Conclusio

Escribo este relato desde un lugar secreto. Escribo aterido de frío; tengo los dedos helados y entumecidos y mi aliento es denso como el humo. Estoy sentado aquí como un leopardo junto al camino, observando sin ser visto, un testigo y un fugitivo. Me he refugiado en un lugar muy alejado de Lazet. Pero no ignoro los acontecimientos que se han producido desde mi partida. Tengo un oído excelente y la vista de un águila; tengo amigos que tienen amigos que tienen amigos. Así es como mi carta ha llegado a vuestras manos, reverendo padre. Al igual que todos los inquisidores de la depravación herética, mi brazo es tan largo como la memoria del Santo Oficio.

Por consiguiente, sé ciertas cosas. Sé que el fuego provocado por el hermano Lucius devoró todas las dependencias del Santo Oficio, aunque por fortuna no alcanzó la prisión. Sé que me han excomulgado y citado para comparecer ante Pierre-Julien Fauré como hereje contumaz. Sé que Lothaire Carbonel fue arrestado como fautor de herejes, por haber cometido la imprudencia de cederme tres caballos. No es fácil disimular la ausencia de tres caballos. Debió robarlos. O comprarlos a unos parientes dignos de confianza. Que Dios me perdone por ser el causante de su desgracia; a veces pienso que la destrucción me acompaña constantemente y que las flores se marchitan a mi paso.

Vitalia ha muerto. Alcaya ha muerto. A Dios gracias murieron de enfermedades corporales provocadas por su encarcelación, en lugar de morir en la hoguera, según me han contado, pero mis manos están manchadas con su sangre. Durand Fogasset también ha muerto, debido a una enfermedad; de haber vivido, me habría abstenido de mencionar su participación en mi huida. No cabe duda de que era un pecador, y confío en que su muerte haya servido de castigo por sus pecados. Pero creo con sinceridad que ha hallado la paz en la gloria eterna. Pues ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni los poderes, ni las cosas presentes, ni las cosas venideras, ni las alturas, ni las simas, ni ninguna otra criatura conseguirá separarnos del amor de Dios que anida en Jesucristo Nuestro Señor.

Os he contado todo cuanto puedo contaros, reverendo. Os he relatado una historia atroz de muerte y corrupción, pero yo no cometí esos pecados. Aunque he pecado contra mis votos de castidad y obediencia, no he pecado contra la Iglesia santa y apostólica. No obstante, mis enemigos me lo reprochan constantemente; son corruptos y no dicen sino maldades; la violencia los cubre como un manto. Persiguen mi alma, pues habitan en la maldad.

En cuanto a mí, he comido cenizas como si fueran pan. Los remordimientos han amargado mi corazón y rebosa de pesar; me paso el día lamentándome. Ayudadme, padre. Haced que los que persiguen mi alma con el fin de destruirla se sientan avergonzados y confundidos; haced que los que desean mi desgracia sean obligados a retroceder y humillados. Mis enemigos conspiran, reverendo. Mienten y se burlan de la justicia. Su veneno es como el veneno de una serpiente.

Vuestro corazón se inclina por los testimonios de Dios. Vuestras manos están limpias, vuestro corazón es puro y juzgáis con rectitud. Os he expuesto mi iniquidad, reverendo, y ahora os pregunto: ¿quién pecó más gravemente? Examinadme y ponedme a prueba: probad mis riendas y mi corazón. Odio a quienes siembran el mal y no quiero saber nada de los malvados. Por tanto escuchadme y compadeceos de mí, pues mis ojos están siempre puestos en el Señor.

Os suplico, reverendo, que apoyéis mi causa. Exponed mi causa al papa Juan. Exponed mi causa al inquisidor de Francia. Es la causa de un hombre condenado injustamente, perseguido entre los justos. Mi defensa se contiene aquí, en esta epístola: meditad en ella. Soy vuestro hijo devoto, padre. No me rechacéis, como han hecho tantos. Contempladme con caridad y recordad las palabras de san Pablo: «Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad. Pero la más excelente de ellas es la caridad».

La gracia y el amor de Jesucristo Nuestro Señor y Salvador sean con vos. Alabadas sean su gloria y majestad, su dominio y poder, ahora y siempre.

Amén.


Escrito en un santuario,

31 de diciembre de 1318

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