Capítulo 9

MATT estaba sentado en el restaurante de Millie, contemplando el plato que acababan de servirle: huevos revueltos con salsa mexicana y frijoles. Había estado corriendo en la pista de atletismo y ésa era su recompensa por el esfuerzo realizado.

– ¿No va a anular esta comida los beneficios que consigues haciendo ejercicio? -bromeó Millie.

– ¿No sabes que hay que alimentar los músculos?

– Si tú lo dices… Parece que sabes de lo que hablas -dijo ella yendo hacia otra mesa.

Miró de nuevo el plato. Tenía una pinta estupenda. Estaba empezando a prepararse una tortilla de maíz rellena de huevos cuando apareció Annie frente a él, como salida de la nada. Se dejó caer en el asiento opuesto a Matt y suspiró aliviada.

– Menos mal que te he encontrado aquí -dijo tomando su vaso de agua y bebiendo un buen trago-. Estaba muerta de sed.

Tenía aspecto de cansada y sofocada, pero seguía siendo preciosa. Le encantaba cómo su rebelde pelo enmarcaba su cara. Adoraba sus brillantes ojos, interesados en todo lo que había a su alrededor. Le gustaban sus manos y cómo las movía al hablar.

Sacudió la cabeza como intentando evitar que su mente siguiera pensando en ella de ese modo. No era el momento. Estaba claro que necesitaba contarle algo.

– ¿Qué ha pasado?

– He tenido que venir andando hasta aquí. Se me ha estropeado el coche otra vez y…

– ¡Vaya, Annie! Te dije que me dejaras llevar ese trasto al taller de Al.

– No -dijo ella con firmeza-. Es mi responsabilidad. Me encargaré de ello.

Se encogió de hombros. Quería decirle que tendría que hacer algo al respecto porque las palabras no iban a arreglar el coche, pero se calló. Sabía que Annie necesitaba ser independiente.

– Y, ¿qué pasa? -preguntó mientras comenzaba a comer-. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

– Llamé al piso de Rafe y me dijo que a lo mejor estarías aquí.

– ¿Ha pasado algo? -preguntó preocupado.

– No, no es eso. Pero… -dijo ella vacilante- Pero, verás. He estado hablando con tu padre.

Matt dejó la comida sobre el plato.

– ¡Oh, no! ¿Qué te ha dicho? ¿Ha hecho algo?

– Bueno, lo primero que me preguntó fue si tú eras el culpable de esto -dijo mirándose la barriga. Matt sólo gruñó por respuesta-. Le dije que no, que el bebé no tiene nada que ver contigo.

– ¿Y eso lo decepcionó? -inquirió él con media sonrisa.

– No lo sé -contestó ella pensando en otra cosa-. Eso no me molestó, pero… Matt -dijo tomando su mano-, creo que debería ser más sincera contigo. Hay algo que no te he contado y ahora puede que sea demasiado tarde.

– ¿A qué te refieres? -dijo él sin aliento.

– Es algo que me horroriza contarte -explicó con lágrimas en los ojos-. Y va a ser difícil de explicar.

– Muy bien -dijo Matt con decisión mientras apartaba el plato-. Vámonos de aquí. Vayamos a algún sitio donde podamos hablar.

– Pero acabas de empezar a comer…

– No importa -aseguró él dejando dinero sobre la mesa y ayudándola a levantarse-. Tengo el coche aquí mismo.

Pasaron al lado del merendero, donde unos hombres estaban terminando de montar una nueva barbacoa para la fiesta familiar que los Allman iba a celebrar una semana antes de la boda. Era ese mismo viernes.

Matt abrió la puerta del coche y la ayudó a entrar. No tenía ni idea de lo que Annie tenía que contarle, pero estaba seguro de que no le iba a gustar. Aún así, sabía que no cambiaría nada, porque estaba loco por ella.

Unos minutos después aparcaron en un bosque de enebros que crecía al lado de la autopista. Matt apagó el motor y se giró para mirarla. Ella se había recuperado bastante y se la veía serena y tranquila.

– ¿Estás bien?

– Si, claro que sí -repuso ella-. No sé qué me pasó antes, lo siento. Las hormonas me están volviendo loca desde que estoy embarazada.

– Dijiste que tenías algo que decirme… -dijo él mientras apartaba con suavidad dos rizos de su cara. No podía evitar tocarla.

– Sí -dijo mirándolo a la cara con preocupación-. Tu padre supo quién era. Él conoció a mi madre. Y yo tengo que contártelo antes de que lo haga él.

– Annie, no sé de qué estás hablando -dijo él intentando parecer calmado.

Ella respiró profundamente y se forzó a hablar.

– Mi padre era William McLaughlin. Josh, Kenny y Jimmy McLaughlin son mis hermanastros.

– ¿Qué?

– ¿Te acuerdas que te conté que mi madre se enamoró de uno de los jóvenes de la familia donde trabajaba? Pues fue en el rancho de los McLaughlin.

– Me estás tomando el pelo. ¿Quieres decir que eres una McLaughlin?

– Sí -asintió ella cerrando los ojos, como si esperase un estallido de furia por parte de él.

Se quedó mirándola largo rato para después estallar en carcajadas.

– ¿Te estás riendo? -dijo ella abriendo los ojos-. ¿Crees que tiene gracia?

– Annie, no sé si reír o llorar -aseguró tomando su mano entre las de él-. Todo esto es surrealista. Que seas parte de una familia a la que, como miembro de los Allman, he jurado odiar toda mi vida… ¡Es una locura!

– Pero es la verdad.

– ¿Y mi padre lo sabía?

– En cuanto le dije cómo me llamaba me reconoció. Me contó que tu madre fue la que ayudó a la mía a salir de la ciudad cuando los McLaughlin la echaron de la casa por estar embarazada.

– El mundo es un pañuelo -dijo él intentando asimilar la información.

– Sí. Sobre todo Chivaree.

– Así que por eso estabas tan empeñada en seguir trabajando en su rancho. ¿Lo saben?

– ¿Cathy y Josh? -preguntó ella-. No. No he conseguido juntar el valor necesario para decírselo. Antes quería llegar a conocerlos…

– No lo entiendo. ¿Por qué no se lo contaste al principio?

– Yo me hago la misma pregunta -confesó visible-mente arrepentida-. Debería haberlo hecho, pero quería ver cómo eran, intentar averiguar si me aceptarían o no. Y ahora me pregunto si he hecho bien al meterme en su perfecta familia con mi oscura historia detrás. ¿Qué tiene mi historia que ver con ellos?

– Todo -dijo él apretando su mano-. Vamos a decírselo. Iré contigo.

– ¡No! ¡Ahora no! -exclamó sorprendida-. Son encantadores. Los aprecio demasiado como para aparecer y arruinar de un plumazo la imagen que tienen de su padre.

– No te preocupes por eso. Todo el mundo sabe que su padre era un mujeriego -dijo sin pensar que estaba hablando también del padre de Annie.

– Ya lo sé -asintió ella sin ofenderse-, pero recordárselo ahora me parece tan cruel… Quizás debería olvidarme de todo.

– Tienes que decírselo. Mi padre lo sabe y no guardará el secreto por mucho tiempo.

Verla tan desolada le rompió el corazón. Se inclinó sobre ella y la besó con ternura en los labios. Ella lo miró con gratitud y Matt pensó en ir un poco más lejos, pero Se contuvo. Annie pasaba por un momento de debilidad y no habría sido apropiado.

– Venga -le dijo-. Te llevaré hasta allí y entraré contigo.

– De acuerdo -contestó con un suspiro.


– ¿Qué quieres?

Josh se había alegrado de ver a Annie, pero al reconocer a Matt a su lado su expresión cambió por completo y se cuadró en la puerta sin dejarlos entrar.

– Necesito hablar contigo -dijo Annie con el corazón en un puño-. ¿Podemos pasar?

– Tú sí -repuso Josh-. Pero preferiría que él se quedase fuera.

Cathy apareció en la puerta tras él. Parecía horrorizada por la conducta de su marido.

– ¡Josh McLaughlin, no vas a dejar a nuestros invitados en la calle! -le dio un empujón para quitarlo de en medio y sonrió a los recién llegados-. Pasad, por favor.

Así lo hicieron. Emily salió corriendo y riendo hacia los brazos de Annie en cuanto la vio. Ésta la abrazó y la besó en la mejilla para después dejarla de nuevo en el suelo y mirar a Josh. Estaba muy serio.

– Por favor, sentaos -ofreció Cathy.

– Gracias, pero no nos quedaremos mucho tiempo. Sólo vengo a deciros algo importante. Me resulta muy difícil y me temo que os vais a enfadar conmigo. Y con todo el derecho del mundo.

Cathy la miró preocupada. Tomó a Emily en brazos y la llevó a su cuarto para que no estuviera presente.

– Josh y Cathy -comenzó ella con un gesto de súplica en sus manos-, he estado viniendo a vuestra casa con segundas intenciones.

– ¿Qué quieres decir? -exigió Josh.

– Yo…

No podía continuar. Tenía la boca seca. No sabía cómo hacer aquello. Miró a 'Matt. Parecía dispuesto a hablar por ella si Annie no lo hacía pronto. Así que se decidió a contarlo.

– Lo primero que quiero deciros es cuánto he disfrutado viniendo aquí y lo bien que me habéis acogido. Nunca soñé que fuerais a ser una pareja tan estupenda como sois. Os tengo en mucha estima. Y Emily… -las lágrimas le agarrotaron la garganta al nombrar a la niña.

– ¿Qué estás intentando contarnos, Annie?

– Nunca os dije que mi padre era de Chivaree y que pasé aquí parte de mi infancia. Nunca llegué a conocerlo de verdad, aunque lo vi algunas veces en el pueblo.

Tragó saliva y miró a Josh. Su expresión le decía que estaba empezando a alejarse de ella. Ya no veía cariño en sus ojos. Se preguntó si estaría imaginándose lo que iba a decirle.

– Mi madre trabajó en este rancho como interna. Y aquí… Aquí se enamoró de tu padre.

Josh refunfuñó y le volvió la espalda.

– Supongo que ya te imaginas el resto. Tu padre, Josh, era también el mío.

Josh miraba furioso a Matt.

– ¿Ha sido él quien te ha incitado a hacer esto?

– ¡No! Él no sabía nada de esto hasta hoy.

– Mira, esto no tiene nada que ver conmigo -explicó Matt-. Sólo he venido para apoyar a Annie y eso es lo único que me importa.

– Él me animó para que viniera a contártelo de una vez.

– Espera un segundo -dijo Josh incrédulo-. Todo esto es muy sospechoso. Llegas a la ciudad, empiezas a vivir con los Allman y ahora, de repente, vienes a reclamar el patrimonio de los McLaughlin.

– ¡No vengo a pedir nada! -exclamó horrorizada.

– ¿Cómo que no? ¡Claro que lo haces!

– ¡No!

– Entonces, ¿qué haces aquí?

Le faltaron las palabras para poder explicarle por qué estaba allí. No sabía cómo decirle lo sola que se sentía, lo necesitada de familia que estaba.

– Josh, no he venido aquí para conseguir nada de ti. No tengo nada contra ti. En todo caso podría tener queja de tu padre, si aún viviera. Pero no es así. Ni tú tienes la culpa de lo que pasó ni yo tampoco.

– Mira, ella sólo ha venido a decírtelo, nada más. Si tienes dudas podemos hacer un análisis de ADN enseguida y en una semana sabrás los resultados.

– ¿Por qué iba a confiar en los resultados de un test que hagas tú? -le dijo Josh con desprecio.

– Perfecto. Llama a quien quieras. Además, espero que Annie esté equivocada y no sea una McLaughlin. Porque no necesita que cuidéis de ella, nosotros lo haremos.

– Si ella es de verdad una McLaughlin, seremos nosotros quienes cuidemos de ella.

Annie se colocó entre los dos, furiosa con ellos.

– No necesito que nadie cuide de mí. ¡Me basto yo sólita, gracias!

– ¡Annie! -dijeron ambos hombres a la vez.

– Matt, gracias por tu apoyo -explicó Annie mirándolo-. Pero creo que el hecho de que estés aquí está complicando el asunto. Espera fuera un minuto, por favor.

– Muy bien -dijo cuando se dio cuenta de que Annie tenía razón-. Estaré en el porche. Llámame si necesitas algo.

– Lo haré.

Matt salió al porche refunfuñando e intentando recobrar la calma. No sabía qué pasaba con los McLaughlin que siempre acababan sacándolo de quicio. Miró a su alrededor. Era la primera vez que estaba en su rancho. Había vivido en Chivaree casi toda su vida y nunca había visitado el mayor rancho de la ciudad.

Parecía que lo que decían en el pueblo era verdad. Josh estaba haciendo un buen trabajo intentando dar nueva vida al sitio. El viejo William McLaughlin no había sido muy bueno gestionándolo. Se le daba bien ir a Nueva York y salir con bailarinas, pero el rancho no era su fuerte.

Vio moverse algo en la ventana y se giró. Una carita rodeada de rizos rojizos lo miraba desde allí. Había visto a la niña al entrar, pero Cathy la había sacado de allí de inmediato: Ahora le sonreía desde la ventana.

Era un encanto de criatura. Le devolvió la sonrisa y ella le sacó la lengua. Matt hizo entonces una mueca monstruosa que provocó que la pequeña riera con ganas.

Era preciosa. Imposible no enamorarse de ella de inmediato. No pudo evitar pensar en su propio hijo y en dónde estaría.

Pero entonces salió Annie por la puerta y corrió hacia el coche.

– Vámonos -le dijo.

Matt fue tras ella y la ayudó a entrar en el coche. Luego se sentó frente al volante y en pocos segundos estaban de vuelta en la autopista.

– Has estado llorando -le dijo tras mirarla de reojo-. No te habrá hecho nada, ¿verdad?

– Claro que no. Son las hormonas de nuevo. Te juro que en cuanto nazca el bebé no volveré a llorar.

– Cariño -dijo riendo-, me temo que, por lo que he oído, criar a un hijo implica muchas lágrimas.

Annie decidió no recordarle que no iba a criar a ese hijo. Porque ya no estaba segura de ello.

– ¿Qué ha pasado? ¿Conseguiste que ese imbécil se calmara y te escuchara?

Ella lo miró con media sonrisa,

– Cuidado con lo que dices. Recuerda que estás hablando de mi hermanastro. Aunque no sé si llegará a admitirlo. Pero supongo que no importa. Le he dicho lo que tenía que decirle. Si quiere tener algún tipo de relación conmigo, eso es cosa suya. Yo ya he hecho mi parte y no me voy a preocupar más por ello.

Claro que era más fácil decirlo que hacerlo. No le apetecía ver a nadie más en aquel momento, así que se alegró de que Matt sugiriera llevarla a cenar a un asador que había lejos de allí, donde no se encontrarían a nadie conocido. Disfrutaron de una deliciosa cena y un exquisito postre. Matt se encargó de distraerla contándole travesuras e historias sobre su infancia. Annie se rió como hacía mucho tiempo que no lo hacía.

Era ya tarde cuando volvieron. Cuando llegaron a la casa de los Allman, Matt aparcó el coche en uno de los laterales, bajo los árboles. Apagó, el motor y se giró a mirar a Annie en vez de salir del coche.

Al verla allí intentó recordar por qué había estado tan seguro en el pasado de que no podría llegar a enamorarse de ella. Había olvidado las razones y éstas habían desaparecido. Ella había llenado de luz su vida durante las últimas semanas y no podía imaginarse vivir sin tenerla a su lado.

– Annie -le dijo, inclinándose hacia ella y tomando su mano entre las suyas-. No quiero dejarte aquí. Quiero llevarte conmigo. Quiero dormir contigo acurrucada a mi lado. Quiero…

Annie lo besó apasionadamente. Entre otras cosas para no tener que oír lo que iba a decirle. Matt la abrazó y la atrajo hacia sí. Quería ir con él. Deseaba estar entre sus brazos más que nada en el mundo.

Ella gimió y su cuerpo se arqueó bajo el de él. Sentía los pechos más llenos que nunca y cuando Matt los tocó no pudo ahogar un grito de placer. Él apartó su blusa y el encaje de su sostén. Y entonces Annie quedó expuesta por completo a sus caricias.

– Annie, Annie… -dijo él jadeante entre sus pechos-. Me vuelves loco.

Annie sabía de lo que hablaba. Deslizó sus manos bajo la camisa y dibujó con los dedos el contorno de sus músculos. Quería besar y saborear su torso. Quería tocar toda su piel y ser parte de él.

Pero de pronto se dio cuenta. Quería mucho más que eso. Quería hacer el amor con él. Lo necesitaba tanto como el aire que respiraba. Y si no intentaba controlar la situación, ésta se le iba a escapar de las manos.

– ¡Para! -le dijo.

Pero Matt no la oía, seguía recorriendo con la lengua su pecho y tuvo que insistir de nuevo y empujarlo para evitar que siguiera por ese camino.

Se apartó con un quejido y sin aliento. La observó mientras Annie se arreglaba de nuevo la ropa.

– Eres preciosa -le dijo con voz ronca y seductora-. Puedes hacer conmigo lo que quieras.

– Intentaré recordarlo -le contestó con una picara sonrisa.

– Annie -dijo él incorporándose y adoptando un gesto serio-. He estado pensando y… ¿sabes qué? Creo que deberíamos casarnos.

– ¿Qué?

– ¿Por qué no? Está claro que nos gustamos bastante y tú necesitas un marido.

Annie lo miró en la oscuridad del coche. Sería genial poderse relajar y creer que eso lo arreglaría todo.

«Sólo quiere casarse conmigo para ayudarme y evitar que dé el bebé en adopción. Pero no me quiere, no ha hablado de amor», se recordó ella.

– No pienso casarme nunca -murmuró ella.

– ¿De qué estás hablando?

– De mi vida. Gracias por la cena. Buenas noches.

Abrió la puerta del coche, salió y corrió hasta la casa con tanta rapidez que nadie creería que estaba embarazada de casi ocho meses. Matt se quedó mirándola, preguntándose si sería capaz de llegar a entenderla.


Annie no tuvo que esperar mucho para saber si Josh estaba interesado en tener alguna relación con ella o no.

De hecho, parecía que las relaciones familiares estaban estallando por todas partes.

Faltaban menos de dos semanas para la boda cuando Kurt y Jodie anunciaron su intención de celebrar una doble ceremonia con Shelley y Rafe.

– No podemos esperar más -explicó Jodie llena de felicidad-. Katy necesita que seamos oficialmente uña familia y hemos decidido que eso es más importante que intentar no herir a personas que ni siquiera están aquí.

Hablaba de la madre de Kurt, que vivía en Nueva York, y de su hermana Tracy, que residía en Dallas con su último novio. El padre estaba en algún lugar de Europa y hacía meses que nadie sabía nada de su paradero. Ninguno de ellos parecía tener en interés en ir a Chivaree.

– Tengo un par de tíos por aquí -dijo Kurt-. Pero no tenemos mucha relación. El único que me gustaría que viniera es mi primo Josh. Le mandaremos una invitación y veremos si tiene el valor de pasar de la disputa familiar.

– Estoy tan feliz… -dijo Rita a punto de llorar-. Va a ser la mejor boda de todos los tiempos.

Annie estaba contenta por ellos, pero el comentario sobre Josh le dolió. Estaba segura de que ella sería la culpable de que no acudiera nadie de los McLaughlin a la boda. Levantó la vista y se encontró con los ojos de Matt. Seguro que él estaba pensando lo mismo.

Ese mismo día, estaba organizando algunos documentos sobre la mesa de su despacho cuando notó que alguien estaba en la puerta. Miró en esa dirección y se encontró con Josh.

– ¡Vaya! -exclamó con sorpresa.

– Hola -dijo con gesto preocupado-. Supongo que deberíamos hablar.

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