Capítulo 2

NO ESPERARÁS que me quite la ropa, ¿verdad?

Lo primero que notó Annie al llegar a la clínica fue que estaba vacía. Era tarde y se imaginó que el resto de los empleados ya se habrían ido a casa. Eso hizo que se sintiera algo incómoda además de recelosa. Todo lo que estaba ocurriendo era nuevo para ella, pero estaba aprendiendo a no confiar en nadie. Sobre todo en hombres atractivos y zalameros como aquél, Se puso la chaqueta alrededor de los hombros y miró a Matt como si fuera el representante arquetípico de ese tipo de hombre.

– Porque no quiero que me hagas ningún tipo de examen para el que tenga que desnudarme -repitió ella.

Matt se dio la vuelta para mirarla y estalló en carcajadas, para sorpresa de Annie.

– No será necesario -dijo finalmente para calmarla.

La condujo hasta una habitación llena de máquinas para exámenes médicos. Matt la miró y vio cómo se cubría el cuerpo con la chaqueta.

– ¿Siempre te cubres con ropa como si estuviera a punto de nevar antes de que te examine un médico? -le preguntó él.

– No con mi médico de verdad -se defendió ella.

– ¿Y qué crees que soy yo? -le preguntó mientras le indicaba con un gesto que se sentara en la silla al otro, lado de la mesa-. ¿Un médico de mentira?

– Eso está por ver.

Matt le colocó el brazalete del tensiómetro en el brazo mientras le dirigía una sarcástica mirada.

– ¿Y quién es tu médico de verdad?

– El doctor Marin.

Matt asintió con la cabeza. Ajustó el brazalete, lo infló y escuchó con atención mientras observaba la presión bajar en el indicador.

– ¡Ah, sí! Raúl Marin -dijo mientras le quitaba el aparato-. Su hijo y yo éramos amigos en el instituto.

Tomó nota de su tensión arterial y se volvió para preparar el equipo de monitorización fetal.

– Si lo prefieres, puedo llevarte a su clínica. Es tarde, pero…

– Pero es que no necesito un médico. Lo que necesito es irme a casa -lo interrumpió ella.

No entendía cómo se había dejado convencer para ir allí. Lo que necesitaba era volver a casa, meterse en la cama, acurrucarse bajo las sábanas y esperar a que todo aquello pasara. Pero Matt no dejó que su comentario le hiciera desistir.

– Creo que deberíamos hacer algunas pruebas más ahora mismo. Para asegurarme de que tú y el bebé estáis bien.

– Bueno, si tú estás seguro, el mundo podrá dormir tranquilo esta noche.

Matt ignoró su sarcasmo y continuó tomando notas. Después le indicó que se tumbara en la camilla.

– Veamos cómo está el pequeño -dijo él.

– El pequeño -repitió ella.

Le gustó cómo sonaba aquello. Había evitado conocer el sexo del bebé. Tampoco había pensado en nombres. Si iba a dar el bebé en adopción, tenía que intentar no encariñarse demasiado con él. Eso haría que todo fuese aún más duro. Pero cuando Matt lo llamó el pequeño, Annie sintió que el corazón le daba un vuelco y tuvo que esforzarse para no derramar ninguna lágrima. El, en cambio, parecía dispuesto a sentir afecto por ese bebé. Annie no podía dejar que Matt supiese que ese simple gesto la había emocionado.

– Muy bien, doctor.

– Llámame Matt -dijo él mirándola a los ojos.

– ¿Qué te parece señor Allman? -repuso ella. Su comentario produjo un gesto de impaciencia en la cara de Matt.

– Como quieras, Annie. Llámame Dumbo si eso hace que te sientas más segura -dijo él, algo molesto mientras desenredaba unos cables del aparato y se acercaba a ella-. Ahora intenta relajarte y acabaremos enseguida.

Instintivamente, Annie puso una mano protectora sobre su tripa. El bebé estaba bien. Estaba segura de ello. Al menos tanto como podía estarlo. Tomaba todas las vitaminas prescritas y acudía a todos los controles médicos, a pesar de lo costosos que eran. Estaba considerando seriamente la posibilidad de entregar su bebé en adopción, pero sólo porque ella, o él, le preocupaba. Quería al bebé y por eso tenía que hacer ese sacrificio. Nunca se había sentido tan unida a nada en todo su vida como se sentía a ese bebé.

– ¿Cuánto cobras? -le preguntó mientras lo observaba preparar el monitor.

Llevaba algo de dinero y no quería que él pensara que estaba esperando que no le cobrara nada.

– La primera consulta es gratis -dijo él para salir del paso.

A Annie no le sentó nada bien su respuesta. No quería la caridad de nadie. Ella podía pagar, aunque a veces le resultara difícil.

– Si regalas consultas a todo el mundo, no sé cómo vas a conseguir ingresar lo suficiente para mantener a tus empleados.

Matt terminó de colocarle la cinta del monitor alrededor de la barriga y comenzó a reírse con ganas.

– ¡Qué suerte! Acabo de contratar a alguien que sabe de verdad cómo funcionan los negocios. Sigue trabajando así de bien y te nombraré directora de la clínica.

Se estaba riendo de ella, pero aún así, no podía evitar sentirse halagada por sus palabras.

– Tú no puedes nombrarme nada.

Matt ni siquiera se molestó en contestar. Ya se había dado cuenta de que la mayoría de las palabras de Annie eran sólo una armadura que intentaba mantenerlo alejado de ella. Entendía que quisiera protegerse, pero estaba empeñado en que ella no perdiera de vista lo que era verdaderamente importante en ese momento: el hijo que llevaba en sus entrañas.

Hacía ya a algunas semanas que venía fijándose en ella. La veía cada vez que se acercaba al Café de Millie a tomar algo. Había estado observando cómo evolucionaba su gestación, aunque nunca le había dirigido la palabra hasta ese mismo día. Su mirada, inteligente y viva, lo había atraído tanto que se preguntaba a veces cómo sería su vida. No se le había pasado por alto que Annie no lucía ninguna alianza en su dedo, lo que le recordaba su propia y complicada situación.

Sólo hacía unas semanas que un antiguo amigo de Matt, que estaba de paso por la ciudad, lo había llamado y le había preguntado de manera inocente por Penny Hagar, una chica con la que Matt había estado saliendo en Dallas un par de años atrás. También le había preguntado sobre el bebé, dando por hecho que Matt estaba al tanto.

– ¿Bebé? -había preguntado él sorprendido-. ¿De qué bebé me estás hablando?

No tenía ni idea de que Penny hubiera estado embarazada de él cuando lo dejaron. Desde ese día, había concentrado toda su energía en encontrar a Penny y a su hijo. No tuvo demasiada suerte en localizarlos, así que decidió contratar a un investigador privado. Tampoco éste le había podido dar ninguna pista por el momento. Descubrir que era padre había conseguido que fuera mucho más consciente de todos los bebés que veía por la calle. Le daba la impresión de que el mundo estaba lleno de bebés, incluido el que Annie llevaba en su vientre. Un bebé al que su madre estaba dispuesta a entregar en adopción.

– ¿Cuántos empleados tienes? -preguntó Annie con curiosidad sobre los que podían llegar a ser sus compañeros de trabajo.

– ¿En esta clínica? Hay otro médico de familia, como yo, una recepcionista que hace las veces de contable, una enfermera titulada y otra en prácticas.

– Entonces, ¿cuál sería mi puesto? -preguntó ella intentando memorizar toda la información que estaba recibiendo.

– Supongo que no me he explicado bien -dijo él volviéndose para mirarla-. No trabajarías aquí. Tengo otro despacho en Industrias Allman y allí es donde necesito tu ayuda.

– Industrias Allman -repitió ella pensativa.

Annie no recordaba que esa empresa existiera durante los años que pasó en Chivaree en su infancia pero, desde que volviera al pueblo, había oído hablar de ella. Tenía su sede en un gran edificio señorial cerca de la calle principal de la ciudad. El inmueble estaba decorado con gárgolas y parecía una reliquia de tiempos muy lejanos.

– ¿Te parece bien? -preguntó él con tono sarcástico.

– No lo sé -respondió ella-. Ya veremos.

– Estaré en ascuas hasta que me des una respuesta -dijo humorísticamente-. Necesito a alguien que lleve y organice mi agenda. Se supone que me encargo de los asuntos sanitarios de la empresa, pero mi padre insiste en que participe en todas las reuniones importantes de negocios. Lleva algún tiempo intentando que deje la medicina y me interese por la empresa. Su sueño es que me haga cargo de ella cuando él se retire. Así que estoy tan liado que muchas veces no sé a dónde se supone que tengo que ir ni a qué reuniones debo asistir.

A Annie le extrañó que alguien como Matt, que exudaba seguridad por cada poro de su piel, tuviese problemas para hacerle saber a su padre que no deseaba participar en la empresa.

– ¿Por qué no le dices a tu padre que no tienes tiempo para ir a esas reuniones?

Se quedó mirándola antes de responder. Después sonrió.

– ¿Y por qué no? Ésa será tu primera tarea. Dile a todos los que llamen que estoy demasiado ocupado para atenderlos. Eso haría mi vida mucho más simple.

– Parece bastante fácil -repuso ella encogiéndose de hombros.

La cara de Matt era un poema. Annie no supo interpretar si estaba riéndose de ella o, simplemente, no creía que fuera a ser sencilla su tarea.

– Bueno. Espera y verás -la advirtió riendo.

– También podría ayudarte en el aspecto médico -sugirió Annie para dar a conocer su valía.

– No creo, no tienes los conocimientos necesarios.

– Sí los tengo.

– ¿Qué? -preguntó él sorprendido.

– Estaba en segundo curso de la Academia de Medicina de Houston, estudiando Enfermería, cuando me quedé embarazada y tuve que dejarlo.

– ¡Vaya! Eso sería de gran ayuda -dijo-él con un silbido de admiración.

– Claro que no estoy titulada.

– Ya, ya me imagino. No espero que actúes como enfermera, pero el mero hecho de saber que tienes unos conocimientos es importante. Sobre todo en un pueblo pequeño como éste. Aquí todo cuenta.

Le dirigió una media sonrisa que dejó a Annie con mariposas en el estómago. Presentía que acababa de mejorar mucho la impresión que Matt tenía de ella.

– Ya ves. Parece que este trabajo y tú estabais destinados a encontraros -dijo él.

Annie se estremeció al oír esa palabra. Tenía una connotación romántica que no le gustaba en absoluto. Estaba decidida a mantenerse lo más alejada posible de situaciones de esa índole.

Eso le recordó que Shelley, la hija de Millie, estaba prometida con el hermano de Matt, Rafe Allman. En el restaurante no se hablaba de otra cosa. Le gustaba mucho Shelley y siempre estaba interesada en conocer los últimos detalles de la próxima boda. Sabía que Matt no estaba casado, lo cual no dejaba de extrañarle. Era un hombre con éxito y atractivo, pero el tiempo pasaba y seguía sin formar una familia. Pocos hombres como él permanecían solteros a su edad.

– Muy bien, doctor -dijo ella forzando una expresión de extrema seriedad en su rostro y mirando al monitor-. ¿Cuál es el Veredicto?

– Parece que tanto tú como el bebé estáis bien.

Se sintió muy aliviada y hasta ese momento no fue consciente de lo preocupada que había estado.

– ¿Ves? Tanta preocupación para nada.

– Yo no diría que para nada, pero bueno…

Las cosas se estaban complicando para Annie porque, cuanto más tiempo pasaba con ese hombre, más le gustaba. Razón suficiente para preocuparse y para ser cautelosa.

Necesitaba salir de allí cuanto antes.

– ¿Me vas a quitar esto? -preguntó.

– Claro. Espera un momento.

Matt apagó el monitor fetal bajo la atenta mirada de Annie. Se sentía muy satisfecha por estar cerca de un hombre tan atractivo como Matt y no haberse dejado obnubilar por él ni por sus numerosos encantos viriles. Durante el examen había tocado partes de su cuerpo y se había acercado a ella bastante, lo suficiente como para que pudiera disfrutar del limpio y fresco aroma que desprendía. Y había conseguido permanecer impasible.

Sonrió con satisfacción.

Pero entonces, mientras. Matt desataba el cinturón que rodeaba la tripa de Annie, rozó accidentalmente con la mano uno de sus pechos. Se quedó helada y lo miró. Necesitaba saber cuáles eran sus intenciones. Lo que vio no la hizo sentir mejor.

Sabía que había sido accidental, pero había algo peor. Matt le sostuvo la mirada durante más tiempo del necesario y ella sintió una especie de conexión con él. Fue consciente en ese momento de que entre ambos había una corriente sensual innegable.

Matt apartó la mirada, sabiendo en qué estaba pensando ella.

– Lo siento -dijo.

Pero Annie, aún sin aliento, fingió no entender su disculpa y concentró sus esfuerzos en dejar salir poco a poco el aire que se había quedado paralizado en sus pulmones.

– Recoge tus cosas y te acerco a casa -le dijo Matt mientras seguía ocupado con el aparato.

Le habría gustado contestarle de mala manera, decirle que se fuera a paseo, que no necesitaba ayuda de nadie. Pero no tenía coche ni nadie a quien llamar. Así que, a menos que quisiera atravesar la ciudad andando en plena noche, iba a tener que dejar que Matt la llevara.

Cerró los ojos un segundo y se prometió no volver a verse nunca más en una situación parecida. En cuanto pudiera valerse por sí misma tomaría de nuevo el control de su vida. No quería tener que volver a depender de nadie.


De camino a casa de Annie, Matt la miró de reojo. A pesar de tener el cinturón puesto estaba sentada al borde del asiento. Cualquiera que la viera pensaría que había sido secuestrada. Agarraba el manillar de la puerta con tanta fuerza que parecía estar a punto de arrancarlo o abrirlo en cualquier momento y salir del coche despavorida.

Matt contuvo el impulso de hacerle saber lo molesta que le resultaba su actitud. Eso sólo empeoraría las cosas. Era evidente que estaba asustada y, si le recriminaba su modo de actuar, se sentiría aún más atacada.

No sabía por qué había decidido ocuparse de ella. Estaba demasiado ocupado como para encargarse además de aquello. Se había acercado al Café de Millie a tomar un café y un trozo de tarta. Necesitaba cafeína que le mantuviera despierto esa noche, ya que tenía mucho trabajo en su despacho de Industrias Allman. Pero antes de que se diera cuenta, estaba tomando a su cargo a otra criatura perdida.

Porque eso era lo que Annie le parecía, un animal herido. De niño, siempre llevaba a casa todo lo que encontraba: gatitos, cachorros, culebras, una mofeta… Recordó que una vez encontró un pájaro herido. Lo llevaba de un sitio a otro en una caja de zapatos e hizo todo lo que un niño de diez años podía hacer para curarlo. Le dedicó un montón de atención. Intentó que bebiera y comiera. Consiguió que el pajarillo permaneciera tranquilo y quieto en sus manos. Pero sus ojos oscuros lo miraban siempre con miedo, como si estuviera seguro de que, a pesar de todos los cuidados, el niño acabaría por hacerle daño. Era la misma mirada que veía en los ojos de Annie.

No pudo evitar sentir rabia al pensar en quién la habría convertido en un animal asustado. No era normal que una mujer se comportara así sin una causa. Quería calmarla y decirle que no se preocupara, pero sabía que sus palabras podrían tener el efecto opuesto.

– Bueno, bueno -comenzó intentando sonar natural-. ¿Qué es lo que te ha traído a Chivaree?

– Ya te lo dije. Me crié aquí -repuso mirándolo de reojo.

– ¿Fuiste a colegios locales?

– Más o menos.

Tenía que sacarle cada respuesta con sacacorchos. No se estaba haciendo la listilla como antes, pero era tan parca en palabras que casi hubiera preferido que lo insultara.

– Y el bebé, ¿es niño o niña?

– No lo sé. No lo he preguntado.

La miró extrañado.

– ¿No lo quieres saber?

– Ya me enteraré cuando nazca.

Matt hizo una mueca y volvió a mirar a la carretera.

– No quieres saberlo para mantener las distancias, ¿verdad?

Annie no quería hablar de ello con él. Sobre todo cuando sabía que no aprobaba su decisión.

– ¿Y tú? -preguntó ella intentando cambiar de tema-. ¿Tienes hijos?

Se sorprendió de que tardara en contestar.

– Nunca he estado casado.

– Yo tampoco -contestó ella encogiéndose de hombros.

Matt dejó la calle principal y se dirigió hacia la parte de la ciudad que Annie le había indicado. Chivaree había cambiado mucho durante los últimos años. Solía tener el aspecto solitario y desolado de algunos de los poblados que se veían en las viejas películas del oeste. Pero su población se había multiplicado en poco tiempo y habían surgido nuevos barrios en las colinas que rodeaban la ciudad. Se habían abierto muchas tiendas y restaurantes cerca de la autopista. El desarrollo y crecimiento de un pueblo eran buenos, pero llevaban consigo algunas desventajas.

– Gira a la izquierda en el siguiente semáforo -le indicó ella.

Matt asintió y frunció el ceño al girar y adentrarse en el barrio indicado. No le gustaba el aspecto que tenía. Hacía mucho que no iba por esa zona de la ciudad. Era un barrio de mala muerte. Había mucha criminalidad allí y cada vez iba a más.

– ¿Vives con alguien? -le dijo esperanzado.

– No.

– ¿Estás sola?

– Sí.

– Deberías vivir con alguien.

Annie soltó una amarga carcajada.

– Lo que tú digas. Pero el caso es que no tengo a nadie. Además, estoy bien sola.

Matt pensó que si estuviera tan bien no se habría mostrado tan ofendida con su sugerencia. Annie lo miró un segundo y él no pudo por menos que admirar el brillo de sus oscuros ojos y la suavidad de sus rizos castaños balanceándose con cada movimiento de su cabeza.

– Aquí es. Deja el coche detrás del rojo.

Matt aparcó y apagó el motor, haciendo una mueca de desagrado al observar el viejo y sucio edificio de apartamentos.

– Muchas gracias por todo -dijo ella intentando ser amable-. Te veré en Industrias Allman mañana por la mañana.

– Espera, te acompaño hasta la puerta.

– No -contestó ella sorprendida por su ofrecimiento y con ojos asustados-. No lo hagas.

– ¿Por qué no?

– Porque te verían los vecinos -explicó ella, muy nerviosa.

– ¿Los vecinos? -repitió incrédulo-. ¿Y qué pasa?

– Que hablarían.

– ¿Que hablarían? Sólo porque me porto como un caballero y te…

– No entienden mucho de caballeros por este barrio -lo interrumpió Annie mientras recogía sus cosas y soltaba el cinturón de seguridad-. No abundan demasiado por aquí ese tipo de hombres.

– ¿Quieres decir que…?

– Sí. Pensarán que… -comenzó ella encogiéndose de hombros y mirando para otro lado-. Bueno, mira. Déjame entrar sola y ya está. No necesito alimentar más cotilleos sobre mi persona.

Matt se mordió la lengua. Su enfado crecía por momentos y amenazaba con explotar si no lo controlaba. Inhaló profundamente y la miró.

– Annie, ¿qué demonios haces viviendo en un barrio como éste?

– El alquiler es barato -respondió ella levantando la barbilla.

– A veces lo barato sale caro.

– Mira, Matt. No procedo de una familia rica. Mi madre estaba sola en la vida y me sacó adelante como pudo. He vivido en sitios como éste casi toda mi vida y sé cuidarme sólita.

Lo miró con seguridad, salió del coche y se dirigió hasta el portal con paso decidido. Él se quedó en su asiento, viendo cómo se alejaba. No le gustaba nada la situación. No era el barrio apropiado para un bebé. Prefería no pensar en que ella estaba considerando entregar el bebé en adopción. No sabía cómo podría salir adelante sola cuando volviera del hospital con su hijo. Aunque quizá tuviera amigos que la pudieran ayudar durante las primeras semanas.

Al momento descartó esa idea, recordando que sólo llevaba un mes viviendo allí.

Pensó en ella, en su preciosa cara y sus no menos bellos ojos. No encajaba en un lugar como aquél. Sintió la tentación de mandarlo todo a paseo, salir tras ella, agarrarla y…

Pero claro, no sabía qué haría después. No tenía ni idea de cómo estaba el mercado inmobiliario en Chivaree. Quizás ella tuviera razón y ese barrio fuera lo único disponible: Pensó que en cuanto comenzara a trabajar para él y a recibir un salario digno podría permitirse el lujo de cambiarse a un piso mejor. Sabía que eso sería lo más acertado. Si intentaba convencerla en ese momento de que hiciera las cosas como a él le parecía bien, sólo conseguiría que ella se echara para atrás y se encerrara en sí misma.

Sonrió al pensar en cómo se pondría si la abordara entonces. Su preciosa cara se transformaría con indignación y levantaría su perfecta barbilla. Era encantadora. A su manera, pero encantadora por mucho que intentara ocultarlo.

Cuanto más pensaba en ello más se convencía de que no podía dejar que siguiera viviendo allí. Ningún empleado suyo debería vivir en un sitio así.

Se dio cuenta de que se estaba engañando. Annie no iba a ser sólo una empleada más. El niño que llevaba dentro le importaba más de lo normal en alguien que acababa de conocer a su madre. Pero sabía por qué se sentía así.

No hacía mucho tiempo que acababa de saber que él también tenía un hijo. En algún lugar había un bebé del que acababa de conocer su existencia. Había sido una noticia tan fuerte y alucinante que aún no había conseguido asimilar su nueva condición de padre. Tenía tantas preguntas en la cabeza que apenas podía vivir con ellas.

Le desesperaba pensar que su antigua novia, Penny, la mujer que le había ocultado que esperaba un hijo suyo, hubiera tenido que vivir en sitios como aquél. Lo único que sabía de ella por el momento era que tuvo que dar a luz sin el apoyo de nadie y que había dado el bebé en adopción, igual que iba a hacer Annie. Así que se imaginaba que Penny había pasado también por dificultades económicas.

Era surrealista pensar que Penny había sufrido tanto mientras él, completamente ignorante de la situación, seguía adelante con su vida. Mientras él reía, se divertía, salía con otras chicas y hacía sus prácticas en Dallas, Penny había tenido que afrontar sola todas las decisiones y responsabilidades que debían haber compartido los dos. Y que ella sola había tomado la decisión de dar el bebé que llevaba dentro, que también era de Matt, a alguna otra pareja.

Debería haber estado allí.

Pensó que quizás ayudando a Annie consiguiera aliviar su conciencia en parte. Se preguntó si ésa sería la razón por la que se había propuesto cuidar de ella. Quizás estuviera complicándose tontamente la vida al meterse de forma voluntaria en esa situación tan complicada, pero sentía la necesidad de luchar por el bienestar de los bebés. Eso lo tenía muy claro. Y si tenía que convertirse en su ángel de la guarda, lo haría sin pensárselo dos veces.

Arrancó el coche y comenzó a conducir. Pero su pensamiento seguía en el mugriento edificio donde Annie tenía su apartamento.

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