Pero todavía hacía falta que alguien diera la vida para expiar ese antiguo pecado que fue el robo del fuego. Fue así como Quirón, el más noble de todos los centauros (que son mitad caballo mitad hombre), erraba por el mundo sufriendo el agudo dolor que le causaba una herida recibida accidentalmente. Pues, en unas bodas que se estaban celebrando entre los Lapitas en Tesalia, uno de los revoltosos centauros que se encontraban presentes intentó robar a la novia, y hubo a continuación una furiosa pelea. En medio de la confusión Quirón, pese a no ser culpable de nada de lo ocurrido, fue alcanzado por una flecha envenenada. Sempiternamente atormentado por el dolor, del que jamás podría curarse, el inmortal centauro deseó la muerte y rogó que ésta le fuera concedida como expiación del pecado de Prometeo. Los dioses escucharon su plegaria, le aliviaron el dolor y le quitaron su inmortalidad. Murió como un hombre cualquiera, y Zeus le colocó como brillante arquero entre las estrellas.

Josephine Preston Peabody, 1897

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