CAPITULO 8

CLARE se colocó delante del espejo y levantó los brazos para que la larga casaca de gasa se deslizara suavemente sobre su cuerpo. El vestido que llevaba debajo era de un gris pálido, el mismo color plateado de sus ojos, y sentía el frescor de la lujosa seda rozándole la piel.

– Es el día de mi boda -se lo repetía en voz baja constantemente, pero aun así le resultaba difícil de creer-. Es el día de mi boda -repitió esta vez en voz alta a su reflejo en el espejo, y ensayó una sonrisa que, en realidad, no iba con la expresión melancólica de sus ojos-. Dentro de unos minutos voy a salir por esa puerta para casarme con el hombre al que amo. Entonces, ¿por qué tengo esa cara tan triste?

Por supuesto conocía la razón. Amaba a Gray, pero no quería casarse con él de aquel modo. No quería ser segundo plato de ninguna mesa. Deseaba casarse con Gray porque la amara, no porque no podía tener a Lizzy. Quería casarse con él, sabiendo que ambos se amaban y deseaban compartir el resto de sus vidas.

Acarició el collar de perlas que adornaba su cuello. Había pertenecido a Pippa, que lo había heredado de su madre y se lo había dado a Clare, para que fuera su depositaría y se lo entregara a Alice, cuando esta fuera mayor. Aquel día, más que ningún otro, deseaba llevarlo puesto y recordar de ese modo a su hermana. Tocó las perlas como si de un talismán se tratara, para recordarse lo que significaba de verdad aquel matrimonio. Se estaba casando con Gray por Alice, y por Pippa.

Debería haber sido el día de Pippa, que se casaba con el hombre que amaba bajo los fantasmales gomeros, y Gray debería haber sido el padrino, en vez del novio que iba a contraer matrimonio con la mujer equivocada.

Pero no era Pippa la que se casaba, sino ella. Gray entró en la habitación, después de haber llamado suavemente a la puerta. Vestía formalmente con esmoquin y pajarita. La dureza de sus rasgos y el blanco resplandeciente de su camisa le hacían aparecer formidable, más moreno, más masculino y, de alguna manera, extraño, poco familiar.

– ¿Estás lista?

– Casi -Clare se había apresurado a apartar la cara, pero no lo bastante rápido como para que él no viera las lágrimas que inundaban sus ojos.

Gray cerró la puerta tras de sí y miró a la mujer que estaba a punto de convertirse en su esposa. El luminoso gris de su vestido hacía juego con sus ojos y la seda brillaba a través de la tela transparente de la casaca, mientras permanecía allí, de pie, con los ojos llenos de tristeza y una flor en los cabellos.

– Clare -la llamó, suavemente.

Clare no pudo responder. Siguió dándole la espalda, con la mano sobre su boca temblorosa, tensa por el esfuerzo que estaba haciendo para no llorar.

Sin decir una palabra más, Gray cruzó la habitación y la abrazó con fuerza.

– No llores, Clare -ella se resistió al principio, pero pronto se dejó envolver por aquellos musculosos brazos que tanta seguridad le daban, mientras luchaba por contener las lágrimas-.Ya sé que esta no es la boda que tu deseabas -Clare sintió la vibración de su voz a través de su cuerpo-, pero te prometo que todo va a ir bien. Cuando uno se casa le parece que va a dar un gran paso, pero no te exigiré nada, y tú lo sabes. Puedes irte cuando quieras. No va a ser para siempre.

– Ya lo sé -susurró Clare, mientras pensaba que precisamente eso era lo que más le dolía.

Le dejó que la consolara con la fuerza de su cuerpo musculoso. Apoyada sobre Gray se sentía como en casa y se aferró a él, con la cara escondida en su cuello, para poder respirar el familiar aroma de su piel. Podía oír los pausados latidos de su corazón, la calidez de su mano a través de la resbaladiza seda y, poco a poco, fue absorbiendo su calma.

Gray le había dicho que no iba a ser para siempre, pero podía cambiar de opinión, porque Lizzy se iba a casar y una vez se hiciera a la idea de que ella no iba a volver con él, tal vez estuviera listo para empezar de nuevo. Ella estaría allí y tal vez con el tiempo la llegara a amar. Si Jack tardaba lo suficiente en regresar, puede que Gray se acostumbrara a estar casado con ella. Tal vez le pidiera que se quedara con él. Quizás esta vez amar no le resultara tan desesperanzador.

Clare respiró profundamente y se apartó de Gray.

– Ya estoy bien. Gracias.

– ¿Estás segura? -Gray la miró preocupado, sin soltarle las manos.

Clare asintió y trató de sonreír, sin conseguirlo del todo.

– Gracias. Me estaba comportando como una tonta.

– Ya sabes que todavía puedes cambiar de opinión -le dijo, aunque no sonó muy convencido.

– No quiero echarme atrás -su voz sonó más serena y volvió a respirar profundamente, mientras lo miraba a los ojos-. Deseo casarme contigo.

Gray la miró de una forma extraña y le apretó un momento las manos antes de dejarla ir.

– Entonces, ¿vamos a casarnos? -dijo Gray.

Clare consiguió sonreír esta vez.

– Sí, vamos.

Recogió el sencillo ramo de flores y caminó a su lado por el pasillo hasta salir al porche. En lo alto de las escaleras Gray le ofreció la mano y Clare se la tomó, sin un asomo de duda, con el corazón en un puño mientras enlazaba sus dedos con los del hombre que iba a ser su esposo.

Los invitados habían empezado ya a llegar el día anterior y la pequeña pista de aterrizaje estaba llena de avionetas. Clare se sorprendió al ver la cantidad de gente que estaba esperándolos. Al principio solo vio una masa de rostros sonrientes, hasta que distinguió a Lizzy, que llevaba a Alice en brazos, con el bonito vestido y sombrero a juego que le había comprado en Perth.

No recordaba mucho más de lo que sucedió después. Habían convenido que la ceremonia fuera sencilla y probablemente se habían jurado amor delante del juez, pero, más tarde, lo único que podía recordar era que Gray le había sujetado firmemente la mano y había deslizado la alianza en su dedo anular. También recordaba la expresión de sus profundos ojos castaños, cómo le había sonreído al inclinar la cabeza y la manera en que la había besado, con tanta dulzura que casi sintió dolor físico al separarse de él.

Y después todo había terminado. Tras los vítores y silbidos, Alice vio que la gente se acercaba a besarla y darle la enhorabuena. Reconoció algunas caras porque las había visto en Mathinson, pero la mayoría de las personas allí congregadas le resultaban desconocidas, y pronto se sintió mareada de tantas presentaciones. Cuando vio a Lizzy a su lado, con Alice en los brazos, suspiró aliviada.

Al ver a Clare, a Alice se le iluminó la cara con una sonrisa y tendió los brazos. Clare la abrazó, apretó su cálido cuerpecito contra ella y la besó en la cabeza.

– Bueno, ¿cómo te sientes de mujer casada? -le preguntó Lizzy, con una sonrisa.

Clare buscó a Gray con los ojos, le vio sonreír, mientras Joe le apretaba la mano y se sintió invadida por una súbita oleada de alegría. Tal vez aquel no fuera el matrimonio que ella hubiera deseado, pero al menos estaba con el hombre que amaba, y aquella noche, cuando terminara la fiesta Gray cerraría la puerta de su alcoba y estarían solos. Aquello le bastaba por el momento.

– Muy bien -respondió a Lizzy, con una sonrisa.

– Stephen lamentó mucho no poder asistir, pero tenía que dar un concierto en Sydney.

– Es una lástima que no haya podido venir -dijo Clare, al tiempo que miraba a Lizzy dubitativa. Aunque sonreía, le pareció percibir que algo no iba bien y deseó que Lizzy y Stephen no tuvieran problemas.

Le hubiera gustado que Stephen estuviera allí, no solo porque le caía bien, sino también porque quería que Gray viera a su antigua novia firmemente comprometida con otro hombre. Lizzy había asistido sola y Clare se preguntó si Gray al verla no pensaría en lo que podría haber sido.

Pero no vio ningún tipo de añoranza en el rostro de Gray cuando se acercó a Lizzy y la besó en la mejilla, así que poco después Clare dejó de preocuparse. Después de todo era el día de su boda y lo que tenía que hacer era disfrutarlo. Todo el mundo preguntaba por Jack y lamentaba que no hubiera podido asistir a la boda.

– No hemos podido localizarlo -explicaba Gray por enésima vez-. Está en algún lugar de Sudamérica.

– ¿Y no podíais haber esperado hasta que regresara? -preguntó una de sus tías, una dama de ojos astutos, pero sonrisa encantadora.

– No sabemos cuándo va a regresar. Puede tardar meses -Gray puso la mano sobre los hombros de Clare-, y ya había esperado bastante para encontrar a la mujer adecuada. No me apetecía esperar ni un día más.

Su tía movió la cabeza, divertida.

– No has cambiado -le dijo-. Pareces el mismo muchacho de siempre: ¡testarudo como una muía! Esperaba pacientemente hasta que tenía claro lo que quería, y una vez llegado ese momento nadie ni nada lo podía detener.

Clare sonrió a Gray, encantada de imaginarlo siendo un muchacho.

– Así que testarudo como una muía…

– Sé muy bien lo que quiero -dijo suavemente-, y ahora lo tengo.

Ambos se miraron y por un momento fue como si estuvieran solos en el mundo, lejos de las conversaciones y las risas que se oían a su alrededor. De repente Clare sintió una opresión en el pecho que le dificultó la respiración. Gray estaba actuando… ¿o acaso no?

Vagamente oyó que alguien les preguntaba por la luna de miel.

– De momento no vamos a ir a ningún sitio -respondió Gray, apartando los ojos de Clare-. Tenemos mucho trabajo en el rancho y al no estar Jack no me puedo tomar más de un par de días libres.

– No me importa lo que hagamos, con tal de que estemos juntos -dijo, y mientras Gray la apretaba contra sí, Clare deseó que no supiera que estaba diciendo la verdad.

Bushman's Creek había sido transformado para la boda. Habían instalado una carpa cerca del riachuelo y las mesas estaban decoradas con unos exquisitos centros florales. En cuanto a la cocina de Clare, la había tomado un ejército de abastecedores de comidas de encargo, venidos especialmente para la ocasión desde Darwin. Clare, que se había estado preguntando cómo demonios se las iba a arreglar para alimentar a todos los invitados, se había encontrado, de repente, sin nada que hacer, excepto dejarse arropar por el calor y el afecto de todos los amigos y familiares de Gray.

Tras la cena, se retiraron las mesas de la carpa y empezó el baile, amenizado por una banda de música. Mientras bailaba con Gray, Clare pensó que ni el más desconfiado de los agentes de inmigración habría puesto jamás en duda que aquello no fuera una boda feliz y, desde luego, ninguno de los invitados habría adivinado que las cosas no eran lo que parecían.

– Me alegro de que todos se lo estén pasando bien -Clare dudó un momento antes de hablar-. Gracias por haber organizado una boda tan convincente. Te debe de haber costado mucho dinero.

– No tienes nada que agradecerme -le aseguró, con una dulzura que la sorprendió-. Todo el mundo lleva tanto tiempo esperando a que me case que lo menos que podía hacer era organizar una buena fiesta. Si hubiera sido una celebración discreta habríamos despertado muchas suspicacias.

– ¿Crees que nadie sospecha que no estamos… bueno ya sabes…?

– ¿Enamorados? -Gray arqueó una ceja-. ¿Por qué habrían de sospechar?

– Bueno, no sé… -Clare empezó a desear no haber iniciado aquella conversación-. Siempre había pensado que resultaba obvio para todo el mundo cuando una pareja no se amaba.

– Tal vez seamos muy buenos actores -le respondió con ironía.

Clare pensó que no cabía duda alguna que él lo era.

– Tal vez -admitió, apartando la mirada. Una música lenta y sensual empezó a sonar y Clare sintió los brazos de Gray rodeándole el cuerpo, la dureza de su pecho musculoso, la proximidad de su piel. Sabía que si volvía la cabeza podría besarle el cuello.

Una recién casada normal hubiera podido besar a su marido, sin pensárselo tanto. Le hubiera susurrado «te amo», sin temer traicionarse a sí misma.

Pero ella no era una recién casada normal, y si quería que Gray la amara, debía tener mucho cuidado para no hacerle sentir que lo estaban tratando de obligar a hacer algo que no deseaba-. Creo que será mejor que vaya a ver cómo está Alice -murmuró en cambio.

– Te acompañaré -le dijo Gray, soltándola.

– No hace falta… -empezó a decir Clare, pero él no la dejó terminar.

– ¿Qué va a pensar todo el mundo si dejo que mi mujer ande paseándose por ahí sola en nuestra noche de bodas?

De la mano salieron de la carpa y se dirigieron hacia la casa. El cielo era como terciopelo negro y estaba tan cuajado de estrellas que parecían una masa borrosa por encima de los árboles. La casaca transparente de Clare, flotaba con cada movimiento suyo y el vestido plateado brillaba bajo la luz de las estrellas, mientras caminaban por las sombras que proyectaban los fantasmales gomeros

Todos los sentidos de Clare se encontraban despiertos hacia lo que la rodeaba: el zumbido de los insectos en los árboles y el aroma embriagador que desprendían las hojas secas de los eucaliptos cuando las pisaban. La suavidad de la seda al rozarle la piel la excitaba y nunca había sido tan consciente de su propio cuerpo o del de Gray. Caminaba a su lado en silencio y con el rostro oscurecido por las sombras, pero podía sentir el roce de sus dedos enlazados en toda su intensidad y estaba segura de poder distinguir cada una de las callosidades de sus manos, o incluso las espirales de sus huellas dactilares.

Alice estaba dormida. Agotada por todas aquellas caras desconocidas y tanta actividad, no se había movido desde que Clare se escapara de la fiesta, horas antes, para echarla en su cuna. Lizzy se había ofrecido a hacerlo por ella, pero Clare deseaba estar a solas con la hija de Pippa más que ninguna otra noche. De no haber sido por Alice, jamás habría ido a Bushman's Creek y, por lo tanto no habría conocido a Gray, no se habría enamorado de él, ni se habrían casado.

Inclinada sobre la cuna, Clare colocó la colcha de la niña con una expresión de ternura en el rostro. Al incorporarse, la luz procedente del exterior incidió sobre la alianza y se quedó mirándola asombrada, como si no la hubiera visto antes. Estaba casada. Dio una vuelta al anillo en el dedo. No le había parecido real hasta entonces, en que se encontraba en aquella habitación a oscuras, con el hombre callado y tranquilo que se había convertido en su esposo.

Al levantar la vista hacia él, lo encontró mirándola.

– ¿Qué pasa? -le preguntó.

– Estamos casados -le dijo, con un tono de voz peculiar, como si acabara de darse cuenta.

– Sí -rodeó la cuna y le tomó las manos-. Estás muy hermosa hoy, Clare -le dijo con voz ronca-. Estoy orgulloso de ti.

– ¿De verdad?

Gray asintió.

– Te he estado mirando cuando hablabas con todo el mundo, les sonreías y les hacías creer que eras una novia como todas las demás, y ninguno de ellos ha sospechado siquiera lo duro que resultaba para ti.

– No más que para ti -acertó a decir Clare.

– La verdad es que no me resultó tan duro. Simplemente fingí que era real.

– ¿Y eso te ayudó?

– Sí -le apretó los dedos-, mucho -Gray frotó la alianza con el pulgar-. Si funciona, tal vez deberíamos seguir fingiendo durante un tiempo -le sugirió con una sonrisa que le derritió hasta los huesos.

– Sí, tal vez deberíamos -asintió Clare y se besaron al lado del bebé, que seguía durmiendo plácidamente.

– Vamos -le dijo, al tiempo que la guiaba hasta su habitación por el pasillo.

– ¿Y los demás? -le recordó, al ver que la hacía entrar en la alcoba y cerraba la puerta tras de sí-. ¿No se preguntarán dónde estamos?

Una sonrisa le iluminó el rostro.

– Se lo están pasando demasiado bien como para darse cuenta de que nos hemos ido, y si lo hicieran imagino que no les costaría adivinar dónde estamos. Lo extraño sería que permaneciéramos en la fiesta toda la noche, cuando todo el mundo espera que aproveche la menor oportunidad para estar a solas con mi mujer.

– Tienes razón -dijo Clare, fingiendo que estaba considerando el asunto-, y ya que queremos resultar convincentes -añadió-, deberíamos quedarnos aquí y sacarle el mayor partido posible a la situación. ¿No te parece?

– Exactamente -le dijo Gray, con una sonrisa que hizo que le diera un vuelco al corazón-. ¡Entonces, ven aquí, señora Henderson!

Clare le obedeció sin rechistar y no ofreció ni la menor resistencia mientras Gray le despojaba de la casaca, que caía al suelo como si de una tela de araña se tratara.

Después le tomó la mano y le besó la palma con ternura, antes de besar el interior de sus muñecas y dejar que sus labios subieran suavemente por su brazo, deteniéndose en la sensible zona del interior del codo y en la curva de su hombro, acercándola cada vez más a él con cada beso, hasta que Clare ya no pudo soportar el ardiente deseo. Incapaz de permanecer pasiva ni un momento más, le tiró de la camisa, hasta sacársela de los pantalones, y así después de que él la cubriera con sus besos, recorriendo su escote y su cuello hasta alcanzarle la boca, Clare pudo acariciarle la espalda mientras se besaban apasionadamente.

Sintió la calidez de sus dedos mientras le bajaba la cremallera del vestido, lentamente, dejando que se deslizara por sus caderas hasta caer suavemente al suelo y se estremeció de placer al notar el roce de los dedos masculinos en sus caderas y sus manos moverse sobre su piel desnuda. Presa de una gran excitación se arqueó sobre él y susurró su nombre.

– Creo que ya es hora de que lleve a mi esposa a la cama -murmuró Gray con una sonrisa.


Cuando Clare se despertó a la mañana siguiente ya era de día. Medio dormida dedujo que debía ser domingo, porque cualquier otro día de la semana estaba en pie antes del amanecer para hacer el desayuno a los hombres.

Se estiró con pereza antes de abrir los ojos por completo. El sol entraba por las rendijas de las persianas y se sentía mejor que nunca. Permaneció un rato inmóvil, sin abrir los ojos del todo, preguntándose por qué se sentía tan feliz, hasta que de repente los acontecimientos del día anterior acudieron a su mente.

Estaban casados. Se había convertido en la esposa de Gray. Levantó la mano y examinó la alianza, como para convencerse a sí misma de que era verdad, y sus labios esbozaron una sonrisa cuando recordó cómo había terminado el día.

Al rememorar como le había hecho el amor Gray, un cosquilleo le recorrió el cuerpo. La noche anterior la pasión que sentían el uno por el otro había alcanzado nuevas alturas y después del amor habían permanecido muy quietos, con los cuerpos enredados, pensando en lo que habían descubierto juntos, y murmurando palabras de amor, mientras volvían poco a poco a poner los pies en el suelo. Puede que estuvieran fingiendo, pero había parecido tan… real.

Clare se repetía que Gray no podía hacerle el amor de aquel modo sin quererla. Se le debía notar mucho lo que sentía, y si él no se encontraba aún preparado para amarla de la misma manera, estaba segura de que le llegaría el momento. Llena de esperanza, se había quedado dormida en sus brazos, con una sonrisa en los labios.

Todavía sonriendo con optimismo, Clare se volvió hacia el lado de Gray, pero no había nadie. Decepcionada al no encontrarlo allí, acarició con la mano la parte de la sábana donde había estado tumbado. Con un suspiro pensó en lo bonito que hubiera sido que estuviera allí al despertar, que sus ojos castaños le hubieran sonreído, mientras acercaba la mano para acariciarla, y que la hubiera besado, asegurándole después que lo ocurrido la noche anterior no había sido un sueño.

Clare intentó convencerse de que no lo podía tener todo. Habría sido perfecto haber hecho el amor lentamente con él otra vez por la mañana, y que le hubiera dicho que la amaba, pero no lo había hecho… al menos por el momento, así que solo le quedaba la esperanza.

No tenía sentido que pidiera más de lo que le podía dar. Sería feliz con lo que tenía.

La casa estaba en silencio. Tan solo se oía cantar a los pájaros. Al parecer todos excepto Gray estaban aún durmiendo, tras la fiesta de la noche anterior. Clare tomó el reloj que había sobre la mesilla de Gray. Normalmente a esa hora Alice estaba despierta, así que decidió ir a ver qué hacía.

Tras ponerse una bata de algodón, recogió la ropa que permanecía donde la habían dejado la noche anterior. Sobre el suelo, el vestido parecía un charco plateado. Clare sonrió al recordar cómo se lo había quitado Gray y lo colgó en una percha. Sería muy difícil plancharlo, pero no lamentaba ni una sola de sus arrugas.

También colgó la chaqueta de Gray, colocó sus pantalones doblados sobre una silla y metió la camisa y los calcetines en la cesta de la ropa sucia, antes de dirigirse, descalza, a la habitación de Alice.

La cuna estaba vacía y Clare pensó que Gray estaría dando de desayunar a la niña, así que se dirigió a la cocina. Mientras se acercaba, sin hacer el menor ruido, empezó a oír el parloteo ininteligible de Alice y sonrió al imaginar a Gray tratando de que no tirara la mayor parte de la comida al suelo o sobre su cabeza. El pobre seguía sin saber dar de comer a un bebé.

Todavía sonreía al llegar a la puerta de la cocina. Alice fue la primera en verla.

– ¡Gah! -gritó, blandiendo su cuchara, pero Clare no la miraba a ella. Lo que contempló le borró la sonrisa de los labios. Gray estaba allí, pero no dando de desayunar a Alice, y además no estaba solo.

Estaba abrazando a alguien y Clare supo al instante de quién se trataba.

Era Lizzy.

Fue como si una mano helada le agarrara el corazón. Había sabido desde el principio lo que Gray sentía por Lizzy, pero en el fondo no se lo había llegado a creer del todo hasta aquel momento en que vio la intimidad que había entre ellos, lo bien que parecían estar juntos.

Clare se sintió enferma. Le habría gustado darse la vuelta y desaparecer, hacer como si no los hubiera visto, pero no pudo moverse, se quedó muy quieta, mirando, mientras se desvanecía toda la alegría y el optimismo con que se había despertado.

– ¡Gah! -repitió Alice, esta vez con más fuerza, y al ver que seguían sin hacerle caso tiró la cuchara al suelo.

El sonido hizo que Gray levantara la cabeza y viera a Clare mirándolos, afligida.

– ¡Clare! -dijo y soltó a Lizzy para dirigirse hacia donde estaba ella.

Temerosa de traicionarse echándose a llorar en cualquier momento, Clare escogió la postura más segura y se refugió tras una máscara de fría indiferencia.

– No os preocupéis por mí -dijo con frialdad, mientras se agachaba para recoger la cuchara.

– Pensé que estabas dormida -dijo Gray.

Clare pensó, con amargura, que no le cabía ninguna duda de ello.

– ¿Ah, sí?

Gray entrecerró los ojos al percibir su tono irónico.

– Alice y yo vinimos a la cocina para hacerte una taza de té -perseveró.

– ¡Y me encontraron a mí llorando en tu cocina! -intervino Lizzy. Se secó la cara y sonrió con tristeza a Clare, que por primera vez se dio cuenta de que había estado llorando-. Lo siento, Clare, ya sé que es una mañana muy especial para ti. No quería estropeártela.

Parecía muy disgustada, pero no culpable de que Clare la hubiera sorprendido dando un apasionado abrazo a su marido, al día siguiente de su boda. Clare sintió que las garras de los celos empezaban a desclavarse de su corazón.

– ¿Qué ocurre? -preguntó.

Lizzy respiró profundamente.

– He decidido no casarme con Stephen -le dijo.

– Pero… ¿por qué? -Clare la miró consternada. Lizzy tenía que casarse con Stephen, ¿cómo si no iba Gray a olvidarla?

– Creo que no nos amamos lo suficiente -respondió Lizzy con tristeza.

Clare pensó que por lo menos no había dicho que, finalmente, había terminado por darse cuenta de que seguía enamorada de Gray. El miedo que había sentido al verlos abrazados había sido tremendo, pero aquello era casi igual de duro. Gray no la amaría nunca mientras Lizzy estuviera libre, mientras hubiera una remota posibilidad de que pudiera ser suya.

– Claro que amas a Stephen -se apresuró a decirle-. ¡Es maravilloso, divertido, inteligente y además está enamorado de ti! -vio como la expresión de Gray se endurecía. Estaba claro que no le nacían ninguna gracia sus intentos de convencer a Lizzy para que se quedara con Stephen, pero de todos modos siguió intentándolo-. No tomes ninguna decisión precipitada, Lizzy. Stephen es un buen hombre y está hecho para ti. Le echarás más de menos de lo que crees.

– Tú no lo entiendes -Lizzy sollozó de nuevo-, porque tienes a Gray.

– Créeme, sé de lo que estoy hablando -insistió Clare, sin mirar a Gray-, el amor de verdad solo se presenta una vez, y cuando ocurre se debe hacer todo lo posible por conservarlo -aquello, después de todo era lo que ella estaba haciendo-. No eches a perder algo que podría ser tan especial, porque lo lamentarás el resto de tu vida.

– ¡De eso se trata! -dijo Lizzy entre sollozos-. No estoy segura de que lo que Stephen y yo tenemos sea tan especial. Ayer os observaba a vosotros y cuando os mirabais era como si no hubiera nadie más en el mundo. Entonces me di cuenta de que si me casaba con Stephen no sería igual. Nosotros no tenemos lo que tenéis Gray y tú.

– Para nosotros, es… diferente -dijo Gray, lanzando una mirada de advertencia a Clare.

– Ya lo sé -asintió-. A eso me refiero. Entre vosotros hay algo que relampaguea cuando estáis juntos. Ni siquiera hace falta que os toquéis. Hay electricidad en el aire entre vosotros y eso no ocurre entre Stephen y yo.

Se hizo un incómodo silencio.

– Pero Stephen y tu parecíais felices juntos -insistió Clare, con desesperación.

Lizzy suspiró.

– Sí, claro. Nos llevamos bien, y lo quiero mucho, por supuesto, pero no se da entre nosotros esa chispa que veo entre vosotros. Cuando miro hacia atrás me doy cuenta de que tal vez nos comprometimos porque todas nuestras amistades empezaban a casarse. Tenemos muchas cosas en común y nos encontramos bien juntos, así que pensamos que eso bastaría, pero ahora que he visto cómo debería ser una relación, no me puedo conformar. Si me caso tiene que ser perfecto.

– Lizzy… -Clare la miró con desesperación-. Lizzy, nunca es perfecto. No puedes fijarte en nosotros, porque cada pareja tiene sus propias razones para casarse -continuó, escogiendo sus palabras cuidadosamente-. Gray y yo sabemos cuáles son las nuestras, pero no serían las más apropiadas para ti, ¿verdad? -añadió, mirando a Gray, desafiante, pero él no contestó.

Lizzy se pasó los dedos por los cabellos.

– Pensáis que soy una ridícula romántica, ¿verdad? -les dijo, con una sonrisa cansada-. Bueno, tal vez lo sea, pero creo que tengo razón. Anoche no pegué ojo -confesó-. Me pasé la noche pensando en Stephen y creo que no sería honesta con él si nos casáramos sin estar segura de que es el hombre apropiado para mí. En cuanto llegué a la conclusión de que en realidad no deseaba casarme con él, me sentí aliviada y supe que había tomado la decisión acertada -tomó un pañuelo de papel y se sonó la nariz-. La verdad es que no sé por qué lloro -admitió, avergonzada-. Imagino que será porque ya tengo treinta años y deberé empezar de nuevo. Todo el mundo está casado, menos yo. ¿Y si nunca encuentro al hombre que me conviene?

– Lo encontrarás -le aseguró Gray, al tiempo que le daba un fuerte abrazo-. Tengas la edad que tengas siempre serás maravillosa y te mereces lo mejor. Dentro de poco te tocará a ti, te lo prometo. Hay alguien esperándote y cuando lo encuentres sabrás que hiciste lo correcto al esperar a tu príncipe azul.

– Gracias, Gray -Lizzy le sonrió y le devolvió el abrazo-. Siempre has sido mi mejor amigo. ¡No pretendía pasarme la mañana llorando en tu hombro!

– Aquí lo tienes para cuando lo necesites -le dijo, abrazándola de nuevo-. Vamos Lizzy, deja de llorar y ve a darte una ducha. Nosotros te prepararemos un café. Ya verás como después te sentirás mucho mejor.

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