CAPITULO 10

CEGADA por las lágrimas que inundaban sus ojos, Clare se apresuró a salir de la cocina. Tropezando con los escalones corrió hacia el riachuelo, sin poder dejar de llorar. Le pareció oír cómo la llamaba Gray, pero continuó corriendo hasta refugiarse bajo la sombra de los gomeros que se inclinaban sobre el agua, donde se detuvo, la mano sobre su boca temblorosa, tratando de contener los sollozos que la hacían estremecerse.

Gray no tardó en llegar hasta donde estaba. Haciendo caso omiso a su resistencia, la abrazó y la apretó contra él, hasta que después de un rato Clare se relajó y lloró con desesperación sobre su hombro.

– No lo puedo soportar-dijo, entre sollozos-. ¡Alice es ahora mi niña! ¡No puedo soportar la idea de marcharme y dejarla aquí!

– Entonces, no te vayas -le dijo Gray, muy bajito.

– ¡Tengo que hacerlo! ¡Se lo prometí a Pippa! Ella quería que estuviera con Jack y le prometí dejarla aquí, pero en el fondo pensaba que nunca tendría que hacerlo. Me engañé pensando que Jack no regresaría y que si lo hacía no aceptaría a Alice como hija suya, pero acabo de ver su rostro y ¡sí… sí la quiere! Además, Alice se fue enseguida con él -Clare volvió a sollozar-. Sabía que era su padre; estoy segura. Ahora se tienen el uno al otro y no me necesitan.

– Alice siempre te necesitará -le dijo Gray, pero ella sacudió la cabeza sobre su hombro.

– No -murmuró entre sollozos-. Yo no soy la madre de Alice. Pertenece a su padre. Debería alegrarme de que Jack haya vuelto, como quería Pippa, y que ya quiera a Alice… Soy feliz… pero no puedo dejar de llorar…

Gray la dejó llorar un rato. La tenía abrazada como hacía con Alice cuando lloraba y le acariciaba la espalda de arriba abajo, para tranquilizarla.

– Recuerda lo que dijiste cuando viniste -le dijo-. Me hablaste de tu trabajo, de tu apartamento y de cuánto te gustaba vivir en Londres. En realidad no querías dejarlo y ahora puedes regresar. Eres de allí, y además… también tienes a Mark. Puedes tener todo lo que siempre has deseado.

Clare sacudió la cabeza y volvió a sollozar. Gray la abrazó con más fuerza.

– Sé que te va a resultar difícil dejar a Alice, pero tienes tu propia vida, Clare. Has hecho todo lo que has podido por ella y ahora te toca a ti. Mereces ser feliz -continuó, mientras le acariciaba el pelo-, y lo serás en cuanto regreses a casa. No tienes por qué preocuparte por nuestro matrimonio, me aseguraré de que el divorcio sea lo más rápido posible, y entonces serás libre para casarte con Mark.

Clare se dio cuenta de que estaba tratando de consolarla, pero le resultaba cada vez más difícil soportar sus palabras. Deseaba que le suplicara que se quedara, no que le facilitara la partida.

Luchando por controlar las lágrimas se apartó de él y se secó la cara con las manos.

– Lo siento, pero me da mucha pena decirle adiós a Alice.

– Lo sé, pero te prometo que cuidaré de ella. Las dos seréis felices.

Clare pensó que seguramente Alice sería feliz, pero ella desde luego no; sin embargo, se limitó a asentir con la cabeza, desolada. Si Gray no la quería, y eso era obvio, lo mejor sería que se marchara a casa. Tenía otra vida esperándola, y quizá una vez de vuelta en Londres recordaría por qué le gustó tanto en un tiempo, pero no sería feliz. No volvería a ser feliz sin él.


Clare dejó a Alice en la cuna y se inclinó para darle un beso de buenas noches. Jack había estado observando, sin perder detalle, todo el ritual que conllevaba preparar a Alice para acostarse, y en aquel momento se encontraba al otro lado de la cuna, mirando a su hija, con una expresión tan tierna que a Clare se le volvieron a nublar los ojos y se sintió culpable por costarle de aquel modo dejar a Alice en brazos de un padre que la amaba tanto.

Acarició por última vez la cabeza de la niña y sonrió a Jack.

– Te dejo a solas con ella para que le des las buenas noches -le dijo, y salió de la habitación.

No tenía mucho trabajo aquella noche, porque había hecho un flan por la mañana, la carne estaba terminando de asarse en el horno y Gray se había ofrecido a encargarse de las verduras. Se le hizo muy raro no estar en la cocina a aquella hora, cocinando, de modo que todo estuviera preparado a tiempo, siguiendo sus pequeños rituales cotidianos.

Clare se sentó en el porche, donde tantas veces había estado con Gray y pensó que se tendría que habituar a cambiar de costumbres, porque en Londres no tendría que cocinar enormes trozos de carne, ni habría hombres tímidos entrando en tropel en su cocina, ni escucharía charlas sobre rodeos o lluvia y, sobre todo, no estaría Gray sentado a la cabecera de la mesa, con sus manos fuertes y su media sonrisa.

Clare apretó los dedos sobre los ojos para contener las lágrimas. No podía seguir llorando de aquella manera.

Jack se unió a ella minutos después, se sentó a su lado, en la silla que solía ocupar Gray y permanecieron en silencio durante un rato. El sol se estaba poniendo detrás de los árboles que bordeaban el riachuelo y el horizonte brillaba como si hubieran encendido una hoguera sobre la curva de la tierra.

– He echado mucho de menos las puestas de sol de Bushman's Creek -empezó a decir Jack.

Clare no desvió los ojos del cielo.

– Yo también las echaré de menos.

Se volvió para mirarlo y el corazón le dio un vuelco al ver la angustia que reflejaban sus ojos.

– Háblame de Pippa -le suplicó.

Aquel atardecer, con el rostro iluminado por el brillo de los últimos rayos de sol, Clare empezó a hablar. Sabía que a su hermana le habría gustado que la recordara alegre, así que pasó por alto las terribles semanas de su enfermedad y le dijo cuánto lo había amado Pippa, lo que había lamentado marcharse de aquel modo y cuánto habría deseado poder regresar a Bushman's Creek para estar junto a él y su hija.

Cuando terminó de hablar, Clare estaba otra vez llorando y Jack le apretó la mano con fuerza. Sus dedos eran cálidos y fuertes como los de Gray.

– Gracias por tus palabras, Clare, y por mantener tu promesa y traerme a Alice. Es lo único que me queda de Pippa. Te prometo que cuidaré de ella como Pippa habría deseado.

– Sé que lo harás -respondió Clare entre sollozos.

Jack le apretó otra vez la mano y después se la soltó.

– ¿Y tú qué vas a hacer ahora?

– ¡Oh! Tengo mi vida en Londres -le dijo, tratando de mostrar entusiasmo.

– Sí, ya me lo ha dicho Gray. Me contó lo de la boda y todo lo que has hecho por Pippa, por Alice… por nosotros. Yo quería pedirte que te quedaras en el rancho, pero Gray dice que ya has hecho bastante y que deseas marcharte a casa.

Clare evitó mirarlo, y permaneció con las manos apretadas sobre el regazo.

– Creo que será lo mejor -le dijo, pensando que a Gray le había faltado tiempo para decidir su partida.

– No te pido que te quedes para siempre, pero sí durante un tiempo. No te lo pido por mí, sino por Alice. Todavía te necesita.

Clare negó con la cabeza.

– No, es a ti a quien necesita ahora, Jack. Tenéis que construiros una vida juntos y yo no formo parte de ella. Cuanto antes me vaya, antes se acostumbrará a ti -la voz estuvo a punto de quebrársele, pero se tranquilizó-. Si pensara que Alice me necesita de verdad, por supuesto que me quedaría, pero creo que es hora de que cada uno continuemos con nuestras vidas, y es mejor que me vaya. Le será más fácil olvidarme ahora que es un bebé.

Jack la estudió con aquellos ojos que se parecían tanto a los de Gray y Alice.

– ¿Estás segura?

Clare asintió y tragó saliva, para tratar de librarse del nudo que se le había hecho en la garganta.

– Lo único que sé es que cuanto más tiempo me quede, más me va a costar despedirme de ella.

– Lo comprendo. ¿Cuándo te quieres marchar?

– Lo antes posible -le dijo, en voz baja, preguntándose si le llegaba el sonido de su corazón rompiéndose en pedazos.

– Mañana hay un avión a Darwin y desde allí podrás tomar un vuelo internacional -calló un momento, mientras observaba el perfil de Clare, con cierta ansiedad-. Gray dice que Lizzy vendrá a ayudarnos hasta que podamos encontrar una gobernanta -Clare sintió una opresión en el pecho-, pero tendrás que decirle a Lizzy la verdad sobre tu matrimonio. ¿Te importará tener que hacerlo?

– No -respondió, desolada-. Ya no importa.


Clare se quitó los anillos y los dejó sobre la cómoda, donde Gray los pudiera encontrar fácilmente. Miró a su alrededor, como tratando de grabar aquella habitación en su retina para siempre, después tomó su maleta, muy ligera ahora que ya no contenía las cosas de Alice, y salió al porche, donde la esperaban Jack y Alice.

Clare tomó en sus brazos a la niña por última vez. Tenía muchas cosas que decirle, pero era demasiado pequeña para entenderlo, y se limitó a abrazarla con fuerza, esperando que Alice se diera cuenta de cuánto la quería. Alice jugueteó con sus cabellos, alegremente y Clare tuvo que cerrar los ojos para contener las lágrimas.

– No permitiré que te olvide -le dijo Jack-. Te enviaré fotos y puedes venir a visitarnos.

– Ya no será lo mismo -consiguió decir, aún con los ojos cerrados.

Oyó llegar la camioneta y los pasos familiares de Gray subiendo las escaleras del porche.

– ¿Clare? -le tocó el brazo y su voz era muy suave-. Si quieres llegar a tiempo para el avión de Darwin tenemos que irnos.

Clare asintió, enmudecida por la desesperación. Besó a Alice por última vez, se la entregó a Jack y después empezó a bajar las escaleras, sin volver la vista atrás.

Como si se hubiera dado cuenta de repente de lo que sucedía, Alice empezó a llorar y Clare se tapó los oídos con desesperación. Gray puso la maleta en la parte trasera de la camioneta y se sentó a su lado. Tras observar su rostro un momento, puso en marcha el motor, tratando así de que no se oyera el llanto de Alice, que cada vez lloraba con más desesperación.

– Vámonos, por favor -susurró Clare y Gray arrancó.

Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mientras que con la mirada siempre al frente, se apretaba con fuerza los oídos, como temiendo oír aún el llanto de Alice. A pesar de repetirse que no debía volver la vista, no pudo evitar darse la vuelta para ver por última vez la casa y las figuras que la despedían en el porche.

Pero tanto la casa, como Alice y Jack habían desaparecido ya como tragados por el rojo polvo del desierto que iba levantando la camioneta.

Sintiéndose morir de pena, Clare miró al frente di nuevo. Aquella sería la última vez que pasara al lado de riachuelo. Tenía que recordarlo todo, porque los recuerdos serían lo único que le quedaría.

Para alivio suyo, Gray no intentó entablar conversación. En la pista de aterrizaje colocó su maleta en la avioneta y cuando la ayudó a subir, volver a sentir el roce de sus manos le resultó muy difícil de soportar.

Había dejado la camioneta a la sombra y pensó que la encontraría allí cuando regresara, pero que ella no estaría.

Aun viendo lo difícil que le resultaba marcharse Clare sabía que hacía lo correcto, aunque una parte de ella se negara a creer que ya no volvería a viajar en la destartalada camioneta, que nunca volvería a subir la; escaleras del porche, ni dejar que la puerta se cerrara tras ella. No vería a Alice ponerse de pie, ni dar sus primeros pasos o decir las primeras palabras.

Y Gray permanecería allí sin ella, moviéndose por aquellas tierras con su ágil caminar, entrecerrando los ojos para avistar el horizonte, sacudiéndose el polvo de sombrero, y ya era demasiado tarde para decirle cuánto lo amaba.

El avión de Darwin estaba ya estaba listo en la pista con la hélice en movimiento, cuando aterrizaron en Mathinson. Clare se alegró en el fondo, porque así se ahorrarían una despedida larga.

Como una autómata, compró el billete y facturó el equipaje. Después de cumplir con todos los trámites de aeropuerto, Clare y Gray se quedaron mirándose en silencio.

– ¿Vas a regresar directamente? -preguntó ella, finalmente.

– Lizzy llega hoy de Perth -le dijo Gray, con voz cansada-. Su vuelo aterrizará dentro de un par de horas, así que haré tiempo hasta entonces y me la llevaré a casa.

– Muy bien -Clare no pudo seguir mirándolo, así que se concentró en la tarjeta de embarque, que no dejaba de manosear-. Alice estará bien -le dijo, sin estar segura de si estaba tratando de convencerse a sí misma o a Gray.

– Por supuesto que sí.

Una azafata empezó a recoger las tarjetas de embarque y Clare se dio cuenta de que había llegado la hora de la despedida.

– Bueno… -parece que ya ha llegado el momento.

– Sí.

Se miraron sin decir palabra. Clare, sintiendo una mezcla de deseo y pánico, pensó que si Gray la tocaba estaría perdida, pero no lo hizo. Le vio apretar las manos, pero la dejó volverse y entregar la tarjeta de embarque a la azafata.

Clare se dio cuenta de que todo había terminado, de que la estaba dejando marchar y se sintió como helada, incapaz de llorar.

Pasó la barrera y entró en la pista de aterrizaje.

– ¿Clare? -había desesperación en su voz, así que se apresuró a volverse. El viento hizo que los cabellos le cubrieran la cara. Se los colocó detrás de la oreja y lo miró, sus ojos plateados brillaron bajo la luz del sol.

– ¿Sí?

– Yo… -Gray se detuvo, frustrado. Detrás de ella las hélices se movían cada vez más rápido y una azafata la esperaba, con impaciencia en lo alto de las escaleras del avión-. Gracias, Clare -consiguió decir finalmente, sintiéndose como derrotado-. Gracias por todo.

Clare no pudo decir nada. Trató de sonreír, pero no lo consiguió, así que se apresuró a avanzar por la pista de aterrizaje hasta el avión, para que él no pudiera ver las lágrimas que corrían por sus mejillas.

El avión despegó y Clare pudo ver cómo quedaba atrás aquel polvo rojizo del desierto, que tan familiar le resultaba ya, y como, poco a poco, se iba alejando del aeropuerto hasta perderlo de vista por completo.


Estaba otra vez lloviendo. Clare miró aquel cielo oscuro y las gotas que golpeaban contra sus cristales y recordó con dolor el calor y la luz de las desérticas extensiones australianas. Llevaba un mes en Londres, cuatro semanas desoladoras. Debería resultarle ya más fácil, pero no era así. El recuerdo de Bushman's Creek era como un dolor que, lejos de ir aminorando, se hacía tan agudo en algunas ocasiones que le hacía dar un respingo.

Quería dar un paseo hasta el riachuelo o sentarse en el porche a mirar el cielo estrellado. Deseaba estar en la fresca cocina y esperar a oír las pisadas de Gray sobre las escaleras de madera y escuchar cerrarse la puerta del porche antes de verlo aparecer, sacudiéndose el polvo del sombrero, con esa media sonrisa que la hacía estremecer.

Conservaba un reloj con la hora australiana y de vez en cuando lo miraba para imaginar lo que estaría haciendo exactamente en aquel momento. Cuando permanecía desvelada sobre la cama sabía que Gray estaba a caballo, con el sombrero caído sobre los ojos, contemplando el horizonte, pensativo o dirigiendo el ganado. Clare se lo podía imaginar deteniéndose para almorzar: Joe estaría liándose un cigarrillo, Ben comiendo con ansia unas galletas y Gray tomando una taza de té, tan tranquilo como siempre.

Y cuando esperaba en la parada del autobús, con el cuello del abrigo subido para protegerse de la humedad, se imaginaba a Gray echado en aquella cama que habían compartido, la habitación iluminada tan solo por la luz de las estrellas. Conocía su modo de dormir, como se le relajaba la expresión del rostro y su pecho subía y bajaba con ritmo acompasado, y se moría de ganas por escuchar el sonido de su respiración y sentir la calidez de su piel.

Tampoco dejaba de pensar en Alice y rezaba todos los días para que fuera feliz, ni se apartaba de su pensamiento el modo en que la luz cambiaba sobre las dehesas y la paz y el silencio que reinaban en ellas.

Nada le parecía igual en Londres. Las calles repletas de gente que tanto le gustaran una vez le parecía que se estrechaban demasiado a su alrededor, y le hacían sentir claustrofobia. Eran demasiado ruidosas y había demasiada gente en ellas. En Australia estaba rodeada de espacio y luz, pero en Londres le costaba encontrar un trocito de cielo.

Suspiró y volvió a mirar a la pantalla del ordenador. Debía pensar en su estancia en Australia como si se tratara de un sueño, y de alguna manera tratar de olvidarla. En Londres tenía su vida, un trabajo, amigos y un alojamiento hasta que se marcharan los inquilinos de su apartamento. No tenía sentido que siguiera viviendo para un sueño, aunque hubiera sido maravilloso.

Lo había intentado. En la oficina la habían recibido con los brazos abiertos y se había volcado en su trabajo con la esperanza de olvidar que un día había sido feliz fregando, cocinando, limpiando y dando de comer a las gallinas.

Por las tardes, cuando ya no podía refugiarse en su trabajo, se esforzaba en salir y hacer las cosas que había creído echar de menos en el rancho, pero nada llenaba su vacío, y aunque sonreía y fingía pasárselo bien, se sentía triste y sola.

Mark había sido su última esperanza. Se había aferrado al pensamiento de que, en cuanto lo volviera a ver, renacería todo lo que había sentido por él, y se daría cuenta de que lo de Gray no había sido más que una ilusión, pero no había sido así. Habían cenado juntos, en un restaurante que no tenía nada que ver con la cocina del rancho, y hablado mucho, pero como viejos amigos, no como amantes. Lo había encontrado atractivo, encantador, todo lo que una vez deseó, pero no era Gray.

Gray… Cada vez que pensaba en él, la añoranza se hacía dolorosa. Dejó el trabajo que llevaba tratando de terminar durante la última media hora y tomó el reloj que guardaba en su mesa de despacho. Eran casi las tres y media en Londres, pero en Bushman's Creek ya debían de estar brillando las estrellas y Gray debía de estar durmiendo tranquilamente. Clare lo podía imaginar con tanta claridad que hasta era capaz de oír el sonido de su respiración y cuando volvió a mirar la pantalla, las lágrimas que inundaban sus ojos le impidieron ver con claridad lo que había escrito.

El teléfono sonó y, antes de responder, se esforzó por que su voz sonara normal. Era Anette, la recepcionista que había a la puerta de su despacho.

– ¿Estás ocupada? -le preguntó-. Tengo aquí a una persona que desea verte.

– ¿Quién es?

– Se llama Gray Henderson. Le he preguntado si lo estabas esperando y me ha respondido que creía que no… ¿Clare? -Anette calló un momento, confundida por la intensidad del silencio que se había hecho al otro lado de la línea-. Clare, ¿estás ahí?

Clare estaba con el auricular en la mano, sin dar crédito a lo que acababa de oír. Colgó muy despacio, sin responder y se levantó, sorprendida de que la sostuvieran las piernas. Como en un sueño se dirigió lentamente hacia la puerta y la abrió.

Había un hombre de pie, delante de la mesa de despacho de Anette, un hombre delgado y bronceado que se volvió al oír la puerta y la miró.

Gray.

Una oleada de alegría e incredulidad se apoderó de ella y se tuvo que apoyar en la manilla de la puerta, para no caerse.

– Eres tú -susurró.

– Sí, soy yo -su voz era la misma de siempre, pausada y tranquila, se quedó mirándolo fijamente, pensando que tal vez fuera producto de su imaginación y por lo tanto desaparecería de un momento a otro, si apartaba los ojos de él.

Parecía cansado y no sonreía. Observó en él una inseguridad que no había visto nunca, y enseguida pensó que le traía malas noticias. ¿Por qué si no iba a estar allí?

– ¿Alice…? -preguntó, incapaz de traducir sus pensamientos en palabras.

– Está bien -se apresuró a responder Gray.

Clare dejó escapar un suspiro de alivio y la tensión desapareció. Detrás de él vio que Anette los miraba sin perder detalle y se hizo a un lado para permitir pasar a Gray.

– Pasa.

Gray dudó un momento y después entró en el despacho. Clare cerró la puerta y ambos se quedaron mirándose en silencio.

– ¿Cómo estás? -empezó a decir Gray.

– Bien -le respondió, aunque hubiera deseado decirle que se sentía triste, sola y desesperada.

Se hizo un incómodo silencio y Clare se humedeció los labios.

– ¿Cómo… cómo me has encontrado? -le preguntó, aunque parte de ella le gritaba que cómo podía estar hablando de semejantes trivialidades cuando por fin lo tenía allí, y lo único que tenía que hacer era cruzar el despacho para tocarlo.

– Pregunté a Stephen. Recordé que le habías hablado de tu trabajo y pensé que tal vez recordaría el nombre de tu agencia. No me equivoqué.

– ¿Stephen? -preguntó Clare, esperanzada-. ¿Están él y Lizzy otra vez juntos?

– No, Lizzy se encuentra todavía en el rancho.

A Clare se le volvió a caer el mundo encima. Había tratado de no pensar en Lizzy y, cuando imaginaba el rancho, ella nunca aparecía ni en «su» cocina, ni sentada en su «su» silla del porche.

Clare se acercó a su mesa y se puso a ordenar unos papeles, dándose tiempo para tratar de borrar la amargura y la decepción de su rostro. Tenía la cabeza baja y el pelo negro le tapaba la cara, pero cuando levantó la vista vio que los ojos de Gray la observaban sin disimulo.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó, casi con mala educación.

Gray no respondió inmediatamente. Se acercó a la ventana y contempló la lluvia, como si estuviera pensando de qué manera explicarse mejor, pero cuando habló, su respuesta fue bastante sencilla. Se dio la vuelta y la miró con sus ojos castaños.

– Vine a ver si eras feliz -le dijo.

Clare se quedó boquiabierta.

– ¿Feliz? -repitió, como si hubiera olvidado el significado de esa palabra.

– ¿Lo eres?

Clare dudó un momento, pero enseguida se dio cuenta de que no tenía sentido seguir fingiendo.

– No.

– ¿Por qué no?

Clare volvió a dudar.

– ¿Por qué lo quieres saber?

– Porque te amo -le dijo y Clare se preguntó si le habría oído bien-. Creí que lo sabías.

– No lo sabía -la voz de Clare sonó como si perteneciera a otra persona. Permaneció muy quieta, temerosa de estar soñando y que el mínimo movimiento la fuera a despertar, devolviéndola a la desoladora realidad.

– ¿Por qué no me lo dijiste? -le preguntó, con la voz temblorosa.

– No quería hacerte las cosas más difíciles. Dejaste muy claro que nunca te plantearías siquiera vivir en Bushman's Creek y podía entenderlo porque eres una chica de ciudad y el rancho no tiene nada que ofrecer a una mujer como tú -incapaz de seguir sosteniendo la intensa mirada de aquellos luminosos ojos grises, se volvió hacia la ventana, con las manos en los bolsillos-. Me dije que no tenía sentido enamorarme de ti porque no estabas hecha para Bushman's Creek, pero cuanto más te veía allí, más en tu sitio me parecías. Estuve muchas veces a punto de decirte lo que sentía, pero temía hacerte sentir incómoda, y cuando fuimos a Perth me di cuenta de que había sido un estúpido al pensar que podías desear quedarte. Cambiaste en Perth, Clare -le dijo, volviéndose a mirarla-. Estuve a punto de decirte lo mucho que te amaba aquella tarde en que hicimos el amor, pero insististe tanto en que para ti lo ocurrido no significaba nada especial y además te fuiste al baño y regresaste convertida en una mujer sofisticada… La verdad es que no sabía cómo tratarte -admitió Gray-. Después de la cena en casa de Lizzy me acusaste de estar celoso, pero eras tú la que me producías los celos, no ella. No podía soportar verte tan a gusto con Stephen, porque pensaba que si ese era el tipo de hombre que encontrabas atractivo, nunca me querrías a mí.

– ¡Pero… -Clare consiguió recuperar la voz-, pero pensé que amabas a Lizzy!

– Yo a Lizzy la quiero solo como a una amiga. Al principio te dejé pensar que la amaba porque creí que así te resultaría más fácil aceptar casarte conmigo, ya que no había posibilidad de que me enamorara de ti, y más tarde porque estaba celoso -Gray se acercó a ella y le tomó las manos, como si ya no pudiera soportar seguir separado de ella por más tiempo-, pero nunca amé a Lizzy del modo en que te amo a ti, Clare -su voz era tan profunda que le pareció que vibraba a través de sus venas-, del modo en que te amé desde el momento en que te vi en el porche del hotel de Mathinson con Alice en brazos -la miró y, al ver la expresión de sus ojos, le apretó más las manos-. Sabía que no tenía ninguna posibilidad, pero seguí esperando. Me dije que si Jack tardaba lo suficiente en regresar, te acostumbrarías al rancho, pero entonces llegó la carta de Mark y enseguida me di cuenta de todo lo que él te podía ofrecer.

– Y entonces Jack regresó -le dijo Clare, muy despacio y Gray asintió.

– Sí, Jack regresó y tuve que llevarte al aeropuerto y verte partir en aquel avión.

Clare recordó el olor a gasoil, el calor y cómo le latía el corazón, mientras caminaba por la pista de aterrizaje.

– Pensé que querías que me marchara -le dijo, incapaz aún de creer que aquello fuera real.

– Creí que estabas deseando marcharte porque aquí te esperaba todo lo que me habías dicho tantas veces que necesitabas para ser feliz. Habías renunciado a tanto que pensé que tenías derecho a ser dichosa, por eso no dije nada en el aeropuerto. Sabía lo difícil que te había resultado dejar a Alice y pensé que tal vez te aferrarías a cualquier excusa para volver con ella de inmediato. No quería que la niña fuera el motivo de tu regreso al rancho, Clare -le dijo, muy bajito-. Quería que volvieras por mí. Que fueras feliz.

– Gray… -Clare se sintió más relajada y notó como la felicidad inundaba su cuerpo, y derretía el hielo que se había formado alrededor de su corazón, desapareciendo con él la tristeza y el dolor que la habían agobiado-. Gray, ¿cómo podría ser feliz sin ti? -le preguntó con dulzura. Los dedos de Gray apretaron los suyos con tanta fuerza que sintió dolor, pero no le importó y le sonrió a través de las lágrimas-. Te dije que estaba bien, pero era mentira. Me he sentido muy triste y he echado mucho de menos Bushman's Creek, pero sobre todo te he echado de menos a ti. No ha habido ni un solo minuto desde que dejé el rancho en que no haya deseado haber tenido el coraje de decirte cuánto te amaba.

– ¿Me amas? -la soltó y tomó su rostro entre las manos-. Clare, ¿cómo puedes amarme?

– No lo sé. Pero sé que te amo.

La besó y Clare se fundió con él en un abrazo, tranquila ya al ver que estaba allí y la amaba. Le rodeó la cintura con las manos y le acarició la espalda febrilmente, como si tratara de convencerse a sí misma de que era real, mientras se besaban con pasión.

– Dios, Clare, ¡cuánto te he echado de menos!

La voz de Gray sonó tan temblorosa mientras le besaba el cuello, los ojos, la boca que a Clare le costó reconocerla. Se aferró a él y lo besó con una especie de desesperación.

– ¿Por qué no me viniste a buscar antes? -le preguntó, casi sin respiración-. He sido muy desgraciada.

– Lo sé, lo sé… -Gray levantó la cabeza y le apartó el cabello de la cara con las dos manos-. Lizzy me dijo que debía venir a buscarte enseguida, no podía dar crédito a sus oídos cuando se enteró de que te habías marchado. Me dijo que no importaba por qué nos habíamos casado, que lo importante era que estábamos hechos el uno para el otro y que sería un idiota si te perdía. Jack también me dijo lo mismo -miró a Clare muy serio-. Nunca se ha perdonado haber dejado marchar a Pippa. Sabe muy bien lo que es amar a alguien y perderlo por el estúpido orgullo.

– Entonces, ¿por qué no viniste cuando te dijeron?

– Porque no creí que tuvieran razón cuando me decían que me amabas. Insistías tanto en dejar claro que nuestro matrimonio era solo temporal, que eras una chica de ciudad -le limpió con dulzura las huellas que las lágrimas habían dejado en su rostro-. Podía haber tratado de convencerte para que te quedaras, pero ¿qué habría sucedido si pasado un tiempo hubieras echado de menos tu vida de aquí? No quería que te preguntaras si habrías sido feliz casada con Mark, ni que te sintieras frustrada con la vida del rancho cuando podías haber estado haciendo un trabajo que te gustara. Tenía que darte la oportunidad de averiguar lo que querías de verdad, Clare, así que les dije a Jack y Lizzy que por lo menos necesitabas un mes, y que después vendría a averiguar si eras feliz o no.

»Casi me descorazoné cuando te vi -le confesó, señalando su elegante traje-. Se te veía con tanto estilo, tan profesional vestida de este modo, que me alegré de haber traído conmigo los papeles del divorcio, como excusa para verte. Necesitaban la firma de los dos, así que si me hubiera parecido que eras feliz, no te habría dicho nunca que te amaba, ni te habría preguntado si me amabas.

Clare sonrió.

– ¿Y ahora que sabes que te amo? -le preguntó, suavemente.

– Podemos romper los papeles -Gray se metió la mano en un bolsillo y sacó los anillos que Clare había dejado sobre la cómoda, aquel terrible día en que pensó que no volvería a ver Bushman's Creek-. Mira lo que he traído.

– ¡Mis anillos! -Clare se los volvió a colocar en el dedo-. Los he echado de menos -le dijo.

– Ahora siempre los podrás llevar puestos -le dijo, con esa media sonrisa que tanto había añorado-. Ahora ya sabes por qué te quería comprar un anillo de diamantes, Clare. Te lo compré porque te quiero, y siempre te querré.

A Clare se le iluminaron los ojos de felicidad, mientras deslizaba los brazos por el cuello masculino y levantaba la cabeza para que la besara.

– ¿Gray? -le dijo, en cuanto pudo hablar, echándose hacia atrás para mirarlo-. ¿Puedes hacer algo por mí?

– Lo que quieras -le dijo, abrazándola como si no estuviera dispuesto a dejarla marchar jamás.

– Llévame a casa.

– ¿A casa? -le preguntó con una sonrisa cargada de ternura y deseo.

– Sí, a Bushman's Creek.


Al atardecer de su primer día en el rancho, Clare y Gray se dieron un paseo por la orilla del riachuelo, agarrados de la mano. El cielo parecía de fuego y el sol poniente bruñía el paisaje, con un brillo misterioso, mientras que poco a poco se dejaba de oír a los pájaros. Jack estaba acostando a Alice y Lizzy estaba en la cocina.

– Me resulta extraño no tener nada que hacer -dijo Clare.

– Lizzy se marcha a Perth dentro de un par de días, así que tendrás un montón de cosas que hacer a partir de entonces.

– ¡Ahora veo por qué querías que volviera! -bromeó Clare-. Necesitas otra gobernanta.

Gray se detuvo y le hizo mirarlo de frente.

– No necesito una gobernanta -le dijo, muy serio-. Te necesito a ti. Necesito verte, tocarte y saber que cuando regreso a casa, al final del día, vas a estar allí.

– Siempre estaré allí -le prometió Clare, y se besaron mientras el sol desaparecía por el horizonte.

– ¿Sabes que Jack está pensando en comprarse una propiedad cerca de aquí? -le dijo Gray, mientras regresaban a la casa-. No querrá separarse de Alice, así que cuando se vaya se la llevará con él. ¿Te dará pena volver a perderla?

– Un poco, pero no será como la otra vez. No tendré que despedirme del mismo modo que entonces. Si van a vivir cerca la podré ver y además, se quieren tanto que es mucho mejor que estén juntos. Y si estoy contigo lo demás carece de importancia -le dijo. Las luces de la casa, en la distancia, brillaban como dándoles la bienvenida en la oscuridad-, pero de todos modos se me hará raro no tener que cuidar de ningún bebé -añadió, un poco melancólica.

Gray la atrajo contra sí, con una sonrisa en los labios.

– Espero que podamos hacer algo para solucionarlo -le dijo.

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