Capítulo 7

– ¿Que ha contratado a una persona? -preguntó Kurt, apoyándose en el quicio de la puerta.

– Es muy buena. Tiene referencias y es sueca -dijo Tracy, como si eso lo explicara todo.

– ¿Sueca?

Tracy lo miró irritada.

– Tengo que tomar un avión. Debería estar aquí a mediodía -le dedicó a Jodie una sonrisa gélida y añadió-: Encantada de haberte visto, pero probablemente no se repetirá. Me voy a Dallas, espero que para siempre -se despidió de ellos con la mano y se alejó con el rítmico taconeo de sus caros zapatos italianos.

Kurt y Jodie se quedaron mirándola hasta que él cerró la puerta.

– Sueca… -dijo en voz baja-. Será interesante.

– O no -dijo Jodie, que se estaba poniendo tan nerviosa como Tracy.

– Bueno, ya has oído lo que Tracy ha dicho -se unió a ella en la mesa, frente a las tazas de café-. Han contratado a una mujer sueca para que me haga las cosas.

Ella vio que le centelleaban los ojos. Estaba bromeando con ella, esperando su reacción. Se lo estaba pasando en grande.

– ¿Qué esperas exactamente que haga la sueca por ti?

– ¿Quién sabe? Ya sabes lo que dicen de los suecos. Tal vez sea el tipo de mujer que se ocupa de un hombre en el sentido global -suspiró feliz al pensarlo-. Tal vez ella esté ansiosa por atender todos mis deseos y necesidades.

Jodie no quiso repetir los gestos de cansancio de Tracy, así que decidió seguir la broma.

– Pensaba que para eso estaba yo aquí.

– ¿Tú? -eso lo sorprendió.

– ¿Por qué no yo?

Por un momento, ella habría jurado que él había estado a punto de tomarle la palabra. Pero sólo por un momento. Después pareció recordar que la suya tenía que ser una relación laboral, con algunos flirteos ocasionales, pero sin arriesgarse a un contacto real. Ella lo miró y Kurt optó por la seguridad de la taza de café.

– ¿Sabes decir algo en sueco? -preguntó mientras masticaba un bollo, volviendo al tema anterior.

– Estoy segura de que habla inglés.

– Sí, pero podría darle la bienvenida con unas palabras en su idioma.

Ella deseó estrangularlo. No sabía por qué, pero estaba empezando a molestarla.

– Si quisiera hablar en sueco, se habría quedado en Suecia.

– Eso es cierto -señaló él.

A pesar de todo, Jodie echó a reír. Aquello era ridículo.

– Estás muy guapa cuando te ríes -le dijo él, agarrándole la mano.

Dejó de reírse al instante. Sus ojos la miraban con seriedad y ella miraba sus manos entrelazadas. Él tenía unos dedos largos y bonitos. Pensó en cómo acariciarían su cuerpo y se echó a temblar.

– Sé que has oído lo que Tracy ha dicho sobre tu familia -siguió-. Lo siento mucho. No quería decir eso, es sólo que…

Irritada, ella retiró la mano.

– ¿Cómo puedes decir que no quería decir eso? Claro que sí. El único que vive apartado de la realidad eres tú. La rivalidad entre nuestras dos familias está bien viva y nosotros somos parte de ella. Asúmelo.

Él sacudía la cabeza con expresión pesimista.

– El único motivo por el que estas rivalidades siguen vivas es porque la gente se dice cosas así a la cara. Cuando la gente vive en una competición constante con el contrario, nadie acaba ganando.

Ella sacudió la cabeza.

– No sé cómo puedes decir eso. Después de todo, los malos sentimientos se tienen después de las malas acciones, no sólo por las palabras.

– ¿En serio? Dame un ejemplo.

Ella lo miró seriamente. Aquella pelea tenía una base muy real.

– No me digas que no has oído hablar de cuando tu tatarabuelo, Theodore McLaughlin, raptó a la esposa del mío y la encerró durante semanas, y no la dejó salir hasta que su marido reunió los suficientes hombres y armas para asaltar el rancho donde la tenía.

Él parecía aburrido.

– De acuerdo, la prehistoria de Chivaree tiene algunos episodios muy románticos, pero nuestras dos familias eran casi las únicas que vivían en el valle. ¿Con quién más se iban a pelear?

– Después -continuó ella-, está la historia de cuando tu abuelo se adueñó de la propiedad del mío.

– Historia antigua, como poco -gruñó el-. ¿No podemos pasar página?

– ¿Qué? ¡Claro!, ¿por qué no? Avancemos hasta el momento en que tu padre y tu tío se arrojaron contra mi padre y lo ataron a un poste en ropa interior para que todo el mundo lo viera y se riera.

– Eran adolescentes -dijo él, más aburrido que nunca-. ¿Has acabado ya?

– Por ahora sí -dijo, al advertir algo distinto en su tono de voz.

– Bien -le dedicó una preciosa sonrisa-. ¿Qué te parece si compartimos el último bollo?

Ella suspiró. Kurt creía que todo aquello no eran más que anécdotas que se podían guardar en la vitrina de un museo. Para él era fácil, puesto que había sido su familia fue la que había perpetrado las mayores barbaridades, mientras que los Allman habían sido las víctimas.

¿No estaría siendo demasiado inocente? ¿Había algo más encubierto? Después de todo, había enterrado sus sospechas, pero nada había probado que fueran falsas. ¿Era aquello un disfraz para sus verdaderos planes?

Ella lo miró con frialdad, pero sus malos pensamientos se desvanecieron nada más verlo. No era sólo por ser guapo; también tenía unos ojos preciosos y una sonrisa… O se le daba muy bien esconder sus sentimientos verdaderos o tendría que admitir que estaba frente a un buen hombre. Pero ella estaba loca, ¿qué juicio iba a tener?

– No te muevas. Tienes un poco de azúcar en la cara.

Ella se quedó quieta mientras él le quitaba los granos de azúcar. Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, y sintió la imperiosa necesidad de hundir la cabeza en su pecho. Se miraron y ella supo que él había descubierto sus pensamientos.

Sus ojos se nublaron. Iba a besarla. Jodie tomó aliento, consciente de que debería apartarse, pero se quedó helada en el sitio, con el corazón acelerado y como flotando en una nube.

La rodeó con los brazos, atrayéndola al cómodo refugio de su pecho, y fue como si la encerrase en un lugar mágico en el que no existían el tiempo ni los problemas. A pesar de su conciencia, ella se dejó llevar al principio, y después levantó los brazos, le rodeó el cuello y lo atrajo hacia ella, deseosa de sentir el calor de su cuerpo contra el suyo. Su boca estaba caliente y dura, y ella la abría ansiosa, temblando al sentir el deseo con que él la besaba.

Jodie sabía que estaba loca, pero ya no le importaba. La sensación era maravillosa y se sentía a gusto con aquel hombre. ¿Acaso se estaba enamorando? ¿Sería lo suficientemente valiente para dejarse llevar de ese modo?

Cuando por fin se apartó, él la miró y ella intentó interpretar lo que le decían sus ojos. Habría jurado que él parecía sorprendido y desconcertado. Tal vez hubiera sido por su reacción, pero no le importaba. Si volvía a besarla, respondería del mismo modo.

Pero no volvió a besarla; en su lugar le preguntó:

– ¿Quieres ver a Katy?

– ¿Qué? -sintió voces de alarma en su interior. Había olvidado que la niña estaba allí-. No… ¿no deberíamos dejarla dormir?

– Ven -dijo, agarrándola por la muñeca mientras caminaba con una muleta-. Quiero mostrarte mi motivo de orgullo y alegría.

No había modo de evitar aquello, así que, rindiéndose ante las circunstancias, Jodie sonrió y lo acompañó a la habitación del fondo del pasillo con el corazón latiéndole con todas sus fuerzas. Entraron en silencio y Jodie siguió a Kurt hasta llegar a la cuna.

Unos ricitos dorados enmarcaban la cara redonda como una manzana. Tenía la boquita ligeramente abierta y el puño cerrado sobre la almohada. Una nariz diminuta y las cejas rubias. Era una niña preciosa.

Algo parecido a un sollozo hizo que Jodie se atragantara. Aquella niña se parecía mucho a la imagen que se había hecho del bebé que llevó en su interior durante cuatro meses y medio. Volvió a recordar aquellos días terribles, las noches de llanto por el abandono de Jeremy, el cambio emocional que experimentó al notar la presencia del niño que llevaba dentro, lo mucho que había querido a aquel bebé antes de nacer y su firme determinación de darle una infancia más feliz de la que ella tuvo.

Poco después, el sueño también murió y el dolor fue demasiado grande.

Se agarró a la cuna para intentar contener la emoción, pero sabía que era imposible. Iba a romper a llorar, aunque no fuera de las que lloraban por cualquier nimiedad. Sólo esperaba que él no se diera cuenta.

Demasiado tarde. Kurt había notado cómo le temblaban los hombros y las lágrimas que le caían por las mejillas. Ella se giró, pero él la obligó a mirarlo.

– Jodie, ¿qué pasa?

Podría contarle una mentira, pero no funcionaría. Sacudiendo la cabeza, se apartó de él y corrió al salón.

Él la siguió, cojeando sobre la muleta, y cuando llegó, ella había tenido tiempo de tomar aire y secarse las lágrimas.

– Creo que debería volver a la oficina -dijo Jodie animadamente cuando él llegó-. Se me ha olvidado traer las fotos que me pediste, así que si puedes apañártelas sin mí…

– Siéntate -dijo él, señalando el sillón-. Tenemos que hablar.

– Oh, estoy bien. Es sólo que…

– Siéntate.

Empleó un tono muy autoritario que, como mujer moderna, sabía que no tenía que aceptar, pero obedeció de todas maneras.

Kurt se sentó a su lado, gesticulando para colocar recta la pierna escayolada. Después la miró a los ojos y dijo:

– Jodie, dime qué le ocurrió a tu hijo.

– Yo no he tenido… -balbuceó ella.

– Pero estuviste embarazada…

Ella apartó la mirada. No podía negarlo. Se sentía una idiota.

– Cuéntamelo.

– ¿Por qué? -preguntó ella, sacudiendo la cabeza-. Muchas mujeres pierden a sus hijos. No es nada grave.

Él se acercó más y le puso las manos sobre los hombros, girándola para que lo mirara.

– ¿Te acuerdas de cuando me dijiste que yo te gustaba? -preguntó él.

Ella asintió, sintiéndose como una niña pequeña. Él le acarició la mejilla.

– Tú también me gustas. Me importas y quiero ayudarte si estás mal, al igual que tú me has ayudado con lo de la pierna.

Ella buscó sinceridad en sus ojos verdes. ¿Lo decía en serio? ¿Podía confiar en él? ¿O era sólo que lo deseaba tanto que era incapaz de ver más allá?

No le había contado a nadie la historia completa de lo que había pasado hacía diez años y ahora se lo iba a contar al que debía ser su peor enemigo. La vida era extraña a veces.

– Kurt, no sé…

– Cuéntamelo -seguía sin quitarle las manos de los hombros, como protegiéndola.

– Me marché después de acabar el instituto -empezó ella-. Mi madre murió cuando yo tenía dieciséis años y eso me dejó destrozada. Los dos años siguientes me dediqué a pelearme con mi padre. Estaba fatal en casa y pensé que en cualquier otro sitio estaría mejor, así que me marché a Dallas.

– No eres la primera que lo hace -dijo él, rodeándola con los brazos. Ella se dejó abrazar, porque se sentía muy a gusto, como si fuera lo más normal.

– No. Y la historia no suele tener un final feliz.

– ¿Qué ocurrió?

– Bueno, había un chico…

– Siempre lo hay.

– Claro -casi sonrió por un momento-. Yo pensaba que lo quería. O mejor, que él me quería a mí.

Él la abrazó con más fuerza.

– Éramos novios en el instituto y se reunió conmigo en Dallas. Lo pasamos genial varias semanas, pero cuando le dije… -le costaba pronunciar la palabra-…que estaba embarazada, me dijo que no quería dejar de vivir la vida que acababa de probar. Le pareció muy divertido que yo creyera que se casaría conmigo y me dejó muy claro que la gente como él no se casaba con la gente como yo.

Su voz tembló. Dudaba si decirle a Kurt las palabras exactas que empleó Jeremy. ¿Podría repetirlas? No, pero resonaban como un eco en sus oídos:

«¿Estás loca, Jodie? Es un hecho histórico que los McLaughlin se acuestan con las Allman, pero no se casan con ellas».

– Fue como si me tragara la tierra. No sabía qué iba a hacer ni dónde iba a ir. Perdí mi trabajo y sobreviví gracias a la comida que me daban en los centros de beneficencia durante un tiempo.

– Jodie…

– Y perdí el niño -ella tembló-. Fue bastante desagradable. Estaba en el quinto mes y fue muy grave -levantó la vista y lo miró a los ojos, porque él había sido muy comprensivo. Entonces le dijo algo que nunca le había dicho a nadie-. Tal vez no pueda volver a tener hijos.

– Dios mío -él la abrazó fuerte y enterró la cara entre su pelo-. Oh, Jodie.

Se sentía bien en sus brazos, pero aquello entrañaba otros peligros y trató de separarse.

– Si sigues abrazándome así, empezaré a llorar de nuevo -le advirtió.

– De acuerdo -dijo él, acariciándole el pelo con suavidad-. Llora todo lo que quieras.

No quería llorar, pero sus abrazos habían destruido todas sus defensas y no pudo evitarlo, pero paró pronto. Después de todo, era una tontería. ¿Por qué era tan débil? Otras mujeres continuaban con sus vidas después de un aborto espontáneo, sin desarrollar fobias por los niños. ¿Qué le pasaba a ella?

Lo que estaba claro era que no podía dejar que un niño indefenso cargara con el peso de sus propios traumas. Era el momento de superar, como fuera, todo aquello.

Se oyó un ruido en la habitación y después un grito.

– ¡Katy! -gritó Kurt, que intentó levantarse de un salto y cayó al suelo al olvidar la escayola.

Jodie se levantó también, y por unos segundos dudó entre levantar a Kurt y desear que no se hubiese roto nada más, o ir a buscar a la niña ella misma. Las décimas de segundo parecían eternidades, y al final se decidió. Corrió a la habitación.

Katy estaba en el suelo, llorando y frotándose la cabeza con la mano, pero al verla aparecer se calló y la miró como fascinada.

– ¿Estás bien, preciosa? -dijo, inclinándose hacia ella y dudando si tocarla-. ¿Te has hecho daño?

– Pa-pa-pa -balbuceó la niña, estudiando a Jodie. Después se decidió y estiró los bracitos hacia ella, pidiéndole que la tomara en brazos.

Jodie se pasó la lengua por los labios y miró hacia la puerta, deseando ver llegar a Kurt.

– ¿Quieres ir con tu papá? Estará aquí en un segundo, ya verás.

– Pa-pa-pa -y movió los brazos con más fuerza aún.

– De acuerdo -y se inclinó para levantarla, sin saber cómo acabaría aquello.

Katy ayudó mucho y en un segundo estaba tranquilamente acomodada en los brazos de Jodie sin que ésta tuviera náuseas. Y no iba a desmayarse, porque no era difícil en absoluto.

Se dio la vuelta cuando Kurt entró en la habitación. No podía creer lo a gusto que estaba con aquella princesita en sus brazos.

– Mira -dijo radiante al verlo-. Creo que está bien.

Kurt se detuvo y las miró con una medio sonrisa.

– Supongo que ha aprendido a escalar los barrotes de la cuna. Otro problema más.

Pero Jodie no quería oír hablar de más problemas. Le pasó la niña a Kurt, pero no se movió, sino que se quedó a su lado, peinándole los rizos a la pequeña y diciéndole lo bonita que era.

Después de tantos años evitando el tema, por fin se había enfrentado a su gran miedo y eso la llenaba de orgullo. La cobardía no traía nada bueno, ésa era la moraleja del cuento.

Paso la hora siguiente con Katy. A pesar de que sentía una punzada de dolor por el hijo que había perdido, estaba aprendiendo a disfrutar de ver a Kurt con la niña.

¿Y quién podía resistirse a Katy? Era una burbuja de alegría, curiosa y atenta a todo lo que le mostraban. Jodie no podía sentirse triste al tener a una niña tan bonita como centro de atención.

Todo eso le hizo pensar en otra cosa, y por fin reunió las fuerzas para preguntárselo a Kurt.

– Cuando miras a Katy, ¿te recuerda a Grace? -preguntó Jodie suavemente-. ¿La echas mucho de menos?

– No -dijo, y la miró con los ojos muy claros-. No echo de menos a Grace en absoluto.

Jodie pensó que aquello era un indicio de que no tuvieron un matrimonio muy feliz, pero esa falta de interés la dejó sorprendida.

– Lo cierto es que, si Grace no hubiera muerto, a estas alturas ya estaríamos divorciados.

– Oh, Kurt -dijo ella, sintiéndose culpable, porque si le hubiera confesado un amor eterno por su mujer, la hubiera torturado enormemente.

– Lo único que me retenía a su lado -dijo Kurt-, era que estaba intentando ver cómo podría dejarla sin perder a Katy.

Jodie sacudió la cabeza.

– Kurt, lo siento mucho. No tenía que haber dicho nada. No es asunto mío.

Sus ojos parecieron incendiarse por un momento.

– Claro que lo es, Jodie -dijo con voz suave.

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