8 Mentes mágicas

—¿Cómo vamos a alimentarlos?

Ampolla alzó la vista hacia Rig con ansiedad, se reclinó sobre el palo popel y bostezó. No estaba acostumbrada a levantarse al alba y se restregó los ojos soñolientos con los acolchados dedos de sus guantes.

Nadie la había obligado a levantarse, sobre todo porque había pasado la mitad de la noche acomodando a los prisioneros a bordo; o a los refugiados, como los llamaba Rig. Pero le resultaba difícil dormir con tanta gente a su alrededor. Cabía la posibilidad de que se perdiera algo, como una conversación importante.

—Tienen tanta hambre que desde aquí oigo cómo les ruge el estómago. ¡Despierta, Rig Mer-Krel! Estoy aquí abajo. ¿Cómo vamos a alimentarlos?

El marinero la miró y encogió sus fornidos hombros. La kender resopló, se cruzó de brazos con furia y volvió a fijar la vista en la multitud congregada en la popa del Yunque de Flint.

Algunos dormían junto al palo mayor, otros estaban tan ebrios de libertad que seguían de pie ante la batayola, contemplando el agua y especulando sobre el futuro. Había otros tantos en la cubierta inferior: los heridos y los más desnutridos habían quedado al cuidado de Jaspe. El barco estaba peligrosamente atestado.

Ampolla los había contado siete veces. Sólo después de tantas intentonas había obtenido la misma cifra en dos ocasiones: eran ciento dieciocho, casi todos humanos. Gilthanas era uno de los seis elfos.

—¿De dónde vamos a sacar comida suficiente? —insistió la kender.

—¿Y tú querías subir a bordo a uno de los elefantes? Entonces sí que habrías tenido motivos para preocuparte. —El marinero la miró con atención. Era evidente que no estaba dispuesta a cambiar de tema—. En la cocina hay un par de hombres preparando el desayuno. ¿No lo hueles?

Rig aspiró, contuvo el aliento y sonrió al percibir el aroma a huevos y cerdo con especias que impregnaba el aire marino. Él también tenía hambre.

—¿Y después? —preguntó la kender, olfateando el aire.

—Antes de salir de Palanthas, cogimos provisiones: cecina, harina para pan y grandes cajas de patatas y zanahorias.

—Todo lo cual durará como mucho tres días. Ya lo he calculado. Tenemos agua para seis días; con suerte, siete. —La kender frunció sus pequeños labios—. Salvar a estas personas ha sido maravilloso, y me alegro de haber podido ayudar. Pero ¿qué vamos a hacer con ellos?

Rig volvió a encogerse de hombros. El marinero sabía que no podían dejar a los prófugos en Palanthas, la ciudad más cercana. Esa región estaba bajo el dominio de los Caballeros de Takhisis... los caballeros de Khellendros. No serviría de nada ocultarlos en la bodega mientras iban a buscar más provisiones a la ciudad. Los caballeros inspeccionaban casi todos los barcos que atracaban en el puerto.

—Quizá los dejemos en Gander —respondió después de un largo silencio. Estaba a tres semanas y media de distancia, tal vez un par de días menos si los vientos les eran propicios. La kender tenía razón; debían conseguir provisiones y agua en algún momento pero, en opinión de Rig, cualquier sitio antes de Gander estaba demasiado cerca del dragón—. O en Witdel, Portsmith o Gwyntarr, que están más al sur. Quizá dejemos una docena en cada sitio para no llamar la atención. Esas ciudades están en Coastlund, donde Skie no causa tantos problemas.

—¿Así que no habrá demasiados caballeros?

—Exactamente. Son lugares más seguros.

Ampolla hizo un gesto de negación.

—Creo que ya no existe ningún lugar seguro, pero voto por Gwyntarr. Es la ciudad más lejana. Además, nunca he estado allí y me gustaría visitarla. Me pregunto por qué le pusieron ese nombre.

La kender estaba resuelta a conocer el mayor número posible de localidades de Krynn en lo que le quedaba de vida. Decía que tenía «pies inquietos» y que era incapaz de permanecer mucho tiempo en el mismo sitio. Su pasión por los viajes la había empujado a marcharse de Kendermore hacía varias décadas y a unir fuerzas con Dhamon unos meses antes. Y la perspectiva de seguir viajando era una poderosa razón para continuar junto a Rig y Palin Majere. Si podía luchar contra unos cuantos dragones en el camino, tanto mejor.

—¿Y qué harán luego? —prosiguió ella—. Eso siempre y cuando consigamos comida suficiente para mantenerlos con vida.

—No lo sé. Comenzar una nueva vida en alguna de esas ciudades. Y evitar problemas. Mantenerse alejados de cualquier Caballero de Takhisis que se cruce en su camino.

La kender frunció el entrecejo y negó con la cabeza.

—No me refería a eso. No tienen dinero, sólo la ropa que llevan puesta, y que no es precisamente bonita. Mira a ese hombre. No tiene camisa y sus pantalones están hechos jirones. Y aquel otro. ¡Su túnica tiene más agujeros que tela! ¿Cómo van a empezar de nuevo en una ciudad desconocida? ¿Quién va a contratar a unos mendigos?

Rig advirtió que varios prisioneros lo miraban y sonreían. Le alegraba pensar que había ayudado a salvarlos. La idea mitigaba parte del dolor que todavía sentía por la pérdida de Shaon.

—Tendrán que robar para conseguir dinero o comida. Y si los pillan, acabarán muertos o en prisión. —La kender seguía especulando sobre el futuro de los prisioneros, en voz baja para que éstos no la oyeran pero lo bastante alta para que Rig no pudiera pensar en otra cosa—. Y si acaban en prisión, es probable que otros Caballeros de Takhisis los secuestren. O que se mueran de hambre. Quizás...

El marinero miró a la atribulada kender y le tiró con fuerza del copete.

—Dame un respiro, Ampolla —dijo—. Les daremos provisiones y algunas monedas. Los ayudaremos a empezar una nueva vida.

—¿Cómo? Palin no es tan rico. Ya ha pagado la reparación del barco y comprado provisiones. También pagó...

—Yo me ocuparé de todo.

—¿Tú?

—No preguntes —repuso él con firmeza—. No quiero hablar de ello.

Se dirigió al timón para reemplazar a Groller. Había pensado invertir el dinero que sacaría de las joyas del dragón en provisiones para el barco. Tenía bastante para mucho tiempo. Había perlas, rubíes, esmeraldas... suficiente para comprar un barco más grande y todo lo necesario para equiparlo. Pero Rig tomó la decisión de repartir la mayor parte del botín entre los refugiados y quedarse con lo imprescindible para costear los gastos del Yunque durante un par de meses.

Groller se reunió con Jaspe en la cubierta inferior. El enano estaba en la bodega de carga, examinando un vendaje, palpando chichones, ofreciendo palabras de consuelo; en resumen, haciendo todo lo posible para que los refugiados se sintieran mejor. Algunos de ellos lo ayudaban. Gilthanas, el elfo, distribuía vasos de agua. También había personas que no necesitaban mayores cuidados y que simplemente estaban allí acompañando a sus amigos o tratando de aplacar sus náuseas.

Furia estaba ocupado olfateando a todo el mundo, y de vez en cuando se detenía para que le rascaran las orejas o la barriga. Finalmente, el lobo se echó junto a un joven que parecía saber cómo acariciarle el cuello.

El semiogro hizo una seña para llamar la atención del enano. Groller se señaló la cabeza con una mano, el estómago con la otra y puso cara de tristeza. Luego colocó las manos frente al pecho y las tendió a unos tres palmos de distancia.

—Enfermos —tradujo Jaspe. El enano hizo una mueca de disgusto y luego su cara se iluminó—. ¿Que cuál es la gravedad de sus heridas? ¿Si están muy enfermos?

El enano hizo un ademán envolvente con los brazos para incluir a todos los pacientes, luego apoyó el pulgar en el esternón y movió el resto de los dedos. El signo significaba «bien», «bueno» y varias cosas más. Groller comprendió lo que el enano intentaba decir.

—Todos esta... rán bien —dijo el semiogro—. Jas... pe buen curan... dero. Jas... pe listo. Y cansado.

El enano asintió. No había dormido desde que habían embarcado a los refugiados y necesitaba mucha energía para practicar su magia mística y curar las heridas más graves. Al principio había dedicado la mayor parte del tiempo a asistir a Palin y a rezar a los dioses desaparecidos para que el hechicero resistiera. Ahora hizo una seña a Groller para indicarle que irían a visitar a Palin.


El hechicero estaba tendido en su catre, con un paño húmedo sobre los ojos y la frente. Su piel quemada por el sol contrastaba con el blanco de las sábanas. Feril estaba sentada a su vera y parecía estudiar un punto del suelo. Cuando Jaspe y Groller entraron, alzó la vista y se llevó un dedo a los labios pidiendo silencio.

—Por fin se ha dormido —murmuró.

—No es verdad.

Palin se quitó el paño de la frente y abrió los ojos. Trató de sentarse, pero se detuvo en seco. Hizo una mueca de dolor y se miró el pecho, que estaba parcialmente cubierto con un grueso vendaje. La venda ocultaba las marcas de las garras del drac y la herida de flecha en el hombro.

—Estarás dolorido durante varios días —dijo Jaspe—. Las heridas eran graves. He hecho todo lo posible, pero...

—Te debo la vida —repuso Palin.

—Bueno; es probable que hubieras sobrevivido de todos modos. No conozco a nadie más obstinado que tú. —El enano se acarició la corta barba y se acercó a examinar el vendaje de Palin. Palpó el hombro del hechicero, haciendo caso omiso de sus muecas de dolor—. Mmm... Todavía sangra. Era más grave de lo que pensaba. Tendré que hacer algo al respecto.

La noche anterior, Jaspe había extraído dos puntas de flecha, un procedimiento que el hechicero había considerado más doloroso que la herida inicial. Luego el enano había recitado un par de conjuros curativos, que habían contribuido a salvar la vida de Palin.

Jaspe cerró los ojos y se concentró. Puso la mano sobre el hombro de Palin y se abstrajo del crujido de las tablas del barco y del rumor de las olas que chocaban contra la portilla. Se aisló de todo, hasta que lo único que oyó fue el palpitar de su propio corazón.

«Tu corazón te da vida —le había enseñado Goldmoon—. Pero también te da fuerza y poder.» Jaspe recordó sus palabras, oyó su voz repitiéndolas una y otra vez. «El poder para curar está dentro de ti —le había dicho—, en tu corazón.»

El enano había tardado varios años en descubrir que tenía razón.

Un resplandor naranja rodeó sus dedos, abandonó las manos y flotó un instante encima de la herida. La piel de Palin adquirió un brillo cálido, y su pecho comenzó a ascender y descender con mayor rapidez. Luego el halo curativo se extinguió con la misma celeridad con que había aparecido. La respiración de Palin se tranquilizó, y el enano dejó escapar un profundo suspiro mientras examinaba el resultado de su trabajo. Retiró el vendaje. El encantamiento había detenido la hemorragia y sólo un surco de carne viva recordaba al hechicero que allí había habido una flecha.

—Te quedará la cicatriz —dijo Jaspe.

—En el sitio en que está, nadie notará nada —replicó el hechicero—. Gracias.

—Te sentirás débil porque has perdido mucha sangre. No puedo hacer nada con las quemaduras solares. Con las tuyas tampoco, Feril. Ni con las de Ampolla. Deberíais aprenderá vestir prendas adecuadas para cada ocasión. Mira que viajar por el desierto con esa ropa... Estaréis varios días despellejados. Tampoco puedo hacer nada con las ampollas que tenéis en los pies.

—Gracias —repitió Palin.

—De nada.

Groller inclinó la cabeza a un lado, apoyándola sobre una mano, y señaló a Palin.

Jaspe asintió.

—Sí. Necesita descansar. Pero primero debe ver a uno de los refugiados, el viejo de la tablilla. Ese hombre no para de hablar del Azul, Khellendros, e insiste en hablar contigo. Con franqueza, creo que delira. Tengo la impresión de que está un poco loco. Pero, si le concedes unos minutos, es probable que nos deje en paz.

Feril miró a Palin.

—Intentó hablar contigo en el viaje desde el fuerte.

—No recuerdo gran cosa del viaje de vuelta —reconoció Palin. Con ayuda de la kalanesti, el hechicero se sentó en la cama y bajó las piernas—. Muy bien; vayamos a ver a ese caballero.

—Tú no vas a ninguna parte. Ordenes de Jaspe —dijo el enano—. Traeremos al viejo aquí.

Unos minutos después, Gilthanas escoltó al anciano a la habitación de Palin. El hombre encorvado y de pelo cano vestía ropas andrajosas, pero limpias. Apretaba la tablilla contra su pecho con actitud protectora.

—Éste es Raalumar Sageth —anunció Gilthanas. El elfo dio un paso atrás y dejó que el anciano se acercara a Palin.

—Llámame Sageth —dijo con voz suave y cascada—. Así solían llamarme mis amigos. Pero ahora están todos muertos. Hamular, Genry, Alicia... Todos han desaparecido; viejos, muertos, enterrados. —Sus vidriosos ojos azules consultaron con atención la tablilla y durante unos segundos habló para sí de la edad y las arrugas—. Ergoth del Sur. He oído decir a los marineros que os dirigís allí. Un sitio frío. —Soltó una risita y jadeó—. Bueno; ahora es frío. El sitio indicado, pero la razón equivocada.

Palin inclinó la cabeza. Jaspe dio la vuelta a la cama y se sentó junto al hechicero.

—Te dije que deliraba —susurró a Palin—. Parece que esta conversación habría podido esperar. —Jaspe se volvió hacia el anciano y dijo:— ¿Por qué crees que nos equivocamos al ir allí?

—Veamos, veamos. —Sageth consultó su tablilla y rió—. Ah, aquí está. Alicia os lo habría dicho antes. ¿Os he contado que ha muerto? —El enano y Palin asintieron en silencio—. Veamos. Os proponéis enfrentaros al Blanco, ¿no es cierto?

Feril se colocó detrás del viejo y vio que la tablilla estaba cubierta de una multitud de símbolos y garabatos indescifrables.

—Alguien tiene que combatir al dragón; a todos los dragones —dijo Jaspe—. Si no detenemos a los señores supremos, pronto no habrá un solo lugar libre en todo Krynn.

Sageth echó otra ojeada a la tablilla.

—Echo de menos a Alicia y aun más al pobre Genry. Podéis emplear vuestras energías en algo mejor que la lucha. Hamular os hubiera dicho lo mismo. El Blanco ahora tiene un aliado. Veréis: algunos señores supremos están uniendo fuerzas, como el Blanco de Ergoth del Sur y la Roja que está cerca de Kendermore.

—Malys —dijo Palin.

—Sí, la Roja Saqueadora. Era inevitable. —El viejo jadeó y se llevó una mano al costado—. La Roja pretende establecer una temible base de poder. Y si lo consigue ocurrirá algo espantoso.

—Por lo tanto, si matamos al Blanco impediremos que cree esa base —aseguró el enano.

El anciano cerró los ojos. Cuando volvió a hablar, su voz sonó más clara, como si concentrara toda su energía en las palabras.

—Hacedme caso: usad mejor vuestras energías. Olvidaos del Blanco. Debéis preocuparos primero por la magia y sólo en segundo lugar por los dragones. El Azul, Khellendros, también llamado Tormenta sobre Krynn, busca la antigua magia, la magia de la Era de los Sueños.

Palin manifestó un súbito interés.

—¿Qué sabes tú de esa magia?

—Que es antigua, más poderosa que todos los artilugios mágicos creados por encantamiento desde entonces. —El viejo abrió los ojos, consultó su tablilla y miró fijamente a Palin—. Por esos objetos corre más magia que por las venas de los dragones. Tormenta sobre Krynn desea esa magia; los caballeros me encarcelaron porque yo sé que la desea.

Feril se puso delante de Sageth.

—¿Te encarcelaron? ¿Por qué no te mataron si te consideraron una amenaza importante?

—No soy ninguna amenaza —dijo el anciano con una risita cascada—. Mis huesos son frágiles y quebradizos. Sólo lo que sé es una amenaza. Pero supongo que de todos modos me habrían matado tarde o temprano, si vosotros no me hubierais rescatado. Ahora estaría con Alicia y Genry. Aunque no sé si querría ver a Hamular. De cualquier manera los veré pronto. Soy viejo.

—¿Cómo sabes lo que quiere Khellendros? —insistió Feril—. ¿Cómo has averiguado que el dragón busca la antigua magia? ¿Por qué deberíamos confiar en ti? ¿Por qué íbamos a creerte? Es más, ¿por qué crees que debemos escucharte?

El anciano la miró con expresión de tristeza.

—Ah. Alicia y Genry eran más convincentes que yo. Tenían un talento especial con las palabras que hacía que la gente les creyera. Hasta ahora nadie me ha escuchado, sólo los caballeros; y, cuando oyeron mis trágicas advertencias, me encerraron en una celda en el desierto. —Chasqueó la lengua y continuó:— Mi querida elfa, yo era un erudito en la Biblioteca de Palanthas. Hace más de treinta años, el mismo día en que se derrumbó la Torre de la Alta Hechicería, una fuerza misteriosa robó el contenido del edificio. Alicia murió durante el ataque; Genry y Hamular murieron años después, vaya a saber de qué. El dragón buscaba algo allí, en la Biblioteca y en la Torre, y yo comencé a investigar para averiguar de qué se trataba. Supuse que algo que era importante para el dragón, algo que costó la vida a mis amigos, también debía de ser importante para los hombres.

Las facciones de Feril se suavizaron.

—¿Y para qué quiere el Azul la antigua magia?

—Quiere mantenerla fuera del alcance de los hombres porque cree que destruir los antiguos objetos mágicos elevaría el nivel de magia que penetra en Krynn. Y, con esa magia, los humanos podrían volver a rebelarse contra los dragones.

—¿Qué? —interrumpió Jaspe—. Cuando los dioses se marcharon, después de la guerra de Caos, se llevaron la magia consigo. Ahora la mayoría de los clérigos y hechiceros sólo pueden obrar encantamientos sencillos. Parece que la magia auténticamente poderosa escapa al poder de cualquiera.

—Los hechiceros poderosos son capaces de encantamientos más complejos —señaló Palin.

El anciano asintió y sonrió.

—Hay tanto poder en los objetos de la Era de los Sueños que, si varios de ellos fueran destruidos al mismo tiempo, la energía liberada impregnaría Krynn y elevaría el nivel de la magia a lo que era antes de la partida de los dioses. Al fin y al cabo, fueron ellos quienes crearon esos objetos.

—Goldmoon tiene uno —comentó Palin.

—Con uno no basta —advirtió el anciano—. Según mis investigaciones, necesitaréis por lo menos tres o cuatro. Y debéis reunidos pronto. El tiempo es crucial. Cada día que pasa Khellendros está más cerca de obtener la magia antigua.

—Quedan tan pocos objetos de esa era... —dijo Palin.

—Precisamente —prosiguió Sageth—. Por eso debéis anticiparos al dragón. Queda poco tiempo y dudo que el dragón sepa dónde buscar. Es una carrera contra el tiempo y debéis ganarla para que Krynn...

—Si has averiguado lo que quiere el dragón, sin duda tendrás alguna idea de dónde encontrar los objetos mágicos —interrumpió Feril.

El viejo volvió a consultar su tablilla.

—Algunas de estas reliquias de la Era de los Sueños son más poderosas que otras. Creo que éstas son las que buscará Tormenta sobre Krynn. Según mis estudios, y aunque algunos indicios son confusos, hallaréis una en el cuello de una anciana delgada que vive en la base de una antigua escalera brillante.

—El medallón de la fe de Goldmoon —susurró Palin.

—Otra es un anillo que en un tiempo usaba un hechicero llamado Dalamar. Ahora está en el dedo de otro, pulido y oculto en un edificio que no está en ninguna parte.

La mente de Palin era un torbellino. ¿Se refería a la Torre de Wayreth? ¿Acaso uno de sus colegas tenía el anillo de Dalamar?

—Otra es un cetro con piedras preciosas y está en un viejo fuerte situado en el corazón de un bosque siniestro, en un reino donde los elfos solían vivir pacíficamente en el pasado. El cetro se llama Puño de E'li, y en un tiempo lo llevaba el mismísimo Silvanos. Está en una tierra llena de vegetación, corrompida por Muerte Verde.

—El bosque de Qualinesti, el reino de Beryllinthranox —dijo Palin—. Me he topado antes con el dragón y conozco su territorio y el fuerte.

—El cuarto es una corona que yace en el fondo del mar. En el pasado los elfos también vivían allí. Ahora son prisioneros, simples adornos en un estante de agua.

—Se refiere a Dimernesti, la tierra sumergida de los elfos —dijo Feril.

—Sólo sé de la existencia de otro más, un arma. Quizás el arma más poderosa jamás creada. Se forjó para luchar contra los dragones. La encontraréis en una tumba tan blanca como la tierra que la rodea, un lugar de descanso envuelto en hielo y leyendas.

—La lanza de Huma. —Gilthanas había permaneció callado hasta este momento. El elfo dio un paso al frente—. Sé exactamente dónde está esa tumba. En Ergoth del Sur. Tenía que encontrarme allí con alguien hace tres años, pero no... pude hacer el viaje. Deberíamos ir a buscar la lanza en primer lugar —dijo dirigiéndose a Palin—. Lo menos que puedo hacer es ayudarte. Has salvado mi vida y la de los demás prisioneros.

El viejo miró con atención a Palin y a Gilthanas.

—No imaginé que en todo Krynn hubiera alguien que me creyera, y mucho menos que tuviera el valor de emprender esta aventura. Pero parece que me equivocaba. Quizás el destino quiso que me encarcelaran para que vosotros me salvarais. Si lográis apoderaros de estos objetos mágicos, os ayudaré a destruirlos y a devolver la magia al mundo.

El hechicero hizo ademán de levantarse de la cama, pero el enano lo cogió con firmeza del hombro.

—Primero debes descansar —dijo Jaspe moviendo un dedo regordete frente a la cara de Palin. Feril y Gilthanas lo ayudaron a acostarse de nuevo—. Ahora Feril, Gilthanas, Sageth y yo tenemos que hacer planes. Conque Ergoth del Sur, ¿eh? Apuesto a que allí hace mucho frío.


Cuando Palin despertó, estaba oscuro. Se encontraba mucho mejor y procuró convencerse a sí mismo de que estaba casi como nuevo. Pero en realidad se sentía débil y viejo para sus cincuenta y cuatro años. Se vistió lentamente y dio unos pasos hacia la portilla. La única luna de Krynn estaba baja en el cielo e irradiaba un centelleante resplandor de luz blanca que danzaba sobre las aguas turbulentas. Palin cayó en la cuenta de que había dormido durante todo el día.

El Yunque chirriaba suavemente. Palin oyó el delicado chasquido de las velas. El barco se dirigía al oeste. Una vez que dejara atrás el puerto de Palanthas, cosa que haría en unos cuantos días, bordearía el cabo de Tanith y tomaría rumbo a Ergoth del Sur, donde estaba la Tumba de Huma.

—Pero ¿funcionará el plan del anciano? —dijo el hechicero para sí—. Me gustaría estar seguro de que no se trata de una empresa imposible en la que derrocharemos un tiempo precioso. Es probable que mis colegas lo sepan. —Miró a la luna e imaginó una torre sobre el agua—. La Torre de Wayreth —murmuró.

Palin era un experto en transportarse de un sitio a otro. Aunque ya no era fácil hacer magia, este encantamiento —el que le permitía viajar a la torre y desde ella— resultaba más sencillo que cualquier otro. Quizá fuera la magia residual del edificio lo que le infundía poder. La antigua estructura se movía a voluntad de sus ocupantes, de modo que no estaba en ningún sitio concreto.

«En un edificio que no está en ninguna parte —recordó que había dicho Sageth—. ¿Es posible que uno de mis colegas magos me haya estado ocultando algo?»

Palin concentró sus pensamientos. La luna pareció temblar y convertirse en algo tan insustancial como la niebla. En un instante, la imagen de la Torre de Wayreth apareció en el horizonte. En realidad, la luna no había desaparecido ni la torre estaba allí, pero visualizar el edificio en el límite de su campo de visión lo ayudaba a producir el encantamiento. La torre lo llamaba, oscura, misteriosa y apenas iluminada por la tenue luz de las estrellas.

El hechicero se concentró, cerró los ojos y sintió que el ondulante suelo del barco se convertía en piedra sólida bajo sus pies.

—¡Palin!

—¿Usha?

En un instante estuvo entre sus brazos, abrazándolo con fuerza y haciendo recrudecer el dolor de sus heridas. Pero al hechicero no le importó. Le devolvió el abrazo y, hundiendo la cabeza en su cabello, aspiró su perfume a lilas. Después de unos momentos, ella se apartó y arrugó ligeramente la piel perfecta de su frente.

—¿Dónde has estado? ¡Mírate la cara! —Le acarició la corta barba. Palin no se había afeitado desde que había salido del Yunque en dirección al desierto.

—Creo que me da un aire más distinguido.

—Embustero —riñó ella—. Ya no eres joven, Palin Majere, pero has estado correteando por Ansalon como si lo fueras. Y el sol te ha quemado la piel.

El hechicero sonrió y la miró con afecto, contento de que la ropa le cubriera los vendajes. Así no tendría motivos para preocuparse. Usha Majere tenía pocos años menos que él, pero fácilmente podía pasar por una mujer veinte años más joven. Su cabello plateado caía en suaves rizos sobre los hombros, enmarcando su rostro y sus dorados ojos.

Palin pensó que todavía se parecía mucho a la joven que había conocido hacía más de treinta años. Y su amor por ella crecía día a día.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el hechicero, cogiéndole la barbilla con una mano. Su piel era suave y tersa, sin señales del paso del tiempo—. No es que no me alegre de verte. Me alegro mucho. Pero ¿por qué no estás en Solace?

—Estaba preocupada por ti —respondió ella—. Hacía tiempo que no tenía noticias tuyas. Y ellos tampoco. —Señaló a los hombres vestidos con túnicas que estaban a su espalda—. El Custodio me trajo aquí; dijo que sabía que vendrías pronto. Me alegro de que no se equivocara.

El Custodio de la Torre saludó a Majere.

—¿Tienes noticias para nosotros? —Su voz era apenas un susurro ahogado por los pliegues de la capucha de su túnica negra. Era el encargado de la Torre de la Alta Hechicería, de ahí su título. A pesar del tiempo que habían pasado juntos, Palin apenas lo conocía. El Custodio mantenía su pasado en secreto, vestía unos ropajes que ocultaban sus facciones y rara vez hablaba de algo que no guardara relación con la magia y los dragones.

A su lado estaba el Hechicero Oscuro, un enigma aun mayor. Vestido con holgados ropajes grises, que disimulaban eficazmente cualquier seña de identidad, el hechicero podía ser un hombre o una mujer. Su voz neutra no arrojaba ninguna pista, y, aunque el hechicero llevaba años junto a Palin y el Custodio, nunca había revelado nada de su pasado.

Palin había renunciado a la esperanza de conocer a cualquiera de los dos. También su tío Raistlin había sido algo excéntrico, y eran muchos los hechiceros que se rodeaban de secretos y enigmas. Sólo sabía que sus colegas estaban interesados en luchar contra la amenaza de los dragones. Confiaba en ellos y agradecía sus consejos.

—Te hemos estado buscando —comenzó el Custodio señalando una bola de cristal situada sobre un estante—. Te vimos en el cubil del Azul. Fue una suerte que no estuviera allí.

Palin sonrió y asintió con la cabeza.

—No era la guarida que buscábamos, pero de todos modos fue un viaje fructífero. Descubrimos cómo crean a los dracs.

Mientras los cuatro subían por la escalera a la última planta de la torre, continuó contando a los hechiceros y a Usha la historia de sus aventuras en los Eriales del Septentrión.


Una mesa rectangular de madera de ébano ocupaba prácticamente todo el largo de la habitación. De las cuatro paredes colgaban mapas del territorio ocupado por los dragones. Palin se sentó a la cabecera de la mesa y juntó los dedos de ambas manos, formando un triángulo. La subida le había costado más esfuerzo del que esperaba y no quería que su esposa advirtiera que estaba herido. Usha, que rara vez asistía a las reuniones de los hechiceros, se sentó a su lado y lo miró fijamente a los ojos.

—Khellendros es cada vez más peligroso —dijo Palin por fin.

El Hechicero Oscuro pasó junto a los Majere y se acercó a las ventanas.

—Todos los dragones son cada vez más peligrosos, Majere. ¿Un ejército de dracs azules? Si Khellendros ha descubierto el secreto para crear dracs, los demás dragones lo sabrán pronto... si es que no lo saben ya. Tendremos que enfrentarnos a ejércitos de dracs. Pero eso es lo de menos. Algunos dragones están esclavizando a humanos. Ahora dices que Khellendros quiere apoderarse de los objetos antiguos, de la magia de la Era de los Sueños. Si él los busca, también lo harán los demás.

—La magia antigua es más poderosa de lo imaginable —terció el Custodio—. Palin, creo que Sageth podría estar en lo cierto. Destruir esos objetos liberaría suficiente energía para aumentar la magia de Krynn.

—Pero hay algo que te preocupa —afirmó Palin—. Lo noto en tu tono de voz.

—Lo que me preocupa es que ni el Hechicero Oscuro ni yo hayamos pensado en esa posibilidad. Ha sido preciso que apareciera un viejo erudito medio loco para abrirnos los ojos. Si es posible acrecentar la magia, los hechiceros podríamos practicar encantamientos más poderosos y desafiar con ellos a los dragones.

—Eso zanja la cuestión —dijo Palin—. Mis compañeros y yo buscaremos los objetos mágicos. Mientras tanto, me gustaría que investigarais al respecto. Una vez que los encontremos, hemos de estar absolutamente seguros de que destruirlos es lo más indicado.

El Custodio asintió.

—Las investigaciones llevan mucho tiempo y no siempre conducen a las conclusiones que uno espera.

—No estamos precisamente holgados de tiempo —repuso Palin—. Pero, tanto si decidimos destruir los objetos mágicos como si no, debemos encontrarlos antes que Khellendros. —Respiró hondo, miró entre los pliegues de la capucha del Custodio y luego echó un vistazo al Hechicero Oscuro—. Me han dicho que un objeto de la magia antigua se encuentra en esta torre. Es un anillo.

—El anillo de Dalamar —respondió el Custodio con voz aun más baja que de costumbre.

—¿Lo tienes tú?

El Custodio de la Torre recogió los pliegues de la larga manga que le cubría la mano derecha. Un grueso anillo de oro trenzado le rodeaba el dedo corazón. La joya resplandeció con una luz misteriosa, y Palin sintió las oleadas de su oscura energía desde varios palmos de distancia.

El Hechicero Oscuro se apartó de la mesa.

—¿Y cuántos secretos más guardas?

—Puede que tantos como tú.

El Custodio volvió a cubrir la mano con la manga.

—¿Cómo obtuviste ese anillo? —preguntó el Hechicero Oscuro.

—Dalamar estudiaba en la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas. Fue uno de los objetos que dejó y yo lo rescaté después de que destruyeran la torre, hace muchos años.

—Y Dalamar era un mago de los Túnicas Negras, igual que Raistlin. Sin duda éste sabía dónde guardaba el precioso anillo.

—Hechicero Oscuro, no tengo inconveniente alguno en entregar el anillo a Palin —aseguró el Custodio—. Es un objeto muy poderoso. Pero primero preferiría llevar a cabo las investigaciones que nos ha pedido. Quiero asegurarme de que mi sacrificio no será en vano. Repasaré las notas de Raistlin, que hablan precisamente de la magia antigua. Él sabía mucho al respecto.

—Raistlin —repitió el Hechicero Oscuro—. Ni siquiera él habría podido vencer a los dragones.

—Eso no lo sabes —protestó el Custodio—. Era poderoso. Sus libros están plagados de...

—Palabras y suposiciones sobre la magia arcana —concluyó el Hechicero Oscuro—. Pero haz lo que quieras. Siempre es posible que encuentres algo útil en medio de sus obsoletas divagaciones.

El Custodio miró a Palin.

—Sageth te dijo que necesitarías cuatro objetos. Cuando hayas encontrado tres, vuelve a verme. Entonces te entregaré el anillo de Dalamar.

—Un sacrificio muy noble —susurró el Hechicero Oscuro—. Claro que nadie es capaz de un sacrificio mayor que el de un amante tío.

Palin carraspeó.

—Regresaré al Yunque. Tenemos que buscar un hogar para las personas que llevamos a bordo. De camino a Ergoth del Sur, nos detendremos en varias ciudades de la costa.

—Bien —dijo el Hechicero Oscuro—. Tú vete a navegar. El Custodio se enfrascará en la lectura de los libros de Raistlin. Es suficiente con que uno de nosotros estudie la magia antigua. Yo me ocuparé de una tarea más importante: observar al gran Dragón Rojo del oeste. Creo que es una amenaza mayor que Tormenta sobre Krynn y que desempeñará un papel más relevante en tu búsqueda.

El Hechicero Oscuro regresó junto a la ventana y contempló las estrellas y el huerto que los rodeaba.

—Mañana rastrearé el Pico de Malys.

—Yo me marcharé por la mañana —dijo Palin.

—¿Tan pronto? —preguntó el Custodio.

—No he avisado a mis amigos que venía hacia aquí, y si descubren que no estoy en el barco, creerán que me he caído por la borda.

—Esta vez iré contigo.

La voz de Usha era firme y no admitía objeciones.

—Yo también —dijo alguien desde el umbral. Sus ojos eran dorados, como los de su madre, y su cabello rojizo, como el de su padre muchos años antes—. Es hora de que yo también participe en este asunto.

Palin sonrió y saludó a su hijo con una inclinación de cabeza. Sin embargo, le sorprendió ver a Ulin. Suponía que estaba en Solace, junto a su esposa y sus hijos.

—Muy bien, agradeceré vuestra ayuda. Os llevaré al Yunque de Flint poco después del amanecer. Después de que hayamos reunido provisiones.

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