CAPÍTULO 11

ESA TARDE, Hope Rinucci volvió al hogar. Tony fue a buscarla al hospital tras insistir en que nadie lo acompañara porque quería estar a solas con su mujer.

Cuando la ayudó a bajar del coche, la madre miró sonriente al grupo que la esperaba y todos comprobaron que tenía buen aspecto. Sin duda, lo sucedido había sido una falsa alarma.

Un poco apartada de ellos, Minerva vio a una hermosa mujer en la cincuentena, una mujer capaz de atraer una admirada atención dondequiera que fuera, al margen de su edad. Minerva no pudo evitar una sonrisa cuando los hijos se acercaron a la dama. Más parecía un homenaje de los vasallos a su reina. Casi esperó que le besaran la mano.

Hope besó a cada uno de ellos. A Justin, el hijo mayor, a Evie, su esposa y a Mark, hijo del primer matrimonio de Justin. Luego se volvió a Pietro y Olympia.

– Ahora sí que podremos preparar vuestra boda -les dijo con una sonrisa.

Tras besar a los mellizos Carlo y Ruggiero, miró a su alrededor.

– ¿Y Franco?

– Lo verás más tarde, Mamma -respondió Carlo- No olvides que hay una enorme distancia entre Los Ángeles y Nápoles.

Por último, los ojos de Hope se posaron en la joven que contemplaba la escena en silencio.

– ¿Y tú eres Minnie?

– Sí, yo soy Minnie.

Hope la envolvió en un abrazo cálido y sincero y luego se apartó un poco para mirarla con atención.

– Luke me ha dicho que lo trajiste a Nápoles. Te lo agradezco de todo corazón.

Minnie, normalmente tan segura de sí misma, de pronto se sintió tímida frente a aquella imponente mujer.

– En realidad fue un viaje muy corto.

Una repentina tensión invadió a Hope. Algo indefinible, como una sensación de alerta que la obligó a ladear ligeramente la cabeza para escuchar mejor el tono de voz de la joven.

– Un viaje de tres horas no es muy corto, especialmente cuando a uno lo han sacado del sueño. Luke también me contó que lo has estado cuidando tras la explosión. Después me darás más detalles sobre el accidente.

– De todos modos me alegro de que se encuentre bien -dijo Minnie.

Sonriendo, Hope respondió con amabilidad y sus ojos se volvieron a Luke, que se había acercado a ellas. Tras repetir que se encontraba bien, la madre se opuso categóricamente a la sugerencia de ir a reposar. Media hora más tarde, un coche estacionó en el patio y por fin apareció el hijo que faltaba.

Franco había estado unas semanas en Los Ángeles y acababa de llegar a Nápoles tras trece horas de vuelo. Madre e hijo corrieron a abrazarse.

– Siempre he pensado que Franco es su favorito -comentó Olympia junto a Minnie-. Ella lo negaría, pero creo que se inclina un poco más hacia él. Aunque con Hope nunca se puede asegurar nada.

– A primera vista se ve que es una mujer fuera de lo común -convino Minnie.

– Hope lo ve todo, lo oye todo, lo sabe todo. Y luego empieza a hacer planes en silencio.

– ¿Hacer planes?

– Ella piensa que ya es hora de tener más nueras y no es una mujer que cruce los dedos y se siente a esperar los acontecimientos. Justin y Evie habían roto su relación, pero ella viajó a Inglaterra y volvió a unirlos.

– ¿Y que pasó con Pietro y tú? ¿También intervino en vuestra relación?

Olympia dejó escapar una risita.

– Debo admitir que Luke jugó el papel de Cupido entre nosotros. No lo creerías al verlo, ¿verdad?

– Diría que no tiene el aspecto de un Cupido -respondió al tiempo que lo miraba con la cabeza ladeada-. Aunque es verdad que Cupido se presenta de diversas formas. A veces aparece como un buen amigo, hasta que uno está preparado para algo más.

– Estoy segura de que bajo esa observación tiene que haber una historia fascinante -comentó Olympia.

– Y la hay -le aseguró Minerva.

Tras las nuevas presentaciones, todos notaron el cansancio de Franco antes de que pidiera hablar con su madre. Minerva descubrió un aliado inesperado en Mark, el hijo de Justin, un jovencito de trece años. Resultó que ambos había vivido en el mismo barrio de Londres, así que pasaron un buen rato juntos. «¿Te acuerdas de ese lugar donde…?», no dejaban de preguntarse mutuamente hasta que Evie, su madrastra se unió a ellos.

Tan pronto como la cena hubo concluido, Minnie se acercó a Luke.

– Es hora de dar las buenas noches a todo el mundo -le dijo en voz baja.

– ¿Tan pronto?

– No pretendo ser descortés, pero en realidad aquí estoy de más. Tu madre desea estar con su familia y yo debo atender mi correo electrónico. He traído el ordenador portátil.

– ¿Sueles llevar tu trabajo a todas partes? -preguntó sorprendido.

– Siempre es útil.

Minerva se despidió de Hope con la excusa de que todavía tenía sueño atrasado.

Ya en su habitación, tras conectar el ordenador intentó concentrarse en el trabajo, pero le resultó extrañamente difícil.

Desde abajo le llegaba el murmullo de los miembros de una familia feliz y eso aumentó la sensación de soledad que la invadía. «Éste no es mi sitio. Debo regresar a Nápoles con mi familia, que me necesita», pensó sorprendida de sus propios pensamientos.

Tras la muerte de Gianni, se consideraba una mujer autosuficiente. Por lo demás era natural que se sintiera como una forastera en medio de los Rinucci. Sin embargo, sentía como si la hubieran separado de Luke en el instante en que su corazón anhelaba estar junto a él. «Celos», pensó burlándose de sí misma. Y temor a perderlo, una emoción tan ajena a ella que le costó reconocerla.

Trabajó un par de horas mientras la casa lentamente empezaba a quedar en silencio.

Entonces apagó el ordenador y, tras darse una ducha, se preparó para ir a la cama. Luego apagó la luz y se quedó contemplando el jardín junto a la ventana. Los árboles aparecían cuajados de luces de colores. Bajo la ventana de pronto distinguió una terraza con una escalinata que conducía al jardín y de inmediato sintió la necesidad de encontrarse entre los árboles. No había nadie en el pasillo que conducía a la terraza.

Minutos después, Minnie corría sobre el césped hacia los árboles. Mientras contemplaba la bahía, la suave brisa marina la ayudó a relajarse.

Anhelaba la presencia de él, aunque extrañamente también deseaba alejarse de la villa y volver a Roma, a la vida que conocía y a la que pertenecía, de vuelta a los tiempos antes de Luke.

Minerva deseaba a ese hombre, aunque era una amenaza para una parte de su ser y por eso deseaba escapar; sobre todo porque Luke desconfiaba de ella tanto como ella de él.

– ¿Estás ahí?

Minerva se volvió y pudo ver que se acercaba de entre los árboles y su propia felicidad también fue una advertencia. «Aléjate de él ahora mismo».

– Sí, estoy aquí -dijo suavemente.

Luke se internó en las sombras con ella.

– Temía no volver a verte esta noche. ¿Saliste al jardín a buscarme?

– No, yo sólo… bueno, puede que sí.

– Toda la tarde he querido hablar contigo, pero no pude acercarme a ti. Aquí hay mucha gente. Me gustaría volver a Roma contigo, pero no puedo marcharme todavía.

Ella hizo una mueca irónica.

– El piso estará horriblemente vacío sin ti.

– Sí, y no tendrás a nadie que te sople las respuestas en esos tontos concursos televisivos.

– Es cierto. Luke…

Minnie le rodeó la cara con las manos al tiempo que lo miraba fijamente, llena de confusión, debatiéndose entre dos poderosas emociones.

– ¿Qué hay, Minnie? ¿A cuál de los dos estás mirando?

– Luke, no…

– ¿Quién es, Minnie? ¿Él o yo?

La joven lo atrajo hacia sí.

– Ahora no -susurró.

Él quiso decirle que necesitaba saberlo, pero su perfume lo silenció. Hasta entonces había resistido sólo por ella. Pero en ese momento era ella quien quería verle flaquear y le era muy difícil combatir su propio deseo.

Cuando sus labios se encontraron, Luke supo que no sería capaz de resistirse. La pasión que había mantenido bajo control afloró a la superficie, como si entre sus brazos Minnie fuese una llama que lo incendiaba impulsándole a besarla de un modo casi salvaje. Y la respuesta de la joven fue instantánea.

Minerva era una mujer experimentada que había vivido un amor apasionado, pero el celibato había ocultado el deseo siempre latente en su interior, a la espera de aflorar junto al hombre adecuado. Y percibía su ardiente deseo en el movimiento de su boca, en la sensualidad con que se ceñía al cuerpo masculino, en la calidez de su aliento que se mezclaba con el de Luke.

Minerva no se resistió cuando los labios de él se deslizaron por su cuello hasta la garganta y luego hasta el nacimiento de los pechos. Luke pudo sentir los fuertes latidos de su corazón y oyó el suave gemido que se escapó de los labios femeninos. Todo su cuerpo le urgía a una deliciosa conclusión. O al desastre.

– Minnie… espera -oyó lejanamente su propia voz. Y apelando a toda su fuerza de voluntad, se separó de ella-. Espera. Así no.

– ¿Qué? -susurró la joven.

– Mírame -pidió con urgencia. Ella alzó la vista casi sin verlo-. ¿Dónde estás, Minnie? Porque no te encuentras conmigo, ¿verdad? -murmuró.

«¿Y quién está contigo?», quiso añadir.

– ¿Por qué te preocupas ahora? -susurró la joven.

– Porque te deseo demasiado para arriesgar lo que podría haber entre nosotros -dijo con la voz enronquecida-. O tal vez me engaño a mí mismo y nunca podrá haber nada entre nosotros.

– No, no te engañas, pero… Han pasado tantas cosas, Luke… Si tú me deseas…

– Sí, te deseo como nunca un hombre ha deseado a una mujer, pero no así.

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Dónde está Gianni? ¿Me lo puedes decir? -inquirió. Minnie lo miró asombrada mientras se esforzaba por controlarse-. Él está aquí, ¿no es cierto? Está aquí porque siempre lo está, pero eso no es bueno. Quiero que vengas a mí, a mí, y no a una figura mitad yo mismo y mitad el hombre que realmente amas. Debes alejarlo de ti o decirme cómo deshacerme de él.

– No lo sé -exclamó con dolor.

– Debes saberlo si es que alguna vez ha de haber algo entre nosotros. Quiero hacer el amor contigo. Sólo Dios sabe cómo lo deseo, pero sólo cuando yo sea el primero para ti. Hasta entonces… -Luke se estremeció de ira y deseo-. Hasta entonces no puede haber nada entre nosotros -dijo entrecortadamente antes de apartarla de su cuerpo y alejarse rápidamente.

Fue un gesto brutal, pero tenía que hacerlo mientras todavía tuviera fuerzas. Cuando estuvo suficientemente lejos de ella, intentó calmarse y luego se atrevió a volver sobre sus pasos.

Luke alzó la vista y vio que había luz en la ventana de Minnie. Anhelaba subir a su habitación, rogarle que olvidara lo que había sucedido y decirle que aceptaría cualquier cosa con tal de tener un lugar en su cama y en su corazón. Pero ésa era la tentación más peligrosa de todas.

Para huir de esa tentación, tomó un sendero que se alejaba de la casa, cruzaba entre los árboles y pasaba junto a un banco que miraba a la bahía. Allí se sentiría seguro y en soledad.

Pero el banco estaba ocupado.

– Ven a sentarte a mi lado, hijo mío -lo invitó Hope, al tiempo que daba unos golpecitos al asiento.

Tras sentarse junto a ella, Luke se pasó la mano por los cabellos con un suspiro. Hope le dirigió una mirada comprensiva.

– Así que ya he conocido a la «camarera» -comentó con un guiño.

– ¿Camarera?

– La que atendió el teléfono cuando te llamé esa mañana al hotel. ¿No te parece que para ser una vieja tengo buena memoria?

– Nunca serás una vieja, y a veces me gustaría que tu memoria no fuera tan buena. Por lo demás, tú sugeriste que podría ser una camarera y yo…

– Y tú aprovechaste mi sugerencia como una buena manera de evadir cualquier pregunta. Admítelo.

– De acuerdo, soy un cobarde.

– No sé si recuerdas que también dije que por su tono me parecía una mujer apasionada, y ahora que he vuelto a oír su voz sé que no me había equivocado.

– Sí, aunque no es lo que piensas, Mamma -murmuró Luke mientras intentaba calmarse.

– Tal vez haya llegado la hora de que me expliques qué es entonces. ¿Voy a tener otra nuera o no?

– No lo sé. Es complicado.

– ¿Y por qué no me lo cuentas?

– ¿Qué es esto? ¿La Inquisición?

– Curiosidad maternal solamente.

– ¿Es que hay mucha diferencia?

– No mucha -admitió Hope al tiempo que le daba unas palmaditas en la mano-. Así que ríndete y cuéntamelo todo.

– De acuerdo, Minerva estaba en mi habitación aquella mañana, pero yo no estaba con ella.

– ¿Y dónde estabas?

– Sí, dinos dónde estabas -se oyó una voz desde las sombras. Madre e hijo alzaron la vista. Olympia se acercaba con una copa de champán en la mano. La joven se acomodó en un tronco caído cerca de ellos y los miró sonriente-. Soy toda oídos.

– El problema de haberme hecho con una hermana es que ahora hay otra mujer que mete las narices en la intimidad de un hombre.

– Entonces hago lo que me corresponde -observó Olympia alegremente-. Vamos, ¿dónde estabas?

– En la celda de una comisaría del Trastevere -confesó tras un profundo suspiro.

Sin dar muestras de desconcierto, Hope se limitó a asentir con la cabeza y Olympia se echó a reír.

– ¿Y qué hacías allí?

– Me vi envuelto en una pelea y me arrestaron. Charlie estaba conmigo… Ah, él es el cuñado de Minerva.

Luke también se echó a reír al recordar la escena sin advertir que su madre lo miraba fascinada.

– Así que Charlie y tú estuvisteis metidos en una riña callejera. ¿Y qué más? -inquirió la madre.

– Minnie fue a sacarlo del calabozo. Ya sabes que es abogada, así que también se hizo cargo de mi defensa.

Las dos mujeres prorrumpieron en carcajadas.

– Cómo me habría gustado estar allí. ¡Mi hijo, un hombre de negocios y ejemplo de sensatez, metido en una riña de borrachos!

– No he dicho que lo estuviera.

– Desde luego que sí -afirmó Olympia y Luke apretó los dientes.

– No olvido cuando partiste a Roma dispuesto a enfrentarte a ella -observó Hope.

Más relajado, Luke la miró con una sonrisa.

– Y lo hice. Por desgracia, lo hice en una celda y con la camisa desgarrada. Como no llevaba el carné de identidad, Minerva tuvo que ir a buscarlo al hotel, junto con mi teléfono móvil y ropa limpia. Así fue como atendió tu llamada.

– Te habías guardado lo mejor, hijo. Sólo me contaste que te habías mudado a la Residenza. Bueno, así que os habéis hecho amigos. Lo digo porque acudiste a ella cuando Toni te llamó.

Luke vaciló un instante.

– No tuve que ir a buscarla, Mamma. Estaba con ella.

– ¿En tu cama?

– No, en la de ella. Minnie me ha estado cuidando en su casa. Pero no es lo que piensas.

– No pienso nada, hijo mío, porque en tu relación con esa joven nada parece seguir su curso normal. ¿Cuál es exactamente tu relación con ella?

– Ojalá lo supiera. Me siento muy cercano a Minerva, como nunca lo he estado con otra mujer. Sé que me necesita, pero no soy el hombre que ama.

Hope alzó las cejas.

– ¿Ama a otro hombre y comparte tu cama?

– No en el sentido que piensas. Durante la última semana ha dormido junto a mí como lo haría con su perro. Todavía está enamorada de su difunto marido, Gianni Manfredi. Falleció hace cuatro años, aunque cualquiera pensaría que fue ayer, tan atada está a su recuerdo. No, me parece que es más que un recuerdo, es un fantasma del que no puede escapar. Constantemente ronda sus pensamientos, todo el tiempo está entre nosotros. Por las noches la he mantenido entre mis brazos mientras ella hablaba de él.

– ¿Y eso es todo? -preguntó Hope en un tono incrédulo y ligeramente escandalizado.

– Sí, y me hace parecer un pobre hombre, ¿verdad? De acuerdo, soy un pobre hombre, pero es lo que ella necesita. O habla de él o se vuelve loca. Como no puede hacerlo con los otros miembros de la familia, me ha tocado ser su confidente.

– ¿Y sólo le sirves para eso, hijo mío?

Luke dejó escapar una risa irónica.

– Sólo le sirvo para eso. Esta noche, por un momento albergué la esperanza… pero no, no era a mí a quien abrazaba.

– ¿Y por qué no la dejas? Hay muchas mujeres en el mundo.

Luke guardó silencio un momento, pero cuando habló fue como si a través de sus palabras por fin hubiera descubierto la verdad.

– No, Mamma. No para mí. No hay otra mujer cuya sonrisa me llegue al corazón como la de ella, o que me haga desear lanzarlo todo por la borda con tal de verla feliz.

– En otro tiempo nunca habrías hablado como lo haces ahora -observó Olympia con suavidad.

– En gran parte te lo debo a ti. Fuiste la primera mujer que me interesó de verdad, aunque sabía que perdería la batalla, como así sucedió. Así que ya tengo experiencia suficiente para hacer frente al desdén de Minnie.

Olympia se inclinó hacia él y lo besó suavemente en los labios.

– Podría asegurar que ella no te desdeña.

– Continúa con la historia -pidió Hope-. Cuéntanos algo más del hombre con el que se casó.

– Minerva se culpa de su muerte porque esa mañana sostuvieron una fuerte discusión. Ella salió de la casa a su trabajo. Él la siguió a la calle, cruzó la calzada sin fijarse y cayó bajo las ruedas de un camión. Murió en sus brazos. Era un tipo de buen talante, amable y cariñoso. Se ganaba la vida como conductor de camiones, así que dudo que hubiera sido un hombre capaz de deslumbrar al mundo, pero Minerva se sentía amada.

– ¡Vaya! -exclamó Hope-. ¡Así que un camionero te ha ganado la partida! A ti, que sabes cómo deslumbrar al mundo pero, ¿alguna vez has sido capaz de enamorar tanto a una mujer como para que nunca se haya recuperado de tu pérdida?

– Ya sabes que nunca. Y no hace falta insistir en ello, Mamma.

– No, porque tú mismo lo has comprobado. Has dicho con mucha ligereza que lo dejarías todo por ella. ¿Eran simples palabras o verdaderamente lo harías? ¿Podrías hacer que te amara a su manera aunque no fueras capaz de ahuyentar al fantasma? ¿Podrías vivir con él entre vosotros, sólo por ella?

– Ése es el pensamiento que me atormenta. ¿Me ama o simplemente se aferra a mí por necesidad?

– Y si fuera lo segundo, ¿la amarías de todos modos? El amor no es como un libro de contabilidad, hijo mío. No siempre se recibe lo mismo que se da. ¿La amas lo suficiente como para contentarte con menos con tal de que ella se sienta feliz?

– Ojalá me conociera mejor, Mamma. Hace poco rato estábamos juntos aquí en el jardín y en un momento pensé que podría hacer el amor con ella. Pero algo me detuvo, algo aquí -dijo al tiempo que se llevaba la mano al corazón.

– ¿Qué fue lo que te detuvo, hijo?

– El fantasma estaba allí, y yo no podía librarme de él. Y si yo no soy capaz, ¿cómo podría serlo ella? Le dije que nunca haría el amor si no era el primero en su corazón, pero…

– ¿Y si nunca lo consigues? ¿Qué pasaría entonces? -preguntó Olympia con suavidad.

Luke guardó un prolongado silencio.

– No lo sé. ¡Que el cielo me ayude, pero la verdad es que no lo sé!


A la mañana siguiente, cuando Minnie estuvo lista para partir, fue a despedirse de Hope acompañada de Luke.

– Por supuesto que debes atender tu trabajo -dijo la madre amablemente-, pero debes volver pronto. Hijo, confío en que te encargues de traerla a casa.

Los otros hermanos se acercaron a la joven.

– Debes perdonarme por no recordar tu nombre. Anoche estaba con la mente embotada a causa del desfase horario -Franco se disculpó.

– Se llama Minerva Manfredi -dijo Luke.

Sólo el observador más sagaz habría percibido el estremecimiento de Franco al oír el nombre. Minnie estaba demasiado absorta en sus problemas como para haberlo notado.

Luke la acompañó al coche.

– En un par de días estaré en Roma.

– Quizá tu madre quiere que te quedes más tiempo.

– No puedo arriesgarme -repuso en tono ligero-. ¿Quién sabe qué travesura legal se te ocurrirá en mi ausencia? Llegaré lo antes posible. Cuenta con ello.

– Esperemos que hayan terminado de reparar tu apartamento -repuso ella en el mismo tono.

– ¿Tan ansiosa estás por echarme de tu casa?

– Adiós -dijo Minerva al tiempo que le alargaba la mano con una sonrisa formal.

– Adiós -respondió Luke sin saber qué decir o hacer.

Luego se quedó contemplando el vehículo que se alejaba y lentamente volvió a la casa.

Franco se encontraba en la escalinata, también con la vista fija en el coche de Minnie y una expresión de perplejidad.

– ¿Qué pasa? -preguntó Luke mientras entraban en la casa.

– Nada… ¿Dijiste que su nombre es Minerva Manfredi?

– Sí. ¿Has oído hablar de ella?

– Tal vez. ¿Y su marido se llamaba…?

– Gianni -dijo Luke. Franco aspiró una gran bocanada de aire-. ¿Qué sucede? ¿Lo conociste?

– No mucho, pero sí lo conocí. Nos vimos unas cuantas veces.

– ¿En Roma?

– No, aquí en Nápoles. Solía venir a menudo.

– Sí, transportaba mercancías de Roma a Nápoles y también a Sicilia.

– Puede que sí. Aunque también venía a ver a una mujer.

Luke alzó bruscamente la cabeza.

– Eso es imposible. Estaba felizmente casado hasta que falleció, hace cuatro años.

Franco se encogió de hombros.

– Es posible, pero te digo que aquí tenía una mujer y un hijo.

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