Capítulo 14

OTRA vida.

Beth decidió iniciarla de inmediato pidiéndole que le hablara sobre sus negocios, cuántas horas trabajaba, sobre el personal a su servicio y muchas cosas más, que Jim le explicó con mucho gusto. Se había comprometido a aceptar a Jim Neilson tal cual era hasta que ambos aclararan su situación sentimental.

Tenía una idea general de su carrera, basada en los artículos de prensa que había leído sobre él. Sabía que se requería nervios y una enorme capacidad y agilidad mental para equilibrar todos los factores que se conjugaban en el mercado del dinero. Al fin pudo comprender su interés en el juego de oponer su juicio al de otros de su misma categoría, su entusiasmo por ganar, y la confianza que sentía en sí mismo por el hecho de ser un triunfador.

También observó el placer de Jim por el interés que demostraba al escucharle, el deseo de compartir su mundo con ella, de llegar hasta alguien para quien había sido importante, deseando volver a serlo, a pesar de los obstáculos que se habían interpuesto entre ellos. Esa era la oportunidad que había comprado. Más bien, la oportunidad que había logrado conseguir a fuerza de voluntad y de pasión, rechazando una derrota.

El camarero trajo el soufflé de chocolate y café, una ambrosía que se fundía en la boca. Por primera vez en la noche Beth percibió el encanto del restaurante, la intimidad que suscitaba el decorado, su atmósfera que apelaba a los sentidos, la calidad del servicio, atento y discreto. Otra vida. La clase de vida que Jim Neilson podía proporcionar. Seductora. Pero que no duraría si los sentimientos entre ellos no eran verdaderos.

Jim Neilson se detuvo en mitad de una frase. Beth había perdido el hilo de la conversación al sumirse en su ensoñación, pero en un instante fue consciente del súbito silencio y del cambio en la expresión de Jim.

Los ojos se habían quedado quietos, la luz de su mirada se había oscurecido como si penetrara en un túnel que acababa en los agujeros negros del universo. Algo se removía en ese vasto y oscuro vacío. Ella lo percibió, aguardando escondido detrás de la voluntad de un hombre que se había acorazado en contra del dolor.

Las cicatrices estaban intactas en su interior; pero si ella lograra ir más allá, sí él decidiera abrirle su alma, habría una oportunidad de recuperar al menos algo de lo que se había perdido.

– ¿Te aburro? -preguntó.

– En absoluto. Es fascinante. No puedo evitar buscar las coincidencias, Jim. Lo siento si…

El sonrió.

– Bueno, al menos es un avance.

– ¿Cómo dices?

– Llamarme por mi nombre es mucho más amistoso que ese Jim Nielson un tanto peyorativo que has estado utilizando.

Ella se ruborizó.

– No me gustabas. Sentía que todo en nosotros estaba mal, equivocado -confesó.

– Ya lo sé. Espero que nuestro trato mejore -dijo secamente.

Ella se echó a reír, complacida de que su áspera confesión no hiciera mella en el ánimo del hombre.

El se reclinó en su asiento y la miró muy contento.

– El Circo de Moscú llegará muy pronto a Sidney. ¿Te gustaría ir?

– ¿Y ver a los trapecistas volando en el vacío y a los equilibristas en la cuerda floja?

Ese era uno de sus temas preferidos en el pasado.

Y él lo captó de inmediato.

– No pueden ser tan buenos como nosotros cuando nos balanceábamos en las cuerdas y hacíamos equilibrio sobre las estacas de la empalizada; pero podríamos comprobarlo.

– Me divertiría mucho -dijo Beth.

Hacía tanto tiempo que no disfrutaba de un momento de verdadera diversión. Algo ligero, que alegrara el corazón. Esperaba aflojar la tensión que sentía junto a él hasta lograr una relación fluida y relajada.

Trajeron el café, acompañado de un plato de bizcochos y una copa de Vino Santo, un vino especial para los postres donde podían remojar el bizcocho. Un exquisito toque final para una cena magnífica.

– ¿Dentro de cuánto tiempo piensas que estaremos instalados en la granja? -preguntó recordando el propósito de la cena.

– Dispones de un fax?

– Sí, hay uno en la oficina de la editorial.

– Mañana haré que mi abogado se encargue de preparar los documentos de la sociedad. Si todo va bien, debería tener todo listo en una semana.

Beth se quedó atónita. ¡Una semana! Ni siquiera le daba tiempo para pensar si su decisión era acertada. ¿Es que Jim no confiaba que mantendría su palabra?

Pero luego se dio cuenta de que tomar decisiones y llevarlas a cabo sin demoras eran rasgos característicos de su personalidad.

De todos modos no tenía por qué marchar al mismo ritmo que él. -

– Pensaba que los asuntos de propiedades normalmente tardaban unas seis semanas en tramitarse -dijo pensando en las mil cosas que tendría que hacer antes de poder marcharse de Melbourne.

– A mi abogado se le paga para que trabaje con eficacia.

Beth tuvo la fuerte impresión de que Jim Neilson no toleraba la ineptitud. Probablemente en su medio no podía permitírsela. Seguramente exigiría servicio inmediato, información inmediata, y respuestas inmediatas. Se preguntaba en qué medida sería exigente en su vida privada, qué cosas esperaría de ella.

– ¿Una semana es demasiado pronto para trasladarte, Beth? Puedes tomarte todo el tiempo que necesites -dijo, como si se diera cuenta de que podría estar presionándola.

No era fácil decir adiós a una vida y comenzar otra. Amedrentaba. ¿Pero qué dejaba atrás? Los sepulcros de Kevin y de su madre. Pero sus espíritus estaban en otro lugar. En un lugar mejor. El resto de la familia se había marchado. De todos modos, era tiempo de partir. ¿No era eso lo que había decidido, incluso ames de que Jim Neilson apareciera en su vida?

– Papá estará ansioso por marcharse -dijo con decisión-. Nos iremos tan pronto como quede todo organizado.

El se mostró contento.

– Habrá una caravana en la propiedad el próximo fin de semana. ¿O preferirías elegirla tú?

Ella negó con la cabeza.

– La caravana es una solución temporal. Seguramente la casa no tardará demasiado en quedar habitable. La primera prioridad es la instalación eléctrica. Hay que renovarla totalmente. Necesito que funcione el teléfono, el fax, el ordenador, en fin.

– Todo eso quedará dispuesto, no te preocupes.

Con toda seguridad se podía confiar en su palabra Si Jim Neilson decía que iba a hacer algo, eso se hacía Así era Jamie también. Esa fue una de las razones por la que le costó tanto aceptar que Jim no había cumplido su palabra de volver a buscarla a Melbourne.

La abatió un sentimiento de tristeza por todos lo años de separación tan innecesaria que pesaban en el corazón. Ni siquiera supo el instante en que había cambiado el curso de su vida. No tuvo la oportunidad de decirle a Jamie que estaba equivocado, que seguía esperándole. Y ahora otra vuelta del destino Hacia otra vida. Si no funcionaba como ella que ría… Bueno, al menos lo habría intentado.

– ¿Algo no va bien, Beth?

Dejó escapar un suspiro para aliviar la opresión que sentía en el pecho.

– Estaba pensando que las cosas a veces son extrañas. Esta noche pensaba decirte adiós.

– Ya lo sé.

– Y ahora resulta que vuelvo al valle de nuestra niñez. Y tú también estarás allí, cuando puedas ¿Será muy duro para ti volver a esos recuerdos?

– También guardo buenos recuerdos, Beth. De ti -dijo suavemente.

– Ya no somos los mismos -le recordó.

– No. Pero la vida nos da la oportunidad de recuperar lo que fuimos el uno para el otro.

– Se dice que nunca hay una vuelta atrás.

– Quizá sea necesario esta vez.

Él estaba decidido a hacerlo, no importaba el precio que hubiera que pagar.

– Adivino que sólo podemos intentarlo. El asintió.

– De otro modo nunca lo sabremos.

Ella volvió a sentir la inseguridad. ¿Podrían cruzar la barrera del tiempo y de nuevo unir sus manos con la certeza de la confianza y del amor?

– ¿Cuándo vuelves a Sidney? -preguntó Beth.

– En el primer vuelo de la mañana.

– ¿Dónde te hospedas?

– En el hotel Como, en South Yarra.

Ella consultó su reloj. Eran casi las once y media. Ya no había nada más que aclarar entre ellos.

– Deberíamos marcharnos. No tienes mucho tiempo para dormir.

El no se opuso. Pagó la cuenta con una tarjeta, dejando además una considerable propina. El maître le preguntó si necesitaba un taxi. Decidieron que primero la acompañaría hasta el coche.

Sintió una fuerte impresión al salir de la magia del restaurante a la impersonal y fría calle de Lonsdale. Y más impresionante aún fue sentir los dedos de él enlazados a los suyos, con suave y cálida firmeza. No intentó desasirse. Habría sido ridículo, después de la larga e íntima velada que habían compartido.

El ajustó su paso al de Beth, caminando junto a ella en silencio en el que parecía escucharse el murmullo de viejos recuerdos de amistad y unión. El repiqueteo de los zapatos en el pavimento parecían intemporales. ¿Iban caminando por un nuevo camino o simplemente por otra dimensión de un sendero recorrido largo tiempo atrás?

Llegaron al coche. Le apretó ligeramente la mano antes de soltársela para permitirle buscar la llave del coche. Beth estaba extremadamente consciente de la presencia del hombre esperando a su lado. Un hombre, no un niño. Un hombre cuya sensualidad la había llevado a un conocimiento más profundo de la propia.

Abrió la puerta del conductor.

– Me alegro que hayas ido a verme, Beth.

Su voz era baja, intensa, envuelta en sentimientos que reconoció de inmediato como físicos y emocionales a la vez. Alzó la mirada y sus ojos se encontraron, el deseo no expresado fluía entre ellos.

– Yo también me alegro.

Era cierto, y la honestidad era importante en esos momentos. Si querían volver a recuperar la antigua confianza, debía haber honestidad entre ellos. Y la verdad es que ella no deseaba dejarle solo en la calle.

– Tu hotel no queda lejos del camino que debo tomar. ¿Quieres que te lleve?

– Sí, muchas gracias.

«¿Estoy loca?», se preguntó, con los sentidos totalmente despiertos. «¡Conduce ya!», le ordenó su mente. Sus manos obedecieron, y puso en marcha el coche. Sus pies se movieron en los pedales automáticamente. ¿No sería mejor comportarse de manera más circunspecta en sus relaciones con Jim Neilson? Ya sabía que eran muy compatibles sexualmente. La compatibilidad en otros aspectos era lo que estaba por verse. Pero todos sus pensamientos no lograron acallar la demanda de su cuerpo.

Viajaron en silencio. De pronto se dio cuenta de que era probable que estuviera pensando lo mismo que ella. ¿Y a qué conclusión había llegado?

¿Se despediría con mucha educación o presionaría en busca de algo más? Y si fuera lo último, ¿cómo respondería ella?

Dirigió el coche hasta la entrada del hotel. El continuaba en silencio. El conserje advirtió su llegada. Llevó el coche casi hasta la misma puerta, sin apagar el motor Ya había cumplido en traerle al hotel, no había prometido nada más, aunque sus nervios clamaban por algo más.

El no hizo el menor intento de bajarse del coche. Su silencio la llevó a mirarlo. Beth intentó sonreír. Su mente le ordenaba que dijera buenas noches, pero se encontró con una mirada de ardiente deseo.

– ¿Quieres venir conmigo, Beth? -preguntó calmadamente.

El control de su voz le indicó que respetaría cualquier decisión que ella tomase.

La elección estaba en sus manos.

¿La experiencia sería igual a la anterior…,o diferente?

La tentación de saberlo fue arrolladora.

– Sí -dijo brevemente y apagó el motor.

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