CAPÍTULO 3

D OS HORAS más tarde, Minerva se presentó ante el juez de paz, Alfredo Fentoni, vestida con la toga negra de los abogados. Fentoni, que la conocía, le sonrió con benevolencia.

Minnie tuvo que admitir que el aspecto de Luke había mejorado considerablemente. El traje le confería una sobria respetabilidad y el afeitado lo había transformado en un hombre normal y corriente. Aunque, a decir verdad, Luke distaba mucho de ser un hombre corriente.

En ese momento, Minerva fue más consciente que nunca de la habilidad con que aquel hombre astuto disfrazaba su verdadero carácter. Ese talento lo convertía en un hombre convincente y, por tanto, aún más peligroso.

Ya no era el tipo venido a menos que había conocido esa mañana. De hecho, había sido una ilusión. Lo real era ese individuo que había entrado con paso firme en la sala de audiencias como si fuera su dueño y luego se había sentado en el banquillo de los acusados con aire de impaciencia, como si hiciera un favor al tribunal.

Minerva era su abogada, por tanto estaba obligada a emplearse a fondo en beneficio de su cliente, pero la tentación de bajarle los humos era casi irresistible.

Y en breves instantes comenzó el juicio. Los cuatro jóvenes matones de la noche anterior también se encontraban en el banquillo, sonriendo o frunciendo el ceño por turnos. Tenían su propio abogado, un hombre dispuesto a refutar todos los argumentos de Minerva. Pronto quedó claro que intentaba hacerles parecer como víctimas inocentes.

Comparados con Luke, los mozalbetes eran más pequeños y delgados y, en un momento dado, el abogado los señaló con la intención de invitar al juez a hacer comparaciones. Un hombre sensato habría hundido los hombros o algo parecido; sin embargo, para desesperación de Minnie, Luke se irguió y cruzó los brazos sobre el pecho en una actitud que parecía agresiva. Minerva concentró todas sus fuerzas en lograr que los matones se contradijeran entre sí y se mostraran tal como eran para desenmascararlos finalmente.

El público disfrutó el momento en que el abogado quedó en silencio por falta de argumentos mientras Minnie extendía las manos como si dijera: «Ya ve, señor juez». Los miembros de la familia Manfredi estallaron en aplausos y Netta los hizo callar. «Más que una abogada es una artista consumada. Portentosa», pensó Luke, impresionado a su pesar.

Y él iba a ser el próximo desafío de esa mujer. Empezaba a disfrutar ante la perspectiva.

Finalmente, Fentoni declaró que estaba harto y a todos les impuso una fuerte multa.

Netta dirigió a Luke una mirada resplandeciente y sus ojos se iluminaron más aún cuando él insistió en pagar la multa de Charlie. Los hermanos del joven se agruparon a su alrededor al tiempo que le daban golpecitos en la espalda.

Minerva dejó escapar un gemido.

– Netta, no es un héroe. Posiblemente Charlie nunca se habría metido en ese lío si no hubiera estado con él.

– Usted ya ha decidido que soy culpable -observó Luke, junto a ella-. ¿No se supone que debe dar crédito a su cliente?

– Usted no es culpable -intervino Netta con firmeza-. Esta noche celebraremos una fiesta en casa y será el invitado de honor.

– Muy amable por su parte, signora -repuso Luke.

– No tendrá dificultad en encontrar la Residenza Gallini. La reconocerá por los cascotes que caen del edificio -comentó Minnie, en tono sombrío.

– Y si no me doy cuenta, estoy seguro de que usted me los enseñará -replicó Luke, con suavidad.

Estaba a punto de marcharse cuando Minnie lo detuvo.

– Comuníquese con su madre en cuanto pueda -dijo en voz baja-. Llamó por la mañana cuando me encontraba en su habitación. Y recogí el mensaje -añadió antes de alejarse.

Luke la detuvo con una mano en el brazo.

– Irá a la fiesta esta noche, ¿no es así?

– Desde luego, aunque sólo sea para impedir que siga engañando a mi pobre familia.

– Hasta el momento no ha tenido mucha suerte -observó con una sonrisa sarcástica.

– La práctica me hará mejorar. No olvide llamar a su madre -dijo en un tono que daba por finalizada la conversación.

Luke marcó el número de Hope, que respondió de inmediato.

– Querido, lo siento. No quería ser indiscreta, pero olvidé que era muy temprano.

– ¿Qué quieres decir?

– Esta mañana una joven atendió mi llamada. Parecía encantadora, aunque colgué de inmediato.

Mamma, no es lo que parece.

– Tonterías. Cuando una mujer atiende el teléfono de un hombre a las siete de la mañana, siempre es «lo que parece».

Luke miró alrededor y descubrió los ojos de Minnie fijos en él. Estaba claro que podía adivinar todo lo que su madre le decía. Luke le dio la espalda.

Mamma, escúchame. Estás equivocada.

– Espero que no. Me pareció muy agradable. Verás, había algo en su tono, una suave vibración, como la voz de una mujer de naturaleza apasionada…

– Mamma…

– No seas tonto, Luke. ¿No entiendes que es una broma? -dijo entre risas-. Probablemente era la camarera que te llevaba el desayuno. Espero que estuvieras en la ducha.

– Sí -dijo, aliviado.

– No debí haberme reído, aunque me complacería mucho pensar que ya te has olvidado de Olympia.

Cuado Luke cortó la comunicación, notó que Minnie lo miraba con una expresión cómicamente divertida.

– ¿Le importaría decirme qué le dijo a mi madre?

– Muy poco. Pero ella no necesitó ningún estímulo para pensar lo que usted piensa que ella pensó. Lisa y llanamente, cree que las mujeres piden a voces una migaja de su atención y gimen desoladas si usted no las mira. ¿Quién es usted? ¿Un Casanova?

– Lo soy según mi madre.

– ¿O tal vez ella pensó que se trataba de algo más simple, con dinero de por medio?

– No, ella sabe que no suelo utilizar dinero. Al menos no en el sentido que usted se refiere.

«Desde luego que no. Este hombre nunca tendría que pagar a una mujer para que compartiera su cama», pensó Minnie, sin poderlo evitar. Aunque ese pensamiento no contribuyó a mejorar su opinión sobre él.

– Estoy seguro de que mi madre no sugirió nada parecido.

– No, fue muy amable y me aseguró que «comprendía perfectamente». Tuve que resistir el impulso de decirle que el infierno se congelaría antes de…

– ¿Antes de qué?

Minerva le lanzó una mirada gélida.

– Antes de bailar al son que usted me toque, como ha hecho con los otros. Netta, cara -Minnie se volvió para abrazar a su suegra, que apareció a su lado-. Debo irme a la oficina.

– Entonces podrías llevar al señor Cayman al Contini.

– No creo que…

– Queda muy cerca de la Via Veneto -insistió la mujer.

– ¿La Via Veneto? -preguntó Luke, intrigado.

– Allí tengo mi despacho. Puedo llevarlo, si lo desea. Adiós, Netta. Nos veremos esta noche.

Luke guardó silencio hasta que estuvieron en el coche rumbo a la Via Veneto.

– Pensé que tenía su despacho en la Residenza, puesto que era la dirección que aparecía en sus cartas.

– Se podría decir que tengo dos. El oficial en la Via Veneto y el extra oficial en el Trastevere.

– ¿Y el no oficial es para los amigos, parientes y cualquier vecino del barrio que pueda acabar en la comisaría? -aventuró Luke.

– También para los inquilinos de la finca cuando necesitan que los represente contra un propietario que, además de avaro, es un tirano.

– ¿Se refiere a mí?

– No, a Renzo Tanzini. He batallado con él durante largos años y luego… bueno, ahora no es el momento de hablar del asunto.

– Le agradezco que me ayudara a salir del calabozo. Por cierto, envíeme su minuta con la de Charlie incluida. Se saldará cuantos antes.

– No hace falta.

– Es una buena oportunidad para congraciarme con Netta.

– ¿No lo ha intentado ya?

– Eso la enfurece más que nada, ¿no es así? En su mundo ideal, ella tendría que odiarme tanto como usted.

– No lo odio, signor Cayman. Sencillamente me limito a pedir un trato justo con sus inquilinos.

– ¿Y usted no cree que lo recibirán?

– Verá, el tono de sus cartas no me inspiró ninguna confianza.

– Y el tono de las suyas me hizo pensar en una vieja arpía calzada con botas claveteadas.

Ella dejó escapar una risita malvada que Luke encontró extrañamente agradable.

– Y lo aplastaré con esas botas. Espere y verá.

Algo en el timbre de su voz hizo recordar a Luke las palabras de su madre. Tonterías. Hope había inventado aquello de la mujer apasionada para gastarle una broma. Y la autosugestión había hecho el resto.

– ¿Cuál es su oficina? -preguntó cuando llegaron a la Via Veneto.

– Ahí arriba, a la izquierda -dijo al tiempo que señalaba un lujoso edificio.

Luke quedó impresionado e hizo el resto del trayecto en pensativo silencio hasta que ella lo dejó en el hotel. Más tarde, cuando estaba en su habitación, sonó el teléfono.

Era Olympia, la joven que había perdido hacía sólo dos días, aunque a él le pareció que habían pasado dos años por todo lo que le había sucedido.

– Luke, ¿estás bien?

– Desde luego. No te preocupes por mí.

– Es que te marchaste tan repentinamente que no tuve oportunidad de despedirme de ti… y darte las gracias.

Su dulce voz, ligeramente ronca, le recordó que siempre lo dejaba extasiado y le pareció que eso también ya pertenecía al pasado.

– ¿Cómo está Pietro?

– Tan agradecido como yo por haber contribuido a unirnos.

– No intentes hacerme pasar por un noble perdedor -le rogó.

– Un noble y generoso perdedor.

– ¡Olympia, por favor!

Ella se echó a reír y, tras intercambiar algunas palabras más, él cortó la comunicación bastante relajado, con la sensación de que su corazón estaba a salvo.

Luego se quitó la ropa y fue a la ducha para sacarse de encima la opresiva atmósfera de la celda de la comisaría. Sus pensamientos estaban concentrados en la próxima batalla que libraría contra la signora Minerva y cómo se enfrentaría a ella. Le había sorprendido comprobar que era una mujer más joven y hermosa de lo que había pensado. Sin embargo, el instinto le dijo que también era más fuerte e impredecible.

En ese momento, Luke recordó lo que Charlie le había contado cuando ella se marchó al hotel y quedaron solos.

– Minnie y mi hermano Gianni se adoraban. No es la misma desde que él falleció.

– Entonces es viuda -comentó muy sorprendido.

– Sí, hace cuatro años. Y se mantiene así, y no por falta de proposiciones. Todos los hombres van tras ella. Incluso yo mismo.

– Pero eres demasiado joven.

– Eso es lo que dice Minnie. Aunque no sería tan diferente si yo fuera mayor. Lo que pasa es que no soy Gianni. Y él era su mundo. Cuando falleció, parte de ella murió con él.

Luke intentó congraciar ese retrato con la mujer vibrante que había conocido, y no lo logró. Sin embargo, guardó la información en su mente para su futura campaña. Podría serle útil.


Incluso si no hubiera sabido dónde se hallaba la Residenza, Luke habría distinguido desde lejos el lugar en que se celebraba la fiesta.

Las luces del patio, así como las de toda la finca, estaban encendidas e iluminaban la calle. Eso le hizo recordar la Villa Rinucci de Nápoles, su hogar de tantos años, desde que Hope se casó con Toni Rinucci. Estaba enclavada en una colina y por las noches sus luces se veían desde lejos, incluso iluminaban el mar.

Claro que había una gran diferencia entre la lujosa mansión y esa gran casa de vecindad venida a menos. Por eso lo desconcertó experimentar en ese patio la misma sensación de agrado que sentía en la villa.

«Seguro que es por las luces, que siempre proporcionan una sensación de cálida acogida», pensó Luke al tiempo que entraba sonriente mientras que, a sus espaldas, el taxista resoplaba bajo el peso de su contribución a la fiesta.

Cuando Netta lo llamó desde una ventana, él indicó las cajas de vino y cerveza. De inmediato se escucharon vítores de alegría y varios jóvenes bajaron ruidosamente la escalera y se llevaron a Luke junto con las cajas.

Netta lo abrazó efusivamente. Esa mañana había visto a la familia en el tribunal, pero en ese momento pudo saludarlos a todos. A Alessandro, Benito y Gasparo, que eran los hermanos de Charlie; Matteo, el hermano de Netta, su esposa Angelina y sus cinco niños. Tomaso, el marido de Netta, le dio unos golpecitos en la espalda y lo aclamó como un salvador mientras varios tíos y tías mayores intentaban acercarse a él. En un momento dado, Luke pensó que el pequeño apartamento se desplomaría con tanta gente como la que había allí.

Sin embargo, por más que la buscó con los ojos, no pudo localizar a Minnie.

Charlie se acercó a él para ofrecerle una copa.

– Gracias, pero ahora ha de ser zumo de naranja. Esta noche no voy a correr riesgos.

– Vamos, toma una cerveza.

– No lo presiones, Charlie -dijo una voz femenina-. No quiere acabar como anoche ni cargar contigo otra vez.

Era ella, arreglada tan vistosamente que lo dejó sorprendido. Llevaba unos pantalones de color púrpura que se ajustaban perfectamente a sus caderas y una blusa de seda de un extravagante color rosa. El efecto era sensacional. Se había peinado hacia atrás y su cara, despejada de cabellos, realzaba su delicada estructura ósea y blanca tez. Parecía una persona totalmente diferente a la austera letrada de la mañana.

– Gracias por venir a salvarme.

Ella se echó a reír.

– Me figuro que una ración doble de Charlie en un día es más de lo que el hombre más sólido podría soportar. Le traeré un zumo de naranja.

Minerva volvió con el zumo y tuvo que ir a atender a otro invitado. Luke la contempló, impresionado a su pesar por su esbelta figura. Era difícil conciliar a esa llameante criatura con la mujer que había muerto con su marido, según palabras de Charlie.

La habitación se llenaba cada vez más a medida que llegaban los invitados. Algunos lo miraban con curiosidad y Luke adivinó que todo el mundo ya estaba enterado de su identidad. Pronto se vio envuelto en innumerables presentaciones y no le pasó por alto el hecho de que todas las jóvenes intentaban coquetear con él.

De pronto empezó la música. En ese espacio tan reducido parecía imposible que alguien pudiera bailar, pero ellos lograron lo que parecía tan poco probable.

Luke participó activamente en la fiesta hasta que empezó a sentir el cansancio de un día sin dormir. Aunque por ningún motivo iba a dejar pasar la oportunidad de alternar con sus inquilinos para facilitar la comunicación con ellos y, de paso, darse el gran placer de poner nerviosa a la signora Minerva.

Cuando tuvo un momento libre vio que Minnie pasaba junto a él.

– Tenemos que bailar-dijo al tiempo que le tomaba la mano.

– ¿Tenemos?

– Desde luego. Cuando dos países están en guerra es costumbre que los jefes de estado bailen juntos.

– Tengo entendido que eso sucede cuando la guerra ha terminado.

– Entonces vamos a establecer un precedente -dijo al tiempo que le enlazaba la cintura con el brazo.

– Muy bien -replicó ella-. Sólo por las apariencias.

Minerva alzó la vista y descubrió en su mirada una mezcla de ironía y de invitación a compartir la broma. «Al diablo con este hombre tan atractivo que podría hacerme bajar la guardia, aunque sólo fuera por un momento», pensó.

– ¿Cómo se encuentra ahora?

– Más humano y bastante más pobre -repuso Luke.

– Espere hasta que vea mis honorarios. Realmente le harán sentirse pobre.

– No olvide incluir lo de Charlie -le recordó.

– ¿Cree que le cobraría algo a Charlie? Es mi cuñado.

En ese momento Minnie deseó que hubiera menos gente en la habitación para no sentirse tan próxima al cuerpo de Luke. Había notado que todas las mujeres lo miraban con admiración y las comprendió, porque algo del encanto varonil que emanaba de ese hombre se había infiltrado en ella misma, aunque se dijo que estaba a salvo de cualquier tentación. Sin embargo, se sentiría más segura si pudiera bailar unos centímetros más separada de él. Hacía demasiado calor y apenas podía respirar.

– Debo ir a ayudar a Netta. Disfrute de la fiesta -Minerva se excusó apenas terminó el baile.

Luke asintió con la cabeza y la dejó marchar. Empezaba a tomar conciencia de que había pasado toda la noche en una celda de la comisaría, totalmente despierto.

Había decidido dormir unas horas en la tarde, pero lo habían bombardeado con llamadas telefónicas por asuntos de negocios y finalmente sólo había tenido tiempo de darse una ducha. En ese momento, se dio cuenta de que no había sido suficiente. Se le cerraban los ojos a pesar de sus esfuerzos por mantenerlos abiertos.

Finalmente, se escabulló del apartamento y tras echar una mirada alrededor, descubrió un pasillo que comunicaba la escalera con los pisos que daban a la calle. Allí no había nadie. Luke se sentó en el suelo, agradecido de haber encontrado un lugar donde descansar la cabeza un momento. Muy pronto volvería a la fiesta. Cerraría los ojos sólo unos minutos… sí, apenas unos minutos…

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