella del porno-. ¿Quién más podría ser?

Él colocó la Coca-Cola sobre la mesa de café y se encogió de hombros-. ¿Quién más quiere que te vayas?

Delaney no podría pensar en nadie además de Nick y toda su familia-. Tú.

Él puso su chaqueta en el brazo del sofá y la miró desde debajo de sus cejas-. ¿Realmente crees eso?

En realidad no-. No lo sé.

– ¿Si crees eso, que amenazo anónimamente a las mujeres, por qué me has dejado entrar en tu apartamento?

– ¿Hubiera podido detenerte?

– Tal vez, pero no dejé esas notas y lo sabes-. Se sentó al lado de Delaney y se inclinó hacia adelante para apoyar los codos sobre las rodillas. Se había remangado las mangas de su camisa en los antebrazos, y llevaba un reloj con la negra correa gastada-. Alguien está realmente cabreado contigo. ¿Le has cortado el pelo mal a alguien últimamente?

Sus ojos se entrecerraron, y colocó su cerveza de calabaza en la mesa para café con un fuerte golpe-. Ante todo, Nick, nunca corto mal el pelo. Y en segundo lugar, ¿qué crees, que algún psicópata enfadado me deja notas porque le corté de más el flequillo o le ricé demasiado el pelo?

Nick la miró por encima del hombro y rió. Comenzó muy bajo y se incrementó, alimentando el temperamento de Delaney-. ¿Porqué estás tan cabreada?

– Me has insultado.

Él colocó una mano inocente en la parte delantera de su camisa, empujando la tela suave a un lado y dejando expuesta un trozo de pecho moreno-. No lo hice.

Delaney levantó la mirada hacia sus ojos divertidos-. Claro que sí.

– Lo siento-. Luego estropeó la disculpa añadiendo un insulto a la frase – Fierecilla.

Ella le pellizcó el brazo-. Imbécil.

Nick agarró su muñeca y la apretó contra él-. ¿Nadie te ha dicho que pareces una prostituta realmente buena?

El perfume del jabón del sándalo y la piel caliente llenó sus sentidos. Sus dedos firmes cosquillearon como alfileres por el interior de su brazo, y ella trató de apartarse. La dejó volverse sólo para agarrarle la boa con ambas manos y acercarla más. Su nariz chocó con la suya y se sintió atrapada por su mirada gris. Ella abrió la boca para decir algo punzante y sarcástico, pero su cerebro y su voz la traicionaron y lo que salió en su lugar fue un suspiro – Joder, gracias, Nick. Apuesto a que le dices eso a todas tus mujeres.

– ¿Eres una de ellas?-preguntó justo encima de su boca, manteniéndola quieta con nada más que la boa de plumas rosas y su voz.

Ella no creía habérselo dicho en ese sentido, ni nada por el estilo…-. No. Sabes que nunca podremos estar juntos.

– Quizá no deberías decir nunca-. Las plumas le rozaron la mejilla y el cuello cuando levantó una mano a la parte superior del corsé-. Tu corazón late muy deprisa.

– Tengo la tensión alta-. Sus párpados eran pesados y se tocó el labio inferior con la punta de la lengua.

– Siempre fuiste una mentirosa realmente mala-. Luego, antes de que Delaney supiese cómo ocurrió, estaba en el regazo de Nick y su boca estaba sobre la de ella, en un beso que comenzó suave y dulce pero que rápidamente hizo pedazos la patética resistencia de Delaney. Él llevó una mano detrás de su cabeza, la otra sobre su muslo, acariciando sus medias negras. Su lengua resbaladiza acarició la suya, urgiéndola a ser más cálida, a responder más apasionadamente, y ella le devolvió el beso enviando un estremecimiento de brutal lujuria a través de ellos. Ella deslizó sus manos por su cuello y quitó la goma elástica de su cola de caballo. La boina cayó de su cabeza cuando metió sus dedos entre su frío y fino pelo. Ella sintió sus dedos encima de su liguero por el borde de la falda, dibujando una línea de fuego ardiente entre sus muslos y llenando su abdomen de un hambre intenso. Luego sus dedos se sumergieron bajo el elástico negro y asieron su piel desnuda. Ella metió una mano dentro del cuello abierto de su camisa y tocó su hombro cálido, sus músculos duros, pero no era suficiente y abrió los botones hasta que su camisa estuvo abierta. Él era duro y suave, su piel estaba caliente y ligeramente húmeda. Bajo su bragueta, su erección gruesa se presionaba contra ella que se retorció más en su regazo. Sus dedos se metieron entre sus muslos, y ella sintió su intenso gemido contra la palma de la mano.

Él movió una mano a su cintura, y sus dedos firmes se metieron apretadamente a través del raso delgado. Un gemido surgió del pecho de Delaney mientras su palma se deslizaba hacia arriba, sobre su pecho, hacia su garganta. Sus nudillos acariciaron la clavícula y el borde del escote. Luego él deslizó su sensual boca hasta su garganta y su mano dentro del corsé de raso. Él acunó su pecho desnudo, y Delaney se arqueó, presionando su pezón duro contra su palma caliente. Sus manos se movieron hacia su hombro, y ella asió la suave tela de su camisa con los puños cerrados.

Le dolía por todas partes y, con el último jirón de cordura murmuró – Nick, tenemos que detenernos.

– Lo haremos, – murmuró mientras empujaba el corsé prácticamente a su cintura y bajaba la cabeza. Él rozó sus labios en la punta rosada de su pecho, luego la chupó con su boca, con su lengua caliente, mojada e implacable. Su ancha y cálida mano se metió entre sus muslos y él presionó la palma contra su carne sensible. A través de sus húmedas bragas de algodón, sus dedos la sintieron, y ella apretó las piernas, cerrando la mano en su entrepierna. Los ojos Delaney se cerraron y su nombre escapó de sus labios, en parte gemido y en parte suspiro. Era el sonido de la necesidad y el deseo. Deseaba que él le hiciera el amor. Quería notar su cuerpo desnudo presionando el de ella. No tenía nada que perder salvo el amor propio. ¿Pero qué era un poco de amor propio comparado con un orgasmo de gran calidad?

Luego su boca se apartó y el aire fresco rozó su pecho. Ella se forzó a abrir los ojos y prestar atención a su fogosa mirada sobre su reluciente pezón. Él deslizó su mano de sus muslos y cogió el final de su boa, deslizándola lentamente sobre su cuerpo sensible-. Dime que me deseas.

– ¿No es obvio?

– Dilo de todas maneras-. Él miró hacia arriba, sus ojos llenos de lujuria y determinación-. Dilo-. La boa pasó otra vez suavemente sobre sus pechos.

Delaney suspiró-. Te deseo.

Su mirada rozó su cara y se detuvo en su boca. Le dio un beso suave en los labios y tiró del corsé poniéndolo en su lugar, cubriéndole los pechos otra vez.

No iba a hacer el amor con ella. Por supuesto que no lo haría. Tenía bastante más que perder que ella-. ¿Por qué seguimos haciéndonos esto?- preguntó ella cuando él levantó su boca-. Nunca quiero que pase, pero siempre ocurre lo mismo.

– ¿No lo sabes?

– Desearía saberlo.

– Tenemos un asunto pendiente.

Ella respiró profundamente y se apoyó contra él.

– ¿De qué hablas? ¿Qué asunto pendiente?

– Esa noche en Angel Beach. Nunca pudimos terminar lo que empezamos antes de que huyeras.

– ¿Huir?- Ella bajó las cejas y las volvió a subir-. No tuve ninguna opción.

– Tenías opciones y elegiste una. Te fuiste con Henry.

Con toda la dignidad posible dada las circunstancias, Delaney se levantó de su regazo. Le faltaba el zapato izquierdo y su boa estaba prendida dentro del corsé-. Me fui porqué me estabas utilizando.

– ¿Cuando exactamente?- Se levantó e inclinó sobre ella-. ¿Cuándo me rogabas que te tocara?

Delaney tiró de su falda hacia abajo-. Cállate.

– ¿O cuándo mi cabeza estaba entre tus piernas?

– Cállate, Nick-. Tiró bruscamente de la boa para liberarla-. Sólo querías humillarme.

– No digas estupideces.

– Me estabas usando para vengarte de Henry.

Él se inclinó hacia atrás y su mirada se entrecerró-. Nunca te usé. Te dije que no te preocuparas y que te cuidaría, pero me miraste como si fuera una especie de violador y te fuiste con Henry.

Ella no lo creyó-. Nunca te miré como si fueras un violador, y recordaría cualquier palabra agradable. Pero no la dijiste.

– Lo hice, pero preferiste irte con el viejo. Y tal y como yo lo veo, tienes una deuda conmigo.

Ella recogió su chaqueta de detrás del sofá y se la lanzó-. No te debo nada.

– Será mejor que no estés cerca de mí después del cuatro de junio, de otra manera me cobraré la deuda que tienes conmigo desde hace diez años-. Se puso la chaqueta y caminó hacia la puerta-. Y pagar las deudas es una putada, Fierecilla.

Delaney miraba la puerta cerrada cuando oyó el ruido del Jeep en el callejón. Su cuerpo todavía ardía por sus caricias, y el pensamiento de algún tipo de deuda sexual no sonaba demasiado mal. Se dirigió a la sala y recogió la txapel de Nick del piso. Se la puso en la nariz. Olía a cuero y a la lana y a Nick.


Capítulo Trece

– Tío Nick, ¿viste esa película que echaron en la tele la otra noche sobre una chica que fue secuestrada de bebé y nunca lo supo hasta que tenía cerca de veinte años o algo así?

Nick clavaba los ojos en la pantalla del ordenador, repasando el presupuesto para una casa en la orilla norte del lago. Habían hecho los cimientos antes de que la tierra se congelara y el tejado antes de que nevara. La casa estaba casi terminada, pero el dueño había optado por instalaciones completamente diferentes, y la parte de carpintería se salía del presupuesto. Cuando en el negocio disminuía la actividad, Ann Marie y Hilda trabajaban sólo por las mañanas. Él y Sophie estaban solos en el edificio.

– Tío Nick.

– Hmm, ¿Qué?- Cambió varios números y luego introdujo el nuevo coste.

Sophie respiró profundamente y suspiró – No me escuchas.

Desvió la mirada de la pantalla y miró a su sobrina, luego volvió a su trabajo-. Lo hago, Sophie.

– ¿Qué dije?

Él continuó mirando una reposición de existencias y usando la calculadora que tenía al borde del escritorio, pero cuando miró a su sobrina otra vez, su mano se detuvo. Sus grandes ojos oscuros lo miraban como si hubiera pisoteado sus sentimientos con las botas de trabajo-. No escuchaba-. Movió la mano hacia atrás-. Lo siento.

– ¿Te puedo preguntar algo?

Sabía que no había ido de visita a su oficina al salir de la escuela para verle trabajar-. Claro.

– De acuerdo, ¿qué harías si te gustara una chica y ella no lo supiera?- Hizo una pausa y miró a algún sitio por encima de su cabeza-. ¿Y ella le gustara a alguien con ropas de mayor y cabello rubio y todas las que le gustan fueran animadoras y todo eso?- Lo volvió a mirar-. ¿Cederías?

Nick estaba alucinado-. ¿Te gusta un chico que se viste de animadora?

– ¡No! Caramba, me gusta un chico que sale con una animadora. Es bonita y popular y tiene el mejor cuerpo de octavo grado, y Kyle no sabe ni que existo. Quiero que se dé cuenta, ¿qué debería hacer?

Nick miró sobre el escritorio a su sobrina, qué tenía los ojos italianos de su madre, demasiado grandes para su rostro. Tenía una enorme espinilla roja en la frente que, a pesar de sus esfuerzos, no era disimulada por el montón de maquillaje que se había puesto. Algún día Sophia Allegrezza haría volver las cabezas, pero ahora no, gracias a Dios. Era demasiado joven para preocuparse por los chicos, de todas maneras-. No hagas nada. Eres preciosa, Sophie.

Ella puso los ojos en blanco y cogió su mochila que estaba en el suelo al lado de su silla-. No me ayudas más que papá.

– ¿Qué te dijo Louie?

– Que era demasiado joven para preocuparme por chicos.

– Oh-. se inclinó hacia adelante y agarró su mano-. Bueno, yo nunca diría eso – mintió.

– Lo sé. Por eso vine a hablar contigo. Y no es sólo por Kyle. Ninguno de los chicos reparan en mí-. Puso la mochila en su regazo mientras se dejaba caer en la silla, sufriendo enormemente-. Lo odio.

Y a él le fastidió verla tan infeliz. Había ayudado a Louie a criar a Sophie, y era la única persona del sexo femenino con la que se había sentido completamente libre para mostrar afecto y amor. Los dos podían sentarse y mirar una película juntos o jugar al Monopoly, y ella nunca fisgaba en su vida ni se colgaba de su cuello-. ¿Qué quieres que haga?

– Dime que les gusta a los chicos en las chicas.

– ¿A los chicos de octavo?- Se rascó un lado de la mandíbula y se paró a pensar un momento. No quería mentir, pero tampoco quería echar a perder sus sueños inocentes.

– Pensé que como tienes un montón de novias, lo sabrías.

– ¿Un montón de novias?- La observó sacar una botella de esmalte de uñas verde de su mochila-. No tengo un montón de novias. ¿Quién te dijo eso?

– Nadie tuvo que decírmelo-. se encogió de hombros-. Gail es tu novia.

No había visto a Gail desde unas semanas antes de Halloween, y de eso hacía una semana-. Es simplemente una amiga -dijo-. Y rompimos el mes pasado-. Realmente había sido él quien había puesto fin a la relación y ella no había estado precisamente encantada.

– Bueno, ¿qué te gustaba de ella? -preguntó mientras añadía una capa de brillo verde sobre otra azul marino.

Las pocas cosas que le gustaban de Gail, no se las podía decir a su sobrina de trece años-. Tiene un pelo bonito.

– ¿Es eso? ¿Saldrías con una chica sólo porqué te gusta su pelo?

Probablemente no-. Sí.

– ¿Cuál es tu color de pelo favorito?

El rojo. Diversos matices de rojo con vetas y deslizándose entre sus dedos-. Castaño.

– ¿Qué más te gusta?

Labios rosados y boas rosas-. Una buena sonrisa.

Sophie le contempló y sonrió abiertamente, su boca estaba llena de metal y gomas elásticas de color malva-. ¿Te gusta esto?

– Si.

– ¿Qué más?

Esta vez le contestó la verdad-. Grandes ojos marrones, y me gustan las chicas que me hacen frente-. Y, se percató, había desarrollado gusto por los comentarios sarcásticos.

Sumergió el pincel en el brillo y pintó su otra mano-. ¿Crees que las chicas deberían telefonear a los chicos?

– Claro. ¿Por qué no?

– La abuelita dice que las chicas que llaman a los chicos son salvajes. Dice que papi y tú nunca os metisteis en líos con chicas salvajes porque nunca te dejó hablar por teléfono cuando llamaban.

Su madre era la única persona qué conocía que tenía la habilidad de ver sólo lo que quería y nada más. Mientras crecían, los dos, Nick y Louie se habían encontrado en suficientes problemas sin necesidad de utilizar el teléfono. Louie incluso había dejado a una chica embarazada su primer año de universidad. Y cuando un chico vasco dejaba a una buena chica católica embarazada, el resultado era inevitablemente una boda en la Catedral de St. John-. Tu abuela recuerda sólo lo que quiere recordar -dijo a Sophie-. Si quieres llamar a un chico por teléfono, entonces no veo porqué no lo puedes hacer, pero mejor le preguntas a tu papá primero-. Él miró sus uñas mojadas-. Tal vez deberías hablar con Lisa sobre todas estas cosas de chicas. Va a ser tu mamá dentro de aproximadamente una semana.

Sophie negó con la cabeza-. Prefiero hablar contigo.

– Pensaba que te gustaba Lisa.

– Está bien, pero prefiero hablar contigo. Además, me puso de última en la fila de las damas de honor.

– Probablemente porque eres la más pequeña.

– Tal vez-. Estudió su brillo un momento, luego lo miró-. ¿Quieres que te pinte las uñas?

– De ninguna manera. La última vez que lo hiciste, me olvidé de quitármelo y el dependiente del Gas N-Go se partió de risa.

– Por favoooor.

– Ni lo pienses, Sophie.

Ella frunció el ceño y cuidadosamente enroscó la tapa del barniz-. No es sólo lo de la fila, es que tengo que aguantar al lado a ya-sabes-quien.

– ¿Quién?

– A ella-. Sophie apuntó hacia la pared-. La de ahí.

– ¿Delaney?- Cuándo ella sacudió la cabeza, Nick le preguntó, – ¿Por qué es un problema?

– Ya sabes.

– No. Por qué no me lo dices.

– La abuelita dijo que esa chica vivió con tu papá, y que fue maravilloso con ella y mezquino contigo. Y le compraba ropas y cosas bonitas y tú tenías que llevar vaqueros viejos.

– Me gustan los vaqueros viejos-. Él dejó su lápiz y estudió la cara de Sophie. Su boca se apretaba en las comisuras como hacia su madre cuando hablaba de Delaney. Henry ciertamente le había dado a Benita razones para que estuviera amargada, pero a Nick no le gustó ver a Sophie con la misma actitud-. Lo que sea que ocurrió, o que no ocurrió, es entre mi padre y yo, y no tenía nada que ver con Delaney.

– ¿No la odias?

Odiar a Delaney nunca había sido su problema-. No, no la odio.

– Ah-. Metió el esmalte de uñas en su mochila y cogió su abrigo de detrás de la silla-. ¿Me llevarás tú a mi cita con el ortodontista a final de mes?

Nick se levantó y la ayudó a ponerse el abrigo. La cita de Sophie era un paseo en coche de casi dos horas-. ¿No te puede llevar tu padre?

– Él estará de luna de miel.

– Oh, bueno. Entonces te llevaré yo.

La acompañó a la puerta con un brazo alrededor de su cintura-. ¿Estás seguro tú nunca te vas a casar, Tío Nick?

– Sí.

– La abuelita dice que sólo necesitas encontrar una agradable chica católica. Luego serás feliz.

– Ya soy feliz.

– La abuelita dice que necesitas enamorarte de una mujer vasca.

– Parece que has pasado demasiado tiempo hablando de mí con la abuela.

– Bueno, me alegro de que nunca te vayas a casar.

Él levantó la mano y le cogió un mechón de su suave pelo negro-. ¿Por qué?

– Porque me gusta teneros a todos para mí.

Nick se quedó de pie sobre la acera delante de su oficina y observó a su sobrina andar por la calle. Sophie pasaba demasiado tiempo con su madre. Creía que era sólo cuestión de tiempo antes de que Benita la llevase con engaños al lado oscuro, y Sophie ya empezaba a fastidiarle también sobre lo de casarse con una agradable mujer “vasca”.

Se metió las manos en los bolsillos delanteros de sus pantalones vaqueros. Louie era del tipo de los que se casaban. Nick no. El primer matrimonio de Louie no había durado más de seis años, pero a su hermano le había gustado estar casado. Le había gustado la comodidad de la vida con una mujer. Louie siempre había sabido que volvería a casarse. Siempre había sabido que se enamoraría, pero había tardado cerca de ocho años en encontrar a la mujer adecuada. Nick no dudaba que su hermano sería feliz con Lisa.

La puerta de la peluquería de Delaney se abrió y una señora mayor con uno de esos peinados plateados salió fuera. Cuando pasó por su lado, clavó los ojos en él como si supiera que él iba por el mal camino. Se rió suavemente y levantó su mirada a la ventana. A través del cristal observó a Delaney barrer el piso y luego ir hacia a la parte trasera con un recogedor. Observó sus hombros rectos y hacia atrás y el balanceo de sus caderas bajo una falda de punto tan ceñida que le marcaba el trasero. Un dolor pesado se reacomodó en su ingle y pensó en perfectos pechos blancos y en boas rosadas. Pensó en sus grandes ojos castaños, sus largas pestañas, la lujuria entrecerrando sus párpados y su boca mojada e hinchada por sus besos.

Te deseo le había dicho, mejor dicho, él la había inducido a decir eso como si fuera un fracasado enfermo de amor rogándole que le quisiera. Nunca en su vida le había pedido a una mujer que dijera que le deseaba. No lo había tenido que hacer. Nunca le había importado si esas palabras eran murmuradas por los suaves labios rosados de una mujer. Ahora parecía que no era así.

Ningún “puede-ser” más sobre el tema. Henry sabía lo que estaba haciendo cuando formuló el testamento. Le recordaba a Nick como se sentía cuando quería algo que no podía tener, ansiar algo que creía más allá de su alcance. Algo que podía tocar pero nunca podría poseer realmente.

Unos ligeros copos de nieve cayeron suavemente delante de la cara de Nick. Se volvió a la oficina y puso la chaqueta detrás de la silla. Algunos hombres cometían el error de confundir lujuria y amor. Pero Nick no. No amaba a Delaney. Lo que él sentía por ella era peor que el amor. Era lujuria retorciendo sus entrañas, y poniéndolo del revés. Daba vueltas a su alrededor y se comportaba como un completo gilipollas, con un monstruo grande y duro, por una mujer que le odiaba la mayor parte del tiempo.


Delaney empujó los tomates hacia un lado de su plato, luego pinchó un trozo de escarola y pollo.

– ¿Cómo va tu negocio? -preguntó Gwen, despertando inmediatamente la sospecha de Delaney. Gwen nunca preguntaba por la peluquería.

– Bastante bien -la miró sobre la mesa y metió la lechuga dentro de la boca. Su madre estaba tramando algo. Nunca debería haber estado de acuerdo en encontrarse para almorzar en un restaurante donde no podría gritar sin montar una escena-. ¿Por qué?- preguntó.

– Helen siempre se encargaba de la peluquería del Desfile de Modas de Navidad, pero este año hablé con los otros miembros del consejo, y les he convencido de que te lo den a ti-. Gwen removió su fettuccini, luego dejó a un lado su tenedor-. Pensé que te valdría como publicidad.

Probablemente era la forma que tenía su madre de hacerla participar en algún tipo de comité-. ¿Sólo el pelo? ¿No?

Gwen alcanzó su té caliente con limón-. Bueno, pensé que también podrías participar.

Allí estaba. La verdadera razón. Peinar en el desfile era un cebo. Gwen lo que realmente buscaba era pavonearse con un lamé a juego con el de su hija como si fueran gemelas. Había dos reglas en el Desfile de modas, el vestido o los disfraces tenían que estar hechos a mano y tenían que reflejar la época navideña-. ¿Tú y yo juntas?

– Por supuesto que estaría allí.

– ¿Vestidas del mismo modo?

– Parecido.

Ni lo pienses. Delaney claramente recordó el año que se había visto forzada a vestirse de Rudolph. No la habría convencido si no hubiera tenido dieciséis años-. Posiblemente no pueda estar en la función y peinar.

– Helen lo hace.

– No soy Helen-. Cogió un trozo de pan-. Haré todo lo que se refiera a peluquería, pero quiero el nombre de mi negocio impreso en el programa y anunciado al principio y al final del desfile.

Gwen parecía menos contenta-. Se lo diré al consejo.

– Bien. ¿Cuándo es el desfile?

– Durante el Festival de Invierno. Es siempre el tercer sábado, unos cuantos días antes del concurso de esculturas de hielo-. Posó su taza en el platito y suspiró-. ¿Recuerdas cuándo Henry era alcalde e íbamos con él y lo ayudábamos a elegir el ganador?

Por supuesto que lo recordaba. Cada diciembre había en Truly enormes esculturas de hielo en la Estación Larkspur, que atraía a los turistas de centenares de kilómetros. Delaney recordaba su nariz y mejillas congeladas, y su gran abrigo mullido y su gorro forrado mientras caminaba al lado de Henry y su madre. Ella recordaba el olor del hielo y el invierno y la sensación del chocolate caliente calentándole las manos.

– ¿Recuerdas el año que él te dejó escoger el ganador?

Ella tenía unos doce años, y había escogido a un cordero de quince metros que había esculpido la gente de la carnicería. Delaney tomó otro bocado de ensalada. Se había olvidado de eso.

– Necesito hablarte acerca de la Navidad – dijo Gwen.

Delaney supuso que la pasaría con su madre, pondrían un árbol de verdad, regalos brillantes, ponche de huevo y castañas asadas al fuego. El lote entero.

– Max y yo nos vamos al caribe el día veinte, justo después del inicio del Festival de Invierno.

– ¿Qué?- Cuidadosamente dejó el tenedor en su plato-. No sabía que fuerais así de en serio.

– Max y yo estamos juntos, y sugirió unas vacaciones al sol para saber simplemente como es de fuerte lo que tenemos.

Gwen era viuda desde hacía seis meses y ya tenía novio formal. Delaney no ni podía recordar la última vez que tuvo una cita seria. Repentinamente se sintió realmente patética, como una vieja solterona con gato.

– Pensaba que podríamos celebrar la Navidad cuando regrese.

– De acuerdo-. No se había dado cuenta de cuánto podría haber disfrutado de una Navidad en casa hasta que no tuvo otra opción. De todas maneras, pasar las fiestas sola no era algo que no hubiese hecho antes.

– Y ahora que ha comenzado a nevar, deberías aparcar tu pequeño coche en mi garaje y conducir el Cadillac de Henry.

Delaney esperó a oír las condiciones, como que tendría que ir a pasar los fines de semana o asistir a un consejo de algún tipo, o ponerse ropas prácticas. Cuándo Gwen no dijo nada más, y en vez de eso cogió el tenedor, Delaney le preguntó, – ¿Dónde está la trampa?

– ¿Por qué sospechas todo el tiempo? Sólo quiero que no te pase nada este invierno.

– Ah-. habían pasado años desde que había conducido en la nieve, y había descubierto que no era como ir en bici. Ya había olvidado como era. Patinaría mucho menos con el gran coche plateado de Henry que en su Miata-. Gracias, lo recogeré mañana.

Después del almuerzo, se tomó el resto de día libre y condujo hasta casa de Lisa para desechar algunos peinados y probarse su traje de dama de honor. El ceñido vestido rojo de terciopelo era del color de vino pero cambiaba con la luz hasta un tono profundo de Borgoña. Era precioso, y si no hubiera sido por el pelo de Delaney, le habría quedado genial, pero todos los tonos rojo de su pelo hacían que pareciera un Picasso. Pasó una mano sobre su estómago, alisando el fresco material bajo su palma.

– No pensé en tu pelo- admitió Lisa dando un paso hacia atrás y Delaney se miró en el espejo del dormitorio-. Tal vez podrías llevar una de esas pamelas grandes.

– Ni lo pienses-. Ella inclinó la cabeza a un lado y estudió su reflejo-. Siempre podría ponerme mi color natural.

– ¿Cuál es tu color natural?

– No estoy realmente segura ya. Cuando retoco la raíz es un tipo de rubio ceniza.

– ¿Y puedes cambiarlo sin que se te caiga?

Delaney puso las manos en sus caderas y se enfrentó a su amiga-. ¿Qué os pasa a la gente de este pueblo? Por supuesto que puedo cambiar el color de mi pelo sin que se me caiga. Sé lo que estoy haciendo. Lo he estado haciendo durante años-. Mientras hablaba, el volumen de su voz aumentó-. No soy Helen. ¡No corto mal el pelo!

– Caramba, sólo pregunté.

– Bueno. Tú y todos los demás-. Se bajó la cremallera de la parte de atrás del vestido y se lo sacó

– ¿Quién más?

La imagen de Nick sentado sobre su sofá irrumpió en sus pensamientos. Su boca caliente en la de ella. Sus dedos sobre su muslo. Deseaba poderle odiar por hacer que lo deseara, por hacer que le dijera que lo deseaba, para luego dejarla sola soñando con él toda la noche. Pero no lo podía odiar, y estaba tan confundida sobre lo que había sucedido que no quería hablar de él con nadie hasta que se aclarara. Ni siquiera con Lisa. Puso el vestido sobre la colcha a cuadros de la cama de Lisa y luego se puso un par de pantalones vaqueros-. No importa. No es importante.

– ¿Qué? ¿Está tu madre fastidiándote todavía sobre lo de ser peluquera?

– No, de hecho me preguntó si quería peinar en el Desfile de Moda de Navidad-. Delaney miró hacia arriba desde el botón de sus pantalones-. Pensó que ella me podría engatusar y obligarme a hacer esa cosa de madre e hija que tuve que hacer cuando crecía.

Lisa se rió-. ¿Recuerdas el vestido del lamé dorado con la banda ancha y esa inmensa abertura?

– Cómo podría olvidarlo-. Se pasó el suéter de angora por la cabeza y se sentó en el borde de la cama para ponerse los Doc Marten-. Y luego mi madre me dijo que se va al caribe en Navidad con Max Harrison.

– ¿Tu madre y Max?- Lisa se sentó al lado de Delaney-. Eso es extraño. No puedo pensar en tu madre con nadie que no sea Henry.

– Creo que Max es bueno para ella-. Se ató una bota, luego la otra-. De cualquier manera, ésta es la primera vez que paso las navidades en casa, en diez años, y ella se va. La verdad es que es típico, ahora que lo pienso.

– Puedes venir a mi casa. Ya viviré con Louie y Sophie, y pasaremos la Navidad allí.

Delaney se levantó y cogió el vestido-. Realmente no me veo comiendo con los Allegrezza.

– Ya lo harás en el banquete de boda.

La aprensión se reacomodó en el estómago de Delaney mientras lentamente ponía el vestido en la percha-. Es un buffet, ¿no?

– No. Es cena sentada en el Lake Shore Hotel.

– Pensaba que la cena era después del ensayo.

– No, eso es el buffet.

– ¿Cuántas personas asistirán a la cena?

– Setenta y cinco.

Delaney se relajó. Con tantos invitados, sería realmente fácil evitar a ciertos miembros de la familia de Louie-. Por favor no me sientes cerca de Benita. Probablemente me apuñalaría con el cuchillo de la mantequilla-. ¿Y Nick? Era tan imprevisible, que no podía adivinar lo que podía hacer.

– No es tan mala.

– No para ti-. Delaney recogió su abrigo y se dirigió a fuera.

– Piensa en lo de Navidad, – recordó Lisa.

– De acuerdo, – prometió poco antes de que se fuese en el coche, pero no existía ni una pequeña probabilidad de que se sentara a la misma mesa que Nick. Qué pesadilla. Tendría que estar todo el tiempo intentando no derretirse por él, mirando a cualquier sitio menos a sus ojos y su boca y sus manos. Será mejor que no estés cerca de mí después del cuatro de junio, de otra manera me cobraré la deuda que tienes conmigo desde hace diez años.

Ella no le debía nada. Él la había usado vengarse de Henry, y los dos lo sabían. ¿Cuándo exactamente? ¿Cuándo me rogabas que te tocara? Ella no le había rogado. Más bien lo había pedido. Y había sido tan joven e ingenua.

Delaney aparcó su pequeño coche detrás del Jeep de Nick y subió corriendo las escaleras. No estaba preparada para verle. A cada momento pensaba en su boca, en su pecho y en su mano entre sus muslos, y le ardían las mejillas. Ella habría tenido relaciones sexuales con él allí mismo en su sofá, sin lugar a dudas. Todo lo que tenía que hacer era mirarla y la succionaba como una aspiradora. Todo lo que tenía que hacer era tocarla y ella quería succionarle como una aspiradora. Él tenía la habilidad de hacerla olvidar quién era él. Y quien era ella, y su pasado en común. Te dije que no te preocuparas y que te cuidaría, pero me miraste como si fuera una especie de violador y te fuiste con Henry. Realmente no creía más en él ahora que aquella noche. Él tenía que mentir. ¿Pero por qué mentiría? No era como si hubiera estado tratando de convencerla de que se quitara la ropa. Ella había abandonado ya toda modestia en ese momento.

Colocó el vestido sobre el sofá y cogió la txapel de Nick que estaba sobre la mesa para café donde la había dejado. Las puntas de sus dedos tocaron la banda de cuero y la lana suave. No importaba ahora. Nada había cambiado. Esa noche en Angel Beach era historia pasada y mejor dejarla en el pasado. Incluso si no existiera el testamento de Henry, no habría futuro para ellos. Él era un mujeriego y ella quería marcharse tan pronto como fuera posible.

Con la boina en la mano, Delaney caminó hasta el aparcamiento. El Jeep de Nick estaba todavía allí y abrió la puerta del conductor. El interior de cuero beige estaba todavía caliente como si hubiera llegado poco antes de que ella hubiera regresado a su apartamento. La llave del Jeep estaba puesta, y su cruz vasca colgada en el espejo retrovisor. Una gran caja de herramientas, un cable extensible y tres botes de masilla de madera estaban en la parte trasera. Él obviamente llevaba viviendo en Truly demasiado tiempo para preocuparse, de todas maneras supuso que si ella fuera una ladrona, se lo pensaría dos veces antes de robar a un Allegrezza. Colocó su boina en el asiento del cuero, luego giró y volvió rápidamente a su apartamento. No quería que tuviera ninguna razón para subir sus escaleras. Obviamente, ella no tenía fuerza de voluntad cuando él andaba cerca, y lo más conveniente era evitarle todo lo posible.

Delaney estaba sentada en el sofá, tratando de convencerse de que no debía escuchar los sonidos que venían de fuera. No quería escuchar el traqueteo de las llaves o el crujido de la grava bajo las pesadas botas. No escuchaba, pero lo oyó salir de la puerta de su oficina, sus llaves y el arrastrar de las botas. Sólo oyó el silencio cuando él descubrió su txapel y lo imaginó haciendo una pausa y mirando las escaleras que subían a su apartamento. El silencio se rompió cuando escuchó un ruido de pasos. Finalmente, el motor del Jeep retumbó al encenderse y comenzó a salir del aparcamiento.

Delaney lentamente dejó escapar el aire y cerró los ojos. Ahora todo lo que tenía que hacer era sobrevivir a la boda de Lisa. Con setenta y cinco invitados, fácilmente podría ignorar a Nick. No podía ser tan difícil.


Capítulo Catorce


Era una pesadilla. Pero esta vez, Delaney estaba definitivamente despierta. La tarde había comenzado maravillosamente. La ceremonia de la boda había ido sobre ruedas. Lisa estaba preciosa, y las fotos posteriores no habían llevado demasiado tiempo. Había dejado el Cadillac de Henry en la iglesia y se acercó al Lake Shore con el primo de Lisa, Ali, que tenía una peluquería en Boise. Por primera vez en mucho tiempo, Delaney había podido hablar sobre diferentes estilos con otro profesional, pero más importante, había podido evitar a Nick.

Hasta ahora. Había sabido de la cena de bodas por supuesto, pero no había sabido que las mesas estarían dispuestas en un rectángulo abierto grande con todos los invitados sentados por fuera para que todo el mundo pudiera ver a los demás. Y no había sabido nada de la distribución de los asientos asignados o habría cambiado su nombre para evitar la pesadilla que vivía.

Bajo la mesa, algo acarició el lateral del pie de Delaney, y apostaría lo que fuera a que no era un ratoncito amoroso. Metió los dos pies bajo la silla y miró fijamente los restos de su filete de solomillo, arroz silvestre y rollitos de espárrago. De alguna manera, se había sentado en el lado del novio, entre Narcisa Hormaechea, qué claramente pasaba de ella, y el hombre que se negaba a cooperar a ignorarse mutuamente. Cuanto más seria intentaba estar delante de Nick, más placer tenía él provocándola. Como cuando accidentalmente rozaba su brazo y hacía que se le cayera el arroz del tenedor.

– ¿Trajiste las esposas?- preguntó rozando su oido izquierdo cuando cogió por delante de ella una botella de vino tinto vasco. La solapa de su esmoquin acarició su brazo desnudo.

Como una película erótica la envolvían continuamente visiones de su boca caliente en su pecho desnudo, las imágenes jugaban en su cabeza. Ni siquiera lo podía mirar sin sonrojarse como una virgen llena de vergüenza, pero no necesitaba verle para saber cuándo él llevaba el vino a sus labios, o cuando su pulgar acariciaba el tallo claro, o cuando se deshizo el nudo de su corbata de lazo negra y la metió en un bolsillo y cuando abrió el botón negro del cuello de su camisa. No tenía que mirarle para saber que llevaba la chaqueta de algodón y la camisa plisada del esmoquin con la misma facilidad casual que llevaba camisas de franela o vaqueros.

– Perdón-. Narcisa tocó el hombro de Delaney, y volvió su atención a la mujer mayor, que llevaba dos mechones blancos a los lados de su perfecto peinado de pelo negro. Sus cejas estaban bajas y sus ojos castaños estaban ampliados por un par de gruesas gafas con forma de octágono, haciéndola parecer como la novia miope de Frankenstein-. ¿Me puedes pasar la mantequilla, por favor?- preguntó y apuntó hacia un pequeño tazón al lado del cuchillo de Nick.

Delaney cogió la mantequilla, con cuidado de mantener cualquier parte de su cuerpo lejos de Nick. Contuvo la respiración, esperando que él dijera algo rudo, crudo o socialmente inaceptable. No dijo palabra, y ella inmediatamente sospechó, preguntándose que tenía él pensado para después.

– ¿Fue una boda preciosa, no crees? -preguntó Narcisa a alguien un poco más abajo en la mesa. Tomó el tazón de Delaney, y luego la ignoró completamente.

Delaney realmente no esperaba conversación agradable de la hermana de Benita y volvió su mirada a los novios, que estaban rodeados de padres y abuelos por ambos lados. Antes, había peinado el pelo castaño de Lisa en una pequeña corona. Le había añadido unas pocas ramitas de suspiros de bebé, y entretejido con un poco de tul. Lisa estaba genial de blanco con escote palabra de honor, y Louie era como la otra cara de la moneda, todo de negro. Todo el mundo sentado cerca de los novios parecía feliz, incluso Benita Allegrezza sonreía. Delaney no creía haberla visto nunca sonreír, y estaba sorprendida de cuánto más joven parecía Benita cuando no miraba con cólera. Sophie se sentaba al lado de su padre con su pelo estirado hacia arriba en una cola de caballo sencilla. A Delaney le hubiera gustado haber peinado con sus manos y sus tijeras todo ese oscuro pelo grueso, pero Sophie había insistido en que lo hiciera su abuela.

– ¿Cuándo es tu turno, Nick?- La brillante pregunta vino desde más abajo de la mesa.

La risa de Nick se oyó en toda la habitación-. Soy demasiado joven, Josu.

– Demasiado salvaje, quieres decir.

Delaney miró algunos pies que sobresalían de la mesa. Hacía mucho que no veía al tío de Nick. Josu era regordete como un toro y tenía las mejillas sonrojadas, en parte por el vino que había tomado.

– Es sólo que no has encontrado la mujer, pero estoy seguro de que encontrarás a una agradable chica vasca -predijo Narcisa.

– Nada de chicas vascas, tía. Todas vosotras sois excesivamente tercas.

– Necesitas a alguien terco. Eres demasiado guapo por tu propio bien, y necesitas a una chica que te diga que no. Alguien que no esté de acuerdo contigo en todo. Necesitas una buena chica.

Por el rabillo del ojo, Delaney observó los dedos romos de Nick acariciar el mantel de lino. Cuando respondió, su voz era ligera y sensual – Incluso las buenas chicas dicen que sí a veces.

– Eres malo, Nick Allegrezza. Mi hermana fue demasiado blanda contigo, y te has convertido en un libertino. Igual que tu primo Skip siempre cambiando de novia, también, tal vez sea genético-. Hizo una pausa y dejó escapar un sufrido suspiro-. Bueno, ¿Y qué pasa contigo?

Era probablemente esperar demasiado que Narcisa se dirigiera a otra persona. Delaney levantó su mirada a la tía de Nick y se quedó mirando sus ojos ampliados-. ¿Conmigo?

– ¿Estás casada?

Delaney negó con la cabeza.

– ¿Por qué no? -preguntó, luego miró a Delaney como si la respuesta estuviera escrita en alguna parte-. Eres suficientemente atractiva.

No era sólo que Delaney la pusiera enferma esa pregunta particular, es que estaba realmente cansaba de que la trataran como si tuviera algo malo porque estuviera soltera. Se inclinó hacia Narcisa y le dijo en un susurro – Un solo hombre no me satisface. Necesito más.

– ¿Estás bromeando?

Delaney contuvo la risa-. No se lo digas a nadie porqué tengo mis normas.

Narcisa parpadeó dos veces-. ¿Qué?

Acercó más su boca a la oreja de Narcisa-. Bueno, en primer lugar, tiene que tener dientes.

La mujer mayor miraba a Delaney con la boca abierta-. Señor.

Delaney sonrió y subió la copa a los labios. Esperaba haber asustado a Narcisa y que no le hablara de matrimonio por algún rato.

Nick le dio un codazo en el brazo y su vino se derramó-. ¿Has encontrado más notas desde Halloween?

Ella bajó el vaso y pasó la servilleta sobre una gota de vino en la comisura de su boca. Negó con la cabeza, intentando hacer lo que podía para ignorarle todo lo posible.

– ¿Te aclaraste el pelo?- preguntó Nick lo suficientemente fuerte para que lo oyeran los de alrededor.

Antes de la boda, se había hecho una raya en zig-zag, apartando el flequillo detrás de sus orejas, y lo había rematado con una pequeña corona. Con su pelo otra vez rubio, pensaba que parecía una chica go-go de los sesenta. Delaney levantó la mirada de su camisa de algodón, hacia su garganta morena. De ninguna manera iba a ser atraída por sus ojos-. Me gusta.

– Te lo teñiste otra vez.

– Me lo teñí de mi color-. Incapaz de resistirse, levantó la mirada y la posó en sus labios-. Soy rubia natural.

Las comisuras de su boca sensual se curvaron hacia arriba-. Recuerdo eso de ti, Fierecilla -dijo, luego cogió su cuchara y golpeó ligeramente en el borde de su copa. Cuando la habitación estaba en silencio, él se levantó, pareciendo un modelo de una de esas revistas de novias.-Como mi hermano es un buen hombre, es un deber y un honor brindar por él y su nueva esposa – comenzó-. Cuando mi hermano mayor ve algo que quiere, siempre va detrás con una determinación inquebrantable. La primera vez que se encontró con Lisa Collins, supo que la quería en su vida. Ella lo supo después, pero no tuvo ninguna posibilidad contra su tenacidad. Lo observé hacerlo con una certeza absoluta que me dejó desconcertado y, lo admito, envidioso.

– Como siempre, tengo miedo por mi hermano. Pero ha encontrado la felicidad con una mujer maravillosa, y me alegro por él-. levantó su copa-. Por Louie y Lisa Allegrezza. Ongi-etorri, Lisa. Bienvenida.

– Por Louie y Lisa, – Delaney brindó con los demás invitados. Luego echó una mirada hacia arriba y observó como Nick echaba hacia atrás su cabeza y vaciaba la copa. Luego se sentó otra vez, relajado y ligero con las manos en los bolsillos de sus pantalones de lana. Él presionó su pierna a lo largo de la suya, como si fuera casual. Pero ella lo conocía muy bien.

Ongi-etorri, – hizo eco Josu, luego dio un grito vasco que empezaba como una risa burlona pero rápidamente se transformaba en una mezcla entre el uuh del aullido del lobo y el iiiooo de un burro ruidoso. Otros parientes masculinos se unieron a Josu y el comedor se llenó con los sonidos. Mientras en la familia cada miembro trataba de superar al otro, Nick se inclinó delante de Delaney y cogió su vaso. Lo llenó y luego el suyo, con el típico estilo de Nick: sin preguntar. Por un breve momento, la envolvió con el olor de su piel y su colonia. Su corazón golpeó más rápido y sintió la cabeza un poco más ligera cuando inspiró. Luego él se echó hacia atrás y ella casi pudo relajarse otra vez.

El padre de Lisa golpeó su cuchara contra la copa y el salón se quedó en silencio-. Hoy mi niñita…-. Comenzó, y Delaney separó el plato y puso los brazos sobre la mesa. Si se concentraba en el Sr. Collins, entonces casi podría ignorar a Nick. Si se concentraba en el pelo del Sr. Collins, que era bastante más blanco de lo que recordaba, entonces casi…

Nick suavemente rozó sus dedos sobre la parte superior de su muslo, y se quedó helada. Con la única barrera del nailon, las puntas de sus dedos recorrieron desde la rodilla hasta la bastilla de su vestido. Desafortunadamente, era un vestido corto.

Delaney agarró su muñeca bajo la mesa e impidió que su mano se deslizase hacia arriba por el interior de su muslo. Lo miró a la cara, pero no la miraba. Su atención estaba centrada en el padre de Lisa.

– … por mi hija y mi nuevo hijo, Louie, – terminó el Sr. Collins.

Con la mano libre, Nick cogió su copa y brindó por la pareja. Mientras tomaba dos grandes tragos, su pulgar acarició la parte superior de la pierna de Delaney. Arriba y abajo sus dedos acariciaron sobre el nailon suave. Una sensación que ella no podía ignorar comenzó en la parte baja de su abdomen y apretó las piernas-. ¿No vas a brindar por la feliz pareja? -preguntó él.

Tan cuidadosamente como era posible, apartó su mano, pero la apretó con más fuerza. Ella empujó un poco más y accidentalmente golpeó a la tía de Nick.

– ¿Qué pasa?- preguntó Narcisa-. ¿Por qué estás retorciéndote?

Porque el libertino de tu sobrino está metiéndome mano muslo arriba-. Por nada.

Nick se inclinó hacia ella y susurró – Estate quieta o la gente pensará que te estoy tocando por debajo de la mesa.

– ¡Lo estás haciendo!

– Lo sé-. Él sonrió y fijó su atención en su tío-. Josu, ¿cuántas ovejas tienes este año?

– Veinte mil. ¿Tienes interés en ayudarme como cuando eras niño?

– Demonios no-. Le guiño un ojo a Delaney y su risa entrecortada retumbó en su pecho-. Tengo mucho que hacer aquí-. la palma caliente de su mano excitó su piel a través de la media, y Delaney se quedó totalmente quieta, tratando de disimular que el calor de la mano de Nick no penetraba a través de su cuerpo como una inundación caliente. Recorriendo su pecho y sus muslos, haciéndole cosquillear los pechos e inundándola de deseo entre las piernas. Agarró fuertemente su muñeca, pero no estaba segura de si quería que parara de subir más por su pierna, o dejar que lo hiciera.

– Nick.

Él inclinó su cabeza hacia la de ella-. ¿Sí?

– Detente-. Ella ensayó una sonrisa en su cara como si Nick y ella mantuvieran una entretenida charla, y dejó que su mirada recorriera la gente-. Alguien te podría ver.

– El mantel es demasiado largo. Ya me fijé.

– De todas maneras, ¿como es que estoy sentada a tu lado?

Él tomó la copa de vino y dijo desde detrás – Cambié la tarjetita con tu nombre por la de mi tía Ángeles. Es la señora que está sentada allí en medio agarrando firmemente su bolso como si alguien fuera a asaltarla. Es un Rottweiler-. Tomó un sorbo-. Tú eres más divertida.

Ángeles sobresalía como un nubarrón en un día soleado. Su pelo estaba recogido en un moño negro, y tenía la cara ceñuda bajo las cejas negras. A ella obviamente no le gustaba estar sentada entre la familia de Lisa. Delaney deslizó la mirada por la mesa, por los novios y la madre de Nick. Los ojos oscuros de Benita la miraban fijamente, y Delaney reconoció la misma mirada intimidatoria que utilizaba cuando era niña. “Sé que no eres buena”, decía.

Delaney se volvió hacia Nick y murmuró – Tienes que detenerte. Tu madre nos vigila. Creo que lo sabe.

La miró a la cara, después se volvió y miró a su madre-. ¿Qué es lo que sabe?

– Me mira con malos ojos. Sabe donde está tu mano-. Delaney miró por encima del hombro a Narcisa, pero la mujer mayor se había girado y hablaba con otra persona. Nadie más que Benita parecía prestarles atención.

– Relájate-. Su palma se deslizó otros dos centímetros hacia arriba, y las puntas de sus dedos recorrieron su muslo hasta la ropa interior.

Relájate. Delaney quería cerrar los ojos y gemir.

– No sabe nada-. Él hizo una pausa y luego dijo, – Excepto tal vez se pregunte por qué tus pezones están duros si aquí dentro no hace frío.

Delaney miró hacia abajo a sus pechos y sacó bruscamente su mano al mismo tiempo que echaba la silla para atrás. Agarrando su bolso de terciopelo, salió del comedor y pasó por dos estrechos pasillos diferentes antes de encontrar el baño de mujeres. Una vez dentro del baño, inspiró profundamente y se miró en el espejo. Bajo la luz fluorescente, sus mejillas parecían excitadas y sus ojos excesivamente brillantes.

Definitivamente había algo mal en ella. Algo que la hacía perder la razón en lo que a Nick concernía. Algo que hacía que dejara que la acariciara en una habitación llena de gente.

Puso su bolso rojo de terciopelo encima de la encimera y mojó una toalla en agua fría. La presionó contra su cara caliente y contuvo la respiración. Tal vez llevaba demasiado tiempo de abstinencia, y padecía privación sexual. Careciendo de atención y afecto como un gato abandonado.

Un inodoro sonó de pronto detrás de ella y una empleada del hotel salió. Mientras la mujer se lavaba las manos, Delaney abrió su bolso y cogió un lápiz de labios “Rojo Rebelde”.

– Si eres de la boda, están a punto de cortar la tarta.

Delaney miró a la mujer a través del espejo y se pintó el labio inferior-. Gracias. Entonces será mejor que regrese-. Miró como se marchaba la camarera y dejó caer el pintalabios en el pequeño bolso. Usando sus dedos mojados se arregló un poco el pelo.

Si Lisa y Louie estaban cortando la tarta, estaban llegando al final de la cena y ya no tendría que sentarse al lado de Nick.

Cogió su bolso y abrió la puerta. Nick estaba recostado en la pared de enfrente en el estrecho vestíbulo. Su chaqueta de esmoquin estaba abierta y sus manos metidas en los bolsillos del pantalón. Cuando la vio, se enderezó.

– Mantente lejos de mí, Nick-. Extendió una mano para mantenerle alejado.

La agarró del brazo y la apretó contra su pecho-. No puedo -dijo suavemente. La aplastó contra él y su boca apresó la de ella en un beso fogoso que la dejó inmovilizada. Él sabía a pasión desenfrenada y vino caliente. Su lengua la acariciaba y tanteaba, y cuando se echó hacia atrás, su respiración era entrecortada, igual que si hubiera corrido unos kilómetros.

Delaney colocó una mano encima de su corazón que latía desenfrenado y lamió el sabor de él de sus labios-. No podemos hacer esto aquí.

– Tienes razón-. La agarró del brazo y la arrastró por el vestíbulo hasta que encontró un pequeño almacén para ropa sin cerrar con llave. Una vez dentro, la presionó contra la puerta cerrada, y Delaney tuvo un vislumbre de toallas blancas y cubos de fregona antes de él se pusiese delante. Besándola. Tocándola donde fuera que sus manos quisieran. Las palmas de sus manos se deslizaron hacia arriba por los pliegues de su camisa hasta rodear su cuello, y metió los dedos a través de su pelo. El beso comenzó como un ardiente frenesí que nutría bocas, labios y lenguas. Se devoraron el uno al otro. El bolso cayó al suelo y ella presionó sus hombros. Se quitó las pequeñas chinelas del terciopelo de sus pies y se puso de puntillas. Como una completa libertina, enganchó una pierna sobre su cadera y se frotó contra la presión hinchada de su erección.

Un intenso gemido de placer surgió desde lo más profundo de la garganta de Nick, y se echó hacia atrás para mirarla directamente a los ojos con la lujuria reflejado en los suyos-. Delaney, -dijo con voz ronca, luego repitió su nombre como si realmente no pudiera creer que ella estaba con él. Besó su cara. Su garganta. Su oreja-. Dime que me deseas.

– Lo hago, -murmuró ella, apartándole la chaqueta de los hombros.

– Dilo-. Él se quitó la chaqueta y la lanzó a un lado. Luego sus manos fueron a sus pechos, y le rozó los duros pezones sobre el vestido de terciopelo y el sujetador de seda-. Di mi nombre.

– Nick-. Fue depositando besos por todo su cuello bajando hasta el hueco de su garganta-. Te deseo, Nick.

– ¿Aquí?- Sus manos se movieron a sus caderas, a su trasero, atrayéndola contra él, presionando contra su muslo suave.

– Sí.

– ¿Ahora? ¿Dónde cualquiera puede llegar y encontrarnos?

– Sí-. Ella estaba más allá de lo que consideraba importante. Estaba dolorida por el deseo y el vacío con la urgente necesidad de que la llenara de placer-. Dime que me deseas también.

– Siempre te he deseado – él suspiró en su pelo-. Siempre.

La tensión dentro de ella creció y despegó e hizo que su mente no pensara en nada excepto él. Quería subirse encima de él. Dentro de él y quedarse allí para siempre. Él frotó su tensa erección una y otra vez contra su carne ansiosa.

Nick apartó su pierna de él, enrolló la bastilla de su vestido en un puño y sujetándolo le bajó bruscamente las medias y las bragas de seda desde sus muslos hasta las rodillas. Poniendo el pie en la entrepierna de su ropa interior, empujó las prendas a sus pies. Delaney se liberó de ellas y la mano de Nick se movió entre sus cuerpos y la tocó entre sus piernas. Sus dedos se deslizaron sobre sus pliegues resbaladizos y ella se estremeció, sintiendo como lentamente cada caricia la propulsaba hacia el clímax. Un gemido se escapó de sus labios, un sonido ronco de necesidad.

– Quiero estar profundamente dentro de tí-. Su mirada buscó la de ella y él no hizo caso de sus tirantes, dejándolos colgar a los lados. Sus manos se movieron a la bragueta, palpando el botón y la cremallera que cerraba su pantalón de lana. Delaney lo alcanzó y empujó sus calzoncillos cortos de algodón. Su pene saltó libre y suave en su mano, enorme y duro y como madera pulido. Su piel estaba estirada estrechamente y él lentamente se empujó contra su mano apretada-. Tengo que tenerte ahora.

Nick la elevó y ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura y los brazos alrededor de su cuello. La cabeza voluptuosa de su erección caliente se acercó a su resbaladiza abertura. Su carne hizo contacto, y él alcanzó entre sus cuerpos y su mano se envolvió alrededor del eje de su pene. Él la forzó a bajar mientras él empujaba hacia arriba y hacia dentro, la penetró hasta que una punzada de dolor invadió la neblina erótica de Delaney, pero él se retiró, luego se sepultó profundamente y no hubo nada más que un intenso placer. La penetración fue tan poderosa y completa, que las rodillas de Nick cedieron y por un momento tenso temió que la podría dejar caer, pero no lo hizo. Agarró fuertemente sus caderas; Él se retiró y luego se zambulló en ella otra vez, más profundo-. Dios mío,- él se quedó sin aliento mientras su cuerpo poderoso la aplastaba contra la puerta. Su pecho se alzó mientras luchaba por llenar de aire sus pulmones, y su respiración entrecortada sonó contra su sien, el sonido de su pasión y su placer al mismo tiempo.

Con las piernas apretadas alrededor de su cintura, ella se movió con él, lentamente al principio, luego más rápido y más rápido mientras la tensión aumentaba. Su corazón martilleaba en sus oídos mientras empujaba dentro ella, repetidas veces, acercándola cada vez más al orgasmo con cada envite de sus caderas. Como su apareamiento frenético, nada era lento o sencillo en el placer intenso que la desgarró, debilitándola y encendiendo su interior. Varios temblores la sacudieron, ondearon a través de su piel, y la dejaron sin respiración. Se sintió ingrávida, y un pequeño huracán tronó en su cabeza. Su espalda se arqueó y se agarró a su camisa. Abrió su boca para gritar, pero el sonido murió en su garganta seca. Sus fuertes brazos la aplastaron contra él, sus grandes hombros se estremecieron, y la apretó contra su pecho mientras una ola tras otra de intenso placer la atravesaban. Sus músculos se contraían, reteniéndolo apretado dentro de ella. Sus espasmos apenas habían disminuido cuando los de él comenzaron. Un gemido profundo retumbó en su pecho mientras se zambullía en ella. Sus músculos se pusieron más duros que una piedra, y él murmuró únicamente su nombre una última vez.

Cuando todo terminó, ella se sintió destrozada y magullada, como si acabara de salir de una dura batalla. Nick apoyó la frente sobre la puerta detrás de ella hasta que su respiración se normalizó y se echó atrás lo suficiente como para mirarla a la cara. Él estaba todavía incrustado profundamente dentro de su cuerpo y sus ropas estaban desarregladas. Con cuidado se retiró de su interior, y ella bajó los pies al suelo. Su vestido se deslizó por sus caderas y sus muslos. Sus ojos grises escrutaron los de ella, pero no pronunció ni una palabra. La estudió por un momento, su mirada era más precavida cada segundo que pasaba, luego él alcanzó sus pantalones y se los subió a la cintura.

– ¿No vas a decir nada?

Él la recorrió con la mirada, luego volvió a mirar sus pantalones-. ¿No me digas que eres una de esas mujeres que les gusta hablar después?

Algo maravilloso y horrible acababa de ocurrir, pero no estaba segura de cuál de las dos cosas prevalecía. Era algo más que sexo. Había compartido orgasmos en el pasado, algunas veces muy buenos, también, pero a todas esas experiencias las llamaba buenas relaciones. Eran más apretones de manos que la tierra temblando debajo de ella. Nick Allegrezza había tocado alguna parte de ella que nadie había tocado antes, y ella tenía ganas de dejarse caer y llorar por él. Un sollozo escapó de su garganta, y se apretó la boca con la mano. No quería llorar. No quería que él la viera llorar.

Su mirada la atravesó mientras metía los faldones de su camisa dentro del pantalón-. ¿Estás llorando?

Ella negó con la cabeza, pero sus ojos comenzaron a lagrimear.

– Sí, lo estás haciendo-. metió los brazos por los tirantes y los puso en su lugar.

– No lo hago-. Él sólo le había dado el placer más intenso de su vida, y ahora tranquilamente se vestía como si ese tipo de cosas le ocurrieran todo los días. Tal vez era así. Quería gritar. O darle un puñetazo. Ella había pensado que habían compartido algo especial, pero obviamente no lo habían hecho. Se sintió desnuda y expuesta, su cuerpo todavía latía por sus caricias. Si le decía cualquier cosa repugnante, tenía miedo de que la destrozara anímicamente-. No me hagas esto, Nick.

– El daño está hecho -dijo mientras recogía la chaqueta del suelo-. Dime que estás tomando la píldora o algo similar.

Ella notó como su cara se quedaba sin sangre y ella negó con la cabeza. Recordó cuando había tenido el último período y sintió un ligero alivio-. No es el momento adecuado para que me quede embarazada.

– Querida, soy católico. Muchos de nosotros somos concebidos en el momento inadecuado del mes-. Metió los brazos en las mangas de su chaqueta y enderezó el cuello-. No me he olvidado de un condón en diez años. ¿Y tú?

– Ah…-. Era una mujer de los años noventa. Consciente de su vida y su cuerpo, pero por alguna razón no podía hablar de eso con Nick sin avergonzarse-. Sí.

– ¿Qué significa exactamente “ah… sí”?

– Que eres el primero en mucho tiempo, y que antes, tenía cuidado.

Él la estudió por un momento-. De acuerdo- dijo y le lanzó su braga y sus medias-. ¿Dónde está tu abrigo?

Ella agarró firmemente las prendas de vestir contra su pecho, repentinamente sintiéndose desnuda y avergonzada. Una curiosa reacción tardía, considerando lo que tenía en las manos, o lo que había tenido unos momentos antes-. En una percha en el ropero. ¿Por qué?

– Te llevo a casa.

Ir a casa nunca había sonado tan bien.

– Vístete antes de que una camarera decida que necesita algunas toallas o algo por el estilo-. Su mirada ilegible se quedó fija en la de ella mientras se abrochaba los puños de la camisa-. Vengo enseguida – dijo, luego lentamente abrió la puerta-. No vayas a ninguna parte.

Una vez que estuvo sola, Delaney miró alrededor del cuarto. Pisó su bolso con el pie izquierdo, una chinela de terciopelo estaba debajo de una escalera de mano, y la otra al lado de un cubo vacío. Sin Nick para perturbarla, los pensamientos y las autorecriminaciones se abalanzaron sobre ella. No se podría creer lo que había hecho. Había tenido sexo sin protección con Nick Allegrezza en un almacén para la ropa del Lake Shore Hotel. Y la había hecho perder completamente el control con nada más que un beso, y si no fuera por la persistente prueba física, probablemente aún ahora no se lo creería.

Estaba sentada sobre una escalera de mano poniéndose la ropa interior. Justo el mes pasado había asegurado a Louie que Nick y ella no harían nada para causar rumores en su boda, pero había tenido sexo salvaje con su hermano detrás de una puerta sin llave donde cualquiera los podía haber atrapado. Si alguien se enterase, entonces no podría vivir. Probablemente tendría que suicidarse.

Mientras se subía las medias a la cintura y metía los pies en los zapatos, la puerta se abrió y Nick entró en el almacén. Ella tuvo problemas para mirarle mientras él le sujetaba el abrigo para que se lo pusiera-. Necesito decir a Lisa que me voy.

– Le dije que te pusiste enferma y que te llevo a casa.

– ¿Te creyó?- Ella miró hacia arriba rápidamente, luego metió los brazos en su abrigo de lana.

– Narcisa te vio salir del comedor y le dijo a todo el mundo que parecías una muerta.

– Córcholis, puede que se lo tenga que agradecer.

Salieron por una puerta lateral, y una ligera nieve blanca caía suavemente del cielo negro y llenaron su pelo y sus hombros. Un poco se deslizó dentro de las chinelas de Delaney mientras caminaba por el aparcamiento hacia el Jeep de Nick. Sus pies patinaron, y se habría caído sobre el trasero si él no hubiese extendido la mano y la hubiese sujetado del brazo. La agarró un poco más fuerte mientras atravesaron hábilmente el suelo nevado, pero ninguno de ellos habló, el único sonido era el crujido de la nieve bajo las suelas de sus zapatos.

La ayudó a entrar en el Jeep, pero no esperó a que el motor se calentara antes de meter la marcha y dirigirse fuera del Lake Shore. El interior del Jeep estaba oscuro y olía a asientos de cuero y a Nick. Se detuvo en la esquina de Chipmunk y Main y la cogió, poniéndola prácticamente en su regazo. Las puntas de sus dedos tocaron su mejilla mientras miraba su cara. Entonces lentamente su cabeza bajó y él presionó su boca sobre la de ella. La besó una vez, dos veces, y la tercera vez dejó un beso suave más tiempo en sus labios.

Se echó hacia atrás y murmuró, – Abróchate el cinturón-. Las anchas llantas con cadenas derraparon, y el aire fresco llegó a las mejillas calientes de Delaney desde los respiraderos delanteros. Enterró la barbilla en el cuello de su abrigo y lo miró de reojo. La luz del cuadro de mandos incidía en su cara y sus manos con una incandescencia verde. La nieve derretida refulgía como esmeraldas diminutas en su pelo negro y en los hombros de la chaqueta del esmoquin. Un poste de alumbrado eléctrico iluminó el interior del Jeep durante varios segundos mientras pasaban por delante de su peluquería.

– Te pasaste mi apartamento.

– No, no lo hice.

– ¿No me llevabas a casa?

– Si. A mi casa. ¿Pensabas qué habíamos terminado?- Él cambió de marcha y dobló a la izquierda en la carretera que iba por el este del lago-. Aun no hemos empezado.

Ella se giró en el asiento y lo miró-. ¿Empezar qué exactamente?

– Lo que hicimos en ese almacén no fue suficiente.

El pensamiento de su cuerpo completamente desnudo presionando el de ella no era exactamente aborrecible, de hecho revolvió sus entrañas ardientes. Como Nick había dicho antes, el daño estaba hecho. ¿Por qué no pasar la noche con un hombre que era muy bueno en hacer que su cuerpo cobrase vida de formas que ella nunca había creído posible? Había estado en el dique seco bastante tiempo y probablemente no dejaría de estarlo en un futuro próximo. Una noche. Una noche que probablemente lamentaría, pero ya se preocuparía por eso mañana-. ¿Estás tratando de decirme de manera típicamente machista que quieres hacer el amor otra vez?

Él la recorrió con la mirada-. No trato de decirte nada. Te deseo. Tú me deseas. Alguien va a terminar por llevar puesta nada más que una sonrisa satisfecha en sus labios.

– No sé, Nick, podría hablar luego. ¿Crees que lo puedes manejar?

– Puedo manejar cualquier cosa que se te ocurra, y algunas en las que tú probablemente nunca has pensado.

– ¿Tengo opciones?

– Seguro, Fierecilla. Tengo cuatro dormitorios. Puedes escoger cuál usamos primero.

Nick no la asustaba. Sabía que no la obligaría a hacer nada en contra de su voluntad. Por supuesto, con él cerca, solía abandonar todo lo que se parecía a su voluntad.

El Jeep frenó y se metió en un ancho camino de acceso con Ponderosas y Pinos a ambos lados. Fuera del denso bosque se elevaba una casa enorme de troncos y piedras del lago. Sus ventanas de vidriera iluminaban la nieve recién caída. Nick alcanzó el mando y abrió la puerta central del garaje de tres plazas. Aparcó entre la lancha y la Harley.

El interior de la casa era tan impresionante como el exterior. Montones de luces indirectas, colores neutros y maderas naturales. Delaney se detuvo delante de una pared de ventanas y miró fuera, a la terraza. Todavía nevaba, y los copos blancos se acumulaban en el suelo y aterrizaban en el Jacuzzi. Nick había recogido su abrigo, y con un techo tan alto y el espacio tan abierto, estaba asombrada de no tener frío.

– ¿Qué piensas?

Ella se giró y lo miró acercarse desde la cocina. Se había quitado la chaqueta y los zapatos. El botón del cuello de la blanca camisa plisada estaba abierto, y se había enrollado las mangas hasta los codos. Los tirantes negros resaltaban contra su pecho ancho. Le dio una Budweiser, luego tomó un trago de la suya. Sus ojos la miraron sobre la botella, y tuvo el presentimiento de que le preocupaba su respuesta más de lo que quería que supiera.

– Es preciosa, pero enorme. ¿Vives aquí solo?

Él bajó la cerveza-. Por supuesto. ¿Quién más iba a vivir?

– Oh, no sé. Tal vez una familia de cinco miembros-. Ella recorrió con la vista el pasillo del piso superior abierto hacia el salón y que presumía que era donde estaban esos cuatro dormitorios que había mencionado-. ¿Tienes pensado tener familia numerosa con montones de niños algún día?

– No tengo intención de casarme.

Su respuesta la complació, pero no entendía por qué. No era como si a ella le importase que el quisiera pasarse la vida con otra mujer, o besarla, o hacer el amor con ella, o abrumarla con sus caricias.

– Y además, nada de niños…a menos que estés embarazada-. Él recorrió con la mirada su estómago como si pudiera averiguarlo-. ¿Cuándo lo sabrás con seguridad?

– Ya lo sé.

– Espero que estés en lo cierto-. Él se movió a la ventana y miró hacia la oscura noche-. Sé que hoy en día las solteras se quedan embarazadas a propósito. Ser ilegítimo no es el estigma que solía ser, pero no por eso es más fácil. Sé lo que es crecer con eso. No quiero hacerle eso a ningún pobre niño.

La Y de sus tirantes estaba tensa contra su espalda y sobre sus grandes hombros. Ella recordó las veces que había visto a su madre y Josu sentados en el gimnasio mirando algún partido de la escuela o las funciones de los día de fiesta. Henry y Gwen habían estado allí también, en alguna parte. Nunca había pensado en lo que debía haber sido aquello para Nick. Ella colocó su botella en una mesa para café de cerezo y se movió hacia él.

– Tú no eres como Henry. Tú no negarías a tu hijo-. Quiso deslizar sus manos alrededor de su cintura hacia su estómago plano y presionar su mejilla contra su espalda, pero se contuvo.

– Henry debe revolverse en su tumba.

– Él debe de estar felicitándose a sí mismo.

– ¿Por qué? Él no quería qué… – Sus ojos se abrieron-. Oh, No, Nick. Me olvidé del testamento. Supongo que tú también te olvidaste.

Él se giró para enfrentarse a ella-. En algunos momentos cruciales, lo hice.

Ella lo miró a los ojos. No parecía contrariado-. No se lo diré a nadie. No quiero esa propiedad. Lo prometo.

– Eso depende de ti-. Él apartó un mechón suelto de su cara y suavemente acarició su oreja con las puntas de los dedos. Luego la tomó de la mano y la condujo al piso superior, hacia su dormitorio.

Mientras caminaban, pensó en el testamento de Henry y las repercusiones de esa noche. Nick no parecía el tipo de hombre que dejaba que nada quedara olvidado momentáneamente, especialmente no su herencia multimillonaria. Tenía que cuidarla tanto como temía que estaba empezando a cuidarlo ella. Arriesgó bastante para estar con ella, mientras ella sólo arriesgó un poco de autoestima. Y realmente, cuando pensaba en eso, no se sentía sucia, ni usada, ni arrepentida. Ni lo iba a hacer por la mañana.

Delaney entró en una habitación con una gruesa alfombra beige y una puertaventana cerrada que conducía a una terraza superior. Había una cama enorme de madera dura con almohadas y cojines a rayas verdes y beige. Las llaves estaban tiradas en el tocador, y un periódico sin abrir en otra parte. No había flores, ni lazos ni encaje a la vista. Ni si quiera en la cabecera. Era la habitación de un hombre. La cornamenta de un alce colgaba encima de la repisa de una chimenea de piedra. La cama estaba deshecha, y un par de Levi’s tirado sobre una silla.

Cuando él colocó sus botellas de cerveza en una mesilla, Delaney puso las manos sobre los botones de su camisa y los desabotonó hasta que la camisa estuvo abierta hasta su cintura-. Es hora de que pueda verte desnudo -dijo, luego deslizó las palmas de las manos sobre su piel caliente. Sus dedos rebuscaron entre el fino vello que formaba una línea oscura subiendo desde su vientre y a través de su pecho. Ella empujó los tirantes y el algodón blanco de sus hombros y los bajó por sus brazos.

Él hizo una bola con la camisa en una mano y la lanzó al suelo. Ella paseó la mirada sobre su piel tensa, su pecho poderoso, y los lisos pezones oscuros rodeados de vello oscuro. Ella tragó y pensó que tal vez debería asegurarse de que no babeaba. La palabra “único” vino a su mente-. Guauu -dijo y presionó su mano contra su estómago plano. Deslizó las manos sobre sus costillas e indagó en sus ojos grises. Él la miraba desde sus párpados entrecerrados mientras ellas le desnudaba hasta los BVDs [54]. Él era bello. Sus piernas eran largas y musculosas. Sus dedos dibujaron el tatuaje que rodeaba sus bíceps. Le tocó el pecho y los hombros, y deslizó sus manos sobre su trasero redondeado. Cuando su exploración se movió hacia el sur, él agarró su muñeca y asumió el control. Lentamente la desnudó, luego la colocó sobre las suaves sábanas de franela. Su piel caliente presionó a lo largo de la suya, y él se tomó tiempo para hacerle el amor.

Su toque era diferente al de antes. Sus manos permanecieron mucho tiempo sobre su cuerpo, seduciéndola con lánguidos y excitantes besos. Jugueteó en sus pechos con su boca caliente y su lengua resbaladiza, y cuando la penetró, sus movimientos fueron lentos y controlados. Mantuvo su cara entre las palmas de sus manos mientras la miraba fijamente, conteniéndose mientras la volvía loca.

Ella se sintió empujada hacia el orgasmo, y sus ojos se cerraron involuntariamente.

– Abre los ojos -dijo él con voz ronca-. Mírame. Quiero que me mires a la cara mientras hago que te corras.

Sus parpados se abrieron y se perdió en su mirada intensa. Algo la molestaba en su petición, pero no tuvo tiempo de pensar en ello antes de que él empujase más duro, más profundo, y entonces subió una pierna alrededor de su cintura y se olvidó de todo menos de los cálidos estremecimientos que trasmitían una presión continua a su cuerpo.

No fue hasta la mañana siguiente, poco antes del amanecer, mientras la besaba despidiéndose en su puerta, que pensó otra vez en ello. Mientras miraba como se iba su coche, recordó la mirada de sus ojos mientras había mantenido su cara entre sus palmas. Era como si la estuviera observando desde fuera, pero al mismo tiempo quisiera que supiera que era Nick Allegrezza el que la abrazaba, la besaba y la conducía de manera salvaje.

Habían hecho el amor en su cama y más tarde en el Jacuzzi, pero ninguna vez había sido como ese apareamiento abrupto y hambriento en el almacén de la ropa cuando la había tocado con una urgencia y una necesidad que no había podido controlar. Nunca se había sentido tan necesitada como cuando la había presionado violentamente contra su pecho en el Lake Shore Hotel. “Tengo que tenerte ahora” había dicho, tan desesperado por ella como ella lo había estado por él. Sus caricias había sido urgentes y ávidas, y ella lo deseaba así más que con caricias lentas y persistentes.

Delaney cerró la puerta de su apartamento detrás de ella y se desabotonó el abrigo. No habían hablado de verse otra vez. Él no había dicho que la telefonearía, y si bien sabía que debía ser con la mejor intención, la desilusión llenó su corazón. Nick era el tipo de tío del que una chica no podía depender para nada más que sexo estupendo, y era mejor no pensar siquiera en cosas como la próxima vez. Mejor, pero imposible.


La elevación del sol mostraba la sombra irregular de los densos pinos cubiertos con nieve. Los rayos plateados se reflejaban en el lago parcialmente congelado frente a la casa de Nick. Estaba parado detrás de la puertaventana en su dormitorio y observaba la luz brillante del amanecer cruzando su terraza, expulsando las sombras oscuras. La nieve centelleaba como si fuese diamantes diminutos, tan intenso que se vio forzado a darse la vuelta. Su mirada recorrió su cama, las sábanas y las almohadas estaban revueltas.

Ahora lo sabía. Ahora sabía lo que era sujetarla y tocarla como siempre había querido. Ahora sabía que eso era como vivir su fantasía más antigua, tener a Delaney en su cama, mirando sus ojos mientras estaba profundamente enterrado en ella. Ella deseándole. Él complaciéndola.

Nick había estado con muchas mujeres. Tal vez más que otros hombres, pero con menos de lo que creían. Había estado con mujeres a las que les gustaba el sexo lento o rápido, variado o estrictamente el misionero. Mujeres que pensaban que él debía hacer todo el trabajo, y otras que había ido demasiado lejos para complacerle. Algunas de esas mujeres eran sus amigas ahora, a otras nunca las había vuelto a ver. La mayoría habían sabido que hacer con sus bocas y sus manos, y había unos cuantos episodios que había olvidado porque estaba totalmente borracho, pero ninguna de ellas le había hecho perder el control. No hasta Delaney.

En cuanto la había metido en aquel almacén, no había podido detenerse. En cuando ella lo había besado como si quisiera devorarlo, con su pierna sobre su cadera y rozándose contra su dureza, nada había tenido importancia más que perderse en su resbaladizo y cálido cuerpo, ni el testamento de Henry, ni la posibilidad de que los descubriera un empleado del hotel. Nada había tenido importancia salvo poseerla. Luego lo hizo y la impresión casi le había puesto de rodillas. Le había sacudido hasta la médula, cambiando todo lo que él pensaba que sabía sobre el sexo. El sexo era algunas veces lento y calmado, otras veces rápido y sudoroso, pero nunca como con Delaney. Nunca se había sentido como en un puño caliente.

Ahora lo sabía, y deseaba no hacerlo. Tenía un nudo en la boca del estómago y le hacía odiarla tanto como quería mantenerla cerca y que nunca lo dejara. Pero ella se iría. Se iría de Truly, dejando el pueblo en su pequeño coche amarillo.

Ahora lo sabía y era un infierno.

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