2. El naturalista

Algernon de Breton Lomas-Coper era uno de los geniales Algys que ha hecho famosos el escritor P. G. Woodehouse, y su tipo solia exclamar caracteristicamente de vez en cuando: "?Eh??Eh?", para demostrar que apenas podia creer en su propia inteligencia; pero, en aquel instante, en casa de la senorita Girton, hizo estas exclamaciones para expresar que apenas podia creer lo que oia.

– Es absolutamente cierto -le contesto Patricia-. Viene a comer con nosotras hoy mismo.

– ?Caramba! -exclamo Algy con voz debil. Y volvio a quedarse asombrado, con la boca abierta.

Era uno de esos hombres para quienes no pasa el tiempo. Por su aspecto, lo mismo podria tener veinticinco que treinta anos. Examinandole de cerca, lo que pocos hacian, se podia ver que la segunda cifra era probablemente exacta. Era rubio, carirredondo y de tez sonrosada.

– No parece tan fiero -dijo Patricia-; es mas, resulta hasta simpatico. Sin embargo, no cesaba de hablar de las cosas terribles que segun el han de suceder. Dijo que trataban de asesinarle.

– Dementia persecutoria -opino Algy, anadiendo su acostumbrado "?Eh?"

La muchacha movio la cabeza.

– Estoy segura de que se halla en sus cabales. No he visto una persona mas cuerda.

– Entensio cruris paranoia -sugirio Algy.

– Y eso?que es?

– Un deseo irresistible de gastar bromas.

Patricia fruncio el entrecejo.

– Va usted a creer que yo tambien estoy loca -dijo-, pero el caso es que, al oirle, hay que creerle. Es como si le retara a uno a tomarle en serio.

– Bien; si logra acabar con el aburrimiento de esta aldea, le estare muy agradecido.?Va usted a invitarme tambien para que pueda conocer a ese fenomeno?

Algernon se quedo.

Cerca de la una, Patricia vio que Templar subia la cuesta, y salio a su encuentro. Llevaba el mismo traje del otro dia, pero, ademas, cuello y corbata. La saludo con una sonrisa.

– Aun estoy vivo -observo-. El diablo anduvo anoche en derredor de mi casa, pero le eche un cubo de agua fria y se marcho. Es asombroso cuan facilmente se enfria el ardor de los asesinos.

– ?No esta usted llevando las cosas un poquito lejos? -protesto ella, molesta consigo misma por la falta de conviccion que habia en sus palabras.

– Me sorprende que usted diga eso -replico el con gravedad-. Personalmente, empiezo ahora a apreciar la verdadera truculencia de la broma.

– Cuando menos, espero que no revolucionara usted toda la mesa -observo Patricia viendo que Templar sonreia.

Hubo cocteles en el salon (la sociedad de Baycombe se preciaba de moderna), y alli fue cuando entro Algy, presentandose al Santo.

– Encantado…, encantado… Es un placer esperado,?eh? -dijo a su manera.

– ?De veras? -pregunto el Santo con ingenuidad.

Algy ajusto el monoculo y miro al forastero de arriba abajo.

– ?De modo que usted es el hombre misterioso??No le importa, verdad, que le llame asi? Estoy seguro de que no todo el mundo le llama el hombre misterioso, y, francamente, creo que le va muy bien el apelativo. De manera que ha tomado usted nada menos que el torreon,?eh? No es demasiado corriente vivir alli. Pero, claro, usted es uno de esos hombres que vemos en las peliculas.

– Algy, esta usted cometiendo una falta de educacion -le interrumpio la joven.

– ?De veras? Pues no era mi intencion. Buena camaraderia,?eh, eh? No se ofenda, viejo,?verdad que no se ofende?

– Viniendo de usted, claro que no -dijo Templar con doble sentido.

De nuevo fue Patricia la que intervino para salvar la situacion. Conocia ya un poco el caracter del Santo y la preocupaba su temeridad. Lo creia capaz de sacar el revolver de un momento a otro.

– Algy, sea usted bueno y diga a mi tia que se de prisa.

– Ese es el sobrino de Mynheer Hans Bloem -observo el Santo con calma cuando la puerta se hubo cerrado tras el charlatan-. Tiene treinta y cuatro anos. Vivio algunos en los Estados Unidos. En Londres se le conoce como hombre que tiene minas en el Transvaal.

– Sabe usted mas de el que yo -dijo Patricia, asombrada.

– Es mi oficio espiar los asuntos de los demas -repuso Templar solemnemente-. Podria ser una falta de educacion, pero es muy util.

– Tal vez conozca usted tambien todo lo que a mi se refiere -exclamo Patricia, desafiante.

– Solo las cosas mas importantes. Que se educo usted en Mayfield; que la senorita Girton no es tia suya, sino una prima muy lejana; que lleva usted una vida muy tranquila, y que ha viajado algo. Depende usted de la senorita Girton porque ella administra sus bienes hasta que tenga veinticinco anos. Esto es, de aqui a cinco anos.

– ?Se da usted cuenta de que esta cometiendo una impertinencia? -prosiguio ella con acento glacial.

El Santo asintio.

– Es imperdonable -admitio-. Mi unica excusa es que cuando se ha puesto precio a la cabeza de uno, toda precaucion con las nuevas amistades es poca.

Al decirlo, miraba pensativo el contenido dorado de la copa, que conservaba en la mano sin beber.

– A su salud -dijo al fin, haciendolo. Dejo la copa en la mesa, sonrio y dijo-: Al menos, de usted nada tengo que temer.

Patricia no tuvo tiempo de encontrar una respuesta adecuada, porque, en aquel instante, Algy volvia con la senorita Girton y un hombre alto, delgado, de rostro curtido, que le presentaron al Santo con el nombre de Bloem.

– Mucho gusto en conocerle -murmuro Templar-. Siento que las acciones "T. T. Deeps" esten tan bajas en Bolsa, pero es una buena oportunidad para acapararias.

Bloem se sobresalto y se le cayeron los lentes, que quedaron colgando de una cinta negra. Miro a Templar como quien ve visiones.

– Debe usted de estar muy familiarizado con la Bolsa, senor Templar -dijo al fin.

– Es extraordinario,?verdad? -repuso el Santo con la mas inocente de las sonrisas.

Tocabale ahora el turno de ser presentado a sir Michael Lapping. El ex juez estrecho su mano cordialmente y, como era un poco corto de vista, se acerco para examinar el rostro de Templar.

– Me recuerda usted a un hombre que encontre un dia en el Palacio de Justicia, pero no se si fue por razones profesionales.

– Yo lo recuerdo perfectamente. Era cuando condeno a Harry Le Duc a siete anos de carcel. Hace seis, se evadio; me han dicho que vuelve a estar en Inglaterra desde hace algunos meses; de manera que tenga cuidado cuando salga de noche.

Templar debia acompanar a la senorita Girton a la mesa, pero esta le cedio el honor a Patricia y la joven pudo intercambiar unas palabras con el.

– Ya ha faltado usted dos veces a su palabra.

– Lo he hecho para llamar la atencion -contesto el Santo-. Ahora que el interes se centra en mi, descansare sobre mis laureles.

Ya en la mesa, la mirada de Templar se cruzo con la de Patricia, y la burla que siempre vagaba en sus ojos se convirtio en franca sonrisa. Ella fruncio el entrecejo, echo atras la cabeza y se puso a discutir seriamente con Lapping; pero cuando, poco despues, miro de soslayo al Santo para ver como habia tomado el desaire, se dio cuenta de que debajo de sus finos modales se desternillaba de risa. Esto la enfurecio.

Simon Templar habia viajado. Hablaba con gran interes, aunque con cierta egolatria, de lugares lejanos y selvaticos. Habia estado en Vladivostok, Armenia, Moscu, Laponia, Chung-King, Pernambuco y Sierra Leona, entre otros. Al parecer, habia pocos sitios salvajes del mundo que no hubiese visto y en algunos habia tenido aventuras. En Africa del Sur descubrio una veta de oro, y veinticuatro horas mas tarde perdio todo el dinero jugando al poquer. Hizo contrabando de armas en China, de whisky en los Estados Unidos y de perfumes en Inglaterra. Tras un ano en la Legion Extranjera espanola, logro desertar. Pago el precio del pasaje a Nueva York trabajando de camarero; recorrio el pais a pie; se abrio camino luchando a traves de Mexico durante una de las frecuentes revoluciones; pudo hacer algunos miles de libras esterlinas en Buenos Aires, de donde regreso viajando como multimillonario, para perder todo el fruto de su larga peripecia en las carreras de Epsom Downs.

– Pues encontrara usted la vida de Baycombe muy aburrida despues de una existencia tan emocionante -observo la senorita Girton.

– En cierto modo, no estoy de acuerdo -repuso el Santo-. Encuentro el aire aqui muy tonificante.

– ?Y cual es hoy el objeto de su vida?

– Ahora -dijo el Santo con voz suave- estoy buscando un millon de dolares. Quisiera terminar el resto de mis dias viviendo con lujo, y no puedo hacer nada sin quince mil libras anuales.

Algy se moria de risa.

– ?Estupendo, estupendo! -decia-.?Estupendo!?Eh??Eh?…

– En efecto -convino el Santo con modestia.

– Temo que no encontrara usted su millon de dolares en Baycombe -observo Lapping.

El Santo puso las manos sobre la mesa y examino sus unas con suave sonrisa.

– Me deprime su observacion, sir Michael -contesto-. Tenia yo un gran optimismo. Me habian dicho que se podria encontrar aqui un millon de dolares, y no es facil dudar de las palabras de un hombre moribundo, sobre todo teniendo en cuenta que uno ha tratado de salvarle la vida. Sucedio eso en un lugar llamado Ayer Pahit, en los Estados Malayos. Habiase refugiado en las selvas porque le persiguieron en todas partes desde que descubrieron que se habia establecido en Singapur para gozar de una parte injusta del botin… Uno de los perseguidores, un malayo a sueldo, le cogio y le hundio el cris en el cuerpo. Le encontre poco antes de que expirara; me conto la mayor parte de la historia… Pero les estoy aburriendo…

– Nada de eso. En absoluto -exclamo Algy rapidamente, y los demas le apoyaron.

El Santo movio la cabeza.

– Estoy seguro de aburrirles si continuo -dijo, obstinado-. Supongamos que haya hablado del Brasil…?Saben que hay una aldea tras una sierra, casi infranqueable a causa de la espesa selva, en la que viven aun algunos descendientes de Hernan Cortes? Gradualmente van siendo absorbidos por los nativos, pero aun llevan espadas y hablan castellano. Casi no daban credito a sus ojos cuando les ensene mi rifle. Recuerdo…

Fue imposible hacerle volver al asunto del millon de dolares.

Despues de tomar el cafe, aprovecho la primera ocasion para despedirse, intercambiando unas palabras con Patricia.

– Cuando me conozca usted mejor, perdonara mi debilidad.

– Supongo que solo se trata de un absurdo deseo de causar sensacion -dijo ella con voz glacial.

– Nada mas que eso -respondio el Santo con entera franqueza; y se fue a su casa satisfecho del resultado obtenido.

A pesar de las protestas de Horacio, por la tarde fue a pasear. Queria conocer el terreno de las afueras, y el camino le llevo hacia la loma que protegia la aldea en el lado sur. Era la primera vez que recorria aquel terreno, pero sus experiencias en la caza habian sido una buena ensenanza para el, y al cabo de tres horas conocia el lugar tan bien como los vecinos del pueblo.

Al regresar encontro a un desconocido. Habia caminado sin ver un alma, ni siquiera un campesino, porque todo el camino de aquella parte era un erial abandonado. Aquel hombre que vio de pronto a media milla parecia inofensivo.

Vestia pantalon azul, llevaba una especie de mochila sobre el hombro y en la mano una red para cazar mariposas. Caminaba de un lado a otro sin rumbo, daba saltos, corria o caminaba a gatas. No parecia advertir la llegada de Simon Templar, y este, avanzando sigilosamente, llego a su lado cuando aquel estaba buscando algo en la hierba. Mientras el Santo le observaba, dio un grito de alegria y extrajo de la hierba un cetonido que puso en seguida en una cajita que saco de la mochila. Luego el entomologo se puso de pie, sudando y sofocado.

– Buenas tardes -observo cordialmente, secandose la frente con un panuelo de seda.

– Excelente tiempo, en efecto -convino el Santo.

Simon Templar tenia la desconcertante costumbre de tomar las frases muchas veces en su sentido literal, un habito que habia adoptado porque asi obligaba al otro a continuar la conversacion.

– Es un pasatiempo inocente y sano a la vez -explico el desconocido, senalando al mismo tiempo el campo-. Aire fresco, ejercicio, y todo en uno de los paisajes mas maravillosos de Inglaterra.

Era un hombre mas bajo y mas grueso que Templar. Sus grandes ojos estaban resguardados tras enormes gafas; tenia un bigote muy poblado. El aspecto de aquel hombre, ya mayor, con su ridiculo traje y el cazamariposas, divirtio al Santo.

– Naturalmente…, usted es el doctor Carn -dijo.

– ?Como lo ha sabido?

– Parece que siempre me toca sorprender a la gente -dijo, quejandose, el Santo-. Y es tan sencillo… Usted se parece tanto a un doctor como a cualquier otra cosa, y solo hay un doctor en Baycombe.?Como van los asuntos de su profesion?

Ante tan desconcertante afirmacion, Carn perdio su jovial talante.

– ?De mi profesion? -dijo con aspereza-. No le comprendo.

– No es usted el unico -suspiro el Santo-. Casi no me entiende nadie. Y no hablaba de su nueva profesion, sino de la antigua.

Carn examino al joven de cerca, pero el Santo estaba mirando hacia el mar y su rostro era impenetrable, exceptuando una leve sonrisa que podia interpretarse de muchas maneras.

– Es usted muy listo, Templar…

– Senor Templar para todos, mas, para usted, el Santo -le corrigio este con benevolencia-. Naturalmente, soy muy listo; si no lo fuese, estaria muerto. Y mi especialidad es una memoria infalible para las fisonomias.

– Es usted muy listo, Templar, pero esta vez se equivoca y, al insistir en su error, olvida usted los buenos modales.

El Santo favorecio a Carn con una sonrisa ironica.

– Bien, bien -murmuro-, errar es cosa humana,?verdad? Pero digame, doctor Carn:?por que echa usted a perder su elegante indumentaria con una pistola automatica??Tiene miedo a que los cetonidos se subleven?

Al mismo tiempo hacia girar su grueso baston como si quisiera cerciorarse de su eficacia como instrumento contundente, y sus azules ojos, maliciosos, no se apartaban del rostro del naturalista. Carn sostuvo la mirada, pero al fin se molesto:

– Oiga usted, le voy a decir que…

– Yo tambien he sido inspector de Caballeria de Marina de la Armada suiza -dijo el Santo animandole. Y al ver que la indignacion de Carn no le dejaba hablar, anadio-:?Pero por que soy tan insociable? Vengase al torreon y cene conmigo. Solo podre darle conservas, porque ya no comemos carne fresca desde que vimos que una gaviota se murio despues de probar un trozo que le dimos; pero nuestro brandy es "Napoleon"…, y Horacio sabe preparar muy bien las sardinas…

Cogio al naturalista del brazo y le obligo a echar a andar. Con su acostumbrada amabilidad, supo convencer al doctor en menos de tres minutos de que debia aceptar la invitacion, y al llegar los dos al torreon, el naturalista le reia las gracias al Santo.

– Es usted un lince, Templar -observo Carn cuando estuvieron sentados a la mesa bebiendo el vermut.

El Santo arqueo las cejas.

– ?Porque no crei en lo del naturalista?

– Si, y por no vacilar en manifestarlo.

– El que vacila -dijo el Santo sentenciosamente- esta perdido. A mi no me asusta nadie.

Durante la cena hablaron de politica y de literatura (sobre estas cuestiones, el Santo tenia opiniones hereticas) con la misma animacion y tranquilidad con que lo harian dos personas que se hubiesen conocido en circunstancias normales.

Despues de que Horacio hubo servido el cafe, Carn saco la cigarrera y la ofrecio al Santo. Este la contemplo, movio la cabeza y dijo:

– Ni siquiera de usted, hijo mio -enojando a Carn.

– Estan perfectamente bien -exclamo.

– Me alegro de que no haya echado a perder ningun cigarro.

– Le doy a usted mi palabra…

– La aceptare, pero no tomare sus cigarros.

Carn se encogio de hombros, separo un puro para si y lo encendio. Templar se arrellano comodamente en la butaca.

– Me alegro de que no lleve usted armas -observo el doctor.

– Eso solo se puede hacer en las peliculas, porque, en la vida corriente, la policia se mete siempre con la gente que empieza a disparar al menor motivo. De todos modos, no aconsejo a nadie que confie en mi consideracion por la tranquilidad de los vecinos si estoy en mi casa y me atacan.

Carn se echo hacia delante.

– Bueno, ya hemos estado fingiendo bastante.?No sera mejor ir directamente al asunto?

– Lo que usted quiera.

– Se que esta usted tramando algo. Hice mis averiguaciones. Ni siquiera es usted agente secreto del gobierno. Conozco algo de su historia y se que no ha venido usted a Baycombe para vegetar en este rincon rural de Inglaterra. Es usted un hombre que no va a ningun sitio si no hay dinero o aventuras de por medio.

– Cabe que haya abandonado mis proyectos antes de empezar.

– Cabe, en efecto; pero usted es de los que no abandonan. Ademas,?que se figura usted que he estado haciendo aqui todo este tiempo?

– Tal vez buscando algun bicho raro, desconocido aun en la entomologia -murmuro el Santo.

Carn hizo un gesto de impaciencia.

– Ya le he dicho que admito que sea listo, y vuelvo a afirmarlo. Pero no tiene usted necesidad de pretender que soy tonto; sabe usted que no es asi. Usted esta aqui para pescar lo que se pueda, y me parece que adivino lo que es. En tal caso, tengo la obligacion de oponerme a sus manejos, a no ser que usted colabore conmigo. Templar, le hago el favor de poner las cartas boca arriba, porque, por lo que he oido, es mejor trabajar con usted que en contra suya.?Venga, sea franco conmigo!

– Hay un millon de razones para no hacerlo -dijo el Santo con tranquilidad-. Las perdio el Banco Confederado de Chicago hace mucho tiempo y las quiero para mi, amigo.

– ?Y se figura usted que las conseguira?

– No veo ningun limite a mi capacidad de salirme con la mia.

Templar se movio un poco en la oscuridad y, tras una pausa, dijo:

– Hay otra razon, ademas, que me impide sincerarme con usted, Carn, y es… que no permito nunca que los cachorros de tigre escuchen mi confesion.

– ?Que quiere usted decir?

– Quiero decir -contesto el Santo elevando la voz- que en este momento hay ahi un hombre que nos esta mirando por la ventana. Le estoy apuntando. Si se mueve, le levanto la tapa de los sesos.

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