Capítulo 6

Lisa intentó librarse de todos aquellos pensamientos sacudiendo la cabeza con fuerza, y luego fue a reunirse en el coche con Carson. Hicieron la mayor parte del viaje a la ciudad en silencio.

Carson la miraba con el rabillo del ojo. Lo había sorprendido con aquel vestido, aquel peinado, aquella manera de andar tan sexy. ¿Sorprendido? No, más bien lo había dejado asombrado, tanto que se había quedado sin saber qué decir. ¿Era aquella de verdad la misma mujer que sólo unas horas antes se había puesto esas gruesas gafas sobre la nariz, asegurando que haría todo lo que estuviera en su mano para salvar a Loring's de la ruina? Era un poco inquietante saber que dentro de aquel preciso cuerpo vivía una mujer totalmente diferente.

– ¿A dónde vamos? -preguntó ella.

– A El Cocodrilo Amarillo, a no ser que quieras que vayamos a Santa Bárbara.

– No, El Cocodrilo Amarillo, está bien. No he estado nunca allí.

El lugar estaba lleno de humo, y era oscuro y ruidoso, con inesperados relámpagos de luz que surgían cuando menos se esperaba. El portero los observó con atención.

– Está todo bastante lleno -dijo con tono de desinterés-. No sé, a lo mejor pueden intentar compartir la mesa con alguien. De otro modo, olvídense del asunto hasta las diez.

Carson miró a Lisa y ella rió. Por supuesto que compartirían una mesa. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había hecho algo parecido, que de ninguna manera pensaba ahora darse la vuelta y marcharse a casa.

– Muy bien -le dijo Carson al portero-. Compartiremos una mesa.

El portero abandonó su puesto con desgana y los llevó hasta una mesa que estaba al lado del escenario, en el que había un grupo tocando. Los dos fueron caminando hacia allí por entre las mesas. De cuando en cuando, una cara se volvía para saludar. Carson parecía conocer allí a todo el mundo.

De pronto una mano surgió quién sabe de dónde, y tomó a Lisa por la muñeca.

– Oye, tú. ¿Te acuerdas de mí?

Se volvió a ver quién era el que la detenía, y a pesar de sí misma sonrió al reconocerle.

– Mike Kramer -dijo, contemplando aquel rostro que no había cambiado en veinte años, a pesar de que ahora tenía menos pelo y más papada.

El la miraba parpadeando.

– Dios mío -dijo por fin-. Madre mía, Lisa, nunca me había dado cuenta de lo mucho que te pareces a tu madre.

Ella le sonrió.

– Yo tampoco -luego recordó quién era Mike y qué era lo que debía sentir hacia él, y entonces su sonrisa desapareció-. Bueno, vamos a aquella mesa que está al lado del escenario.

– No, no, no -dijo Mike, mirándolos encantado-. Tienen que quedarse con nosotros. Insisto. Nos encantaría que se sentaran a nuestra mesa, ¿verdad Joanne?

Lisa se volvió a mirar a la mujer que estaba con Mike. Era una atractiva pelirroja con una animada sonrisa en el rostro.

– Claro que sí, Mike -dijo con voz de gatita-. Tus amigos son siempre bienvenidos.

Pero no estaba mirando a Lisa. Sus ojos estaban fijos en Carson, y Lisa se dio cuenta de que también él la veía a ella.

– Hola, Joanne -dijo Carson con rostro inexpresivo-. ¿Qué tal estás?

Joanne suspiró antes de contestar.

– Ahora mejor. Mucho, mucho mejor.

Mike estaba muy ocupado llamando a un camarero, y no había oído esta pequeña conversación. Lisa lo miró y se dio cuenta de que Mike no tenía la menor idea de que Carson y Joanne se conocieron de antes. Su instinto le decía que cuando se enterara no le iba a gustar. Esto no tenía buen aspecto. Se puso a ver si encontraba otra mesa en la que hubiera sitio.

– Bien, bien -dijo Mike-. Aquí estamos. Espera, espera -añadió, mirando a Lisa con atención-. Esta es tu manera de decirme que estás dispuesta a vender, ¿verdad?

Lisa lo miró con indignación. Tal como ella había pensado, todo esto no iba a acabar nada bien.

– ¿Qué? -preguntó. La enfurecía la sonrisa de Mike.

– Has venido aquí esta noche para decirme que he ganado, ¿verdad? Ese viejo mausoleo es mío por fin.

Lisa le miró con frialdad, y pensó en su abuelo.

– De eso nada, Mike Kramer -dijo pronunciando con claridad cada sílaba.

– ¿Qué quieres decir con eso de "de eso nada"? Sabes perfectamente que no puedes ocuparte de ese sitio tú sola -dijo. Luego se volvió a mirar a Carson-. Pero lo que pasa es que ya no estás sola, ¿verdad? Tienes a James en tu lado.

Carson lo miró con fijeza.

– Lisa está a cargo de Loring's. Lo único que yo hago es proteger el dinero del banco. Ella es perfectamente capaz de llevar el negocio. Y lo hará muy bien siempre que la competencia no le haga sabotaje.

Mike examinó a Carson con atención y luego rió.

– Hay una jungla ahí fuera -dijo-. Hay que ser duro para sobrevivir. De todos modos, Lisa y yo somos viejos amigos. Nos entendemos bien. Fuimos novios hace tiempo.

Lisa se reclinó en la silla y se forzó a mantener la calma. Mike siempre le había sacado de sus casillas. Le gustaba la forma en que Carson le contestó.

Tenía que aprender a mantener la calma como lo hacia él.

– ¿No te lo ha contado? -le preguntó Mike a Carson-. Fuimos juntos al colegio.

– Sí, es verdad -admitió ella con tono ácido-. Tú solías destrozar mis castillos de arena.

Mike se encogió de hombros y miró a Joanne como en busca de justicia.

– Esta mujer nunca ha sabido apreciar la crítica constructiva.

Antes que nadie tuviera tiempo de responder, Mike le pasó el brazo por los hombros a la pelirroja y la estrechó contra sí, como si estuviera estableciendo su territorio.

– Querida Lisa, esta es la mujer que va a ser la madre de mis hijos. ¿No es una preciosidad?

Lisa sonrió a Joanne. Eso quería decir que los dos iban a casarse. Pero entonces, ¿cuál era la razón de que los ojos de Joanne siguieran colgados de Carson? Era evidente que los dos se habían conocido bien en el pasado. Lisa comenzó a sentirse incómoda, y tuvo que recordarse que aquella noche había decidido pasarla bien.

Mike seguía diciendo lo maravillosa que era Joanne.

– Pero, ¿qué ha pasado con la otra copa que he pedido? -preguntó ella de pronto-. No me la han traído todavía.

Mike se levantó para ir a buscar al camarero, y entonces Joanne se volvió a Carson.

– Bueno, Carson -dijo, mirándolo con tal fijeza que Lisa sintió como si ella se hubiera vuelto invisible.

– Bueno, Joanne -dijo, todavía mirándola sin expresión.

– No se te ha visto mucho últimamente.

Carson asintió.

– Sí, de verdad. No he parado mucho por la ciudad en estos días.

– Entonces -dijo ella, como si todavía no lo hubiera entendido bien-, esa debe de ser la razón.

– Acertado -dijo él, con un gesto que decía bien a las claras que en aquellos momentos no tenía la menor intención de ponerse a revivir con ella el pasado.

Lisa se sentía incómoda. Hasta aquel momento, la mujer no se había dignado a reconocer su existencia, y había algo en su interior que se moría por decirle que aquella noche Carson estaba saliendo con ella.

Lisa miró a Carson y sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Era evidente que Carson y Joanne se conocían muy bien. ¿Qué tan bien? ¿Durante cuánto tiempo? Y ¿qué clase de sentimientos había entre ambos?

No era en absoluto asunto suyo, pero le gustaría saberlo.

De pronto, Carson apartó la mirada de Joanne y se volvió a mirar a Lisa sonriendo. Era una mirada cálida, amistosa. Lisa sintió que el nudo en su estómago se deshacía. Esto era todo lo que necesitaba.

Joanne vio la forma en que Carson miraba a Lisa y sus ojos se oscurecieron. En aquel momento, Mike regresó con su bebida y se sentó a su lado, pero ella no le prestó la menor atención.

– Me sorprende que todavía estés por aquí -le decía Joanne a Carson-. Siempre estabas hablando de dejar la ciudad cuando nosotros estábamos saliendo. Y hace meses y meses de eso.

Mike parecía extrañado. De pronto, Joanne no parecía en absoluto interesada por su bebida. La miró a ella, y luego a Carson.

– ¿Se conocían ya? -preguntó Mike.

La sonrisa de Carson fue un poco forzada.

– Sí, nos conocíamos. Somos viejos amigos.

– Sí, esa es la verdad -dijo Joanne casi en un susurro, como para que sus palabras parecieran más confidenciales-. Salimos juntos durante meses.

– Semanas -dijo Carson-. No duró más que unas semanas.

– Bueno -dijo Joanne-, para mí fueron como meses… Pero ahora -añadió mirando a Lisa con una amplia sonrisa en el rostro-, he encontrado a un hombre maravilloso. Un hombre con la suficiente madurez como para no tener miedo a comprometerse. Un hombre que quiere tener hijos… que desea una familia. Un hombre tierno y comprensivo.

Había terminado con una nota de triunfo, y Lisa notó que el rostro de Carson había comenzado a enrojecer. Al parecer, aquella calma que tanto había admirado en él estaba a punto de desaparecer.

– Vamos a bailar -dijo rápidamente tomándola de la mano-. Vamos.

El la miró como si de pronto se hubiera olvidado de quién era ella. Luego se levantó y la siguió, aunque no sin antes volverse a mirar a Joanne de reojo.

La pista de baile estaba llena hasta los topes, pero Lisa se sentía bien en sus brazos cuando por fin llegaron allí y se pusieron a bailar. Los ojos de Carson tenían una expresión helada, y su mandíbula estaba tensa y apretada. Ella sonrió. Por lo menos, parecía que Carson ya no sentía el menor afecto por aquella mujer.

– Joanne es muy guapa -dijo.

– Sí, muy guapa -replicó él.

– ¿Por qué… por qué terminaron? -preguntó echando la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos.

– ¿Hmmm? -dijo él, y por un momento Lisa pensó que no iba a contestar a su pregunta-. Bueno, vamos a ver… Creo que la causa fue que ella estaba buscando un marido, y eso era algo que no entraba dentro de mis planes.

No era aquella la respuesta que ella había estado esperando. Siguieron bailando en silencio por espacio de unos instantes, y Lisa se preguntó si él no habría dicho aquellas palabras como una advertencia dirigida a ella. No sabía qué hacer ni cómo reaccionar.

– O sea que es lo que yo pensaba -dijo por fin, mirándolo con una sonrisa burlona-. Tú te mantienes siempre lejos de las mujeres que van en busca de una relación estable, ¿no es así?

El estaba más calmado ahora, y el brazo que rodeaba a Lisa estaba mucho más relajado que hacía unos instantes. Casi sonrió antes de responder.

– Sí, así es.

– Bueno, ¿y entonces yo?

– ¿Qué pasa contigo?

– Yo estoy buscando un marido. ¿No te habías dado cuenta?

– Sí, me he dado cuenta perfectamente -dijo él-. Pero nosotros dos no estamos exactamente saliendo.

– Ah, ¿no? Y entonces, ¿cómo llamas a esto?

– Una reunión de negocios.

Ella lo miró con la boca abierta, hasta que descubrió el brillo de humor que había en los ojos de Carson, y los dos se echaron a reír. A pesar de todo, ella se sentía muy cerca de él en aquellos momentos. Su brazo la rodeó con más fuerza y ella se relajó y se dejó llevar, apoyando la cabeza sobre el pecho de Carson de manera que podía oír con toda claridad los latidos de su corazón.

De pronto se dio cuenta de que la música había cambiado, y que todo el mundo estaba bailando a toda velocidad a su alrededor.

– ¿Carson? -preguntó apartándose un poco.

– ¿Qué pasa? -preguntó él, como saliendo de un sueño.

La mano de él estaba en su pelo, sus ojos fijos en ella con expresión de asombro. Dios mío, pensó, aquel hombre tenía algo realmente especial.

Carson sintió que se deshacía al mirarla. No encontraba manera de detener el proceso, por muchos esfuerzos que hacía para lograrlo.

Aquella mujer, con su suavidad y su misteriosa sonrisa, le estaba calando hasta lo más hondo, y no había algo que pudiera hacer para impedirlo.

Tenía que reservar su billete para Tahití cuanto antes. Un billete que no admitiera devolución. Eso era lo que necesitaba. Y por la forma en que sentía reaccionar a su cuerpo ante la presencia de ella, tendría que comprar aquel billete cuanto antes.

– Será… será mejor que volvamos -dijo.

Ella asintió, intentando que Carson no advirtiera su gesto de desilusión.

– Sí, vamos -dijo ella con fingido buen humor-. Vamos a volver con nuestra pareja favorita.

Cuando caminaban en dirección a su mesa, la cabeza de Lisa no paraba de dar vueltas. Carson no era el hombre que ella necesitaba en su vida, pero ¿qué pasaría si lograra cambiarle?

Le resultaba insoportable la idea de que él y Joanne hubieran tenido una relación, aunque, por todos los signos, había sido Carson el que había cortado, y desde luego parecía evidente que él ya no sentía nada por aquella mujer. Este pensamiento la hizo sentirse mejor. Sin embargo, no tenía el menor derecho a sentir nada. Además, todo aquello era una estupidez. Ella no quería a un hombre como Carson.

– ¡Pauf!

– ¿Qué pasa? -dijo Carson volviéndose.

– La vida no es justa, ¿verdad? -dijo ella intentando sonreír.

El se lo tomó en serio.

– La vida es lo que tú haces de ella -dijo, tomando el brazo de Lisa y pasándolo por encima del suyo mientras la miraba con unos ojos tan azules que podían haber sido parte del cielo-. Lo importante es tomar las decisiones adecuadas.

¿"Y qué harías tú", pensó Lisa, "si yo decidiera elegirte a ti"?

Luego suspiró. No podía decidir tal cosa. Carson no era para ella. Y ella no era para él.

– Amantes predestinados -murmuró ella como una tonta-. Nombres escritos en las estrellas. Pobres víctimas del destino.

– ¿Qué es lo que estás murmurando? No oigo lo que dices -señaló Carson.

Le gustaba estar al lado de él. Nunca se había dado cuenta antes de lo agradable que era sentir al lado una presencia masculina fuerte y protectora.

Llegaron por fin a la mesa donde los esperaban Mike y Joanne. Ya no había más tiempo para conversaciones privadas.

Se sentaron. Mike y Joanne se estaban comportando como adolescentes enamorados. Hablaban como niños pequeños, se decían tonterías y al final los dos empezaron a cantar al unísono viejas canciones de amor. Esto era ya demasiado. Lisa y Carson se miraron para marcharse. En ese momento, Joanne se volvió a ellos con una brillante sonrisa.

– Perdónennos, es que no podemos evitarlo. Estamos tan nerviosos con eso de que vamos a casarnos que nos ponemos tontos.

De eso no había duda, pensó Lisa. Luego decidió que de nuevo iba a ser un poco de chismorreo.

– Mike ha dicho algo de tener niños. ¿Planean tenerlos inmediatamente?

– Inmediatamente -dijo Joanne, dedicando a Lisa toda su atención-. Dos pequeños Mikes y dos pequeñas pelirrojas. Será precioso.

Lisa sonrió. Al parecer, Joanne estaba enormemente interesada en aquel tema de la maternidad.

– Quiero tener todos los niños que pueda ahora mismo, cuando son mis años más fértiles. ¿No te parece que es eso lo que debe hacerse?

Parecía que aquello iba con intención. Lisa intentó sonreír.

– Algunas de nosotras no tenemos la suerte de poder tener hijos tan pronto -dijo-. Hay muchas mujeres que tiene que esperar hasta los treinta, o incluso hasta los cuarenta para tener niños.

Joanne asintió.

– Sí, ¿pero no te parece que las mujeres que tienen hijos cuando son mayores no hacen sino perjudicar al niño?

Lisa se preparó para contestar a esa observación, pero no pudo hacerlo, porque en aquel momento Mike intervino en la conversación.

– No hables de niños con Lisa -le dijo a Joanne-. Ella es una mujer de negocios. ¿Qué le importan a ella los niños? Esta dama -añadió con una sonrisa picara- desea algo de mí, y yo se lo voy a dar ahora mismo.

Todos quedaron en silencio, sorprendidos. Lisa casi tenía miedo de averiguar qué era eso que Mike quería darle. Mike se inclinó hacia adelante y puso su expresión más honesta y desinteresada. Lisa pensó que parecía la imagen viva de la hipocresía. En otra circunstancia, habría soltado una carcajada al verlo comportarse así.

– Querida Lisa, voy a darte un buen consejo. El hecho es que estoy un poco preocupado por ti. Por ti y por Loring's quiero decir.

– Pues no lo estés -dijo ella secamente.

– No, de verdad. Me preocupas. De modo que he decidido ayudarte. Voy a contarte cuál es el secreto de mi éxito.

– Mike…

El levantó una mano para detenerla.

– Esto es lo que tienes que hacer si quieres que la tienda funcione. Tienes que ir de acuerdo con los tiempos, y lo que ahora se lleva son las cosas sorprendentes y muy brillantes. A nadie le importa ya la sustancia ni la calidad. Lo que la gente quiere son cosas nuevas y excitantes. La diversión barata es lo que gana siempre. Como ya dijo alguien, si subestimas a tus clientes jamás irás a la ruina.

Después de aquella exhibición de fanfarronería y de mal gusto, Lisa se había quedado sin aliento. No sabía qué hacer, si reír o llorar.

– La frase a la que haces referencia no es exactamente así -dijo.

– No importa. Yo conozco a la gente de por aquí. Le gusta la basura. Así que yo se la sirvo, y ella la recibe a manos llenas. Intenta tú luchar contra ello, y te verás aplastada por multitudes que correrán a contemplar la última extravagancia de Kramer's. Lo digo en serio, no tienes nada que hacer.

– Ya lo veremos. Dame una oportunidad, Mike. Habla conmigo dentro de seis meses.

El negó con la cabeza, como si realmente le doliera oír lo que Lisa acababa de decirle. Acercándose a ella todavía más, anunció casi en susurros.

– Te voy a contar un pequeño secreto, sólo porque siento un poco de pena por ti. El lunes que viene tenemos planeado organizar una buena. Vamos a… -dijo, y luego se volvió a mirar alrededor para asegurarse de fique nadie estaba escuchando-, vamos a reemplazar todos nuestros maniquíes por modelos de verdad. Y unos modelos muy atractivos. Los hemos hecho traer de Los Ángeles. Las mujeres de la ciudad se van a volver locas.

Lisa no pudo ocultar su fastidio. Por poco que le gustaran los métodos de Mike Kramer, se daba cuenta de que a ella le resultaba imposible competir con él. ¿Qué podría hacer? ¿Copiar sus métodos? No, eso no serviría de nada. Tenía que hacer algo original y propio. Lo que hacía Mike era intentar halagar el lado más superficial de la gente, lo que hacía era divertirlos y sorprenderlos. No se le ocurría qué podría hacer ella para contraatacar.

Pero había una idea que llevaba varios días dándole la vuelta en la cabeza. Por extraño que pareciera, se dio cuenta de que hasta ese momento no se había parado a considerar aquella idea en serio.

– Hay que hacer que crucen el umbral de la puerta -seguía diciendo Mike muy animado-. Eso es lo único importante. Una vez que han entrado por la puerta, no volverán a salir sin haber dejado unos cuantos verdes dentro.

El tenía razón a su manera. Poro el estilo de Lisa era diferente. Se daba cuenta de que lo que ella tenía que hacer era permanecer fiel a sí misma y a las cosas en las que creía.

Humedeciéndose ligeramente los labios con la lengua, Lisa se las arregló por fin para sonreír, y luego dijo con suavidad:

– Mike, me parece que no ibas del todo descaminado.

El se acercó todavía más a ella.

– ¿Qué estás diciendo?

Lisa sonrió. Sí. Cuanto más pensaba en ello, mejor le parecía.

– Nada, Mike. Pero me has ayudado a desarrollar una idea.

– ¿Estás diciendo que tú tienes la cabeza hueca? -dijo él soltando una carcajada-. Cariño, yo no creo que tú seas estúpida. Lo único que creo es que este negocio te viene un poco grande.

Lisa miró a Carson, quien estaba sentado al borde de la silla con la mandíbula muy apretada. Sus ojos parecían decir: si tú quieres, le doy un puñetazo en la cara, pero Lisa rió y puso su mano encima de la de Carson.

– No hace falta -dijo en voz alta, como si Carson hubiera hecho realmente la oferta-. ¿No has oído lo que Mike ha dicho hace un rato? El y yo nos entendemos el uno al otro. De hecho, acaba de ayudarme a decidir qué es lo que tengo que hacer para salvar Loring's. Gracias, Mike, no me olvidaré de esto.

El la miró con desconfianza. Su aire de fanfarronería había desaparecido por completo.

– ¿Qué es lo que he dicho? -preguntó-. No se te ocurrirá copiar mi idea de poner modelos en vez de maniquíes, ¿verdad?

– No, Mike. Poner modelos masculinos en los escaparates no es exactamente mi estilo -dijo Lisa con una sonrisa amistosa pero que dejaba ver bien a las claras que había algo oculto debajo. Luego se volvió a Carson-. Están tocando otra lenta. ¿Corremos el riesgo?

Carson le sonrió. No tenía la menor idea de qué era todo aquello que Lisa le había dicho a Mike, pero le gustaba a pesar de todo.

– Contigo yo correría cualquier riesgo -le dijo levantándose y ofreciéndole la mano-. Vamos.


La brisa del océano olía a algas marinas y sal. Acariciaba los hombros desnudos de Lisa hasta que ella se puso el abrigo y se lo abrochó. A la débil luz de la luna, el océano parecía de tinta.

– Cuando era pequeñita conocía esta playa de memoria -dijo Lisa mientras caminaba sobre la arena fría-. Conocía a todas las gaviotas y a todos los cangrejos.

– Una típica niña de California -dijo él.

Lisa se volvió a mirarlo. Los dos se habían quitado los zapatos y habían echado a caminar por la playa. Llevaban ya unos quince minutos caminando el uno al lado del otro, y él no había hecho el menor intento de acercarse a ella.

– Tú no eres de por aquí, ¿verdad, Carson? -preguntó con curiosidad.

– No -respondió dedicándole una breve sonrisa-. Sólo llevo un año viviendo aquí.

– ¿Dónde está tu hogar… tu familia?

– No tengo realmente familia -dijo él sin mirarla-. Ya no.

Lisa hubiera deseado hacerlo volverse.

– ¿Qué quieres decir con eso de que ya no tienes familia?

– Quiero decir -dijo él, todavía sin mirarla, como si la pregunta de Lisa le resultara difícil de contestar. Se metió las manos en los bolsillos antes de contestar-. Quiero decir que tengo algo de familia, pero no me apetece mucho verlos… No estamos muy unidos.

Ella suspiró. Se había imaginado que había algo así.

– Eso puede ser un gran error. La familia es muy importante. A mí me habría gustado tener más familia.

– Tú tienes familia. Tenías a tu abuelo.

– Sí, pero le di la espalda. Y eso que era la única familia que me quedaba. Ahora me horroriza el pensarlo.

El se volvió al fin y la miró a los ojos.

– Y quieres arreglarlo teniendo un niño, ¿no es eso? -preguntó con suavidad-. Es esa la razón, ¿no?

Lisa se apartó el pelo de los ojos para verlo con claridad.

¿Cómo podría explicárselo? El parecía absolutamente opuesto a la idea de tener hijos, pero ¿qué era lo que le gustaba? ¿Los niños en sí? ¿El concepto de la familia? ¿O quizá era que le daba miedo comprometerse?

– Me encantaría tener un niño -admitió ella-. Pero estaba pensando en casarme antes.

A Carson le habría gustado gritar de disgusto, pero se contuvo.

– Eres de lo más convencional -la acusó.

– Sí -dijo Lisa con gesto pensativo-. Me doy cuenta de que soy mucho más convencional de lo que yo creía.

Carson miró en dirección a las olas. Tahití estaba por allí, al otro lado del mar.

Era tarde. Tenía que marcharse ya de allí. Ya había hecho su buena acción del día sacando a Lisa a que celebrara su cumpleaños. Luego la miró por el rabillo del ojo y se dijo que de buena acción aquello no había tenido nada. Lo cierto era que había pasado una noche maravillosa con aquella mujer. Le había parecido suave y tentadora cuando estaba entre sus brazos, le había divertido hablar con ella, le resultó interesante y misteriosa. Y en aquel mismo instante, sabía que si se volvía a mirarla no podría evitar besarla, y entonces…

Muy bien, lo cierto era que la deseaba. ¿Qué tenía eso de raro? Había deseado a muchas mujeres antes. Y en los viejos tiempos no habría tenido la menor duda de besarla y quedarse a pasar la noche con ella. Pero esto era diferente. Ella había sido totalmente sincera con él, y le había dicho qué era lo que esperaba del hombre que saliera con ella. Y pensaba que también él había sido sincero cuando le había dicho que no estaba dispuesto a comprometerse en una relación duradera.

La miró. Lisa estaba inmóvil, con los ojos cerrados y la barbilla levantada, aspirando la brisa del océano. Sus cejas formaban unos arcos perfectos por encima de sus ojos, y sus oscuras pestañas se rizaban sobre sus pómulos. Tenía los labios entreabiertos. Parecía un ser puro e inaccesible, a la espera de algo o alguien que la convirtiera en un ser completo. Por primera vez en su vida, Carson sintió de pronto esa misma necesidad, la de ser la mitad de algo. Sorprendido, apartó la cabeza y respiró el frío aire nocturno.

– Cuéntame algo más de tu familia -dijo ella, antes de que Carson tuviera tiempo de decir algo que los separara.

– No hay nada que contar -dijo él-. Le das mucha importancia a todo este asunto de la familia.

– Todos provenimos de una familia -dijo ella-. La familia es algo básico.

El negó con la cabeza.

– No para mí.

Lisa intentó mirarlo a los ojos, pero Carson parecía decidido a no revelar nada. Sin decir una palabra, los dos echaron a caminar en dirección a la casa de Lisa.

– ¿Qué es exactamente lo que tienes en contra de las familias?

– Tenía una familia bastante numerosa cuando era más joven -dijo él de mal humor.

– Ah. Pensaba que eras hijo único.

– Sí, lo soy. Pero mi padre siempre estaba… siempre estaba fuera. Así que acabé viviendo con unos parientes. Montones de parientes. Te voy a decir algo sobre la familia -dijo, volviéndose a mirarla por fin-. No hay nadie mejor que un pariente cercano para clavarte un cuchillo donde más te duele.

De modo que era eso. El tenía una familia, pero no se llevaba bien con ellas.

– No sé -señaló ella cuando se acercaban a su enorme casa victoriana-. A lo mejor sería diferente si tú intentaras crear tu propia familia.

Sí, pensó Carson. Probablemente sería diferente. Sería incluso peor.

– Ni en sueños -indicó casi de buen humor-. Eso no es para mí.

– Entonces -dijo ella con un suspiro-, parece que hablas en serio, y que no tienes planes cercanos de convertirte en padre de familia.

– ¿Yo? No, no, en absoluto.

– Es lo que yo pensaba -dijo Lisa, como si estuviera realmente triste al oír aquello-. Entonces tendré que tacharte de mi lista.

Estaba hablando en broma y él lo sabía. El brillo bien humorado que había en los ojos de aquella mujer le resultaba irresistible.

– Ah, ¿de modo que yo estaba en tu lista?

– Sí, en la columna de candidatos posibles. Justo debajo de un líder mundial y de dos estrellas de rock.

– ¿Debajo? ¿Y qué tenían ellos que no tenga yo?

– No, nada en especial. Lo que pasa es que a ellos los conocí primero.

– Ah, bueno -Carson rió-. Y ¿se puede saber quién está en la lista de candidatos ideales?

– Nadie. Esa lista está absolutamente vacía.

– Bien -dijo deteniéndose a mirarla-. Eso debe de significar algo, ¿no crees?

– No pienso rendirme -declaró con tanta suavidad que su voz casi quedó apagada con el sonido de las olas-. Y tampoco tengo tiempo para meterme en problemas.

Tenía razón. Cuánto más se quedara él a su lado, más probabilidad había de que los dos se metieran en problemas. Había pensado que, dado que los dos sabían lo que deseaba el otro, no había peligro de que sucediera nada, pero se había equivocado.

– Será mejor que me marche -dijo de pronto.

– Espera. Carson -ella lo tomó del brazo-, creo que ya tengo una respuesta a la pregunta que me has hecho esta tarde.

El asintió, esperando.

– Querías saber cuál era la razón de que yo deseara salvar Loring's. Muy bien. La razón es esta. Loring's fue creado y alimentado por mi familia. Si yo dejo que se hunda, es como si traicionara a mi familia. Si logro levantarlo, es como si les diera a todos nueva vida, a mi padre, a mi madre, a mi abuelo, a todos ellos. Y además, creo un legado para mis propios hijos.

Se sintió impresionado. No había duda de que aquello viniera directamente del corazón.

– Y una cosa más -agregó con una sonrisa malévola-. Estoy dispuesta a darle su merecido a Mike Kramer.

El rió, y pensó en acercarse a ella, pero no lo hizo. De acuerdo con las leyes que ellos mismos habían establecido, no debía hacerlo.

En el rostro de Lisa brillaba tal determinación, que Carson supo que ella seguiría en la lucha hasta el final, y que él tendría que estar a su lado para ayudarla. Antes que pudiera darse cuenta de qué era lo que estaba haciendo, se encontró acariciando los cabellos de Lisa y luego deslizando su mano por la mejilla. Iba a besarla. Pero si la besaba, tendría que quedarse…

– Tengo que irme -dijo retirando la mano y dándose la vuelta.

Ella se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos a la luz del claro de luna.

– Gracias por todo -murmuró viendo cómo se marchaba-. Lo he pasado muy bien.

– Yo también -dijo él. Y luego desapareció.

Lisa suspiró y se encogió de hombros. El no quería besarla. Bonita manera de terminar la velada. A lo mejor, pensó, aquella sensación de conexión que ella notaba entre ellos dos estaba sólo en su imaginación.

Volviéndose en dirección a la casa, comenzó a subir los escalones de la entrada. El cochecito de niño que se había encontrado esa tarde estaba en el porche. Seguramente, alguien lo había encontrado en la acera y había pensado que pertenecía a alguien de la casa. Se detuvo a mirarlo. Había algo triste en aquella pequeña camita vacía. No había ningún bebé a bordo.

Sacó la llave del bolsillo y abrió la puerta. Luego la empujó para entrar. Su día de cumpleaños había terminado.

Con un suspiro, se dispuso a cruzar el umbral.

– Lisa.

Ella se volvió sorprendida, justo a tiempo de ver a Carson que se acercaba entre las sombras y luego subía los escalones de dos en dos.

– Lisa, me había olvidado de felicitarte por última vez -dijo.

Sus ojos estaban tan oscuros como el cielo de medianoche, llenos de misterio. Cuando los brazos de él la rodearon, estrechándola como si ella fuera algo a lo que él no pudiera resistirse, Lisa levantó el rostro en un gesto que era cualquier cosa menos rendición.

El beso de Carson fue vehemente, casi furioso, y Lisa lo recibió igual que una ola que la arrastraba en medio de una tormenta cuya fuerza e intensidad la asustaban y excitaban al mismo tiempo.

Lo que Carson tanto se había temido, había terminado por suceder. Las cosas estaban a punto de salirse de control. Le había sorprendido la respuesta de ella. Después de todo, se habían conocido aquella misma mañana. Apenas se conocían el uno al otro. Pero al abrazarla, Carson había sentido que su cuerpo volvía a la vida con una ausencia de control que no sentía desde la adolescencia. Fue él el primero en apartarse. La miró a los ojos y ella le sonrió. Tenía los ojos húmedos, y sus labios estaban también húmedos y ligeramente hinchados.

– Feliz cumpleaños, Lisa.

Sus labios rozaron ligeramente su mejilla, y al instante siguiente él había desaparecido entre las sombras.

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