Capítulo 9

– Abrimos dentro de una semana.

Lisa escuchó con atención mientras Greg le describía los detalles de la ceremonia de apertura del nuevo Loring's Family Center. Su sueño se estaba convirtiendo en realidad. Pronto sabrían si era un éxito o un fracaso.

Dio un sorbo del vaso de agua que tenía siempre consigo en la mesa de conferencias aquellos días. Su boca parecía estar siempre seca. Debía de ser el estrés, se dijo.

Volviéndose al otro lado de la mesa, le guiñó un ojo a Carson, y él le hizo una seña. Habían pasado ya semanas desde el momento en que ambos se habían decidido a reconocer por fin lo que sentían el uno por el otro, y durante ese tiempo se habían estado viendo con regularidad. Semanas de paraíso. Semanas de infierno.

Luego se puso de pie y se dirigió a todo el personal.

– Quiero darles las gracias por lo que han hecho durante estas últimas semanas. Todos hemos trabajado duro, y pronto veremos si nuestro esfuerzo ha merecido la pena. Espero que sí. Nuestro futuro depende de ello. Así como nuestro pasado -añadió, dedicándole una sonrisa al retrato de su abuelo-. Ganemos o perdamos, quiero decirles lo mucho que aprecio sus esfuerzos. Y si las cosas van bien, espero poder recompensarles como se merecen. Gracias de nuevo.

Había un montón de detalles de última hora que atender. La guardería para los empleados estaba ya en marcha, y la guardería para el público en general estaba todavía en las primeras etapas. Lisa invirtió mucho tiempo en todos estos planes, además de hacer frecuentes visitas al área de los empleados en busca de nuevas ideas. De ven en vez se dejaba caer por la guardería, donde Becky, la hija de Garrison, era la estrella, y jugaba un poco con los niños. Un par de veces se había encontrado con Carson observándola desde la puerta, con una expresión indescifrable en el rostro.

– No comprendo cómo no se le había ocurrido esto a nadie antes -le dijo más tarde a Carson-. Parece evidente que una madre que sabe que su hijo está bien cuidado será una trabajadora mejor. Estoy segura de que la moral ha mejorado. ¿Por qué no se había hecho antes? Es cosa de lógica.

– Lógica femenina -dijo él en broma.

– La lógica femenina es elemento que mantiene el mundo estable y sin dar bandazos. ¿Es que no sabías eso?

Estaban juntos siempre que podían. Aprovechaban cualquier momento en la casa de ella, en el apartamento de él, en el coche. Parecían tener un deseo irresistible el uno del otro, como si estuvieran intentando aprovechar el tiempo perdido. Había días en que su ansiedad por aprovechar hasta el último minuto les hacía llegar a extremos ridículos.

Uno de estos casos había sucedido la noche anterior, en la fiesta en la piscina interior de los Duprees. La casa era fabulosa, y tenía una piscina cubierta que dominaba el valle y una vista panorámica del océano. Desde allí veían los barcos que cruzaban por el mar y la luz del faro, se oían las olas y al mismo tiempo era posible nadar en las aguas cálidas de la piscina y beber un cocktail aislados del clima que hacía en el exterior, o bien relajarse en la sauna.

Lisa se había puesto un traje de baño de una pieza que había pensado que sería discreto. Era color azul eléctrico y de un diseño un tanto atrevido, aunque cubría bien todo lo que debía ser cubierto. Más tarde, cuando se había encontrado con los hombres de la fiesta anormalmente atentos cada vez que salía del agua, se había dado cuenta de su error. Una vez empapada, la tela se pegaba de tal manera a su piel que la hacía sentirse como si estuviese desnuda. Una sola mirada al rostro de Carson sirvió para confirmar sus peores sospechas. Sintiéndose violenta, se dirigió hacia los vestuarios.

Había dos filas de casetas, para hombres en un lado y para mujeres en el otro. Entró en la última de la fila y se quitó el traje de baño, dejándolo caer al suelo. Luego comenzó a socarse el pelo con la toalla. Oyó un ruido detrás de ella. Se volvió.

– Carson -dijo sorprendida.

– Shhh -le puso un dedo en los labios y cerrando la cabina con cerrojo. Luego se puso frente a ella, contemplando sus pechos redondos, su esbelta cintura, sus piernas largas y bronceadas. Ella lo miró. Reconocía aquellos ojos de fuego.

– Carson, no -murmuró-. Aquí no.

El sonrió y la atrajo hacia sí. Con la palma de la mano comenzó a acariciar uno de sus pezones, que en seguida reaccionó y se puso duro y erecto.

– ¿Por qué no? Nadie se va a enterar.

Lisa era fácil de convencer.

– No tengo carácter -dijo-. Me dejo manejar por ti.

– Eso suena muy interesante.

Ella rió suavemente y lo ayudó a quitarse el traje de baño. Luego se tendió sobre la mesa que había para dejar la ropa.

Hacer el amor con Carson era simplemente algo nuevo. El encontraba siempre nuevas caricias, nuevos rincones de su cuerpo, nuevas formas de excitarla que provocaban en ella un insaciable deseo. El fuego que había en los ojos de Carson era ahora el mismo fuego que ella sentía, y Lisa gimió suavemente, moviendo las caderas y ajustándose mejor a él.

– ¿Lisa?

Los dos quedaron inmóviles. Alguien llamaba al otro lado de la puerta.

– ¿Lisa? Soy Andy Douglas. Sé que estás ahí dentro. He oído tu voz.

Lisa miró a Carson a los ojos con gesto de desesperación, pero él continuaba moviéndose como si no hubiera oído nada.

– Lisa, escucha. He tenido una idea estupenda. Esta fiesta está en las últimas. ¿Qué te parece si nos vamos a dar un paseo por el campo en mi nuevo Rolls? Podríamos subir hasta el paso de Cally's y mirar las luces de la ciudad. Podríamos incluso bajar hasta Santa Bárbara y tomar algo en un salón de té muy agradable que conozco. ¿Qué dices?

Lisa no habría podido decir nada aunque hubiera querido. Carson estaba al control de la situación, y la había llevado a un punto de no retorno. Cerró los ojos y clavó los dientes en el hombro de Carson para que no se oyeran sus gemidos. Tuvo la sensación de que él se había quejado cuando lo había hecho, pero ya no le importaba nada.

– Tienen unos emparedados deliciosos. De berro, creo. O a lo mejor de pepino. Sé que te va a encantar el sitio.

Ella se recostó sobre la mesa, jadeando. Carson la miró muerto de risa.

– Me las vas a pagar por hacerme esto -le dijo en un susurro-. No puedo creer que…

– Podemos ir por la carretera de la costa. Hay un pueblecito pesquero muy pintoresco siguiendo por una carretera cerca de Camino Corto. Me encantaría enseñártelo.

Lisa se puso de pie y se vistió a toda prisa. Carson se limitó a ponerse el traje de baño.

– ¿Lisa? ¿Lisa?

Lisa lanzó una mirada furiosa a Carson y luego respiró profundamente, abrió la puerta y salió con la cabeza muy alta.

– Lo siento, Andy -le dijo, intentando sonreír-. Eres muy amable por invitarme, pero me temo que esta noche voy a estar ocupada.

– Vaya, hombre -dijo. Luego vio salir a Carson detrás de ella y sus ojos se abrieron de par en par. Con sólo verlos supo al instante lo que había sucedido allí-. Dios mío. Bueno, si es así como están las cosas…

Ella le sonrió.

– Así es como están. Lo siento…

Cuando se alejaban de allí, Lisa le dijo a Carson en un susurro.

– Si me vuelves a hacer algo así otra vez, te mato.

– Atácame como me has atacado cuando estábamos allí dentro -dijo él-, y moriré con una sonrisa en los labios.


La tarde siguiente, Carson entró en su oficina cuando ella estaba trabajando en unos informes financieros.

– Deja la puerta abierta -pidió ella. Hizo lo que le pedía, mirando a su alrededor sin entender la razón.

– ¿Por qué? -preguntó.

– Porque quiero estar segura de que no vas a tener ninguna idea.

El sonrió.

– Yo nací ya con ideas -se sentó en una silla frente a ella-. De hecho, tengo una buenísima en este mismo momento.

Lisa se quitó las gafas y lo miró con desconfianza.

– ¿Puedo atreverme a preguntar de qué se trata?

El la miró con sus cálidos ojos azules.

– Dios mío, qué guapa estás por las mañanas -dijo, en vez de contestar-. ¿Tú eres consciente de eso? ¿Lo planeas? ¿O es una cosa que sucede naturalmente…?

– Carson -dijo ella-. Dime qué clase de idea has tenido. No me gustaría descubrirlo en medio de una reunión de negocios, o algo así.

– Muy bien. Nunca me dejas que me divierta.

– La idea -dijo ella.

– Está bien. ¿Sabes qué? Ben Capalletti se va a llevar a su mujer y a su hija mayor a San Francisco para pasar la noche.

– Carson, nosotros no tenemos tiempo de ir a San Francisco.

– Ya lo sé. Déjame terminar. Oí que Ben estaba buscando a un niñero para cuidar a los cuatro pequeños que se quedan en casa.

– Ah.

– Imagina la cara de sorpresa que puso cuando yo me ofrecí voluntario.

– Imagínate la mía -dijo Lisa con los ojos muy abiertos.

El parecía muy satisfecho de sí mismo.

– Como puedes suponer, tengo un motivo oculto.

Ella soltó una carcajada.

– Sin duda.

– Querida mía -señaló-, tú siempre estás hablando de las ganas que tienes de tener una familia. Vamos a ver qué es lo que pasa cuando pruebes tener una de verdad.

Ella frunció el ceño. Carson debía de estar hablando en broma.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir pañales sucios, dar de comer a las dos de la mañana y niños con la nariz llena de mocos. Ya es hora de ver cómo son las cosas de verdad -dijo, acariciando la mejilla de Lisa-. Estoy hablando de bebés de verdad. No esos bebés recién bañados que tú ves en la guardería de Loring's.

Parecía que Carson hablaba en serio. Le había preparado un escenario para que ella pudiera ver el error de sus sueños. ¿Qué pasaría si lo lograba? Su espíritu de lucha surgió a la superficie. No, ella iba a demostrarle un par de cosas. Estaba dispuesta a pasar la prueba.

– Habrá suciedad, y a lo mejor sangre -seguía diciendo él-. ¿Crees que podrás con ello?

Lisa le hizo un saludo militar.

– Haré lo que pueda, señor.

– Creo que voy a disfrutar mucho de esto -dijo él con una sonrisa malévola-. La desilusión de Lisa Loring.

Ella sonrió también.

– Es posible.

Era evidente que él no tenía la menor duda.

– Escucha -dijo él entonces, tomándola de la mano y mirándola con sonrisa de simpatía-, vamos a hacer un trato. Si esta experiencia te ayuda a decidir que en realidad no te apetece nada todo ese asunto de tener niños… Entonces… ven a Tahití conmigo.

Lisa no se lo esperaba. Sintió que se le aceleraba el pulso.

– Pero sólo tienes un billete -le recordó.

– Lo venderé a cambio de un pasaje en un barco lentísimo, con tal de que tú vengas conmigo.

Lisa pensó que le encantaría ir a Tahití con él. Pero no era aquella la clase de propuesta que ella estaba esperando. El la deseaba en aquellos momentos, pero ¿cuánto duraría eso?

– Acepto lo del experimento con los niños -dijo-. Pero lo de Tahití…

– Muy bien -dijo él, sin intentar presionarla-. El sábado por la noche. No te olvides.

¿Cómo iba a olvidarse? Carson se lo recordaba cada vez que la veía. Y por fin llegó la noche en cuestión, y los dos fueron juntos a la casa de los Capalletti.

Todo empezó de forma bastante tranquila. Los Capalletti tenían una preciosa casa en lo alto de una colina desde la que se dominaba el océano. Carson les fue presentado a todos los niños, y luego Lisa vio las habitaciones de todos. Se quedó un rato contemplando las ropitas del pequeño, que tenía dos años, y en la habitación del bebé. Qué preciosa era aquella ropa diminuta, los gorritos, las botitas, los diminutos calcetines. Todo le encantaba y le resultaba nuevo. Aquellos preciosos niños, aquella preciosa casa. ¿Cómo se le había ocurrido a Carson que esta visita la iba a hacer cambiar de idea?

Las cosas empezaron a ir mal cuando el bebé empezó a quejarse.

– ¿Qué crees tú que quiere? -le preguntó Lisa a Carson preocupada.

– Ni la menor idea -dijo él-. Yo no hablo su idioma.

Lisa intentó jugar con el bebé, intentó distraerle, pero él se quejaba cada vez más, y Lisa empezó a preocuparse. ¿Y si le pasaba algo de verdad? ¿Cómo iba a saber qué era lo que quería el bebé si no sabía hablar?

Carson le calentó un biberón, pero el bebé lo rechazó y se puso a llorar.

– Rápido -dijo Carson-, antes de que se ponga a dar gritos horribles, ponte a caminar con él.

– ¿Caminar con él?

– Sí, eso es lo que hay que hacer. Te lo pones sobre el hombro y te pones a caminar de un lado para otro durante horas. Créeme. Una vez que empiezas, ya no te dejan parar jamás. Les encanta.

– Pero… pero, ¿cómo voy a cuidar de los otros niños si tengo que estar paseando al bebé?

El sonrió.

– Ya empiezas a comprender.

Lisa comenzó a pasear con el niño. Lo cierto era que le encantaba sentir su cuerpecito sobre su hombro. Y lo bien que olía. Sólo eso ya compensaba el esfuerzo. Pero Carson tenía razón, una vez había comenzado a andar, el bebé no la dejaba parar. En cuanto comenzaba a moverse más despacio, empezaba a protestar de nuevo. De modo que caminó a través de toda la casa, salió al patio, atravesó la cocina. Y allí fue donde se encontró con Billy. Billy tenía doce años, e iba con un bate de béisbol por todas partes, moviéndolo peligrosamente cada vez que estaba cerca de algún objeto frágil y valioso. Lo atrapó cuando estaba a punto de salir por la puerta de atrás.

– ¿Dónde te crees que vas? -preguntó.

– Fuera, a jugar.

– Ya es de noche -dijo ella.

– Mamá siempre me deja -dijo él con seguridad.

¿Sería eso posible? Carson estaba mirando desde la puerta de la cocina. Lisa le miró y él negó con la cabeza.

Se volvió al niño.

– Lo siento, pero no me encuentro cómoda dejando que salgas a jugar una vez que ha anochecido. Tendrás que esperar a que venga tu madre, y pedírselo a ella.

– Pero si no viene hasta mañana -dijo el niño con gesto de horror.

– Eso es -dijo Lisa intentando mantenerse firme.

El cambió de táctica.

– Entonces, ya no tengo otra cosa que hacer, ¿podemos alquilar un video?

– No.

– ¿Por qué no?

– Porque estamos demasiado ocupados.

– Yo no estoy ocupado.

Buena respuesta. Tenía que pensar en algo rápido.

– ¿Quieres trabajo? Hay que fregar los platos.

El no se molestó ni en contestar esa propuesta tan ridícula.

– ¿Puedo invitar a mis amigos a que pasen la noche aquí?

– Me parece que esta noche mejor no.

– ¿Por qué no?

Lisa tragó saliva y contó hasta diez.

– Porque yo lo digo. Y ahora, ¿por qué no vas a…?

– ¿Puedo meter la televisión en mi cuarto?

Dios mío, nunca se rendía. Además, el bebé había empezado a protestar porque ella no estaba caminando.

– No sé -dijo desesperada-. ¿Te deja tu madre hacerlo?

– Claro. Todos los días.

Carson acudió en su ayuda.

– No le creas ni por un minuto -dijo entrando en la habitación.

Billy miró a Carson disgustado y se marchó por fin.

– No sé -dijo Lisa-. Prácticamente le has llamado mentiroso en la cara.

Carson sonrió.

– Es un mentiroso.

– Pero parece un buen chico…

– Claro que lo es. Y cuando crezca se convertirá en un miembro ejemplar de la comunidad. Pero ahora mismo tiene doce años. La realidad no existe para él. Y dirá cualquier cosa con tal de conseguir meter la televisión a su cuarto.

Lisa miró a Carson divertida. ¿Se daba él cuenta de lo mucho que sabía sobre los niños?

– Y, ¿qué te parece si nos reunimos todos en el salón de estar y vemos la televisión? -dijo ella-. Será como una auténtica reunión familiar.

– Sí -concordó-. Una reunión de la Familia Monster. No lo hagas. Lo lamentarás.

Lisa se cambió al bebé de hombro y movió el brazo para hacer circular la sangre. No entendía por qué aquello no era una buena idea.

– Pero, ¿por qué? -preguntó.

Carson la miró sonriente, divertido al comprobar lo poco que sabía ella del tema. De pronto se daba cuenta de que de ellos dos él era el más experto. Había olvidado lo mucho que recordaba de la época en que cuidaba a los niños de su tía.

– En teoría es bonito -le dijo a Lisa con paciencia-, pero no funciona. Mira, los bebés no ven la televisión. Además, uno de sus mayores placeres es molestar a los demás cuando quieren verla. Y los niños de dos años tampoco ven realmente la televisión. Lo que hacen es gritarle a la tele. O tirarle cosas. Pueden incluso levantarse y besarla. Pero nunca la ven. De modo que, ¿con qué nos quedamos? El niño de siete años querrá ver dibujos animados. Y el de doce años, querrá ver una película de balazos. Entonces, ¿qué dices? ¿Nos ponemos a ver dibujos animados y películas de balazos?

– Ponen Casablanca esta noche -dijo Lisa-. A lo mejor…

El sacudió la cabeza.

– Ni lo sueñes. Te harán papilla si lo intentas. Ellos no tienen piedad.

Probablemente tenía razón. Carson parecía saber un montón sobre niños, y en vez de quedarse a un lado y reírse de los errores que cometía ella, lo que hacía era ayudarla y darle consejos. Estaba impresionada.

Cuando C.C., el niño de dos años, tiró las llaves del coche en el retrete, fue Carson quien las rescató. Cuando Deanie, de siete años, dio a todos los animales de peluche de su hermana mayor un corte de pelo, fue Carson el que intentó arreglar un poco el desastre con la máquina de afeitar de Ben. Y al final, se dedicó a pasear él bebé, para que Lisa pudiera meter a los demás en la cama.

Para gran sorpresa de Lisa, fue Billy quien le pidió que le contara un cuento. Se las arregló para inventarse una historia llena de acción y aventuras arriesgadas, en vez de princesas y castillos.

Mientras le estaba contando el cuento, Carson la observaba desde el pasillo, con el bebé dormido sobre su hombro. Estaba allí inmóvil, escuchando la voz de Lisa. Sentía el pecho lleno de emociones contrapuestas. Su plan había sido que ella se sintiera abrumada con los niños y se diera cuenta de la cantidad de problemas que causaban. Lo que había sucedido era que ella se había puesto a cuidar de los niños como si lo hubiera estado haciendo toda la vida. ¿Qué podía hacer él, entonces? ¿Cómo iba a lograr quitarle de la cabeza su idea de ser madre si parecía estar hecha para serlo?

Miró al niño, que se estaba quedando dormido con su gorra de béisbol en la cabeza. Todo lo que le había contado a Lisa sobre su niñez, era cierto, pero se había olvidado de incluir a su padre en la descripción. En aquel momento, mirando a Billy dormido, recordó las veces que su padre había estado con él, en las temporadas que no estaba en la cárcel. También su padre le había arropado, le había contado historias por la noche, le había llevado a partidos de béisbol. Era extraño que se hubiera olvidado de todo aquello. ¿Por qué lo había intentado borrar de su mente durante todos aquellos años? Su padre había estado con él cuando pudo hacerlo. Sin embargo, se había pasado años guardando resentimiento contra él por haberle abandonado, por haberle hecho vivir con la tía Fio. De pronto, se dio cuenta de que gran parte de la rabia que sentía contra su padre se debía a que los ratos que pasó con él fueron maravillosos. No podía aceptar que su padre hubiera hecho cosas que tuvieron como resultado que se terminaran los buenos tiempos. A lo mejor había llegado el momento de comenzar a ver las cosas de otra manera.

Había llevado a Lisa a aquella casa para que cambiara su manera de ver las cosas, para demostrarle que ella no quería realmente las cosas que decía que quería. Pero lo que había logrado en cambio había sido tener una revelación él mismo. Le salió el tiro por la culata.


La mañana siguiente fue bastante febril, pero en absoluto agobiante. Lisa disfrutó haciendo un desayuno para tanta gente, pero llegó un momento en que los humos de la cocina parecieron ser demasiado para ella

– Te estás poniendo muy pálida -le dijo Carson acercándose a ella y quitándole la espátula que tenía en la mano y haciéndola sentarse.

Ella respiró hondo y apartó la vista de la comida.

– Tengo el estómago revuelto.

– Ah, ¿sí? -dijo él mirándola preocupado-. ¿Algo que has comido?

Ella tragó saliva, evitando los ojos de Carson.

– No, es sólo que… yo creo que son los nervios. Me he sentido un poco rara desde el momento en que decidimos poner en marcha el Loring's Family Center.

– ¿Por qué no tomas algo? -dijo él acariciándole los cabellos-. Seguro que Ben tiene algo en el armario de las medicinas.

– No, no -se apresuró a decir Lisa-. No, no puedo tomar nada.

– ¿Por qué no?

– Porque… bueno, porque nunca tomo nada. No me gusta tomar medicamentos a lo loco.

Carson la contempló durante unos instantes y luego salió para ayudar a Jeremy a buscar su pelota de baloncesto. Lisa salió al pasillo y se miró en el espejo. Lentamente, levantó la mano y se tocó la mejilla. ¿Cuándo iba a decidirse a admitirlo? Lo que sentía desde hacía unos días no podía ser simplemente nervios. Todo su cuerpo estaba cambiando. ¿Y si estaba embarazada?

Le había parecido imposible en un principio. Al fin y al cabo, había sido muy cuidadosa. Pero había habido aquella primera vez…

Una visita al médico un par de días más tarde lo confirmó.

– Sí -le dijo-, creo que estás embarazada desde hace más de un mes. ¿Qué es lo que piensas hacer?

Ella le miró sorprendida.

– ¿Qué quieres decir?

– Bueno, sé que no estás casada. Y tienes treinta y cinco años. Es una decisión difícil.

Una decisión difícil. La cabeza le daba vueltas. Estaba embarazada de Carson, llevaba a su hijo en las entrañas, y no podía decírselo. No podía decírselo a nadie.

Qué irónico resultaba todo aquello. Ahora tenía lo que tanto había deseado. Pero no de esta manera, las dos cosas que más había deseado en el mundo estaban ahora a su alcance. Pero para lograr una de ellas tendría que renunciar a la otra.

Estaba enamorada de Carson. Estaba locamente, salvajemente enamorada de Carson. Lo necesitaba tanto como el aire que respiraba. Pero no podía ir a él en aquel estado. El había dejado bien claro que un bebé era algo que no aceptaría de ningún modo. No podía hacerle eso a Carson.

Y al mismo tiempo quería a su niño, lo quería y lo necesitaba con una fuerza instintiva e imperiosa a la que le resultaba imposible resistirse. Y ahora que había concebido a aquel niño, tenía la responsabilidad de cuidarlo y quererlo de la forma que se merecía. Lo cual quería decir renunciar a Carson.

Renunciar a Carson. No podía ni soportar la idea. Su cuerpo se había hecho adicto a él. ¿Cómo podría vivir sin él?

El fue a su casa a cenar aquella noche, y llevó comida china para que ella no tuviera que cocinar. Lisa se sintió como una traidora por guardarle el secreto, pero ¿qué otra cosa podía hacer?

Peor aún, ¿qué sería lo que él querría que hiciera? No quería ni pensar en ello.

Hicieron el amor y pasearon por la playa, y Lisa se comportó todo el rato como si no hubiera nada nuevo, riendo y bromeando con él como si todo fuera como siempre. Y a cada minuto que pasaba sin que le dijera la verdad, sentía como si algo dentro de su alma fuera muriendo.

Un bebé. Su bebé. ¿Sería un niño? ¿Se parecería a él? Este debería ser el momento más feliz de su vida. Sin embargo, se sentía como si el peso del mundo le hubiera caído sobre los hombros.

Y entonces, justo antes de dormirse, Carson le recordó que él se marcharía pronto.

– Me marcho a Tahití justo después de la inauguración -dijo tomándola en sus brazos-. ¿Vendrás conmigo?

Se lo preguntaba a pesar de que ya sabía la respuesta. Ella se volvió e intentó sonreír.

– Me encantaría ir contigo. Ya lo sabes.

– Pero no puedes -dijo él contestando por ella. Y en sus ojos apareció algo parecido a la rabia.

Ella asintió, sin poder articular palabra.

El se dio la vuelta y se puso a mirar el océano. Sentía su alma llena de desesperación. No sabía qué iba a hacer sin ella. ¿Debería quedarse?

No. No podía quedarse. Quedarse sería lo mismo que hacerle promesas que nunca podría cumplir. Quedarse sería una mentira. Tenía que marcharse.

Lisa levantó la vista, preguntándose por qué Carson había quedado en silencio. Estaba tan frío, tan inexpresivo. Sabía que estaba preocupado, pero no estaba segura de cuál era la razón. ¿Debería contárselo? ¿Qué haría él cuando se enterara?

No, no podía. No podía atraparlo de aquella manera. Había prometido que no lo haría, y mantendría su promesa.

De pronto él se inclinó hacia ella.

– Me voy a marchar -dijo él, con voz casi iracunda-, y sigo teniendo ese maldito gato en mi casa. ¿Podrías quedártelo?

Michi Ann no había vuelto todavía. Pero mientras tanto, él tenía que seguir cuidando de Jake. En todo aquel tiempo, habían llegado casi a hacerse amigos, y Carson encontraba que de algún modo iba a echar de menos a aquel loco animal.

– Por supuesto que me quedaré con Jake -dijo ella. Luego respiró hondo antes de continuar-. Espero que tengas buen viaje.

El se volvió para mirarla. Ninguno de los dos pudo sonreír. Los dos sabían lo que sentían, y sabían que aquella situación no tenía remedio.

A lo mejor, pensó Lisa con la mirada perdida en la oscuridad después que él apagó la luz, este era el precio que había que pagar. Pero ¿renunciaría ella al mes que había pasado con él con tal de no tener que sufrir?

Nunca.


La inauguración de la tienda fue un tremendo éxito. A la gente de San Feliz, le gustaba ir a Kramer's para ver qué había de nuevo, pero iba a Loring's para comprar lo que necesitaba. Lisa estaba contenta, pero su viejo deseo de vencer a Mike le parecía ahora un poco pueril.

Tenía la idea de dejar a Greg a cargo de todo. Había discutido con Carson esta decisión y a él le había parecido buena idea. De modo que el éxito casi le resultaba irrelevante. En aquellos momentos tenía otras cosas en que pensar. Estaba embarazada, y el hombre al que amaba estaba a punto de desaparecer de su vida.

Carson se marchaba. Esa frase se repetía una y otra vez en su cabeza, golpeando como un tambor. No sabía si podría soportarlo.

Pasaron una última noche juntos. Lisa intentó reír y hacer bromas, pero se sentía todo el rato a punto de llorar. No podía dejar de pensar en la vida que había dentro de ella. No podía dejar de pensar que debía decírselo. Dios mío, él iba a marcharse sin saberlo.

Hicieron el amor, y luego, cuando estaban los dos tendidos sobre las almohadas, Lisa tomó una decisión. Pasara lo que pasara, tenía que saberlo.

Había respirado profundamente y estaba a punto de contarle aquello que tanto le asustaba, cuando Carson la sorprendió.

– No me voy a Tahití -dijo.

– ¿No? -preguntó ella.

– Por lo menos, no ahora mismo. Me voy a Kansas. Voy a ver a mi padre.

– Oh, Carson -dijo ella-. Me alegro mucho.

– Pensaba que así sería -dijo él besándola en los labios-. Y debes estar contenta, porque si voy es gracias a ti.

Ella se levantó y se acercó a la ventana. La noche era clara, y una luna de plata navegaba sobre la oscuridad del océano. ¿Cómo podía decírselo ahora? No quería hacer nada que pudiera hacerle cambiar de idea sobre lo de ir a reconciliarse con su padre.

– Me gustaría que pensaras sobre lo de venirte conmigo, Lisa -siguió diciendo él-. Podría pasar a recogerte en mi viaje de vuelta.

Ella sacudió la cabeza, todavía mirando en dirección al mar.

– No. No puedo marcharme. Hay ciertas cosas de las que tengo que ocuparme.

El se acercó a ella y la rodeó con sus brazos.

– Quiero que sepas -dijo-, que nunca he sentido nada parecido por nadie. Tú has cambiado mi vida, Lisa. No te olvidaré nunca.

Ella sonrió, y las lágrimas cayeron por sus mejillas. De modo que ella era igual que su madre, al fin y al cabo. No le había servido de mucho. Había logrado transformar a un vividor en un hombre preocupado y consciente, pero no había logrado quitarle su necesidad de vagar de un sitio a otro.

– Te quiero, Carson -dijo ella en un murmullo.

El contestó con un beso, y entonces Lisa se dio cuenta de que él nunca le había dicho a ella esas mismas palabras. Y que ya nunca lo haría.

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