Capítulo 15

Cuando regresaron a Grafton Park, Elspeth comenzó a montar cuatro horas diarias para evitar coincidir lo menos posible con su marido. De todas maneras, él andaba atareado con los mozos de cuadra y los entrenadores, preparándolo todo para la temporada de carreras local. Sin embargo, estaba obligada a asistir a las cenas todas las noches, una prueba extremadamente dura que ella afrontaba con pavor. Grafton se emborrachaba a menudo y se comportaba de modo ultrajante. Y fuera cual fuera la excusa que ella ponía para abandonar la mesa cuando la cena había terminado, él insistía en que se quedara. Entonces ella le servía más oporto o tocaba el piano para distraerle, o se limitaba a escuchar sus desvaríos.

No pensó que le resultaría tan difícil volver a acomodarse a su antigua existencia. Había pensado que podría continuar con su vida, desterrando los recuerdos de Darley para rememorarlos con cariño sólo de vez en cuando, como se hace con los recuerdos de la niñez. Pero las cosas no fueron tan fáciles. No había podido dar media vuelta y desconectar, sin más. De hecho, los pensamientos sobre Darley se arremolinaban en la mente con mayor frecuencia a medida que pasaban los días… como si después de experimentar la dicha, su malestar se hubiera puesto más de relieve.

Tenía presente que ella sólo era una más de la legión de mujeres que se habían rendido ante los encantos de Darley. No podía permitirse anidar fantasías inútiles. Ella estaba donde estaba, mientras que el marqués había regresado a la vorágine social londinense. Y cuanto antes le olvidara mejor para ella.


Tras volver de Newmarket, Sophie observaba a su joven ama con creciente preocupación. Elspeth había perdido peso, si bien las horas que pasaba sobre la silla de montar eran razón más que suficiente para su delgadez. Pero además tenía poco apetito, a pesar de los pasteles y dulces que Sophie le ofrecía con la esperanza de abrirle el apetito a la criatura. Esta mostraba poco interés hacia la comida. De hecho, cuando Elspeth se levantaba por las mañanas, apartaba las sábanas a un lado, se bebía el chocolate, se vestía para montar y se dirigía al establo, como si el diablo le pisara los talones.

Y así pasaban volando los días en Grafton Park. Los horarios de equitación de Elspeth sólo se alteraban cuando los pony de Grafton participaban en las competiciones locales. Esos días, Sophie y ella tenían que estar bien arregladas y esperando a las nueve en el pórtico delantero, donde un carruaje las aguardaba… al igual que hacía el carruaje de Grafton.

Lord y Lady Grafton nunca viajaban juntos. En el carruaje del conde se transportaba la silla de ruedas, su ayuda de cámara, el hombre que le empujaba la silla, la licorera de viaje y él. Como muchos de los hacendados de provincias, prefería estar rodeado de hombres. Las buenas maneras se las dejaba a los finolis de la alta sociedad.

No es que Elspeth fuera reacia a viajar sola. Ni se daba por ofendida por tener que asistir a las carreras, salvo porque no tenía más remedio que sentarse al lado de Grafton, en su palco. Le insistía para que interpretara el papel de esposa cuando sus caballos estuvieran sobre la pista. Durante los intermedios entre las carreras, Elspeth aprovechaba la oportunidad para ir a saludar a sus viejas amigas: sus compañeras de clase de la escuela femenina Dame Prichard, todas ya casadas y con hijos, que la proveían de una inagotable fuente de noticias locales y chismes. Elspeth se sorprendió sintiendo un interés nuevo y extraño hacia los hijos de éstas. Dicha fascinación, por supuesto, estaba directamente relacionada con su añoranza de Darley. Lo entendía muy bien… al igual que entendía que cualquier embriagadora realidad que tuviera que ver con Darley y niños no era más que pura fantasía.

En el transcurso de aquella verde primavera inglesa, Elspeth nunca se olvidó de anotar en su diario el recuento nocturno de los días que duraba su matrimonio. La suma total de días le daba coraje para afrontar otra mañana, otro día, otra noche tediosa junto a su marido.

Y así habría continuado la vida de Elspeth si un día de junio no hubiera recibido una carta, una carta que cambió el curso de los acontecimientos.


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