Capítulo 4

ANNIE abrió los ojos y sonrió, aún medio dormida. Era un placer dormir entre sábanas tan suaves y en una habitación como aquélla.

Oyó un portazo que le borró la sonrisa de la cara. Recordó a Matt besándola inesperadamente. Parecía que la vida siempre la colocaba en situaciones difíciles en los momentos menos oportunos. No podía dejarse llevar por la corriente. Estaba en territorio enemigo e iba a tener que ser fuerte y resuelta.

Se levantó de la cama y se puso la bata. Abrió un poco la puerta para comprobar que no había nadie y se dirigió al baño. Por fortuna, no estaba ocupado. Entró e intentó cerrar por dentro, pero no fue capaz de averiguar cómo funcionaba el cerrojo.

Volviéndose, echó un vistazo a su alrededor. Los azulejos eran brillantes y de un precioso azul. Había una enorme bañera antigua a un lado, una ventana en el techo y un gran espejo de tres cuerpos. Ese baño era tan grande como todo su apartamento.

– Muy, muy bonito -susurró.

No le costaría trabajo acostumbrarse a ese tipo de vida. Hasta cepillarse los dientes sería un placer en un sitio así. Soñaba con tener tiempo suficiente como para darse un largo y relajante baño en la gran bañera. Se acercó al lavabo de mármol y abrió el grifo. Era dorado y el agua fluía por él como si fuese plata líquida.

Se quedó hipnotizada viendo como caía sobre el cepillo de dientes. Con el ruido no oyó que alguien llamaba a la puerta. Ya había comenzado a cepillarse cuando la puerta se abrió y una joven rubia con un albornoz rojo entró rápidamente.

– Perdona, Rita, pero tengo que…

La mujer se quedó de piedra mirando a Annie. Ésta intentó sonreír pero, con la boca llena de espuma, parecía más un perro rabioso que otra cosa.

– ¡Oh! -exclamó Annie con voz apagada-. Hola.

– ¡Vaya! -dijo la otra chica-. Lo siento, pensé que era mi hermana quien estaba aquí -explicó mientras salía del baño-. Una cosa, ¿quién eres? -preguntó volviéndose de nuevo hacia ella.

– Soy Annie -dijo ella mientras se limpiaba la boca con una toalla-. Matt me…

– ¡Ah! ¡Vale! -la interrumpió sorprendida-. No digas más.

– No, espera. Quiero explicarte… -intentó Annie acercándose a ella.

– No hace falta -contestó la joven sacudiendo la cabeza-. Yo soy Jodie.

– Hola, Jodie -dijo ella sonriendo-. Yo soy Annie.

– Hola.

Jodie debía de tener veintitantos, cerca ya de los treinta, la misma edad de Annie. Tenía una melena rubia hasta los hombros y unos ojos marrones y cálidos. Era simpática, pero estaba claro que no acababa de entender qué hacía esa extraña en su baño. Annie vio que sus ojos se fijaban en su camisón y en su más que obvio embarazo. Su expresión delató su gran sorpresa.

– Bueno, te dejo para que sigas con… Con lo que fuera que hacías aquí dentro.

– Sólo estaba cepillándome los dientes -explicó Annie.

– Ya veo -dijo Jodie-. ¿Dónde está Matt?

– No lo sé -contestó Annie tras pensar un segundo.

– Bueno, iré a buscarlo -dijo Jodie con el ceño fruncido.

– ¡Espera!

Jodie se dio la vuelta para mirarla.

– Antes que nada, ¿cómo se usa este cerrojo?

– Ya. Supongo que sería buena cosa saber usarlo -dijo Jodie riendo-. Mira, es así.

– Muy bien, gracias. Pero tengo otro problema -continuó Annie algo avergonzada-. No tengo ropa que ponerme. Sólo esto.

– ¿En serio? -dijo Jodie sin ocultar su asombro.

– Sí. Si pudieras prestarme alguna cosa…

Jodie abrió la boca para hablar y la cerró de nuevo. Se quedó pensando.

– Muy bien, no hay problema.

– ¡Eh! ¡Jodie! -llamó una voz masculina desde el pasillo.

– Es David -explicó Jodie con preocupación.

– El hermano pequeño.

– Eso es.

Annie sonrió. Estaba avergonzada de la situación, pero sintió una especial simpatía por la hermana de Matt. Era obvio que estaba intentando con todas sus fuerzas que nadie la viera allí.

– Será mejor que le contestes -sugirió Annie.

Jodie asintió decidida.

– Supongo que sí. Ahora vuelvo.

Annie escuchó desde dentro mientras Jodie explicaba a su hermano lo que ocurría.

– ¿La ha traído Matt? -preguntó David-. Hace tanto que no sale con nadie que pensé que se le habría olvidado cómo funcionan las relaciones. Tengo que verla.

– ¡Calla! No vas a ver nada. Dile a Rita que venga.

– ¿Rita?

– Sí. Venga, rápido.

Jodie entró de nuevo al baño, más sonriente que antes.

– Perdona -se disculpó-. En cuanto a la ropa…

– Sí, muchas gracias. Te lo agradecería muchísimo. Necesito una camisa y… -se paró para mirarse la barriga-. Y unos pantalones elásticos o algo así. Algo que pueda llevar al trabajo.

– Claro. ¿Dónde trabajas?

Annie rió. Sería mejor resignarse ante lo evidente. Sabía que todo lo que dijera no haría más que presentar la situación como una locura más y más extravagante a oídos de terceros.

– No te lo vas a creer, pero se supone que empiezo hoy a trabajar para Industrias Allman como ayudante personal de Matt.

– ¿En serio? -dijo Jodie riendo también.

Annie se dio cuenta de que estaban conectando. Tenía la intuición de que llegarían a ser amigas. A no ser que algo hiciera que Jodie cambiara de opinión sobre lo que pensaba de ella.

– ¿Jodie? -dijo alguien más desde el otro lado de la puerta.

– Ésa es Rita -explicó Jodie-. ¿Te importa si…? -preguntó mientras señalaba la puerta.

– Estás en tu casa -contestó Annie con ironía. Jodie sonrió y abrió la puerta para que pasara su hermana.

– Rita, ésta es Annie. Matt la ha traído a casa.

Las dos hermanas se miraron en silencio.

– Sí, ya me lo ha dicho David.

Rita y Annie se saludaron. Rita era más parecida a Matt. Era rubia, mayor que Jodie y no tan guapa y atractiva como ella. Llevaba el pelo recogido en una rápida y práctica coleta. Parecía una persona muy equilibrada y competente. Pero no estaba muy contenta con la situación.

– Así que eres amiga de Matt.

Annie se dio cuenta de que sería más complicado ser amiga de ella. Hizo que se sintiera como una intrusa. Como una niña a la que habían pillado con la mano metida en el bote de las galletas e intentaba encontrar una excusa para su comportamiento.

– Más o menos. La verdad es que hasta ayer no nos conocíamos mucho. Pero él ha sido muy amable y…

No quiso seguir hablando. Estaba muy alterada y no quería que los nervios le hicieran decir alguna estupidez.

– ¡Ah! -exclamaron ambas hermanas al unísono mientras bajaban la mirada hacia su tripa.

Annie suspiró. Estaba claro que las dos se preguntaban si estaba embarazada de Matt. Tendría que ir al grano y aclarar las cosas.

– Escuchad, creo que estáis haciéndoos una idea equivocada de esto.

– No, no nos hemos hecho ninguna idea -aclaró Jodie rápidamente.

– Yo no he tenido ninguna idea nueva desde el miércoles. Y no creo que tenga ninguna más a estas horas de la mañana -dijo Rita con sarcasmo.

Annie agradeció sus intentos, pero tenía que explicar la situación.

– Lo que quiero decir es que Matt y yo…

– ¿Qué? -preguntaron las dos impacientes.

– No estamos… -dijo Annie intentando encontrar la palabra apropiada-. Juntos.

Ambas hermanas se sorprendieron. Rita no parecía muy convencida y Jodie parecía algo decepcionada, como si hubiera estado albergando la esperanza de que hubiera algo entre ellos. Annie no entendía por qué Jodie podría querer que su hermano estuviese interesado en una mujer embarazada a la que había recogido del suelo de un restaurante. Claro, que ellas no conocían aún ese detalle.

– ¡Hola!

Las tres se sobresaltaron al oír la voz de Matt.

– ¿Qué pasa ahí? -preguntó con voz autoritaria. Iba a ser más difícil deshacerse de él que de David. Se miraron y Jodie tomó la iniciativa.

– En fin, ¡qué le vamos a hacer! -dijo con resignación-. Pasa, Matt. Hemos montado una fiesta aquí.

– ¿Está Annie ahí?

– Sí, aquí estoy -dijo ella conteniendo la risa-. Entra. Cuantos más, mejor.

Parecía una decisión intrascendente, pero al verlo entrar se sintió insegura y vulnerable. Se sentía desnuda. Algo que no le había molestado mucho la noche anterior, pero sí en ese momento. Se tapó mejor con la bata, a pesar de que sabía que las otras dos mujeres se percatarían del gesto. Matt entró mirándolas a todas con el ceño fruncido. El baño, que parecía tan espacioso, se estaba quedando pequeño con tanta visita inesperada.

– ¿Por qué me miráis así? -preguntó a sus hermanas.

– Por nada -se defendió Rita.

– Nada, nada -repitió Jodie con aire inocente. Matt puso cara de incredulidad, pero decidió no insistir.

– Supongo que ya habéis conocido a Annie…

– Supongo que sí -contestó Jodie sonriendo a Annie-. La verdad es que estamos tomando mucha confianza en poco tiempo. Incluso estoy pensando en dejarle mi ropa.

– ¿Tu ropa? -preguntó Rita sorprendida.

– Sí. Al parecer Matt la trajo a aquí en camisón.

– ¿Qué? -exclamó Rita horrorizada.

A Annie le habría gustado explicar el porqué, pero nadie la escuchaba. Jodie tenía una sonrisa malévola en la cara y Rita le pedía explicaciones a Matt.

– Luego te lo cuento -le dijo él-. Pero ahora, ¿os importaría dejarnos solos un momento? Estoy seguro de que tenéis otras cosas que hacer en otro sitio. Por ejemplo, en la cocina.

– ¡Es un machista! -le dijo Jodie mirando enfadada a Annie-. ¡Acuérdate de lo que te digo, querida!

– Matt, no creo que eso sea muy adecuado. Creo que… -estaba explicando Rita.

– Ya sé lo que piensas, pero no es así -le dijo él.

Era increíble ver a Matt en acción. Estaba muy seguro de sí mismo y de que sus hermanas le iban a obedecer. Annie se preguntó cómo habría conseguido domarlas así.

– Vamos, hermanita. Estoy segura de que Matt sabe lo que hace -le dijo Jodie a Rita mientras la tomaba de la mano-. Volveré dentro de un rato con la ropa -le anunció a Annie.

– Gracias.

Miró a Matt. Si no fuese tan atractivo, las cosas serían mucho más fáciles para ella. Mirarlo casi la dejaba sin aliento. Su oscuro pelo estaba despeinado y su camisa blanca, medio desabotonada, dejaba entrever su musculoso y bronceado pecho. Verlo así le hizo pensar en sábanas, camas deshechas y el potente beso de la noche anterior. Antes de que pudiera controlarlo, su pulso se aceleró.

De nada iba a servirle intentar negar la evidencia. Matt era un peligro para su tranquilidad. Era demasiado temprano para enfrentarse a esa situación; la había pillado con las defensas bajas. Tragó saliva y se dispuso a dar la cara.

– Hemos escandalizado a tus hermanas -señaló. Matt se encogió de hombros y la miró con cautela.

– No creía que eso fuera posible. Pero supongo que cada día aprendemos algo nuevo.

– Puede que para ti sea divertido, pero la verdad es que no quiero escandalizarlas.

– Me parece que ya es demasiado tarde. El daño ya está hecho.

– No -dijo ella negando con la cabeza-. Y estoy de acuerdo con Rita. No es el momento ni el lugar más adecuado para esto.

– Sólo quería comentarte algunas cosas -se defendió él confundido-. Lo primero, ¿cómo te encuentras? ¿Has tenido alguna molestia esta noche?

Miró la barriga, sobresaliendo a través de la abertura de la bata y su expresión se suavizó.

Annie estaba indecisa. La cara de Matt la había conmovido, pero sabía que tenía que ser fuerte y tomar el control antes de que él pensara que podía darle órdenes, igual que hacía con sus hermanas. Dudó un segundo y tomó una decisión.

– Fuera de aquí -dijo con la barbilla levantada.

– ¿Qué dices?

Annie inhaló profundamente y lo miró. Iba a tener que ser honesta con él.

– Que estoy aquí medio desnuda, estás demasiado cerca y estamos los dos solos. No me parece apropiado.

– Estás loca, ¿qué crees que voy a nacerte? ¿Agarrarte y arrastrarte hasta la bañera? -preguntó atónito mientras sacudía la cabeza.

– No es eso.

– Bueno, tú eres la que estás casi desnuda. Yo estoy vestido de arriba abajo, así que si alguien está haciendo algo inapropiado, ésa eres tú -dijo impaciente por la testarudez de Annie.

No iba a dejar que la ablandara con sus intentos de sacar a relucir el lado humorístico de la situación. Desde que conoció a Matt había tenido que hacer todo lo que él decidía. Había llegado el momento de retornar el control de su vida. Tenía que hacerle saber que hablaba en serio. Si se dejaba llevar por él, el resultado sería desastroso.

– ¿No crees que tus hermanas van a pensar que es un poco extraño que hablemos a solas en el cuarto de baño?

– ¿A quién le importa lo que piensen?

– A mí -dijo señalando su propio pecho.

– Annie… -repuso él tomando su mano para que se acercara a él-. Escucha…

Estaba resuelto a convencerla. Iba a usar toda su lógica. Tenía preparadas las palabras. Montones de palabras. Pero en cuanto tomó su suave mano y sintió su tacto, toda su voluntad se esfumó y se quedó sin palabras. Hipnotizado por sus ojos. No recordaba qué era lo que iba a decirle.

Fue un momento de pura magia. Matt no habló. Annie no habló. Pero ninguno de los dos deshizo el hechizo. Él sabía que podía haber estado así durante días, emborrachado con su mirada. Sin comida ni bebida, sólo ella. Fue muy extraño. Ninguna mujer le había hecho sentir así. Sentía que quería que formara parte de su ser. Annie era como el aire que necesitaba para respirar.

Ella rompió el momento. Se separó de él, respiró profundamente y señaló la puerta.

– Sal, por favor. Hablaremos luego, cuando esté lista y vestida.

Matt se sintió desorientado durante un instante. Cuando quiso darse cuenta de qué pasaba, estaba ya fuera del baño y Annie estaba cerrando la puerta tras él. Se quedó allí unos segundos, tratando de analizar lo ocurrido. Poco a poco recobró la razón, pero seguía inquieto. No sabía qué estaba pasándole.

Se dirigió hacia su habitación frotándose la nuca, preocupado por la situación en la que se había metido voluntariamente. No había contado con que sus sentimientos fueran a verse involucrados como lo estaban. Con cada paso que daba, metía a Annie más y más en su vida. Podía seguir pensando que todo lo hacía por el bienestar del bebé, pero el problema era que el bebé estaba dentro de ella. Tenía que mantener las distancias.

Cuando llegó a su habitación, Rita lo llamó desde el otro lado del pasillo.

– ¡Eh! Tenemos que hablar.

– ¿Qué pasa? -dijo de mala gana al ver inquietud en los ojos de su hermana.

– Mira. Matt -comenzó ella acercándose a él-. Estoy muy contenta de que encuentres a alguien. Todos hemos estado muy preocupados por ti desde hace algún tiempo porque no veíamos que salieras con nadie -se paró para bajar la voz mientras miraba hacia el baño-. Pero creo que no es apropiado que la traigas aquí.

Matt se mordió la lengua para no decir algo de lo que tuviera que arrepentirse después. Rita era la mayor y, desde la muerte de su madre años atrás, había sido la que los había educado a todos. La quería mucho y estaba muy agradecido por todos sus sacrificios, pero a veces era demasiado inflexible. Como en esa ocasión.

– Rita, Annie es mi paciente -dijo en cuanto pudo tranquilizarse-. Si creo que es necesario cuidar de un paciente mío durante unos días lo voy a hacer. Siento no haberlo consultado con el resto de la familia, pero no hubo tiempo para ello.

– Sí, claro -dijo ella incrédula-. Por favor, Matt. Es obvio que ella es algo más que una paciente para ti.

– ¿De qué estás hablando? Soy su médico. Quería que viniese para poder vigilarla más de cerca.

– Por supuesto -insistió ella sin creerse una palabra-. Me lo creeré cuando vea que llevas en brazos a la anciana señora Winterhalter al dormitorio de al lado la próxima vez que le dé un ataque de gota.

– ¡Rita!

– Matt, Annie es una mujer muy atractiva y tú has estado muy solo últimamente. No tiene nada de particular que estés interesado en ella. Es obvio.

– Será obvio para ti, pero no para mí -protestó él-. No hay nada serio entre Annie Torres y yo.

– ¡Si fuera sólo un rollo de una noche no la traerías a tu propia casa!

Aquello consiguió sacarlo finalmente de sus casillas.

– Claro que no, Rita. Ten un poco de cabeza. Annie no es mi amante. ¿No te has dado cuenta de que está embarazada de seis meses?

Se quedó mirándolo durante un largo rato, mientras se mordía el labio. Pero no se disculpó. Se volvió y se dirigió hacia las escaleras.

Matt soltó un taco en voz baja, intentando controlar el enfado, pero no pudo. Decidió seguirla para convencerla de su error. Porque, a pesar de lo que decía, le importaba lo que su familia pensara de él.

– Escucha, Rita -le dijo cuando la encontró en la cocina, sacando un cartón de huevos de la nevera-. Hay algo que no entiendes. Annie es… -comenzó-. Piensa en ella como en una niña desamparada. Como la cerillera del cuento, temblando en mitad de la nieve.

– Matt -dijo ella riendo-, hace más de treinta grados ahí fuera.

– Estoy hablando metafóricamente, Rita.

– Estás exagerando, que no es lo mismo -repuso ella mientras rompía varios huevos en un cuenco-. Así que te la encontraste revolcándose en la nieve con el camisón puesto y sin más ropa.

– La verdad es que se desmayó a mis pies en el Café de Millie.

– ¡Vaya!

– Lo que quiero decir es que tiene problemas y necesita un sitio donde quedarse.

Rita dejó de batir los huevos y se quedó pensativa un momento.

– Espero que tú no seas el responsable de esos problemas de los que hablas.

Sus palabras lo abofetearon duramente.

– ¡Es imposible hablar contigo hoy!

– Quizá sea porque he entrado en mi baño y me he encontrado a una desconocida, embarazada y en camisón, cepillándose los dientes en mi lavabo.

– Rita, el hecho de que esté embarazada no tiene nada que ver conmigo.

– Espero que sea verdad, Matt -dijo mirándolo con dureza-. Porque antes de que supiéramos que tienes un hijo en alguna parte -prosiguió ella con más suavidad-, nunca habría pensado que podrías llegar a estar metido en una situación así. Todo eso ha cambiado mucho mi manera de ver las cosas.

Las palabras de su hermana lo hirieron profundamente. Ahora lo entendía todo. Desde que les contó lo de Penny Hagar, había dejado de ser el hermano mayor, al que todos pedían consejo y admiraban, para pasar a desconfiar de él y de su buen juicio.

Se dio media vuelta. No tenía sentido seguir hablando con su hermana, ya no confiaba en él. Se sintió como un extraño en su propia casa. A la única persona a la que le apetecía ver en ese momento era a Annie. Algo que no tenía mucho sentido.

Sonó su teléfono móvil. Lo sacó del bolsillo y miró la pantalla. Era Dan Kramer, el detective contratado para dar con el paradero de su hijo.

– ¿Alguna noticia? -dijo sin más preámbulos.

Dan habló deprisa y le contó lo poco que había. Todas las pistas se habían ido quedando en nada. No había ninguna novedad.

– Bueno, siga intentándolo -le dijo al hombre antes de colgar.

«Siga intentándolo» era un consejo que bien podía aplicarse él mismo en esa encrucijada de su vida.


Annie respiró hondo antes de mirar a Matt. Estaban en el coche, a punto de entrar en el aparcamiento del Café de Millie. Estaba nerviosa y no sabía muy bien por qué.

– Te va a encantar -le dijo él-. Trata de relajarte. Para variar, será otra persona la que te sirva el desayuno a ti.

No le preocupaba eso. El problema era que se sentía extraña, como si estuviera actuando y no se supiera el guión. Estaba empezando a sentirse a gusto en casa de los Allman cuando Matt la convenció para salir de allí.

Jodie le había ofrecido un montón de ropa para que eligiera. Escogió unos pantalones azul marino con cintura elástica y una camisa larga y blanca que le quedaba algo justa en su abultado pecho, pero valdría para salir del paso. Matt le había dicho que se encargaría de que alguien fuera a su apartamento a recoger todas sus cosas esa misma tarde. No le gustaba la idea, pero tenía que admitir que tampoco la atraía la opción de volver a su cochambroso apartamento, a menos que fuese estrictamente necesario. Pero aún seguía preocupada por lo que pensaran las hermanas de Matt.

Jodie era simpática y la había acogido sin más, pero le preocupaba Rita. Aunque, cuando bajó por fin a la cocina, la recibió con una sonrisa y comenzó a hablarle de cómo iban los preparativos de la boda de su hermano Rafe con Shelley Sinclair. Se había quedado fascinada viendo la gran variedad de materiales, incluyendo metros y metros de encaje blanco y gasas, cajas de perlas y bobinas de lazos de satén que llenaban la mesa del comedor. Le encantaban todos esos adornos y cursiladas.

Pero, antes de que pudiera reaccionar, llegó Matt y la sacó de allí como si no quisiera que pasara ni un minuto más con su familia. Había sido una pena. Le gustaban sus hermanas y le habría encantado quedarse allí para conocerlas mejor.

Matt le recordó que tenían que ir al restaurante para recoger el coche de Annie y contarle a Millie que dejaba el trabajo. Así que, con pocas ganas, lo acompañó al que había sido hasta el día anterior su lugar de trabajo.

No sabía por qué temía ese momento. Pero al poco rato se dio cuenta de por qué desconfiaba. Dos mujeres que Annie conocía de vista salieron del restaurante en el mismo momento en el que ellos entraban. La saludaron como siempre pero, cuando vieron quién la acompañaba, ambas levantaron las cejas sorprendidas y se intercambiaron miradas. Annie sabía lo que pensaban. Algo parecido a «¿Has visto eso? Annie ha conseguido cazar a uno», o algo así.

Se sintió fatal. No le gustaba sentirse dependiente de nadie. Quería gritar y decirles que estaban equivocadas, que aquello no era lo que parecía.

Claro, que a lo mejor quien estaba equivocada era ella. A lo mejor sí era lo que parecía.

Levantó la cara orgullosa y entró en el restaurante. Matt le sujetó la puerta mientras miraba a su alrededor en busca de Millie. Nina Jeffords, una de las camareras preferidas de Annie, estaba recibiendo a la gente durante ese tumo. Su cara mostró asombro cuando vio a so compañera entrar con Matt Allman, pero intentó disimularlo y los acompañó hasta una de las mesas.

– Mille está en el despacho -les informó Nina- Está repasando la contabilidad. Así que yo no me acercaría por allí -advirtió con un guiño-. Al menos hasta que haga cuadrar las cuentas.

– Me temo que voy a tener que arriesgarme a que me arranque la cabeza -repuso Matt divertido-. Necesito hablar con ella -añadió mientras ayudaba a Annie a sentarse-. Yo tomaré café y huevos revueltos, por favor. Annie, voy a hablar con Millie. Te quedas aquí, ¿verdad?

Annie asintió. Si quería ser él quien informara a Millie de que iba a perder una camarera sin haberla avisado con antelación, ella estaría encantada. Más adelante le tocaría a ella dar explicaciones y no iba a ser nada agradable. A lo mejor Matt podía allanarle el camino.

Lo observó mientras cruzaba el comedor y saludaba a varios de los clientes. Todo el mundo conocía a los Allman. Eran como la familia real del pueblo o algo así. Fuera como fuese, el caso era que verlo hablar con todos y ser tan popular le producía escalofríos. Algo que habría preferido no sentir.

Antes de entrar en el despacho de Millie se giró hacia ella, sorprendiéndola mientras lo observaba. Tragó saliva y soportó su penetrante mirada durante unos segundos. Después, se volvió de nuevo y entró en el despacho.

Annie se dejó caer en el asiento mientras sacudía la cabeza. Había sido una metedura de pata, no podía dejar que algo así pasase de nuevo. Matt iba a hacerse una idea equivocada y eso sería un desastre.

– Annie -dijo alguien a su espalda-. Sabía que te encontraría aquí.

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