Capítulo 3

– Cumpleaños feliz -cantaba Lisa mientras entraba en el estacionamiento subterráneo y salía del coche-. Me deseo cumpleaños feliz.

Era un día precioso. Tendría que estar celebrándolo en la playa. Debería estar en una noche lleno de amigos, conduciendo hacia la playa a toda velocidad; o bien planeando una fiesta en algún lujoso club de la ciudad, tal como había hecho el año pasado en Nueva York.

– No -murmuró cerrando con firmeza la puerta del coche. Esas eran las cosas que ella había deseado hacer en el pasado. Pero ya no las deseaba. Este era su treinta y cinco aniversario. Lo que de verdad deseaba era celebrarlo con alguien cercano. Alguien que la comprendiera. Alguien… alguien a quien amara.

Ya era un poco tarde para eso, murmuró para sí, oyendo con satisfacción el sonido de sus tacones sobre el asfalto. A no ser que se diera mucha prisa y se enamorara de alguien antes de que llegara la noche.

"No es muy probable", admitió mirando el panel de números del ascensor.

Pero aquel día tenía que sucederle algo bueno. Era su cumpleaños.

Cuando salía del ascensor casi se tropezó con Garrison Page, una joven que trabajaba en la tienda y venía a menudo a enseñar su nuevo bebé a sus compañeros.

– Ah, hola, señorita Loring -dijo Garrison. Estaba vestida con shorts y sandalias, su cabello castaño cayendo libremente sobre sus hombros desnudos-. ¿Ha visto usted a mi Becky?

Tenía a su bebé en los brazos. Lisa sintió que se deshacía al verlo. Aquellos días siempre le pasaba lo mismo cuando veía un bebé.

– Es preciosa. ¿Puedo… puedo tenerla en brazos?

– Claro que sí -dijo Garrison poniendo al bebé en los brazos de Lisa con una sonrisa-. Es una niña buenísima. Si pudiera tener la garantía de que fueran a ser todos tan buenos como ella, tendría una docena.

Lisa dejó su maletín en el suelo y sujetó al bebé en sus brazos. Era tan suave, olía tan bien… Olía a talco, a margaritas y a ropa recién lavada.

– ¿Tiene usted niños, señorita Loring? -preguntó la joven, observando la sonrisa con que Lisa miraba a Becky.

– No, Garrison. Nunca he estado casada.

– Bueno, eso podría ser un inconveniente -dijo Garrison riendo-. No sé cómo puede una mujer arreglárselas sola. Yo tengo muchísima ayuda, tengo a toda mi familia viviendo conmigo, mi madre, dos hermanas y un cuñado, además de mi marido, por supuesto. Y todo el mundo colabora.

Una enorme y maravillosa familia. Lisa sintió una punzada de envidia. Por un instante, deseó decirle a Garrison que ese día era su cumpleaños. No estaba segura de cuál era la razón.

"A no ser que quisieras que te diera a Becky como regalo de cumpleaños".

Pero finalmente no dijo nada, y le devolvió el bebé a su madre.

– Me alegro de verte, Garrison. Mucha suerte con Becky.

– Gracias, señorita Loring. Vuelvo al trabajo ya dentro de pocas semanas.

Lisa echó a caminar por el pasillo, todavía sintiendo el olor y el contacto de la criatura que había tenido en sus brazos. Se encontró a Terry hablando por teléfono y naciéndole gestos.

– Oh, señorita Loring. El señor Carson James está en la línea.

El señor James. El consejero del banco. Empezaban los problemas.

– Lo tomaré en mi oficina. Gracias, Terry.

Entró en el despacho, tomó el auricular e intentó poner una sonrisa en su voz.

– Señor James. Le estamos esperando. Iba usted a venir a las diez, ¿verdad?

– Sí, precisamente llamaba para decirle que se me ha hecho muy tarde, y que probablemente no podré ir allí antes de las doce. ¿Es eso un problema?

Lisa frunció el ceño. Había algo en aquella voz que le resultaba familiar.

– No, no, en absoluto. Puedo hacer que nos sirvan el almuerzo aquí a los dos, si usted quiere, y podemos hablar mientras.

– Muy bien -dijo él-. Eso será estupendo.

¿Conocía a aquel hombre? Le parecía haber oído antes esa voz.

– Estoy segura de que querrá usted comenzar dando una vuelta por la tienda -dijo ella.

– No, eso no será necesario -indicó él-. Ya me he acercado un par de veces para echar un vistazo.

– Oh -eso no le hacía mucha gracia. ¿Había ido a su tienda sin decirle a ella ni una palabra? No pudo evitar que en su voz se deslizara una nota de sarcasmo-. Bueno, entonces supongo que ya sabe usted todo y está preparado para hacer sugerencias.

El no se preocupó de reaccionar ante el tono de Lisa.

– En realidad, señorita Loring, lo único que he hecho ha sido rascar un poco la superficie. Son sus libros los que me van a decir todo lo que necesito saber. Por cierto -añadió después de un instante de indecisión-, sí tengo una observación que hacerle. Es sobre la empleada que hay en la sección de trajes de novia. Creo que se llama Lisa. No sé cuál será su política de contrataciones y despidos, pero la aconsejo que la observe de cerca. Esa mujer está loca de remate.

Por un instante, Lisa se quedó inmóvil, con la mente completamente en blanco. ¿Qué diablos…? Entonces se dio cuenta de golpe. Era él. El espía. El espía no era tal espía. El espía era Carson James, consejero del banco. Y ella le había acusado… le había dicho que… le había… Oh, oh. ¡Vaya día que la esperaba! Luchando por controlar el dominio de su voz, dijo:

– Lo tendré en cuenta, señor James.

– Muy bien. La veré a mediodía.

Ella colgó lentamente el auricular y luego se echó a reír, cubriéndose la boca con las dos manos. Menuda metedura de pata.

Luego se puso a pensar en el hombre en cuestión, en su aspecto, en su forma de hablar. De modo que no era un tipo cualquiera al que jamás volvería a ver, y tampoco un espía contratado por la competencia, sino un profesional cuya tarea era precisamente ayudarla. Definitivamente, todo eso iba a ser muy interesante.

En su escritorio había dos mensajes de Greg. Se había ido a Santa Bárbara todo el día para aclarar un asunto relativo a unas regulaciones. La segunda nota decía que seguramente volvería de Santa Bárbara hasta el día siguiente. Se quedó mirando la nota unos segundos, dándose cuenta de que en lo profundo de su mente había estado pensando que una vez que Greg se enterara de que era su cumpleaños, seguramente reuniría a un pequeño grupo de gente para celebrarlo. Ella no conocía a nadie en la ciudad.

– Cumpleaños feliz -canturreó de nuevo, arrugando los mensajes, y sabiendo al mismo tiempo que era culpa suya-. Bueno, ya soy mayorcita para fiestas.

Dejándose caer en su silla, se puso a contemplar su maletín lleno de documentos y los papeles llenos de números que había sobre el escritorio. Tenía que ponerse a trabajar. Tomando el teléfono, le dijo a Terry:

– Por favor, no me pases llamadas durante un rato.

Luego hizo una llamada a Delia, en el salón de té, y solicitó un almuerzo de gourmet para dos. Después de todo, esta iba a ser al parecer su única celebración de cumpleaños. Luego colgó el teléfono, se recostó en su asiento y suspiró. Sacó sus enormes gafas redondas de su estuche y se las puso con gesto decidido sobre la nariz. Por muy cumpleaños suyo que fuera, tenía un trabajo que hacer.

Las siguientes horas pasaron volando. Lisa dividió su tiempo entre el ordenador, los archivos y un enorme volumen de documentos que su abuelo guardaba desde tiempo inmemorial. De vez en vez miraba el retrato del anciano. A lo mejor era su imaginación, pero cada vez que lo miraba le parecía que la expresión de su rostro era más suave que antes. A lo mejor era que él había empezado a creer en ella por Fin.

De pronto, ya eran las doce. Lisa no se dio cuenta de que había pasado el tiempo hasta que la puerta de su despacho se abrió para dar paso a un visitante.

– Hola, qué hay -dijo Carson entrando en la oficina-. Su secretaria no estaba, y…

Se detuvo. Acababa de darse cuenta de que detrás de aquellas gafas no había otra sino la mujer con la que se había encontrado el día anterior. La expresión del rostro de Carson le habría resultado cómica de no ser por lo violenta que se sentía ella por la situación.

– Oh, no -dijo él-. Usted otra vez…

– Señor James -dijo Lisa quitándose las gafas y sonriéndole. Tenía todavía la cabeza llena de las cifras y números con los que llevaba toda la mañana trabajando. Iba a costarle un par de segundos ponerse en situación.

– No, no -dijo él, sacudiendo la cabeza y volviéndose para salir del despacho-. He venido para hablar con la señorita Loring.

– Bueno -dijo ella intentando calmarlo con su mejor sonrisa-. Ya ve usted, ese es precisamente el problema. Yo… yo soy Lisa Loring.

El la miró con incredulidad.

– ¿Es usted la que lleva estos almacenes?

Seguramente no era algo tan difícil de creer, pensó Lisa. Luego se irguió y levantó la barbilla.

– Sí, me temo que sí.

El avanzó hacia su mesa, al parecer no muy convencido. Su traje oscuro se amoldaba perfectamente a sus anchos hombros, y el cuello blanco de su camisa acentuaba aún más el moreno de su piel. Tenía un aspecto muy profesional. De modo que ¿por qué imaginaba ella que veía algo de indómito y salvaje en sus ojos?

– Ayer se comportó usted de manera muy extraña -le recordó él, todavía mirándola con atención.

Ella asintió, intentando no recordar aquella escena absurda. Exceso de trabajo. Esa había sido la causa. Paranoia momentánea causada por falta de descanso y de relax. Tendría que hacer algo para solucionarlo.

– Ya lo sé -indicó rápidamente-. Lamento lo que pasó. Pensé que usted era… otra persona…

Bueno, con eso sería suficiente, pensó. El la estudió con atención. Era exactamente igual de hermosa que como la recordaba. No haría ningún daño concederle el beneficio de la duda. Se encogió de hombros y se acercó a ella, extendiéndole la mano.

– Carson James -dijo él-. Del Central Coast Bank.

Ella estrechó su mano grande y fuerte.

– Lisa Loring -dijo de nuevo, como para asegurarse de que él la creía-. Me alegro de que haya venido. Siéntese, por favor.

El se sentó, todavía mirándola con atención.

– No se preocupe -comentó Lisa, hundiéndose de nuevo en el sillón de su abuelo y feliz por la sensación de seguridad que le producía estar sentada allí. Con una sonrisa, volvió a mirarlo de nuevo.

De modo que aquel era el playboy . Sí, era evidente que algo de aquello había. Pero no estaba segura de cuál era la razón de que le hubiera recordado tan atractivo. Definitivamente, no era Robert Redford. ¿Por qué había excitado tanto su interés el día anterior? No estaba segura.

– Todo está bajo control -siguió diciendo-. Ahora ya sé quién es usted realmente.

El asintió y pareció relajarse. Esto podía no ser tan malo, después de todo. Y además, no se podía negar que ella era algo muy agradable de contemplar. Era una mujer de altura media y con una figura muy esbelta, y su perfil tenía la suavidad propia de una figura de porcelana. Seguramente los colores que mejor le sentarían serían los tonos pastel, aunque en aquellos momentos la blusa que llevaba era blanca, y la falda azul marino.

¿Qué edad tendría?, se preguntó. Treinta, quizá. Miró sus manos, en busca de algún anillo, y entonces recordó que Ben le había dicho que no estaba casada. ¿Divorciada? A lo mejor. No había fotografías de niños en su escritorio. ¿Una mujer de negocios consagrada a su trabajo? Posiblemente. Y sin embargo, había una suavidad en ella que le hacía dudarlo. Había conocido a muchas mujeres dedicadas exclusivamente a su trabajo, y aunque a menudo eran muy hermosas y muy femeninas, solía haber en ellas una expresión cortante en la mirada y un aire de confianza en sí mismas que él no veía en Lisa.

– ¿No va a seguir acusándome de ser un espía? -preguntó, sólo para estar seguro.

– Lo siento, de verdad. Lo que pasa es que Mike Kramer nos ha hecho toda clase de cosas, sabe usted, y cuando le vi tomando notas en su cuaderno y dictando en una grabadora…

El asintió, y Lisa se dio cuenta de que había comprendido la situación al instante. Era un hombre brillante, sin duda. Bueno, a lo mejor tenía un poco de aspecto de playboy , pero eso no quería decir que no conociera su trabajo. A lo mejor él podía realmente encontrar una solución para salvar la tienda.

– Mike Kramer, ¿eh? -dijo él pensativo. Conocía a Mike. Y conociendo a Mike, entendía sus sospechas-. El es su principal competidor, ¿verdad?

– Sí, así es. Los compradores pueden ir en coche a los centros comerciales de Santa Bárbara y visitar los establecimientos de las grandes cadenas, pero aquí en San Feliz lo único que hay es Kramer's y Loring's. Y así ha sido siempre.

El asintió y sacó un cuaderno de notas.

– ¿Y qué más competencia tiene Loring's? ¿Las boutiques del paseo de la playa?

Lisa sonrió. Por lo menos, parecía que aquel hombre tenía cierta idea de cómo eran las cosas por allí. A lo mejor había alguna esperanza, después de todo.

– Sí, yo diría que sí, aunque todavía no hemos hecho ningún estudio definitivo del mercado.

El abrió el cuaderno y sacó su bolígrafo.

– Déme cifras aproximadas. ¿Cuánto diría usted que pierden en una semana cualquiera por su causa… digamos, en ropa de mujer?

– Eh… un minuto por favor -dijo ella, empezando a rebuscar entre los papeles de su mesa. Con sólo una mañana de trabajo, ya se habían formado verdaderas pilas de ellos. Tenía esas cifras en alguna parte…

El la contemplaba mientras tanto. ¿Qué era lo que le habían dicho sobre ella cuando le habían dado este trabajo? Se suponía que ella había adquirido experiencia en Europa y luego en Nueva York. Pero estaba seguro de que su experiencia no le serviría ahora de mucho, y que todo aquello debía de ser nuevo para ella.

– Escuche -dijo Carson mirando a su alrededor en la habitación-, ¿se va a unir a nosotros su asistente Gregory Rice? -preguntó. Le habían dicho que Lisa Loring era la directora porque su abuelo le había dejado el negocio en herencia, pero que Rice era la persona con la que debía hablar-. Creo que él ha estado llevando la tienda durante años, y que conoce bien la situación en que está.

Ella interrumpió su búsqueda y miró un momento a Carson, leyendo la impaciencia en sus ojos. De modo que él seguía queriendo echar a Lisa, ¿no era eso?

– No se preocupe, señor James -contestó suavemente-. Yo puedo ocuparme de esto. Lo que sucede es que estoy un poco aturdida en este momento.

Y sin más explicaciones, se puso a buscar de nuevo. Pero estaba empezando a recordar qué era lo que había visto en él el día anterior. Era su masculinidad. Cuando la miraba, ella parecía sentirse de otra manera.

Y aquellos ojos azules…

Pero no había tiempo para aquello, se dijo con severidad. Tenía que poner atención en el trabajo. Levantó la mirada, y se encontró con los ojos de él fijos en ella. Parpadeó, contemplando el rostro de él por espacio de un instante y luego volvió a los papeles.

Seguramente debería sentirse agradecida. ¿Acaso no había pedido ella un hombre para su cumpleaños? Bueno, pues este era un hombre, desde luego. Lástima que no de la clase adecuada para ella. Tendría que devolverlo.

Las comisuras de sus labios temblaron cuando ella intentaba contener la sonrisa.

Carson había observado las cambiantes expresiones que habían cruzado el rostro de Lisa y había comenzado a preguntarse si ella se estaba tomando todo aquello lo suficiente en serio.

– Se da cuenta de que su negocio tiene serios problemas, ¿verdad? -dijo-. La única manera que va a tener usted de salvarlo va a ser haciendo recortes.

Ella no levantó la vista, pero repitió la frase que había estado diciendo aquellos días y que tan nervioso ponía a Greg cada vez que la decía:

– Andar escatimando no sirve para atraer clientes.

Al contrario que Greg, Carson le ofreció una respuesta al instante.

– Tampoco los atraen unos escaparates medio vacíos. Y eso es lo que va a tener usted si no consigue fondos para cubrir sus compras.

Ella le miró.

Touché -declaró con una rápida sonrisa.

Carson se sintió satisfecho. Por lo menos, ella podía no estar de acuerdo sin tomarse cada cosa que él dijera como algo personal. Le gustaba eso en una mujer, y era algo que no se había encontrado muy a menudo.

Su mirada vagó por la elegante curva de su peinado hasta el punto en que un mechón de pelo rubio platino se retorcía sobre su cuello. Y desde aquí, llegó en seguida a la abertura de su blusa de seda, y al insinuado volumen de sus pechos por debajo de la tela. Agradable. Muy, muy agradable.

Había pasado bastante desde la última vez que había tenido una relación amorosa. En los últimos tiempos, se había dejado absorber completamente por su trabajo, y su vida social se había resentido por ello. Contemplar a Lisa Loring le hacía recordar muchas cosas, sensaciones que hacía tiempo que no sentía.

Sin embargo, se recordó que no era un buen momento para comenzar una relación con una mujer. Estaba a punto de abandonar la ciudad. Lo cierto era que no había modo de borrar las reacciones naturales que contemplar a Lisa Loring le producía. Ella le gustaba, su aspecto, su forma de moverse, su estilo. No podía evitarlo.

A lo mejor no. Pero sabía que tendría que dejar todo aquello a un lado, por lo menos hasta que el trabajo hubiera terminado. Apartando de ella la vista, se recostó en su silla y escribió un par de cifras sin sentido en su cuaderno, tan sólo para concentrarse.

Lisa lo miró. Acababa de encontrar el papel que estaba buscando, y ahora esperaba a que él le prestara atención.

– ¿Preparado? -dijo por fin. El levantó la cabeza, con los ojos muy abiertos. Era evidente que no esperaba que encontrara el papel. Lisa sonrió-. Si quiere un momento para prepararse… -le dijo con una amabilidad que era ligeramente burlona-. Puedo esperar.

– En… no, no, en absoluto -dijo él irguiéndose en la silla. La observó con atención. Parecía una persona perceptiva, casi demasiado perceptiva. Un hombre tendría que andarse con cuidado al tratar con ella-. Dispare.

Lisa volvió a ponerse las gafas. Cruzando las piernas, comenzó a leer cifras del papel, deteniéndose aquí y allá para hacer comentarios sobre los datos que leía, de nuevo totalmente absorta en lo que estaba haciendo. Mientras tanto él iba tomando notas y le hacía preguntas de vez en vez, que ella siempre respondía de forma inteligente.

La primera impresión que Carson había tenido de ella, estaba desapareciendo a toda velocidad. Lisa Loring era una mujer de negocios tan aguda y profesional como cualquiera que él se hubiera encontrado nunca. De hecho, aquella mujer era probablemente la persona más fascinante, desde un punto de vista profesional, que él había conocido.

Había en ella una suavidad y una femineidad que harían a cualquier hombre preguntarse cómo sería tenerla en los brazos. Y entonces ella se ponía aquella enormes gafas y se sentaba muy recta en la silla, y era como si de pronto le hubieran salido espinas para impedir que tal cosa pudiera suceder. "No me toques", decía el lenguaje de su cuerpo a las claras. Esa era probablemente la razón de que no hubiera ni rastro de anillo en su mano derecha. Probablemente ella era también una obsesa del trabajo. Una pena.

– ¿Tiene usted una lista de proveedores? -preguntó él entonces. Los ojos de ambos se encontraron un instante, y Carson leyó en los de ella una momentánea identificación sensual que casi le hizo sonreír. Sin decir una palabra, le entregó la lista que le había pedido. A lo mejor, pensó, lo que le tenía tan inquieto eran los enormes ojos de Lisa. Los ojos oscuros de mujer parecían resultarle irresistibles últimamente. Volvió a recordar los ojos de Michi Ann Nakashima y los arañazos que tenía en la mano.

Luego él tomó un montón de papeles que había sobre la mesa para examinarlos, y un pequeño catálogo cayó al suelo. Lo recogió y le dio la vuelta para ver de qué se trataba.

Pero aquel catálogo no tenía nada que ver con el asunto que tenía entre manos, y ni siquiera era un catálogo de Loring's, sino de una firma de muebles para bebés. Había una foto de una cuna rodeada por un círculo, pero Carson no pensó que Lisa la hubiera señalado para encargarla para el departamento de bebés de Loring's.

La miró, pero ella estaba en aquellos instantes ocupada con el ordenador, mordiéndose con suavidad el labio inferior y con toda su atención puesta en la pantalla. Volvió a mirar la cuna. Soltera, había dicho Ben. A lo mejor era un regalo para una hermana, o algo así.

– ¿Sabe usted? -dijo Lisa de pronto dejando su lápiz sobre la mesa y Volviéndose a él-. Vamos a necesitar los informes anuales de diez años atrás, y están todos en el almacén.

Tomó el auricular, marcó un número y esperó unos segundos.

– Están todos almorzando -comentó-. ¿Quiere bajar usted conmigo y ayudarme a buscarlos?

La idea tenía su atractivo.

– Muy bien -dijo él levantándose de la silla. Luego abrió la puerta y la dejó pasar, preguntándose si ella se daría cuenta de que su cortesía no era en realidad sino una maniobra para hacer que ella pasara a su lado y poder oler el perfume de su pelo.

Los ojos de ella se encontraron con los de Carson por espacio de un segundo, y él se dio cuenta de que había pocas cosas que se le escaparan a aquella mujer. Lo sabía. Pero el gesto de su rostro, su media sonrisa, le decían que no tenía nada que hacer, que ella no tenía la menor intención de jugar con él a ningún juego.

Hacía mucho tiempo que no se encontraba con una mujer tan rápida y tan perceptiva como ella. Sí, definitivamente Lisa Loring le intrigaba.

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