Capítulo Dos

El camarero llegó para tomar nota. Julie pidió su cena y esperó a que Todd hiciese lo mismo. Él apenas miró la carta, y simplemente mantuvo la mirada fija en ella.

– ¿Perdiste? -preguntó-. ¿Quieres decir que no ganaste?

– Eso es. Ya sabes cómo es. El perdedor tiene que hacer la parte desagradable. Eso sería la cita contigo. Algo desagradable.

– ¿Perdiste?

– Si hace que te sientas mejor -dijo ella antes de dar un sorbo a su copa-, me alegro de haber perdido.

– No sabes lo mucho que me afecta esa confesión.

– No deberías tomártelo tan mal. Mira la situación desde nuestra perspectiva. Tu propia tía abuela, que te conoce de toda la vida, está dispuesta a pagarle a una, mujer para que se case contigo. Imaginamos que tenías chepa y quizá una enfermedad extraña que te hubiese deformado la cara. Como el hombre elegante.

– ¿Pensabas que era como el hombre elefante?

– Fue una consideración. Y, aun así, me he presentado aquí.

– Perdiste y yo soy una cita de compasión. Genial.

– No puedo creer que Ruth te ofreciera un millón de dólares.

– No por la cita. ¿Recuerdas? La cita es gratis. Tengo una solución muy sencilla al problema; no me propongas matrimonio.

– Oh, claro. Es fácil para ti decirlo, pero ahora ya no tengo nada con qué entretenerme durante el postre.

Mientras Julie se reía, se admitió a sí misma que Todd no era en absoluto como se había imaginado. Cualquiera con un número detrás de su nombre tenía que ser estirado, pero él no lo era. Le gustaba… mucho.

– Deberías haber conseguido algo por la cita -dijo él-. Cincuenta mil, al menos.

– ¿Sabes? Ni siquiera había pensado en eso. Pero, si la abuela Ruth vuelve a mencionarlo, le pediré un cheque.

– Yo también me alegro de que perdieras -dijo él, mirándola a los ojos.

– Gracias. Aunque no era difícil de predecir. Me encantan las tijeras y mis hermanas lo saben. Así que alguien siempre saca la piedra.

– Una manera interesante de determinar tu destino.

– ¿Destino? -preguntó ella, arqueando las cejas-. ¿Estás diciendo que tú eres mi destino?

– Ninguno de los dos pensábamos que las cosas iban a ir tan bien -dijo él, encogiéndose de hombros-. Tal vez el destino haya metido baza esta noche.

– No me hables del destino ni del universo, por favor. Mi hermana Willow siempre me dice que todos tenemos un destino al que no podemos escapar. Es muy dulce y la quiero mucho, pero a veces me dan ganas de estrangularla. Además, si vieras las cosas que come… repollo y tofu, y bebidas adelgazantes -Julie se estremeció.

– ¿Vegetariana?

– Casi siempre. Aunque tiene una lista de comida que no está considerada como carne. Como las hamburguesas en un picnic o los perritos calientes en un partido de los Dodger.

– Interesante.

– Es genial. Marina también. Es la pequeña de la familia. Imagínate, podrías haber salido con cualquiera de ellas.

– Estoy contento con la hermana que tengo.

– Pero no me tienes-aunque pensó que podría tenerla, recordando cómo se había sentido en sus brazos.

– Dame tiempo.


Julie miró por el retrovisor por enésima vez en los últimos siete minutos. La cena había sido fabulosa. No recordaba nada de la comida, aunque estaba segura de que había sido fantástica. Era la conversación lo que recordaba. Las palabras sexys, las risas… la conexión.

No recordaba la última vez que un hombre le había atraído tanto. Todd era increíble. Divertido, listo, y entendía su sentido del humor, cosa que no siempre ocurría. Y la química entre ambos… Todd podía hacer que se derritiese con sólo mirarla.

Todo eso estaba muy bien, ¿pero estaba preparada para llevar las cosas hacia donde evidentemente se dirigían? Su oferta de seguirla a casa para asegurarse de que llegaba bien era una excusa muy pobre para lo que verdaderamente estaba ofreciendo: Todd desnudo en su cama.

La pregunta no era si lo deseaba; porque lo deseaba intensamente. No se trataba del deseo, sino de ser sensata. No había tenido un hombre en su vida desde Garrett… Aunque no iba a pensar en ese bastardo mentiroso en ese momento. El tema era que hacía mucho tiempo que no tenía una cita. Estaba desentrenada. La noche había ido bien, ¿pero significaba eso que debía invitar a Todd a entrar para acostarse con él?

Aún no lo había decidido cuando llegaron a su casa. Aparcó frente al garaje y salió del coche. La noche estaba tranquila y no era demasiado fría pues, aun estando en otoño, aquello seguía siendo Los Angeles, donde el tiempo real no servía.

Estaba nerviosa. Todas las células de su cuerpo le rogaban que aceptase la oferta de aquel hombre. Su piel ansiaba ser tocada, y a sus hormonas no les vendría mal un poco de acción. Pero su cerebro le advertía que tuviera cuidado. Todd era encantador, ¿pero qué sabía realmente de él? Además, el sexo en la primera cita no era algo bueno.

El aparcó en la calle y salió, luego miró a su alrededor.

– No es lo que esperaba-dijo mientras se aproximaba a ella-. Pensé que vivirías en un lugar nuevo y brillante.

El vecindario era antiguo, con muchas casas que habían sido convertidas en dúplex. A Julie le gustaban la atmósfera tranquila y los detalles rústicos.

– Estoy cerca del trabajo e incluso tengo un pedazo de césped-dijo ella-. No soy de vivir en apartamentos.

Todd le dirigió una sonrisa y le acarició la mejilla con el pulgar.

– Menos mal que no hemos ido a mi casa -dijo.

– Déjame averiguar. Todo es cristal y acero.

– Eso también, pero principalmente porque está más lejos.

Y, sin más, la besó.

Su boca era cálida y firme, aunque gentil. Se movía lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y a ella le gustaba. Le gustaba sentir sus manos en la cintura.

Julie se acercó un poco más y le colocó los dedos en los hombros. Por suerte, su bolso tenía una correa larga, de modo que no tenía que perder tiempo en sujetarlo. Quería tener la libertad de explorar sus brazos y su espalda.

Deseaba que el beso continuara. A pesar de que Todd no lo intensificara, sintió cosquilieos en todas las partes de su cuerpo, incluyendo algunas que le sorprendieron. Sentía presión en el pecho, las piernas temblorosas y tuvo la sensación de que jamás podría recuperar el aliento.

Todd se giró levemente, le besó la mejilla y bajó por la mandíbula, Le mordisqueó el lóbulo de la oreja, lo que hizo que diera un respingo y se estremeciera. Luego deslizó la lengua por su cuello.

Julie sintió cómo el vello se le erizaba y supo que no podría sobrevivir un segundo más si no la besaba. Besarla de verdad.

Por suerte, Todd parecía ser bueno adivinando el pensamiento. La besó de nuevo en la boca, Julie separó los labios y él introdujo la lengua en su boca, como si su deseo se equiparase al de ella.

Julie recibió su lengua, saboreando la pasión entre ellos. Mientras exploraba su boca con la lengua, Todd bajó las manos hasta sus caderas y la acercó más.

Julie pensó dos cosas en ese momento. Que la presión de sus pechos contra su torso era una tortura maravillosa, y que Todd estaba tremendamente excitado.

Se los imaginó a los dos desnudos, tocándose. Se moría de deseo, y ese deseo la volvía loca. Trató de controlar el deseo que sentía hacia un hombre al que apenas conocía, pero era como tratar de agrupar gatos; sin sentido y un poco absurdo.

Todd se apartó un poco y le tomó la cara entre las manos.

– Ahora es cuando se supone que yo digo que debería irme -dijo él mientras la miraba a los ojos-. Es como me educaron y lo correcto.

– Las buenas maneras son importantes -murmuró ella.

– Estoy de acuerdo. Aunque hay una opción alternativa.

– ¿Las malas maneras?

Todd sonrió y la besó suavemente.

– Te deseo, Julie. Puedo darte una lista de buenas razones por las que esto es una mala idea, pero te deseo. Desesperadamente.

– Buenas maneras, un conversador inteligente y unos besos fantásticos -susurró ella-. ¿Quién podría negarse a eso?

– Yo no.

– Yo tampoco.

Julie sacó las llaves del bolso y condujo a Todd hacia la puerta principal. Una vez dentro, dejó las llaves y el bolso en la mesa que había junto a la entrada.

Todd se quitó lo que parecía ser una chaqueta muy cara y la dejó caer al suelo. Luego la acercó a su cuerpo y la besó con tal pasión, que hizo que se preguntara con qué intensidad podría hacer otras cosas.

Ella le devolvió los besos con la misma intensidad, deslizando las manos por su pecho, acariciando la suavidad de su corbata de seda y el algodón de su camisa. El deslizó una mano por sus nalgas, apretando con fuerza y levantando otra vez la mano para acariciarle un pecho.

Incluso a través del tejido del vestido y del sujetador, Julie sintió sus dedos fuertes explorando, torturando, acariciando. Se detuvo en el pezón, estimulándolo suavemente y dándole ganas de desnudarse por completo para que pudiera acariciar su piel desnuda.

Todd la echó hacia atrás. Ella agarró su corbata y consiguió quitársela antes de comenzar a desabrocharle los botones de la camisa mientras él se encargaba de la cremallera del vestido.

Llegaron al pasillo. Julie había dejado la luz del salón encendida, pero allí estaba oscuro. El la besó por el cuello, haciéndola gemir, llegando hasta el escote del vestido y hundiendo la boca entre sus pechos. Al mismo tiempo, Julie encontró el interruptor de la luz y él le bajó la cremallera. La luz se encendió a tiempo para ver cómo el vestido caía al suelo.

– Eres preciosa -dijo él mientras le acariciaba los pechos-. Caliente y suave, y no me importa que sea tóner de fotocopiadora; hueles muy bien.

Ella se rió mientras él le frotaba los pezones. Todo su cuerpo se tensó, mientras su parte más húmeda clamaba atención.

Sin dejar de tocarle los pechos, Todd se inclinó para besarla de nuevo. Ella cerró los labios alrededor de su lengua y absorbió hasta que él también se estremeció.

De pronto, aquello no era suficiente. Julie deseaba más; lo deseaba todo. Deseaba sentir su peso encima de ella. Deseaba que la penetrara una y otra vez hasta hacerle sentir el placer del orgasmo.

– La ropa -dijo ella-. Llevas demasiada.

– Buena observación.

Mientras Todd se quitaba la camisa, ella terminó de zafarse del vestido y lo condujo hasta su pequeño dormitorio. La luz del pasillo era más que suficiente para lo que iban a hacer. Se giró para mirarlo y vio que Todd la estaba contemplando.

– ¿Qué?

– ¿Estás intentando matarme? Eres una fantasía andante. ¿Saben tus compañeros del bufete lo que llevas debajo de tus trajes?

Julie observó su ropa interior de color rosa. Eran un tanto provocativos, pero nada especial. Los había comprado de rebajas.

– Probablemente sospechen que llevo ropa interior -murmuró ella mientras se quitaba los zapatos-. Prefiero que piensen eso a que no llevo nada en absoluto. Eso sería asqueroso -entonces se quitó uno de los tirantes del sujetador-. ¿Querías que me quitara esto?

Todd ya se había quitado los zapatos y estaba bajándose los pantalones. Mientras ella hablaba, pudo apreciar su erección palpitante bajo los calzoncillos.

– Eso sería fantástico -contestó él.

Sus pantalones cayeron al suelo, deteniéndose en sus tobillos. No pareció darse cuenta. En vez de eso, se quedó mirando sus pechos.

Ella se desabrochó el sujetador y lo lanzó sobre la cómoda.

Realmente no supo si lo había lanzado bien, pues estaba demasiado concentrada en la expresión de Todd. El deseo y la sorpresa se mezclaban en una mirada tan apasionada y masculina, que hacía que le costase trabajo respirar.

Había estado antes con hombres y había estado razonablemente segura de que la deseaban. Pero Todd la miraba como si fuese su última comida. Su apreciación hizo que se sintiera especial y exótica, y más que ansiosa por hacer sus sueños realidad.

Todd se movió hacia ella y estuvo a punto de caerse al tropezar con los pantalones.

– Soy un desastre -murmuró mientras se liberaba de los pantalones y se quitaba después los calcetines.

Julie pensó en decirle que le gustaba el hecho de que no fuera perfecto. Hacía que pareciese más accesible. Pero entonces la abrazó contra su cuerpo y hablar se convirtió en una actividad complicada.

Sus manos estaban por todas partes; en sus brazos, en su estómago, sobre sus pechos desnudos. No la besó mientras exploraba sus curvas y acariciaba suavemente sus pezones con los dedos. En vez de eso, se quedó mirándola a los ojos, y Julie estuvo a punto de rogarle que la poseyera.

– Todd -susurró.

El la echó hacia atrás hasta que sintió la cama tras ella. Luego la envolvió con sus brazos, se giró y los dos acabaron sobre el colchón.

Ella aterrizó sobre él, con las piernas abiertas y sentada sobre su erección.

– Ahora te tengo justo donde te quería -dijo él con una sonrisa- En mi poder.

– Yo estoy encima -dijo ella-. Yo mando.

– ¿Quieres apostar?

Todd le colocó las manos en las caderas y la movió hacia delante y hacia atrás. Incluso a través del tejido de la ropa interior, Julie sintió el calor y la fricción. Con un gemido, se dejó llevar por el placer.

– Justo así -murmuró él mientras comenzaba a masajearle los pechos.

La combinación de sensaciones era increíblemente sensual. La tensión se aferraba a sus músculos mientras sentía cómo se acercaba más y más al climax.

«Así no», pensó ella. No tan deprisa. No cuando aún llevaban ropa. Pero tampoco podía dejar de frotarse cada vez más rápido.

Sin previo aviso, Todd le giró con él hasta que acabaron los dos de lado. Le quitó las bragas con un movimiento suave y luego se despojó él de los calzoncillos. Antes de que Julie pudiera darse cuenta, estaba con la espalda sobre la cama y sentía su boca en el pecho izquierdo.

Todd lamió y jugueteó con su pezón hasta volverla loca de placer. Al mismo tiempo, deslizó una mano entre sus piernas y exploró su parte más húmeda.

Le llevó menos de tres segundos encontrar aquel punto tan mágico. Lo rodeó con los dedos antes de comenzar a moverlos con un ritmo suave y perfecto que hizo que el final fuese inevitable.

Julie se dejó llevar por las sensaciones hasta que apenas pudo respirar. Agarró la manta con los dedos y hundió los talones en el colchón. Todd se movió para besarla en la boca y, cuando sus lenguas se encontraron, Julie se perdió en las profundidades del orgasmo.

El climax pareció durar una eternidad, acabando con su voluntad con cada sacudida.

Sin embargo, finalmente fue consciente de su erección presionando su muslo. Abrió los ojos y encontró a Todd sonriendo.

– Ha estado bien -dijo él-. Al menos para mí. Creo que para ti ha sido mejor que bien.

– Lo ha sido -dijo ella mientras le acariciaba el labio inferior con el pulgar-. ¿Estás listo para algo mejor que bien para ti?

– Pensé que nunca me lo dirías.

Se colocó entre sus piernas y presionó hasta que Julie sintió cómo la penetraba. Arqueó las caderas hacia él, deseando sentirlo entero. Entonces Todd se apartó, volvió a penetrarla y ella lo rodeó con los brazos, acercándolo a su cuerpo, disfrutando del peso casi tanto como de lo que le estaba haciendo.

Porque había comenzado de nuevo. La sensación de necesidad y deseo. El calor aumentando en su interior mientras los músculos se tensaban. Cada vez más rápido. Sus respiraciones comenzaron a sonar entrecortadas. Ella sintió cómo sus brazos empezaban a temblar mientras buscaba ese momento de no retorno.

Se había sentido vacía durante tanto tiempo, que había olvidado la gloria de ser poseída por un hombre decidido a complacerlos a los dos.

Todd se inclinó para besarla mientras ella sentía las primeras sacudidas, y entonces gimió y la penetró con más fuerza. Julie sintió cómo se quedaba rígido antes de estremecerse.

Tras meterse bajo las sábanas, Julie reposó la cabeza sobre su hombro. Él tenía los brazos a su alrededor y ella el muslo apoyado contra el suyo. Ese era uno de los momentos perfectos de la vida. Esos momentos que más tarde recordaría como una noche fantástica.

– Gracias -dijo él mientras jugueteaba con su pelo- Ha sido…

– ¿Espectacular? -preguntó ella.

– Iba a decir alucinante, pero espectacular también.

– He perdido práctica-dijo ella, cerrando los ojos con una sonrisa-. Muchas gracias por la lección.

– No te has comportado como si hubieras perdido práctica. Parecía como si hubieses leído el manual de cómo activar todos mis botones.

– ¿De verdad? ¿Todos?

– Bueno, tal vez te hayas dejado uno.

– Tendré que ocuparme de eso la próxima vez.

Todd se rió, y dijo:

– Palabras para convertir a un hombre en tu esclavo sexual. ¿Puedo quedarme?

Dos palabras que captaron su atención. Tal vez llevase tiempo sin tener citas, pero recordaba casi todas las reglas. Después del sexo, sobre todo después de un encuentro tan inesperado, la mayoría de los hombres preferían vestirse e irse. No tenía mucha experiencia personal, pero sí muchas amigas que lo habían sufrido.

¿Todd quería quedarse? ¿Allí? ¿Con ella? ¿Por la noche?

– Tenía planes para luego -dijo ella-. Supongo que puedo cancelarlos.

– Muchas gracias. ¿Roncas?

– No -contestó, riéndose-. ¿Tú?

– Duermo tranquilamente -se giró para poder besarla-. Aunque no creo que vayamos a dormir mucho esta noche.


Poco después de las dos de la madrugada, observó la luz de la luna reflejada en la cara de Julie y supo que lo había estropeado todo desde el principio.

No tenía que haber sido así. No tenía que sentirse atraído por ella. Por lo que le habían dicho, Julie Nelson era una chica bonita y codiciosa que necesitaba que le dieran una buena lección, y él era el hombre que se había ofrecido a enseñársela. Había esperado encontrar a una fresca insulsa y superficial.

En vez de eso, había encontrado a una mujer guapa, divertida, inteligente y sincera que le hacía reír y querer volver a creer en las posibilidades.

En ese momento debía sentir que le había hecho un favor al mundo. En vez de eso, se sentía como un completo imbécil. Lo había estropeado todo y no sabía cómo arreglarlo. Le gustaba Julie. Le gustaba mucho.

¿Cómo iba a explicarle que no era Todd Aston III y que la habían engañado?

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