Capítulo Dos

La mañana después del entierro, Delaney durmió hasta tarde y se escapó por poco de una reunión de la Sociedad Benéfica de Truly, el equivalente de las ligas menores del pequeño pueblo. Ella había esperado descansar en casa toda la mañana y estar algún tiempo con su madre antes de ir esa tarde a encontrarse con su mejor amiga de secundaria, Lisa Collins. Las dos tenían planes de encontrarse en el Bar de Mort para beber margaritas e intercambiar chismes.

Pero Gwen tenía planes diferentes para Delaney-. Me gustaría que te quedaras a la reunión – dijo Gwen tan pronto como apareció en la cocina, pareciendo una modelo de catálogo vestida de seda azul. Una arruga leve surcó su frente mientras miraba los zapatos de Delaney-. Esperamos comprar un nuevo equipo para la pista de Larkspur Park, y pensamos que nos puedes dar ideas de donde sacar dinero.

Delaney prefería masticar papel de estaño antes que asistir a una de las aburridas reuniones de su madre-. Tengo planes -mintió, y extendió la mermelada de fresa por encima de la tostada. Tenía veintinueve años pero no se podía resignar a decepcionar a propósito a su madre.

– ¿Qué planes?

– Me encontraré con una amiga para almorzar-. Se reclinó contra el respaldo de madera de cerezo y hundió los dientes en su tostada.

Las arrugas diminutas aparecieron en las comisuras de los ojos azules de Gwen-. ¿Vas a ir al pueblo con esa pinta?

Delaney recorrió con la mirada su suéter blanco sin mangas, sus vaqueros cortos y negros, y el cuero brillante de las correas de sus sandalias Hercules con la suela de goma. Se había vestido de manera conservadora, aunque tal vez sus zapatos fueran ligeramente diferentes a lo que se solía ver en el pueblo. No le importaba; Le encantaban-. Me gusta lo que llevo puesto – dijo, volviendo a tener nueve años otra vez. No le gustó nada experimentarlo y le recordó la razón por la que tenía intención de salir de Truly rápidamente el día siguiente después de la lectura del testamento de Henry.

– Iremos de compras la semana próxima. Conduciremos hasta Boise y pasaremos el día en la alameda-. Gwen sonrió con verdadero placer-. Ahora que estás en casa otra vez, podremos ir al menos una vez al mes.

Ahí estaba. Gwen suponía que Delaney volvería a Truly ahora que Henry estaba muerto. Pero Henry Shaw no había sido la única razón por la que Delaney quería mantener al menos un estado de distancia entre ella e Idaho.

– No necesito nada, mamá – dijo y dio cuenta de su desayuno. Si se quedaba más que unos pocos días, no tenía ninguna duda de que Gwen la vestiría de Liz Claiborne y la convertiría en un miembro respetable de la Sociedad Benéfica. Había crecido llevando ropas que no le gustaban y fingiendo ser alguien que no era, sólo para complacer a sus padres. Se había matado por aparecer en la lista de honor de la escuela y nunca había hecho nada peor que no devolver a tiempo un libro de la biblioteca. Era la hija del alcalde. Lo que quería decir que había tenido que ser perfecta.

– ¿No son incómodos esos zapatos?

Delaney negó con la cabeza-. Dime cómo fue el incendio -dijo, cambiando a propósito de tema. Desde que había llegado a Truly, había sabido muy poco sobre lo que realmente había ocurrido la noche de la muerte de Henry. Su madre era renuente a hablar de eso, pero ahora que el entierro ya había pasado, Delaney necesitaba información con rapidez.

Gwen suspiró y cogió el cuchillo de la mantequilla que Delaney había usado para extender la mermelada. Los tacones de sus sandalias azules repicaron sobre el suelo cerámico cuando se movió hacia el fregadero-. No sé más ahora que cuando te llamé el lunes pasado-. Puso el cuchillo encima del fregadero y luego miró afuera por la gran ventana-. Henry estaba en su cobertizo del pueblo cuando comenzó el fuego. El alguacil Crow me dijo que creen que empezó sobre un montón de trapos a los que llegó una chispa que salió de un viejo calentador-. La voz de Gwen vaciló mientras hablaba.

Delaney se acercó a su madre y rodeó con su brazo los hombros de Gwen. Miraba afuera, al patio trasero, al embarcadero de los botes donde chocaban suavemente las olas e hizo la pregunta que había tenido miedo de hacer – ¿Sabes si sufrió mucho?

– Creo que no, pero eso es algo que ni quiero saber. No sé cuánto tiempo estuvo allí dentro o si Dios fue compasivo y murió asfixiado antes de que las llamas se acercasen a él. No pregunté. Todo lo que ocurrió la semana pasada ha sido suficientemente duro-. Hizo una pausa para aclararse la voz-. He tenido demasiadas cosas que hacer y no me gusta pensar en eso.

Delaney volvió la mirada a su madre, y por primera vez en mucho tiempo, sintió una conexión con la mujer que le había dado la vida. Eran muy diferentes, pero en ese momento, sentían lo mismo. A pesar de sus defectos, ambas amaban a Henry Shaw.

– Estoy segura que tus amigas entenderían que cancelases la reunión de hoy. Si quieres, las llamo y se lo digo.

Gwen fijó la atención en Delaney y negó con la cabeza-. Tengo responsabilidades, Laney. No puedo dejar en suspenso mi vida para siempre.

“¿Para siempre?” Henry se había muerto hacía una semana y lo habían enterrado hacía menos de veinticuatro horas. Dejó caer el brazo de los hombros de su madre sintiendo como desaparecía la conexión-. Me voy afuera a dar una vuelta – dijo, y salió por la puerta trasera antes de que se le notara la desilusión. La ligera brisa matutina hacía susurrar al álamo, llenando el susurro del aire de olor a hojas de pino. Inspiró profundamente y caminó por el patio de atrás.

Decepción, parecía la mejor palabra para describir a su familia. Habían vivido en una farsa, y como consecuencia, habían estado condenados a contrariarse los unos a los otros. Hacía mucho tiempo que había asumido el hecho de que su madre era superficial, mucho más preocupada por la apariencia que por la sustancia. Y Delaney había aceptado que Henry era un maniático del control. Mientras se había comportado como Henry esperaba, había sido un padre maravilloso. La había recompensado con su tiempo y su atención, la había llevado a dar un paseo en bote con sus amigos o acampando en las Sawtooths [8], pero el sistema de vida de los Shaws consistía en reprimendas y recompensas, y ella siempre se había sentido decepcionada porque todo, incluso el amor, era un premio.

Delaney pasó por detrás de un Ponderosa [9] de altura imponente hacia la gran perrera que bordeaba el césped. Dos placas de latón encima de la puerta, con los nombres de los Weimareners grabados, presentaban a los perros como Duke y Dolores.

– ¿A qué sois unos bebés bonitos?- los arrulló, tocando sus suaves hocicos a través la reja y dirigiéndose a ellos como si fueran perritos falderos. Delaney quería a esos perros, había jugado mucho ya no con Dolores y Duke sino con sus predecesores, Clark y Clara. Pero ahora, se mudaba demasiado a menudo como para tener una carpa dorada, y mucho menos una mascota de verdad-. Mis pobres bebés bonitos, aquí encerrados-. Los Weimaraners lamieron sus dedos, y ella se acuclilló sobre una rodilla. Los perros estaban muy bien cuidados, y desde que pertenecían a Henry, sin duda también muy bien entrenados. Sus caras color canela y sus tristes ojos azules silenciosamente le rogaban a ella que los soltara-. Sé cómo os sentís -dijo ella-. También solía estar atrapada aquí-. Duke tiró de la correa con un quejido lastimoso que hizo diana en el corazón compasivo de Delaney-. De acuerdo, pero no podéis salir del patio -dijo mientras se levantaba.

La puerta de la perrera se entreabrió suavemente y Duke y Dolores se lanzaron de lleno, pasando como relámpagos delante de Delaney, veloces como flechas-. ¡Maldita sea, volved aquí! -gritó, girándose justo a tiempo para ver desaparecer sus rabos en el bosque. Pensó dejarles a su aire con la esperanza de que regresarían solos. Luego pensó en la carretera que pasaba a menos de dos kilómetros de la casa.

Agarró dos correas de cuero de la perrera y salió corriendo tras ellos. A pesar de que no sentía ningún vínculo con los perros, tampoco quería que fueran atropellados en la carretera-. ¡Duke! ¡Dolores! -llamó ella, corriendo tanto como podía, lentamente para equilibrar su peso sobre el par de sandalias en forma de cuña-. Es la hora de la cena. Bistec. Kibbles & Bits [10]-. Los persiguió por el bosque, por viejos caminos que había recorrido de niña. Las copas de los pinos le oscurecían el camino y los arbustos le golpeaban las piernas y tobillos. Alcanzó a los perros en la vieja casa del árbol que Henry había construido para ella cuando era niña, pero volvieron a salir corriendo en cuanto les intentó agarrar por los collares-. Milk-Bones [11], – les gritó persiguiéndolos por Elephant Rock y a través de Huckleberry Creek. Se habría rendido si los dos animales no se hubieran quedado cerca pero sin que los pudiera alcanzar, jugando con ella, burlándose con su cercanía. Los persiguió bajo las ramas de los álamos temblones que colgaban casi hasta el suelo y se raspó la mano al apoyarse para saltar sobre un pino caído.

– ¡Maldita sea! -maldijo mientras se miraba el arañazo. Duke y Dolores sentados sobre sus ancas, meneaban el rabo esperando a que acabara-. ¡Venid! – ordenó. Bajaron sus cabezas con sumisión, pero tan pronto como dio un paso hacia ellos, se levantaron y salieron corriendo otra vez-. ¡Regresad aquí!- se pensó dejarlos marchar, pero en ese momento recordó la Sociedad Benéfica de Truly que se encontraba reunida en casa de su madre. Perseguir a los estúpidos perros a través del bosque de repente sonaba bastante bien.

Los siguió por la ladera de una pequeña colina e hizo una parada bajo un pino para recobrar el aliento. Sus cejas bajaron cuando contempló el prado delante de ella, dividido y limpio de árboles. Un bulldozer y una pala estaban parados delante de un volquete enorme. Pintura naranja fluorescente marcaba la tierra en varios lugares al lado de grandes zanjas para alcantarillas y Nick Allegrezza estaba de pie, parado en el centro de todo ese caos, al lado de un Jeep Wrangler negro, Duke y Dolores estaban a sus pies.

El corazón de Delaney saltó hasta su garganta. Nick era la única persona que había esperado evitar durante su corta visita. Era el culpable de la única y más humillante experiencia de su vida. Luchó por ahogar el deseo de darse la vuelta y salir de allí por donde había venido. Pero Nick ya la había visto y no había manera de salir corriendo. Se obligó a ir andando con calma por la pendiente hacia él.

Él estaba vestido con la misma ropa que había llevado al entierro de Henry. Camiseta blanca, levi’s gastados, pendiente de oro. Sin embargo, hoy estaba afeitado y su pelo estaba recogido en una coleta. La miró como si no llevara nada puesto salvo su Calvin.

– Hola -gritó ella. Él no dijo nada, simplemente esperó allí, una de sus grandes manos descansaba rascando la parte superior de la cabeza de Duke, mientras sus ojos grises la vigilaban. Se libró de la aprensión que pesaba como un hoyo en su estómago cuando se paró a varios metros de él-. Estoy sacando a los perros de Henry -dijo, y otra vez le respondió el silencio y su mirada penetrante, insondable. Era más alto de lo que recordaba. La parte superior de su cabeza apenas le llegaba al hombro. Su pecho era más ancho. Sus músculos más pronunciados. Durante el breve tiempo que estuvo con él, le había dado la vuelta a su vida y la había cambiado para siempre. Lo había visto como un caballero con una brillante armadura, que conducía un Mustang ligeramente abollado. Pero se había equivocado.

Se lo habían prohibido durante toda su vida, y ella se había sentido atraída por él como una polilla por la luz de una bombilla. Había sido una buena chica que anhelaba libertad, y todo lo que él había tenido que hacer fue mover un dedo delante de ella y decir tres palabras. Tres palabras provocativas saliendo de sus labios de chico-malo-. Ven aquí, fierecilla, – había dicho, y su alma había respondido con un resonante sí. Era como si él hubiera mirado en lo más profundo de su ser, traspasando la fachada, y hubiera visto a la Delaney autentica. Ella tenía dieciocho años y era horriblemente ingenua. Nunca la habían dejado extender sus alas y flotar en el aire, y Nick había sido como oxígeno puro directo a su cabeza. Pero había pagado el pato.

– No son tan buenos como lo eran Clark y Clara -continuó ella, negándose a sentirse intimidada por su silencio.

Cuando finalmente habló, no dijo lo que ella esperaba-. ¿Qué te hiciste en el pelo?- preguntó.

Ella tocó con los dedos sus suaves rizos rojos-. Me gusta.

– Me gustas más de rubia.

Delaney dejó caer la mano a un lado, y bajo la mirada a los perros a los pies de Nick-. No pedí tu opinión.

– Demándales.

A ella realmente le encantaba su pelo, pero incluso aunque no fuera así, no podía demandarse a sí misma-. ¿Qué haces aquí?- preguntó ella mientras se inclinaba hacia adelante y ponía la correa en el collar de Duke-. ¿A ver que pillas?

– No-. él se apoyó sobre los talones-. Nunca en el día del Señor. Estás a salvo.

Ella escudriño su cara oscura-. Pero los entierros no entran en esa categoría, ¿no?

Un ceño frunció su frente-. ¿De qué estás hablando?

– Tu rubia de ayer. Te comportaste en el entierro de Henry como en la barra de un bar. Nick, eso fue irrespetuoso y grosero. Incluso para ti.

El ceño fruncido desapareció, siendo sustituido por una sonrisa licenciosa-. ¿Celosa?

– No seas engreído.

– ¿Quieres detalles?

Ella puso los ojos en blanco-. Ahórratelos.

– ¿Estás segura? Son bonitos y jugosos.

– Creo que puedo vivir sin ellos-. Se puso el pelo detrás de la oreja y bajo la mano hacia Dolores.

Antes de que tocase al perro, Nick extendió la mano y agarró su muñeca-. ¿Qué te pasó aquí?- Preguntó y acunó su mano en la de él. La palma de su mano era grande, caliente y callosa, y suavemente acarició con su pulgar sobre el arañazo. Le sorprendió un pequeño cosquilleo en las puntas de sus dedos, luego subió por su brazo.

– No es nada-. Ella se apartó-. Me arañé al saltar por encima de un árbol caído.

Él miró su cara-. ¿Saltaste por encima de un árbol caído con esos zapatos?

Por segunda vez en menos que una hora, sus zapatos favoritos estaban siendo difamados-. No hay nada malo en ellos.

– No si eres una sadomasoquista-. Su mirada se deslizó sobre su cuerpo, luego lentamente volvió a subir-. ¿Lo eres?

– Sueña con eso-. Ella intentó coger a Dolores otra vez y esta vez con éxito, prendió la correa en el collar del perro-. Los látigos y las cadenas no son precisamente mi idea de cómo pasar un buen rato.

– Es una lástima-. Cruzó los brazos sobre su pecho y recostó la espalda contra la llanta del Jeep-. Lo más parecido que tiene Truly a una sadomasoquista experimentada es Wendy Weston, a la que en 1990 declararon campeona en atar becerros y en carreras de barril.

– ¿Permitirías que una mujer te golpeara en el trasero?

– Puedes hacerlo cuando quieras – dijo sonriendo abiertamente-. Estás mucho mejor que Wendy, y llevas los zapatos adecuados.

– Caramba, gracias. Pero me voy mañana por la tarde.

Él la miró un poco asombrado por su respuesta-. Una visita corta.

Delaney se encogió de hombros y tiró de los perros hacia ella-. Nunca tuve intención de quedarme más-. Probablemente nunca lo volvería a ver, y dejó que su mirada vagabundeara de sus ojos a la línea sensual de su cara oscura. Era demasiado apuesto para su bien, pero tal vez no fuera tan malo como recordaba. Nunca se confundiría con un buen chico, pero al menos no le había recordado la noche que había estado sentada sobre el capó de su Mustang. Hacía diez años; Tal vez había madurado-. Adiós, Nick, – dijo y dio un paso atrás.

Él se llevó dos dedos a la frente en un saludo militar, ella giró y se volvió por donde había venido, llevándose a rastras los perros consigo.

En lo alto de la pequeña colina, miró por encima de su hombro por última vez. Nick seguía tal y como lo había dejado al lado del Jeep, sus brazos cruzados sobre el pecho, vigilándola. Cuando entró en las sombras cambiantes del bosque, se acordó de la rubia que había pillado en el entierro de Henry. Tal vez había madurado, pero hubiera apostado que era testosterona pura, y no sangre, lo que corría por sus venas.

Duke y Dolores tiraron de sus correas y Delaney tiró de ellas. Pensó en Henry y en Nick y se preguntó otra vez si Henry habría incluido a su hijo en su testamento. Se preguntó si alguna vez habían tratado de reconciliarse, y también qué le habría dejado Henry en herencia a ella. Durante unos breves momentos, se imaginó que le había dejado dinero. Se dejó imaginar lo que podría hacer con un buen pellizco de dinero. Primero, pagaría el coche, luego se compraría un par de zapatos de algún lugar como Bergdorf Goodman [12]. Nunca había poseído un par de de zapatos de ochocientos dólares, pero no porqué no los quisiera.

¿Y si Henry le había dejado un montón de dinero?

Ella abriría un salón de belleza. Sin duda. Un salón moderno con montones de espejos, y mármol, y acero inoxidable. Había soñado con montar su propio negocio muchas veces, pero dos cosas lo impedían. Una, ella no había encontrado ningún sitio donde quisiera vivir más de dos años. Y dos, ella no tenía ni el capital o ni los avales para conseguirlo.

Delaney se detuvo delante del árbol caído sobre el que había pasado antes. Cuando Duke y Dolores comenzaron a arrastrarse por el suelo, tiró de sus correas y tomó el camino más largo para la vuelta. Las suelas de sus zapatos resbalaron en las rocas, y los dedos de sus pies se cubrieron de suciedad. Tan pronto como llegó hasta el césped bien cortado, pensó en picaduras de insectos y en garrapatas chupa-sangre. Un temblor subió por su columna vertebral, y apartó de su mente el desagradable pensamiento de lo que podía pillar en Mountain Rocky y lo reemplazó por el diseño del perfecto salón de peluquería a su medida. Empezaría con cinco sillas y los estilistas estarían a sus órdenes para variar. Y como no le gustaba hacer ni manicuras ni pedicuras, contrataría a alguien para hacerlo. Se centraría en lo que más le gustaba: cortar el pelo, hacer permanentes y servir cafés a sus clientes. Cobraría setenta y cinco dólares por cortar y secar. Una ganga por sus servicios, y una vez que tuviera clientes asiduos, subiría los precios gradualmente.

Dios bendijera América y el sistema del libre mercado donde todo el mundo tenía derecho a cobrar lo que quisiera. Esos pensamientos la llevaron de regreso al punto de partida, Henry y su testamento. Tanto como estaba soñando con su peluquería y realmente dudaba siquiera que le hubiera dejado dinero. Probablemente su herencia fuera algo que él supiera que no quería.

Mientras Delaney andaba con mucho cuidado a través de Huckleberry Creek, los dos perros saltaron y la salpicaron de agua helada. Henry probablemente le habría dejado de herencia algo para reírse. Algo para torturarla durante mucho tiempo. Algo como los dos revoltosos Weimaraners.


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El centro de Truly tenía en su haber dos tiendas de comestibles, tres restaurantes, cuatro bares y recientemente habían instalado un semáforo. El cine al aire libre llevaba cerrado cinco años debido a la falta de público y uno de los dos salones de belleza, “Gloria: Un corte superior”, había cerrado el mes anterior debido a la defunción inesperada de Gloria. La mujer de más de cien kilos había sufrido un ataque al corazón mientras le lavaba el pelo a la Sra. Hillard. La pobre Sra. Hillard todavía tenía pesadillas.

El viejo edificio de los Juzgados estaba ubicado al lado de la Comisaría de Policía y del edificio de Servicios Forestales. Tres iglesias competían por las almas: mormones, católicos, y protestantes. El nuevo hospital había sido edificado al lado de la Escuela de Primaria y Secundaria, pero el establecimiento más célebre del pueblo, el Bar de Mort, estaba en la parte más antigua de Truly, en la calle principal, entre Value Hardware y Panda Restaurant.

Mort era más que un lugar para emborracharse. Era una institución, famosa por las cabezas de venados con grandes cornamentas. Ciervos, alces, antílopes decoraban la pared por encima de la barra, sus magnificas cornamentas estaban adornadas con bragas brillantes. Bikinis. Pequeños calzoncillos. Tangas. De todos los colores, todos firmados y fechados por el borracho que los había donado. Hacía unos años, el dueño habían añadido un conejilope [13] al lado del alce, pero ninguna mujer respetable, ningún borracho, quería su ropa interior colgando de los cuernos de algo tan tonto como un conejilope. La cabeza había sido rápidamente trasladada a la trastienda como adorno para la máquina del millón.

Delaney nunca había estado en Mort. Era demasiado joven hacía diez años. Ahora mientras tomaba un margarita en uno de los reservados, admiró las atracciones. Excepto por la pared de encima de la barra, el Bar de Mort era como montones de bares de montones de pueblos pequeños. Las luces eran oscuras, la máquina de música tocaba constantemente, y el olor de tabaco y de cerveza invadía todo. Vestida informalmente, Delaney se encontraba perfectamente en su elemento con un par de pantalones vaqueros y una camiseta de Mossimo.

– ¿Alguna vez pusiste ahí tu ropa interior?- preguntó a Lisa, que se sentaba a su lado en el asiento azul de vinilo. A los pocos minutos de reunirse con su vieja amiga, las dos habían establecido fácilmente la conversación, como si nunca se hubieran separado.

– No, que yo recuerde, – contestó y sus ojos verdes brillaron con humor. La sonrisa fácil de Lisa y la risa habían sido lo que las había unido en cuarto grado. Lisa era despreocupada, su pelo oscuro siempre recogido en una cola de caballo medio deshecha. Delaney era más preocupada, su cabello rubio perfectamente cuidado. Lisa había sido un espíritu libre. Delaney había sido un espíritu que anhelaba ser libre. Amaban la misma música y las mismas películas, y les había gustado discutir como hermanas durante horas. Cada una de ellas había equilibrado a la otra.

Después de que Lisa hubiera obtenido el bachillerato, y su titulación en diseño interior. Había vivido en Boise durante ocho años, trabajando en una firma de diseño donde había hecho todo el trabajo y no había recibido ningún reconocimiento. Hacía dos años que lo había dejado y había regresado a Truly. Ahora, gracias a ordenadores y módems, llevaba una empresa de decoración desde su casa.

La mirada de Delaney examinó la bonita cara de su amiga y su descuidada cola de caballo. Lisa era lista y atractiva, pero Delaney le mejoraría el pelo. Si ella permaneciera en el pueblo más tiempo, cogería a su amiga y le cortaría el pelo para destacarle los ojos, y tal vez le pusiera unas mechas más claras alrededor de la cara.

– Tu madre me dijo que eres una artista del maquillaje en Scottsdale. Dijo que tenías clientes muy célebres.

Delaney no estaba sorprendida por el embellecimiento de la verdad que había hecho su madre y tomó un sorbo de su margarita. Gwen odiaba el trabajo de Delaney, quizá porque hacía que su madre se acordara de su vida antes de casarse con Henry, la vida de la que Delaney nunca había podido hablar, cuándo Gwen peinaba a las bailarinas de striptease de Las Vegas. Pero Delaney no era como su madre. Le gustaba trabajar en salones de belleza. Le había llevado años descubrirlo. Amaba las sensaciones táctiles, el olor de Paul Mitchell [14] y la satisfacción de un cliente contento. Y no le dolía que embelleciera la realidad porque era muy buena en lo suyo-. Soy estilista en una peluquería de Scottsdale, pero vivo en Phoenix, -dijo y se lamió la sal de su labio superior-. Me gusta a horrores, pero mi madre se avergüenza de lo que hago para ganarme la vida. Por como se comporta, uno pensaría que soy prostituta o algo por el estilo-. Se encogió de hombros-. No maquillo porque lleva mucho tiempo, pero le corté el pelo a Ed McMahon una vez.

– ¿Eres peluquera?- se rió Lisa-. Esto es demasiado bueno. Helen Markham tiene una peluquería encima del Fireweed Lane.

– ¿Estás bromeando? Vi a Helen ayer. Su pelo me parece penoso.

– No dije que fuera buena.

– Bueno, yo si lo soy – dijo Delaney, habiendo encontrado algo por fin en lo que ella era mejor que su vieja rival.

Una camarera llegó y colocó dos margaritas más en la mesa-. De ese caballero de allí – dijo la mujer señalando hacia la barra, – os invita a otra ronda.

Delaney miró al hombre que reconoció como uno de los amigos de Henry-. Dale las gracias – dijo ella y observó como la camarera se iba. No habían pagado ni una bebida desde que habían pisado el Mort. Hombres que vagamente recordaba de su juventud suministraban continuamente su mesa. Estaban en la tercera, y si no tenía cuidado, acabaría pronto como una cuba.

– ¿Recuerdas cuándo pillaste a Helen y Tommy en el asiento trasero del Vista Cruiser de su madre?- preguntó Lisa que comenzaba a tener la mirada vidriosa.

– Por supuesto que me acuerdo. Me había dicho que iba al autocine con algunos amigos-. Cogió el vaso y vació la tercera parte-. Quise darle una sorpresa, y vaya si lo hice.

Lisa se rió y tomó su bebida-. Fue tan gracioso.

La risa de Delaney se unió a la de su amiga-. Sin embargo, no en ese momento. Tenía que ser Helen Schnupp, de todas las chicas, la que me robara mi primer novio.

– Bueno, pero te hizo un favor. Tommy se ha convertido en un vago redomado. Sólo trabaja el tiempo suficiente como para que le paguen el paro. Tienen dos niños, y Helen les mantiene la mayoría del tiempo.

– ¿Cómo está?- preguntó Delaney, yendo al grano.

– Todavía está bastante bueno.

– Joder-. Había tenido la esperanza de que por lo menos le dijera que tenía unas grandes entradas-. ¿Cómo se llamaba aquel amigo de Tommy? ¿Te acuerdas? El que siempre llevaba esa gorra de béisbol de John Deere, por el que estuviste colgada.

Un ceño frunció las cejas de Lisa-. Jim Bushyhead.

Delaney chasqueó sus dedos-. Ese mismo. Saliste varias veces con él, pero se deshizo de ti por esa chica con bigote y grandes tetas.

– Tina Uberanga. Ella era vasca e italiana… Pobrecito.

– Recuerdo que estuviste colgada por él mucho tiempo después de que él pasara de ti.

– No, no lo estaba.

– Sí, lo estabas. Teníamos que pasar por delante de su casa cinco veces como mínimo al día.

– De ninguna manera.

Dos bebidas más aparecieron, pagadas por otro de los amigos de Henry. Delaney dio las gracias y volvió la atención a su amiga. Siguieron poniéndose al día sobre una corriente continua de margaritas. A las nueve y media Delaney le echó una mirada a su reloj. Había perdido la cuenta de sus bebidas, y sus mejillas comenzaban a estar totalmente entumecidas-. Supongo que Truly no tiene servicio de taxis aún-. Si ella dejaba de beber ahora, tendría casi tres horas para despabilarse antes de que el bar cerrara y tuviera que conducir a casa.

– No. Finalmente tenemos una gasolinera con un pequeño supermercado. Pero cierra a las once – señaló con el dedo a Delaney y dijo, – No sabes lo afortunada que eres de vivir en una ciudad con un Circle K [15]. No puedes conseguir una caja de Ding Dongs [16] o un burrito a las dos en la mañana por aquí.

– ¿Estás borracha?

Lisa se inclinó hacia adelante y se acusó, – Sí, ¿y adivina qué más? Me caso.

– ¿Qué?- Delaney explotó-. ¿Te casas y has esperado todo el rato para decírmelo?

– Bueno, pero aún no se lo hemos dicho a nadie. Quiere hablar con su hija primero, antes de que se lo digamos a la gente. Pero está en Washington con su madre hasta la semana que viene.

– ¿Con quién? ¿Quién es el afortunado?

Lisa la miró directamente a los ojos y dijo, – Louie Allegrezza.

Delaney parpadeó varias veces y luego estalló en risas-. Eso si que es bueno.

– Hablo en serio.

– Louie el loco-. Continuó riéndose mientras negaba con la cabeza. -Me quieres tomar el pelo.

– No. Hemos estado saliendo durante ocho meses. La semana pasada me pidió que me casara con él, y por supuesto que le dije que sí. Nos casaremos el 15 de noviembre.

– ¿El hermano de Nick?- Su risa se detuvo-. ¿Pero hablas en serio?

– Totalmente, pero no lo podemos contar hasta que se lo diga a Sophie.

– ¿Sophie?

– La hija que tuvo con su primera esposa. Tiene trece años y es digna hija de su padre. Cree que si se lo dice cuando venga, tendrá seis meses para hacerse a la idea.

– Louie el loco, – repitió Delaney estupefacta-. ¿No está en prisión?

– No. Ahora ya no hace locuras-. Hizo una pausa y negó con la cabeza-. Además, nunca estuvo tan loco.

Delaney se preguntó si su amiga se habría caído de cabeza y habría perdido diez años de memoria-. Lisa, robó un coche en quinto grado.

– No. Nosotras estábamos en quinto grado. Él estaba en noveno, y sinceramente, estaba a punto de devolverlo cuando se metió en la cuneta y se dio contra ese banco de Value Drug-. Lisa se encogió de hombros-. Incluso así no lo hubieran atrapado si no hubiera dado ese volantazo para no atropellar al perro de Olsens, Buckey.

Delaney se limitó a sacudir la cabeza-. ¿Estás culpando a Buckey?

– Ese perro siempre anda suelto.

Todos los perros andaban sueltos en Truly-. No puedo creerme que culpes al pobre Buckey. Debes estar muy enamorada.

Lisa sonrió-. Lo estoy. ¿No te has sentido nunca tan enamorada que quisieras meterte dentro de la piel de un hombre y quedarte allí?

– Alguna vez – confesó Delaney, sintiéndose un poco envidiosa de su amiga-. Pero lo superé al poco tiempo.

– Es una pena que vivas tan lejos, me gustaría que vinieras a mi boda. ¿Recuerdas cómo íbamos a ser cada una la dama de honor de la otra?

– Sí- suspiró Delaney-. Iba a casarme con Jon Cryer y tú ibas a casarte con Andrew McCarthy. [17]

– “La chica de rosa”-. suspiró Lisa también-. Esa si fue una gran película. ¿Cuántas veces crees que nos sentamos y lloramos cuándo Molly Ringwald echa a Andrew McCarthy porque se equivocó al ver las huellas?

– Al menos cien. Recuerdas cuando… -pero la voz del camarero la interrumpió.

– Última llamada -gritó él a voz en cuello.

Delaney comprobó su reloj otra vez-. ¿Última llamada? No son ni las diez.

– Es domingo -le recordó Lisa-. Se cierra a las diez los domingos.

– Estamos demasiado borrachas para conducir – se asustó Delaney-. ¿Cómo vamos a llegar a casa?

– Louie me recogerá porqué sabe que acabo así cuando quedo con amigas y que lo necesito. Estoy segura de que te llevará también a casa.

Ella se imaginó la horrorizada cara de su madre husmeando fuera de la ventana de delante, y viéndola llegar con el loco Louie Allegrezza por el camino de acceso. Delaney sonrió al pensarlo, y supo que estaba a bastantes margaritas de la sobriedad-. Si crees que no le importa.

Pero no fue Louie el que llegó al bar cinco minutos más tarde como si fuera el dueño del lugar. Fue Nick. Se había puesto una camisa de franela a cuadros sobre su camiseta. Se había dejado la camisa desabotonada, y los bordes colgaban hasta sus caderas. Delaney se hundió en el asiento. Borracha o sobria, no estaba de humor para enfrentarse a él. Aunque no había mencionado el pasado cuando la había visto antes no confiaba en que no lo haría todavía.

– ¡Nick!- Lisa hizo gestos con las manos mientras lo llamaba a través del bar-. ¿Dónde está Louie?

Él miró hacia el reservado de Lisa, y fijando su mirada en Delaney se dirigió hacia ellas-. Sophie lo llamó trastornada por algo -explicó, llegando hasta la mesa. Hizo una pausa y centró su atención en su futura cuñada-. Me pidió que viniera y te llevara.

Lisa se deslizó por el asiento del reservado y preguntó-. ¿Puedes llevar a Delaney a casa?

– No hace falta -les aseguró rápidamente Delaney. Se puso los zapatos que se había quitado-. Ya me arreglaré-. La habitación se inclinó ligeramente, y apoyó una mano en la pared de al lado-. No creo que esté tan borracha.

Las comisuras de la boca de Nick imitaron su ceño fruncido-. Estás mal.

– Sólo porque me puse de pie demasiado rápido -dijo ella y metió la mano en su bolso color melocotón y buscó una moneda. Llamaría a su madre. No era que le hiciera ilusión, pero si creía que su madre estaría horrorizada de ver a Louie, entonces ver a Nick haría que le diera un infarto.

– No puedes conducir -insistió Lisa.

– ¡No estoy loca! -gritó mientras Nick cogía su bolso melocotón y se movía a través del bar con su bolso en la mano. Cualquier otro hombre podría haber estado en peligro de parecer un poco afeminado agarrando firmemente un bolso color melocotón de mujer, pero Nick no.

Lisa y ella le siguieron más allá de la puerta, a la noche oscura. Esperaba que su madre estuviera ya dormida en la cama-. Joder, que frio hace -masculló, el frío de las montañas penetraba en los huesos. Cruzando los brazos sobre los pechos, prácticamente corrió por la acera para mantenerse a la altura de las largas zancadas de Nick. Ya no estaba acostumbrada a las noches de verano de las montañas de Idaho. Las temperaturas de Phoenix eran de treinta grados por la noche no de quince, y estaba deseando regresar.

– No hace tanto frío -discutió Lisa pasando por delante del Miata amarillo de Delaney aparcado en la cuneta-. Te has convertido en una floja.

– Eres mucho más quejica que yo. Siempre lo fuiste. ¿Recuerdas cuándo te caíste de las barras en sexto grado y lloraste durante tres horas?

– Me lastimé el culo.

Llegaron al Jeep negro de Nick-. No te hiciste daño – dijo-. Sólo es que tú siempre has sido una quejica.

– Por lo menos no lloré como un bebé cuando tuve que estudiar las partes de una rana en secundaria.

– Tenía el pelo lleno de tripas de rana – se defendió Delaney-. Cualquiera lloraría si tuviera el pelo lleno de tripas de rana.

– Jesus, María y José – suspiró Nick como un sacerdote cansado y abrió la puerta del copiloto de su coche-. ¿Qué hice para merecer esto?

Lisa echó el asiento hacia delante-. Algo pecaminoso estoy segura, – dijo y se encaramó al asiento de atrás.

Nick se rió y puso el respaldo en su lugar para Delaney. Como un perfecto caballero mantuvo la puerta abierta para ella. Sabía que estaba borracha, que su juicio no estaba en su mejor momento pero tal vez él había cambiado. Le miró a las sombras, sólo la mitad inferior de su cara estaba iluminada por un poste de alumbrado eléctrico. Sabía que él podía hacer jadear a cualquier mujer cuando quisiera, y había habido algunas veces en su vida en las que él había sido inusualmente bueno con ella. Como aquella vez en cuarto grado cuando había ido a comprar un paquete de Trident y había descubierto una llanta desinflada de su bicicleta. Nick había insistido en llevarle la bici hasta casa. Había compartido sus caramelos con ella, y ella le había dado chicles. Quizá fuera cierto que él había cambiado y se había convertido en una persona estupenda-. Gracias por llevarme a casa, Nick-. O mejor todavía, tal vez él se había olvidado de la peor noche de su vida. Tal vez se había olvidado de cómo se había lanzado sobre él.

– Cuando quieras-. Una sonrisa curvó su boca sensual y le pasó el bolso-. Fierecilla.

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