Capítulo 6

– Oh -dijo Kurt sorprendido-. Es más tarde de lo que creía. Debe de ser mi madre con Katy. Oh, oh…

Jodie tragó saliva. Tenía que salir de allí.

– De acuerdo -dijo, moviéndose con rapidez-. Te veré mañana.

– Jodie -llamó él, pero no se detuvo.

Tenía que llegar al coche antes de que le presentaran a Katy. Con el corazón en el puño se dio cuenta de que tendría que cruzarse con la madre de Kurt. Bueno, si tenía que ser así, mejor que fuera rápido.

– Señora McLaughlin -dijo con falsa educación a la mujer alta y guapa que la había expulsado del Grupo Infantil de Colaboración y se había asegurado de que no fuese invitada nunca a las fiestas de su mansión.

Jodie pensaba que nunca podría sentir aprecio por aquella mujer, especialmente después de haberla escuchado llamar «basura» a los Allman.

– ¿Cómo está? -añadió, sin detenerse en su camino hacia su coche.

– ¿Eres Jodie Allman, verdad? -preguntó la mujer fríamente, levantándose las gafas de sol para verla mejor-. Estoy bien, cariño. Gracias por preguntar.

Cuando Jodie llegó a la altura del coche, vio a la mujer sacar a Katy del asiento trasero. Pudo ver un mechón de pelo rubio y una manita gordezuela saludándola. La imagen no desapareció de su retina mientras se sentaba al volante y arrancaba el coche.

Era la niña de Kurt, una niña McLaughlin. Eso le provocó un dolor en el centro de su ser. Aquello era demasiado.

Aquella noche en casa de los Allman tuvieron una cena alegre y ruidosa, que era lo que necesitaba para sacarse de la cabeza a Kurt y a su niña. Era una de esas noches en las que su hermana parecía más cariñosa que nunca y sus hermanos tan graciosos que apenas podía comer entre risas y carcajadas.

Y después su padre bajó para unirse a ellos. Las risas se apagaron y todo el mundo se concentró en acabar cuanto antes para marcharse de la mesa enseguida.

Jesse Allman hizo la ronda de sus hijos, dedicándoles sus mejores comentarios, que provocaron suspiros y miradas cruzadas entre ellos. Por fin llegó a Jodie.

– Bueno, señorita -le dijo-. Cuando te dije que trabajaras con el chico de los McLaughlin, no quería decir que te mudaras a su casa.

– No me he mudado a su casa -dijo ella, poniéndose rígida-. Estamos trabajando juntos. Sólo voy a su casa unas horas cada día.

Jesse frunció el ceño.

– No me gusta. Deberías estar en la oficina.

Al principio ella había pensado lo mismo que su padre, pero las cosas habían cambiado y ya no pensaba igual.

– Papá, puedo apañármelas sola. Soy adulta.

Él la miró y ella le mantuvo la mirada, hasta que el viejo empezó a reír.

Rafe se levantó, la miró y llevó su plato al fregadero.

– Papá, ¿quieres que discutamos las cifras de la propuesta de Houston?

– Sí. Nos ocuparemos de eso en cuanto hayamos acabado aquí. Matt, quiero que te involucres en esto.

– Lo siento, papá -se disculpó Matt, levantándose e imitando a Rafe-. Tengo que ir a casa de los Simpson. Su hijo tiene fiebre y me han pedido que vaya a verlo.

Jesse hizo una mueca de disgusto y Jodie sonrió. Por más que quisiese verlo de otro modo, Matt era médico y nunca le interesaría tanto el negocio como la salud de sus pacientes. «Qué pena, papá», pensó ella.

Y entonces sonó el teléfono; Jodie aprovechó la oportunidad para salir corriendo hacia el viejo teléfono del pasillo.

– ¿Jodie? -saludó la voz de Kurt, haciendo que su corazón diera un brinco. Él era la última persona a la que esperaba oír en aquel momento.

– Escucha… si no estás muy ocupada… Me estoy volviendo loco de estar aquí quieto. ¿Qué te parece si vamos a dar una vuelta o algo así?

– ¿Una vuelta? -le costaba procesar la extraña propuesta-. Oh, ¿en mi coche?

– Bueno, a no ser que tengas un caballo a mano… yo no puedo conducir.

– Pero… ¿Y tu hija?

– Tracy se la ha llevado a casa de una amiga suya que también tiene niños, así que estoy solo esta noche.

Podía notar en su voz que necesitaba de verdad salir de la casa. Y lo entendía.

– Estaré allí en veinte minutos -dijo, notando el extraño sentimiento de arrepentimiento y miedo a la vez. ¿Estaría cayendo por segunda vez en la misma trampa? Tenía los ojos muy abiertos, la mente llena de dudas y el corazón lleno de deseo.

El paseo en coche no duró mucho. A los pocos minutos decidieron detenerse a tomar algo en el Café de Millie.

– ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? -preguntó ella, mientras se disponían a entrar-. La gente hablará.

– Me da igual -contestó Kurt.

A ella no, pero se tragó los prejuicios y sujetó la puerta para que él pasara mejor con las muletas. Estaba casi más guapo a la luz del atardecer. El jersey verde de cazador que llevaba resaltaba su musculatura y tenía el pelo revuelto por el viento que soplaba. Tenía un cuerpo de escándalo y la costumbre no hacía que se fijara menos en él. Cada vez que sus miradas se cruzaban, se le aceleraba el ritmo cardíaco.

– Además -dijo, mirando el restaurante medio vacío-, hay tanta gente nueva en la ciudad que probablemente nadie recuerde que los Allman y los McLaughlin no se llevan bien.

– Tal vez tengas razón -dijo ella, pero tenía sus dudas.

La decoración del local había cambiado y se había hecho más sofisticada, pero Millie seguía siendo la misma, y se le iluminó la cara al ver a Jodie.

– ¡Jodie! -gritó, corriendo hacia ella para abrazarla-. Ya era hora de que pasaras a saludar.

Tras la muerte de la madre de Jodie, cuando ésta tenía veintiséis años, Millie había ocupado su lugar en los momentos difíciles. Charlaron animadamente unos minutos y después llegó el momento de la gran decisión.

– ¿En qué lado queréis sentaros? -preguntó Millie, mirándolos.

Kurt y Jodie se miraron. El lado de la ventana siempre había sido territorio McLaughlin y la parte trasera era ocupada por los partidarios de los chicos Allman. La ciudad estaba dividida por el centro, al igual que el restaurante. Millie siempre tuvo cuidado de que cada banda se mantuviera en su territorio y no estallara una batalla campal en medio del restaurante.

Jodie echó a reír y miró a Millie.

– Pero la gente ya no sigue esas viejas tradiciones, ¿verdad?

– Algunos sí -dijo Millie, guiñándole un ojo-. ¿Y vosotros?

– Nos quedaremos con la mesa del centro -decidió Kurt-. Nuestra relación es puro compromiso, ¿no es así?

– Desde luego.

Millie les mostró la mesa con la mano y fue a buscar sus cafés. Jodie echó una mirada a su alrededor; solían ir allí después de los partidos del equipo de fútbol de la escuela. Dos adolescentes pasaron entonces junto a Kurt y su reacción fue casi cómica. Las dos estallaron en una risa nerviosa mientras se alejaban hacia el baño.

Jodie escondió la sonrisa tras una servilleta.

– No sabía que tuvieras tantas fans -le dijo.

– Es una novedad y no me gusta airearlo mucho -le sonrió él.

– Yo tendría cuidado; no es bueno depender de las atenciones de las jovencitas -dijo ella, sacudiendo la cabeza.

– Tampoco es mucho mejor depender de las atenciones de las mujeres -repuso él.

Jodie se preguntó por el motivo del cinismo de su tono de voz, pero Millie acababa de llegar con el café y ya no quiso preguntárselo.

Un par de personas se acercaron a saludar y las adolescentes volvieron a pasar frente a ellos con su risa nerviosa. Jodie empezaba a sentirse de vuelta a casa, aunque fuera raro tener esa sensación estando con un McLaughlin en el Café de Millie.

– Me habría gustado que te quedaras un poco más esta tarde -dijo él, tomando un sorbo de café-. Quería presentarte a Katy.

– Bueno… pensé que lo mejor sería marcharme cuanto antes.

– Ya. Mi madre y tú nunca os habéis llevado bien.

– Eso es un eufemismo -dijo ella, rodeando la taza con las manos-. Tu madre me odia.

– ¿Que te odia? -reaccionó él ante la palabra, como si lo fuera a negar, pero después se lo pensó-. Bueno, pero sólo porque eres una Allman.

– Exacto.

Se miraron a los ojos y después rompieron a reír. Él intentó tomarle la mano, pero ella se apartó con rapidez.

– Será mejor que no lo hagas -dijo, mirando a su alrededor-. Nosotros dos juntos tomando café ya es suficiente para dar que hablar a la ciudad durante semanas. Si me tomas la mano…

– Pero no iba a tomarte la mano -dijo él, como avergonzado.

– ¿No? -por un momento no lo creyó-. ¿Y qué ibas a hacer con mi mano entonces?

– No sé -dijo encogiéndose de hombros-. Tal vez mordisquearte un poco los dedos.

Ella lo miró con frialdad.

– Será mejor que pidas un trozo de tarta si tienes hambre.

Pero el flirteo la estaba halagando y volvió a pensar que él se había fijado en el top rojo y lo había recordado todos aquellos años. Nunca olvidaría aquel verano: venir al café de Millie con sus amigas e intercambiar miraditas con los chicos que al año siguiente irían a la universidad, buscando a Kurt y perder la respiración cada vez que lo veía. ¿Acaso él también la miraba? Sólo con pensarlo, se emocionó como cuando era adolescente.

Al final del verano él se había marchado a la universidad y no había vuelto a verlo hasta que se lo encontró en Industrias Allman para anunciarle que iba a trabajar para él. Para entonces, habían pasado muchas cosas.

Kurt había empezado a hablar de nuevo de su madre y de los problemas que estaba teniendo para encontrar una canguro.

– He aquí mi gran dilema -le dijo en voz baja, pero decidido a confiarle sus problemas-. ¿Cómo encuentro una madre para Katy sin tener que contratar una esposa para mí?

– ¿Contratar? -preguntó ella, levantando una ceja, inexplicablemente ofendida por el modo en que él estaba planteando la situación.

– No veo de qué otro modo hacerlo -dijo Kurt.

Ella lo miró y luego pensó que no podía decirlo en serio. Decía eso porque se sentía frustrado.

– Conocerás a alguien y te enamorarás.

– Ya -dijo, mirándola con evidente disgusto-. Creo que ya he visto esa película, pero las segundas partes nunca fueron buenas.

Ella no dijo nada. Esperaba ver en su cara una expresión de dolor por su esposa muerta, pero en su lugar tenía una expresión neutra. Había en ella más amargura que cualquier otra cosa. Qué extraño.

Todo el mundo sabía que él y Grace habían sido la pareja perfecta. Decían que había quedado destrozado cuando la avioneta en la que viajaba se estrelló, y dudaban que fuera capaz de volver a enamorarse.

Ahora Jodie empezaba a preguntarse si la gente tenía razón en sus habladurías.

– Conociste a Grace en la universidad, ¿verdad? -preguntó, sabiendo que se metía en terreno pantanoso, lista para salir de allí corriendo si él no quería hablar de ello.

– Nos conocimos en una clase de hongos -dijo, asintiendo-. Había una salida de campo cada dos fines de semana, así que pudimos conocernos bien -sus ojos adoptaron una expresión soñadora-. Era preciosa, rubia con los ojos de color azul muy claro, como una princesa de hielo -sacudió la cabeza, como si hablase más para sí mismo que para ella-. Nunca me cansaba de mirarla.

Jodie apartó la mirada, algo avergonzada por la sinceridad de su declaración.

– Nos casamos en cuanto acabé la carrera y nos mudamos a Nueva York. Después Grace se quedó embarazada y todo cambió.

Sus ojos parecían ensombrecidos por un nubarrón, una emoción que Jodie no pudo identificar. Esperó a que él continuase con su relato, pero Kart levantó la vista y pareció darse cuenta de que ella estaba allí. Sus ojos se aclararon y le sonrió.

– Pero basta ya de mí. Háblame de cómo decidiste hacerte fisioterapeuta.

Ella empezó lentamente, pero después tomó velocidad y le contó que tenía dos trabajos e iba a clases por las noches, hasta que consiguió una beca y sólo necesitó uno de los dos trabajos. Siguieron hablando media hora más hasta que se hizo la hora de devolver a Kurt a casa para que estuviera allí cuando Tracy llegara con Katy.

– Estará dormida -se dijo a sí mismo cuando estaban en el coche-. Cuando Tracy la traiga a casa parecerá un angelito.

Jodie pensó que era muy bonito que quisiera tanto a su hijita, pero le provocaba náuseas. Nunca tendría una relación con un hombre que tuviera hijos. No era su destino y no debía olvidarlo.

Aparcó frente a la casa y él se giró hacia ella, sonriendo en la oscuridad.

– Gracias por venir a rescatarme, Jodie. No creía poder aguantar otra noche cojeando solo en mi habitación. Me has dado un respiro.

– Cuando quieras -susurró ella, aunque su atención estaba concentrada en su boca lujuriosa y en si volvería a besarla o no.

Se decía a sí misma que no debía ser estúpida y esperarlo. Aquello no había sido una cita y no había motivo para que la besara. El beso había sido producto de un momento de enajenación mental transitoria y probablemente nunca volviera a ocurrir.

Pero no podía convencerse de ello. Probablemente porque deseaba que él volviera a besarla. Lo deseaba más de lo que había deseado nunca ninguna otra cosa.

Ya era noche cerrada. Había luna nueva, así que las estrellas refulgían en su máximo esplendor: un cielo texano lleno de magia. Tal vez si le pidiera un deseo a esas estrellas…

Su cara estaba muy cerca y él empezó a juguetear con su pelo. Su mirada era tan suave como el terciopelo.

– ¿Sabes, Jodie? Tengo muchas ganas de besarte…

– Oh -exclamó ella con el corazón encogido.

– Pero no lo voy a hacer -dijo, torciendo el gesto. Ella lo miró horrorizada mientras le daba una explicación estúpida-. Eso iría contra mis planes y mis principios. Me he propuesto seriamente…

Ya estaba bien. ¡Al cuerno con los principios! No iba a dejar que él se saliera con la suya en esa ocasión, así que lo agarró firmemente por la cabeza, poniéndole las manos sobre las mejillas, le bajó la cara y lo besó.

– Ya está -dijo casi sin aliento cuando acabó-. ¿Tan duro ha sido?

Él la miró fijamente unos segundos y después se echó a reír. Después alargó los brazos, la atrajo hacia sí y la besó con fuerza.

Campanas, fuegos artificiales, estrellas fugaces, música de violines… y su cuerpo respondiendo al calor de su boca y derritiéndose completamente.

Cuando él se apartó, Jodie emitió un leve quejido sin querer, pero estaba tan sobrecogida que no podía sentir vergüenza por nada. Kurt sabía cómo besar y ella quería repetirlo. Una y otra vez…

– Buenas noches -dijo él suavemente mientras salía del coche.

– Buenas noches -respondió ella.

Y se marchó. Pero su recuerdo perduraría.

Por supuesto, Jodie sabía que aquello no podía continuar, pero no se lo estaba tomando en serio. Aquello era una forma de recordar un amor de adolescencia que pronto olvidaría. Estaba segura de ello.

Pero no podía evitar estar algo preocupada mientras se dirigía a casa de Kurt a la mañana siguiente. ¿Qué ocurriría durante todas las horas que estaban obligados a pasar juntos? ¿Podrían ignorar la atracción creciente que había entre los dos?

Tenían que hacerlo. No podían dejar que eso se mezclase con el trabajo, que era el motivo por el que él no había querido besarla la noche anterior. Jodie lo entendía y sabía que, de algún modo, lamentaría haber forzado la situación.

Pero no podía. Aunque nunca volvieran a besarse, no podría olvidar lo bien que se había sentido en sus brazos.

Cuando llegó a casa de Kurt se dio cuenta de que no tenía que haberse preocupado por nada. Parecía que la casa fuera a convertirse en un núcleo de actividad, como un anexo a Industrias Allman. Aquel día no paró de entrar y salir gente.

Rafe ya estaba allí cuando ella llegó.

– Hola, hermanita -dijo, sin apenas despegar la vista del trabajo-. Tengo que revisar unas cuantas cifras con Kurt. Trae una silla y échales un vistazo.

Paula, la secretaria, se pasó a recoger unas cintas con dictados. Después llegó Matt a ver cómo iba la pierna de Kurt y David apareció al rato en la puerta con una pizza enorme de pepperoni.

– Sólo nos falta Rita para tener a la familia al completo -dijo Kurt.

– Rita no está. Ha llevado a mi padre a ver al oncólogo a San Antonio -aclaró Jodie.

– ¿Qué tal está llevando tu padre la quimioterapia? -preguntó Kurt, mirando primero a Matt y después a Jodie.

– Es un luchador -dijo ella, sacudiendo la cabeza-. Está muy cansado, pero a veces saca fuerzas de flaqueza.

– Eso es bueno -contestó, mirándola a los ojos, y ella supo que ya había dejado de pensar en su padre-. ¿Y el top rojo? -le susurró cuando ambos fueron solos a la cocina a beber agua.

Ella se echó a reír, apoyándose contra la encimera.

– Supongo que este aburrido traje es toda una decepción.

Él la besó desde atrás suavemente en la nuca.

– Nada de ti me decepciona -murmuró, y salió de la cocina.

Jodie tardó unos segundos en tranquilizarse y volver a su ser. Cuando Kurt volvió a la cocina por algo que había olvidado, ella lo agarró del brazo.

– Escucha -dijo, deseando no desear besarlo-. Ya sé que es culpa mía, pero tenemos que parar esto -él sabía perfectamente de qué estaba hablando, pero la dejó hablar-. Tenemos que mantener una relación profesional. Tenías razón y no debí… obligarte a besarme.

Él sonrió y le acarició la mejilla.

– Eres una bruja -dijo-. Soy como un muñeco de trapo en tus manos.

Jodie empezó a protestar, pero él la interrumpió.

– No te preocupes, Jodie. Lo entiendo, y aunque me cueste, estoy de acuerdo contigo. Será mejor dejar las actividades clandestinas -sacudió la cabeza-. Pero no puedes evitar que siga soñando.

Ella tomó una enorme bocanada de aire mientras él salía de la cocina; cerró los ojos y se apoyó en la encimera. Necesitaba un apoyo. Tenía que salir de aquel lío y lo sabía, pero su fibra rebelde estaba saliendo de nuevo a la luz. Iba a disfrutarlo mientras durara. ¿Por qué no iba a hacerlo?

De vez en cuando sus hermanos le lanzaban miradas interrogantes y alguna advertencia.

– ¿Habéis venido a trabajar de verdad o a hacer de carabinas? -le preguntó a Rafe en un momento en que Kurt salió de la sala.

– ¿Qué te parece las dos cosas? -le dijo, con una sonrisa. Después la sonrisa desapareció-. De hecho, tenemos ciertos problemas económicos que tengo que resolver con ayuda de Kurt, ya que papá no está disponible por el momento.

– No tenía ni idea…

– No te preocupes. Estoy trabajando en ello -volvió a sonreír-. Disfruta de este pequeño oasis de paz, porque antes de que te des cuenta, Kurt y tú volveréis a estar en la oficina.

Ella le hizo una mueca, pero no olvidó sus palabras. Había pensado que desde que el negocio empezó a levantar el vuelo, las cosas sólo habían ido a mejor. Se trataba de una convicción inocente, pues un negocio no se mantiene si no se trabaja.

Cuando Kurt volvió al salón, Rafe levantó la mirada del ordenador.

– Por cierto, vi a Manny ayer. Estaba muy enfadado porque alguien había entrado en los viñedos. Quería que te preguntara por ellos.

– ¿A mí? -dijo Kurt sorprendido.

– Sí. Cree que tú puedes saber quiénes son. Están rondando por los viñedos, pero no sabe nada de ellos -se encogió de hombros-. Ya conoces a Manny; se pone nervioso muy pronto. Al principio dijo que era un expediente X y que se trataba de gente del gobierno en busca de extraterrestres.

– Espero que no les dispare -dijo Jodie-. Podría complicarse mucho la vida.

– Y se la complicaría mucho más a la persona a quien dispare.

– También.

Jodie y Kurt se miraron y se sonrieron, pensado en el día que habían visitado el viñedo juntos. Era como si un vínculo especial los uniese. Ella apartó la mirada, pero su corazón ya se había lanzado a la carrera. Así era como se sentía uno cuando tenía una pareja. Jodie deseó tener el coraje suficiente para hacerlo realidad.

– Últimamente no pasas mucho tiempo en la oficina -dijo Shelley al ver que Jodie se preparaba para llevarse trabajo de nuevo.

Había pasado una semana desde que fueron juntos a los viñedos, y Kurt y ella habían desarrollado una especie de rutina. Ella iba por la mañana a la oficina, recopilaba el trabajo y lo llevaba a casa de Kurt, se sentaban en la mesa del comedor y se ocupaban de todo lo necesario. Hacían un descanso a mediodía, ataban cabos sueltos de trabajo y ella volvía a pasar el resto de la jornada en Industrias Allman.

Aquello, que hubiera podido crear un vínculo muy íntimo, no había funcionado de ese modo. Por suerte. Pero no por su decisión de mantener una relación únicamente profesional, sino porque no paraban de recibir visitas de otras personas que interrumpían lo que habría podido ser un agradable momento de intimidad.

Y después, el fin de semana. Ella nunca había creído que pudiera sentirse tan sola. Se había pasado el rato pensando en él. Le gustaba. No podía evitarlo, le gustaba de verdad. Y aquello era muy peligroso, por lo que no se entendía que no saliera corriendo de esa situación.

Después de todo, era mucho más que resistir la tentación de tocarlo. Incluso si él hubiera intentado ir más allá, ya le había dejado claro que no quería una relación a largo plazo. Si alguien le hubiera preguntado a ella si quería eso hacía una semana, habría dicho que no, pero ahora era lo único en lo que podía pensar.

– ¿Vas a casa de Kurt McLaughlin otra vez? -preguntó Shelley.

– Claro -respondió Jodie. Después añadió con una sonrisa-. No puede apañárselas sin mí.

Shelley se echó a reír, pero pronto dejó de hacerlo y su expresión de tornó preocupada.

– ¿No estarás enamorándote de ese hombre, verdad?

– Shelley, ¿acaso te parezco una mujer enamorada? -preguntó Jodie, actuando.

– No lo sé -dijo, mirándola a los ojos-. Creo que veo un punto de locura ahí dentro.

– Oh, me la van a operar dentro de nada. No es importante.

– Bien -dijo Shelley sonriendo y después poniéndose seria de nuevo-. Pero recuerda tener cuidado. Los McLaughlin son conocidos por ser de los de tener mujeres de usar y tirar. Parece que va en sus genes. No quiero que te hagan daño, tú te mereces algo mejor.

– Tranquila, no me pasará nada. Conozco a esa familia lo suficiente para que no puedan jugar conmigo.

Sabía que se estaba poniendo a la defensiva, pero así era como se sentía. Al ver a su amiga alejarse pensó si se había dado cuenta de algo. ¿Tan obvio era?

Se dejó caer en su silla y suspiró profundamente. Kurt era de lo más atractivo en ocasiones, y lo cierto era que empezaba a perder un poco la cabeza por él. Un poco sólo, así que nadie se enteraría nunca de ello, y probablemente tenía que ver con el hecho de que hacía mucho tiempo que no estaba con un hombre.

Pero estaría bien que la cambiaran de departamento para no tener que pasarse todo el día con Kurt. Empezaba a pensar que eso sería lo único que la salvaría de hacer una idiotez incorregible.

Hasta entonces, no había pasado nada, ni tenía por qué pasar.

Ella iba a su casa todos los días y él le tomaba el pelo y se burlaba de ella hasta hacerla enfurecer. Después, sus miradas se cruzaban y algo cambiaba en su cuerpo que hacía que respirase con dificultad y empezara a pensar en besos y estrellas fugaces. ¡Qué injusto!

Al menos había conseguido evitar cruzarse con la hija de Kurt. La niña ya se había ido a casa de su abuela cuando ella llegaba, y se marchaba antes de que la trajeran de vuelta. Jodie estaba en guardia por si le pedía que lo ayudase con la niña: no estaba preparada para hacerlo y sólo pensarlo la ponía nerviosa.

Pero no quería que Kurt lo supiera. Era una tontería estar tan paranoica por la niña de Kurt, pero no podía evitarlo. Si dependiera de ella, no conocería nunca a la niña.

Echó un vistazo a su reloj y decidió pasarse por una cafetería a comprar un par de tazas de café y unos bollos para llevar a casa de Kurt. Había notado que le encantaba que le llevasen comida.

Cuando Jodie llegó a casa de Kurt, lo primero que vio frente a ella fue un coche carísimo y enorme. No lo pudo reconocer, pero se hacía una idea de cómo sería el propietario. A la hermana de Kurt le pegaría muy bien.

Tendrían que compartir el desayuno. Hacía mucho que no veía a Tracy, así que no le importaría volver a ver a una vieja amiga.

Pero, ¿a quién intentaba engañar? Tracy y ella se conocían desde la guardería y nunca habían sido amigas. Rivales y enemigas serían palabras más acertadas para definir su relación. Tracy siempre intentaba que el resto de chicas la dejara de lado y, cuando encontraba una serpiente en su cajonera, desaparecían sus cuadernos o no la invitaban a un cumpleaños, Jodie sabía quién estaba detrás de aquello.

Pero había pasado mucho tiempo desde entonces y la rivalidad estaba desapareciendo, en teoría. Mientras se acercaba a la casa, pudo oír voces en su interior, pero hasta que estuvo frente a la puerta, no pudo entender lo que decían.

– Kurt, no puedes esperar que mamá se pase el día cuidando de la niña cuando tú no haces lo que ella cree que deberías hacer en el negocio de los Allman.

Jodie se quedó helada. La puerta estaba abierta y aquella voz sólo podía ser la de la hermana de Kurt.

– Tracy, no lo entiendes -dijo la voz de Kurt.

– Lo entiendo a la perfección.

– Cuando haya acabado todo verás como…

– Cuando haya acabado todo, espero estar viviendo en Dallas y tener contacto con esta ciudad sólo por correo electrónico.

– Éste siempre será tu hogar y no puedes cambiarlo. Créeme.

– No. Este sitio me importaba cuando era nuestro territorio, pero ahora que los Allman han puesto todo patas arriba, espero que todo se vaya al infierno. Estoy segura de que los Allman se ocuparán de eso.

– Tracy, cálmate. Vas a despertar a Katy.

Jodie no sabía si volver al coche o no. Aquello era una conversación privada, pero habían mencionado el nombre de su familia y no acababa de decidirse.

– Mira -dijo Tracy, intentando controlarse-, sé que has estado intentando convencer a mamá de que estás haciendo algo que le devolverá la gloria al nombre de la familia, pero no entiendo por qué te preocupas por eso. Si crees que vas a mejorar las cosas pasando el rato con esos rastreros que son los Allman, haz lo que quieras. Yo me marcho de aquí y no pienso volver.

En ese momento Kurt la vio detrás de su hermana.

– Jodie.

Ella se había quedado helada. Lo que Tracy había dicho no conseguía ser asimilado por su cerebro, así que dio un paso adelante e hizo como si acabara de llegar.

– Buenos días -dijo Jodie con alegría fingida-. He traído café y bollos -entró y dejó la bolsa sobre la mesa. Después se volvió con una sonrisa para saludar a Tracy-. Me alegro de volver a verte, Tracy.

– Jodie Allman. Estás igual que en el instituto.

Jodie no podía decir lo mismo de Tracy. Había sido una chica muy guapa, pero ahora tenía un aspecto envejecido y llevaba demasiado maquillaje y demasiada bisutería. Era consciente de que el comentario de Tracy no era un cumplido, pero le puso su mejor sonrisa.

– Y tú estás preciosa, pero siempre fuiste la chica más guapa de la ciudad…

– No sé, Jodie -Tracy sonrió con poca naturalidad-. ¿No fuiste tú quien me ganó en el concurso de reina del baile?

– Bueno -dijo Jodie-, seguro que hubo un recuento erróneo de votos.

– Oh, no -Tracy sacudió la cabeza-. Te mereces todos los premios que te dieron entonces.

– Por lo que recuerdo, tú hiciste todo lo que estaba en tu mano para amañar todas las votaciones que se celebraban en el instituto -Jodie sonreía como una muñeca mecánica. Ella y Tracy habían peleado por cada competición; unas veces ganaba una y otras, la otra, pero desde la distancia, aquello no parecía tener ningún sentido.

Notó que Kurt las miraba, pensado seguramente que las mujeres pueden odiarse y actuar a la vez como si fueran las mejores amigas del mundo. Aquello le hizo sonreír mientras Tracy se preparaba para marcharse. Todo lo que se habían dicho eran pequeños cortes y puñaladas que ambas entendían perfectamente.

Justo antes de salir por la puerta, Tracy dejó caer el último bombazo.

– Oh, casi lo olvidaba. Mamá ha contratado a una persona para que se ocupe de cocinar, limpiar y cuidar de Katy. Yo ya no puedo seguir haciéndolo y tampoco dejaré que mamá se involucre más. Además, la he convencido para que se venga a Dallas conmigo, así que estarás solo.

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