Victorino Perdomo

…Y aunque el compañero Belarmino Solís, por supuesto que no se llama Belarmino Solís, por supuesto, responsable de nuestra Unidad Táctica de Combate, opina que todavía no estoy en edad de afeitarme, lo evidente es que se equivoca, me salen unos pelos cimarrones, tan respetables como los cachetes azulosos de los curas españoles, la hojilla fue gillette en su juventud, ahora no pasa de lámina mellada, es la única que tengo, la brocha pierde pelos a simple vista, el espejo está enfermo de lagunas costrosas, llagas que nada reflejan, me he refugiado en esta pensión de mala muerte y peor…

Parado frente al espejo, tras de ensayar en la cama pensamientos y rotaciones de insome desde las tres de la madrugada, Victorino comprueba una vez más en nervios propios que el trance más amargo no se padece durante la acción misma; el trance más amargo es esta corrosiva espera, la sucesión mental de pasos aún no dados pero que van a darse en una hora próxima, los futuros movimientos que es preciso clavarse en la memoria, las futuras reacciones que deben diluirse en el instinto, tú sacas el revólver a las 4 y 27, tú entras por esta puerta a las 4 y 27, tú.

…vida para independizarme del yugo familiar, de la protección paternal, del amor maternal, de las conversaciones hogareñas, pierde pelos la brocha pero finalmente le saco unas barbas artificiales de patriarca, si no me concentro en la trayectoria de la navaja, si no me concentro me buscaré una cortada de esas de yodo y…

Lo más importante es el camino de la huida, repite una y otra vez el comandante Belarmino Solís, responsable de la UTC. Se refiere a la dirección precisa que va a tomar cada uno de ellos, tan pronto esté cumplida la acción. Les ha hecho recorrer paso a paso, en tres friolentas madrugadas de ensayo, esos itinerarios de dispersión de los vehículos y los hombres. Y en los mediodías, aferrado a un plano que él mismo ha dibujado, insiste en señalar, métanselo en la cabeza, las coordenadas invisibles con su dedo índice de San Juan Evangelista, Es exactamente por aquí que tú vas a correr, Este es el punto donde los espera el carro con el motor prendido, Lleva el revólver engrasado y montado pero no dispares sino en un caso extremo, óyelo bien, en un caso extremo.

…algodón, carajo, era inevitable la cortadura, mellada la navaja, el pensamiento en otra parte, también las manos como si estuvieran en otra parte, el tajo ha sido en la mitad de la barbilla, al principio era un escozor diagonal imperceptible, después se volvió raya roja y goteante entre los grises del espejo, desagradable hilito de sangre que me baja hacia la cuenca del…

En el momento de la acción teoriza Belarmino lo esencial es la serenidad de ánimo y la coordinación de los movimientos. Naturalmente que es imposible predecir con exactitud el desarrollo de nuestros planes, tampoco puede predecir con exactitud un entrenador de fútbol el resultado práctico de una jugada que ha estudiado y ensayado minuciosamente, ¿cómo adivinar las evoluT ciones, el tiempo, la velocidad del equipo contrario?, ¿cómo adivinar en nuestro caso las reacciones de otros seres humanos (los asaltados) que intervendrán forzosamente en el curso del asalto? En la acción más inteligentemente proyectada sigue teorizando el comandante Belarmino apenas el cuarenta por ciento de las cosas sucede de acuerdo con el croquis trazado previamente, el otro sesenta es alterado por personajes que intervienen en la obra sin estar en el reparto, por pequeños acontecimientos imprevisibles que unas veces obstaculizan y otras veces facilitan el desenvolvimiento del asunto. El comandante Belarmino es contundente como.

…guargüero, aprieto la piel de la barbilla con el borde de la toalla, el rasguño para de sangrar por un instante, en seguida vuelve a teñirse, a puntear su caminito rojo, decido entonces no ponerle atención, me enjabono para la segunda pasada de la navaja, la brocha arrastra una espuma sanguinolenta, un batido de…

No se debe disparar sino en un caso extremo, dice una vez más el compañero Belarmino. Los disparos engendran problemas nuevos, obligan a actividades imprevistas, abren violentamente un camino distinto, acuden los curiosos a los estampidos, no se dan cuenta de que arriesgan el pellejo, es preciso asustarlos, intimidarlos, inmovilizarlos. ¡Al que se acerque lo asesinamos! (es más impresionante que ¡Le metemos un tiro!), ¡Le volamos los sesos! (es más convincente que ¡Lo matamos!), Debemos evitar los muertos y los heridos a toda costa, compañeros, pero si el desarrollo de la acción nos impone la necesidad de disparar para culminarla con éxito, la necesidad de matar, compañeros, es un cobarde quien vacile en hacerlo Belarmino teoriza ahora con la mirada endurecida por un recuerdo.

…fresas, me lavo la cara con agua fría, no hay otra, comienzo a vestirme sin la obligación de estar vestido, falta casi una hora para la llegada de Valentín, la verdad es que madrugué, más valía madrugar de pie que continuar dando vueltas en la cama como un seminarista acosado por visiones de mujeres en cueros, asoman la uña y la cabeza del dedo gordo por el agujero de la media, Madre me ordenaría suavemente, ya con los anteojos de leer puestos: Tráelo acá para…

La acción ha sido fijada para las 4 y 27 de la tarde, el banco estará a punto de cerrar sus puertas, diez horas retorcidas lo separan de eso que es futuro, presente, hipótesis, realidad, deporte, muerte. Victorino preferiría que no fuera un banco. No es que le importe un pito atentar contra esa mierda que llaman la propiedad privada, pero preferiría que no fuera una banco, que no tuviera el caso tanta similitud exterior con los atracos del hampa, tal vez prejuicios pequeño burgueses, Victorino preferiría que no fuera un banco aun a costa de un riesgo mayor. A él le corresponde el cajero de la taquilla central, un señor gordo y de patillas. Vigilados sus movimientos como lo han sido durante muchos días seguidos por la UTC, lo encuentra exactamente en la postura prevista, cuenta los billetes, los apila a la derecha según su valor y color, trabaja de prisa porque se le viene encima la hora del cierre, Victorino aparece como flechazo en dirección a la rejilla, ya con el revólver desenfundado, se lo coloca ante la frente, a dos centímetros de los ojos, ¡Levanta las manos que esto es un atraco!, el gordo lo mira pálido y sumiso, alza las manos mecánicamente como los títeres, Victorino preferiría que no fuera un banco, Belarmino se ocupa a su espalda de la operación más riesgosa, desarmar al policía de guardia, su voz restalla comprimida por el rencor, ¡Entrega el revólver o te meto un balazo en el corazón, desgraciado!, le entregará el revólver. O tal vez no. Tal vez a esa hora, las 4 y 27 marcarán los relojes, una radiopatrulla estará detenida frente al banco en virtud de un imponderable que escapó a los cálculos de la UTC, cada uno se halla en su puesto, ni un solo engranaje dejó de funcionar a la perfección, el Chevrolet negro fue levantado hace 48 horas, extraído del garage del abogado Mosquera, cambiadas las placas acreditadas por otras inofensivas, Valentín lo conduce y ha frenado a veinte metros del banco, desde aquí se le divisa sentado al volante, lo acompaña Carmina con su beretta, quéjoder, sería un suicidio intentar la acción en las narices de la patrulla, Victorino busca con los ojos al comandante Belarmino, habrá contraorden seguramente, lo ve atravesar la calle, bajo el saco doblado se le abulta la ametralladora, el chofer de la patrulla se queda mirando a Victorino, conversa algo con los guardias armados que viajan en los asientos traseros, Belarmino se detiene a mitad de la calle, entonces. O tal vez no. Tal vez alguien los ha delatado, ¿un miembro de la UTC que jamás llegarán a descubrir quién fue?, entre las paredes del banco les han tendido una sucia emboscada, Victorino entra rápido y confiado, el revólver desnudo, lo mismo hace Freddy por una puerta lateral, el cajero gordo no está en su taquilla, dos ametralladoras disparan contra ellos desde el segundo piso, otras tiran desde la calle, Belarmino da una voltereta en el aire y cae a los pies de Victorino vomitando sangre. O tal vez no. Todo desenlace es posible, todo desenlace es azar agazapado en una tensión que produce ardores en el estómago, diarreas, ganas de estar ya preso, ansias de estar ya muerto.

…zurcirlo, me he vestido de gris como la mayoría, mi otro flux es marrón notorio, tengo un revólver de espanto, he desarmado muchas veces su mecanismo, como los de medicina desarman sus cadáveres en las mesas de disección, tuerca por tuerca, hueso por hueso, he disparado con él contra latas vacías en una playa solitaria, más allá de Camurí, se adapta a mi mano como, Consubstanciarse con su arma de combate es el primer mandamiento de un activista, dice Belarmino, ¿se me notará el bulto cuando salte a la calle?, Valentín llegará dentro de diez…

La reunión de anoche era para ultimar detalles, resultó un fiasco. El compañero Florián, estudiante de Biología (Victorino lo sabe porque una noche trajo debajo del brazo un libro de texto que no debió traer) no escuchaba sino fragmentos de lo que hablaban, miraba sudoroso hacia la ventana, quizás él también habría preferido que no fuera un banco. Belarmino no se dio por enterado, machacó sus instrucciones como un herrero, y ya al final de la reunión, en el descampado de la despedida, He decidido que el compañero Florián no participe en la acción de mañana, así dijo Belarmino secamente, sin explicaciones. Florián se azoró un poco, se detuvo desconcertado junto a la puerta, era probable que en el fondo lo agradeciera, no hizo ningún comentario. Irá Carmina en cambio. El comandante Belarmino le ha confesado a Victorino, la única vez que han hablado a solas, que no es partidario de utilizar mujeres en los asaltos. Son magníficas para las investigaciones y chequeos en vísperas de una acción, son habilísimas para sacarle datos indiscretos a un soldado, o a un policía, son insustituibles para tocar una puerta y lograr que los de adentro les abran, pero piensa tú en el apuro inesperado de usar una fuerza física que ellas no tienen, piensa tú eso le dijo confidencialmente Belarmino. Además, su presencia llama la atención más de la cuenta, al día siguiente amanecen los periódicos hablando a grandes titulares de la rubia miseriosa o de la pistolera de la blusa negra, pero, amigo, ¿quién se atreve a discutir ese punto con los dirigentes de la plataforma política?, te acusan de discriminación, o de sentimentalismo, o de desviaciones pequeño burguesas, te citan a Rosa Luxemburgo y a la Pasionaria y a Celia en la Sierra Maestra, y hasta a la Kolontay que está pasada de moda, y en cuanto a las muchachas de la UTC, de la Juventud, esas son capaces de sacarte los ojos si pretendes atravesarte en sus ensueños heroicos eso dijo Belarmino y se llevó las manos a la cabeza. Irá Carmina, como dos y dos son cuatro, con su suéter negro y su beretta de cuarenta tiros.

…minutos. Valentín llega puntual, lacónico, vestido de negro, tieso, Felipe II.

¿Estás listo? me dice.

Okey.

Son unos pájaros parduzcos de aspecto plebeyo y nombre desconocido, al menos no aparece mención de esos pájaros en la zoología de Victorino escrita por un jesuita francés, ni Madre misma sabe como se llaman. Primero se refugió en la sala oscura, Porthos mosquetero y gigante, espadachín sin miedo a las tinieblas ni a los fantasmas, aunque sí un poco a las ratas que se amotinan en la bazofia de los albañales, peludas conspiradoras de guillotina entre los dientes. Luego Victorino se asomó al postigo que encuadra la calle, Fray Junípero testigo de la corrupción del mundo desde el enrejado de su celda, vio pasar borrachos y bigotudos a los soldados de la guardia, a las cocineras en olor de malignidad, a los niños intensos que volvían de la escuela con orejas de burro en el cogote. Cansado de ser fraile, se ha construido la más elemental de las trampajaulas, una caja de cartón y una varilla que la sostiene en frágil equilibrio, eso es todo, la inclinación de la caja y el cemento del piso abren al aire fauces de cocodrilo. Una hilera de maíz viene por el suelo, penetra en la trampa, conduce hasta el pie de la varilla. El cordel que se anuda a esa varilla va a parar a las manos de Victorino, acá lejos donde está sentado, como un libro sobre las rodillas, como si leyera.

Este que acaba de caer es el más fornido, el más osado, el caudillo de la tribu invasora. Descendió del alero en un vuelo rasante, se lanzó a picotear el maíz con precisión de engrapadora, avanzó hacia el interior de la caja sin preocuparse de su misterio, ahora se debate sorprendido y furioso, entre las manos y las palabras de Victorino:

Vea lo que le ha pasado por idiota, ¿quién le dijo a usted que existían seres humanos capaces de malgastar su maíz en beneficio de los pájaros vagabundos? Los granos de maíz hay que sudarlos, amigo mío.

Victorino lo lleva en cautiverio hasta la silla donde estuvo sentado y reanuda el sermón:

Ahora usted está preso, como mi padre y todos los tontos que en este país creen en la libertad y se sienten con alas para volar. Afortunadamente yo no soy un dictador cualquiera, no crea usted en calumnias. Yo soy el Corsario Negro y el Corsario Negro no.

En llegado a este punto su discurso, Victorino lo coloca absuelto y expedito en el suelo, palmotea para incitarlo a escapar, el pájaro escamado teme que se le empuje hacia una nueva celada, su instinto montaraz no entiende de perdones humanitarios. Tampoco entiende Micaela, la cocinera, que refunfuña tras la romanilla aguaitadora:

¡Qué muchacho tan zoquete! Gasta media hora en cazar un pájaro vivo, después lo tiene en la mano, después le dice un responso, después lo deja ir.

La neblina que empaña la personalidad de Victorino es el catarro, ese empegostar pañuelo tras pañuelo, esa encalladura en ensenada de mocos y estornudos, esa garganta de arrecifes y papel de lija, esa tos que le cabecea en las costillas, esa tristeza que deja la fiebre cuando se aleja. Asomado a la barandilla de proa, rompiendo vientos con el espolón de su frente, apoyada la punta de su espada en la madera oscilante del puente, Victorino se sopla una vez más las narices, tiende el catalejo hacia un horizonte agujereado por gaviotas que anuncian olvidadas arenas y emplumados habitantes. Entre corales rotos y muñones de árboles van a batirse con piratas rivales, un tuerto sanguinario a quien apodan Loba Parida y también Pinga Amarilla, el de la pata de palo. En los brazos del mar se prostituye la noche, una noche color de remolacha, con serpientes de luna roja sobre el rastro de los tiburones. Su voz acatarrada se sobrepone al trémolo de timbales que las olas baten y a las salmodias vinosas que suben de la sentina:

¡Amainen las velas! ¡Alisten el ancla!

La mano derecha de Victorino di Roccanera, el Corsario Negro, es una garra de leopardo sobre el puño del espadón. No le tiembla ni un músculo. La pasión del combate le sacude los pulmones, o es la tos, esa maldita tos que percute redoblante en sus costillas.

¡Barco a estribor! grita desde lo alto de un trinquete un marinero entrelazado a las estrellas.

La galera de Pierre Giliac, el más inhumano de los filibusteros de la Martinica, arremete contra ellos a remo y vela, ya está a su costado aclarada por los fogonazos de los arcabuces y el rebrillo delirante de los aceros.

iAl abordaje, mis leones al abordaje!

En pleno fragor de la batalla llega Madre, Victorino no oyó sus pasos ni la sintió abrir la puerta, llega Madre abrumada de libros y naranjas.

¿Qué haces sentado en ese patio? ¿Quieres pescar una pulmonía?

Madre lo obliga a entrar con ella en la sala oscura, deja sobre un armario las frutas y los libros, menos uno de cuyas páginas saca una carta y dice:

Es de Juan Ramiro.

Juan Ramiro Perdomo, padre de Victorino está preso en la cárcel de Ciudad Bolívar, a orillas del Orinoco, olvida que el Corsario Negro irá un día a rescatarlo. Madre enciende la luz. Todavía no usaba anteojos para leer, se veía linda con su carta entre las manos, reencarnación de un lirio severo y triste. Sacó un pañuelito del seno y se puso a llorar sobre los encajes.

Es de Juan Ramiro dijo para disculparse.

Habían retornado al patio los pájaros parduzcos, en busca de alimento y engaño, extrañaron la ausencia del Corsario Negro, el Corsario Negro estaba llorando para acompañar a Madre.

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