CAPITULO 1

CON LOS ojos entrecerrados para protegerse del exceso de luz, Clare observó la nube de polvo que se aproximaba a través de la neblina y se preguntó si se trataría por fin de Gray Henderson.

Deseaba de todo corazón que así fuera, porque se había pasado toda la mañana esperándolo sin otro quehacer que pasear a Alice de un extremo a otro de la calle principal de Mathinson, que, por otra parte, no había tardado mucho en recorrer.

Aparte del hotel, había una tienda en la que se vendía de todo un poco, un banco y una gasolinera. El pueblo, si así se podía llamar a un puñado de casas prefabricadas instaladas en unos terrenos polvorientos, parecía luchar por sobrevivir al calor abrasador. No habían visto a nadie durante su paseo, y no habían tardado mucho en retirarse a la sombra del mirador del hotel, donde Alice se había entretenido con sus juguetes.

Clare, sin embargo, se había aburrido mucho, así que la simple visión de aquella nube de polvo había bastado para que se apresurara a ponerse en pie. Al cabo de unos minutos, la nube se transformó, por fin, en una camioneta abollada que se detuvo frente al hotel con gran estrépito, y de la que se bajó un hombre por la puerta del copiloto.

Desde el mirador lo único que podía ver Clare era que se trataba de un hombre delgado y ágil, vestido con unos pantalones de cuero y una camisa a cuadros. Se había acercado a la ventanilla del conductor y le estaba diciendo a este algo. Después dio un golpe con la mano en el techo del camión a modo de despedida y el vehículo se puso en marcha.

Lo vio acercarse al hotel y pensó que la tranquilidad con la que andaba y el modo lacónico con que se había puesto el sombrero se correspondían perfectamente con la voz suave y profunda que había oído al teléfono. En el ánimo de Clare se mezcló la irritación con el alivio de verlo aparecer por fin. Estaba claro que no tenía ninguna prisa, a pesar de haberla tenido esperando toda la mañana.

Clare intentó tranquilizarse. Recordó que debía ser prudente y no decirle nada. Aquel primer encuentro tenía que salir bien, no solo por el interés de Alice, sino por el suyo propio también. Nerviosa, por la importancia del encuentro, tomó a la niña en brazos y apretó su cuerpecito, tratando de tranquilizarse. Se había pasado toda la mañana esperando a Gray Henderson y en aquel momento habría deseado que no fuera él.

Pero sí lo era.

El hombre se detuvo al verla, y antes de subir los primeros escalones la observó un momento con los ojos entrecerrados. Después continuó subiendo con aquella tranquilidad que tanto la irritaba.

– ¿Clare Marshall? -preguntó, y se quitó el sombrero-. Soy Gray Henderson -afirmó, levantando las cejas ligeramente-. ¿Quería verme?

Tenía el pelo castaño, la piel curtida y unos ojos marrones que no delataban ningún tipo de sentimiento. Estremecida, Clare pensó que eran los mismos ojos de Alice. La había pillado desprevenida. Lo vio mirarla con detenimiento. Seguramente la consideraba fuera de lugar en aquel pueblo perdido, con sus pendientes de perlas, su falda amarilla de lino y sus elegantes sandalias italianas. Había elegido su ropa cuidadosamente para impresionarlo, pero si lo había conseguido, no daba muestras de ello en absoluto.

– Sí -sonrió, y enseguida tuvo la sensación de que su sonrisa parecía tan fuera de lugar como su apariencia; de que su voz sonaba cortada y con un acento demasiado inglés, comparado con la suave cadencia del acento australiano-. Gracias por venir -añadió, y al hacerlo tuvo que esforzarse en reprimirse para no preguntarle por qué había tardado tanto.

– Dijo que era importante -le recordó él.

– Y lo es.

Aunque sabía desde el primer momento que no iba a poder ver a Jack, había estado practicando mentalmente cómo explicarle la situación a Gray Henderson, pero al tenerlo allí delante, le había entrado tal ataque de pánico que se le había quedado la mente en blanco y lo único que podía hacer era mirarlo como una tonta.

Deseó con todas sus fuerzas que se pareciera más a Jack. Pippa le había hablado tanto de él, de su cordialidad, encanto y sentido del humor que era como si ya lo conociera. No estaba preparada para enfrentarse a un hombre tan frío y difícil de tratar como parecía Gray Henderson. Mientras que Jack aparecía en las fotos sonriente y expresivo, el rostro de Gray era serio y no dejaba traslucir en modo alguno lo que pensaba.

– ¿Nos… nos sentamos? -le preguntó, haciendo tiempo mientras ordenaba sus pensamientos confusos.

Gray la siguió hasta el banco que había en el mirador, se sentó a su lado y esperó pacientemente a que le dijera para qué lo había llamado. A Clare le había parecido muy complicado explicarle las cosas por teléfono la noche anterior, pero ahora se preguntaba si no habría sido más fácil hacerlo sin tener que sentir aquellos penetrantes ojos marrones mirándola.

Clare no había conocido nunca a nadie a quien le perturbaran tan poco los largos silencios. Cualquier otra persona se habría apresurado a explicar por qué había llegado tarde, o le hubiera preguntado enseguida para qué quería verlo. Sin embargo, él se había limitado a sentarse y esperar.

Como era obvio que no iba a ser él quien empezara a hablar, se aclaró la garganta.

– Esta es Alice -Clare señaló con la cabeza a la niña que miraba a Gray sin pestañear.

– Buenos días, Alice.

Lo dijo muy serio, pero se acercó a hacerle cosquillas. Alice le dedicó una sonrisa que dejó a la vista sus dos únicos dientes y se apresuró a agarrarse a uno de sus dedos, aunque por poco tiempo porque, de repente, presa de un ataque de timidez, escondió la cara detrás de Clare. Pronto sintió la curiosidad de volver a mirarlo y al ver que seguía observándola se volvió a esconder rápidamente.

Clare no pudo evitar reírse. Sabía que podía ser pasión de tía, pero Alice le parecía una cría preciosa, regordeta y sonrosada, de pelo rubio y hermosos ojos castaños. Seguramente ni Gray podría resistirse a ella.

Lo miró y se tranquilizó al ver que observaba a la niña divertido. La sonrisa que se adivinaba en sus ojos lo hacía, de repente, más abordable. Volvió a hacerle cosquillas hasta que Alice se echó a reír a carcajadas. Clare no pudo evitar pensar que aquel hombre era mucho más atractivo de lo que le había parecido en un principio.

– ¿Qué tiempo tiene? -le preguntó.

Clare se sintió desilusionada al ver que cuando la miraba a ella la sonrisa divertida desaparecía de sus ojos.

– Seis meses. Bueno, en realidad, casi siete.

Levantó a Alice de sus rodillas y la colocó en su sillita, acallando sus protestas con un conejo de goma que estaba ya tan chupado y mordido que conservaba poco de su forma y facciones originales. Al ver que Gray echaba un vistazo al reloj, decidió que había llegado el momento de hablar del asunto que los ocupaba.

– Me imagino que se estará preguntando qué estamos haciendo aquí.

– Por teléfono me dijo que quería ver a Jack -aunque su expresión seguía sin delatar sentimiento alguno, el tono de su voz dejaba traslucir cierta cautela-, pero no dijo nada de un bebé.

– No -admitió-. Como ya le dije es un asunto difícil de tratar por teléfono, así que pensé que era mejor hablarlo cara a cara.

– Bueno, pues ahora que estamos cara a cara, tal vez podría decirme qué es lo que quiere -le dijo Gray, con frialdad.

Clare dudó.

– La verdad es que a quien necesito ver es a Jack. ¿Tiene idea de cuándo va a regresar?

– Dentro de un mes… Tal vez seis semanas.

A Gray parecía no preocuparle en absoluto la vaguedad de los planes de su hermano. Clare lo miró con desesperación. Esperaba que le dijera que iba a regresar pronto, y no iba a volver hasta dentro de un mes.

– Pero…, ¿dónde está?

– En Texas, comprando semen de toro para mejorar la raza de nuestra ganadería.

Clare tragó saliva.

– ¿Puede contactar con él?

– No es fácil.

Clare se sintió agotada de repente. Aquello era más de lo que podía soportar.

Peor que el interminable vuelo desde Londres o la noche que había pasado en vela pensando en cómo reaccionaría Gray Henderson. Era como si sintiera de repente toda la tensión y el cansancio que le había provocado tener que ocuparse de la hija de Pippa tras la repentina muerte de esta. Tuvo la sensación de llevar meses sin dormir. Planear el viaje a Australia la había mantenido ocupada, pero ahora que estaba allí, se encontraba demasiado cansada como para pensar con claridad, y el hecho de tener que explicárselo todo a Gray le suponía un esfuerzo agotador.

Clare bajó la cabeza como si le pesara demasiado para tenerla alta, juntó las manos sobre su regazo y se obligó a concentrarse. No podía darse por vencida.

– Debería haber escrito -dijo con la cabeza baja y el rostro oculto por su sedoso cabello-. Nunca se me ocurrió pensar que Jack pudiera estar de viaje.

– Si quiere dejar una carta, me aseguraré de que llegue a manos de Jack en cuanto regrese.

Clare negó con la cabeza.

– Es demasiado tarde para eso. Necesito hablar con él personalmente.

– Me temo que no es posible, así que se tendrá que conformar con hablar conmigo.

– Sí, ya lo veo -respondió Clare, apesadumbrada.

A Alice se le había caído el conejo y, al ver que su tía no se lo recogía enseguida, gritó enfadada. De manera automática, Clare se agachó y se lo entregó. No podía pensar, tan solo mirar a aquella criatura que dependía de ella por completo para que hiciera lo más conveniente. Acarició la cabeza de la niña, que sonrió complacida al tiempo que se llevaba de nuevo a la boca la oreja del conejo

– Mire, no es que quiera meterle prisa, pero tengo mil cabezas de ganado que atender y ya he perdido bastante tiempo que no tengo viniendo aquí a escuchar eso tan importante que me tenía que decir -por primera vez su voz denotaba impaciencia-. ¿Sería tan amable de ir al meollo de la cuestión?

Alice se incorporó y volvió a mirarlo.

– El meollo de la cuestión es Alice.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó, con el ceño fruncido.

– Quiero decir que es la hija de Jack -afirmó, con aplomo-, y necesita a su padre.

Se hizo un pesado silencio.

– ¿Cómo? -preguntó, con un tono poco tranquilizador.

– Alice es hija de Jack.

Gray entrecerró los ojos y miró primero a la una y luego a la otra. La niña le devolvió una mirada muy parecida a la suya y siguió chupando su juguete y retorciéndole la oreja a la vez, como presumiendo de poder hacer varias cosas al mismo tiempo.

– Jack no me dijo nunca nada -afirmó, finalmente con dureza en la voz.

– No conoce la existencia de Alice.

– ¿No le parece un poco tarde para reclamarle como padre?

Clare se retiró el pelo detrás de las orejas, en un gesto de nerviosismo.

– Creo que le gustaría saberlo.

– Me parece que, de tener un hijo, le habría gustado saberlo mucho tiempo antes -le dijo con dureza-. Si dice que Alice tiene seis meses, eso significa que ha tenido quince buenos meses para decidir quién es su padre. ¿Por qué ha esperado hasta ahora para escoger a Jack?

Clare se puso roja de ira.

– ¡No lo he escogido!

– Es lo que parece -la miró de arriba abajo de manera casi insultante-. La verdad es que nunca habría dicho que fuera el tipo de Jack.

– Y no lo soy -esbozó una sonrisa, muy a pesar suyo. Según lo que había oído contar de Jack no creía que ella lo hubiera atraído nunca. Era completamente diferente de Pippa: demasiado tranquila y sensata-. Pero mi hermana sí lo era.

– Entonces Alice no es hija suya -dijo Gray, muy despacio.

– No. Es mi sobrina -lo miró a los ojos-. Y la suya también.

– ¿Y su madre? -preguntó, tras un corto silencio.

– Mi hermana Pippa -se quedó un momento con la mirada perdida en el horizonte- murió hace seis semanas -lo dijo con un tono de voz ligero, como si no importara nada lo que acababa de decir, como si su mundo no se hubiera desplomado.

Se hizo un largo silencio entre ellos. Más allá de la sombra, el sol rebotaba sobre los tejados de metal y castigaba la carretera. Una camioneta, roja por el polvo que llevaba encima, pasó delante del hotel y aparcó frente al almacén. Era la única actividad que se observaba en el pueblo. A Clare, acostumbrada a las calles repletas de gente de la ciudad, aquella tranquilidad se le hacía rara. Podía oler la sequedad del aire, sentir la dureza del banco bajo sus muslos, oír su pulso, golpeándole las sienes y, de repente, fue muy consciente de la proximidad de aquel hombre sentado a su lado, sin decir palabra.

– Creo que será mejor que me lo cuente todo -dijo, finalmente.

Clare respiró profundamente. Aquel hombre hablaba siempre con un tono de voz curiosamente tranquilo. La iba a escuchar. No podía pedir nada más por el momento.

Rebuscó en su bolso hasta encontrar la fotografía que Pippa había mantenido junto a la cabecera de su cama hasta el final de sus días. Estaba arrugada y un poco sobada de tanto manipularla y Clare la alisó sobre sus rodillas antes de entregársela a Gray.

– Esta es Pippa, mi hermana. Y quien está con ella es Jack. ¿No es así?

– Sí, es Jack -admitió. Estudió la foto. Jack tenía agarrada por el hombro a una atractiva joven, radiante de felicidad y se miraban el uno al otro como si el mundo hubiera cesado de existir a su alrededor-. Nunca me mencionó a su hermana -le dijo, bruscamente-, y no suele tener secretos para mí -devolvió la fotografía a Clare-. ¿Cómo se conocieron?

– Pippa encontró trabajo como cocinera en Bushman's Creek. No estoy muy segura cómo.

– Probablemente a través de la agencia. La finca está tan aislada que nadie se queda mucho tiempo y siempre necesitamos gente en la estación seca.

Clare pensó que si la finca se parecía un poco a Mathinson, no le extrañaba que nadie se quisiera quedar.

– Pippa estaba muy contenta de haber conseguido el trabajo. Siempre había soñado con trabajar en una finca de ganado en Australia -suspiró al recordar a su hermana hablando de la finca-. Ya antes de terminar en el instituto hablaba sobre este país, y en cuanto ahorró para el billete de avión y obtuvo el permiso de trabajo, vino a buscar un empleo. Primero empezó en Sydney, poco después se desplazó hasta la costa de Queensland y hace un año y medio aproximadamente me escribió para decirme que había conseguido trabajo en una finca que se llamaba Bushman's Creek -Clare se volvió hacia Gray, sorprendida-. No debe de haber estado aquí en esa época porque, de lo contrario, recordaría a Pippa. No es alguien que pase desapercibido.

– Sí -admitió muy a su pesar-, pasé tres meses en el sudeste de Asia, entrevistándome con posibles compradores. Puede haber estado en la finca por aquel entonces.

– Pasó aquí unos tres meses y los definió como los más felices de su vida. Me habló sobre la finca, lo aislada que estaba y lo duro que tenía que trabajar todo el mundo. Al oírla pensé que debía de ser un sitio horrible, pero a ella le encantó -se quedó callada un momento, sujetando la fotografía-. Y además estaba Jack. Aquí se ve claramente lo felices que eran juntos. Pippa me dijo que había sido amor a primera vista. No se separaban ni un momento y ya estaban hablando de matrimonio cuando, un día, tuvieron una discusión muy fuerte sobre una trivialidad. No sé lo que paso, ni lo que se dijeron, pero debieron de hacerse mucho daño. Pippa era muy cambiante. Tan pronto estaba radiante de alegría como sumida en la más profunda tristeza -Clare esbozó una sonrisa cansada-. No creo que entendiera nunca el significado de la palabra moderación o equilibrio, y tampoco le gustaban los compromisos -miró a Gray. Tampoco él parecía un hombre demasiado dado a comprometerse, pero sin duda era diferente a Pippa. ¿Cómo iba a poder explicarle a un hombre como Gray la intensa y vital personalidad de su hermana?-. Tiene que entender cómo era Pippa. Ponía mucha pasión en todo lo que hacía. Podía ser la persona más amable, chistosa y maravillosa, pero también la más difícil. No tenía término medio. Así que no me extraña que reaccionara con tanto dramatismo después de discutir con Jack. Pensó que todo había terminado entre ellos, metió sus cosas en una bolsa y volvió a casa -Clare suspiró al recordar la manera en que su hermana había irrumpido en su tranquila y ordenada vida-. Hasta dos meses después no descubrió que estaba embarazada.

Gray había estado escuchando en silencio, inclinado hacia delante, con el sombrero entre las rodillas, pero al oír aquello levantó la vista.

– ¿Por qué no se puso en contacto con Jack en cuanto lo supo?

– Traté de convencerla para que al menos le escribiera, pero no lo conseguí -miró a Alice y vio que seguía mordisqueando tranquilamente su juguete y estaba babeando. Sacó un pañuelo de su bolso, la limpió y continuó-: Pippa estaba todavía dolida por la discusión. Además habían pasado dos meses desde su partida y no había recibido noticia alguna de Jack, así que asumió que ya no le interesaba y era demasiado orgullosa como para pedirle ayuda. Pensó que si le contaba lo del bebé se sentiría presionado a tener una relación que no deseaba. El nacimiento de Alice le hizo, a mi entender, darse cuenta, sin embargo, de cuánto lo amaba todavía -Clare siguió hablando muy despacio-, de que aquello era algo que debían haber compartido, así que decidió regresar a Australia con la niña y ver si Jack y ella podían volver a ser felices juntos, pero… -sintió que se le quebraba la voz y respiró profundamente-, pero un par de meses después del nacimiento de Alice, Pippa se encontró un bulto. Le diagnosticaron cáncer, y… bueno, no tuvo suerte. No pudieron hacer nada por ella. Todo fue muy rápido -el dolor le oscureció los ojos-. Murió a los tres meses.

– Lo siento -dijo Gray.

– Sí, yo también -suspiró-. Durante esos tres meses no hizo más que pensar en Jack y Alice. Me hizo prometer que le diría a Jack cuánto lo había amado y que le pidiera que se hiciera cargo de educar a su hija. Quería que Alice creciera con su padre en el lugar en el que ella había sido tan feliz.

– ¿Y se lo prometió?

– Sí. Por eso estoy aquí.

Gray se puso de pie y fue a apoyarse contra la barandilla, la mirada perdida en el infinito.

– No es que no le crea, entiéndame -dijo tras un momento de silencio-, pero, ¿puede probar que Alice es hija de Jack?

– ¿Y por qué iba a inventármelo? -le preguntó, sorprendida.

Se volvió para mirarla, apoyado contra la barandilla, con los brazos cruzados.

– ¿Tal vez por dinero? -sugirió, con una mirada cínica.

– ¿De qué dinero me habla? ¡Por lo que me contó Pippa, no es que vivan en el más puro lujo asiático en Bushman's Creek!

– No, pero entre mi hermano y yo poseemos una cantidad considerable de tierras y Alice, como hija de Jack, podría reclamar su parte.

Clare no daba crédito a sus oídos.

– ¡No me interesan sus tierras! -le dijo con los ojos brillantes de furia-. ¿Quién se cree que soy?

– El problema es que no lo sé -le dijo, con una calma que la irritaba todavía más-. Hasta anoche no había oído hablar nunca de usted ni de su hermana, y ahora espera que me crea que mi hermano es el padre de una criatura de la que no sabe nada. ¿Cómo sé que está diciendo la verdad?

– Por la fotogra… -empezó a decir, pero él la interrumpió.

– Una fotografía no es una prueba de paternidad.

– Jack puede hacerse las pruebas de ADN, si quiere, pero me parece que en cuanto vea a Alice, sabrá que es hija suya. Solo tiene que mirar a la foto para darse cuenta de lo que hubo entre ellos, y no creo que Pippa hubiera podido amar a nadie que le pudiera dar la espalda en una situación como esta.

– Puede ser -le dijo Jack sin acabar de convencerse-, pero esa es una decisión que solo puede tomar Jack. No puede pretender que me responsabilice de una criatura en su nombre.

– Lo comprendo -Clare se empezaba a sentir muy cansada, pero sacó fuerzas de flaqueza y se fue a apoyar a la barandilla-. Lo único que le pido es que se ponga en contacto con Jack y le pida que regrese lo antes posible. No creo que sea mucho pedir.

La miró primero a ella y luego a la niña, que seguía jugando tan contenta.

– No -admitió-, pero tal vez me lleve un poco de tiempo localizarlo. No sigue un itinerario fijo, así que tengo que llamar por teléfono a algunos contactos y esperar que aparezca por allí y reciba el mensaje lo antes posible -miró a Clare y la vio apartarse el cabello de la cara. Bajo sus hermosos ojos grises, las ojeras delataban el cansancio que sentía. Cuando lo miró tuvo claro que solo su gran fuerza de voluntad la mantenía en pie-. Creo que será mejor que regrese a Inglaterra y espere allí a Jack.

Clare se irguió, apartándose de la barandilla.

– ¡No pienso hacer nada parecido! Alice y yo llegamos ayer y, aunque tuviera fuerzas para subirme en un avión y viajar otras veintitrés horas, no lo haría. No podría permitirme pagar otra vez el viaje de Alice cuando Jack aparezca, en el caso de que se quiera hacer cargo de ella. Además me gustaría estar con ella un tiempo para ayudarla a adaptarse.

– Entonces, ¿qué piensa hacer?

– ¿No podríamos quedarnos Bushman's Creek con usted?

Gray miró en silencio aquellos suplicantes ojos grises, en los que parecía que alguien hubiera dibujado con un pincel negro el borde del iris y se apartó bruscamente de ella.

– Bushman's Creek no es un lugar apropiado para usted y la niña.

– ¿Acaso quiere hacerme creer que no hay mujeres y niños allí?

– Estoy tratando de decirle que las condiciones de vida que tenemos no se parecen en nada a aquellas a las que usted está acostumbrada. Se tarda casi cuarenta minutos de avión en llegar desde aquí y después dos horas de carretera. En la época de lluvias, tan solo se puede acceder por aire. Estará muy lejos de tiendas, médicos y otras cosas a las que está acostumbrada y la verdad es que además en este momento no tengo tiempo para ocuparme de usted. Nos encontramos en una de las épocas de mayor trabajo del año.

»Tengo quince mil cabezas de ganado por ahí -continuó, al tiempo que señalaba con la cabeza el horizonte-. Debo reunirías y prepararlas para la venta en el mercado de ganado. La última gobernanta se marchó hace varias semanas y nadie se ha encargado de la limpieza desde entonces. Hacemos las comidas por turnos y la manera más amable de definirlas es como «básicas» -movió la cabeza de un lado a otro-. Creo que nuestro modo de vida le parecería demasiado incómodo. Si de verdad quiere quedarse a esperar a Jack, le aconsejo que se vaya con la niña a uno de esos lugares turísticos de la costa.

– No creo que me lo pueda permitir tampoco -Clare enrojeció al tener que admitir lo precaria que era su situación económica-. Tengo un buen trabajo en mi país, pero Pippa no tenía nada ahorrado y se gasta mucho dinero con los bebés. Además durante la enfermedad de mi hermana pedí días sin sueldo para atenderla y me gasté todos mis ahorros. Los billetes de avión los pagué con la tarjeta de crédito, así que no puedo permitirme pagar un hotel ni alquilar una casa hasta que aparezca Jack. Además -continuó con valentía-, me parece que podría serle de utilidad.

La mirada de Gray la recorrió de arriba abajo: desde los pendientes, pasando por el sencillo pero estiloso vestido hasta las elegantes sandalias.

– ¿De utilidad? -repitió, levantando una de sus cejas, de un modo que la hizo enrojecer-. ¿De qué manera?

La expresión de su cara no había cambiado, pero se dio cuenta de que se divertía. Tal vez eran las arruguitas de los ojos que se habían acentuado un poco o un casi imperceptible brillo en su insondable mirada. Sin poderlo evitar Clare pensó que si le hacía gracia, por lo menos podía tener la decencia de sonreír como era debido.

– Podría ser su gobernanta -afirmó, levantando la barbilla, desafiante-. Soy perfectamente capaz de cocinar y limpiar.

Como única respuesta Gray le tomó las manos y le pasó los pulgares por las palmas.

– Me da la sensación de que no está acostumbrada a hacer trabajos duros.

Su roce era bastante impersonal y Clare se sintió desconcertada al notar un cosquilleo. Las manos de aquel hombre eran fuertes, frías, ásperas y muy oscuras en comparación a la palidez de su piel inglesa. Era como si tuviera los dedos cargados de electricidad y le enviara pequeñas descargas que le recorrían todo el brazo. Al darse cuenta de que se estaba poniendo roja, se apresuró a retirar las manos, furiosa.

– Encargarse de unas cuantas vacas no es nada comparado con cuidar de un bebé veinticuatro horas al día -le espetó, para ocultar su confusión-. Estoy acostumbrada a ensuciarme las manos.

– Pero no está acostumbrada al calor, el polvo, las moscas y el aburrimiento -le respondió Gray, aparentemente indiferente al modo brusco en que había retirado las manos-. No estoy seguro de que se de cuenta de lo duras que pueden ser las cosas por allí.

Sin saber muy bien qué hacer con las manos una vez había conseguido liberarlas, cruzó los brazos, en un gesto que la hizo parecer a la defensiva, sin pretenderlo.

– Soy más dura de lo que parezco -le dijo.

Gray no pareció impresionado.

– Estoy hablando de dureza física, y en este momento no me parece muy dura -le dirigió una mirada crítica-. Me da la sensación de que está a punto de desmoronarse.

– Es por el largo viaje de avión y la diferencia horaria -le dijo, mientras se preguntaba por qué seguía sintiendo las manos quemándole donde él la había tocado-. Llegamos a Australia ayer por la mañana y no he podido descansar mucho desde entonces. Cuando consiga dormir una noche entera volveré a encontrarme bien. Mire -le dijo, al ver que no parecía muy convencido-, puede que no sea su gobernanta ideal, pero usted mismo ha dicho que no tiene tiempo para buscar a nadie más y estoy dispuesta a trabajar duro para pagar mi alojamiento. No molestaré. De hecho me vendrá bien estar ocupada para no pensar demasiado. Ha sido muy franco al hablarme de las condiciones de vida de la hacienda, y no voy a decirle que me va a gustar como a Pippa, porque somos muy diferentes y nunca me ha gustado el trabajo duro, pero haré lo que haga falta para ir a Bushman's Creek.

– ¿Por qué está tan deseosa de ir, si cree que no le va a gustar? -le preguntó.

– Porque no me puedo permitir nada más -le respondió Clare, al tiempo que se retiraba el cabello detrás de la oreja-, porque deseo ver ese lugar donde Pippa fue tan feliz y, si las condiciones de vida son tan poco apropiadas como usted dice, tal vez no pueda dejar allí a Alice. Debo verlo por mí misma. Y si es un sitio donde la niña puede crecer segura y feliz, tengo que ayudarla a acostumbrarse mientras esperamos el regreso de Jack; y para serle franca, porque quiero parar durante un tiempo, parar de viajar, de pensar, simplemente… parar.

– Si la dejo venir, no quiero que dé nada por supuesto -le advirtió Gray-. Será Jack quien tome la decisión oportuna acerca de Alice. Nadie más lo puede hacer por él.

– Lo sé -Clare trató de sonreír-. Por favor…

– ¡Muy bien! ¡Muy bien! -le dijo, casi irritado-. Puede venir… pero con una condición.

– ¿Cuál?

– El parentesco de Alice con Jack debe mantenerse en secreto hasta que él decida contárselo a la gente. No quiero que regrese a casa y se encuentre con que todo el mundo excepto él sabe que, supuestamente, es padre. En lo que concierne a todos los empleados de la estación usted estará allí como gobernanta. Me llamó ayer para pedirme trabajo y hoy he venido a recogerla.

Clare se lo pensó un momento y, dadas las circunstancias le pareció justo. Entendía que Gray quisiera cuidad de los intereses de su hermano. Por lo menos no había rechazado a Alice de antemano.

– De acuerdo. Muchas gracias -le dijo con una sonrisa.

Notó un brillo especial en sus ojos marrones y le vio apartar la mirada mientras se ponía el sombrero.

– Si va a venir conmigo, será mejor que lo haga ahora -le dijo bruscamente-. Tengo que regresar a mis tierras.

Clare estaba tan contenta de que la dejara ir con él que no puso ninguna objeción a su falta de entusiasmo.

– Solo tengo que guardar unas cuantas cosas en la maleta -le dijo, apresuradamente-. No tardaré mucho -levantó a Alice de su sillita y la olió-. Menos mal que por lo menos no necesita que le cambie los pañales -dijo, aliviada-. Tardaría menos si pudiera dejar a la niña con usted -sugirió.

Tras una breve pausa, Gray asintió con la cabeza y Clare le pasó a la niña. De nuevo sus brazos se rozaron y Clare tuvo que resistir la tentación de apartarlos bruscamente.

– Espero que no llore. Últimamente parece no gustarle mucho que la tomen en brazos personas que no conoce.

Se quedó mirándolos, dudando si dejarlos juntos. Gray sujetaba a la niña, alejada de su pecho y ambos se miraban con desconfianza. Gray no apartaba los ojos de ella y Clare se preguntó si buscaba algún parecido con su hermano en la carita de Alice.

Estaba a punto de sugerir que se llevaba a la niña, cuando, de repente, ambos sonrieron a la vez. Clare estaba acostumbrada al efecto que la sonrisa de Alice producía en su corazón, pero no estaba preparada para el que le causó la de Gray. De alguien sombrío e inexpresivo se transformó en una persona jovial y cálida, en alguien turbador e inesperadamente atractivo.

Había una expresión extraña en su rostro cuando Gray apretó a la niña contra su pecho. Sus brazos resultaban demasiado grandes sobre aquel cuerpecito. Dejó de mirar al bebé y sus ojos se posaron en Clare, que los observaba como transfigurada.

– Alice estará bien conmigo -afirmó Gray.

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