CAPÍTULO 8

LUKE se instaló en una pacífica rutina en la que dormía mucho, recibía diariamente a la enfermera que iba a cambiarle las vendas Y luego atendía a sus visitas.

Todos los días, Teresa iba a verlo con Tiberius. Si antes Luke había sido su héroe, en esos días lo era aún más. Él había sido la víctima de una explosión destinada a ella y posiblemente también a su gato.

Minnie todavía era su adversaria, pero las discusiones habían perdido la acritud que antes las caracterizaba. Más bien eran bromas que se prodigaban como si fueran hermanos. Por las mañanas, tras levantarse, ella le preparaba café. Y cuando se iba a la oficina, Luke se dedicaba a la incómoda tarea de lavarse con la mano izquierda y más tarde se vestía con la ayuda de la enfermera.

Luego solían llegar los Manfredi acompañados de otros vecinos. Llevaban cosas para comer y normalmente se entretenían jugando a las cartas.

Cansada y siempre con una cartera llena de documentos, Minnie llegaba al atardecer. Una vez, Luke intentó prepararle la cena y armó tal lío en la cocina que la joven cortó de raíz sus buenas intenciones.

Era Netta la que voluntariamente se encargaba de preparar las comidas. Solía aparecer por las tardes y, tras una breve charla, se iba rápidamente a su casa y no volvía hasta la mañana siguiente, lo que sorprendía mucho a Luke.

Tras la cena, Minnie se instalaba a trabajar mientras él veía la televisión.

Una noche, tras estirarse con un largo bostezo, Minnie apartó los libros. Desde la puerta entreabierta del dormitorio pudo oír que Luke hablaba por teléfono con su madre.

Cuando hubo cortado la comunicación, la joven abrió la puerta.

– ¿Te apetece una taza de chocolate?

– Me encantaría.

Cuando volvió a la sala con las dos jarritas humeantes, encontró a Luke instalado en el sofá.

– ¿Le has contado a tu madre lo ocurrido?

– Todavía no. Se lo diré cuando me haya repuesto totalmente.

– Cuéntame algo más de tu familia. ¿Cuántos sois?

– Ocho, padres incluidos.

– ¿Seis hermanos y hermanas?

– Sólo hermanos. Hope, mi madre adoptiva, a los quince años fue madre soltera. Sus padres entregaron al niño en adopción y a ella le dijeron que había nacido muerto.

– ¡Canallas!

– Comparto tu opinión. Durante muchos años no supimos nada de él. Hope se casó con Jack Cayman, un viudo con un hijo llamado Pietro, porque su madre era italiana. Y ellos me adoptaron. Creo que no fue un matrimonio feliz y se rompió cuando Franco, un tío de Pietro, fue a visitarlos a Inglaterra. Mi madre adoptiva y él se enamoraron y más tarde tuvieron un hijo. Tras su divorcio, Hope pidió mi custodia y Pietro se quedó con su padre. Pero Jack falleció dos años después y la familia Rinucci se hizo cargo de Pietro en Italia. Hope fue a buscarlo y así fue como conoció a Toni Rinucci, hermano de Franco. Y se casó con él.

– ¿Y qué fue de Franco? Si ella se había quedado con el hijo, ¿no formaron una familia tras el divorcio?

– No, Franco ya estaba casado y tenía dos hijos. No quiso abandonar a su esposa.

– ¿Y no se crean tensiones en las reuniones familiares?

– No se ven a menudo. Franco vive en Milán, a muchos kilómetros de Nápoles, como sabes.

Minnie contó con los dedos.

– ¿Cómo es que dices que hay seis hijos?

– Toni y Hope tuvieron mellizos, Carlo y Ruggiero. El año pasado, Justin fue a Nápoles a conocer a su madre y celebramos una gran reunión familiar en la Villa Rinucci. Y tiempo después volvió a Nápoles para casarse.

Luke guardó silencio como si acabara de darse cuenta de algo que le sorprendía.

– ¿Qué pasa?

– Justin se casó hace apenas seis semanas.

– ¿Y por qué te sorprendes?

– Porque me vine a Roma al día siguiente, lo que significa que he estado aquí sólo seis semanas.

Habían pasado tantas cosas, que le parecía conocer a Minnie desde siempre. Sus ojos se encontraron y Luke supo que ella había comprendido. De pronto la verdad estaba entre ellos, innegable, incluso para ella. Luke le acarició suavemente la mejilla.

– Minnie… -susurró.

– Luke…, por favor. Sigue hablándome de tu familia.

La magia del momento se rompió al instante. Fue como si jamás hubiese existido. Incluso Luke, el menos sutil de los hombres, supo que si intentaba prolongarla se produciría un desastre.

– Bueno, parece que somos una extraña familia.

– Sí, aunque tú eres un Cayman en medio de una familia de Rinuccis. ¿No te consideras un poco excluido?

Luke reflexionó un instante.

– No lo sé bien. Justin tampoco es un Rinucci. Se llama Justin Dane.

– Y posiblemente, Pietro también es un Cayman.

– No, adoptó el apellido de la familia hace muchos años. Yo también pude haberlo hecho. Mi querido viejo Toni dijo que me consideraba tan hijo suyo como los demás, y que le complacería que adoptara el apellido si lo deseaba.

– ¿Pero tú no quisiste?

– ¿Piensas que es extraño?

– No comprendo que alguien prefiera no pertenecer a una familia si tiene la posibilidad de hacerlo. Fuera de la familia todo es tan… frío.

– No me siento excluido exactamente. Creo que hay una cierta terquedad en mí, algo que me impulsa a permanecer fuera, o al menos a sentirme libre cuando lo desee. ¿Tiene alguna importancia?

– Es posible que sea importante para los que te han acogido. Pueden sentirse rechazados.

– Creo que lo comprenden.

– Si te quieren, desde luego que sí; aunque eso no excluye que tal vez se sientan heridos -observó Minnie, pero al ver que Luke fruncía el ceño, añadió-: No debí haberlo dicho. Eso sólo te concierne a ti. Es que a mí me encanta formar parte de una gran familia y tiendo a olvidar que algunas personas se sienten un poco agobiadas entre tanta gente.

– No, agobiado, no. Es sólo que… Tienes razón. Soy el único que no está emparentado biológicamente con los demás hermanos. En realidad, nunca antes lo había pensado. Sin embargo, supongo que de alguna manera nunca he dejado de sentir en mi interior que ellos están unidos por lazos de sangre y yo no.

– Pero eso no tiene importancia -objetó Minnie, con sinceridad-. Yo no estoy unida a los Manfredi por lazos de sangre, pero me considero una más de la familia porque tanto ellos como yo lo queremos así.

No dijeron nada más, pero las palabras de Minnie lo mantuvieron despierto varias horas. Había en ella una sincera aceptación de la vida y una necesidad de amor y seguridad de la que él carecía. Y nunca como en esos tiempos había sido más consciente de ello.


Por esos días, Luke empezó a realizar el cambio de los termos en todas las viviendas. El personal técnico que examinó la finca identificó varios termos peligrosos, aunque concluyó que la mayoría de ellos eran seguros.

– No importa, quiero que los cambien todos -le dijo Luke a Minnie una noche mientras examinaban los presupuestos-. Y deja de lanzarme esa mirada tan cínica.

– Porque me siento así. Otra vez empiezas a jugar al gran héroe.

– ¡Dame paciencia, Señor! -exclamó furioso-. Mujer, ¿por qué piensas lo peor de mí a la menor oportunidad?

– No necesito una oportunidad y no me llames mujer.

– ¿Cómo quieres que te llame? De todas maneras, esto no tiene nada que ver con jugar al héroe. Lo hago por Netta. No hay necesidad de cambiar su termo, pero no me atrevería a mirarla a la cara si se entera de que la signora Fellini, que vive al lado, tiene uno nuevo.

Minnie se echó a reír.

– ¡Cobarde!

– ¡Claro que lo soy! Netta me asusta, aunque no tanto como tú.

– ¡Oh, sí, yo te causo mucho miedo! ¿A quién pretendes engañar?

Minnie había estado cocinando y en ese momento, con la cara enrojecida por el calor de la cocina, estaba más bonita que nunca. Todas las buenas intenciones repentinamente abandonaron a Luke y le puso la mano izquierda en la nuca para atraerla hacia sí.

– Arpía, si no te tuviera tanto miedo, te besaría ahora mismo.

– Pero me temes -le recordó ella con voz temblorosa.

Luke pensó que esas palabras podrían indicar tanto un rechazo como un desafío. Aunque siempre le habían gustado los desafíos.

Con bastante torpeza, se las ingenió para rodearla con el brazo lesionado. A esa distancia tan corta, Minnie no pudo dejar de notar la inquietante sonrisa de sus labios y la ardiente mirada de sus ojos.

– Cada vez me vuelvo más valiente, aunque tu derechazo todavía me pone nervioso.

– No te pongas nervioso -murmuró-. Nunca golpearía a un hombre lesionado. Sería… incorrecto.

– Tienes razón -susurró en tanto inclinaba la cabeza hacia los labios de la joven-. Podría demandarte.

En cuatro años de soledad, Minnie había coqueteado algunas veces, aunque habían sido relaciones que morían antes de empezar. Un beso, y eso era todo. Y después una desesperada desilusión.

Sin embargo, el beso de Luke fue muy diferente. Una caricia que la impactó por su intensidad. Minnie alzó una mano para protestar, pero la dejó caer al sentir los labios de Luke sobre los suyos. Había desterrado de su vida sensaciones tan cálidas como las que se apoderaron de ella en ese instante y que amenazaban con hacerle perder el control. Eran sensaciones puramente físicas que nada tenían que ver con la ternura y, sin embargo, intensamente excitantes.

Minnie pensó que era una locura devolverle la caricia, pero lo hizo. Incluso puso una mano en la nuca de Luke para besarlo con mayor plenitud.

Por lo demás, incluso si lo hubiera deseado ya no había vuelta atrás, aunque era lo que menos deseaba en ese instante. Toda la sensualidad suprimida durante tanto tiempo había aflorado a la superficie. Y esa sensualidad le gritaba que todavía podía vivir su vida, le recordaba la dulce sensación de volver a encontrarse en los brazos de un hombre, especialmente de un hombre como Luke, que sabía cómo utilizar la boca para complacer a una mujer hasta dejarla derretida.

Minnie separó los labios de un modo invitador, mientras sus manos le acariciaban la cabeza, los hombros y se deslizaban por la espalda. Cada caricia era una violación a las reglas que se había impuesto, pero no le importaba. Más tarde habría tiempo para arrepentirse, aunque no lo haría… nunca se arrepentiría.

De improviso, sintió que esas palabras gritaban en su interior sacándola de la dulce oscuridad en la que estaba sumida. Minerva vivía con un secreto que encerraba un arrepentimiento, y era tan amargo que en su vida casi no había espacio para nada más. Había sobrevivido gracias a la cautela, y en ese instante sintió que temerariamente la arrojaba lejos de sí.

Debía salir de la trampa que su propia locura había creado. Y había una sola forma de hacerlo.

Minnie intentó recuperar el control de sí misma y, cuando al fin lo logró, puso las manos sobre el pecho de Luke para apartarlo de ella. Entonces, él la miró con unos ojos en los que se leía interrogación y esperanza a la vez.

– No es una buena idea -murmuró la joven.

– Minnie… -susurró con urgencia.

– De verdad que eres un hombre muy valiente -comentó con la esperanza de controlar el temblor de su voz y de que sonara graciosamente ligera.

– ¿Me vas a golpear después de todo? -murmuró Luke con una mirada tan tiernamente burlona que Minnie casi anheló volver a sus brazos.

– Mucho peor que eso -dijo al tiempo que se reclinaba en el sofá con una mirada divertida-. Luke, para ser un hombre tan inteligente, me asombra que no te hayas dado cuenta.

– ¿Darme cuenta de qué?

– Del astuto plan de Netta. ¿Crees que fue una casualidad que sus parientes anunciaran repentinamente su visita cuando tú estabas allí?

– Me pareció un tanto extraño, especialmente porque no han aparecido por su casa.

– Y no lo harán. Esa visita fue cancelada en cuanto Netta logró lo que se proponía: que vinieras a mi casa. ¡Luke, entérate! ¿No ves lo que está tramando?

– ¿Te refieres a ti y a mí?

– Sí, intenta llevarnos al altar.

– ¿Qué?

– Sí, lo que oyes. Ella piensa que todos los problemas de la Residenza se resolverán con nuestro matrimonio. He intentado hacerle comprender que se equivoca, que eso nunca va a suceder. Pero en cuanto logro derribarle un plan, ella sale con otro.

– ¿Netta intenta…?

– Es una conspiradora llena de malicia. Pero no te aflijas, yo no tengo proyectos respecto a ti. Te he traído a casa porque estabas en tan mal estado que no podía dejarte a su cuidado. Aquí estás seguro. Lo que acaba de pasar entre nosotros… Bueno… no significa nada.

Los ojos de Luke se encendieron.

– ¿Nada?

– Oye, han sido cuatro años. ¿Cuánto tiempo crees que una mujer puede vivir como una monja? Y tú eres un hombre atractivo. De acuerdo, caí en la tentación. ¿Nunca te has sentido tentado aun cuando una parte de ti dice «mejor no»?

– Ah, sí -repuso en tono irónico-. Esas palabras describen exactamente mi estado mental desde que nos conocimos. Tienes un «mejor no» escrito en toda tu persona, aunque debo confesar que me atraen los riesgos.

– Bueno, te arriesgaste y fue agradable, pero ahora hemos recuperado la razón.

– ¿Sí?

– Bueno, a menos que quieras llegar al altar conmigo bajo la mira del rifle de Netta -comentó y luego se paró a pensar un instante-. Oh, Luke, lo siento. ¿Dices que quieres casarte conmigo? Nunca pensé que…

– Por supuesto que no -replicó al instante-. No quiero ser grosero, pero…

– Ni yo tampoco, pero… -lo interrumpió ella-. Ésa es la cuestión, Luke. ¡Pero! Dos personas se besan y eso no tiene mayor trascendencia-. Dejémoslo así. Sólo espero… -Minnie se paró en seco y con una convincente expresión de alarma se precipitó a la ventana para examinar las cortinas-. Afortunadamente estaban corridas. Nadie nos ha visto, así que podemos decir que nuestro secreto está a salvo.

– Gracias al cielo -dijo Luke imitando el tono divertido de ella-. Y gracias por avisarme.

El infierno se congelaría antes que permitirle sospechar que no tenía el menor deseo de reír.

Más tarde, ambos se alegraron de poner fin a la velada. Y tras asegurarse mutuamente que todo había sido una broma, escaparon del otro lo más pronto posible.

Luke se quedó largo rato en la sala, sumido en sus reflexiones. No estaba de humor para burlarse del plan de Netta. Más bien habría querido decir que era la mujer más sabia del mundo. Lo único que deseaba era entregarse a Minerva totalmente, en ese mismo momento y sin vuelta atrás.

Sin embargo, como hombre sensato que era, decidió resistirse a esa locura con la esperanza de que el sueño reparador le devolviera la cordura.


Cuando Netta supo que le iban a instalar un termo nuevo, loca de alegría anunció que lo celebrarían con una fiesta.

– ¿Y por qué no esperas que lo instalen primero? -preguntó Minerva.

– Porque cuando esté instalado habrá otra celebración.

– Por supuesto. Debí haberlo imaginado.

– Hasta yo lo pensé -intervino Luke, con una sonrisa.

Netta llevó a Minerva a la escalera para que nadie las oyera.

– ¿Cómo van las cosas?

– No van. Simplemente nos tratamos como hermanos -declaró en tono desafiante.

Netta la miró horrorizada.

– ¿Él no ha…?

– No.

– Porque no te empeñas lo suficiente -sentenció antes de marcharse.

Minnie se quedó a solas unos minutos. Habría sido imposible confesarle la verdad. No era una chica inexperta, sino una mujer que durantes largos años había vivido un amor apasionado. Sin embargo, el beso de Luke la había impactado dejándola desorientada, como si hubiese sido el primer beso de su vida.

Le parecía que relacionarse con Luke era como estar con dos hombres a la vez. Uno que podía llevarla a la ira y al rechazo y otro capaz de llevarla a las profundidades del deseo hasta hacerle anhelar fundirse en él.

Pero no eran dos seres. Era un solo hombre que la estaba volviendo loca. Desesperada, había optado por revelarle el plan de Netta con la esperanza de poder reír juntos de las artimañas de la mujer. Su idea había funcionado en parte, aunque no podía evitar las sensaciones que se apoderaban de su cuerpo cada vez que pensaba en él, especialmente por las noches.


La fiesta de Netta se celebró la noche siguiente y durante la primera hora, todo sucedió como Minnie había esperado. Luke fue recibido como el salvador de todos los vecinos.

Entonces, se acercó a ella con una sonrisa.

– Intenta no parecer como si te hubieras tragado un erizo -murmuró.

– No seas injusto. Te lo has ganado y no te guardo rencor por tu popularidad.

– Mentirosa -susurró en el oído de la joven y su cálido aliento le produjo escalofríos.

Más tarde, Minnie observó que algo le pasaba a Luke. La sonrisa se había convertido en una mueca y tenía la frente perlada de sudor.

Entonces se acercó discretamente y lo alejó de una chica que intentaba coquetear con él.

– Es hora de irse a casa.

– Tonterías, me encuentro bien.

– No es verdad, te duele mucho, y como buena madre que soy te llevaré a casa.

Luke asintió, incapaz de negarse. Minnie dijo unas palabras a Netta y luego bajaron al piso.

– Sabes lo que están comentando ahora, ¿verdad?

– ¿Porque nos hemos marchado temprano? -preguntó Minnie.

– Sí. Seguro que mañana Netta espera un anuncio formal. ¿Qué le dirás?

– Nada. Me limitaré a sonreír enigmáticamente. Eso la volverá loca.

Luke se echó a reír al tiempo que indicaba el brazo y la mano vendados.

– Mírame. ¿Cómo se imagina Netta que yo podría…?

– Como lo hace un erizo, con mucho cuidado.

Luke volvió a reír, pero a Minnie no se le escapó la mueca de dolor.

– ¿Por qué no dijiste que no te encontrabas bien?

– Supongo que por un estúpido orgullo. He estado ejercitando el brazo y posiblemente me excedí un poco.

– Más que un poco. ¿Has tomado los calmantes?

– No, pensé que ya era hora de empezar a prescindir de ellos.

– Deja que los médicos lo decidan.

Minnie le llevó un vaso de agua mineral y dos calmantes que Luke tomó de inmediato.

– Creo que debes irte a la cama. Vamos, yo te ayudaré -dijo la joven.

Luke le pasó el brazo por los hombros y entraron en el dormitorio. Con una expresión absolutamente impersonal, le quitó la ropa hasta dejarlo en calzoncillos. Luego lo acomodó sobre las almohadas y lo cubrió con la colcha.

– Lo siento -suspiró Luke.

– No seas tonto -replicó ella al tiempo que se sentaba en la cama, junto a él-. No debí haber permitido que fueras a la fiesta. ¿Quieres que me marche para que puedas dormir?

– No, quédate y cuéntame algo -murmuró.

– ¿Como qué?

– Dime, ¿fue cierto lo que dijiste? -preguntó de improviso.

La joven lo miró intrigada.

– ¿Decir qué?

– La noche de la explosión dijiste: «¡Oh, Dios, otra vez no!» ¿O lo soñé?

En ese instante, Minnie comprendió lo que quería decir. Desesperada al verlo en el suelo y cubierto de sangre, lo había acunado en sus brazos con una intensa sensación de haber vuelto al pasado. A ese día. Y durante un instante terrible, Minnie no supo a cuál de los dos estrechaba contra su pecho.

Un nudo en la garganta le impedía contestar la pregunta de Luke. Tras dejar caer la cabeza entre las manos, se quedó inmóvil con los ojos cerrados hasta que sintió que una cálida mano le acariciaba suavemente los cabellos.

– Cuéntame.

– No puedo -dijo con la voz enronquecida.

– Minnie, tienes que contárselo a alguien o vas a enloquecer. ¿Qué es lo que has estado ocultando tanto tiempo? ¿Por qué no puedes hablar de ello?

– Porque no puedo. ¡No puedo! -exclamó con vehemencia.

– Confía en mí, carissima. Puedes contarme cualquier cosa. Soy tu amigo.

Luke pensó que volvería a rehusar, pero Minnie alzó la cabeza con un estremecimiento.

Sus ojos estaban anegados en lágrimas. Y, tras una larga pausa, comenzó a hablar.

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