Cuarta Parte

Pacto con el diablo

Capítulo 14

1

Gary Telford poseía la sonrisa y los ojos brillantes de un hombre joven, pero su cuerpo flaccido y el cabello que comenzaba a ralear le daban el aspecto de un hombre de más de cuarenta años. Compartía un conjunto de oficinas con otros seis abogados, en uno de los edificios de cristal, de treinta pisos de alto, que habían aparecido en el centro de Portland durante los últimos veinte años. La oficina de Telford tenía vista al río Willamette. En los días claros podía ver las montañas de la cordillera Cascade, incluyendo el majestuoso monte Hood y el St Helens, un volcán en actividad que había hecho erupción a principios de la década de los ochenta. Hoy las nubes bajas poblaban el firmamento y era dificultoso ver el lado este del río, por la niebla reinante.

– Gracias por recibirme -le dijo Betsy cuando se estrecharon la mano.

– Hace tanto tiempo -dijo Gary con calidez-. Además, me muero por saber cómo estoy conectado con el asunto Darius.

– Cuando representaste a Peggy Fulton en su divorcio, ¿contrataste los servicios de un i.p. llamado Sam Oberhurst?

Telford dejó de sonreír.

– ¿Por qué deseas saber eso?

– Lisa Darius sospechaba que su marido la engañaba con otra mujer. Le pidió consejo a tu clienta, y Peggy le dio el nombre de Oberhurst. Él estaba siguiendo a Darius. Tengo esperanzas de que Oberhurst estuviera siguiéndolo cuando una de las mujeres desapareció y pueda darle así a Darius una coartada.

– Si Lisa Darius contrató a Oberhurst, ¿por qué razón debes hablar conmigo?

– Ella no tiene su dirección. Sólo el número telefónico. Ya llamé varias veces, pero todo lo que consigo es que atienda el contestador. Él no me llama. Esperaba que tú tuvieras la dirección de su oficina.

Telford pensó en la información durante un instante. Se lo veía incómodo.

– No creo que Oberhurst tenga oficina.

– ¿Qué hace él, trabaja fuera de su casa?

– Supongo. Siempre nos encontramos aquí.

– ¿Qué hay de las cuentas? ¿Adonde le enviabas los cheques?

– Efectivo. Él deseaba cobrar en efectivo. Directamente.

– Se ve un tanto fuera de lo común.

– Sí. Bueno, él es un poco fuera de lo común. -Telford hizo una pausa-. Mira, trataré de ayudarte a encontrar a Oberhurst, pero hay algo que debes saber. Algo del trabajo que hace no es legal. ¿Me sigues?

– No lo creo.

Telford se inclinó hacia delante en forma conspiratoria.

– Digamos que, cuando deseas descubrir lo que dice alguien cuando ese alguien piensa que la conversación es privada, entonces contratas a Oberhurst. ¿Te das cuenta de lo que quiero decir?

– ¿Electrónica?

Telford asintió.

– Teléfonos, habitaciones. Dio a entender que no es de los que no saben. Y el tipo tiene antecedentes. Creo que estuvo en la cárcel durante un tiempo en el sur, por robo.

– Suena muy desagradable.

– Sí. A mí no me gustó. Sólo lo utilicé esa vez y me arrepentí.

– ¿Por qué?

Telford golpeteó con los dedos el escritorio. Betsy dejó que decidiera lo que quería decirle.

– ¿Podemos mantener esto como confidencial?

Betsy asintió.

– Lo que Peg deseaba… Bueno, era un poco histérica. No tomó bien el divorcio. De todas maneras, yo me comporté como un mediador en todo esto. Ella me dijo que deseaba que alguien hiciera algo, un investigador privado que no hiciera muchas preguntas. Los conecté y le pagué a él su dinero. Jamás utilicé sus servicios para trabajar en el caso. De todas maneras, alguien le dio una paliza a Mark Fulton alrededor de una semana después de que yo presentara a Oberhurst y a Peggy. Por lo que me enteré, fue muy malo. La policía pensó que era un robo.

– ¿Por qué crees que no fue así?

– Oberhurst trató de chantajearme. Vino a mi oficina una semana después de la golpiza. Me mostró un artículo del diario que hablaba sobre eso. Dijo que podría mantenerme fuera de él por dos mil dólares. Lo mandé a paseo. No sabía ni una maldita cosa del asunto. Por lo que me enteré, él podría haber inventado toda la historia. Quiero decir, lee el artículo, se imagina que me puede chantajear por dos mil grandes y que yo no me frunciré porque la suma no vale la pena el riesgo.

– ¿Tuviste miedo?

– ¿Que si lo tuve? Es un tipo grandote. Incluso tiene aspecto de gángster. Tiene la nariz rota, hablar recio. Todo lo que te puedas imaginar. Sólo que me imagino que me estaba probando. Si yo me hubiera rendido, él habría seguido viniendo. Además, no hice nada malo. Como dije, sólo los conecté a los dos.

– ¿Cómo llegó a Oberhurst? -preguntó Betsy.

– En una fiesta, Steve Wong me dio el nombre. Prueba con él. Dile que yo te dije que lo llamaras. Telford buscó en la guía de abogados y escribió el número telefónico de Wong en el reverso de su tarjeta.

– Gracias.

– He tenido mucho gusto en ayudarte. Y ten cuidado con Oberhurst, no es una buena noticia.


2

Betsy comió en Zen; luego fue de compras a Saks de la Quinta Avenida para comprarse un traje. Era la una y quince cuando regresó a la oficina. Tenía varios mensajes telefónicos en su gaveta y dos docenas de rosas rojas sobre el escritorio. Su primer pensamiento fue para Rick y la idea le hizo latir el corazón. Rick le enviaba flores cuando estaban de novios y en el día de San Valentín. Era algo que él haría si deseaba volver con ella.

– ¿De quién son las rosas? -le preguntó a Ann.

– No sé. Las enviaron. Hay una tarjeta.

Betsy dejó los mensajes telefónicos. Había un pequeño sobre pegado al florero. Le temblaron los dedos mientras abría la solapa del sobre y sacaba una tarjeta que decía:

Para la mejor amiga del hombre, su abogada. Realizó un trabajo extraordinario. Un cliente muy agradecido

Martin

Betsy dejó la tarjeta. Su emoción se tornó en tristeza.

– Son de Darius -le dijo a Ann, esperando que no se notara su molestia.

– Qué buen gesto.

Betsy no dijo nada. Había deseado tanto que las flores fueran de Rick… Se debatió consigo misma por un momento y luego marcó un número.

– Oficina del señor Tannenbaum -dijo la secretaria de Rick.

– Julie, habla Betsy. ¿Se encuentra Rick?

– Lo siento, señora Tannenbaum, ha salido de la oficina por todo el día. ¿Le digo que la llame?

– No, gracias. Está bien.

La línea quedó muerta. Betsy sostuvo en su mano el auricular y luego colgó. ¿Qué habría dicho si Rick hubiera tomado la llamada? ¿Se habría arriesgado a la humillación y le hubiera dicho que deseaba que estuvieran juntos? ¿Qué habría dicho Rick? Betsy cerró los ojos y respiró profundo, para aquietar su corazón. Para distraerse, miró los mensajes telefónicos. La mayoría no era importantes, pero uno era del doctor Keene. Betsy recobró el control y marcó su número.

– Sue hizo un buen trabajo, Betsy -le dijo el patólogo, cuando finalmente hablaron del asunto-, pero tengo algo para ti.

– Déjame tomar el anotador. Muy bien, dime.

– Un médico forense siempre recoge muestras de orina del cuerpo para buscar la presencia de drogas. La mayor parte de los laboratorios sólo buscan la presencia de cinco drogas, para ver si la víctima utilizó morfina, cocaína, anfetaminas y cosas por el estilo. Eso es lo que hizo Sue. Yo hice que mi laboratorio buscara en la orina otras sustancias. Llegamos a encontrar una alta dosis de barbitúricos para las mujeres. Volví a analizar la sangre. Todas estas señoras mostraron altos niveles de pentobarbital.

– ¿Qué significa eso?

– El pentobarbital no es una droga que se ingiere comúnmente, razón por la cual el laboratorio no la encontró. Es un anestésico.

– No puedo seguirte.

– Se utiliza en los hospitales para anestesiar a los pacientes. No es una droga que las mujeres tomarían por su cuenta. Alguien se las suministró. Ahora bien, es aquí donde se torna extraño, Betsy. Todas estas mujeres tenían tres o cuatro miligramos de pentobarbital en la sangre. Ese es un nivel muy alto. En realidad, es un nivel que provoca la muerte.

– ¿Qué es lo que me dices?

– Te digo que las tres mujeres murieron de sobredosis de pentobarbital, no por las heridas.

– Pero fueron torturadas.

– Sí, fueron mutiladas. Vi marcas de quemaduras que probablemente se hicieron con cigarrillos y cables eléctricos, con los pezones, que fueron cortados con hojas de afeitar; los labios de la vagina estaban quemados y el clítoris cortado, los pechos mutilados y había muestras de que se les habían introducido objetos en el ano. Pero existe una posibilidad de que las mujeres estuvieran inconscientes cuando se les infligieron esas torturas. Las secciones microscópicas que rodeaban las heridas mostraron un proceso temprano de cura. Eso dice que la muerte se produjo entre doce y veinticuatro horas después de que se produjeran esas heridas.

Betsy se quedó en silencio por un momento. Cuando habló lo hizo llena de dudas.

– Eso no tiene sentido, Ray. ¿Qué posible beneficio existe en torturar a alguien que está inconsciente?

– Me mataste. Ése es tu problema. Soy un matasanos.

– ¿Y qué me dices del hombre?

– Aquí tenemos una historia diferente. Primero, no hay pentobarbital. Nada. Segundo, hay muestras de cura en varias de las heridas, lo que indica que hubo tortura durante un tiempo. La muerte se produjo después de producida la herida de bala, tal como lo dice Sue.

– ¿Cómo pudo equivocarse la doctora Gregg en cuanto a la causa de muerte de las mujeres?

– Fácil. Uno ve a una persona abierta desde la entrepierna al pecho, el corazón destrozado, los intestinos colgando, se presume que fue eso lo que la mató. Yo habría pensado lo mismo, si no hubiera encontrado el pentobarbital.

– Me has dado un terrible dolor de cabeza, Ray.

– Toma dos aspirinas y llámame por la mañana.

– Muy gracioso.

– Estoy contento de haber podido traerte alguna alegría a tu vida.

Cortaron la comunicación, pero Betsy siguió mirando las notas. Hizo unos garabatos en el papel. Aquellos dibujos tenían tanto sentido como lo que el doctor Keene le había dicho


3

El vuelo de Reggie Steward arribó tarde en el JFK, de modo que debió correr por la terminal aérea para poder tomar la conexión. Se sintió demolido para cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Albany. Después de registrarse en un hotel cercano a la estación aérea, Steward fue a comer algo caliente, se duchó y se cambió sus botas de vaquero, sus pantalones y la camisa de franela por un traje de color azul marino, una camisa blanca y corbata a rayas finas rojas y amarillas. Se volvió a sentir un ser humano, cuando estacionó su automóvil alquilado en el estacionamiento de la corporación Marlin Steel, quince minutos antes de la cita concertada con Frank Grimsbo.

– Gracias por recibirme casi sin aviso -le dijo Steward, tan pronto como la secretaria lo dejó a solas con el jefe de seguridad.

– Me embargó la curiosidad -le contestó Grimsbo con una fácil sonrisa-. No podía imaginar qué desearía de mí un investigador privado de Portland, Oregón. -Grimsbo le hizo un gesto señalando el bar-. ¿Desea beber algo?

– Un coñac -dijo Steward, mientras miraba por la ventana la deslumbrante vista del río Hudson.

La oficina de Grimsbo estaba equipada con un enorme escritorio de palo de rosa. Viejas escenas de caza colgaban de las paredes. El sofá y las sillas estaban tapizados de cuero negro. Era algo muy distinto del atestado depósito que él había compartido con el equipo de investigación de Hunter's Point. Como todo lo que lo rodeaba, también Grimsbo había cambiado. Conducía un Mercedes en lugar del vapuleado Chevy y hacía ya tiempo que había perdido su gusto por la ropa de poliéster. Sus sobrios trajes a rayas grises estaban confeccionados a medida para esconder lo que le quedaba de su vientre de cerveza, que ahora había sido dramáticamente reducido por las dietas y el ejercicio físico. Además había perdido casi todo su cabello, pero había ganado en otro sentido. Si los viejos conocidos pensaban que él extrañaba los antiguos días en la división homicidios, estaban equivocados.

– Bueno, ¿qué lo trajo de Portland, Oregón, a Albany? -le preguntó Grimsbo mientras le ofrecía a Steward su trago.

– Trabajo para una abogada llamada Betsy Tannenbaum. Ella está representando en este momento a un prominente hombre de negocios que ha sido inculpado con el cargo de asesinato.

– Así me dijo mi secretaria cuando usted llamó. ¿Quétiene que ver conmigo?

– Usted trabajó para el Departamento de Policía de Hunter's Point, ¿no es así?

– No he tenido nada que ver con ese departamento en los últimos nueve años.

– Tengo interés en hablar con usted de un caso en el que trabajó hace diez años. El asesino de la rosa.

Grimsbo estaba llevándose el vaso a los labios, pero al escucharlo a Steward, se detuvo abruptamente.

– ¿Por qué tiene usted interés en el asesino de la rosa? Es historia antigua.

– Si me soporta un rato se lo explicaré.

Grimsbo meneó la cabeza.

– Ese es un caso difícil de olvidar.

– Cuénteme sobre él.

Grimsbo echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, como si tratase de recordar los hechos. Bebió de su whisky.

– Comenzamos a recibir informes de mujeres desaparecidas. Sin señales de lucha, nada que faltara en los escenarios del crimen, nada, sino siempre una rosa y una nota que decía: "Jamás me olvidarán", que se encontraban sobre las almohadas de las mujeres. Luego asesinaron a una madre y a su hija de seis años. El marido encontró los cuerpos. Había una rosa y una nota junto a la mujer.

"Un vecino había visto un camión de la florería en la casa de una de las víctimas o tal vez estaba cerca de la casa. Ha pasado algún tiempo y tal vez yo no recuerde con exactitud los hechos. De todos modos, descubrimos quién era el repartidor. Fue un tipo de nombre Henry Waters. Tenía antecedentes de conducta indecente. Luego una persona que no se dio a conocer manifestó haber hablado con Waters en un bar y este le dijo que tenía una mujer en el sótano. Con seguridad suficiente, encontramos a una de las mujeres desaparecidas”.

Grimsbo meneó la cabeza.

– Chico, eso sí que fue algo de ver. Uno no podía creer qué tipo de bastardo le había hecho eso a ella. Lo quería matar allí mismo y lo habría hecho, pero el destino se hizo cargo del hijo de puta que trató de escapar. Otro policía le disparó y eso fue todo.

– ¿Era Peter Lake el marido que encontró los dos cuerpos? ¿El de la madre y su hija?

– Correcto, Lake.

– ¿Estaba usted satisfecho con que el repartidor había sido el asesino?

– Definitivamente. Diablos, encontraron algunas rosas y una nota. Y, por supuesto, estaba el cuerpo. Sí, atrapamos al hombre correcto.

– Había un equipo de investigaciones asignado al caso, ¿no es así?

Grimsbo asintió.

– ¿Era Nancy Gordon uno de los miembros de ese equipo?

– Sí.

– Señor Grimsbo…

– Frank.

– Frank, mi cliente es Peter Lake. El se mudó de Portland hace ocho años y se cambió el nombre por el de Martin Darius. Es un constructor de mucho éxito. Muy respetado. Hace alrededor de tres meses, unas mujeres comenzaron a desaparecer en Portland. Las rosas y las notas eran idénticas a las del caso de Hunter's Point. Éstas se encontraron en las almohadas de las mujeres. Aproximadamente hace dos semanas se encontraron los cuerpos de las tres mujeres y de un hombre, en una obra en construcción perteneciente a Martin Darius. Nancy Gordon le dijo a nuestro fiscal de distrito que Darius o Lake las asesinó

.Grimsbo negó con la cabeza.

– Nancy siempre tuvo a Lake entre ceja y ceja.

– ¿Pero no está usted de acuerdo con ella?

– No. Como dije, Waters era el asesino. No tengo dudas de ello. Ahora, sí nosotros pensamos por un tiempo que Lake era el asesino. Había evidencia circunstancial que señalaba en esa dirección e incluso a mí el tipo no me gustaba. Pero era sólo evidencia circunstancial y el caso contra Waters era sólido.

– ¿Qué le parece lo de Lake cuando abandonó Hunter's Point?

– No puedo culparlo. Si mi mujer y mi hija fueran asesinadas brutalmente, yo no desearía acordarme de eso todos los días. Dejar la ciudad, comenzar de nuevo, suena como algo muy inteligente de hacer.

– ¿Estuvieron de acuerdo los otros investigadores acerca de que Lake era inocente?

– Todos menos Nancy.

– ¿Hubo alguna evidencia que dejara limpio a Lake?

– ¿Como qué?

– ¿Tuvo él una coartada para cuando se produjo cualquiera de las desapariciones?

– No puedo recordar nada de eso. Por supuesto, ha pasado mucho tiempo. ¿Por qué no verifica el archivo? Estoy seguro de que Hunter's Point todavía lo tiene.

– Los archivos se perdieron.

– ¿Cómo sucedió eso?

– No lo sabemos -hizo Steward una pausa-. ¿Qué tipo de persona es Gordon?

Grimsbo bebió su whisky y giró su sillón hacia la ventana. Se estaba cómodo en la oficina de Grimsbo, pero había una fina capa de nieve en el suelo, fuera de la ventana y los árboles sin hojas se mecían bajo el ataque de un viento helado.

– Nancy es una mujer con energía. El caso nos afectó a todos, pero a ella la afectó mucho más. Sucedió justo después de que ella perdiera a su novio. Otro policía. Asesinado en cumplimiento del deber poco antes de su boda. Verdaderamente trágico. Creo que eso la desequilibró por un tiempo. Luego comenzaron a desaparecer las mujeres y ella se sumergió en el caso. Ahora, no estoy diciendo con esto que no sea una buena detective. Lo es. Pero ella perdió objetividad en ese caso en particular.

Steward asintió y tomó algunas notas.

– ¿Cuántas mujeres desaparecieron en Hunter's Point?

– Cuatro.

– ¿Y una se encontró en el sótano de Waters?

– Correcto.

– ¿Qué sucedió con las otras mujeres?

– Se encontraron en una vieja granja, en el campo, si mal no recuerdo. Yo no estuve afectado a ese caso. Me quedaba en la estación escribiendo los informes.

– ¿Cómo las encontraron?

– ¿Cómo dice?

– ¿No mataron a Waters tan pronto como se encontró el cuerpo en el sótano?

Grimsbo asintió.

– Entonces, ¿quién les dijo dónde estaban las otras mujeres?

Grimsbo hizo una pausa y pensó. Luego, negó con la cabeza.

– Usted sabe, honestamente no puedo recordarlo. Puede haber sido su madre. Waters vivía con su madre. O tal vez dejó algo escrito. Simplemente no lo recuerdo.

– ¿Alguna de las sobrevivientes identificó a Waters como el asesino?

– Tal vez sí. Como le dije, no interrogué a ninguna de ellas. Estaban bastante mal, si recuerdo bien. Casi muertas. Torturadas. Fueron derecho al hospital.

– ¿Puede pensar en alguna razón por la que Nancy Gordon no le dijo nada de las sobrevivientes a su fiscal de distrito?

– ¿No lo hizo?

– No lo creo.

– Diablos, no lo sé. ¿Por qué no le pregunta a ella?

– No podemos. Ella ha desaparecido.

– ¿Qué?-Grimsbo se mostró alarmado.

– Gordon apareció en la casa de Alan Page, nuestro fiscal de distrito, una noche muy tarde y le contó el caso de llunter's Point. Luego se registró en un hotel. Cuando Page la llamó por la mañana siguiente, se había ido. Sus ropas estaban todavía en la habitación, pero ella no estaba allí.

– ¿La han buscado? -preguntó Grimsbo ansioso.

– Oh, sí. Ella representa todo el caso de Page. Él perdió la audiencia de la fianza, cuando no fue capaz de presentarla en el tribunal.

– No sé qué decir. ¿Regresó a Hunter's Point?

– No. Ellos pensaban que estaba de vacaciones. Jamás le contó a nadie que venía a Portland y ellos no saben nada.

– Jesús, espero que no le haya sucedido nada serio. Tal vez ella se haya ido a algún lado. ¿No me dijo que el Departamento de Policía de Hunter's Point piensa que estaba de vacaciones?

– Si ella se iba de vacaciones no dejaría su ropa y el maquillaje.

– Sí. -Grimsbo se mostró solemne. Meneó la cabeza. Steward observaba a Grimsbo. El jefe de seguridad estaba muy molesto.

– ¿Hay algo más que pueda hacer por usted, señor Steward? Me temo que tengo algo de trabajo para hacer -le preguntó Grimsbo.

– No, usted ha sido de gran ayuda -Steward le dejó su tarjeta y la de Betsy sobre el escritorio-. Si recuerda cualquier cosa que pueda ayudar en el caso a nuestro cliente, por favor llámeme.

– Lo haré.

– Oh, hay otra cosa. Deseo hablar con todos los miembros del equipo de investigación de Hunter's Point. ¿Sabe dónde puedo encontrar a Glen Michaels y a Wayne Turner?

– Hace años que no tengo noticias de Michaels, pero será fácil encontrar a Wayne dentro de dos semanas.

– ¿Oh?

– Todo lo que debe hacer es encender el televisor. El es el asistente administrativo del senador Colby. Debería estar junto a él cuando se lo confirme en su nuevo cargo.

Steward escribió la información en el anotador, le agradeció a Grimsbo y se marchó. Tan pronto como cerró la puerta, Grimsbo regresó a su escritorio y marcó un número telefónico de Washington, D.C. Wayne Turner contestó al primer llamado.

Capítulo 15

1

Reggie Steward se sentó en un asiento delante del escritorio del doctor Pedro Escalante. El cardiólogo había aumentado de peso en estos últimos diez años. Su cabello rizado estaba casi completamente cano. Era todavía jovial con sus pacientes, pero su buen humor ya no era característico en él.

Estaban reunidos en el consultorio del cardiólogo, en la Clínica de Wayside. De una de las paredes colgaban dos diplomas, uno de la Universidad de Brown y otro de la facultad de medicina Tufts. Debajo de los diplomas había un dibujo con lápices de cera de un niño. Era la figura de una niña que se hallaba junto a una flor amarilla que era casi tan alta como ella. Un arco iris surcaba todo el dibujo.

– ¿Es esa su hija? -preguntó Steward. Una fotografía de Gloria Escalante, sosteniendo a una pequeña niña en su falda, estaba sobre el escritorio del médico. Steward imaginó que la artista era su hija y le preguntó sobre ella, como una manera de suavizar la conversación que por cierto evocaría recuerdos dolorosos.

– Nuestra hija adoptiva -respondió triste Escalante-. Gloria perdió su capacidad de concebir después de aquella ordalía.

Sleward asintió, ya que no pudo pensar en nada que decir.

– Me temo que usted ha desperdiciado su viaje, si lo hizo con el solo propósito de hablar con mi esposa. Hemos hecho nuestros mayores esfuerzos por dejar el pasado atrás.

– Comprendo la razón de que la señora Escalante no desee hablar conmigo, pero esto literalmente es un caso de vida o muerte. En Oregón, tenemos la pena capital y no hay duda de que mi cliente la recibiría, si se lo condenara.

Los rasgos del doctor Escalante se endurecieron.

– Señor Steward, si su cliente trató a esas mujeres de la forma en que lo hizo con la mía, la pena de muerte no es suficiente castigo.

– Usted conoció a mi cliente como Peter Lake, doctor Escalante. Su mujer y su hija fueron asesinadas por Henry Waters. Él sufrió la misma agonía que usted. Estamos hablando de un caso que es de lo peor y su esposa tal vez posea información que puede probar que se está condenando a un hombre que es inocente.

Escalante bajó la vista.

– Nuestra posición es firme, señor Steward. Mi esposa no hablará de lo que le sucedió a ella con nadie. Le ha llevado diez años poder dejar atrás su pasado y nosotros nos mantendremos en esa posición. Sin embargo, tal vez yo lo pueda ayudar. Hay respuestas a preguntas que yo tal vez pueda darle.

– Apreciaré toda la ayuda que pueda suministrarme.

– No deseo que piense mal de ella, señor Steward. Realmente consideramos su pedido con toda seriedad, pero sería demasiado para Gloria. Es muy fuerte. Muy fuerte. De otro modo, no hubiera sobrevivido. Pero fuerte como es, hace sólo unos pocos años que ha vuelto a ser la mujer que fue. Desde que usted llamó, ha vuelto a tener pesadillas.

– Créame, jamás sometería a su mujer a…

– No, no. Comprendo por qué usted está aquí. No lo culpo. Sólo deseo que comprenda por qué no puedo permitir que ella vuelva a vivir lo que sucedió.

– Doctor Escalante, la principal razón por la que yo deseo hablar con su esposa es para saber si ella vio el rostro del hombre que la secuestró.

– Si esa es la razón por la que vino, me temo que lo desilusionaré. La tomaron por la espalda. Se utilizó cloroformo. Durante su cautiverio, la obligaron a usar una capucha de cuero sin orificios para poder ver… siempre quesiempre que su secuestrador… cuando venía a ella.

– ¿No le vio nunca el rostro?

– Jamás.

– ¿Qué sabe de las otras mujeres? ¿Alguna de ellas lo vio?

– No lo sé.

– ¿Sabe dónde puedo encontrar a Ann Hazelton o a Samantha Reardon?

– Ann Hazelton se suicidó seis meses después de que la liberaron. Reardon estuvo en una clínica psiquiátrica por algún tiempo. Sufrió un deterioro mental total. Simón Reardon, el esposo de Samantha, se divorció -dijo Escalante con evidente disgusto-. Hace unos años que se mudó. Es neurocirujano. Probablemente lo pueda localizar a través de la asociación médica norteamericana. Tal vez sepa dónde vive la señora Reardon.

– Eso es de mucha ayuda -le dijo Steward mientras tomaba nota.

– Podría preguntarle al otro investigador. Tal vez la haya localizado.

– ¿Cómo dijo?

– Hubo otro investigador. Yo tampoco lo dejé hablar con Gloria.

– Vino aquí durante el verano.

– Las desapariciones no comenzaron hasta agosto.

– No, esto debe de haber sido en mayo, principios de junio. Algo por el estilo.

– ¿Cómo era él?

– Era un hombre grande. Creo que puede haber sido jugador de fútbol o boxeador, ya que tenía el tabique de la nariz roto.

– Eso no parece ser nada relacionado con la oficina del fiscal de distrito. Pero ellos no se habrían interesado antes de los hechos. ¿Recuerda el nombre o de dónde venía?

– Era de Portland y yo tengo su tarjeta. -El médico abrió el cajón del escritorio y sacó una tarjeta de color blanco-. Samuel Oberhurst -dijo, ofreciéndole la tarjeta a Steward. Ésta tenía el nombre de Oberhurst y el número telefónico, pero sin dirección. El número que Betsy le había dado a él.

– Doctor Escalante, ¿qué le sucedió a su esposa y a las otras mujeres después de que fueron secuestradas?

Escalante respiró profundo. Steward vio el dolor que se reflejaba aun después de todos estos años.

– Mi esposa me dijo que había tres mujeres con ella. Todas estaban en una granja. Ella no tiene en claro dónde estaba la casa, pues se hallaba inconsciente cuando la llevaron allí y en estado de impresión violenta cuando la sacaron. Casi muerta de inanición. Fue un milagro.

Escalante hizo una pausa. Se mojó los labios con la lengua y volvió a respirar profundo.

– Las mujeres fueron puestas desnudas en establos. Las encadenaron de los tobillos. Siempre que él venía, tenía una máscara y las obligaba a ponerse la capucha. Luego… él las torturaba. -Escalante cerró los ojos y meneó la cabeza, como si tratara de clarificar aquellas imágenes que eran tan penosas de soportar-. Jamás le pedí a ella que me dijera lo que él le hizo, pero yo vi los informes médicos de mi mujer.

Escalante volvió a hacer una pausa.

– No necesito esa información, doctor. No es necesaria.

– Gracias.

– Lo importante es la identificación. Si su señora puede recordar algo de su secuestrador que pueda ayudamos a probar que Peter Lake no era el asesino.

– Comprendo. Le preguntaré, pero no estoy seguro de que ella pueda ser de ayuda.

El doctor Escalante le estrechó la mano a Steward y lo acompañó a la salida. Luego regresó al consultorio y tomó la fotografía de su esposa e hija.


2

Betsy tenía programado un juicio de divorcio que comenzaba el viernes y estaba colocando los papeles del caso en su portafolio cuando Ann le dijo que Reggie Steward estaba al teléfono.

– ¿Cómo fue tu viaje? -le preguntó Betsy.

– Bueno, pero no conseguí mucho. Hay algo raro en todo este asunto y cada minuto que pasa se torna más raro.

– Sigue.

– No puedo poner mi dedo en lo que está mal, pero sé que estoy dando vueltas en el caso cuando ninguno debería tener razón alguna para mentirme.

– ¿En qué mienten ellos?

– Es sólo eso. No tengo idea. Pero sé que sucede algo.

– Dime lo que sabes de nuevo hasta ahora -le dijo Betsy y Steward le contó sus conversaciones con Frank Grimsbo y el doctor Escalante.

– Después de que me fui del consultorio de Escalante, pasé algún tiempo en la biblioteca pública buscando los diarios que trataron el caso. Me imaginé que habría entrevistas con las víctimas, con los policías. Nada. John O' Malley, el jefe de policía, era el portavoz principal. Dijo que Waters lo hizo. Caso cerrado. Las mujeres sobrevivientes fueron hospitalizadas de inmediato. Reardon se confinó en una institución. Escalante se negó a hablar con los periodistas. Lo mismo para Hazelton. Unas semanas con esto y todo el interés desapareció. Se pasó a otras historias. Pero uno lee los informes de noticias y las declaraciones de O'Malley y todavía no se sabe lo que les sucedió a esas mujeres.

"Después hablé con Roy Lenzer, un detective del Departamento de Policía de Hunter's Point. Es el tipo que está tratando de encontrar los archivos para Page. Sabe que Gordon está desaparecida. Buscó los archivos en la casa de ella. Nada. Alguien se guardó todos los archivos del caso. Es decir, estamos hablando de todo un estante lleno de informes y de fotografías. ¿Pero por qué? ¿Para qué llevarse un estante lleno de archivos de un caso de diez años de antigüedad? ¿Qué había en esos archivos?”

– Reg, ¿visitó Oberhurst a la policía?

– Le pregunté a Lenzer eso. También lo llamé a Grimsbo. Por lo que pude saber, Oberhurst jamás habló con nadie después de haber hablado con el doctor Escalante. Lo cual no tiene sentido. Si él estaba investigando un caso para Lisa Darius, la policía debería ser la primera parada.

– No necesariamente -le dijo Betsy. Luego le contó a su investigador la reunión que había tenido con Gary Telford.

– Tengo un mal presentimiento en todo esto, Reg. Déjame imaginar una situación. Digamos que tú eres un investigador inescrupuloso. Un ex convicto que trabaja al margen de la ley. Alguien que no se detendría en hacer un pequeño chantaje. La esposa de un prominente hombre de negocios te contrata ya que cree que su marido está teniendo una relación con otra mujer. También le da un álbum que contiene recortes de un viejo caso de asesinato.

– Supongamos que este corrupto i.p. vuela a Hunter's Point y habla con el doctor Escalante. No es de ninguna ayuda, pero sí le da suficiente información para que pueda rastrear a Samantha Reardon, la otra víctima sobreviviente. ¿Qué sucede si Oberhurst encontró a Reardon y ella identifica a Peter Lake como el hombre que la raptó y la torturó?

– ¿Y Oberhurst regresa a Portland y qué? -dijo Steward-. ¿Chantajear por un asesinato en serie? Debes de estar loca.

– ¿Quién es el John Doe, Reg?

Se produjo un silencio por un momento, luego Steward dijo:

– Oh, mierda.

– Exacto. Sabemos que Oberhurst le mintió a Lisa. Él le dijo que no había comenzado a investigar el caso de Hunter's Point, pero él fue a Hunter's Poinl. Y él desapareció. Yo hablé con todos los abogados que pude encontrar que trabajaron con él. Ningún contacto. No devuelve las llamadas. El John Doe es de la talla y contextura de Oberhurst. ¿Qué quieres apostar a que el cadáver tiene el tabique de la nariz roto?

– No hay apuestas. ¿Qué hacemos?

– No hay nada que podamos hacer. Darius es nuestro cliente. Nosotros somos sus agentes. Esto es confidencial.

– ¿Aun cuando él haya matado al hombre?

Beisy oyó cuan fuerte inhalaba el aire Steward, luego éste dijo:

– Tú eres la jefa. ¿Qué quieres que haga?

– ¿Has tratado de concertar una entrevista con Wayne Turner?

– No es posible. Su secretaria dice que está muy ocupado, ya que espera la confirmación.

– Maldición. Gordon, Turner, Grimsbo. Ellos todos saben algo. ¿Qué hay del jefe de policía? ¿Cómo se llama?

– O'Malley. Lenzer dijo que se jubiló y se fue a la Florida hace nueve años.

– Muy bien -dijo Betsy con un gesto de desesperación-. Sigue tratando con Samantha Reardon. Ella es lo mejor que nos queda.

– Lo haré por ti, Betsy. Si fuera otro… debo decírtelo, en general no doy un huevo, pero estoy comenzando a hacerlo. No me gusta este caso.

– Eso nos junta a los dos. Simplemente no sé qué hacer. Ni siquiera tenemos la certeza de que tenga razón. Primero, debo descubrir algo.

– Si lo haces, ¿qué hay después?

– No tengo idea.


3

Betsy llevó a Kathy a dormir a las nueve de la noche y se puso su bata de franela. Después de prepararse una cafetera de café, extendió todos los papeles del caso de divorcio sobre la mesa del comedor. El café la mantenía despierta, pero su mente vagaba por el caso Darius. ¿Era Darius culpable? Betsy no podía dejar de pensar en la pregunta que le había hecho a Alan Page durante el interrogatorio: con seis víctimas, incluyendo a una niña de seis años, ¿por qué el jefe de policía de Hunter's Point cerró el caso si existía una posibilidad de que Peter Lake, o cualquier otro, fuera el verdadero asesino? No tenía sentido.

Betsy hizo a un lado los papeles del divorcio y puso frente a ella un anotador de hojas amarillas. Hizo una lista de lo que conocía del caso Darius. La lista se extendió por tres páginas. Betsy llegó a la información que había obtenido esa tarde de Steward. Tuvo una idea. Frunció el entrecejo.

Betsy sabía que Samuel Oberhurst no era incapaz de hacer un chantaje. Lo había intentado con Gary Telford. Si Martin Darius era el asesino de la rosa, Darius no tendría compasión en asesinar a Oberhurst, si el investigador trataba de chantajearlo. Pero la suposición de Betsy de que John Doe era Samuel Oberhurst tenía sentido sólo si Samantha Reardon identificaba a Martin Darius como el asesino de la rosa. Y allí era donde se fundaba la dificultad. La policía habría interrogado a Reardon cuando la rescató. Si el equipo de investigación sospechaba que Peter Lake, no Henry Waters, era el secuestrador, le habrían mostrado a Reardon una fotografía de Lake. Si ella identificó a Lake como el secuestrador, ¿por qué el intendente y el jefe de policía anunciarían que Waters era el asesino? ¿Por qué se cerró el caso?

El doctor Escalante dijo que Reardon se había confinado en una institución. Tal vez ella no pudo ser entrevistada de inmediato. Pero en algún momento habría sido entrevistada. Grimsbo le dijo a Reggie que Nancy Gordon estaba obsesionada con el caso y que jamás creyó que Waters fuera el asesino. Entonces, Betsy pensó, supongamos que Reardon identificó en realidad a Lake como el asesino de la rosa. ¿Por qué no habría Gordon o cualquier otro reabierto el caso?

Tal vez no interrogaron a Reardon hasta que Oberhurst habló con ella. Pero ¿no habría leído ella acerca de Henry Waters y sabido entonces que la policía estaba acusando al hombre que no era? Ella pudo haber estado tan traumatizada que decidió olvidar todo lo que le sucedió, aun cuando aquello significara que Lake quedara en libertad. Pero si eso era cierto, ¿por qué decirle a Oberhurst que Lake fue su secuestrador?

Betsy suspiró. Algo faltaba. Se puso de pie y llevó una taza de café a la sala de estar. El New York Times del domingo estaba en una canasta de mimbre, junto a su sillón favorito. Se sentó y decidió hojearlo. A veces la mejor manera de solucionar un problema era olvidarse de él por un rato. Había leído la crítica literaria, la revista, la sección de arte, pero todavía no había leído los comentarios de la semana.

Leyó en síntesis un artículo acerca de la lucha en Ucrania y otro sobre el rebrote de hostilidades entre Corea del Norte y del Sur. Había muerte en todas partes.

Dio vuelta la página y comenzó a leer un perfil de Raymond Colby. Betsy sabía que Colby sería confirmado y eso la molestó. No había diversidad de opinión en la Corte. Hombres blancos ricos con antecedentes idénticos e idénticas ideas eran los que la dominaban. Eran hombres sin concepto de lo que era ser pobre o indefenso, que habían sido nombrados por presidentes republicanos, sin otra razón que su voluntad de colocar los intereses de la riqueza y del gran gobierno por encima de los derechos individuales. Colby no era diferente. Recibido en Harvard, trabajó para Marlin Steel, gobernador de Nueva York, luego miembro del Senado de los Estados Unidos durante los últimos nueve años. Betsy leyó un resumen de las realizaciones de Colby como gobernador y senador, además de una predicción de cómo votaría sobre varios casos que antes habían estado en la Corte Suprema. Luego revisó otro artículo de economía.

Cuando terminó con el diario, regresó al comedor.

El caso de divorcio era todo un problema. La clienta de Betsy y su marido no tenían hijos y ellos habían acordado dividir casi todas sus propiedades, pero deseaban litigar sobre un barato paisaje que habían comprado en una de las veredas de París, cuando estuvieron allí de luna de miel. Ir a la Corte por esa tonta pintura les estaba costando diez veces su valor, pero se mostraban inflexibles. Obviamente no era la pintura lo que alimentaba su ira. Fue un caso como este el que hizo que Betsy quisiera entrar en un convento. Pero, suspiró, eran también los casos como estos los que le pagaban un sobreprecio. Comenzó a leer la petición de divorcio, luego recordó algo que había leído en el artículo de Raymond Colby.

Betsy dejó a un lado la petición. La idea le llegó tan rápidamente que se sintió mareada. Regresó a la sala de estar y volvió a leer la biografía de Colby. Allí estaba. Había sido senador de los Estados Unidos durante nueve años. El jefe de policía de Hunter's Point se retiró y se fue a la Florida hacía nueve años. Frank Grimsbo trabajaba para Marlin Steel, la antigua compañía de Colby, hacía nueve años. Y Wayne Turner era el asistente administrativo de Colby.

Hacía calor en la casa, pero Betsy sintió como que estaba abrazando un bloque de hielo. Regresó al comedor y volvió a leer la lista de hechos importantes en el caso Darius. Todo estaba allí. Uno simplemente debía mirar los hechos de una manera y entonces tenían un perfecto sentido.

Martin Darius era el asesino de la rosa. La policía de Hunter's Point lo sabía cuando anunció que Henry Waters era el asesino y cerró el caso. Ahora Betsy supo cómo Peter Lake pudo irse de Hunter's Point con la sangre de todos esos inocentes en sus manos. Lo que no podía imaginarse era porqué el gobernador del Estado de Nueva York conspiraría con el equipo de investigación de Hunter's Point, para dejar escapar a un asesino.

Capítulo 16

1

El sol brillaba, pero la temperatura estaba un poco por debajo del cero grados. Betsy colgó su tapado. Le dolían las mejillas por el frío. Se frotó las manos y le pidió a Ann que le trajera una taza de café. Para cuando la secretaria le puso un jarro humeante sobre el portavasos, Betsy estaba marcando el número de teléfono a Washington, D.C.

– Oficina del senador Colby.

– Quisiera hablar con Wayne Turner, por favor.

– Lo comunicaré con su secretaria.

Betsy tomó el jarro. Le temblaba la mano. Deseaba hablar con tono confidencial, pero se sentía aterrorizada.

– ¿En qué puedo servirla? -una agradable voz femenina, le preguntó.

– Me llamo Betsy Tannenbaum. Soy una abogada de Portland, Oregón. Me gustaría hablar con el señor Turner.

– En este momento el señor Turner está muy ocupado con la confirmación del senador. Si me deja su número, él la llamará cuando tenga la oportunidad.

Betsy sabía que Turner jamás la llamaría. Había una sola forma de forzarlo a venir al teléfono. Estaba convencida de que sabía lo que había sucedido en Hunter's Point y ella debería apostar a que tenía razón.

– Esto no puede esperar. Hágale saber al señor Turner que la abogada de Peter Lake está al teléfono. -Luego Betsy le dijo a la secretaria que le dijera a Turner algo más-. Si el señor Turner se niega a hablar conmigo, dígale que estoy segura de que la prensa sí querrá oírme.

La secretaria de Turner la hizo esperar. Betsy cerró los ojos y trató de aplicar una técnica de meditación que había aprendido en sus clases de yoga. No funcionó y se sobresaltó cuando Turner apareció en la línea.

– ¿Qué es esto? -ladró.

– Le dije a su secretaria, señor Turner. Me llamo Betsy Tannenbaum y soy la abogada de Martin Darius. Usted lo conoció como Peter Lake cuando vivía en Hunter's Point. Deseo hablar de inmediato con el senador Colby.

– El senador está extremadamente ocupado con su confirmación como presidente de la Corte, señora Tannenbaum. ¿No puede esto esperar hasta que termine?

– No esperaré hasta que el senador esté a salvo en la Corte, señor Turner. Si él no habla conmigo, lo forzaré a través de la prensa.

– Maldición, si usted deja correr algún comentario irresponsable…

– Cálmese, señor Turner. Si usted pensara algo en todo esto, sabría que el hecho de ir a los diarios lastimaría a mi cliente. Sólo lo haría como último recurso. Pero no me harán esperar.

– Si sabe sobre Lake, si sabe algo del senador, ¿por qué hace esto? -suplicó Turner.

Betsy hizo una pausa. Turner le había hecho una buena pregunta. ¿Por qué se estaba guardando lo que sabía? ¿Por qué no había confiado en Reggie Steward? ¿Por qué deseaba cruzar el país para obtener la respuesta a sus preguntas?

– Esto es para mí, señor Turner. Debo saber qué clase de hombre estoy representando. Debo saber la verdad. Debo encontrarme con el senador Colby. Puedo tomar un vuelo para Washington mañana mismo.

Turner se quedó en silencio unos minutos. Betsy miró por la ventana. En la oficina que se veía del otro lado de laI calle, dos hombres en mangas de camisa hablaban de algún proyecto. En el piso de arriba, un grupo de secretarias trabajaban en procesadores de texto. En la parte superior del edificio de oficinas, Betsy vio que el cielo se reflejaba en la pared de vidrio. Nubes de color verdoso corrían sobre un cielo también verdoso.

– Hablaré con el senador Colby y la llamaré -dijo Turner.

– No soy una amenaza, señor Turner. No hago esto para arruinar el nombramiento del senador. Dígale eso a él.

Turner colgó y Betsy exhaló. No estaba acostumbrada a amenazar a los senadores de la nación ni a manejar casos que pudieran destruir las reputaciones de prominentes figuras públicas. Entonces ella pensó en los casos Hammermill y Peterson. Dos veces ella había cargado con el peso de salvar una vida humana. No existía mayor responsabilidad que eso. Colby era simplemente un hombre, aun cuando fuera un senador de la nación y tal vez fuera la razón de que Martin Darius estuviera en libertad para asesinar a tres mujeres inocentes en Portland.

– Nora Sloane está en la línea uno -dijo Ann en el intercomunicador.

La cliente del divorcio que tenía a su cargo Betsy debía reunirse con ella en la Corte a las ocho cuarenta y cinco y eran las ocho y diez. Betsy deseaba concentrarse en este tema, pero decidió que podía dispensarle un minuto a Sloane.

– Perdón por molestarla -dijo disculpándose Sloane-. ¿Recuerda que le hablé de entrevistar a su madre y a Kathy? ¿Le parece que podría ser este fin de semana?

– Tal vez salga de la ciudad. Mi madre probablemente cuidará de Kathy, de modo que podría hablar con las dos. Mamá se sentirá encantada de ser entrevistada. Hablaré con ella y luego con usted. ¿Cuál es su número?

– ¿Por qué no la llamo yo? Estaré entrando y saliendo todo el tiempo.

– Muy bien. Tengo Corte dentro de media hora. Estaría pronta al mediodía. Llámeme por la tarde.

Betsy miró su reloj. Tenía veinte minutos para prepararse para la Corte y no más tiempo para pensar en Martin Darius


2

Reggie Steward encontró a Ben Singer, el abogado que tuvo el caso de divorcio de Samantha Reardon, buscando en los registros de la Corte. Singer no había sabido de Reardon en años, pero sí tenía una dirección cerca del campo de la universidad.

La mayor parte de las casas que rodeaban la universidad eran más viejas, residencias de familias solas rodeadas de jardines bien cuidados y de la sombra de nogales y álamos, pero había un grupo de apartamentos y de internados que albergaban estudiantes y que estaban situados a varias cuadras detrás del campo, cerca de la autopista. Steward entró en el estacionamiento que corría a lo largo de un complejo de apartamentos, donde había un triste jardín en el frente. Había nevado la noche anterior. Steward caminó por una huella abierta enfrente de la oficina del encargado. Una mujer de alrededor de cuarenta años, vestida con pantalones gruesos y un jersey de lana verde contestó a la puerta. Sostenía un cigarrillo. Su rostro estaba arrebatado. En el cabello tenía bigudíes.

– Me llamo Reggie Steward. Estoy buscando el departamento del encargado.

– Estamos completos -contestó con brusquedad la mujer.

Steward le dio a la mujer su tarjeta. Ella se colocó el cigarrillo en la boca y la examinó.

– ¿Es usted la encargada? -le preguntó Steward. La mujer asintió.

– Estoy buscando a Samantha Reardon. Ésta es la última dirección que tengo de ella.

– ¿Qué es lo que desea de ella? -le preguntó sospechosa la mujer.

– Tal vez ella tenga información que podría ser útil para un cliente que vivió en Hunter's Point.

– Entonces no tiene suerte. Ella no está aquí.

– ¿Sabe cuándo regresará?

– Imposible saberlo. Se ha ido desde el verano. -La encargada volvió a mirar la tarjeta-. El otro investigador era también de Portland. Lo recuerdo, porque ustedes dos son las únicas personas que conocí de Oregón.

– ¿Este tipo era un hombre corpulento, con el tabique de la nariz roto?

– Sí. ¿Usted lo conoce?

– No personalmente. ¿Cuándo vino él?

– Hacía calor. Eso es todo lo que recuerdo. Reardon partió al día siguiente. Pagó un mes de alquiler por adelantado. Dijo que no sabía por cuánto tiempo estaría afuera. Luego, alrededor de una semana más tarde, regresó y se mudó.

– ¿Le dejó algo en depósito?

– No. El apartamento tiene el mobiliario y ella casi no tenía nada propio. -La encargada meneó la cabeza-. Yo estuve una vez allí para arreglar una pérdida del fregadero. No había ni un cuadro en las paredes, ni un adorno sobre la mesa. El lugar se veía de la misma manera que cuando ella se mudó. Espantoso.

– ¿Habló alguna vez con ella?

– Oh, seguro. La veía de vez en cuando. Pero era principalmente decir "buen día" o "cómo le va" de mi parte y no mucho de ella. Estaba sola.

– ¿Trabajaba?

– Sí. Trabajaba en algún lugar. Creo que era secretaria o recepcionista. Algo como eso. Tal vez de algún médico. Sí. un médico y ella era tenedora de libros. Eso es. Además tenía aspecto de eso. Verdaderamente silenciosa. No cuidaba su aspecto. Tenía una linda figura si la miraba bien. Alta, atlética. Pero siempre se vestía como una solterona. Me parecía que trataba de asustar a los hombres, si sabe con eso lo que quiero decir.

– ¿No tendría por casualidad una fotografía de ella?

– ¿De dónde sacaría yo una fotografía? Como le dije, ni siquiera creo que tenía alguna fotografía en su casa. Rara. Todo el mundo tiene fotografías, adornos, cosas que le recuerden los buenos tiempos.

– Alguna gente no desea pensar en el pasado -le dijo Steward.

La encargada tomó una bocanada de su cigarrillo y asintió.

– ¿Es ella de esa clase de personas? ¿Malos recuerdos?

– Los peores -dijo Steward-. Los peores que pueda imaginar.


3

– Déjame que te ayude con los platos -dijo Rita. Los habían dejado después de la cena, para poder ver con Kathy uno de sus programas favoritos, antes de que Betsy la llevara a dormir.

– Antes de que me olvide -dijo Betsy mientras apilaba los platos del pan-, una mujer llamada Nora Sloane tal vez te llame. Yo le di tu número. Es la que está escribiendo el artículo para Pacific West.

– ¿Oh?

– Desea entrevistarlas a ti y a Kathy para los antecedentes.

– ¿Entrevistarme? -dijo alegre Rita.

– Sí, mamá. Es tu oportunidad para la inmortalidad.

Tú eres mi inmortalidad, cariño, pero estoy disponible si ella llama -dijo Rita-. ¿Quién mejor que tu madre para hablarle de una vida interior?

– Eso es lo que temo.

Betsy enjuagó los platos y tazas y Rita los colocó en el lavaplatos.

– ¿Tienes algo de tiempo antes de irte a tu casa? Deseo preguntarte algo.

– Seguro.

– ¿Quieres té o café?

– Café está bien.

Betsy se sirvió dos tazas y las llevó a la sala.

– Es el caso Darius -dijo Betsy-. No sé qué hacer. Sigo pensando en esas mujeres, por lo que debieron pasar. ¿Qué sucede si él las asesinó, mamá?

– ¿No dices siempre que la culpabilidad o inocencia de un cliente no importa? Eres abogada.

– Lo sé. Y eso es lo que siempre digo. Y lo creo. Además necesitaré del dinero que estoy ganando con el caso, si Ricky yo… si nos divorciamos. Y el prestigio. Aun si pierdo, seguiré siendo conocida como la abogada de Martin Darius. Este caso me está colocando en las ligas mayores. Si lo dejo, obtendría la reputación de alguien que no puede manejar la presión de un caso grande.

– Pero ¿estás preocupada de sacarlo?

– Eso es, mamá. Sé que lo puedo sacar. Page no tiene el material. El juez Norwood así se lo dijo en la audiencia de la fianza. Pero yo sé cosas que Page no sabe y…

Betsy meneó la cabeza. Se la veía visiblemente conmovida.

– Alguien representará a Martin Darius -dijo Rita con calma-. Si tú no lo haces, otro abogado lo hará. Escuché lo que tú dijiste acerca de que todos, incluso los asesinos y narcotraficantes, deben tener un juicio justo. Es difícil para mí aceptarlo. Un hombre que le haría eso a una mujer. A cualquiera. Uno desea escupirlos. Pero tú no estás defendiendo a esa persona. ¿No es eso lo que me dices? Tú estás preservando un buen sistema.

– Esa es la teoría, pero ¿qué sucede si te sientes enferma en tu interior? ¿Qué sucede si no puedes dormir porque sabes que dejarás en libertad a alguien que…? Mamá, él hizo lo mismo en Hunter's Point. Estoy segura de ello. Y, si lo saco, ¿qué es lo próximo que hará? Pienso en todo momento por lo que debieron pasar esas mujeres. Solas, indefensas, desprovistas de su dignidad.

Rita le tomó la mano a su hija.

– Estoy tan orgullosa de lo que has hecho con tu vida. Cuando eras una niña, jamás pensé en que serías abogada. Éste es un trabajo importante. Tú eres importante. Haces cosas importantes. Cosas que otra gente no tiene coraje de hacer. Pero hay un precio. ¿Crees que el presidente duerme bien? ¿Y los jueces? ¿Los generales? Entonces, tú estás descubriendo el lado malo de la responsabilidad. Con esas mujeres golpeadas, fue fácil. Tú te encontrabas del lado de Dios. Ahora, Dios está en tu contra. Pero debes hacer tu trabajo aunque sufras. Debes mantenerte en él y no tomar el camino fácil.

De pronto, Betsy estaba llorando. Rita se movió y abrazó fuerte a su hija.

– Soy un desastre, mamá. Amé tanto a Rick. Le di todo y él se fue de mi lado. Si él estuviera aquí para ayudarme… No puedo hacerlo sola.

– Sí que puedes. Eres fuerte. Nadie podría hacer lo que hiciste sin ser fuerte.

– ¿Por qué yo no lo veo de esa manera? Me siento vacía, desgastada.

– Es difícil verse a uno mismo del modo en que los demás lo ven a uno. Sabes que no eres perfecta, de modo que tú resaltas tu debilidad. Pero tienes muchas fuerzas, créeme.

Rita hizo una pausa. Se mostró distante por un momento, luego miró a Betsy.

– Te diré algo que ningún ser vivo lo sabe. La noche en que murió tu padre, yo casi me suicido.

– ¡Mamá!

– Me senté en nuestro dormitorio, después de que tú te quedaste dormida y tomé las pildoras del botiquín del cuarto de baño. Debí de haber estado mirando esas pastillas aproximadamente por una hora, pero no pude hacerlo. Fuiste tú la que me lo impidió. El pensar en ti. Cómo iba a perderme el verte crecer. Cómo jamás sabría lo que hiciste con tu vida. El no tomar esas pildoras fue la cosa más inteligente que jamás hice, ya que me permitió ver lo que tú eres ahora. Y estoy muy orgullosa de ti.

– ¿Qué sucede si yo no estoy orgullosa de mí? ¿Qué si estoy sólo en esto por el dinero y la reputación? ¿Qué si ayudo a liberar a un hombre que es un verdadero diablo para escapar al castigo, de modo tal que pueda quedar libre para provocar un dolor insoportable y más sufrimiento a gente inocente?

– No sé qué decirte -contestó Rita-. No conozco todos los hechos, de modo que no puedo colocarme en tu lugar. Pero confío en ti y sé que harás lo correcto.

Betsy se secó las lágrimas.

– Siento haber puesto todo esto sobre ti, pero eres la única con la que me puedo sincerar ahora que Rick se ha ido.

– Estoy contenta de saber que soy buena para algo -le sonrió Rita. Betsy la abrazó. Le había hecho bien llorar, había sido una buena charla para sacar a la luz todo lo que había tenido en su interior, pero Betsy no sentía que estuviera más cerca de la respuesta.

Capítulo 17

El domingo por la tarde Raymond Colby estaba de pie delante del hogar de su estudio, esperando la visita de la abogada de Portland. Uno de los sirvientes había encendido el fuego. Colby extendió las manos para calentarlas y disipar el frío que rivalizaba con la lluvia helada que mantenía a los vecinos alejados de las calles de Georgetown.

La puerta del frente se abrió y volvió a cerrarse. Eso podía anunciar la llegada de Wayne Turner que acompañaba a Betsy Tannenbaum. Colby se arregló el traje. ¿Qué deseaba Tannenbaum? Esa era la verdadera pregunta. ¿Era ella alguien con la que se podía razonar? ¿Tenía un precio? Turner no pensaba que la abogada de Lake supiera todo, pero sabía lo suficiente como para arruinar su oportunidad de ser confirmado en el cargo. Tal vez ella se colocara de su lado una vez que conociera los hechos. Después de todo, el hacerlo público no sólo destruiría a Raymond Colby, destruiría a su cliente.

La puerta del estudio se abrió y Wayne Turner se mantuvo a un lado. Colby midió a la visitante. Betsy Tannenbaum era atractiva, pero Colby se dio cuenta de que no era una mujer que negociara con su aspecto. Tenía puesto un sobrio traje negro con una blusa de color crema. Muy profesional, un tanto nerviosa, supuso, sintiéndose un poco fuera de lugar, aunque deseosa de enfrentar a un hombre poderoso de su propia raza. Colby sonrió y le dio la mano. Ella se la estrechó firme. No tenía miedo de mirar a Colby a los ojos o de mirarlo de la misma manera en que él la escrutó a ella.

– ¿Cómo fue su viaje? -le preguntó Colby.

– Bueno -Betsy miró la acogedora habitación en la que se encontraba. Había tres sillones de altos respaldos delante del hogar. Colby hizo un gesto para ir hacia ellos.

– ¿Puedo ofrecerle algo para quitar el frío?

– Una taza de café, por favor.

– ¿No desea algo más fuerte?

– No, gracias.

Betsy se sentó en la silla más cercana a la ventana. Colby se sentó en la del centro. Wayne Turner sirvió el café de una cafetera de plata que una mucama había preparado sobre una antigua mesa de nogal. Betsy miró el fuego. Casi no se había dado cuenta del clima en su viaje desde el aeropuerto. Ahora que estaba allí adentro, se estremeció en una reacción retardada a la tensión de las horas que precedieron. Wayne Turner le ofreció a Betsy una delicada taza de porcelana con el platillo cubierto de finas rosas. Las flores eran de un rosado pálido y los tallos tenían trazos dorados.

– ¿Cómo puedo ayudarla, señora Tannenbaum?

– Sé lo que usted hizo hace diez años en Hunter's Point, senador. Deseo saber la razón.

– ¿Y qué fue lo que hice?

– Usted corrompió al equipo de investigación de Hunter's Point, destruyó los archivos de la policía y maquinó un encubrimiento para proteger a un monstruoso asesino de crímenes en serie que se manifestó torturando mujeres.

Colby asintió con tristeza.

– Parte de lo que dice es verdad, pero no todo. Nadie del equipo de investigación fue corrompido.

– Sé lo de las recompensas -contestó Betsy con tono cortante.

– ¿Qué es lo que cree saber?

Betsy se sonrojó. Ella se había estimulado mediante coincidencias e improbabilidades a la única solución posible, pero no deseaba parecer como que estaba haciendo alarde. Por elcontrario, dejar que Colby supiera cómo ella se había figurado todo haría que él se diera cuenta de que era una persona a la que no podían engañar.

– Sé que el período de un senador es de seis años -contestó Betsy-, y que usted está en el medio del segundo período. Eso significa que usted ha sido senador de la nación durante nueve años. Hace nueve años, Frank Grimsbo dejó un trabajo mal pagado en una oscura y pequeña estación de policía para asumir un alto cargo en Marlin Steel, compañía en la que usted trabajó. Hace nueve años. John O'Malley, el jefe de policía, se jubiló y se fue a vivir a Florida. Wayne Turner, otro miembro del equipo de investigación del asesino de la rosa, es su asistente administrativo. Me pregunté cómo tres miembros de la misma fuerza de policía podían de pronto tener tanto éxito y por qué a todos les fue tan bien el año en que usted decidió presentarse como candidato a senador de los Estados Unidos. La respuesta es obvia. Los habían recompensado por mantener un secreto y para destruir los archivos de la investigación del asesino de la rosa.

Colby asintió.

– Excelentes deducciones, pero sólo una parte es correcta. Hubo recompensas, pero no coimas. Frank Grimsbo ganó su puesto como jefe de seguridad después de que lo ayudé a conseguir un trabajo en la fuerza de seguridad. El jefe O' Malley sufrió un ataque al corazón y se vio forzado a jubilarse. Yo soy un hombre muy rico. Wayne me dijo que John tenía problemas financieros y yo lo ayudé. Y Wayne estaba haciendo su carrera de derecho cuando ocurrieron los secuestros y asesinatos. Dos años más tarde se graduó y yo lo ayudé a conseguir un trabajo en Washington, pero no fue en mi equipo. Wayne no vino a trabajar conmigo hasta un año antes de que terminara mi primer período. Para entonces él ya se había hecho de una excelente reputación. Cuando Larry Merrill, mi asistente administrativo, volvió a la práctica de su profesión en Manhattan, le pregunté a Wayne si deseaba tomar su lugar. De modo que, como ve, las explicaciones para estos acontecimientos son menos siniestras de lo que supuso.

– Pero tengo razón con respecto a los registros.

– El jefe O'Malley se hizo cargo de ello.

– ¿Y el perdón?

Colby se vio muy viejo de repente.

– Todos tenemos algo en la vida que desearíamos poder deshacer. Pienso todo el tiempo en Hunter's Point, pero no veo cómo podría haber terminado de manera diferente.

– ¿Cómo pudo haberlo hecho, senador? El hombre no es un ser humano. Debería haber sabido que él volvería a hacer esto, en algún lugar, en algún momento.

Colby se volvió hacia ella, pero no estaba mirando a Betsy. Se lo veía completamente perdido, como a un hombre que le acaban de decir que tiene una enfermedad incurable.

– Nosotros lo sabíamos, que Dios nos perdone. Lo sabíamos, pero no teníamos otro camino

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