3. El chantaje

Carn se puso en pie de un salto, llevandose la mano a la pistolera. El Santo se echo a reir.

– Ya se ha ido -dijo-. Se agacho tan pronto empece a hablar en voz alta. Pero ahora comprendera usted lo dificil que es no morir asesinado cuando alguien quiere sangre.

El Santo hablaba con su habitual calma, pero no se estaba quieto. Habia apagado la luz en el mismo instante en que Carn se puso de pie, y le hablaba desde la ventana.

– No veo nada. Esta gente es tan sigilosa como el raton que quiere roer las barbas del gato. Voy a salir; quedese ahi sin moverse.

Carn oyo que el Santo se alejaba; despues percibio voces en la cocina. Al poco rato entro Horacio llevando en una mano una palmatoria y en la otra su amado revolver. No dijo nada. Puso la vela en un rincon para dejar libre la ventana y espero tranquilamente, con su pistolon amartillado.

– Llevan ustedes aqui una vida agitada -observo Carn, y en seguida se enfrento Horacio con el apuntandole con el arma.

– Bueno -dijo el criado laconicamente.

El Santo volvio al cabo de diez minutos.

Mala hora para encontrar a alguien -dijo-. Es noche cerrada, y ese golfo debio de huir derecho a su casa cuando le asuste…?Cerveza, Horacio!

– Voy, senor -dijo el criado, y se marcho del mismo modo que habia entrado.

– ?Tiene mas gente en casa? -pregunto Carn despues de contemplar pensativo al criado y su absurdo armamento.

– No, senor.

Templar volvio a encender la lampara, y la llama del fosforo ilumino un instante con viva luz su impasible rostro. Carn se quedo aun mas pensativo. Por su profesion habia tratado con toda suerte de personas, hombres listos, no pocos peligrosos y algunos misteriosos, pero en aquel momento se preguntaba si en toda su vida habia tropezado con un hombre tan listo y tan peligroso como aquel, que parecia de un modo tan misterioso capaz de hacer frente a todos los percances y aventuras de su azarosa vida.

– Preferiria tenerle a usted a mi lado que contra mi, Santo -dijo Carn-. Recibiria una buena recompensa. Pienselo.

Con los brazos en jarras, el Santo contemplo a Carn.

– Gracias -dijo al fin-. No me impresiona su oferta. Pensandolo bien, los individuos no son suficientes para justificar una inversion de capital. Oiga mi ofrecimiento ahora: haga causa comun conmigo y le prometo un tercio. Pienselo, senor inspector Carn.

– Doctor Carn.

– ?Hemos de seguir fingiendo??Que se ha figurado, amigo?

Carn se rasco la nariz.

– Como usted quiera. Tiene usted ventaja sobre mi, porque yo, la verdad, casi nada o muy poco se de usted.

– Esa es la mejor noticia que he oido en mucho tiempo -exclamo el Santo con alegria.

Carn se levanto despues de beber algunos vasos de cerveza, y Templar se puso tambien en pie.

– Permitame que le acompane -dijo-. Estare mas tranquilo.

– Si se figura que necesito un ama de cria… -empezo Carn con cierto calor.

Pero el Santo se cogio del brazo del detective con sonrisa encantadora, diciendo:

– Nada de eso. Me encanta el paseo nocturno.

Vivia el inspector en una casita en los terrenos detras de los de la casa solariega de Baycombe. Templar ya la habia visto y se habia preguntado a quien podia pertenecer. Por un motivo que no supo analizar, se sintio satisfecho de saber que Patricia Holm tenia a su alcance nada menos que a un verdadero inspector de la policia de Londres.

Durante el camino, Carn le informo que hacia tres meses que se hallaba en el pueblo. Se mostro en cierto modo muy locuaz, pero no revelo nada esencial. Tambien se referia amablemente a las buenas cualidades del Santo, un hecho que complacio mucho a Templar, sin hacerle prescindir de su innata precaucion.

– Creo que seria un duelo muy interesante -dijo Carn.

– Asi lo espero -convino Templar con cortesia.

– Tanto mas porque es usted el bandido mas seguro de si mismo que he encontrado hasta ahora.

El Santo se echo a reir.

– No precipite los acontecimientos -protesto-. Aun no he cometido el crimen. Tengo casi un proyecto mediante el cual me sera facil evitarme la molestia de ir contra la ley. Escribire manana a mis procuradores y le hare saber lo que decida.

Rechazo la invitacion de Carn de entrar en su casa para tomar una copa y, deseandole buenas noches, se marcho hacia el torreon.

Pero solo recorrio el camino durante el trecho que Carn podia vigilar desde su casa. Llegado a cierto lugar, volvio sobre sus pasos y, moviendose como una sombra, se dirigio hacia la villa de sir John Bittle.

Se le habia ocurrido que sus investigaciones bien podrian extenderse a ese nuevo rico. Acababan de dar las diez, pero la posibilidad de que aun estuviesen levantados en aquella casa no podia detenerle, porque el Santo era temerario en extremo.

La casa estaba rodeada de un alto muro de aspecto siniestro y misterioso que le daba apariencia de antigua prision. Templar rodeo el muro sin hacer el menor ruido, asemejandose en sus movimientos a un piel roja que espiara un campamento enemigo. Habia una puerta posterior que parecia una entrada medieval y la cual no se podia forzar sin determinadas herramientas que Templar no llevaba en su equipaje. En la parte delantera existia una puerta doble, ancha, fuerte, imposible de forzar.

No le quedo mas remedio que escalar el muro. Afortunadamente, el Santo era de buena estatura; poniendose de puntillas, pudo alcanzar el borde con la mano. Satisfecho de la prueba, se quito la americana y, sujetandola entre los dientes, se mantuvo a pulso con las manos en el borde del muro, colocando la americana encima de los trozos de vidrio incrustados en la piedra, y salvo el obstaculo. Una vez arriba, se dejo caer al otro lado como un gato.

Despues se deslizo rapidamente a lo largo del muro hasta la entrada posterior, porque habia descubierto desde fuera los alambres de una instalacion de alarma. Encontro pronto los hilos y corto uno de ellos, inutilizando de este modo las precauciones que habia tomado el dueno de la casa. Luego descorrio el cerrojo de la puerta y dejo esta entreabierta, dispuesta para la huida.

Despues se dejo caer de rodillas y avanzo a gatas hacia la casa. A cualquiera que le hubiese visto asi le habria parecido un loco: cuando avanzaba unos centimetros, movia las manos cuidadosamente en todas direcciones, como una hormiga con sus antenas. De este modo pudo evitar el contacto con dos alambres de otra instalacion de alarma, uno casi a ras del suelo y el otro a la altura de los hombros. Al llegar a la pared de la casa se puso de pie, riendo en silencio.

"Veamos ahora al guerrero que se rodea con tantas precauciones", se dijo el Santo.

La parte de la casa que tenia delante estaba a oscuras, y, despues de reflexionar un instante, Templar se dirigio rapidamente hacia la parte sur de la misma. Apenas llego a la esquina, vio dos rodales de luz en el cesped y poco despues llego junto a una de las puertas-vidrieras de la habitacion que estaba iluminada. Las cortinas no se hallaban del todo corridas y se podia ver lo que pasaba en el interior.

Era la biblioteca, lujosamente amueblada. Se veia claramente que la avaricia de sir John Bittle no le impedia rodearse de todas las comodidades. La alfombra era de confeccion turca, muy espesa y gruesa; los sillones, anchos, bien tapizados de cuero; en uno de los rincones habia una estatua de bronce de gran precio; las paredes estaban con los estantes llenos de libros.

El Santo abarco los detalles de la habitacion con una mirada, y al instante se fijo en un individuo que solo podia ser sir John Bittle, el dueno de la casa. Tratabase de un hombre gordo, carilleno, que estaba sentado en una butaca; llevaba traje de etiqueta y fumaba un buen habano.

Creia Templar que Bittle estaba solo, pero, de pronto y cuando iba a avanzar, oyo la voz del millonario:

– Conque ya lo sabe usted, senorita.

El Santo se quedo de piedra al oir una voz familiar:

– No puedo creerlo.

Templar se aparto un poco de la pared para poder ver mejor. Patricia estaba sentada en una butaca frente a Bittle, tenia las facciones angustiadas y el panuelo, retorcido entre sus manos, denunciaba una gran congoja.

Bittle se echo a reir con risa ronca y antipatica que no llego a alterar sus duras facciones. El Santo tambien rio, pero entre dientes; si Bittle hubiera podido oirle, habria percibido un sonido poco agradable para el.

– Supongo que tampoco se convencera si le enseno documentos…, pagares…, recibos,?verdad? -pregunto el millonario. Extrajo algunos papeles del bolsillo y se los tendio a la joven-. He tenido mucha paciencia, pero ya me estoy cansando. Supongo que, al verla a usted, me puse tonto y romantico, pero ya no dare un centimo mas en hipoteca sobre una finca que no vale la mitad de lo que he prestado a su tia.

– Le dara usted un grave disgusto -dijo Patricia, palida.

– Es preferible eso que hacer un mal negocio.

La muchacha se levanto, haciendo crujir los documentos entre sus manos.

– Seria un acto muy bajo -exclamo con vehemencia-.?Que son unos miles de libras esterlinas para usted?

– Mucho. Significa nada menos que puedo dictar mis condiciones.

Patricia se quedo rigida. Hubo un silencio lleno de siniestros augurios. Luego, con voz cansada, pregunto:

– ?Que condiciones?

Sir John Bittle hizo un ademan de impaciencia.

– Por favor, nada de melodrama. Al fin y al cabo, la cosa no es nada del otro mundo. Yo quisiera que aceptara usted ser mi mujer.

La muchacha se quedo sin poder contestar durante un rato; la ultima lagrima desaparecio de sus ya blancas mejillas. Alzo los documentos exclamando:

– Aqui tiene mi respuesta,?sinverguenza!

Y rompiendo los papeles en varios trozos, se los lanzo a la cara, clavandole, iracunda, la mirada.

– ?Muy bien, chiquilla! -murmuro el Santo.

Bittle, sin embargo, se mostro imperturbable; de nuevo rio con risa bronca, sin que su rostro, impenetrable, rollizo e hinchado, revelase la menor emocion.

– No eran mas que copias -dijo con voz burlona.

El Santo penso en romper la tension del dialogo con un ligero comentario del tercero en discordia y se dispuso a salir a escena.

– ?Que tonta es usted! -anadio Bittle-.?Se ha figurado que hubiese podido subir desde abajo hasta llegar a ser lo que soy sin tener inteligencia??Cree usted que yo, que he vencido a los abogados mas listos de Londres, iba a permitir que una provincianita se burlase de mi??Bah! -Y tras breve pausa-: Hablemos con calma y no perdamos los estribos.?Nada de melodramas! El caso es muy sencillo: o se casa usted conmigo, o embargare a su tia todo lo que tiene. Elija lo que quiera, pero basta ya de escenas.

– Es verdad, basta ya de escenas -convino el Santo, que penetro alli sin que ninguno de los dos advirtiese su llegada.

Habia entrado ocultandose detras de la cortina, y de ella salio cuando hablo por primera vez. El efecto fue tan sorprendente como si hubiera llegado hasta ellos por arte de magia.

Patricia lo reconocio, dejando escapar un grito ahogado. Bittle se levanto profiriendo una maldicion. Primero palidecio y luego enrojecio. El Santo, con las manos en los bolsillos, le contemplo sonriendo amablemente.

– Senor… -empezo Bittle.

Pero Templar le interrumpio:

– Simon Templar, para servirle. -Y dirigiendose a la muchacha-: Buenas noches, Pat. Espero no molestar.

Y miro a los dos con expresion tan beatifica como si saludara a dos buenos amigos. Patricia se acerco instintivamente a el, y la sonrisa de Templar se hizo aun mas carinosa al ofrecerle la mano. Bittle trataba de dominarse, y lo logro no sin esfuerzo.

– Que yo sepa, senor Templar, no le he invitado esta noche -dijo amenazador.

– Tampoco lo sabia yo -dijo el Santo con gran aplomo-. Es extrano,?verdad?

Bittle temblaba de furia. No sabia cuanto tiempo habia estado aquel intruso escuchando la conversacion. Pero, ademas, temia otra cosa. El Santo era alto y, aunque no pesaba mucho, habia en su aspecto algo que indicaba que era un magnifico luchador, dificil de vencer. Y tambien en sus burlones y azules ojos habia una luz que impresionaba; la suavidad con que hablaba daba escalofrios a Bittle.

– ?No le parece, senor Templar, que…, vamos, creo que no es preciso andarse por las ramas…, que su llegada ha sido bastante inoportuna?

– ?Que se yo! -contesto el aludido de un modo vago, como si la pregunta encerrase un problema dificil-.?Que se yo!

Bittle se encogio de hombros y se fue a una mesita donde habia una jarra, un sifon y varias copas.

– ?Quiere una copa de whisky, senor Templar?

– Gracias -repuso el Santo-. La tomare cuando llegue a casa. Soy muy especial respecto a las personas con quienes bebo. Tuve un amigo que fue descuidado en este sentido, y un dia lo sacaron del canal de Soerabaya. Me disgustaria que me sacaran de un canal.

– Era para demostrar que no le guardo rencor…

– Si yo bebiese whisky, amiguito, me parece que me seria dificil guardarle rencor -observo Templar con doble sentido.

Bittle apago el cigarro en el cenicero y se quedo mirando al Santo, cuyo aspecto tranquilo le causaba cada vez mas miedo. Estaba aun en el mismo sitio en que aparecio por primera vez, no parecia haberse inmutado y no demostraba tener prisa. Daba la impresion de que esperaba algo, y Bittle empezaba a preocuparse.

– Creo que su proceder no corresponde al de un caballero, senor Templar -dijo el millonario.

– Es verdad -repuso el Santo con enfasis-. Gracias a Dios, no soy caballero. Los caballeros suelen ser tan absurdos… Por ejemplo, ningun caballero de estos contornos quiere tratos con usted (asi, cuando menos, me lo han dicho), pero a mi no me importa. Espero que usted y yo nos entenderemos perfectamente y que este encuentro sera preludio de excelentes relaciones, para satisfaccion y provecho mutuos.

– Ya que no quiere usted atender a razones, senor Templar…

Bittle toco el timbre.

El Santo no se movio de su sitio, siempre sonriente y tranquilo.. Al instante entro un mayordomo que tenia cara de boxeador.

– Haga el favor de acompanar al senor Templar a la puerta -ordeno Bittle.

– Pero?cuanta amabilidad! -exclamo el Santo, siguiendo al mayordomo.

El millonario se quedo junto a la mesita, con la boca abierta en vista de la facilidad con que acababa de desembarazarse de tan molesto personaje.

– ?Conozco muy bien a estos fanfarrones! -observo con mal disimulado alivio.

Su satisfaccion duro poco, porque oyo un portazo, un grito y, mientras miraba a la puerta, el Santo volvio a entrar por la vidriera del jardin. Su alegre exclamacion de saludo hizo que el millonario se volviese rapidamente. Al mismo tiempo se abrio la puerta de la habitacion y entro el mayordomo hecho una furia.

– Una puerta muy bonita -murmuro el Santo.

Jadeaba, pero, por lo demas, estaba tranquilo. El mayordomo pugilista, en cambio, estaba despeinado y al parecer se habia dado de narices contra una cosa dura, porque le chorreaba sangre. Su mirada era furibunda.

– Ya estamos todos aqui -anadio el Santo-. Es un juego muy bonito,?eh?,?eh?, como diria Algy. Bueno, bueno…?Podre ver ahora el cuarto de bano? Los agentes anuncian siempre que la casa tiene excelente cuarto de bano, y aun no he visto el de esta.

– Dejemelo de mi cuenta -dijo el mayordomo, avanzando en actitud amenazadora.

– Has querido hacerme caer por la escalinata y has recibido la respuesta en las narices -dijo el Santo-. Ahora quieres volver a las andadas, y me gustaria saber donde te dare esta vez.

Bittle se interpuso entre los dos, despues de calcular las posibilidades que tenia su criado contra el Santo. Luego miro a aquel y con un ademan le despidio.

El ex boxeador se marcho de mala gana, echando maldiciones. El millonario volvio a dirigirse al Santo.

– ?Y si se explicase usted, senor Templar?

– Si,?y que?

Bittle iba perdiendo la paciencia.

– ?Bien, senor Templar?

– Muy bien, gracias,?y usted?

– ?Es necesario que pierda el tiempo haciendose el gracioso? -pregunto Bittle secamente.

– Ahora que lo pienso, no -contesto el Santo, muy amable-. Pero mi abuelita ya decia que yo era un guason… Bien, bien, hijo; considerando las cosas desde todos los puntos de vista, la hospitalidad de usted no esta a la altura de la buena hospitalidad. Acompanare a la senorita Holm a su casa.?Hasta mas ver!

Cogio a Patricia del brazo y la llevo hacia la puerta vidriera, mientras Bittle se quedaba mirandole, sin saber que decir. Pero en el momento en que los dos iban a desaparecer, el Santo se detuvo, como si hubiera tenido una inspiracion.

– A proposito, Bittle -dijo encarandose de nuevo con el millonario-; me habia olvidado. Iba usted a entregarme ciertos documentos,?verdad?

Bittle no contesto, y Templar anadio:

– Se trata de un caso de usura. Entregueme los documentos y le dare un cheque por el total del importe.

– No pienso hacer eso -exclamo el dueno de la casa.

– Como usted quiera. No entiendo mucho de leyes, pero no creo que pueda usted negarse a ello sin anular la deuda. De todos modos, dire a mi procurador que le envie a usted un cheque, y veremos lo que pasa.

El Santo volvio a salir por la vidriera y por poco tropezo con Patricia, que le habia precedido. Cogio a la muchacha en brazos para que no cayera, y le sorprendio advertir que estaba temblando. Un momento mas tarde comprendio los motivos, porque oyo los ladridos de feroces perros.

Con rapido movimiento llevo a Patricia otra vez a la biblioteca y cerro las vidrieras. Luego se coloco de espaldas a la pared cubriendo un poco a la muchacha, puso los brazos en jarras y su rostro adquirio una expresion de gran beatitud.

– Bueno…, como diria Horacio en estas circunstancias -observo-.?Mas grande que el "Circo Krone"!?Tiene usted inconveniente en hacer el payaso mientras yo ejecuto la escena del Primer Tirador de Cuchillos y su arte maravilloso?

Bittle, con una pequena pistola en la mano, vio con horror el brillo de la hoja de acero que Simon Templar tenia empunada.

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