9 Las semillas de la expiación

—No hemos encontrado sobrevivientes, mi señor Khellendros.

El Caballero de Takhisis se quitó el yelmo y se arrodilló respetuosamente ante el gran Dragón Azul. Sus cuatro acompañantes permanecieron detrás, en posición de firmes y con la cabeza inclinada.

Sentado junto a la entrada de su cubil del norte, Khellendros estudió en silencio a sus nerviosos subordinados.

—El fuerte estaba en ruinas y todos los cafres y caballeros han muerto. Algunos fueron atropellados por los elefantes, otros murieron asesinados o envenenados por los escorpiones. —Alzó la vista al dragón—. A juzgar por el estado de los cadáveres, debió de ocurrir hace pocos días. Tratamos de rastrear a los responsables, pero el viento había borrado sus huellas.

—¿Y los sivaks? —preguntó Khellendros.

—También han muerto, señor.

El dragón emitió un rugido que hizo temblar el suelo del desierto bajo su gigantesco cuerpo. El caballero notó la sacudida, pero no se acobardó. No tenía sentido. Khellendros los mataría a todos o no lo haría. Asustarse no cambiaría nada.

—Los sivaks nos han proporcionado la única pista —añadió el caballero—. En su despacho encontramos a dos hombres encadenados... idénticos. Tenían el aspecto de Palin Majere, hijo de Caramon y...

—Sé muy bien quién es Palin Majere —gruñó el gran Dragón Azul.

Su segundo rugido fue más grave y retumbó en su vientre. En lo alto comenzaron a acumularse nubes, como si el cielo fuera un espejo del tenebroso humor del dragón. El viento arreció.

—Podemos formar una brigada de búsqueda —prosiguió el caballero—. Nos pondremos en contacto con nuestros hermanos y nuestros espías de la costa. Dicen que es el hechicero más temible de Krynn, así que todo el mundo lo conoce. Tarde o temprano alguien lo verá y dará la voz de alerta.

—Seré yo quien encuentre a Palin Majere y lo mate. —Khellendros levantó la cabeza y cerró sus enormes ojos amarillos. Las nubes se cargaron de lluvia y relámpagos—. Me ocuparé personalmente del hijo de Caramon y Tika Majere, los enemigos de Kitiara. ¿Entendido?

El viento comenzó a silbar y agitar la arena alrededor de las rodillas del caballero, filtrándose por las rendijas de su armadura negra.

—Entendido, mi señor Khellendros.

—Tengo una misión para ti —comenzó Khellendros—. Embarca en una de las naves dragón y zarpa hacia Ergoth del Sur.

El caballero lo miró con expresión perpleja.

—El Blanco está allí. Ergoth del Sur es su territorio.

—Y, si tú quieres sobrevivir y servirme, harás bien en no cruzarte en su camino —prosiguió Khellendros—. Hay un lugar llamado valle de Foghaven. En algún lugar entre una escultura ridículamente grande de un Dragón Plateado y una fortaleza en ruinas hay un sencillo edificio hecho de obsidiana. Tendrás que encontrarlo en medio de la niebla, la nieve y el hielo que ha creado Gellidus. En el interior de esa estructura negra hay algo que necesito. Debes traérmelo.

El caballero asintió y se puso en pie. Su sudorosa cara estaba cubierta de arenilla, pero no la limpió. Se puso el yelmo y dio un paso atrás para formar con sus camaradas.

—Tendrá que acompañarte alguien —añadió Khellendros—. No importa a quién elijas, siempre que sea un hombre íntegro y honrado, de excelentes cualidades; un humano idealista. El objeto que deseo que recuperes podría quemarte la piel, hasta es posible que te resulte imposible tocarlo, pero no causará daño alguno a un hombre piadoso. Más adelante te pediré que busques otros objetos, pero antes debo descubrir su paradero.

—Comenzaremos por éste, mi señor Khellendros. No os defraudaremos —aseguró el portavoz de los caballeros.

Khellendros estaba muy satisfecho de sí. No cabía duda de que era listo. Ahora tenía a Fisura y a los caballeros buscando los antiguos objetos mágicos.

—Asegúrate de no fallarme. El éxito de esta empresa ayudará a tu Orden a expiar la negligencia de vuestros hermanos del fuerte.


—Ya he visto suficiente.

Mirielle Abrena se separó del cuenco de cristal lleno de agua, en cuya superficie flotaba la imagen de los caballeros y Khellendros. Hizo una seña al hechicero que estaba a su lado.

—Muy bien, gobernadora general —repuso el hechicero, que removió el agua con un dedo deforme para borrar la imagen.

Mirielle se paseó de un extremo al otro de la habitación, una lujosa biblioteca llena de muebles de madera oscura. Los tacones de sus botas rechinaban sobre el lustroso suelo. Se sentó en un sillón de orejas y unió los dedos de ambas manos.

—Dime, Herel, si consiguiéramos apoderarnos de parte de la antigua magia que busca Khellendros, ¿podrías usarla en beneficio nuestro?

El hechicero se quitó la capucha, dejando al descubierto la cara angulosa de un hombre maduro. En la mejilla izquierda tenía una cicatriz semejante al sarmiento bordado en la pechera de su túnica.

—Mi querida gobernadora general, soy un hombre de talento. Sí; podría usar esos objetos mágicos. Agradecería a Takhisis una oportunidad semejante y sin duda sabría emplear la magia para nuestros fines. Pero ¿qué hará Khellendros si se entera de que los caballeros buscan esos objetos para sí?

Mirielle esbozó una sonrisa astuta.

—No se enterará. Los caballeros asignados a su servicio harán exactamente lo que les ha pedido. Si consiguen llegar antes que nosotros, estupendo. Pero si los hombres que yo escoja descubren algún otro vestigio de la magia antigua... —Dejó la frase en el aire y sus ojos bucearon en los del hechicero—. Khellendros ha enviado a los caballeros a la Tumba de Huma. No interferiremos con esa misión, pues sería una carrera imposible de ganar. Pero tú averiguarás dónde se encuentran el resto de los objetos mágicos y concentraremos nuestros esfuerzos en ellos.

—Pero, gobernadora general, parte de la vieja magia está enterrada, oculta. Vaya a saber dónde...

—No será imposible para un hombre de talento como tú, ¿no? —dijo con ironía—. Tampoco para alguien dispuesto a complacer a la gobernadora general de los Caballeros de Takhisis y que haría cualquier cosa para satisfacer sus deseos.

El hechicero palideció.

—Me ocuparé de este asunto de inmediato, gobernadora general.

—Eso espero —respondió ella lacónicamente—. Tengo entendido que el tiempo es...

Un brusco golpe en la puerta interrumpió las palabras de Mirielle. El hechicero se acercó presuroso a la puerta y posó la mano sobre la oscura madera.

—El caballero Breen espera fuera, gobernadora general.

—Hazlo pasar. Pero no digas una sola palabra de lo que hemos hablado, ni a él ni a nadie.

El hechicero se marchó en cuanto entró el caballero. Un brillante peto negro cubría su fornido pecho y una capa también negra, cubierta de galones y medallas, colgaba en grandes pliegues sobre su espalda. Saludó con una pequeña inclinación de cabeza y clavó sus fríos ojos en Mirielle.

—Gobernadora general, nuestras fuerzas han tomado otras cuatro aldeas de ogros. Durante el último ataque sufrimos pérdidas importantes. La aldea era grande y sus habitantes estaban preparados para defenderse. Sin embargo, creo que Sanction estará en nuestras manos antes de fin de año.

Mirielle hizo un gesto afirmativo.

—¿Algo más?

—Me pedisteis un informe de los nuevos alistamientos, gobernadora general. Multitud de jóvenes de Neraka y Teyr se han unido a la Orden y estamos reclutando un número importante en Abanasinia. Este año nuestras tácticas persuasivas han dado buenos frutos. Ojalá Takhisis estuviera aquí para ver nuestros progresos.

—Somos más fuertes que nunca. —Mirielle se puso en pie y se acercó a Breen—. Escoge una docena de tus mejores hombres de la ciudad y envíamelos. Tengo que encomendarles una misión importante. —Lord Breen le dirigió una breve mirada de curiosidad y abrió la boca con intención de preguntarle algo más, pero la gobernadora lo cortó en seco—. Puedes retirarte.

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