Tercera Parte

Pruebas claras y convincentes

Capítulo 6

– Y eso es lo que sucedió, señor Page -dijo Nancy Gordon-. El caso se cerró. Henry Waters fue oficialmente declarado el asesino de la rosa. Poco después, Peter Lake desapareció. Su casa se vendió. Cerró sus cuentas bancarias. Sus asociados recibieron un negocio floreciente. Y jamás se volvió a saber nada de Peter.

Page se mostró confundido.

– Tal vez se me pierda algo. Su caso contra Lake fue puramente circunstancial. A menos que existieran más pruebas, no comprendo por qué tenía tanta seguridad de que Peter Lake había sido el que había matado a aquellas mujeres y emboscado a Waters.

Gordon tomó de su portafolios una fotografía de un periódico y la fotografía de un hombre que dejaba la habitación de un hotel y las colocó una al lado de la otra.

– ¿Reconoce a este hombre? -le preguntó, señalando la fotografía.

Page se inclinó y la tomó.

– Este es Martin Darius.

– Mire con cuidado la fotografía de Peter Lake tomada del diario y dígame lo que piensa.

Page estudió las dos fotografías. Se imaginó a Lake con barba y a Darius sin ella. Trató de juzgar el tamaño de los dos hombres y de comparar sus físicos.

– Podrían ser la misma persona -dijo.

– Son la misma persona. Y el hombre que está asesinando a sus mujeres es el mismo que asesinó a las mujeres de Hunter's Point. Jamás revelamos el color de la rosa o el contenido de las notas. Quienquiera que sea el que está matando a sus mujeres tiene información sólo conocida por los miembros del equipo de investigación de Hunter's Point y el asesino.

Gordon tomó un a tarjeta de huellas digitales y se la dio a Page.

– Éstas son las huellas de Lake. Compárelas con las de Darius. Debe de tener algunas en el archivo.

– ¿Cómo encontró a Lake aquí? -preguntó Page.

Gordon tomó una hoja de carta de su portafolios y la colocó sobre la mesa ratona, junto a la fotografía.

– Hice que se buscaran huellas -le dijo ella-. No hay ninguna.

Page tomó la carta. Había sido escrita con un procesador de textos. La hoja se veía de mala calidad, probablemente del tipo que se venden de a cien en cualquier librería y resulta imposible de rastrear. La nota decía: "Las mujeres de Portland, Oregón, se fueron, pero no olvidaron". Las primeras letras de cada palabra estaban en mayúscula, como las de las notas que se encontraron en las casas de las víctimas.

– Recibí esto ayer. El sobre era enviado desde Portland. La fotografía de Darius y un perfil del Oregonian estaban en el interior. Supe que era Lake tan pronto vi la fotografía. Adentro del sobre también había algo sobre usted, señor Page, su dirección y el boleto de un vuelo de la United Airlines. Nadie me esperaba en el aeropuerto, de modo que vine.

– ¿Qué es lo que sugiere que hagamos, detective Gordon? Por cierto que no podemos traer a Darius para interrogarlo con lo que usted me ha dado.

– ¡No! -dijo Gordon, con alarma-. No lo asustemos. Debemos mantenernos alejados de Martin Darius hasta que el caso esté bien afianzado. No tiene idea de lo inteligente que es.

Page estaba asombrado de la desesperación de Gordon

.-Nosotros conocemos nuestro trabajo, detective -le aseguró él.

– Usted no conoce a Peter Lake. Jamás ha tratado con alguien como él.

– Ya me dijo eso antes.

– Debe creerme.

– ¿Hay algo más que no me esté diciendo?

Gordon estuvo a punto de hacerlo, pero después negó con la cabeza.

– Estoy exhausta, señor Page. Necesito descansar. Usted no sabe lo que es esto para mí. Tener a Lake a la luz después de todos estos años. Si hubiera visto lo que le hizo a Patricia Cross…

Hubo una larga pausa y Page no dijo nada.

– Necesito un lugar para quedarme -dijo Gordon abruptamente-. ¿Me puede recomendar un hotel? Algún lugar tranquilo.

– Está el Lakeview. Nosotros alojamos a los testigos en ese lugar, para mantenerlos alejados de la ciudad. Puedo llevarla en automóvil.

– No, no lo haga. Tomaré un taxi. ¿Puede pedirme uno?

– Seguro. Mi agenda está en el dormitorio. Regresaré enseguida.

– Le dejaré la tarjeta con las huellas, la fotografía y el recorte del diario. Tengo copias -dijo Gordon mientras tomaba la nota.

– ¿Está segura de que no desea que la lleve con mi automóvil? No es problema.

Gordon negó con la cabeza. Page entró en la habitación y pidió un taxi. Cuando regresó a la sala, Gordon estaba desplomada sobre el sofá con los ojos cerrados.

– Estarán aquí en diez minutos -dijo.

Los ojos de Gordon se abrieron de repente. Se la veía sorprendida, como si se hubiera dormido durante unos minutos y la hubieran asustado para despertarla.

– Ha sido un día largo -dijo la detective. Se mostró avergonzada.

– El cansancio del avión -dijo Page para comenzar una conversación-. Espero que tenga razón con respecto a Darius.

– Tengo razón -contestó Gordon, con las facciones rígidas-. Tengo un ciento por ciento de razón. Créame, señor Page. Las vidas de muchas mujeres dependen de eso.

Capítulo 7

1

Algo era definitivamente incorrecto en la historia que Gordon le contó. Era como un libro de gran argumento y final sin emoción. Y había incoherencias. Ella, Grimsbo y Turner eran detectives con dedicación a su tarea. Si estaban convencidos de que Lake había asesinado a seis mujeres y emboscado a Waters, ¿cómo pudieron dejar simplemente que el caso se cerrara? ¿Y por qué dejaría Lake un negocio floreciente y desaparecería, si él pensaba que estaba limpio? ¿Había alguna vez insistido con su romántico interés en Gordon? Ella no había mencionado ningún contacto después de la noche en que Waters fue arrestado. Finalmente, había una pregunta que Page se había olvidado de hacer. ¿Qué sucedió con las mujeres? Gordon no le dijo lo que había sucedido con las mujeres desaparecidas.

Mientras esperaba que alguien de la división de investigaciones de Hunter's Point atendiera el teléfono, Page hizo una lista de esos puntos en un anotador de hojas amarillas. Desde el oeste venían unas nubes negras cargadas de tormenta. Page estaba terriblemente harto de la lluvia. Tal vez esas nubes le dieran un descanso y flotaran sobre la ciudad antes de descargar su cuota de agua. Tal vez dejaran un espacio para que el sol brillara cuando se fueran.

– Roy Lenzer.

Page dejó su bolígrafo sobre el anotador.

– Detective Lenzer, soy Alan Page, fiscal de distrito del Condado de Multnomah. Esto es Portland, Oregón.

– ¿En qué puedo servirlo? -le preguntó Lenzer, cordial.

– ¿Tienen ustedes en su departamento una detective de nombre Nancy Gordon?

– Seguro, pero está de vacaciones. No regresará en una semana o algo así.

– ¿Puede describírmela?

La descripción de Lenzer coincidía con la mujer que había visitado el departamento de Page.

– ¿Hay algo en que pueda ayudarlo? -le preguntó el hombre.

– Tal vez. Tenemos aquí una situación extraña. Han desaparecido tres mujeres. En cada caso, encontramos en el dormitorio una nota y una rosa. La detective Gordon me dijo que ella había estado involucrada en un caso idéntico en Hunter's Point, hace alrededor de diez años.

– Me parece a mí que oí hablar del caso, pero hace sólo cinco años que estoy en la fuerza. Vine de Indiana. De modo que no seré de mucha ayuda.

– ¿Qué hay de Frank Grimsbo y de Wayne Turner? Ellos eran los otros detectives.

– Ni Grimsbo ni Turner están ahora en el departamento.

Page oyó el sonido de un trueno y miró por la ventana. Una bandera que estaba en el exterior se batía de un lado hacia el otro. Parecía que en cualquier momento sería arrancada del mástil.

– Supongo que no existe posibilidad de que tengamos una copia del archivo. El tipo que finalmente fue arrestado se llamaba Henry Waters.

– ¿W-A-T-E-R-S?

– Correcto. Le dispararon por resistirse a la fuerza. Creo que hubo seis mujeres muertas. Una de ellas de nombre Patricia Cross. Luego, Melody Lake, una niña, y Sandra Lake, su madre. No recuerdo los nombres de las demás.

– Si eso ocurrió hace diez años, el informe debe de estar en el archivo. Lo buscaré y le haré saber cuando lo tenga. ¿Cuál es su nombre y teléfono?

Page le estaba diciendo a Lenzer el nombre cuando Randy Highsmith, el principal ayudante criminalista, abrió la puerta para dejar pasar a William Tobias, el jefe de policía y Ross Barrow, detective a cargo del caso de la rosa negra. Page les señaló unos asientos, luego cortó la comunicación.

– Podemos tener un respiro en el caso de las mujeres desaparecidas -dijo Page. Comenzó luego a relatarles la versión de Gordon del caso de Hunter's Point.

– Antes de que se encontrara el cuerpo en la casa de Waters, el jefe de policía sospechaba de Peter Lake, el marido de una de las víctimas-concluyó Page-. Había suficiente evidencia circunstancial como para que existiera la posibilidad de que Lake hubiese preparado una emboscada a Waters. Poco después el caso fue cerrado oficialmente, y Lake desapareció.

– Hace dos días, Gordon recibió una nota anónima con las palabras "Las mujeres de Portland, Oregón Jamás Me Olvidarán ". La primera letra de cada una de las palabras estaba en mayúscula, de la misma forma en que escribe nuestro muchacho. Adjunto a la nota había una fotografía de Martin Darius abandonando el cuarto de un hotel de alojamiento. Martin Darius puede ser Peter Lake. Gordon cree que él es nuestro asesino.

– Yo conozco a Darius -dijo Tobias incrédulo.

– Todos conocen a Darius -dijo Page-, ¿pero cuánto saben de él?

Page empujó sobre el escritorio la fotografía de Darius y la de Lake tomada del diario. Barrow, Tobias y Highsmith se inclinaron sobre ellas.

– Hombre-dijo Barrow, moviendo la cabeza.

– No sé, Al -dijo Tobias-. Las fotografías de los diarios no son muy claras.

– Gordon dejó las huellas digitales de Lake para que las comparemos. ¿Puedes hacerte cargo de eso, Ross?

Barrow asintió y tomó la tarjeta de impresiones que le alcanzaba Page.

– Es difícil para mí tragarme esto -le dijo Tobías-. Me gustaría hablar con tu detective.

– La llamaré. Deseo que ella les cuente su historia -dijo Page, sin poner de manifiesto sus dudas, ya que deseaba que fueran objetivos cuando oyeran a Gordon.

Page marcó el número del hotel Lakeview. Pidió que lo comunicaran con la habitación de Gordon, luego esperó a que el empleado llamara.

– ¿No está? Bueno, esto es muy importante. ¿No sabe cuándo se fue? Ya veo. Muy bien, dígale que llame a Alan Page tan pronto como regrese.

Page dejó su número de teléfono y colgó.

– Entró alrededor de la una de la mañana, pero ahora no está. Es posible que esté tomando el desayuno.

– ¿Qué quieres hacer, Al? -preguntó Highsmith.

– Desearía una vigilancia de veinticuatro horas sobre Darius, en caso de que Gordon tuviera razón.

– Puedo hacer eso -dijo Barrow.

– Asegúrate de poner gente competente en el servicio, Ross. No quiero que Darius sospeche que lo estamos observando.

– Randy, haz un chequeo de antecedentes de Darius. Deseo tener la historia de su vida tan pronto como sea posible.

Highsmith asintió.

– Tan pronto como Gordon llame, me comunicaré contigo.

Highsmith acompañó a Tobías y Barrow hasta afuera y cerró la puerta. Page pensó en llamar nuevamente al Lakeview, pero era demasiado pronto desde la primera llamada. Miró hacia la ventana. Estaba cayendo el agua a baldes.

¿Por qué la noche anterior no había descubierto las fallas de la historia de Gordon? Ella parecía con escaso control, sobre ascuas, como si la recorrieran descargas eléctricas. No pudo quitarle los ojos de encima cuando hablaba. No era una atracción física. Algo más era lo que lo atraía hacia ella. Su pasión, su desesperación. Ahora que no la tenía a la vista, pudo pensar con más claridad. Cuando estuvo cerca de ella, la mujer fue como una molestia en el campo, como si fuera un rayo que caía sobre el río


2

Betsy miró por el restaurante para mujeres solas, mientras seguía a la camarera entre la fila de mesas. Notó la presencia de una mujer alta y atlética que vestía una blusa de color amarillo brillante y un traje azul marino, sentada en un reservado contra la pared. Cuando Betsy se acercó, la mujer se puso de pie.

– Usted debe ser Nora Sloane -dijo Betsy cuando se estrecharon las manos. Sloane tenía tez pálida. Y también lo eran sus ojos azules. Tenía cabello corto de color avellana. Betsy notó algunas canas, pero supuso que debían tener la misma edad.

– Gracias por venir, señora Tannenbaum.

– Me llamo Betsy y usted es una buena vendedora. Cuando llamó esta mañana y mencionó la invitación a la comida, me atrapó.

Sloane se rió.

– Estoy feliz de que sea tan sencilla, ya que una comida será todo lo que conseguirá de mí. Estoy escribiendo este artículo especial. Tuve la idea cuando cubrí su caso contra los que protestaban en contra del aborto, para el Arizona Republic.

– ¿Usted es de Phoenix?

– Nueva York. Mi marido consiguió un trabajo en Phoenix. Nos separamos un año después de mudarnos. Nunca me entusiasmó Arizona, en especial con mi ex marido viviendo aquí, y me enamoré de Portland mientras cubría su caso. De modo que, hace un mes dejé mi trabajo y me mudé. Estoy viviendo de mis ahorros y buscando trabajo. Pienso que ahora es un buen momento para escribir este artículo. Le di esta idea a Gloria Douglas, de la revista Pacific West, y ella está muy interesada. Pero desea ver un borrador del artículo antes de comprometerse.

– ¿Cuál es el tema concreto del artículo?

– Las mujeres abogadas. Y deseo utilizarla a usted y sus casos como pieza central.

– Espero que no hable demasiado de mí.

– Ey, no sea tímida conmigo -dijo Sloane, riendo-. Hasta hace poco, las abogadas eran relegadas al departamento judicial de vigilancia condicional y manejaban divorcios. Cosa esta que era un trabajo aceptable para las mujeres. Mi punto de vista es que usted está a la vanguardia de una nueva generación de mujeres que están manejando casos de asesinatos y consiguiendo veredictos de un millón de dólares en los casos civiles. Estas son áreas que tradicionalmente han sido dominadas por los hombres.

– Suena interesante.

– Estoy contenta de que piense así, hoy que la gente desea leer acerca de usted. Usted es el verdadero atractivo del artículo.

– ¿Qué deberé hacer?

– No mucho. Básicamente, me hablará de Hammermill y de sus otros casos. En ocasiones, tal vez desee acompañarla cuando vaya usted a la Corte.

– Eso está bien. En realidad, creo que hablar de mis casos me podría ayudar a ponerlos en perspectiva. Yo estuve demasiado cerca de lo que ocurría cuando eso sucedió.

Llegó el camarero. Sloane pidió una ensalada especial y una copa de vino blanco. Betsy, fideos con salsa de atún, pero pasó por alto el vino.

– ¿Qué deseaba hacer hoy? -preguntó Betsy, tan pronto como el camarero se retiró.

– Pensé en hablar algo de sus antecedentes. Leí algo en Time, pero creo que era superficial. No me dijo cómo llegó a ser lo que es usted hoy. Por ejemplo, ¿fue usted una líder en el colegio secundario?

Betsy rió.

– Dios, no. Era tan tímida. Una verdadero boba.

Sloane sonrió.

– Puedo comprender eso. ¿Era alta, no es así? Yo tenía el mismo problema.

– Estaba por encima de todos. En los primeros años, caminaba mirando hacia el suelo y con los hombros encogidos, deseando poder desaparecer. Luego, fue peor, pues usaba lentes con mucho aumento y aparatos en los dientes. Parecía Frankenstein.

– ¿Cuándo comenzó a sentirse segura de sí misma?

– No lo sé, si alguna vez me sentí de esa manera. Es decir, sé que hago bien el trabajo, pero siempre siento que no estoy haciendo lo suficiente. Pero supongo que en mi último año del secundaria comencé a creer en mí misma. Estaba cerca del mejor promedio de la clase, ya no tenía los aparatos, mis padres me pusieron lentes de contacto y los muchachos comenzaron a fijarse en mí. Cuando me gradué en Berkeley estaba mucho más sociable.

– ¿Conoció usted a su marido en la facultad de leyes, no es así?

Betsy asintió.

– Estamos separados ahora.

– Oh, lo siento.

Betsy se encogió de hombros.

– En realidad no deseo hablar de mi vida personal. ¿Será necesario?

– No si usted no lo desea. No estoy escribiendo esto para el Enquirer.

– Muy bien, pues no deseo hablar de Rick.

– La comprendo perfectamente. Yo pasé por lo mismo en Phoenix. Sé lo difícil que puede llegar a ser. De modo que hablemos de otro tema.

El camarero llegó con la comida, y Sloane le preguntó a Betsy algo más sobre su infancia, mientras comían.

– ¿Usted no comenzó con la práctica privada de su profesión apenas salió de la facultad, no? -le preguntó Sloane después de que el camarero retirara los platos.

– No.

– ¿Por qué no? Había sido muy buena alumna.

– Eso fue suerte -Betsy contestó, un tanto sonrojada-. Jamás pensé en trabajar sola. Mis calificaciones en la facultad de leyes fueron buenas, pero no lo suficiente para uno de los grandes estudios de abogacía. Trabajé para el fiscal general, durante cuatro años, ocupándome de leyes ambientales. Me gustaba el trabajo, pero lo dejé cuando quedé embarazada de Kathy.

– ¿Cuántos años tiene ella?

– Seis.

– ¿Cómo regresó a las leyes?

– Me aburría quedarme sentada en casa cuando Kathy comenzó el preescolar. Rick y yo lo hablamos y decidimos que yo trabajaría en mi casa, a fin de poder estar allí para cuando estuviera Kathy. Margaret McKinnon, una amiga mía de la facultad, me dejó usar su sala de reuniones para reunirme con mis clientes. Yo no tenía muchos casos. Algunos de ellos sobre delitos menores y divorcios simples. Lo suficiente como para mantenerme ocupada.

– Luego Margaret me ofreció una oficina sin ventanas, del tamaño de un armario para escobas, sin pagar alquiler, a cambio de veinte horas al mes de asesoramiento legal gratuito. Agonicé con ello, pero Rick dijo que estaba bien. Pensó que sería bueno para mí salir de la casa, en tanto mantuviera una baja cartera de clientes, lo suficiente como para poder recoger a Kathy del colegio y quedarme con ella en casa cuando estuviera enferma. Ya sabe, seguir siendo una madre. De todos modos, funcionó bien y yo comencé a conseguir algunos casos de felonía y algunos divorcios complicados que dieron beneficios.

– El caso Peterson fue su gran "estreno", ¿no es así?

– Sí. Un día yo estaba sin demasiada actividad, y el empleado que asigna los casos señalados por la corte me preguntó si yo deseaba representar a Grace Peterson. No sabía mucho del síndrome de la mujer golpeada, pero recordé haber visto a la doctora Lenore Walker en un programa de televisión. Ella es una experta en esa área. La corte autorizó el dinero y Lenore vino desde Denver e hizo una evaluación de Grace. Fue muy honorable lo que el marido le hizo. Supongo que yo había llevado hasta el momento una vida muy protegida. Ninguno de los que vivían donde me crié llegó a hacer cosas como esas.

– Ninguno que usted conociera.

Betsy asintió con tristeza.

– Ninguno de los que conociera. De todas maneras, el caso atrajo mucha publicidad. Tuvimos el apoyo de algunos grupos de mujeres y la prensa estuvo detrás de nosotros. Después de la absolución, mi trabajo realmente comenzó a crecer. Luego Andrea me contrató por el veredicto en el caso de Grace.

El camarero llegó con el café. Sloane miró su reloj.

– Usted me dijo que tenía una cita a la una y medis, ¿no es así?

Betsy miró su reloj.

– ¿Ya es la una y diez? Realmente me atrapó todo esto.

– Bien. Tenía esperanza de que se sintiera tan atraída por el proyecto como yo lo estoy.

– Sí. ¿Por qué no me llama y así podremos volver a hablar?

– Maravilloso. Haré eso. Y gracias por darme su tiempo. Realmente lo aprecio.


3

Randy Highsmith sacudió el agua de lluvia de su paraguas y lo dejó en el suelo debajo del tablero, mientras Alan Page salía del estacionamiento del garaje. El paraguas no había sido de mucha ayuda en aquel diluvio y Highsmith tenía frío y estaba empapado.

El hombre era levemente obeso, de mirada estudiosa, un firme conservador y el mejor procurador de la oficina, con Page incluido. Mientras estaba estudiando para obtener su título de abogado en Georgetown, se había enamorado de Patty Archer, una de las asistentes del Congreso. Luego, se enamoró de Portland cuando viajó allí para conocer a la familia de Patty. Cuando el congresista para el cual ella trabajaba decidió no postularse para ser reelecto, los recién casados se mudaron hacia el oeste, donde Patty abrió una consultora política y Randy fue nombrado en la oficina del fiscal de distrito del condado de Multnomah.

– Habíame de Darius -dijo Page cuando salieron a la carretera.

– Vino a vivir a Portland hace ocho años. Tenía dinero para empezar y pidió préstamos sobre sus bienes. Darius se hizo de un nombre y aumentó su fortuna apostando a la revitalización del centro de Portland. Su primer gran éxito fue la boutique de la calle Couch. Compró una cuadra de edificios en ruinas por una cifra baja, convirtió el lugar en un centro comercial cerrado, luego cambió la zona aledaña a la boutique y la transformó en uno de los sectores más de moda de Portland, alquilando los edificios remodelados a comercios o restaurantes de categoría, por muy bajos precios. La constructora creció y así lo hicieron sus rentas. Los pisos superiores de muchos de los comercios se convirtieron en condominios. Eso ha sido un modelo de curso de acción. Comprar todos los edificios de la zona pobre, establecer un centro de atención, luego construir a su alrededor. Hace poco, se ha extendido a la construcción de centros comerciales en las afueras de la ciudad, en complejos de apartamentos y cosas por el estilo. Hace dos años, Darius se casó con Lisa Ryder, la hija del juez de la Corte Suprema de Oregón, Victor Ryder. El antiguo estudio de Ryder, Parish, Marquette y Reeves maneja sus asuntos legales. Hablé en confidencia con algunos amigos allí. Darius es brillante e inescrupuloso. La mitad de la energía de ese estudio está puesta en hacer que se mantenga honesto. La otra mitad en defenderlo de los juicios cuando lo primero fracasa.

– ¿A qué se refiere el ser "inescrupuloso"? ¿Violación de la ley, de la ética, qué?

– Nada ilegal. Pero él posee sus propias reglas y una total falta de consideración por los sentimientos del prójimo. Por ejemplo, a principios de este año compró una calle, hacia el noroeste, que posee casas de significado histórico, para demolerlas y construir allí edificios. Hubo un grupo de ciudadanos que levantaron sus brazos en protesta. Consiguieron un interdicto temporario y estaban tratando de hacer que las casas fueran declaradas de interés patrimonial para la ciudad. Un inteligente y joven abogado de Parish, Marquette, convenció al juez de que dejara el interdicto sin efecto. Darius movió sus topadoras durante la noche y demolió todas las casas antes de que nadie supiera lo que sucedía.

– Un tipo como ése debe de haber hecho algo ilegal.

– Lo más cercano que obtuve es un rumor de que es amigo de Manuel Ochoa, un ejecutivo mexicano, de la DEA creo, que está lavando dinero para el cartel sudamericano de la droga. Ochoa tal vez le preste dinero a Darius para un gran proyecto a nivel del estado, que es lo suficientemente riesgoso como para asustar a los bancos.

– ¿Qué sabes de su pasado? -preguntó Page cuando llegaron al estacionamiento del hotel Lakeview.

– No tiene pasado, lo que tiene sentido si él es Lake.

– ¿Verificaste historias de los diarios, los perfiles?

– Hice algo mejor que eso. Hablé con uno de los reporteros de negocios más importantes del Oregonian. Darius no da entrevistas de su vida privada. Por lo que se sabe, él nació hace ocho años.

Page estacionó enfrente de la oficina de la entrada del hotel. El reloj del tablero de su automóvil daba las cinco y veintiséis.

– Quédate aquí. Veré si Gordon regresó.

– Muy bien. Pero hay algo que deberías saber. -Page esperó con la puerta del coche entreabierta-. Tenemos una conexión entre las mujeres desaparecidas y Darius.

Page cerró la puerta. Highsmith sonrió.

– Me guardé lo mejor para lo último. Tom Reiser, el marido de Wendy Reiser, trabajaba para Parish, Marquette. Él es el abogado que convenció al juez para que dejara sin efecto el famoso interdicto. La Navidad pasada los Reiser concurrieron a una fiesta en la propiedad de Darius. Este verano fueron invitados a una fiesta para celebrar la inauguración del centro comercial, dos semanas antes de que comenzaran las desapariciones. Reiser tenía muchos tratos comerciales con Darius.

– El estudio contable de Larry Farrar tiene a Construcciones Darius como cliente. El y Laura Farrar también estaban en la fiesta de inauguración. El hombre le hizo muchos trabajos a Darius.

– Finalmente, está Victoria Millcr. Su marido Russell trabaja para Brand, Gates y Valcroft. Es la agencia de publicidad que representa a Construcciones Darius. Russell fue puesto a cargo de la cuenta. Ellos estuvieron en el yate de Darius y en su casa. También estaban en la fiesta de inauguración del centro comercial.

– Esto es increíble. Mira, quiero una lista de las mujeres que estaban en la fiesta. Debemos alertar a Bill Tobias y a Barrovv.

– Ya lo hice. Están colocando un segundo equipo para el seguimiento de Darius.

– Buen trabajo. Gordon puede ser la llave para cerrar esto.

Highsmith observó a Page entrar en la oficina del gerente. Un hombre regordete con una camisa lisa estaba de pie detrás del mostrador. Page le mostró al gerente su identificación y le hizo una pregunta. Highsmith vio que el gerente negaba con la cabeza. Page dijo algo más. El gerente desapareció en el cuarto y volvió a aparecer con un impermeable. Tomó una llave del gancho de la pared. Page lo siguió y le hizo un gesto a Highsmith.

Highsmith cerró la puerta del automóvil de un golpe y corrió para protegerse con el techo del balcón corrido del segundo piso. Llegó justo cuando el gerente golpeaba a la puerta y llamaba a Gordon por su nombre. No hubo respuesta. Una de las ventanas miraba sobre el estacionamiento. Las cortinas verdes estaban corridas. Había un cartel de "No molestar" colgado del picaporte de la puerta.

– Señorita Gordon -volvió a llamar el gerente. Ellos esperaron un minuto y luego el hombre se encogió de hombros-. No ha estado en todo el día, por lo que yo sé.

– Muy bien -dijo Page-. Déjenos entrar.

El gerente abrió la puerta con su llave y dejó paso. El cuarto estaba oscuro, pero alguien había dejado la luz del cuarto de baño encendida y esta proyectaba un pálido brillo sobre la vacía habitación. Page encendió el interruptor de la pared y miró a su alrededor. La cama estaba sin tocar. La maleta de color tostado de Gordon estaba abierta sobre un soporte para equipaje, junto al tocador. Page fue hasta el cuarto de baño. Sobre la mesada del lavatorio, había un cepillo de dientes, pasta dental y un juego de maquillaje. Abrió luego la cortina de la ducha. Una botella de champú estaba sobre el borde. Salió del cuarto de baño.

– Ella desempacó aquí. Hay una botella de champú en la bañera. No es una de las muestras de hotel. Debe de haber planeado darse una ducha tan pronto desempacó.

– Luego alguien la interrumpió -dijo Highsmith, señalando el cajón a medio abrir del tocador. Algunas de las ropas de Gordon estaban en él, mientras que otras permanecían en la maleta.

– Llevaba consigo un portafolios, cuando hablamos en mi casa. ¿Lo puedes ver?

Los dos hombres buscaron por el cuarto, pero no encontraron el portafolios.

– Mira esto -dijo Highsmilh. Estaba de pie junto a la mesilla de noche. Page miró el anotador con el logotipo del hotel, que estaba junto al teléfono.

– Parecen direcciones. Una dirección.

– No lo toquemos. Quiero que un técnico del laboratorio busque huellas. Tratemos esto como un escenario de crimen, hasta que sepamos algo mejor.

– No hay signos de resistencia.

– Tampoco había ninguno en las casas de las mujeres desaparecidas.

Highsmith asintió.

– Llamaré desde la oficina del gerente, en caso de que haya huellas en el teléfono.

– ¿Tienes alguna idea de dónde es esto? -preguntó Page, mientras volvía a leer las notas del anotador.

Las cejas de Highsmith se fruncieron por un instante, luego mostró preocupación.

– De hecho, lo sé. ¿Recuerdas lo que te conté de las casas que Darius demolió? Esto me parece que es esa dirección.

– ¿Qué hay allí ahora?

– Un terreno baldío de una cuadra de ancho. Tan pronto como los vecinos vieron lo que Darius hizo, enloquecieron. Hubo protestas, demandas judiciales. Darius siguió, de todas maneras, adelante con la construcción y tiene tres juicios, pero alguien lo ha parado. Desde entonces la construcción está detenida.

– No me gusta esto. ¿Cómo sabría alguien dónde estaba Gordon? Yo fui el que sugirió el Lakeview.

– Ella podría haber telefoneado a alguien.

– No. Le pregunté al gerente. No hubo ninguna llamada hacia el exterior. Además, ella no conoce a nadie en Portland. Esa es la razón por la que vino a mi casa. Supuso que la persona que le envió el anónimo se encontraría con ella en el aeropuerto, pero nadie apareció. Un recorte sobre mí y mi dirección estaban adjuntos a la nota. Si ella conocía a alguien habría pasado la noche con esa gente.

– Entonces alguien la debe de haber seguido desde el aeropuerto hasta tu casa y desde tu casa hasta aquí.

– Es posible.

– Qué si esa persona la esperó hasta que ella entró en la habitación, luego la llamó por teléfono y le pidió que fuera hasta el terreno de las construcciones.

– O vino aquí y habló con Gordon para que lo acompañara o la llevó por la fuerza.

– Gordon es detective -dijo Highsmith-. Quiero decir, debiéramos pensar que ella tiene suficiente sentido como para tener cuidado.

Page pensó en Gordon. Sus nervios, la tensión de su cuerpo.

– Estaba alterada, Randy. Gordon me dijo que se quedó en la policía para poder rastrear a Lake. Ha estado en este caso durante diez años y sueña con él. Gordon es inteligente, pero tal vez no lo sea en lo que respecta a este caso.


La obra en construcción era más grande de lo que Page había imaginado. Las casas que Darius había demolido fueron construidas a lo largo de una barranca que miraba sobre el río Columbia. La tierra incluía una pronunciada colina cubierta de bosques que bajaba hacia el curso de agua. Un cerco alto de cadenas rodeaba la propiedad. En esta cerca había un cartel que decía "Construcciones Darius. Queda terminantemente prohibida la entrada". Page y Highsmith se encogieron buscando protección debajo de sus paraguas, con los cuellos de los impermeables vueltos hacia arriba hasta las mejillas y estudiaron el cartel de la entrada. Había luna llena, pero las nubes de tormenta la tapaban con gran frecuencia. La copiosa lluvia hacía que la noche fuera más oscura, como si no hubiera luna.

– ¿Qué opinas? -preguntó Highsmith.

– Caminemos a lo largo del cerco para ver si hay otra entrada. No hay señal de que ella haya entrado aquí.

– Estos zapatos son nuevos -se quejó Highsmith.

Page comenzó a caminar por el perímetro, sin contestarle.

El suelo había sido desprovisto de pasto para la construcción. Page sentía que el barro se estaba juntando en sus zapatos. Miraba a través de la cerca a medida que caminaba, encendiendo de vez en cuando la linterna y alumbrando hacia el interior. La mayor parte del terreno estaba vacío y plano, allí donde las topadoras habían hecho su trabajo. En un punto, pudo ver una casilla. En otra, la luz de su linterna iluminó maderas rotas y chamuscadas que una vez habían sido el armazón de una de las casas de Darius.

– Al, acerca la luz aquí -gritó Highsmith. Había caminado delante y estaba señalando un sector de la cerca que probablemente hubiera sido abierto con tenazas y retirado. Page corrió hasta allí. Se detuvo antes de alcanzar a Highsmith. Una bocanada de aire frío le golpeó el rostro. Page se volvió por un segundo y se cerró aun más el cuello.

– Mira esto -dijo Page. Estaba debajo de un antiguo nogal señalando con la linterna hacia el suelo. Las huellas de los neumáticos de un automóvil estaban marcadas en el barro donde ellos se hallaban parados. La copa del árbol cubría las huellas. Page y Highsmith las siguieron alejándose de la cerca.

– Alguien se salió del camino y cruzó el campo en medio de este barrizal -dijo Page.

– Pero no necesariamente esta noche.

Las huellas se detuvieron en la calle y desaparecieron. La lluvia habría lavado el barro del asfalto.

– Creo que el conductor regresó a la cerca, Al. No hay señal de que haya hecho un giro.

– ¿Por qué retroceder? ¿Por qué dirigirse a la cerca con el riesgo de quedarse atascado en el barro?

– ¿Qué es lo que hay en la parte posterior de un automóvil?

Page asintió, imaginando a Nancy Gordon doblada en el interior del baúl de un automóvil.

– Vamos -dijo, y puso rumbo hacia el agujero de la cerca. En su corazón, Page sintió que ella estaba allí, enterrada en la tierra floja.

Highsmith lo siguió. Cuando se introdujo por el agujero, su abrigo se enganchó en un trozo de alambre suelto. Para cuando se soltó, Page ya estaba muy adelantado, desapareciendo en la oscuridad, sólo el rayo de luz de la linterna mostraba dónde se encontraba.

– ¿Ves alguna huella? -preguntó Highsmith cuando lo alcanzó.

– ¡Cuidado! -gritó Page, tomando a Highsmith del abrigo. Este se detuvo. Page iluminó hacia el suelo. Estaban al borde de un pozo profundo que había sido cavado para las bases de la construcción. Hacia el fondo, corrían paredes empinadas de barro, que se perdían en la oscuridad. De pronto apareció la luna, bañando el fondo de la fosa con una luz pálida. La superficie despareja proyectaba sombras sobre las rocas y montones de tierra.

– Voy a bajar -dijo Page, mientras se acercaba al borde. Bordeó la pared de la fosa por el costado, apoyándose en la pendiente y asegurándose a los lados con sus zapatos. A mitad de camino, se resbaló sobre una rodilla y se deslizó por la embarrada cuesta, deteniendo su descenso al poder asirse de una raíz de árbol que sobresalía. La raíz había sido cortada por la pala de la topadora. El extremo se soltó del barro, pero Page pudo detenerse lo suficiente como para asentarse en el flojo terreno y detener su deslizamiento.

– ¿Estás bien? -llamó Highsmith en el viento.

– Sí. Randy, ven aquí. Alguien ha estado cavando hace poco.

Highsmith echó una maldición, luego comenzó a bajar la pendiente. Cuando llegó al fondo, Page chapoteaba lentamente en el suelo barroso, estudiando todo lo que el rayo de su linterna iluminaba. El suelo se veía como que había sido removido hacía poco. Lo examinó lo más cerca que le fue posible, en medio de la oscuridad.

El viento dejó de soplar, y Page creyó oír un sonido. Algo se arrastraba en las sombras, justo fuera de su visión. Se puso tenso, tratando de oír por encima del viento, mirando inútilmente en la oscuridad. Cuando se convenció de que era víctima de su imaginación, se volvió e iluminó cerca de la base de una viga de acero. Page se irguió de pronto y retrocedió un paso, enganchándose el talón en un trozo de madera que estaba enterrado en el barro. Trastabilló y la linterna cayó, con el rayo que giró sobre la tierra empapada de lluvia, iluminando algo blanco. Una piedra o un vaso de papel. Page se arrodilló rápidamente y recuperó la linterna. Caminó hacia el objeto y se agachó sobre él. Contuvo la respiración en su pecho. Saliendo de la tierra había una mano humana.


El sol estaba saliendo cuando desenterraron el último cuerpo de la tierra. El horizonte se cubrió de un tinte escarlata cuando los oficiales levantaron el cadáver en la camilla. Alrededor de ellos, otros oficiales caminaban lentamente sobre el suelo barroso de la obra en construcción, en busca de otras tumbas, pero el área había sido requisada en forma tan minuciosa que ninguno esperaba encontrar nada.

Un patrullero de la policía estaba al borde de la fosa. La puerta del lado del conductor estaba abierta. Alan Page estaba sentado en el asiento delantero con un pie en el suelo, con una taza llena de café hirviendo, tratando de no pensar en Nancy Gordon y sin poder pensar en otra cosa.

Page descansaba su cabeza contra el respaldo del asiento. Cuando cedió la oscuridad, el río comenzó a tomar su dimensión. Observó el hilo negro tornarse líquido y turbulento en el rojo del amanecer. Creyó que Nancy Gordon estaba en la fosa, enterrada debajo de capas de barro. Se preguntó si había algo que él pudiera haber hecho para salvarla. Se imaginó la rabia y la frustración de Gordon al morir en manos del hombre que ella había jurado detener.

Había dejado de llover poco después de que llegara el primer coche de la policía. Ross Barrow se hizo cargo del escenario del crimen, una vez que consultó con los técnicos del laboratorio sobre la mejor manera de manejar las pruebas. Desde el borde del pozo, potentes luces iluminaban a los trabajadores. Las áreas especiales de búsqueda se marcaron con cinta amarilla. Para evitar a los curiosos se pusieron caballetes a modo de barreras. Tan pronto como Page estuvo seguro de que Barrow se podía manejar sin él, fue con Highsmith a comer algo a un restaurante de la zona. Para cuando regresaron, Barrow había identificado positivamente el cuerpo de Wendy Reiser y un oficial había localizado una segunda tumba.

A través del parabrisas, Page observó a Randy Highsmith dirigirse hacia el automóvil. Había estado en la fosa mientras Page se tomaba un descanso.

– Esa es la última -dijo Highsmith.

– ¿Qué tenemos?

– Cuatro cuerpos e identificaciones positivas de Laura Farrar, Wendy Reiser y Victoria Miller.

– ¿Fueron asesinadas como Patricia Cross?

– No miré de cerca, Al. A decir verdad, casi lo perdí. La doctora Gregg está allí abajo. Ella puede darte el informe correcto cuando suba.

Page asintió. Estaba acostumbrado a enfrentarse con casos de muertes, pero esto no significaba que le gustara mirar un cadáver más que a Highsmith.

– ¿Qué sucede con la cuarta mujer? -le preguntó inseguro Page-. ¿Concuerda con mi descripción de Nancy Gordon?

– No es una mujer, Al.

– ;Qué!

– Es un hombre adulto, también desnudo, cuyo rostro y huellas digitales fueron borradas por haber sido quemado con ácido. Tendremos suerte si logramos identificarlo.

Page vio a Ross Barrow salir del barro y entonces se bajó del automóvil.

– ¿No te detendrás, Ross?

– No hay nada más allí. Puedes mirar si lo deseas.

– Estaba seguro de que Gordon… No tiene sentido. Ella escribió la dirección.

– Tal vez se encontró con alguien y se fue con ellos -sugirió Barrow…

– No encontramos huellas digitales -le recordó: Highsmith-. Tal vez no encontró manera de entrar.

– ¿Encontraste algo allí abajo que nos ayude a imaginar quién hizo esto?

– Nada, Al. Mi suposición es que los cuatro fueron asesinados en otro lugar y transportados hasta aquí.

– ¿Por qué eso?

– A algunos de los cuerpos les faltan órganos. No los hemos encontrado, ni ningún trozo de hueso o de carne. Nadie pudo limpiar el área tan bien.

– ¿Crees que tenemos lo suficiente como para arrestar a Darius? -preguntó Page a Highsmith.

– No sin Gordon o alguna prueba concreta de Hunter's Point.

– ¿Qué sucede si no la encontramos a ella? -preguntó ansioso Page.

– En una captura, podrías jurar por lo que ella te contó. Podríamos conseguir una orden del juez con eso. Ella es policía. Será de confiar. Pero no lo sé. Con algo como esto, no deberíamos precipitamos.

– Y no tenemos una conexión sólida entre Darius y las víctimas -agregó Barrow-. El encontrar sus cuerpos en una obra en construcción de Darius no significa nada. En especial cuando no hay nadie y nadie pudo haber entrado.

– ¿Sabemos si Darius es Lake? -le preguntó Page a Barrow.

– Sí. Las huellas concuerdan.

– Bueno, es algo -dijo Highsmith-. Si podemos encontrar alguna similitud entre esas huellas de neumáticos y las de algún coche de Darius…

– Y si podemos encontrar a Nancy Gordon -dijo Page, mirando la fosa. Deseaba con desesperación que Gordon estuviera viva, pero había estado demasiado en contacto con las muertes violentas como para abrigar esperanzas.

Capítulo 8

1

– Detective Lenzer, habla Alan Page de Portland, Oregón. Hablamos el otro día.

– Sí. Iba a llamarlo. Aquel archivo que solicitó está perdido. Instalamos computadoras hace siete años, pero yo verifiqué de todas formas. Cuando no lo pude encontrar en la lista, hice que una secretaria fuera a los archivos. No hay una ficha ni un archivo sobre el caso.

– ¿Alguien lo sacó?

– Si lo hicieron, no siguieron el procedimiento. Se supone que en caso de que se necesite un archivo hay que llenar una hoja de registro y no hay tal hoja en este caso.

– ¿Pudo la detective Gordon haberlo tomado? Ella tenía una tarjeta de huellas digitales. Probablemente provenía del archivo.

– El archivo no está con sus cosas en la oficina y no está contra las normas del departamento de Policía llevarse un archivo a la casa a menos que no se llene la hoja de registro. No hay información de que alguien se lo haya llevado. Además, si hubo seis mujeres muertas, habría sido el número más alto de víctimas que se tuvo aquí. Es probable que hablemos de un archivo que ocuparía un estante completo. Tal vez más. ¿Para qué estaría ella cargando algo tan grande? Diablos, se necesitarían dos valijas para llevárselo a la casa.

Page lo pensó.

– ¿Usted está seguro de que no está en el archivo o que no está bien ubicado?

– Créame, el archivo no está allí. La persona que lo buscó hizo un trabajo minucioso y se quedó allí bastante tiempo.

Page se quedó en silencio durante un instante. Decidió contarle todo a Lenzer.

– Detective Lenzer, estoy casi seguro de que la detective Nancy Gordon se encuentra en peligro. Incluso puede estar muerta.

– ¿Qué?

– Hace dos noches la conocí y ella me contó lo de los asesinatos de Hunter's Point. Estaba segura de que el hombre que cometió aquellos crímenes está viviendo en Portland con un nombre diferente y cometiendo los mismos asesinatos aquí.

"Gordon se marchó de mi departamento un poco después de la medianoche y se tomó un taxi hasta un hotel. Poco después de registrar su entrada allí, se fue en un apuro. Encontramos una dirección en un anotador del hotel. Es de una obra en construcción. Registramos el lugar y descubrimos los cuerpos de tres mujeres que habían desaparecido en Portland y de un hombre que no ha sido identificado. Fueron asesinados mediante tortura. No tenemos idea de dónde se encuentra Gordon y creo que ella tenía razón con respecto a que el asesino está en Portland”.

– Jesús. Me gusta Nancy. Es un poco exigente, pero es una policía muy buena.

– La clave de este caso podrían ser los archivos de Hunter's Point. Ella tal vez se los haya llevado a su casa. Yo sugeriría que la revisaran.

– Haré cualquier cosa que pueda ayudar.

Page le dijo a Lenzer que lo llamara en cualquier momento, le dio el número telefónico de su casa y luego colgó. Lenzer había descrito a Gordon como exigente y Page tuvo que aceptarlo. Ella también estaba dedicada a su trabajo. Diez años en la búsqueda y todavía ardiendo con aquel fuego. Page había sido alguna vez así, pero los años lo estaban alcanzando. El problema con Tina y el divorcio lo habían secado emocionalmente, pero ya había estado perdiendo terreno incluso antes de la infidelidad de su mujer. Todos los días eran emocionantes. Luego, una mañana se despertó con las responsabilidades de su trabajo y con el miedo de no poder cumplirlas. Había podido dominar aquellos miedos mediante el trabajo duro y lo había logrado, pero la emoción había desaparecido. Los días se fueron tornando iguales y él comenzó a pensar en qué haría después de diez años.

El intercomunicador sonó y Page pulsó el botón.

– Hay un hombre en la línea tres con información sobre una de las mujeres que fueron asesinadas en la obra en construcción -dijo su secretaria-. Creo que debería atenderlo.

– Muy bien. ¿Cómo se llama?

– Ramón Gutiérrez. Es empleado del hotel Hacienda de Vancouver, Washington.

Page pulsó el botón de la línea tres y habló con Ramón Gutiérrez durante cinco minutos. Cuando terminó, llamó a Ross Barrow, luego se dirigió por el pasillo hasta la oficina de Randy Highsmith. Quince minutos más tarde, Barrow pasó a recoger a Highsmith y a Page por la esquina, y el grupo puso rumbo a Vancouver.


2

– ¿Puedo ver televisión? -preguntó Kathy.

– ¿Comiste suficiente pizza?

– Estoy llena.

Betsy se sintió culpable después de la cena, pero había tenido un día extenuante en la Corte y no disponía de fuerzas para cocinar.

– ¿Vendrá papi esta noche? -preguntó Kathy, mirando a Betsy expectante.

– No -contestó Betsy, deseando que Kathy no le preguntara por Rick. Ella le había explicado la separación varias veces, pero Kathy no aceptaba el hecho de que Rick probablemente no volviera a vivir con ellas.

Kathy se mostró preocupada.

– ¿Por qüé papi no se quedará con nosotras?

Betsy tomó a Kathy en brazos y la llevó hasta el sofá de la sala.

– ¿Quién es tu mejor amiga?

– Melanie.

– ¿Recuerdas la pelea que ustedes dos mantuvieron la semana pasada?

– Sí.

– Bueno, papi y yo también nos peleamos. Es una pelea seria. Como la que tú tuviste con tu mejor amiga.

Kathy se mostró confundida. Betsy sostuvo a Kathy sobre su falda y le besó la cabeza.

– Melanie y yo nos amigamos. ¿Papi y tú harán también las paces?

– Tal vez. Ahora no lo sé. Mientras tanto, papi vive en otro lugar.

– ¿Está enfadado papá contigo porque debió pasarme a buscar por la escuela?

– ¿Qué te hace preguntar eso?

– Estaba muy enfadado el otro día y yo oí que discutían por mí.

– No, cariño -dijo Betsy, abrazando a Kathy-. Esto no tiene nada que ver contigo. Es entre nosotros dos. Estamos enfadados entre nosotros.

– ¿Por qué? -preguntó Kathy. La mandíbula le temblaba.

– No llores, cariño.

– Yo quiero a mi papá -dijo, llorando en el hombro de Betsy-. Yo no quiero que él se vaya.

– Él no se irá. Siempre será tu papá, Kathy. Él te ama.

De pronto Kathy se separó de Betsy y se bajó de su falda.

– Es culpa tuya por trabajar -le gritó.

Betsy se sintió sorprendida.

– ¿Quién te dijo eso?

– Papá. Tú deberías quedarte en casa conmigo como la mamá de Melanie.

– Papá trabaja-dijo Betsy, tratando de mantener la calma-. Él trabaja más que yo.

– Se supone que los hombres trabajan. Se supone que tú debes cuidar de mí.

Betsy deseó que Rick estuviera allí para poder golpearlo con los puños.

– ¿Quién se quedó en casa contigo cuando tuviste gripe? -le preguntó Betsy

Kathy pensó por un momento.

– Tú, mami -le contestó mirándola a los ojos.

– ¿Y cuando te lastimaste la rodilla en la escuela, quién te trajo a casa?

Kathy miró el suelo.

– ¿Qué quieres ser cuando seas grande?

– Actriz o doctora.

– Eso es un trabajo, cariño. Las doctoras y las actrices trabajan como las abogadas. Si te quedaras en casa todo el día, no podrías hacer ese trabajo.

Kathy dejó de llorar. Betsy volvió a recomponerse.

– Yo trabajo porque es divertido. También me ocupo de ti. Eso es más divertido. Yo te amo más a ti que a mi trabajo. No es una competencia. Pero no me quiero quedar todo el día en casa sin hacer nada mientras tú estás en el colegio. Sería aburrido, ¿no te parece?

Kathy pensó en eso.

– ¿Te amigarás con papá como yo lo hice con Melanie?

– No estoy segura, cariño. Pero de todas maneras, verás mucho a papá. Él te ama muchísimo y siempre será tu papá.

– Ahora, ¿por qué no miras un poco de televisión mientras yo limpio? Luego, te leeré otro capítulo de El mago de Oz.

– No deseo ver televisión esta noche.

– ¿Quieres ayudarme en la cocina?

Kathy se encogió de hombros.

– ¿Qué te parece un chocolate caliente? Podría preparártelo mientras lavamos los platos.

– Muy bien -dijo Kathy sin mucho entusiasmo. Betsy la siguió a la cocina. Ella era tan pequeña como para tener que cargar la pesada carga de los problemas de sus padres, pero lo haría de todos modos. Esa era la forma en que funcionaba y no había nada que Betsy pudiera hacer para evitarlo.

Después de terminar con la cocina, Betsy le leyó a Kathy dos capítulos de El mago de Oz, luego la acostó. Eran casi las nueve de la noche. Betsy miró la lista de programas de la televisión y estaba por encender el televisor cuando sonó el teléfono. Fue hasta la cocina y levantó el auricular al tercer llamado.

– ¿Betsy Tannenbaum? -preguntó un hombre.

– Hable.

– Habla Martin Darius. La policía está en mi casa con una orden de allanamiento. Deseo que venga de inmediato.


Una alta pared de ladrillos rodeaba la propiedad de Darius. Junto a la reja de hierro, había un policía en un patrullero. Cuando Betsy entró con el Subaru al camino de acceso a la propiedad, el policía bajó del automóvil y fue a pararse junto a la ventanilla del coche de ella.

– Me temo que no puede entrar, señora.

– Soy la abogada del señor Darius -dijo Betsy, mostrándole al policía una de sus tarjetas de identificación. El oficial la examinó por un segundo y se la devolvió.

– Tengo orden de no dejar pasar a nadie.

– Le puedo asegurar de que eso no incluye al letrado del señor Darius.

– Señora, se está llevando a cabo un allanamiento. Usted podría interrumpir.

– Estoy aquí por el allanamiento. Una orden de allanamiento no le da derecho a la policía a prohibirle a la gente el acceso al lugar en que se llevará a cabo. Usted tiene un radio en el automóvil. ¿Por qué no llama al detective a cargo y le pregunta si puedo pasar?

La sonrisa sobradora del oficial se transformó en la mirada de Clint Eastwood, pero fue hasta el coche y usó el radio. En menos de un minuto regresó y no se mostró feliz.

– El detective Barrow dice que puede pasar.

– Gracias-contestó amablemente Betsy. Mientras avanzaba pudo observar la mirada de odio del oficial reflejada en el espejo retrovisor.


Después de ver la anticuada pared de ladrillos y el trabajo de la reja del portón de entrada, Betsy pensó que Darius viviría en una tranquila mansión colonial, pero se encontró frente a una colección de vidrio y acero, combinados con ángulos agudos y delicadas curvas que no tenían nada que ver con el siglo XIX. Estacionó junto al patrullero, cerca del extremo del camino de entrada. Un puente cubierto por un toldo azul conectaba el camino con la puerta del frente. Betsy miró a través del techo de vidrio mientras caminaba por el puente y vio a varios oficiales de policía al borde de una piscina interior.

Un policía la estaba esperando en la puerta. La guió por una corta escalinata, para entrar en una cavernosa sala. Darius estaba de pie debajo de una gigante pintura abstracta de rojos vividos y verdes brillantes. Junto a él, una mujer delgada vestida de negro. El cabello brillante le caía en cascada sobre los hombros y el bronceado de su piel hablaba de unas recientes vacaciones en los trópicos. Era sobrecogedoramente hermosa.

El hombre que estaba junto a Darius no lo era. Tenía el vientre hinchado por la cerveza y un rostro más de cantina que de un condominio en las Bahamas. Tenía puesto un traje sin planchar y una camisa blanca. Su corbata estaba desanudada y el impermeable estaba doblado sin cuidado sobre el respaldo de un sofá tapizado de blanco.

Antes de que Betsy pudiera decir algo, Darius le dio un papel.

– ¿Es ésta una orden válida? No permitiré una invasión a mi privacidad hasta que usted haya revisado esta maldita cosa.

– Soy Ross Barrow, señora Tannenbaum -dijo el hombre del traje marrón-. Esta orden fue firmada por el juez Reese. Cuanto más pronto le diga a su cliente que podemos proseguir con esto, más pronto nos iremos de aquí. Ya podría haber comenzado, pero la esperé para asegurarme de que el señor Darius tuviera representante durante el allanamiento.

Si Darius hubiera sido un traficante de drogas en lugar de un prominente miembro de la sociedad y hombre de negocios, Betsy sabría que la casa habría estado en pedazos, para cuando ella llegara. Alguien le había ordenado a Barrow que tuviera cuidado con este caso.

– La orden parece que está correcta, pero quisiera ver la declaración jurada -dijo Betsy, pidiendo el documento que la policía prepara para convencer al juez de que existe una causa probable para la emisión de una orden de allanamiento. La declaración jurada es la que contendría los hechos básicos que sustentaban la sospecha de que en algún lugar de la casa de Darius había evidencia de un delito.

– Perdón, pero la declaración jurada no estaba sellada.

– ¿Puede por lo menos decirme por qué hay que registrar la casa? Quiero decir, ¿cuáles son los cargos?

– No existe todavía ningún cargo.

– No juguemos, detective. Usted no provoca a alguien como Martin Darius sin una razón.

– Señora Tannenbaum, usted deberá preguntarle al fiscal de distrito, Alan Page, sobre el caso. Me dijeron que todas las preguntas se las hicieran a él.

– ¿Dónde lo puedo encontrar?

– Me temo que no lo sé. Probablemente esté en su casa, pero no estoy autorizado a darle el número.

– ¿Qué clase de mierda es esto? -preguntó enfadado Darius.

– Cálmese, señor Darius -dijo Betsy-. La orden es legal y él puede hacer el allanamiento. Ahora no hay nada que podamos hacer. Si resulta que la declaración jurada no está bien, podremos suprimir cualquier evidencia que ellos encuentren.

– ¿Evidencia de qué? -exigió Darius-. Se rehusan decirme lo que están buscando.

– Martin-dijo la mujer vestida de negro, colocando una mano sobre su antebrazo-, déjalos buscar. Por favor. Quiero que se vayan de aquí y no se irán hasta que hayan llevado a cabo su cometido.

Darius retiró su brazo.

– Revisen la maldita casa -le dijo enfadado a Barrow-, pero será mejor que se consiga un buen abogado, ya que le demandaré su culo por todo esto.

El detective Barrow se alejó, con los insultos que rebotaban sin efecto a sus anchas espaldas. Justo cuando estaba por llegar a los escalones que salían de la sala, un hombre canoso con un rompevientos entró en la casa.

– La banda de rodamiento del BMW concuerda y hay un Ferrari negro en el garaje -le oyó decir Betsy. Barrow se movió hacia los dos oficiales uniformados que estaban parados en la entrada. Ellos lo siguieron hasta donde se encontraba Darius.

– Señor Darius, está bajo arresto por los asesinatos de Wendy Reiser, Laura Farrar y Victoria Miller.

El color desapareció del rostro de Darius y la mujer se llevó una mano a la cara como si fuera a vomitar.

– Tiene el derecho a permanecer callado… -dijo Barrow, leyendo desde una tarjeta que tenía en la billetera.

– ¿Qué carajo es todo esto? -explotó Darius.

– ¿De qué está hablando este hombre? -le preguntó la mujer a Betsy.

– Debo informarlo de estos derechos, señor Darius.

– Creo que tenemos derecho a una explicación, detective Barrow -dijo Betsy.

– No, señora, no lo tienen -respondió Barrow. Luego terminó de leerle los derechos.

– Ahora, señor Darius -prosiguió Barrow-, deberé colocarle las esposas. Esto es lo que procede hacer. Lo hacemos con todas las personas que están bajo arresto.

– Usted no va a esposar a nadie -dijo Darius, retrocediendo.

– Señor Darius, no se resista -dijo Betsy-. No puede hacerlo, aun si el arresto no es legal. Vaya con él. No diga nada.

– Detective Barrow, deseo acompañar al señor Darius al Departamento de Policía.

– Eso no será posible. Supongo que usted no desea que lo interroguemos, de modo que lo registraremos tan pronto como lleguemos al centro. Yo no iría a la prisión hasta mañana por la mañana. No puedo garantizarle cuándo finalizaremos con el proceso de registro.

– ¿Cuál es la fianza? -preguntó Darius.

– Ninguna por asesinato, señor Darius -contestó a Darius con calma-. La señora Tannenbaum puede solicitar el pago de fianza en la audiencia.

– ¿Qué dice? -preguntó la mujer sin creer lo que oía.

– ¿Puedo hablar con el señor Darius un momento, en privado? -pidió Betsy.

Barrow asintió.

– Pueden ir allí -le dijo, señalando un rincón de la sala, lejos de las ventanas. Betsy condujo a Darius hasta el lugar. La mujer trató de seguirlos, pero Barrow le dijo que no podía hacerlo.

– ¿Qué es esto de que no hay fianza? Yo no me voy a sentar en ninguna cárcel con un grupo de narcos y de proxenetas.

– No existe fianza automática para asesinatos o alta traición, señor Darius. Está en la Constitución. Pero hay una forma en que el juez fije una fianza. Pediré la audiencia para la fianza lo más pronto posible y lo veré a primera hora de la mañana.

– No puedo creer esto.

– Créalo y escúcheme. Cualquier cosa que diga puede utilizarse para condenarlo. No quiero que hable absolutamente con nadie. Ni los policías, ni los compañeros de celda. Nadie. Hay soplones en la cárcel que tratarán de que hable de su caso y todos los guardias repetirán cada palabra que usted pronuncie ante el fiscal de distrito.

– Maldito sea, Tannenbaum. Sáqueme de esto pronto. Le pagué para que me protegiera. No iré a pudrirme a ninguna cárcel.

Betsy vio que el detective Barrow hacía moverse a los dos oficiales hacia donde estaban ellos.

– Recuerde, ni una palabra -le dijo cuando Barrow se acercó.

– Por favor, las manos atrás -le dijo uno de los uniformados. Darius obedeció y el oficial le colocó las esposas. La mujer observaba incrédula con los ojos bien abiertos.

– La espero a primera hora de la mañana -dijo Darius mientras los policías lo conducían hacia el exterior.

– Allí estaré.

Betsy sintió una mano sobre su brazo.

– ¿Señora Tannenbaum?

– Soy Betsy.

– Yo soy la esposa de Martin, Lisa. ¿Qué sucede? ¿Por qué se llevan a Martin?

Lisa Darius se veía anonadada, pero Betsy no vio ni una lágrima. Parecía más una anfitriona a la que se le había arruinado una fiesta que una esposa cuyo marido es arrestado por asesinato en serie.

– Usted sabe tanto como yo, Lisa. ¿Mencionó algo la policía acerca de la razón por la que estaban en su casa?

– Ellos dijeron… no puedo creer lo que dijeron. Ellos preguntaron sobre tres mujeres que fueron encontradas en la obra en construcción de Martin.

– Eso es correcto -dijo Betsy, de pronto recordando por qué los nombres que Barrow le había mencionado le resultaban familiares.

– Martin no pudo haber hecho nada como eso. Conocemos a los Miller. Ellos estuvieron en nuestro yate en el verano. Esto debe ser un error.

– ¿Señora Darius?

Betsy y Lisa Darius miraron hacia las escaleras de la sala. Un detective negro vestido con vaqueros y una campera roja se dirigía hacia ellas.

– Confiscaremos su BMW. ¿Puede darme las llaves, por favor? -le pidió con gentileza, ofreciéndole una copia en carbónico de color amarillo del recibo de propiedad.

– ¿Nuestro automóvil? ¿Pueden ellos hacer esto? -le preguntó Lisa a Betsy.

– La orden mencionaba automóviles.

– Oh, Dios. ¿Dónde terminará esto?

– Me temo que mis hombres deberán requisar la casa -le dijo el detective disculpándose-. Trataremos de ser lo más prolijos posible y colocaremos todo lo que no llevemos en su lugar. Si desea, puede acompañarnos.

– No puedo. Que sea rápido, por favor. Quiero que se vayan de mi casa.

El detective estaba avergonzado. Se alejó con la cabeza gacha. Barrow se había llevado su impermeable, pero sobre el sofá donde había estado quedó una mancha húmeda. Lisa Darius miró la mancha con disgusto y se sentó lo más alejada posible. Betsy se sentó junto a ella.

– ¿Cuánto tiempo estará Martin en la cárcel?

– Eso depende. El Estado tiene el peso de convencer a la Corte que es un muy buen caso, si desean retener a Martin sin fianza. Yo solicitaré una audiencia inmediata. Si el Estado no puede convencerlos, él saldrá pronto. Si lo hacen, no saldrá, a menos que se llegue al veredicto de inocencia.

– Esto es increíble.

– Lisa -dijo Betsy con cautela-, ¿tenía alguna idea de que una cosa así podría suceder?

– ¿Qué quiere decir?

– Por mi experiencia puedo decir que la policía no actúa a menos que ellos tengan un muy buen caso. Cometen errores, por supuesto, pero es más raro de lo que usted pensaría por la torma en que son retratados en la televisión. Y su marido no es cualquiera de la calle. No puedo imaginarme que Alan Page moleste a alguien de la estatura de Martin en el seno de la comunidad, sin alguna prueba muy contundente. En especial en un cargo como este.

Lisa comenzó a abrir la boca por un instante.

– ¿Está usted sugiriendo…? Yo pensé que era usted la abogada de Martin. Si usted no cree en él, no tiene derecho en manejar su caso. De todas maneras, no sé por qué la contrató a usted. Papá dice que Oscar Montoya y Matthew Reynolds son los mejores criminalistas de Oregón. Él podría haber tenido a cualquiera de los dos.

– Un abogado que sólo piensa en lo que su cliente desea que piense, no está haciendo buen trabajo -dijo Betsy con calma-. Si existe algo que usted conozca de estos cargos, yo debo saberlo, a fin de poder defender a Martin adecuadamente.

– Bueno, no hay nada -contestó Lisa, desviando la mirada-. Todo esto es espantoso.

Betsy decidió no presionar.

– ¿Tiene a alguien que la acompañe? -le preguntó.

– Estaré bien sola.

– Esto será difícil, Lisa. La prensa la estará acosando día y noche y vivir bajo la luz es mucho peor de lo que la mayoría de la gente se imagina. ¿Tiene un contestador automático que pueda utilizar para seleccionar sus llamadas?

Lisa asintió.

– Bien. Conéctelo y no tome ninguna llamada de los medios de comunicación. Ya que no tenemos idea alguna del caso contra Martin, no sabemos lo que lo puede perjudicar. Por ejemplo, dónde estaba Martin en cierta fecha podría ser crucial. Si usted le dice a la prensa que no estuvo con usted en esa fecha, podría destruir una coartada. De modo que no diga nada. Si un reportero llega hasta usted, diríjalo a mí. Y nunca hable con la policía o con alguien de la oficina del fiscal de distrito. Existe el privilegio de las comunicaciones de marido y mujer y usted tiene el derecho a rehusarse a hablar. ¿Comprende?

– Sí. Estaré bien. Y siento haber dicho eso. Sobre que Martin podría haber conseguido a alguien mejor. Sólo que…

– No es necesario que se disculpe o me explique. Esto debe ser muy difícil para usted.

– No tiene por qué quedarse conmigo.

– Me quedaré hasta que termine el allanamiento. Quiero ver qué es lo que se llevan. Podría decirnos por qué ellos creen que Martin está involucrado. Oí a un oficial decirle a Barrow que la banda de rodamiento del BMW concordaba con algo. Eso significa que sitúan el automóvil de Martin en algún lugar. Tal vez en el escenario del crimen.

– ¿Entonces qué? Él va en automóvil hasta sus obras en construcción todo el tiempo. Todo esto es ridículo.

– Pronto lo sabremos -dijo Betsy, pero estaba preocupada. Lisa Darius tal vez pueda haberse sorprendido y asombrado del arresto de su marido, pero Betsy sabía que Martin Darius no lo estaba. Ninguno le da a un abogado un adelanto de $ 58.000 por un asalto a negocios. Éste es el adelanto que un abogado recibe para representar a alguien con cargo de asesinato.

Capítulo 9

– Tengo mucho gusto de verla, señora Tannenbaum -dijo Alan Page cuando Betsy se sentó ante su escritorio-. Randy Highsmith quedó muy impresionado por la forma en que usted llevó el caso Hammermill. No tuvo sino elogios que hacerle. Esto es realmente un halago, ya que Randy odia perder.

– Creo que Randy tal vez no hubiera presentado cargos de conocer él lo brutal que era el marido de Andrea.

– Eso es ser caritativo. Aceptémoslo. Randy pensó que la arrollaría. Usted le enseñó una buena lección. El perder el "Caso Hammermill" convirtió a Randy en un mejor procurador. Pero usted no está aquí para hablarme de viejos asuntos, ¿no es así? Usted está aquí para hablar de Martin Darius.

– El detective Barrow debe de haberlo llamado a su casa, al número que él se negó a darme.

– Ross Barrow es un buen policía que sabe cómo cumplir órdenes.

– ¿Desea decirme por qué arrestó a mi cliente?

– Creo que asesinó a cuatro personas que encontramos enterradas en una de sus obras en construcción.

– Eso es obvio, señor Page…

– ¿Por qué no me llama Al?

– Me gustaría hacerlo. Y usted llámeme Betsy. Ahora que nos manejamos por nuestros nombres de pila, ¿qué le parece si me dice por qué allanó la casa de Martin y lo arrestó?

Page sonrió.

– Me temo que no puedo hacerlo.

– No lo hará, querrá decir.

– Betsy, usted sabe que no tiene derecho a saber de nuestros informes policiales hasta que yo haya pedido el enjuiciamiento.

– Usted deberá decirle al juez lo que tiene durante la audiencia para la fianza.

– Verdad. Pero eso no está todavía programado y no hay enjuiciamiento, de modo que me remitiré a la letra de los estatutos de descubrimiento.

Betsy se apoyó en el respaldo de su asiento y le sonrió con dulzura.

– Usted no debe tener mucha confianza en su caso, Al.

Page se rió para encubrir la sorpresa de que Betsy lo hubiera descubierto tan fácilmente.

– Tengo mucha confianza en nuestro caso -le mintió-. Pero también tengo mucho respeto por su capacidad. No cometeré el error de Randy de subestimarla. Debo confesar, sin embargo, que con su compromiso por el movimiento feminista me sorprendió enterarme por Ross que asumiría la defensa de Darius.

– ¿Qué es lo que el feminismo tiene que ver con la representación de Martin Darius?

– ¿No le dijo él lo que hizo?

– Martin Darius no tiene idea de por qué ustedes lo retienen ni tampoco yo.

Page la miró por un momento, luego tomó la decisión.

– Supongo que no es justo dejarla completamente en la oscuridad, de modo que le diré que tenemos planeado enjuiciar a su cliente por secuestro, tortura y asesinato de tres mujeres y un hombre.

Page tomó de un sobre de papel Manila una fotografía en color del cuerpo de Wendy Reiser y se la pasó a Betsy. Ella quedó pálida. La fotografía había sido tomada justo después de que se desenterrara el cuerpo. La mujer desnuda estaba tendida en el barro. Betsy vio las incisiones en su estómago y los cortes y quemaduras que tenía en las piernas. Pudo también ver con claridad el rostro de Wendy Reiser. Aun muerta, parecía sufrir.

– Eso es lo que Martin Darius le hace a las mujeres, Betsy, y esta tal vez no sea la primera vez que lo hizo. Tenernos información muy concreta de hace diez años, sobre un hombre de nombre Peter Lake que asesinó a seis mujeres en Hunter's Point, Nueva York, de la misma manera en que fueron asesinadas estas víctimas. También tenemos pruebas concluyentes de que Peter Lake y Martin Darius son la misma persona. Podría preguntarle a su cliente sobre eso. Otra cosa. Hay otra mujer desaparecida. Ésta es una única oferta: si ella está viva y Darius nos dice dónde está, podríamos negociar.


El ascensor de la cárcel se abrió sobre un angosto pasillo de hormigón pintado de amarillo y marrón pastel. Desde el ascensor había tres sólidas puertas de rejas. Betsy utilizó la llave que el guardia le había dado, cuando se registró en el escritorio de visitas. La puerta del medio se abrió a un cuarto diminuto. Ante ella había una pared dividida por la mitad, mediante una angosta repisa. Debajo de esta había hormigón, arriba, una franja de vidrio a prueba de balas. Betsy colocó su anotador legal sobre la repisa, se sentó sobre una incómoda silla metálica plegable y tomó el auricular que estaba sobre la pared del lado izquierdo.

Del otro lado del vidrio, Martin Darius levantó el auricular. Estaba vestido con un traje de ejercicio de color anaranjado, pero todavía se veía tan imponente como en su oficina. Tenía el cabello y la barba bien peinados y se sentó erguido y con elegancia. Darius se inclinó hacia adelante hasta casi tocar el vidrio. Sus ojos se veían con un dejo de enfado, pero aquello constituía la única señal de descontento.

– ¿Cuándo está programada la audiencia de la fianza? -preguntó Darius.

– No la hay.

– Le dije que deseaba salir de aquí. Debería haber solicitado la audiencia a primera hora de la mañana.

– Esto no funcionará. Soy abogada, no un mensajero. Si desea a alguien para darle órdenes le enviaré un servicio de mucamas.

Darius la miró por un instante, luego mostró una helada sonrisa de concesión.

– Perdón. Doce horas en este lugar no ayudan a tener buena disposición.

– Me encontré esta mañana con Alan Page, el fiscal de distrito. Él tenía algunas cosas interesantes que contarme. También me mostró las fotografías del lugar del crimen. Las tres mujeres fueron torturadas, Martin. He visto mucha crueldad, pero nada como esto. El asesino no sólo terminó con sus vidas, sino que efectuó una carnicería. Les destrozó el cuerpo…

Betsy se detuvo, cuando el recuerdo de lo que había visto le quitó la respiración. Darius la observaba. Esperó a que él dijera algo. Cuando no lo hizo, le preguntó:

– ¿Le parece algo de esto familiar?

– Yo no maté a esas mujeres.

– No le pregunté si las mató. Le pregunté si algo de los crímenes le resultaba familiar.

Darius estudió a Betsy. A ella no le gustaba la forma en que la hacía sentir como un espécimen de laboratorio.

– ¿Por qué me está interrogando? -le preguntó Darius-. Usted trabaja para mí, no para el fiscal de distrito.

– Señor Darius, yo soy la que decido para quién trabajar y ahora no estoy tan segura de desear trabajar para usted.

– Page le dijo algo, ¿no? Él le hizo trabajar la cabeza.

– ¿Quién es Peter Lake?

Betsy esperaba una reacción, pero no la que vio. El aspecto de helada tranquilidad abandonó a Darius. Sus labios le temblaron. Se veía, de pronto, como un hombre al borde de las lágrimas.

– De modo que Page sabe lo de Hunter's. Point.

– No ha sido honesto conmigo, señor Darius.

– ¿Es de eso de lo que se trata esto? -le preguntó Darius, señalando el vidrio a prueba de balas-. ¿Es por eso que usted no pidió una visita con contacto? ¿Teme usted estar encerrada conmigo? Teme que yo…

Darius se detuvo. Se puso la cabeza entre las manos.

– No creo que sea la persona correcta para representarlo -le dijo Betsy.

– ¿Por qué? -le preguntó Darius, con una voz cargada de dolor-. ¿Porque Page declara que yo violé y asesiné a esas mujeres? ¿Rehusó usted representar a Andrea Hammermill cuando el fiscal de distrito le dijo que ella había asesinado a su marido?

– Andrea Hammermill era la víctima de un marido que la había golpeado constantemente durante su matrimonio.

– Pero ella lo mató. Yo no maté a esas mujeres. Se lo juro. No maté a nadie en Hunter's Point. Yo era Peter Lake, pero, ¿sabe quién era Peter Lake? ¿Le dijo Page eso? ¿Lo sabe él?

"Peter Lake estaba casado con la mujer más hermosa del mundo. Era el padre de una niña perfecta. Una pequeña que no le hizo mal a nadie. Y su esposa e hija fueron asesinadas por un loco de nombre Henry Waters, por una insana razón que Peter jamás pudo imaginarse”.

"Peter era abogado. Hizo mucho dinero. Vivía en una magnífica casa y manejaba un automóvil de maravilla, pero todo el dinero y todo lo que poseía no pudieron hacer olvidar a la esposa y a la hijita que le habían arrebatado. De modo que escapó. Asumió una nueva identidad y comenzó una nueva vida, ya que la anterior era imposible de soportar”.

Darius dejó de hablar. Había lágrimas en sus ojos. Betsy no supo qué pensar. Momentos atrás estaba convencida de que Darius era un monstruo. Ahora, al ver su dolor, no estaba segura.

– Haré un trato, Betsy -dijo Darius, con la voz casi en un murmullo-. Si usted llega a un punto donde no cree que sea inocente, puede dejar el caso con mi bendición y guardarse el adelanto.

Betsy no sabía qué decir. Aquellas fotografías. Ella no podía dejar de preguntarse cómo se sintieron aquellas mujeres en esos primeros largos momentos de terror, sabiendo que lo mejor que les podría suceder por el resto de sus vidas era una muerte que le pusiera fin a su dolor.

– Está bien -dijo Darius-, sé cómo se siente. Sólo vio las fotografías. Yo vi los cuerpos de mi esposa y mi hija. Y todavía los veo, Betsy.

Betsy se sintió mal. Respiró profundo. No podía permanecer en aquella habitación tan angosta por más tiempo. Necesitaba aire. Y necesitaba descubrir más acerca de Peter Lake y de lo que había sucedido en Hunter's Point.

– ¿Se siente usted bien? -preguntó Darius.

– No, no lo estoy. Estoy muy confundida.

– Sé que lo está. Page le tendió una pesada trampa. Dicen que comparecería ante el tribunal mañana. Duerma bien esta noche y dígame lo que ha decidido hacer, entonces.

Betsy asintió.

– Sin embargo, dos cosas -dijo Darius, mientras miraba directamente a Betsy.

– ¿De qué se trata?

– Si usted decide tenerme como cliente, debe pelear por mí como el demonio.

– ¿Y lo otro?

– De ahora en más, deseo que todas las visitas sean con contacto. No más jaulas de vidrio. No quiero que mi abogado me trate como a un animal de zoológico.

Capítulo 10

Tan pronto como Rita Cohén abrió la puerta lo suficiente, Kathy se escurrió por la abertura y corrió hacia la cocina.

– ¿No compraste de nuevo ese cereal con gusto a goma de mascar, no, mamá? -preguntó Betsy.

– Es una pequeña, Betsy. ¿Quién puede soportar todo el tiempo la sana comida con que la alimentas? Déjala vivir.

– Eso es lo que trato de hacer. Si fuera por ti, ella estaría con una dieta basada en colesterol.

– Cuando yo era pequeña no sabíamos del colesterol. Comíamos lo que nos hacía felices, no lo mismo que los caballos. Y mírame. Setenta y cuatro años y todavía muy fuerte.

Betsy abrazó a su madre y le dio un beso en la frente. Rita era más baja que su hija, de modo que Betsy debió inclinarse para hacerlo. El papá de Betsy nunca fue alto. Nadie podía imaginar de dónde Betsy había heredado esa altura.

– ¿Cómo es que no hay colegio? -preguntó Rita.

– Es otro día de perfeccionamiento docente. Me olvidé de leer el aviso que enviaron a casa y no lo supe hasta ayer por la noche, cuando Kathy me lo mencionó.

– ¿Tienes tiempo para tomar una taza de café? -preguntó Rita.

Betsy miró su reloj. Eran tan sólo las siete y veinte. No la dejarían entrar en la cárcel para ver a Darius hasia las ocho.

– Seguro -dijo, dejando la mochila con las cosas de Kathy sobre la silla y siguiendo a su madre hasta la sala. La televisión estaba encendida, en el noticiario de la mañana.

– No la dejes mirar mucha televisión -dijo Betsy, que se sentó en el sofá-. Le traje algunos de sus libros y juegos.

– Un poco de televisión no la va a matar más que ese cereal.

Betsy rió.

– Un día contigo me deshace todos los buenos hábitos que yo le inculco durante un año. Eres una amenaza absoluta.

– Tonterías -contestó Rita gruñona, sirviendo dos tazas de café que había preparado mientras esperaba a Betsy-. ¿Y qué es lo que harás esta mañana que es tan importante para tener que abandonar a ese ángel con un ogro como yo?

– ¿Has oído hablar de Martin Darius?

– Por cierto que sí.

– Yo lo represento.

– ¿Qué fue lo que hizo?

– El fiscal de distrito cree que Darius violó y mató a tres mujeres que encontraron en una de sus obras en construcción. También cree que Darius torturó y asesinó a seis mujeres en Hunter's Point, Nueva York, hace diez años.

– ¡Oh, mi Dios! ¿Es culpable?

– No lo sé. Darius jura que es inocente.

– ¿Y tú le crees?

Betsy negó con la cabeza.

– Es demasiado pronto para decirlo.

– Es un hombre rico, Betsy. La policía no arrestaría a alguien tan importante sin tener pruebas.

– Si yo tomara la palabra del Estado por todo, Andrea Hammermill y Grace Peterson estarían hoy en la cárcel.

Rita se mostró preocupada.

– ¿Deberías representar a un hombre que viola y tortura mujeres después de todo el trabajo que has realizado por los derechos de la mujer?

– No sabemos que haya torturado a nadie, mamá, y esta etiqueta de feminista fue algo que la prensa me puso. Deseo trabajar por los derechos de la mujer, pero yo no soy sólo una abogada de mujeres. Este caso me ayudaría a verme más que en una sola dimensión. Podría hacer mi carrera. Y, más importante, tal vez Darius sea inocente. El fiscal de distrito se niega a decirme porqué Darius es culpable. Eso me hace tener sospechas. Si él tuviera los cargos que pesan sobre Darius, sería lo suficientemente confidente como para decirme lo que tiene.

– Simplemente no deseo que te lastimen.

– No lo harán, mamá, haré un buen trabajo. Aprendí algo cuando gané el caso de Grace. Tengo talento. Soy muy buena abogada en los juicios. Tengo habilidad para hablar a los jurados. Soy extremadamente buena en los interrogatorios. Si gano este caso, la gente de todo el país sabrá lo buena que soy y esa es la razón por la que tengo tantos deseos de tenerlo. Pero voy a necesitar de tu ayuda.

– ¿Qué quieres decir?

– El caso durará por lo menos un año. El juicio puede durar meses. Con el Estado pidiendo la pena capital, voy a tener que luchar cada paso que demos y el caso es extremadamente complejo. Me consumirá todo mi tiempo. Estamos hablando de hechos que sucedieron hace diez años. Debo encontrar todo lo que hay que saber de Hunter's Point, de los antecedentes de Darius. Eso significa que estaré trabajando muchas horas y fines de semana, y necesitaré de tu ayuda con Kathy. Alguien debe pasar a retirarla del colegio, si yo estoy atada en la Corte, prepararle la cena…

– ¿Y qué hay de Rick?

– No se lo puedo pedir. Tú sabes por qué.

– No. No sé por qué. Él es el padre de Kathy. Es también tu marido. Él debería ser tu mayor aliado.

– Bueno, no lo es. Jamás aceptó el hecho de que fuera una verdadera abogada con una práctica con éxito de la profesión.

– ¿Qué pensó él que harías cuando abriste tu estudio?

– Creo que pensó que sería algún entretenimiento como coleccionar estampillas, algo para mantenerme ocupada cuando no estuviera cocinando o limpiando.

– Bueno, él es el hombre de la casa. A los hombres les gusta pensar que están a cargo de lodo. Y aquí estás tú, en los titulares de los diarios y hablando por televisión.

– Mira, mamá, no deseo hablar de Rick. ¿Te importa? Simplemente me molesta.

– Muy bien, no hablaré de él y, por supuesto, te ayudaré.

– No sé cómo podría hacerlo sin ti, mamá.

Rita se sonrojó y le hizo a Betsy un gesto con la mano.

– Para eso están las madres.

– Abuelita -gritó Kathy desde la cocina-, no puedo encontrar el jarabe de chocolate.

– ¿Por qué desearía jarabe de chocolate a las siete y media de la mañana? -preguntó Betsy amenazadora.

– No es tu problema -le contestó Rita impetuosamente-. Ya voy, mi vida. Está muy alto para ti. No puedes alcanzarlo.

– Debo llamar -dijo Betsy, con un movimiento resignado de cabeza-. Y por favor, que no vea mucha televisión.

– Esta mañana sólo leeremos Shakespeare y estudiaremos álgebra -le contestó Rita, mientras desaparecía en la cocina.


Reggie Steward estaba esperando a Betsy en un banco próximo al escritorio de visitas de la cárcel. Steward había hecho varios trabajos desagradables antes de llegar a descubrir que tenía talento para la investigación. Era un hombre muy alto y delgado, de hirsuto cabello marrón claro y brillantes ojos azules, que se sentía más cómodo con camisas de franela, botas de vaquero y pantalones de denín. Steward tenía una extraña forma de mirar los hechos y un aire sarcástico que molestaba a alguna gente. Betsy apreciaba la forma en que utilizaba su imaginación y su habilidad para hacer que la gente confiara en él. Estos atributos resultaron ser invalorables en los casos de Hammermill y Peterson, donde las mejores pruebas de abuso provinieron de los parientes de la víctima y habrían permanecido enterradas debajo de capas de odio y orgullo familiar si no hubiera sido por la persuasión e insistencia de Reggie.

– ¿Lista, jefe? -le preguntó Steward, sonriendo mientras se desmontaba del banco.

– Siempre -le contestó Betsy con una sonrisa.

Steward llenó el formulario de visita para ambos. Un guardia estaba sentado detrás de la ventana de vidrio, en la sala de control. Betsy le empujó los formularios y sus identificaciones a través de la ranura que había en la ventana y le pidió una visita de contacto con Martin Darius. Tan pronto como el guardia le dijo que estaba otorgada, ella y Reggie dejaron los objetos metálicos que tenían en los bolsillos, se quitaron los relojes, alhajas, y pasaron por un detector de metales. El guardia revisó el portafolio de Betsy, luego llamó el ascensor. Cuando este llegó, Betsy introdujo la llave en una cerradura para el séptimo piso y la giró. El ascensor subió los siete pisos y las puertas se abrieron sobre el mismo pasillo angosto en el que había entrado Betsy el día anterior. Esta vez, ella se dirigió hacia el otro extremo y esperó ante una gruesa pared metálica con un vidrio muy grueso en la mitad superior. A través del vidrio, vio las dos salas de contacto del séptimo piso. Ambas estaban vacías.

– Darius será un cliente exigente -le dijo Betsy a Steward, mientras esperaban al guardia-. Está acostumbrado a tener el dominio de la situación, es muy inteligente y se encuentra bajo una tremenda presión.

– Capto.

– Hoy, escucharemos. La audiencia no es hasta las nueve, de modo que tendremos una hora. Deseo tener su versión de lo que sucedió en Hunter's Point. Si no terminó para las nueve, puede terminar después.

– ¿Qué es lo que enfrenta?

Betsy le extendió una copia de los cargos.

– Esto no se ve bien, jefa -le dijo Steward después de leer-. ¿Quién es John Doe?

– El hombre. La policía no tiene idea de quién es. Su rostro y huellas digitales fueron desfigurados con ácido y el asesino incluso le golpeó los dientes con un martillo para evitar que se hiciera una identificación por su ficha odontológica.

Steward hizo una mueca.

– Éste es el conjunto de fotografías de escenarios de crimen que yo estaba esperando ver.

– Son lo peor, Reg. Míralas antes del desayuno. Yo casi pierdo el mío.

– ¿A qué conclusión llegas?

– ¿Quieres decir si creo que Darius lo hizo? -Betsy negó con la cabeza-. No estoy segura. Page está convencido, pero o Darius hizo ayer una muy buena representación, o es inocente.

– ¿De modo que entonces tenemos aquí un verdadero "Quiénlohizo"?

– Tal vez.

Fuera de la vista de ambos, se abrió un pesado cerrojo con un chasquido agudo. Betsy extendió el cuello y vio a Darius delante de un guardia que entraba a un espacio angosto frente a las salas de contacto. Cuando su cliente fue encerrado en una de ellas, el guardia dejó entrar a Betsy y a Steward al área de contacto, luego aseguró la puerta del pasillo donde habían estado esperando. Después de encerrarlos con Darius, el guardia dejó el área de contacto y salió por la puerta por la que había entrado.

La sala empequeñecía. La mayor parte del espacio estaba ocupado por una mesa circular y unas sillas de plástico. Darius estaba sentado en una de ellas. No se puso de pie cuando Betsy entró.

– Veo que trajo a un guardaespaldas -dijo Darius, mientras estudiaba a Steward con cuidado.

– Martin Darius, le presento a Reggie Steward, mi investigador.

– ¿Sólo utiliza uno? -le preguntó Darius, ignorando la mano que le extendía Reggie. Steward la retiró lentamente.

– Reggie es muy bueno. No habría ganado "Hammermill" sino fuera por él. Aquí hay una copia de los cargos.

Darius tomó el papel y lo leyó.

– Page hace los cargos con varias teorías en las muertes de cada una de las personas: asesinato personal de un ser humano durante el delito de felonía en el secuestro; asesinato por tortura; más de una víctima. Si consigue cualquiera de las teorías de delito agraviado, entramos en una segunda fase de juicio o fase de castigo. Ése es el segundo juicio de sentencia para establecer el castigo.

– En la etapa penal, el Estado debe convencer al jurado de que usted cometió el asesinato en forma deliberada, que la provocación de la víctima, si la hubo, no mitigó el asesinato y de que existe la probabilidad de que usted será peligroso en el futuro. Si el jurado contesta afirmativamente, de manera unánime a estas tres cuestiones, será sentenciado a muerte, a menos que exista alguna circunstancia que mitigue la acción y que convenza a algún miembro del jurado de que no debería recibir una sentencia de muerte. Si cualquiera de los miembros del jurado da un voto negativo, entonces el jurado decide si se lo sentencia a cadena perpetua o a perpetua con un mínimo de treinta años. ¿Alguna pregunta hasta aquí?

– Sí, Tannenbaum -dijo Darius, mirándola con una sonrisa divertida-. ¿Por qué gasta su tiempo en una explicación sobre la etapa penal? Yo no rapté, torturé ni asesiné a estas mujeres. Espero que usted se lo explique a nuestro jurado.

– ¿Qué me puede decir de Hunter's Point? -preguntó Betsy-. Eso va a tomarnos una gran parte de nuestro juicio.

– Un nombre llamado Henry Waters fue el asesino. Lo mataron de un disparo cuando trataba de escapar al arresto. Encontraron el cuerpo de una de sus víctimas todo destripado en el sótano de su casa. Todos sabían que Waters era culpable y el caso se cerró.

– ¿Entonces por qué Page está convencido de que usted asesinó a las mujeres de Hunter's Point?

– No tengo idea. Yo fui una de las víctimas, por el amor de Dios. Se lo dije. Waters mató a Sandy y a Melody. Yo formé parte del equipo de investigación que tenía el caso de los asesinatos.

– ¿Cómo sucedió eso? -preguntó Betsy sorprendida.

– Me ofrecí como voluntario. Yo era un excelente abogado y realicé muchas defensas criminales cuando comencé mi profesión. Sentí que podía proporcionar una opinión única de la mente de un criminal. El intendente estuvo de acuerdo.

– ¿Por qué no comenzó con la práctica del derecho aquí en Oregón?

Darius dejó de sonreír.

– ¿Por qué es importante eso?

– Es como que usted está tratando de ocultarse. Y también el teñirse el cabello de negro.

– Mi esposa y mi hija fueron asesinadas, Tannenbaum. Yo encontré sus cuerpos. Esas muertes formaron parte de mi vida pasada. Cuando me mudé aquí, tuve mi oportunidad de comenzar de nuevo. No deseaba ver mi viejo rostro en el espejo, ya que me recordaría cómo Sandy y Melody se veían junto a mí en viejas fotografías. No deseaba hacer el mismo trabajo, ya que había demasiadas conexiones entre aquel trabajo y mi vida anterior.

Darius se inclinó hacia adelante. Colocó sus codos sobre la mesa y apoyó la cabeza sobre sus dedos delgados, masajeando la frente, como si tratara de borrar recuerdos dolorosos.

– Lo siento si esto parece fuera de toda razón, pero yo estuve loco por un tiempo. Había sido feliz. Luego aquel maniático…

Darius cerró los ojos. Steward lo estudiaba con cuidado. Betsy tenía razón. El tipo era un gran actor o era inocente.

– Necesitaremos los viejos archivos de Hunter's Point -le dijo Betsy a Steward-. Probablemente deberás ir allí para hablar con los detectives que trabajaron en el caso. La teoría de Page se desmorona si Martin no mató a las mujeres de Hunter's Point.

Steward asintió, luego se inclinó hacia Darius.

– ¿Quiénes son sus enemigos, señor Darius? ¿Quién lo odia lo suficiente como para señalarlo por estos asesinatos?

Darius se encogió de hombros.

– Me hice de muchos enemigos. Están esos estúpidos que detienen el proyecto del lugar donde se encontraron los cuerpos.

– Señor Darius -le dijo Steward con paciencia-, con todo el debido respeto, ¿no estará sugiriendo seriamente que un grupo de personas dedicadas a la preservación de edificios históricos es el responsable de acorralarlo, no?

– Ellos encendieron fuego a tres de mis condominios.

– ¿Usted no ve la diferencia entre encender fuego a un objeto inanirnado y torturar a tres mujeres hasta su muerte? En esto estamos buscando a un monstruo, señor Darius. ¿A quién conoce usted que no tenga conciencia, ni compasión, que crea que la gente no vale más que un bicho y odia su persona?

Betsy no esperaba que Darius tolerara la insolencia de Steward, pero él la sorprendió. En lugar de enfadarse, se recostó en su silla, con el entrecejo mostrando preocupación como si tratara de pensar en una respuesta a la pregunta de Steward.

– ¿Lo que yo diga aquí queda entre nosotros, correcto?

– Reggie es nuestro agente. El privilegio del cliente con su abogado se aplica a todo lo que le diga a él.

– Muy bien. Me viene un nombre a la mente. Hay un proyecto del sur de Oregón para el que no pude conseguir financiación. Los bancos no creyeron en mi juicio. De modo que acudí a Manuel Ochoa. Él es un hombre que no hace mucho pero que posee mucho dinero. Jamás pregunté de dónde provenía el dinero, pero oí rumores.

– ¿Estamos hablando de los colombianos, señor Darius? ¿Cocaína, heroína? -le preguntó Reggie.

– No sé y no quise saberlo. Yo pedí dinero, ellos me dieron dinero. Hubo algunos términos a los que accedí a cumplir y estaré en problemas si estoy en la cárcel. Si Construcciones Darius va a la quiebra, Ochoa se hará de mucho dinero.

– Y los narcos matarían a una mujer o a dos sin pensarlo dos veces -agregó Steward.

– ¿Sabe Ochoa lo de Hunter's Point? -le preguntó de pronto Betsy-. No sólo buscamos a un psicópata. Buscamos un psicópata con íntimo conocimiento de su pasado secreto.

– Buen punto -dijo Steward-. ¿Quién sabía lo de Hunter's Point además de usted?

Darius de pronto se sintió mal. Volvió a colocar los codos sobre la mesa y dejó que su cabeza cayera pesada sobre las palmas de las manos.

– Ésa es la pregunta que yo mismo me he estado haciendo, Tannenbaum, desde el preciso instante en que fui inculpado. Pero es una pregunta que no puedo contestarme. Yo jamás le dije a nadie en Portland acerca de Hunter's Point. Jamás. Pero la persona que me está colocando en esta emboscada lo sabe y yo simplemente no sé cómo eso es posible.


– Café solo -le dijo Bctsy a su secretaria cuando entró volando por la puerta del frente-, y tráeme pavo, tocino y queso del bar Heathman.

Betsy arrojó su portafolio y dio una rápida mirada a su correspondencia y los mensajes que Ann le había apilado en el centro del escritorio. Betsy desechó la correspondencia que no servía en el cesto, colocó las cartas importantes en una caja y decidió que ninguno de los llamados debían ser contestados de inmediato.

– El emparedado estará pronto en quince minutos -dijo Ann mientras colocaba la taza de café sobre el escritorio de Betsy.

– Maravilloso.

– ¿Cómo fue la audiencia?

– Un zoológico. El tribunal estaba atestado de reporteros. Fue peor que "Hammermill".

Ann se marchó. Betsy tomó su café, luego llamó al doctor Raymond Keene, ex médico forense que ahora trabajaba en la esfera privada. Cuando un abogado defensor necesitaba a alguien que revisara los resultados de los forenses, ellos acudían al doctor Keene.

– ¿Qué tienes para mí, Betsy?

– Hola, Ray. Tengo el caso Darius.

– No bromees.

– No bromeo. Tres mujeres y un hombre. Todos toruradosbrutalmente. Deseo saber todo acerca de cómo murieron y qué se les hizo antes de morir.

– ¿Quién hizo las autopsias?

– Susan Gregg.

– Es competente. ¿Existe alguna razón especial por la que desees verificar los resultados?

– No es tanto por sus resultados. El fiscal de distrito cree que Darius hizo esto anteriormente, hace diez años en Hunter's Point, Nueva York. Seis mujeres fueron asesinadas allí, es todo lo que puedo decir. Page no cree que el sospechoso de entonces fuera el asesino. Cuando obtenga los informes de las autopsias de Hunter's Point, deseo que las compares con estos casos, para ver si existe un informe médico similar.

– Se oye interesante. ¿Lo liberó ya Page?

– Se lo pregunté después de la audiencia.

– Llamaré a Sue y veré si puedo ir a la morgue esta tarde.

– Cuanto antes, mejor.

– ¿Deseas que realice otra autopsia o simplemente que revise el informe?

– Haz todo lo que creas necesario. En este punto, no tengo idea alguna de lo que puede ser importante.

– ¿Qué pruebas de laboratorio ha efectuado Sue?

– No lo sé.

– Probablemente no tantas como debería. Lo verificaré. Las presiones de presupuesto no hacen que se haga mucho trabajo de laboratorio.

– Nosotros no nos preocupamos por el presupuesto. Darius pagará lo máximo.

– Eso es lo que me gusta oír. Te llamaré tan pronto como cuando tenga algo para decirte. Dales un infierno.

– Lo haré, Ray.

Betsy colgó el teléfono.

– ¿Está lista para la comida? -Nora Sloane le preguntó dudosa desde la puerta de la oficina. Betsy levantó la mirada, asombrada.

– Su recepcionista no estaba. Esperé unos minutos.

– Oh, lo siento, Nora. Teníamos una fecha para comer, ¿no es así?

– Para el mediodía.

– Lo siento. Me olvidé de ello. Es que tengo un nuevo caso que me toma todo el tiempo.

– Martin Darius. Lo sé. Es el titular del Oregonian.

– Me temo que hoy no sea un buen día para la comida. Estoy realmente empantanada. ¿Podemos dejarlo para otro día?

– No hay problema. En realidad, estaba segura de que desearía cancelarlo. Iba a llamarla, pero… Betsy -le dijo Sloane excitada-, ¿podría seguirla en este caso, sentarme en sus conferencias, hablar con el investigador? Es una oportunidad fantástica para ver cómo trabaja en un caso de alto perfil.

– No lo sé…

– No diría nada, por supuesto. Sería confidencial. Sólo deseo ser una mosca en la pared.

Sloane se veía tan emocionada, que Betsy no deseaba desilusionaría, pero un trascendido de la estrategia de la defensa podría ser devastador. La puerta del frente se abrió y Ann apareció llevando una bolsa de papel marrón. Sloane miró por encima del hombro.

– Lo siento -dijo Ann, retrocediendo. Betsy le hizo una señal para que se detuviera.

– Hablaré con Darius -le dijo Betsy-. Él deberá darme el conforme. Luego lo pensaremos. No hago nada que ponga en peligro el caso de un cliente.

– Comprendo perfectamente -dijo Sloane-. La llamaré en unos días, para ver qué decide.

– Perdón por lo de la comida.

– Oh, no. Está bien. Y gracias.


Había una camioneta con un logotipo de la CBS y otro de ABC en la entrada de automóviles de Betsy, cuando ella estacionó.

– ¿Quiénes son ellos, mami? -preguntó Kathy, cuando dos rubias hermosamente vestidas, de rasgos perfectos, se acercaron al coche. Las mujeres tenían micrófonos y las seguían hombres musculosos que portaban cámaras de televisión portátiles.

– Monica Blake, CBS, señora Tannenbaum -dijo la mujer más baja, cuando Betsy abrió la puerta. Blake retrocedió torpemente y la otra mujer tomó ventaja de eso.

– ¿Cómo explica que una mujer que es conocida por sus fuertes convicciones feministas defienda a un hombre que es acusado de secuestro, violación, tortura y asesinato de tres mujeres?

Betsy se sonrojó. Se volvió abruptamente y miró con odio a la reportera de ABC, ignorando el micrófono que le había puesto en la cara.

– Primero, no tengo por qué explicar nada. El Estado lo hace. Segundo, soy abogada. Una de las cosas que hago es defender a la gente, sea hombre o mujer, que ha sido acusada de algún delito. A veces algunas de estas personas son acusadas injustamente, ya que el Estado comete errores. Martin Darius es inocente y yo estoy orgullosa de representarlo contra estas acusaciones falsas.

– ¿Qué sucede si no son falsas? -preguntó la reportero de CBS-. ¿Cómo puede dormir por la noche, sabiendo lo que él les hizo a todas estas mujeres?

– Le sugiero que lea la Constitución, señorita Blake. Existe la presunción de que el señor Darius sea inocente. Ahora, tengo que preparar una cena y una pequeña a la que atender. No contesto preguntas en mi casa. Considero esto una invasión a mi privacidad. Si desean hablar conmigo, llamen a mi oficina para obtener una cita. Por favor, no regresen más a mi casa.

Betsy dio una vuelta al auto y abrió la puerta de Kathy. Ésta saltó, mirando por sobre el hombro a las cámaras mientras Betsy la arrastraba hacia la casa. Las dos reporteras siguieron gritándole preguntas a sus espaldas.

– ¿Vas a aparecer en televisión?-preguntó Kathy, mientras Betsy cerraba la puerta de un golpe.

Capítulo 11

1

Alan Page estaba atrapado en un automóvil, conduciendo a la carrera colina abajo a través del tránsito, a una velocidad altísima, en una carretera llena de curvas, con los frenos que chirriaban, los neumáticos que se quemaban, girando el volante de la dirección de manera furiosa a fin de evitar el inevitable choque. Cuando se sentó en la cama, estaba a centímetros de las quemantes luces de un macizo edificio en torre. El sudor le pegaba la tela del pijama de franela al cuerpo y pudo sentir el atormentado latir de su corazón. Page inspiró profundamente un par de veces, aún inseguro de dónde se encontraba y esperando morir en una bola de fuego de aceros retorcidos y vidrios hechos añicos.

– Jesús -abrió la boca cuando se orientó. El reloj daba las cuatro y cincuenta y ocho. Una hora y media después sonaría el despertador, cuatro horas y media antes de la audiencia para la fianza. Volvió a caer en la almohada, ansioso y seguro de saber que el sueño era imposible, atormentado por la pregunta que lo había perseguido desde el arresto de Martin Darius. ¿Se había movido demasiado rápidamente? ¿Había "pruebas claras y convincentes" de que Martin Darius fuera el asesino?

Ross Barrow y Randy Highsmith habían peleado con respecto al tema de registrar la casa de Darius, aun después de oír lo que Gutiérrez había dicho. Ellos deseaban esperar a encontrar a Nancy Gordon y así tener un caso más sólido, pero él los había pasado por alto y le había dado instrucciones a Barrow de que efectuara el arresto si las huellas de la banda de rodamiento en el lugar del crimen coincidían con la del automóvil de Darius. Ahora él se preguntaba si Barrow y Highsmith habían hecho todo lo que era correcto. Contó con encontrar a Nancy Gordon antes de la audiencia, pero, aun con tres detectives trabajando a contrarreloj, ellos no lo estaban logrando.

Si no podía dormir, tampoco podía descansar. Page cerró los ojos y vio a Nancy Gordon. Había pensado en la detective constantemente desde que supo que su cuerpo no estaba en la fosa. Si ella estuviera viva, se habría puesto en contacto con él tan pronto se enterara del arresto de Darius. Si estuviera viva, habría regresado a Lakeview. ¿Estaba muerta, con un aspecto de sufrimiento inimaginable en el rostro? Darius sabía la respuesta a la pregunta de Page, pero la ley le prohibía a Alan hablar con él.

Page necesitaría de toda su energía en la Corte, pero el miedo que sentía reflejado en su vientre no lo dejaba descansar. Decidió darse una ducha, afeitarse, tomar el desayuno y luego vestirse con su mejor traje y una camisa limpia y recién planchada. Una ducha y un buen desayuno lo harían sentir un ser humano. Luego se dirigiría en su coche a la Corte y trataría de convencer al honorable juez Patrick Norwood, de los tribunales del circuito del condado de Multnomah, de que Martin Darius era un asesino de crímenes en serie.


2

Martin Darius durmió tranquilo y se sintió descansado cuando se despertó con los otros internos de la cárcel del condado de Multnomah. Betsy Tannenbaum había hecho arreglos para que el peluquero le cortara el cabello y el jefe de guardia le permitió darse una ducha extra antes de salir para la Corte. Sólo el desayuno de panqueques pegajosos empapados de pegote, el jarabe que se preparaba en la cárcel, le estropeó su ánimo. Darius utilizó el gusto ácido del café para cortar el dulzor y se los comió, ya que sabía que sería un largo día en la Corte.

Betsy había intercambiado un guardarropas completo por las ropas con las que Darius había sido arrestado. Cuando Darius se encontró con ella en la sala de entrevistas antes de ir a la Corte, estaba vestido con un traje de saco cruzado, de color oscuro con rayas color tiza, una camisa de algodón y una corbata tejida de seda azul marino, con puntos blancos. Betsy vestía una chaqueta recta que hacía juego con su pollera de color blanco y negro cruzada y una blusa de seda blanca de cuello ancho. Cuando caminaron por el corredor de los tribunales a la luz de los reflectores de la televisión, daban el aspecto de una pareja que se muestra en el programa "Ricos y famosos" antes que un sospechoso de asesinato masivo y su abogado criminalista.

– ¿Cómo se siente? -le preguntó Darius.

– Bien.

– Bueno. La quiero en su mejor día. La cárcel es interesante si usted la toma como una experiencia de educación, pero ya estoy pronto para graduarme.

– Me complace ver que usted conserva su sentido del humor.

Darius se encogió de hombros.

– Tengo fe en usted, Tannenbaum. Esa es la razón por la que la contraté. Usted es la mejor. No me defraudará.

El elogio hizo que Betsy se sintiera bien. Se regodeó en ello y creyó lo que Darius le decía. Ella era la mejor. Esa fue la razón por la que Darius la eligió sobre Matthew Reynolds, Osear Montoya y los demás abogados criminalistas ya establecidos.

– ¿Quién es nuestro juez? -preguntó Darius.

– Pat Norwood.

– ¿Cómo es?

– Un viejo excéntrico que está próximo a retirarse. En la Corte se ve como un gnomo y actúa como un ogro. Tampoco es un estudioso de la ley. Pero es completamente imparcial. Norwood es rudo e impaciente con la fiscalía y la defensa, y no será engañado por Alan Page ni por la prensa. Si Page no logra el peso de los cargos sobre la declaración de fianza, Norwood hará lo que corresponda.

– ¿Cree que el Estado logrará su cometido? -preguntó Darius.

– No, Martin. No creo que lo logren.

Darius sonrió.

– Eso es lo que deseaba oír. -Luego su sonrisa se desvaneció cuando cambió de tema-. ¿Estará Lisa en la Corte?

– Por supuesto. Hablé con ella ayer.

– Parece que usted tiene más suerte de contactarse con mi esposa que yo.

– Lisa está con su padre. No se siente cómoda sola en la casa.

– Es cómico -dijo Darius, mostrando una sonrisa fría-. Llamé a Su Señoría ayer por la noche y me dijo que ella no estaba en casa.

– Tal vez hubiera salido.

– Está bien. La próxima vez que hable con mi esposa, por favor, dígale que me visite, ¿lo hará?

– Seguro. Oh, antes de que me olvide, hay una mujer llamada Nora Sloane que está escribiendo un artículo sobre las mujeres que actúan como abogado defensor. Ella desea seguirme en nuestro caso. Si la dejara, existe la posibilidad de que pueda conocer la estrategia de la defensa o las confidencias entre abogado y cliente. Le dije que debía pedirle permiso a usted antes de permitirle involucrarse. ¿Tiene alguna objeción a que siga nuestro caso?

Darius pensó en la pregunta por un momento y luego negó con la cabeza.

– No me importa. Además -sonrió-, usted tendrá mayor incentivo para hacer un gran trabajo por mí si alguien está escribiendo sobre usted.

– Jamás lo pensé de esa manera.

– Esa es la razón por la que soy millonario, Tannenbaum. Siempre imagino los ángulos


3

Había varias nuevas salas de tribunal equipadas con vídeos y computadoras que Patrick L. Norwood podría haber comandado por su alta posición en los tribunales, pero el juez Norwood prefirió la sala donde él había ejercido su puño de hierro durante veinte años. Ésta tenía techos altos, grandes columnas de mármol y estrado de madera tallada a mano. Era una sala anticuada, perfecta para un hombre con el temperamento judicial de un juez del siglo XIX.

La sala estaba colmada en su capacidad, para esta audiencia de fianza de Martin Darius. Aquellos que llegaron tarde para encontrar asiento se quedaron de pie haciendo una fila en el pasillo. Los espectadores debían pasar por un detector de metales antes de entrar en la sala, y había una cantidad extra de guardias de seguridad, a causa de las amenazas de muerte.

Harvey Cobb, un viejo hombre de color, llamó a la Corte al orden. Éste había sido el alguacil de Norwood desde el día en que el juez fuera nombrado. Norwood salió de su cámara a través de una puerta que estaba detrás del banco. Bajo y cuadrado, era tan desagradable como un pecado, pero su rostro de sapo estaba coronado por una cabeza de hermosos cabellos de un blanco inmaculado.

– Tomen asiento -dijo Cobb. Betsy tomó su lugar junto a Martin Darius y echó un rápida mirada a Alan Page, que estaba sentado junto a Randy Highsmith.

– Llame a sus primeros testigos, señor Page -le ordenó Norwood.

– El Estado llama a Ross Barrow, Su Señoría.

Harvey Cobb hizo que el detective Barrow levantara su mano derecha y jurara decir la verdad. Barrow se sentó en el banquillo de los testigos y Page presentó sus credenciales como investigador de homicidios.

– Detective Barrow, ¿en algún momento de mediados del mes de agosto tuvo conocimiento de una serie de desapariciones fuera de lo común?

– Sí. En agosto un detective de nuestro departamento de personas desaparecidas me dijo que una mujer de nombre Laura Farrar había sido dada por desaparecida, cuando así lo informó su esposo, Larry Farrar. Larry le dijo al detective que…

– Objeción, por rumores -dijo Betsy, y se puso de pie.

– No -declaró Norwood-. Ésta es una audiencia para fianza, no un juicio. No voy a permitir que el Estado se salga de su camino. Si usted necesita examinar a algunos de estos testigos, puede citarlos. Sigamos adelante, señor Page.

Page asintió a Barrow, que continuó con su relato de la investigación.

– Farrar le dijo al detective que había regresado a su casa el diez de agosto, cerca de las ocho. Su casa se veía normal, pero su esposa no estaba. No faltaba nada de sus ropas ni de su maquillaje. En síntesis, no faltaba nada de la casa, en lo que él podía ver. La única circunstancia fuera de lo común fue la presencia de una rosa y una nota que el señor Farrar encontró sobre la almohada de su esposa.

– ¿Había algo extraño con la rosa?

– Sí, señor. Un informe del laboratorio indica que había sido teñida de negro.

– ¿Qué decía la nota?

– "Jamás me olvidarán".

Page le dio un documento y una fotografía al empleado del juez.

– Ésta es una fotografía de la nota de Farrar y de la rosa, Su Señoría. Los originales todavía están en el laboratorio. Hablé acerca de esto con la señora Tannenbaum y ella desea estipular la introducción de estas y otras copias, sólo a efectos de esta audiencia.

– ¿Es así? -le preguntó Norwood a Betsy. Ella asintió.

– Se recibirán estas pruebas.

– ¿Le anunció a usted el detective de personas desaparecidas acerca de una segunda desaparición producida a mediados de septiembre?

– Sí, señor. Wendy Reiser, la esposa de Thomas Reiser, se registró como desaparecida, según informe de su marido, en circunstancias idénticas.

– ¿En la casa, nada fuera de lugar o que faltara?

– Correcto.

– ¿Encontró el señor Reiser una rosa negra y una nota, sobre la almohada de su mujer?

– Sí.

Page introdujo una fotocopia de la nota de Reiser y también una fotografía de la rosa.

– ¿Qué dijo el laboratorio sobre la segunda nota y la rosa?

– Son idénticas a la nota y la rosa encontradas en la casa de Farrar.

– Por último, detective, ¿se enteró usted de una tercera y reciente desaparición?

– Sí, señor. Russell Miller informó que su esposa, Victoria, desapareció en circunstancias que fueron idénticas a las de los otros casos. La nota y la rosa sobre la almohada. Nada fuera de lugar ni que faltara en la casa.

– Hace varios días, ¿se enteró usted de dónde se encontraban las mujeres?

Barrow asintió con seriedad.

– Las tres mujeres y un hombre no identificado se encontraban enterrados en una obra en construcción perteneciente a la empresa Construcciones Darius.

– ¿Quién es el dueño de Construcciones Darius?

– Martin Darius, el acusado.

– ¿Estaba la entrada al obrador cerrada con llave?

– Sí, señor.

– ¿Había un agujero abierto en la cerca que estaba cerca del lugar donde se encontraron los cuerpos?

– Sí, señor.

– ¿Había huellas de neumáticos cerca de ese agujero?

– Sí.

– La noche en que usted arrestó al señor Darius, ¿hizo efectiva una orden de allanamiento de su residencia?

– Sí, señor.

– ¿Encontró usted, durante ese allanamiento, algún vehículo?

– Encontramos una camioneta, un BMW y un Ferrari de color negro.

– Procedo a introducir las pruebas número diez a la veintitrés, que son fotografías de la obra en construcción, el agujero en la cerca, las huellas de los neumáticos, el lugar de entierro y los cuerpos que se retiraron de allí, y de los vehículos.

– No hay objeción -dijo Betsy.

– Recibido.

– ¿Se hizo un molde de las huellas de neumáticos?

– Sí. Las huellas que había en la obra en construcción coincidían con el BMW que se encontró en la casa de Darius.

– ¿Se examinó el baúl del BMW para ver si había rastros de la evidencia, como cabellos o fibras, que hayan pertenecido a cualquiera de las víctimas?

– Sí, señor. No se encontró nada.

– ¿Explicó el informe de laboratorio la razón?

– El baúl había sido aspirado y limpiado recientemente.

– ¿Cuántos años tiene el BMW?

– Un año.

– ¿No era un automóvil nuevo?

– No, señor.

– Detective Barrow, ¿tiene usted conocimiento de alguna conexión entre el acusado y las mujeres asesinadas?

– Así es. Sí. El señor Reiser trabaja para el estudio jurídico que representa a Construcciones Darius. Él y su esposa estuvieron con el acusado en una fiesta que el señor Darius ofreció este verano para celebrar la inauguración de un nuevo centro comercial.

– ¿Cuándo se produjo la desaparición de la primera mujer, Laura Farrar, después de la fiesta?

– Aproximadamente a las tres semanas.

– ¿Estaban el señor y la señora Farrar en esa fiesta?

– Sí. El señor Farrar trabaja para el estudio contable que presta servicios para el señor Darius.

– ¿Y Russell y Victoria Miller?

– Ellos también estaban en la fiesta, pero tienen vínculos más cercanos con el acusado. El señor Miller fue puesto recientemente a cargo de la cuenta de Construcciones Darius en Brand, Gates y Valcroft, la agencia de publicidad. También ellos se conectaron socialmente con el señor y la señora Darius.

Page verificó sus notas, conferenció con Randy Highsmith y luego dijo:

– Señora Tannenbaum, su testigo.

Betsy miró el anotador en el cual ella había anotado varios puntos que deseaba hacer ver a través del testimonio de Barrow. Seleccionó varios informes de la policía desde el descubrimiento que ella recibiera del fiscal de distrito.

– Buenos días, detective Barrow. Equipos de criminalistas pertenecientes al laboratorio del crimen del estado de Oregón revisaron las tres casas de las mujeres, ¿no es así?

– Es cierto.

– ¿No es también cierto que ninguno de estos experimentados científicos encontraron una sola evidencia física que conecte a Martin Darius con las casas de Laura Farrar, Victoria Miller o Wendy Reiser?

– La persona que asesinó a estas tres mujeres es muy inteligente. Él sabe cómo limpiar la escena del crimen.

– Su Señoría -dijo con calma Betsy-, ¿podría usted por favor instruir al detective Barrow para que escuche las preguntas que se le hacen y responda a dichas preguntas? Estoy segura de que el señor Page tratará de explicar los problemas de su caso durante la discusión.

El juez Norwood miró con odio a Betsy.

– No necesito un editorial de usted, señora Tannenbaum. Simplemente presente sus objeciones. -Luego Norwood giró hacia el testigo-. Y usted ha testificado suficientes veces como para saber que debe responder sólo a lo que se le pregunta. Ahórrese las respuestas inteligentes. No me causan impresión.

– Por tanto, detective Barrow, ¿cuál es su respuesta? ¿Se encontró un solo rastro de evidencia física que conecte a mi cliente con cualquiera de las víctimas en cualquiera de los hogares de las mujeres desaparecidas?

– No.

– ¿Qué me dice de los cuerpos?

– Encontramos las huellas de los neumáticos.

– ¿Señoría?'-preguntó Betsy.

– Detective Barrow, ¿había huellas de neumáticos sobre el cuerpo de alguna de esas mujeres? -preguntó sarcástico el juez.

Barrow se mostró avergonzado.

– Lo siento, Su Señoría.

– ¿Comprende la pregunta, detective? -le preguntó el juez Norwood.

– No había evidencia física en el lugar del entierro que conectara al acusado con cualquiera de las mujeres.

– ¿Y en el lugar del entierro se encontró también a un hombre?

– Sí.

– ¿Quién es él?

– No lo sabemos.

– ¿De modo que no existe nada que conecte a este hombre con Martin Darius?

– No lo sabemos. Hasta que descubramos quién es, no podemos investigar la posible conexión con su cliente.

Betsy iba a objetar pero decidió dejar pasar el comentario. Si Barrow seguía defendiéndose, entonces seguiría molestando al juez.

– Usted le habló al juez de las huellas de neumáticos que se encontraron próximas a la cerca. ¿No cree que debería contarle de su entrevista con Rudy Doschman?

– Yo lo entrevisté. ¿Qué tiene eso que ver?

– ¿Tiene usted el informe de esa entrevista? -preguntó Betsy, mientras caminaba hacia el estrado de los testigos.

– No lo tengo conmigo.

– ¿Por qué no toma mi copia y lee el párrafo? -dijo Betsy, ofreciéndole al detective el informe policial que ella había encontrado en el material de descubrimiento. Barrow leyó el informe y levantó la vista.

– ¿El señor Doschman es el capataz de Construcciones Darius que estaba trabajando en la obra en construcción donde se encontraron los cuerpos? -preguntó Betsy.

– Sí.

– ¿Le dijo a usted que el señor Darius visitó el lugar en muchas ocasiones o no?

– Sí.

– ¿En su BMW?

– Sí.

– ¿Le explicó él también que el agujero en la cerca había estado allí desde hacía un tiempo?

– Sí.

– En síntesis. ¿Puede haber sido la forma en que entraron al lugar los pirómanos que incendiaron algunas de las casas del señor Darius, hace algunas semanas atrás?

– Podría ser.

– ¿Existe alguna evidencia que vincule al señor Darius con las rosas y las notas?

Barrow se mostró como si fuese a decir algo, pero se contuvo y negó con la cabeza.

– Y se mantiene usted en esa declaración, aun cuando los oficiales del Departamento de Policía de Portland hicieron una profunda búsqueda, conforme a la orden de allanamiento, de la casa del señor Darius.

– No encontramos nada que lo vincule a él con las rosas ni las notas -dijo con suavidad Barrow.

– ¿Tampoco ningún arma que sirviera para matar?

– No.

– ¿Nada en el baúl del BMW que lo conecte con los crímenes?

– No.

Betsy se volvió hacia Darius.

– ¿Algo más que usted desee que yo pregunte?

Darius sonrió.

– Lo está haciendo bien, Tannenbaum.

– No más preguntas.

Barrow se puso de pie, salió del estrado de los testigos y deprisa se dirigió a la parte posterior de la sala, mientras Page llamaba a su siguiente testigo.

– Doctora Susan Gregg -dijo Page.

– Una atractiva mujer de cuarenta años de cabellos dorados, vestida con un sobrio traje color gris, tomó su lugar en el estrado.

– ¿Requiere la asesora legal las calificaciones de la doctora Gregg a los efectos de esta audiencia? -le preguntó Page a Betsy.

– Suponemos que la doctora Gregg es bien conocida por la Corte -dijo Betsy-, de modo que, al solo efecto de esta audiencia, estipulamos que la doctora Gregg es el médico forense del Estado y calificada para dar opinión sobre la causa de muerte.

– Gracias -dijo Page a Betsy-. Doctora Gregg, ¿fue llamada usted, a principios de esta semana, a una obra en construcción de propiedad de Construcciones Darius, para examinar los restos de cuatro individuos que fueron enterrados allí?

– Sí.

– ¿Y realizó usted las autopsias de las cuatro víctimas?

– Sí.

– ¿Qué es una autopsia, doctora Gregg?

– Es el examen de un cuerpo después de muerto para determinar, entre otras cosas, la causa de su deceso.

– ¿Nos explicará qué hizo en sus autopsias?

– Por cierto. Examiné con cuidado los cuerpos en busca de heridas graves, enfermedades naturales y otras causales de muerte, también naturales.

– ¿Murió alguna de las víctimas de muerte natural?

– No.

– ¿Qué heridas observó usted?

– Los cuatro individuos tenían numerosas quemaduras y cortes en varias partes de sus cuerpos. Tres de los dedos de la mano del hombre fueron seriamente seccionados. Había evidencia de cortes profundos en los pechos de las mujeres. Los pezones les habían sido mutilados, así como también los genitales tanto de las mujeres como del hombre. ¿Desea que entre en detalles?

– Para esta audiencia, eso no será necesario. ¿Cómo murieron las mujeres?

– Sus abdómenes fueron seriamente cortados, dando por resultado heridas graves de los intestinos y las visceras.

– Cuando una persona es destripada, ¿muere rápidamente?

– No. En estas condiciones una persona puede permanecer viva por cierto tiempo.

– ¿Puede usted darle a la Corte una estimación aproximada?

Grcgg se encogió de hombros.

– Es difícil de decir. De dos a cuatro horas. Finalmente mueren de un ataque o por pérdida de sangre.

– ¿Y esa fue la causal de muerte de estas mujeres?

– Sí.

– ¿Y del hombre?

– Él sufrió un impacto mortal de arma en la parte posterior de la cabeza.

– ¿Pidió usted exámenes de laboratorio?

– Sí. Tengo un análisis de sangre para ver el dosaje de alcohol. Los resultados fueron negativos en todas las víctimas. Pedí análisis de orina para ver si hubo ingestión de drogas. Esto involucró el análisis de la orina para comprobar la presencia de cinco drogas: cocaína, morfina, marihuana, anfetaminas y PCP. Todos los resultados fueron negativos.

Page estudió sus notas y conferenció con Highsmith antes de cederle la testigo a Betsy. Ella volvió a leer una parte del informe de autopsia y frunció el entrecejo.

– Doctora Gregg, tengo dudas por algunas declaraciones que usted hizo en la página cuatro de su informe. ¿Fueron violadas las mujeres?

– Es difícil de decir. Encontré lastimaduras y desgarros alrededor de los genitales y del recto. El desgarro indicaría la invasión allí de algún elemento extraño.

– ¿Hizo análisis de semen?

– No encontré rastros de líquido seminal.

– ¿De modo que usted no puede decir de manera concluyeme que las mujeres fueron violadas?

– Sólo puedo decir que hubo penetración y heridas serias por violencia. No hubo evidencia de eyaculación masculina.

– ¿Llegó a la conclusión de si las mujeres fueron asesinadas en la obra en construcción?

– Creo que las mataron en cualquier otro lugar.

– ¿Por qué?

– Habría habido gran cantidad de sangre en el escenario del crimen, debido a las serias heridas. También a dos de las mujeres les faltaban órganos del abdomen.

– ¿Haría desaparecer la lluvia los rastros de sangre?

– No. Fueron enterradas. La lluvia habría borrado los rastros de la superficie, pero deberíamos haber encontrado mayor cantidad debajo de los cuerpos, en sus tumbas.

– ¿De modo que usted cree que las víctimas fueron asesinadas en cualquier otro lugar y transportadas luego allí?

– Sí.

– Si hubieran sido transportadas en el baúl del BMW, ¿se podrían borrar los rastros de sangre que podrían haber quedado allí?

– Objeción -dijo Page-. La doctora Gregg no está calificada para contestar esa pregunta. Es médica, no química forense.

– La dejaré contestar, si ella puede hacerlo -ordenó el juez.

– Me temo que eso está fuera de mi área de conocimiento -contestó la doctora.

– ¿El hombre no fue destripado?

– No.

– No más preguntas.

Alan Page se puso de pie. Se mostró un tanto inseguro.

– Su Señoría, me llamaré a mí mismo como testigo. El señor Highsmith me interrogará.

– Objeción, Su Señoría. No es ético por parte de un fiscal presentarse como testigo en una causa que él está presentando.

– Eso podría ser válido en un juicio ante jurado, Su Señoría -respondió Page-, pero la Corte no tendrá problemas en decidir sobre mi credibilidad como testigo, si de eso se duda, simplemente porque yo también defiendo la posición del Estado.

Norwood se mostró preocupado.

– Esto no es común. ¿Por qué debe usted ser testigo?

– ¿Qué es lo que intenta hacer? -le preguntó susurrando Darius al oído de Betsy.

Betsy movió la cabeza. Ella estudiaba a Page. Éste no se encontraba cómodo y estaba sombrío. Algo preocupaba al fiscal de distrito.

– Su Señoría, estoy en posesión de evidencia que debe usted conocer, si debe tomar una decisión razonada sobre la fianza. A menos que yo testifique, no tendrá usted la evidencia más importante que tenemos para decir que Martin Darius es el hombre que mató a Laura Farrar, Wendy Reiser y Victoria Miller.

– Estoy confundido, señor Page -dijo Norwood, tentativo-. ¿Cómo puede usted tener esta evidencia? ¿Fue usted testigo ocular? -Norwood negó con la cabeza-. No lo comprendo.

Page se aclaró la voz.

– Su Señoría, hay una testigo. Su nombre es Nancy Gordon. -Darius respiró profundo y se inclinó hacia adelante-. Hace diez años, una serie idéntica de asesinatos ocurrieron en Hunter's Point, Nueva York. El día antes de que encontráramos los cuerpos, la detective Gordon me contó de esos asesinatos y de por qué ella creía que Martin Darius los había cometido.

– Entonces llamemos a la detective Gordon -dijo Norwood.

– No puedo. Ha desaparecido y tal vez esté muerta. Se registró en un hotel después de abandonar mi casa. La llamé por telefono varias veces comenzando alrededor de las ocho, ocho y treinta, de la mañana siguiente. Creo que algo le sucedió poco después de que se registrara en el hotel. Se ve que estaba desempacando cuando algo la interrumpió. Todas sus pertenencias estaban en la habitación, pero ella no ha regresado a buscarlas. Tengo un equipo de detectives buscándola, pero hasta ahora no ha habido resultados.

– Su Señoría -dijo Betsy-, si el señor Page va a testificar sobre las declaraciones de esta mujer, para probar que mi cliente asesinó a algunas mujeres hace diez años, será por puros trascendidos. Sé que la Corte le da al señor Page libertad de acción, pero el señor Darius tiene derechos que le confiere la Constitución estatal y federal, a fin de confrontar testigos en su contra.

Norwood asintió.

– Eso es cierto, señora Tannenbaum. Le diré, señor Page, que esto me molesta. ¿No hay otro testigo de Hunter's Point al que pueda llamar para testificar por estos crímenes?

– No en tan poco tiempo. Conozco los nombres de los otros detectives que trabajaron en el caso, pero ellos ya no trabajan más para la policía de Hunter's Point y no los he buscado.

Norwood se recostó sobre el respaldo del asiento y casi desapareció de la vista. Betsy moría por saber lo que la detective desaparecida le había contado a Page, pero debía evitar el testimonio si esta era la munición que Page necesitaba para mantener en la cárcel a Martin Darius.

– Son las once y quince, señores -dijo Norwood-. Se suspende la audiencia hasta la una y treinta. Oiré entonces los argumentos legales.

Norwood se puso de pie y salió de la sala. Harvey Cobb golpeó el martillo y todos se pusieron de pie.

– Ahora sé por qué Page cree que yo maté a esas mujeres -le susurró Darius a Betsy-. ¿Cuándo podemos hablar?

– Iré ahora a la cárcel.

Betsy se volvió hacia uno de los guardias.

– ¿Puede poner al señor Darius en una sala de entrevistas? Deseo hablar con él.

– Seguro, señora Tannenbaum. Vamos a esperar que se retire la gente de la sala para llevarlo. Si lo desea, puede venir con nosotros en el ascensor de la cárcel.

– Gracias, así lo haré.

El guardia le colocó las esposas a Darius. Betsy miró hacia la parte trasera de la sala. Lisa Darius estaba cerca de la puerta, hablando con Nora Sloane. Lisa miró a Betsy. Ésta le sonrió. Lisa no le sonrió, sino que hizo un gesto hacia ella. Betsy levantó la mano para hacerle saber que iría para allí. Lisa le dijo algo a Sloane. Ésta sonrió y le palmeó el hombro; luego abandonó la sala.

– Iré a hablar con Lisa por un momento -le dijo Betsy a Darius.

– Lisa estaba esperando en la puerta, mirando nerviosa por el vidrio a los periodistas que esperaban.

– Esa mujer me dijo que trabaja con usted en un artículo para el Pacific West -dijo Lisa.

– Es cierto. Vendrá con nosotros mientras yo llevo a cabo el juicio de Martin, para ver cómo trabajo.

– Me dijo que le gustaría hablar conmigo. ¿Qué debo hacer?

– Nora parece ser una persona responsable, pero usted toma la decisión. ¿Cómo lo está soportando?

– Esto es terrible. Los reporteros no me dejan en paz. Cuando me mudé a la casa de mi padre, me vi obligada a hacerlo por los bosques, para que no se enteraran del lugar adonde me dirigía.

– Lo siento, Lisa. Esto no será nada fácil para usted.

Lisa dudó y luego le preguntó:

– ¿Dejará el juez libre a Martin bajo fianza?

– Hay una buena posibilidad de que lo haga. Hasta aquí la evidencia presentada por el Estado ha sido muy débil.

Lisa se mostró preocupada.

– ¿Hay algo que la preocupa?

– No -contestó demasiado rápidamente.

– Si sabe algo de este caso, por favor dígamelo. No deseo tener ninguna sorpresa.

– Son los reporteros los que en realidad me inquietan -dijo Lisa, pero Betsy sabía que estaba mintiendo.

– Estamos prontos -le dijo el guardia a Betsy.

– Debo hablar con Martin. Él desea que lo visite.

Lisa asintió, pero sus pensamientos parecían estar muy lejanos.


– ¿Quién es Nancy Gordon? -le preguntó Betsy a Darius. Estaban sentados uno junto al otro en el estrecho lugar de la sala de visitas de la prisión del tribunal.

– Uno de los detectives del equipo de investigación. La conocí la noche en que Sandy y Melody murieron. Me entrevistó en la casa. Gordon estaba comprometida con otro policía, pero a este lo mataron unas pocas semanas antes de su boda. Ella todavía lo estaba llorando cuando yo me uní al equipo de investigación y Nancy trató de ayudarme a llevar adelante mi dolor.

"Nancy y yo estuvimos juntos en varias ocasiones. No me di cuenta, pero ella tomó mi amistad como otra cosa, bueno… -Darius miró a Betsy a los ojos. Sus rodillas casi se tocaban. Inclinó la cabeza hacia ella-. Yo era vulnerable. Ambos lo éramos. Usted no puede comprender cómo se siente cuando pierde a alguien que ama, hasta que le sucede a uno”.

"Yo me convencí de que Waters era el asesino de la rosa y cometí una estupidez. Sin decirle a nadie, comencé a seguirlo. Incluso me aposté fuera de su casa, deseando atraparlo en el acto. -Darius sonrió sumiso-. Hice muchas tonterías y casi arruino la investigación. Mi presencia resultó tan obvia que un vecino llamó a la policía para quejarse de un extraño que estaba apostado en la puerta de su casa. La policía vino y yo me sentí como un idiota. Nancy me retó. Nos encontramos en un restaurante que estaba cerca de la estación de policía y ella me dijo lo que pensaba”.

"Para cuando terminamos de comer, era tarde. Le ofrecí llevarla a su casa pues tenía el automóvil en reparación. Ambos habíamos tomado un par de cervezas. No recuerdo quién de los dos comenzó. La cuestión es que terminamos en la cama”.

Darius bajó la mirada, como si se sintiera avergonzado. Luego meneó la cabeza.

– Fue algo estúpido de hacer. Debería haber sabido que ella lo tomaba como algo serio. Quiero decir, fue bueno para ambos tener a alguien con quien pasar la noche. Ambos estábamos tan solos… Pero ella pensó que yo la amaba, y yo no la amaba. Fue demasiado pronto después de lo de Sandy. Cuando no quise continuar con la relación, se amargó. Afortunadamente poco después atraparon a Waters y mi conexión con el equipo de investigación concluyó, de modo que no había razón alguna para que continuáramos viéndonos. Sólo que Nancy no pudo tolerarlo. Me llamaba a casa y a la oficina. Deseaba que nos encontráramos y habláramos de nosotros. Le dije que no existía el tal "nosotros", pero era difícil para ella aceptarlo.

– ¿Lo aceptó?

Darius asintió.

– Dejó de llamarme, pero supe que estaba amargada. Lo que no puedo comprender es cómo pudo ella pensar en la posibilidad de que yo hubiera asesinado a Melody y a Sandy.

– Si el juez deja que Page testifique -le dijo Betsy-, pronto lo sabremos.

Capítulo 12

– Permítame decirle cómo lo veo, señora Tannenbaum -dijo el juez Norwood-. Sé lo que dice la Constitución sobre la confrontación con testigos y no digo que usted no tenga lazón, pero ésta es una audiencia para una fianza y las leyes son diferentes que en un juicio. Lo que el señor Page trata de hacer es convencerme de que él posee tanta evidencia que un veredicto de culpabilidad en juicio es casi seguro. El cree que esta evidencia aparecerá con esta detective que ha desaparecido o de algún otro testigo de Nueva York. Lo dejaré presentar la evidencia, pero tendré también en cuenta que él no tiene al testigo y que tal vez no pueda hacerlo aparecer, a ella o a los otros detectives, en el juicio. De modo que decidiré qué peso darle a este testimonio, pero lo dejaré presentar el caso. Si usted no está de acuerdo con mi parecer, no la culpo. Podría equivocarme. Esa es la razón por la que apelamos en la Corte. Pero, en este momento, el señor Page puede testificar.

Betsy ya había hecho sus objeciones para el registro, de modo que no dijo nada más cuando Alan Page hizo su juramento.

– Señor Page -preguntó Randy Highsmith-, la noche anterior a que fueran desenterrados los cuerpos de Victoria Miller, Wendy Reiser, Laura Farrar y del hombre no identificado en el predio de construcción perteneciente al acusado, ¿recibió usted en su casa la visita de una mujer?

– Sí.

– ¿Quién era esa mujer?

– Nancy Gordon, detective del Departamento de Policía de Hunter's Point en Nueva York.

– ¿Cuando la detective Gordon lo visitó eran ampliamente conocidos los detalles que rodeaban las desapariciones de las tres mujeres de Portland?

– Todo lo contrario, señor Highsmith. La policía y la oficina del fiscal de distrito no tenían certeza del estado de las mujeres desaparecidas, de modo que las estábamos tratando como casos de personas desaparecidas. Nadie de la prensa conocía los vínculos entre los casos, y los maridos cooperaban con nosotros, sin divulgar detalles de las desapariciones.

– ¿Cuáles eran los vínculos a los que se refirió?

– Las rosas negras y las notas que decían: "Jamás me olvidarán".

– ¿Qué dijo la detective Gordon que lo llevó a creer que ella poseía información que podría ser útil para resolver el misterio que rodeaba las desapariciones del caso?

– Ella sabía lo de las notas y las rosas.

– ¿Dónde dijo que ella había conocido esto?

– Hacía diez años, en Hunter's Point, cuando ocurrió una serie casi idéntica de desapariciones.

– ¿Cuál era la conexión que ella tenía con el caso de Hunter's Point?

– Era miembro de un equipo de investigación asignado para ese caso.

– ¿Cómo se enteró la detective Gordon de nuestras desapariciones y de las similitudes entre los casos?

– Ella dijo que había recibido un anónimo que la llevó a creer que la persona que fue responsable de los asesinatos de Hunter's Point vivía ahora en Portland.

– ¿Quién era esa persona?

– Ella la conoció con el nombre de Peter Lake.

– ¿Le dio ella algunos antecedentes de Peter Lake?

– Sí. Peter Lake fue un abogado de éxito en Hunter's Point. Estaba casado con Sandra Lake y tenían una hija de seis años de nombre Melody. La esposa y la hija fueron asesinadas y se encontró en el suelo, cerca del cuerpo de la madre, una nota con la frase "Jamás me olvidarán". Lake tenía mucha relación con el grupo de políticos del gobierno, y el intendente de Hunter's Point le ordenó al jefe de policía que lo incluyera en el equipo de investigación. Lake pronto se convirtió en el principal sospechoso, aunque él no tenía conciencia del hecho.

– ¿Se compararon las huellas digitales de Peter Lake con las de Martin Darius?

– Sí.

– ¿Cuál fue el resultado?

– Martin Darius y Peter Lake son la misma persona.

Highsmith le ofreció al empleado del juzgado dos tarjetas de huellas digitales y un informe del experto en huellas e introdujo esto como evidencia.

– Señor Page, ¿le dijo la detective Gordon por qué ella creía que el acusado asesinó a las mujeres de Hunter's Point?

– Sí.

– Dígale a la Corte lo que ella le dijo.

– Peter Lake tenía una conexión con cada una de las mujeres que desapareció en Hunter's Point. Gloria Escalante formó parte de uno de sus jurados. Samantha Reardon pertenecía al mismo club de campo que los Lake. El marido de Anne Hazelton era fiscal, y los Lake y los Hazelton habían concurrido juntos a muchas de las funciones del colegio de abogados. Patricia Cross y Sandra Lake, la esposa de Peter, fueron ambas miembros de la liga de estudiantes.

"La detective Gordon conoció a Lake la noche en que Sandra y Melody Lake fueron asesinadas. Ésa fue la primera vez en que se descubría un cuerpo. En los otros casos, cuando las mujeres desaparecieron, se encontraron la nota y la rosa sobre la almohada de la mujer, en su dormitorio. Ninguna de esas notas tenía huellas digitales. La nota que se encontró en la casa de Lake tenía las huellas digitales de Sandra Lake. Los detectives creyeron que Sandra había descubierto la nota y fue asesinada por su marido, a fin de evitar que ella lo vinculara a él con las desapariciones cuando se hiciese público el tema de las notas. También creyeron que Melody vio cómo asesinaba a su madre y entonces la mató porque era testigo”.

– ¿Hubo algún problema cuando Peter Lake le informó a la policía sobre los asesinatos?

– Sí. Peter Lake le dijo a la policía que había descubierto los cuerpos justo cuando entró en la casa, que se sentó por un rato en los escalones, embargado por la impresión, y luego procedió a llamar al 911. El llamado del 911 se produjo a las ocho quince, pero un vecino, que vivía cerca de los Lake, vio a Peter Lake que llegaba a su casa después de las siete y veinte. El equipo de investigaciones creyó que Lake había tardado cincuenta y cinco minutos en informar sobre los asesinatos, ya que las víctimas estaban vivas cuando él llegó a su casa.

– ¿Hubo algo más que implicara a Lake?

– Un hombre llamado Henry Waters trabajaba para una florería. Su camión estaba estacionado cerca de la casa de los Escalante el día en que desapareció la señora de Escalante. Waters tenía antecedentes de abuso sexual, por mirón. El cuerpo de Patricia Cross fue encontrado en el sótano de la casa de Waters. Había sido destripado, de la misma manera que las mujeres de Portland.

"Waters nunca fue un sospechoso, pero Lake no sabía eso. Waters era casi retardado mental y no tenía antecedentes de violencia. No hubo ninguna conexión entre él y otra de las víctimas. Sin decirle a nadie, Lake se apostó en la casa de Waters y lo siguió durante días, antes de que se descubriera el cuerpo de Patricia Cross.

– ¿Qué llevó a la policía a la casa de Waters?

– Un llamado anónimo, que jamás fue identificado. Los miembros del equipo de investigación pensaron que Lake llevó a Cross a la casa de Waters, la asesinó en el sótano y luego hizo el llamado a la policía.

– ¿Por qué no se enjuició a Lake en Hunter's Point?

– Mataron a Waters durante el arresto. El jefe de policía y el intendente hicieron público el caso declarando a Waters el asesino de la rosa. No hubo más asesinatos y los casos fueron cerrados.

– ¿Por qué la detective Gordon vino a Portland?

– Cuando ella se enteró de las notas y las rosas de Portland, supo que la misma persona debía ser la responsable de los crímenes de Hunter's Point y Portland, ya que el color de las rosas y el contenido de las notas jamás se hizo público en Hunter's Point.

– ¿Dónde fue la detective Gordon después de dejar su casa?

– Al hotel Lakeview. El gerente del hotel dijo que ella se había registrado alrededor de veinte minutos después de abandonar mi casa.

– ¿Vio o habló usted con la detective Gordon desde que ella se fue de su domicilio?

– No. Ella desapareció.

– ¿Registró usted su habitación del hotel?

Page asintió.

– Parece que ella estaba desempacando cuando algo sucedió. Cuando estuvo en mi casa, tenía un portafolios con mucho material sobre el caso. Éste no aparece ahora. También encontramos la dirección de la obra en construcción donde se hallaron los cuerpos. Ésta estaba anotada en un anotador, junto al teléfono.

– ¿Qué conclusión saca usted de eso?

– Alguien la llamó con la dirección.

– ¿Qué cree que sucedió entonces?

– Bueno, ella no tenía automóvil. Verificamos con todas las empresas de taxis. Ninguno la había recogido del hotel Lakeview. Creo que la persona que la llamó la pasó a buscar.

– No más preguntas, Su Señoría.

Betsy le sonrió a Page, pero este no le sonrió a ella. Se mostró sombrío y tieso en su asiento, con la espalda erguida, las manos entrelazadas en la falda.

– Señor Page, hubo una extensa investigación en Hunter's Point, ¿no es así?

– Eso fue lo que me dijo la detective Gordon.

– Supongo que usted leyó los informes de la policía sobre esa investigación.

– No -le contestó Page, moviéndose incómodo en su asiento.

– ¿Por qué es eso así?

– No los tengo.

– ¿Los pidió de Hunter's Point?

– No.

Betsy frunció el entrecejo.

– Si tiene planeado que la detective Gordon testifique, deberá mostrar los informes.

– Lo sé.

– ¿Hay alguna razón por la que no los ha pedido?

Page se sonrojó.

– Se han perdido.

– ¿Cómo?

– La policía de Hunter's Point los está buscando. Se supone que los informes se encuentran en archivo, pero no están. Creemos que la detective Gordon puede saber dónde se encuentran, ya que ella tenía algunos elementos, incluyendo la tarjeta con las huellas digitales de Peter Lake, que suponemos provienen del archivo.

Betsy decidió cambiar a otro tema.

– Usted en su declaración ha repetido varias veces: "El equipo de investigaciones creyó…" ¿Habló usted con los miembros de ese equipo?

– No, sólo con la detective Gordon.

– ¿Sabe por lo menos dónde se encuentran?

– Acabo de enterarme de que Frank Gnmsbo es jefe de seguridad de Marlin Steel.

– ¿Dónde se encuentra su oficina?

– Albany, Nueva York.

Betsy tomó nota.

– ¿No habló con Grimsbo?

– No.

– ¿Cómo se llaman los otros detectives?

– Además de Gordon y Grimsbo, estaba un criminalista de nombre Glen Michaels y otro detective llamado Wayne Turner.

Betsy escribió los nombres. Cuando levantó la mirada para enfrentarse a Page, este tenía el rostro de piedra.

– Señor Page, ¿,no es verdad que usted no tiene base de sustento para la historia que su misteriosa visitante le contó?

– Más que lo que dijo la detective, no.

– ¿Qué detective?

– Nancy Gordon.

– ¿Era ésta la primera vez que usted veía a esa mujer?

Page asintió.

– ¿Vio usted alguna vez una fotografía de Nancy Gordon?

– No.

– De modo que no puede decir que la persona que se presentó como la detective Nancy Gordon era realmente Nancy Gordon, ¿no es así?

– En el Departamento de Policía de Hunter's Point trabaja una tal Nancy Gordon.

– No lo dudo. Pero no sabemos si es ella la persona que lo visitó, ¿no es así?

– No.

– Tampoco existe prueba de que esta mujer esté muerta o incluso sea víctima de una trampa, ¿no es así?

– Está desaparecida.

– ¿Se encontró sangre en su habitación?

– No.

– ¿Alguna señal de pelea?

– No -contestó Page, de mala gana.

– ¿Hubo algún testigo de los asesinatos de Melody y de Sandra Lake?

– Tal vez su cliente haya presenciado los asesinatos -contestó Page, desafiante.

– Usted no tiene nada sino teorías expuestas por una misteriosa mujer, para dar sustento a su posición.

– Eso es cierto.

– ¿No es también verdad que el jefe de policía y el intendente de Hunter's Point declararon oficialmente a Henry Waters como el asesino de esas mujeres?

– Sí.

– ¿Eso incluiría también a Sandra y Melody Lake?

– Sí.

– Lo que convertiría al señor Lake, el señor Darius, en una víctima, ¿no es así?

Page no contestó, y Betsy no lo presionó.

– Señor Page, hubo seis víctimas en Hunter's Point, incluyendo a una niña de seis años. ¿Puede usted pensar en una razón por la que un funcionario público responsable cerraría un caso como ese y públicamente declararía a un individuo ser el asesino, si existía alguna posibilidad de que el verdadero asesino estuviera todavía suelto?

– Tal vez los funcionarios deseaban atenuar los temores de la comunidad.

– ¿Quiere decir usted que el anuncio público podría ser parte de un ardid para hacer que el asesino bajara la guardia mientras proseguía la investigación?

– Exactamente.

– Pero la investigación no continuó, ¿no es así?

– No, según la detective Gordon.

– ¿Y los asesinatos no siguieron después de que mataron al señor Waters, no es así?

– Sí.

Betsy hizo una pausa y miró directamente al juez Norwood.

– No más preguntas, Su Señoría.

– ¿Señor Highsmith? -preguntó el juez.

– No tengo más que preguntar al señor Page.

– Puede bajar del estrado, señor Page.

Page se puso de pie lentamente. Betsy creyó verlo fatigado y vencido. Se sintió satisfecha por esto. No disfrutó humillando a Page, parecía un tipo decente, pero Page se había merecido la pena que ella le infligiera. Era claro que había arrestado a Darius con una evidencia mínima, lo hizo pasar varios días en la cárcel y lo difamó públicamente. Una derrota pública era un precio pequeño a pagar por esa clase insensible de desinterés en sus deberes públicos.

– ¿Hay más testigos? -preguntó el juez.

– Sí, Su Señoría. Dos, ambos breves -contestó Highsmith.

– Proceda.

– El Estado llama a Ira White.

Un hombre rechoncho, mal vestido con un traje de color marrón, se apresuró desde el fondo del tribunal. Sonrió nervioso cuando hizo el juramento. Betsy supuso que debería tener alrededor de treinta años.

– Señor White, ¿en qué trabaja usted? -preguntó Randy Highsmith.

– Soy vendedor en Herramientas Finletter.

– ¿Dónde queda su casa matriz?

– Phoenix, Arizona, pero mi territorio es Oregón, Montana, Washington, Idaho y partes del norte de California, cerca de la frontera de Oregón.

– ¿Dónde se encontraba usted a las dos de la tarde, el once de octubre de este año?

La fecha la hizo acordarse de algo. Betsy verificó los informes de la policía. Esa noche, se había informado que Victoria Miller había desaparecido.

– En mi habitación del hotel Hacienda -dijo White.

– ¿Dónde se encuentra ese hotel?

– Está en Vancouver, Washington.

– ¿Por qué estaba usted en su habitación?

– Acababa de registrarme. Tenía programada una reunión para las tres y deseaba desempacar, ducharme y cambiarme la ropa de viaje.

– ¿Recuerda usted el número de su habitación?

– Bueno, usted me mostró una copia del registro del hotel, si es eso a lo que se refiere.

Highsmilh asintió.

– Éra la 102.

– ¿Dónde está situada en relación con la oficina del gerente?

– Justo junto a ella, en la planta baja.

– Señor White, aproximadamente a las dos de la tarde, ¿oyó usted algo en la habitación que estaba junto a la suya?

– Sí. Una mujer que gritaba y lloraba.

– Dígale al juez lo que sabe.

– Muy bien -dijo White, girando de tal forma que pudiera mirar a la cara al juez Norwood-. No oí nada hasta que salí de la ducha. Eso fue porque el agua corría. Tan pronto como cerré la canilla, oí un grito, como de alguien que estaba sufriendo. Me sobresaltó. Las paredes del hotel no son gruesas. La mujer suplicaba que no la lastimaran y lloraba, gemía. Era difícil oír las palabras, como para comprender unas pocas. Sin embargo, oí que lloraba.

– ¿Por cuánto tiempo se prolongó eso?

– No mucho.

– ¿Vio al hombre o a la mujer que estaban en el cuarto contiguo?

– Vi a la mujer. Pensé en llamar al gerente, pero todo se silenció. Como dije, no duró mucho. De todos modos, me vestí para mi cita y me fui alrededor de las dos y media. Ella salió al mismo tiempo que yo.

– ¿La mujer del cuarto contiguo?

White asintió.

– ¿Recuerda cómo era?

– Oh, sí. Muy atractiva. Rubia. Buena figura.

Highsmitli se dirigió al testigo y le mostró una fotografía.

– ¿Le parece conocida esta mujer?

White miró la fotografía.

– Es ella.

– ¿Cuan seguro está?

– Absolutamente seguro.

– Su Señoría -dijo Highsmith-, presento la prueba del Estado número treinta y cinco, una fotografía de Victoria Miller.

– No hay objeción -dijo Betsy.

– No más preguntas -dijo Highsmith.

– No tengo preguntas para el señor White -dijo Betsy al juez.

– Puede retirarse, señor White -dijo el juez Norwood al testigo.

– El Estado llama a Ramón Gutiérrez.

Un joven pulcramente vestido, de tez oscura, que lucía un bigote muy fino se ubicó en el estrado.

– ¿Dónde trabaja, señor? -preguntó Randy Highsmith.

– En el hotel Hacienda.

– ¿Queda eso en Vancouver?

– Sí.

– ¿Qué es lo que hace allí?

– Soy empleado de día.

– ¿Qué hace por las noches?

– Voy a la universidad, en el Estado de Portland.

– ¿Qué es lo que estudia?

– Para premédico.

– ¿Así que usted trabaja también? -le preguntó Highsmith con una sonrisa.

– Sí.

– Eso parece duro.

– No es fácil.

– Señor Gutiérrez, ¿estaba usted trabajando en el Hacienda, el once de octubre de este año?

– Sí.

– Describa la distribución del hotel.

– Tiene dos pisos. Hay un pasillo que rodea todo el segundo piso. La oficina está en el extremo norte de la planta baja; luego tenemos las habitaciones.

– ¿Cómo están numeradas las habitaciones de la planta baja?

– La habitación que está junto a la oficina es la 102. La siguiente la 103, y así sucesivamente.

– ¿Trajo usted consigo la hoja de registro del once de octubre?

– Sí-dijo Gutiérrez, dándole al asistente del fiscal una gran página amarillenta del libro de registro.

– ¿Quién se registró en la habitación 102, esa tarde?

– Ira White, de Phoenix, Arizona.

Highsmith dio la espalda al testigo y miró a Martin Darius.

– ¿Quién se registró en la habitación 103?

– Una tal Elizabeth McGovern, de Seattle.

– ¿Registró usted a la señora McGovern?

– Sí.

– ¿A qué hora?

– Un poco después del mediodía.

– Le muestro al testigo la evidencia del Estado número treinta y cinco. ¿Reconoce a esta mujer?

– Es la señora McGovern.

– ¿Está seguro?

– Sí. Era hermosa -dijo tristemente Gutiérrez-. Luego, vi su fotografía en el Oregonian. La reconocí al instante.

– ¿A qué fotografía se refiere?

– La fotografía de las mujeres asesinadas. Sólo que decía que su nombre era Victoria Miller.

– ¿Llamó a la oficina del fiscal de distrito tan pronto como leyó el diario?

– Al instante. Hablé con el señor Page.

– ¿Por qué llamó usted?

– Decía que ella había desaparecido esa noche, el once, de modo que pensé que la policía desearía saber sobre el tipo que vi.

– ¿Qué tipo?

– El que estaba en la habitación con ella.

– ¿Usted vio a un hombre en la habitación con la señora Miller?

– Bueno, no en la habitación. Pero lo vi a él entrar y salir. Él había estado allí antes.

– ¿Con la señora Miller?

– Sí. Como una o dos veces por semana. Ella se registraba y él llegaba más tarde. -Gutiérrez meneó la cabeza-. Lo que no podría imaginarme, si él deseaba pasar inadvertido, ¿por qué conducía ese coche?

– ¿Qué coche?

– Ese fantástico Ferrari de color negro.

Highsmith buscó una fotografía entre las pruebas que estaban en el escritorio del empleado del juzgado y se la mostró al testigo.

– Le muestro a usted la evidencia del Estado número 19, que es una fotografía del Ferrari negro de Martin Darius, y le pregunto si éste es como el que conducía el hombre que entró en la habitación con la señora Miller.

– Se que era el automóvil.

– ¿Cómo lo sabe?

Gutiérrez señaló a la mesa de la defensa.

– ¿Ése es Martin Darius, no es así?

– Sí, señor Gutiérrez.

– Él es el tipo.


– ¿Por qué no me dijo usted lo de Victoria Miller? -le preguntó Betsy a Martin Darius, tan pronto como ellos se quedaron a solas en la sala de visitas.

– Cálmese -le dijo con paciencia Darius.

– No me diga que me calme -le respondió Betsy, enfadada por la glacial compostura de su cliente-. Maldito sea, Martin, soy su abogado. No crea que encuentro interesante que usted se acueste con una de las víctimas y que la golpee, el día en que ella desaparece.

– Yo no golpeé a Vicky. Le dije que no deseaba verla y se puso histérica. Me atacó y tuve que controlarla. Además, ¿qué tiene que ver mi encamada con Vicky con conseguir la fianza?

Betsy negó con la cabeza.

– Esto podría hundirlo, Martin. Conozco a Norwood. Es muy recto. Un verdadero anticuado. El tipo está casado con la misma mujer hace cuarenta años y va a la iglesia todos los domingos. Si me hubiera dicho, podría haber suavizado el impacto.

Darius se encogió de hombros.

– Lo siento -dijo, sin querer decir eso.

– ¿Mantenía relaciones sexuales con Laura Farrar y con Wendy Reiser?

– Casi no las conocía.

– ¿Qué hay de la fiesta por el centro comercial?

– Hubo cientos de personas allí. Ni siquiera recuerdo haber conversado con Farrar ni con Reiser.

Betsy se reclinó en su asiento. Se sentía muy incómoda a solas con Darius, en el estrecho lugar que ofrecía la sala de visitas.

– ¿Adonde se dirigió usted después del hotel Hacienda?

Darius sonrió, sumiso.

– A una reunión en Brand, Gates y Valcroft con Russell Miller y otra gente que trabaja para la publicidad de Construcciones Darius. Acababa de hacer arreglos para que Russ se hiciera cargo de la cuenta. Supongo que eso no será ya posible.

– Martin, es usted un frío hijo de puta. Usted se acostó con la esposa de Miller; luego le arrojó a él un hueso. Ahora está haciendo bromas sobre ella cuando ella fue asesinada. La doctora Gregg dijo que puede haber estado viva durante horas, toda abierta en tajadas, sufriendo el más cruel de los tormentos. ¿Sabe usted cuánto debe haber sufrido antes de morir?

– No, Tannenbaum, no sé cuánto sufrió -dijo Darius, con la sonrisa que desaparecía de su rostro-, ya que yo no la maté. ¿De modo que qué le parece mostrar un poco de comprensión hacia mi lado? Yo soy al que lo acusan. Soy yo el que se despierta todas las mañanas en la mugre de esta cárcel y que come la basura que se presenta por comida.

Betsy miró con odio a Darius y se puso de pie.

– ¡Guardia! -gritó, golpeando la puerta-. He tenido suficiente por hoy, Martin.

– Que descanse.

El guardia se inclinó para introducir la llave en la cerradura.

– La próxima vez que hablemos, quiero toda la verdad sobre todo. Y eso incluye a Hunter's Point.

La puerta se abrió. Mientras Darius la observaba marcharse, la más fina de las sonrisas se le marcó en los labios.

Capítulo 13

1

International Exports se encontraba en el piso veintidós del edificio torre del First Interstate Bank, en un pequeño conjunto de oficinas agrupadas en una esquina, junto a una compañía de seguros. Una mujer hispánica, de mediana edad, levantó la mirada desde su procesador cuando Reggie Steward abrió la puerta. Se mostró sorprendida, como si los visitantes no fueran algo usual del lugar.

Momentos más tarde, Steward estaba sentado en el escritorio de Manuel Ochoa, un mejicano robusto, bien vestido, de tez oscura y bigote abundante y salpicado de rubio.

– Este asunto con Martin es tan terrible. Su fiscal de distrito debe de estar loco para arrestar a alguien tan prominente. Por cierto que no existe evidencia contra él -dijo Ochoa, mientras le ofrecía a Steward un cigarro delgado.

Steward levantó la mano, declinando el ofrecimiento.

– Francamente no sabemos lo que tiene Alan Page entre manos. Está jugando con las cartas muy pegadas al chaleco, Esa es la razón por la que estoy hablando con gente que conoce al señor Darius. Estamos tratando de imaginarnos cuáles son las ideas que tiene Page.

Ochoa negó comprensivamente con la cabeza.

– Haré cualquier cosa para ayudar, señor Steward.

– ¿Por qué no me explica su relación con Darius?

– Somos socios en un negocio. Él deseaba construir un centro comercial cerca de Medford y los bancos no lo querían financiar, de modo que recurrió a mí.

– ¿Cómo va la inversión de riesgo?

– No muy bien, me temo. Últimamente Martin ha estado teniendo problemas. Está el asunto desafortunado con el predio donde se descubrieron los cuerpos. Tiene muchísimo dinero inmovilizado en el proyecto de la municipalidad. Sus deudas están acumulándose. Nuestra inversión también está paralizada.

– ¿Cómo es de seria la situación financiera de Darius?

Ochoa exhaló una nube de humo hacia el techo.

– Seria. Estoy preocupado por mi inversión, pero, por supuesto, estoy protegido.

– Si el señor Darius permanece en la cárcel o es condenado, ¿qué sucederá con su negocio?

– No puedo decirlo. Martin es el genio de su empresa, pero tiene hombres competentes trabajando con él.

– ¿Es usted amigo del señor Darius?

Ochoa aspiró profundamente su cigarrillo.

– Hasta hace poco, uno podría decir que fuimos amigos, pero no íntimos. Las relaciones de negocios fueron más precisas. Martin vino a mi casa y en ocasiones nos relacionamos socialmente. Sin embargo, las presiones del negocio repercutieron en nuestra relación.

Steward colocó sobre el escritorio las fotografías de las tres mujeres y una hoja de papel con las fechas de sus desapariciones.

– ¿Estuvo usted con el señor Darius en cualquiera de estas fechas?

– No lo creo.

– ¿Qué me dice de las fotografías? ¿Lo vio usted al señor Darius alguna vez con alguna de estas mujeres?

Ochoa estudió las fotografías, luego negó con la cabeza.

– No, pero he visto a Martin con otras mujeres. -Steward tomó un anotador-. Tengo una casa grande y vivo solo. Me gusta reunirme con amigos. Algunas de estas amigas son mujeres muy atractivas y sin pareja.

– ¿Desea explicarme esto, señor Ochoa?

Ochoa rió.

– A Martin le gustan las mujeres jóvenes, pero es siempre discreto. Tengo un dormitorio de huéspedes para mis amigos.

– ¿Toma el señor Darius drogas?

Ochoa miró con curiosidad a Steward.

– ¿Qué tiene que ver eso con su caso, señor Steward?

– Debo conocer todo lo que pueda de mi cliente. Jamás se sabe lo que es importante.

– No tengo conocimiento del uso de drogas -dijo Ochoa, mirando su Rolex-, me temo que tengo otra cita.

– Gracias por darme su tiempo.

– Fue un placer. Si puedo ser de más ayuda para Martin, hágamelo saber. Y deséele lo mejor de mi parte.


2

Nora Sloane esperaba a Betsy en un banco que estaba afuera de la sala del tribunal.

– ¿Habló con el señor Darius?

– Martin dice que puede seguirnos.

– ¡Fantástico!

– Encontrémonos después de la Corte y estableceré algunas reglas básicas.

– Muy bien. ¿Sabe qué es lo que el juez Norwood decidirá?

– No. Su secretario acaba de decir que estemos aquí a las dos.

Betsy dobló la esquina. El tribunal del juez Norwood estaba en el extremo del pasillo. La mayoría de la gente que estaba en el corredor se encontraba aglomerada en la entrada al tribunal. Equipos de televisión estaban agrupados allí, y un guardia revisaba a la gente con un detector de metales. Betsy le mostró al guardia su credencial. Este le dejó paso. Betsy y Sloane pasaron detrás de él y se dirigieron a la sala sin tener que pasar por el detector de metales.

Martin Darius y Alan Page estaban en la Corte. Betsy se deslizó en su silla junto a Darius y tomó sus archivos y un anotador de! interior de su portafolios.

– ¿Vio a Lisa? -le preguntó él.

Betsy buscó por la sala repleta de gente.

– Le dije a mi secretaria que la llamara, pero aún no ha llegado.

– ¿Qué es lo que hará él, Tannenbaum?

Darius trataba de hablar sin interés, pero había cierto nerviosismo en su voz.

– Pronto lo sabremos -dijo Betsy cuando Harvey Cobb golpeó el martillo.

El juez Norwood salió de sus dependencias. Tenía en su mano varias hojas de papel amarillo, con renglones. Norwood era un tipo frío. Si se había tomado e) tiempo para escribir las razones de su decisión, era porque esperaba que esta fuera apelada.

– Éste es un caso muy complejo -dijo el juez sin preliminares-. Alguien torturó y asesinó brutalmente a cuatro personas inocentes. Esa persona no debería estar rondando nuestras calles. Por otro lado, en este condado tenemos la presunción de que una persona es inocente hasta que se pruebe lo contrario. También tenemos una garantía de fianza en nuestra Constitución, que sólo puede ser negada a la persona acusada en caso de asesinato, en una demostración por parte del Estado de que existen pruebas claras y convincentes de culpabilidad.

"Señor Page, usted probó que estas personas fueron asesinadas. Probó que fueron enterradas en un predio que pertenecía y era visitado por el señor Darius. Usted probó que el señor Darius conocía a las tres mujeres víctimas. También probó que mantenía relaciones íntimas con una de ellas y que tal vez la maltrató el día en que ella desapareció. Lo que usted no ha probado, por medio de pruebas claras y convincentes, es un vínculo entre el acusado y los homicidios”.

"Ninguno vio al señor Darius asesinar a estas personas. No existe evidencia científica que lo vincule con cualquiera de los cuerpos o las casas desde donde ellas desaparecieron. Ha encontrado la coincidencia de los neumáticos del BMW con las huellas dejadas en el lugar del crimen, pero el señor Darius visitaba el predio con frecuencia. Acordado está que es sospechoso que las huellas condujeran al agujero en la cerca, pero no es suficiente, en especial cuando no existe evidencia que vincule el BMW con cualquiera de las víctimas”.

"Ahora yo sé que usted me dirá que el señor Darius destruyó la evidencia al limpiar el baúl de su automóvil, y eso parece sospechoso. Pero el patrón que yo debo utilizar para negar una fianza es la presentación de evidencia clara y convincente. Ante la ausencia de tal evidencia, no importa cuan sospechosas sean las circunstancias, no sustituye a dicha evidencia”.

"En realidad, señor Page, lo crucial de su caso es la información suministrada a usted por esta mujer Gordon. Pero ella no está aquí para ser interrogada por la señora Tannenbaum. ¿Por qué ella no está aquí? No lo sabemos. ¿Es debido a un truco o porque ella inventó una historia y es lo suficientemente inteligente como para evitar cometer perjurio?”

"Aun cuando yo acepte lo que usted dice, el señor Darius es culpable de los asesinatos cometidos en Hunter's Point, sólo si acepto la teoría de la detective Gordon. Este hombre, Henry Waters, fue declarado por la policía de Hunter's Point, el asesino. Si Waters es el asesino, entonces el señor Darius fue una víctima de ese hombre”.

El juez Norwood hizo una pausa para beber un sorbo de agua. Betsy contuvo una sonrisa de victoria. Miró hacia su izquierda. Alan Page estaba sentado estático, con los ojos fijos hacia adelante.

– Se fija una fianza en la suma de un millón de dólares. El señor Darius puede ser liberado si deposita el diez por ciento.

– Su Señoría -exclamó Page, mientras se ponía de pie abruptamente.

– Esto no lo ayudará, señor Page. Ya he tomado mi decisión. Personalmente me sorprende que usted haya forzado esta audiencia con un caso de tan poco sustento.

El juez Norwood le dio la espalda al fiscal y se retiró del estrado.

– Sabía que hacía lo correcto cuando la contraté, Tannenbaum -exclamó Darius-. ¿Cuánto me llevará salir de aquí?

– Tan pronto como usted deposite la fianza y la prisión haga el procedimiento.

– Entonces llame a Terry Stark, mi contador de Construcciones Darius. Está esperando noticias suyas. Dígale la suma que debe depositar y que venga aquí de inmediato.


Nora Sloane observó a Betsy cuando contestaba preguntas al periodismo; luego caminó con ella hacia los ascensores.

– Se debe de sentir muy bien -le dijo Sloane.

Betsy estuvo tentada de darle a Sloane la misma conversación que le había dado a los reporteros, pero le gustaba Nora y sintió que podía confiar en ella.

– No realmente.

– ¿Por qué es eso?

– Admito que ganar me produce placer, pero Norwood tenía razón. El caso de Page no tenía sustento. Cualquiera podría haber ganado esta audiencia. Si esto es lo mejor que puede hacer Page, no conseguirá llevar su caso a un jurado. Además, yo no sé quién es Martin Darius. Si es un marido y padre que encontró a su esposa e hija brutalmente asesinadas, entonces hoy hice algo bueno. Pero ¿qué sucede si es el que realmente asesinó a las mujeres que estaban en la fosa?

– ¿Cree que es culpable?

– No dije eso. Martin insiste que es inocente y yo no vi otra prueba que me convenciera de lo contrario. Lo que quiero decir es que todavía no sé con certeza lo que sucedió aquí o en Hunter's Point.

– Si supiera con certeza que Darius es el asesino de la rosa, ¿lo seguiría representando?

– Tenemos un sistema en este país. No es perfecto, pero ha sido elaborado durante doscientos años y se basa en ofrecer un juicio justo a toda persona que se presenta en una Corte, sin importar lo que haya hecho. Una vez que se comienza a discriminar, por cualquier razón, el sistema se destruye. La verdadera prueba del sistema es cuando se tiene a un Bundy o a un Manson, alguien a quien todos le temen y desprecian. Si puede juzgar con justicia a esa persona, entonces usted envía el mensaje de que somos una nación de ley.

– ¿Puede usted imaginar un caso que no tomaría? -le preguntó Sloane-. ¿Un cliente que podría encontrar tan repulsivo que su conciencia no le permitiría representarlo?

– Esa es la pregunta a la que uno se enfrenta cuando se elige la práctica criminalista. Si no puede representar a ese cliente, no pertenece al negocio.

Betsy verificó su reloj.

– Mire, Nora, esto debe terminar por hoy. Me debo asegurar de que se deposite la fianza de Martin y mi madre está cuidando a Kathy, de modo que debo irme de la oficina un poco más temprano.

– ¿Es Kathy su hija?

Betsy sonrió.

– Me gustaría conocerla.

– Se la presentaré pronto. A mi mamá también. Le gustará conocerlas. Tal vez la invite a cenar.

– Fantástico -dijo Sloane.


3

– Lisa Darius la espera en su oficina -le dijo Ann, tan pronto como Betsy entró-. Espero que no le importe. Está muy molesta por algo y tenía miedo de quedarse sentada en la sala de espera.

– Está bien. ¿Sabe ella que Martin será liberado bajo fianza?

– Sí. Le pregunté cómo había decidido el juez, cuando ella llegó aquí, y me dijo que usted había ganado.

– No la vi en la Corte.

– La llamé para que se presentara en la Corte tan pronto usted me lo dijo.

– Estoy segura de que lo hiciste. Mira, llama a Terry Stark, en Construcciones Darius -dijo Betsy, escribiendo el nombre y número de teléfono-. Le dije hace unos días cómo depositar la fianza. Necesitará un cheque al portador por cien mil dólares. Si hay algún problema, avísame.

Al principio, Betsy no reconoció a Lisa. Ésta tenía unos vaqueros ajustados, un rompevientos de cuello alto color azul y un jersey de esquiar multicolor. Su largo cabello estaba atado en una trenza francesa y tenía los ojos de color verde esmeralda enrojecidos de llorar.

– Lisa, ¿se encuentra usted bien?

– Jamás pensé que lo dejarían en libertad. Estoy tan asustada.

– ¿De Martin? ¿Por qué?

Lisa se cubrió con las manos el rostro.

– Es tan cruel. Nadie sabe lo cruel que es. En público es encantador. Y, a veces, es así de encantador conmigo cuando estamos solos. Me sorprende con flores, alhajas. Cuando lo desea, me trata como a una reina y yo me olvido de cómo es en verdad. Oh, Dios, Betsy, creo que él mató a esas mujeres.

Betsy se quedó sin habla. Lisa comenzó a llorar.

– ¿Quiere agua? -le preguntó Betsy.

Lisa negó con la cabeza.

– Sólo necesito un instante.

Se quedaron sentadas en silencio, mientras Lisa recuperaba su respiración. Afuera brillaba un sol de invierno y el aire era tan frío que parecía que se podía partir en millones de trozos. Cuando Lisa comenzó a hablar, sus palabras salieron como en torrente.

– Comprendo por lo que Andrea Hammermill debe de haber pasado. Lo comprendo porque uno no desea que cualquiera sepa lo malo que es y porque hay momentos buenos y… y una lo ama.

Lisa lloraba. Sus hombros se sacudían. Betsy deseaba consolarla, pera no tanto como quería saber lo que Darius le había hecho para colocarla en ese estado, de modo que se quedó muy quieta, esperando para que Lisa recobrara su compostura.

– Yo lo amo en realidad y lo odio y estoy aterrorizada de él -dijo Lisa, sin consuelo-. Pero esto… Si él…

– Los malos tratos a la esposa son muy comunes, Lisa. El asesinato en serie no lo es. ¿Por qué usted piensa que tal vez Martin asesinó a estas mujeres?

– Son más que malos tratos. Existe un lado perverso para… para hacer lo que él hace. Sus necesidades sexuales… Una vez… Esto es muy difícil para mí.

– Tómese su tiempo.

– Él deseaba tener relaciones sexuales. Habíamos ido a una fiesta. Yo estaba fatigada. Se lo dije. El insistió. Tuvimos una discusión. No. No es verdad. El jamás discute. El… él…

Lisa cerró los ojos. Tenía las manos apretadas en la falda. Su cuerpo estaba rígido. Cuando habló, mantuvo cerrados los ojos.

– Me dijo con mucha calma que yo tuviera relaciones con él. Yo comencé a enfadarme cada vez más por la forma en que me hablaba. Como se le habla a un niño muy pequeño o a alguien que es un retardado mental. Eso me enfureció. Y, cuanto más gritaba yo, más tranquilo estaba él.

"Finalmente me dijo: "Quítate la ropa", de la misma manera en que se le ordena a un perro que dé una vuelta. Yo lo mandé al diablo. Lo siguiente que supe fue que yo estaba tendida en el suelo. Me golpeó en el estómago. Me quedé sin aire. Estaba indefensa”.

"Cuando comencé a respirar, levanté la vista. Martin me sonreía. Me ordenó que me quitara la ropa, con la misma voz. Yo me negué. Aún no podía hablar, pero estaba condenada si cedía. Él se arrodilló, me tomó un pezón a través de la blusa y me lo apretó. Casi me desmayo del dolor. Ahora yo lloraba y me estremecía allí tendida en el suelo. Él hizo lo mismo con el otro pezón y no pude soportarlo. Lo horrible del hecho era lo metódico que era al hacerlo. No había pasión en ello. Y además su rostro no lucía la más mínima de las sonrisas, como si disfrutara inmensamente pero no deseara que alguien lo supiera”.

"Yo estaba al borde de perder el conocimiento cuando se detuvo. Me tendí en el suelo, exhausta. Sabía que no podía luchar con él. La próxima vez que me ordenó que me quitara la ropa, lo hice”.

– ¿La violó? -le preguntó Betsy. Se sentía nauseabunda.

Lisa negó con la cabeza.

– Eso fue lo peor. Me miró por un momento. Tenía una sonrisa de satisfacción en el rostro que jamás olvidaré. Luego me dijo que yo siempre debía someterme a él cuando deseara tener relaciones sexuales y que me castigaría siempre que lo desobedeciera. Me dijo que me pusiera en cuatro patas. Pensé que me penetraría por detrás. En lugar de eso, me hizo arrastrar por el suelo como un perro.

"Tenemos en nuestra habitación un guardarropas. Abrió la puerta y me obligó a entrar allí, desnuda. Me dijo que debería permanecer allí sin emitir sonido hasta que me dejara salir. Me castigaría seriamente si hacía algún ruido”.

Lisa comenzó a llorar nuevamente.

"Me mantuvo allí encerrada en el guardarropas sin comida. Me dio algo de papel higiénico y un balde para… para usar si yo… tenía tanto apetito y estaba tan asustada”.

"Me dijo que abriría la puerta cuando estuviera pronto y que de inmediato yo debería tener relaciones sexuales con él o me encerraría de nuevo. Cuando abrió la puerta, yo me arrastré hacia afuera e hice lo que él deseaba. Cuando terminó conmigo, me llevó al cuarto de baño y me bañó, como a un bebé. Había ropas tendidas sobre la cama. Ropas de noche. Y un brazalete. Debe de haber costado una fortuna. Diamantes, rubíes, oro. Era la recompensa por mi obediencia. Cuando me vestí, me llevó a un restaurante, donde tuvimos una cena deliciosa. Toda la noche me trató como a una reina”.

"Yo estaba segura de que me desearía de nuevo cuando regresáramos a casa. Eso fue todo lo que pude pensar durante la cena. Debí hacer fuerza para comer, ya que sentía náuseas de pensar en lo que vendría, pero temía que me hiciera algo si yo no comía. Luego, cuando llegamos a casa, simplemente se fue a dormir y no me tocó durante una semana”.

– ¿Volvió a hacerle una cosa así?

– No -dijo Lisa, con la cabeza gacha-. No debió hacerlo. Yo aprendí la lección. Si él decía que quería acostarse conmigo, yo hacía lo que deseaba. Y recibía mis recompensas. Y nadie supo, hasta ahora, lo que he estado soportando.

– ¿Nunca pensó en abandonarlo? -le preguntó Betsy.

– Él… él me dijo que, si alguna vez le contaba a alguien las cosas que me hacía o trataba de escapar, me mataría. Si usted oyera la forma en que lo dijo, tan calmo, tan alejado… sabía que lo haría. Lo sabía.

Lisa respiró profundo, hasta que recuperó el control.

– Hay algo más -dijo Lisa. Betsy notó una bolsa de compras que estaba junto a la silla donde estaba sentada Lisa. Ésta se inclinó y tomó un álbum de recortes y lo colocó sobre su falda-. Yo estaba segura de que Martin tenía una aventura amorosa. Jamás me dijo nada y jamás lo vi con nadie, pero lo sabía. Un día decidí revisar sus cosas, mientras él estaba trabajando, para ver si podía encontrar pruebas. En lugar de eso, encontré esto.

Lisa dio unos golpecitos a la tapa del álbum y luego se lo pasó a Betsy. Esta lo colocó en el centro de su escritorio. La cubierta era de un marrón desteñido, con guarda dorada. Betsy lo abrió. En la primera página, debajo de una hoja de plástico, había recortes del caso de Hunter's Point, tomados de un diario de allá, del Times, de Newsday y de otros. Betsy pasó las hojas sin leer los artículos. Todos eran sobre el caso de Hunter's Point.

– ¿No le preguntó nunca a Martin sobre esto? -preguntó Betsy.

– No. Tenía tanto miedo… Lo coloqué en su lugar. Pero sí hice algo. Contraté a un detective privado para que siguiera a Martin y descubriera algo de lo de Hunter's Point.

– ¿Cómo se llama el detective?

– Sam Oberhurst.

– ¿Tiene usted una dirección y número telefónico donde lo pueda encontrar?

– Tengo el número de teléfono.

– ¿No tiene la dirección?

– Conseguí su nombre por una amiga que lo contrató para divorciarse. Ella me dio el número. Es un contestador. Nos encontramos en un restaurante.

– ¿Adonde enviaba usted los cheques de pago?

– Siempre le pagué en efectivo.

– Déme el nombre de su amiga y haré que mi investigador tome contacto con ella si es necesario.

– Se llama Peggy Fulton. Su abogado fue Gary Telford. Él fue el que le dio el nombre. Prefiero que usted no vaya, a menos que sea necesario.

– El abogado es mejor -dijo Betsy, mientras sacaba una hoja de papel de su cajón del escritorio y llenaba varios espacios-. Esto es un formulario para liberar información que usted me da a mí o a mi investigador, autorizándome a ver los archivos de Oberhurst.

Mientras Lisa leía el formulario, Betsy le dijo a Ann que llamara a Reggie Steward para que viniera de inmediato a la oficina. Lisa firmó el formulario y se lo devolvió a Betsy.

– ¿Qué fue lo que le dijo Oberhurst?

– Estaba seguro de que Martin me engañaba, pero todavía no tenía el nombre.

– ¿Y Hunter's Point?

– Me dijo que no había comenzado a trabajar en ese aspecto de la investigación.

La historia de Lisa había afectado seriamente a Betsy. La idea de que Darius tratara a su esposa como a un animal la disgustaba, y la descripción que hizo Lisa la había descompuesto físicamente. Pero eso no significaba que Darius era el asesino y aún ella era su abogada.

– ¿Por qué recurrió a mí, Lisa?

– No lo sé. Estoy tan confundida por todo… Usted se mostró tan comprensiva en la casa y yo sabía lo mucho que había peleado por Andrea Hammermill y Peterson. Espero que me pueda decir lo que debo hacer.

– ¿Tiene planeado contarle al fiscal de distrito lo que me dijo o darle a él el libro?

Lisa se mostró asombrada.

– No. ¿Por qué iba a hacer eso?

– Para herir a Martin.

– No. No deseo… Todavía lo amo. O, yo… señora Tannenbaum, si Martin hizo esas cosas… Si él torturó y asesinó a esas mujeres, debo saberlo.

Betsy se inclinó hacia adelante y miró a Lisa directamente a esos ojos verdes llenos de lágrimas.

– Yo soy la abogada de Martin, Lisa. Mi lealtad profesional es hacia él, aun cuando sea culpable.

Lisa se mostró impresionada.

– ¿Usted continuaría con la defensa, aun si él hubiera hecho eso?

Betsy asintió.

– Pero tal vez no lo haya hecho, Lisa, y lo que usted me ha contado podría ser muy importante. Si Oberhurst siguió a Martin en la fecha en que desapareció una de esas mujeres, podría proporcionarle a Martin una coartada. Page argumentará que la misma persona asesinó a las tres mujeres, y es probable que lo hiciera. Todo lo que debo hacer es demostrar que Martin no mató a una de las víctimas y el caso del fiscal de distrito desaparece.

– No había pensado en eso.

– ¿Cuándo habló por última vez con Oberhurst?

– Hace unas semanas. Le dejé unos mensajes en el contestador, pero no me llamó.

– Haré que mi investigador se contacte con Oberhurst. ¿Puedo quedarme con el álbum?

Lisa asintió. Betsy se puso de pie y se dirigió adonde estaba Lisa para colocarle una mano en el hombro.

– Gracias por confiar en mí. Sé lo difícil que debe de haber sido.

– Debía decírselo a alguien -susurró Lisa-. Lo guardé durante tanto tiempo…

– Tengo una amiga que podría ayudarla. Alice Knowland. Es muy amable y compasiva. He enviado a otras mujeres con problemas similares, y ella las ha ayudado.

– ¿Qué es ella, una doctora?

– Una psiquiatra. Pero que esto no la asuste. El título de psiquiatra es simplemente el nombre de fantasía para un buen oído, con experiencia en ayudar a gente con problemas. Podría ser buena para usted. Puede visitarla algunas veces y luego dejar de ir si no la ayuda. Piénselo y llámeme por teléfono.

– Lo haré -dijo Lisa, mientras se ponía de pie-. Y gracias por escucharme.

– Usted no está sola, Lisa. Recuerde eso.

Betsy la rodeó con sus brazos y Lisa la abrazó.

– Martin llegará tarde esta noche. ¿Se quedará con él? -le preguntó Betsy.

– No puedo. Viviré con mi padre hasta que decida qué hacer.

– Muy bien.

– Por favor, no le diga a Martin que vine.

– No lo haré si eso puede ayudar. Él es mi cliente, pero no deseo que la lastime.

Lisa se enjugó las lágrimas y luego se fue. Betsy se sentía vacía. Se imaginó a Lisa, hambrienta y aterrorizada, acurrucada en el guardarropas, en medio de la oscuridad, con el olor de su propia orina y excrementos. El estómago de Betsy se retorció. Salió de la oficina y por el pasillo se dirigió al cuarto de baño donde hizo correr agua fría en el lavatorio. Se lavó la cara con cantidad de agua; luego tomó el líquido entre las manos y bebió. Recordó las preguntas que Nora y los reporteros le habían hecho. ¿Cómo podría dormir si ella salvaba a Martin Darius, sabiendo lo que sabía de él? ¿Qué le haría un hombre que trataba a su mujer como a un perro, a una mujer que no conocía, si ella caía bajo su poder? ¿Haría él lo que el asesino de la rosa le había hecho a sus víctimas? ¿Era Martin el asesino? Betsy recordó el álbum de recortes y se secó la cara, luego regresó a la oficina. Estaba por la mitad del álbum cuando apareció Reggie Steward.

– Felicitaciones por la audiencia de la fianza.

– Toma una silla y siéntate a mi lado. Tengo algo que podría solucionar el caso de Martin.

– Excelente.

– Lisa Darius estuvo aquí. Tuvo la sospecha de que Martin la engañaba con otra mujer, de modo que contrató a un investigador privado para que lo siguiera. ¿Has oído hablar de un i.p. de nombre Sam Oberhurst?

Steward pensó por un momento; luego negó con la cabeza.

– El nombre me suena vagamente familiar, pero estoy seguro de que jamás lo vi.

– Aquí está el número de teléfono y un formulario de autorización de Lisa. Oberhurst tiene un contestador telefónico. Si no puedes comunicarte con él, intenta hacerlo con un abogado especialista en divorcios de nombre Gary Telford. Lisa consiguió el número de una de sus clientas. Dile a Gary que trabajas para mí. Nos conocemos. Descubre si Oberhurst siguió a Darius en una de las fechas en que desapareció cualquiera de las mujeres. Él podría ser la coartada de Martin.

– Me pondré con las manos a la obra.

Betsy señaló el álbum de recortes.

– Lisa encontró esto entre las cosas de Martin cuando estaba buscando pruebas de su relación clandestina. Está lleno de recortes del caso de Hunter's Point.

Steward miró por encima del hombro de Betsy, a medida que esta pasaba las páginas. La mayor parte de las historias se referían a las desapariciones. Había varias de los asesinatos de Sandra y Melody Lake. Una sección destinada al descubrimiento del cuerpo destripado de Patricia Cross en el sótano de la casa de Henry Waters y de la muerte de este último. Betsy llegó al final de la sección de recortes y se quedó paralizada.

– Dios mío, hubo sobrevivientes.

– ¿Qué? Pensé que todas las mujeres habían sido asesinadas.

– No. Mira esto. Dice que Gloria Escalante, Samantha Reardon y Anne Hazelton fueron encontradas vivas en una vieja granja.

– ¿Dónde?

– No da ninguna información. Espera un minuto. No, no hay nada más. Según el artículo, las mujeres no quisieron hacer declaraciones.

– No lo comprendo. ¿No te contó Darius esto?

– Ni una palabra.

– ¿Page?

– Él siempre se refirió a ellas como si estuvieran muertas.

– Tal vez Page no lo sepa -dijo Steward.

– ¿Cómo es posible?

– ¿Qué hay si Gordon no se lo dijo?

– ¿Por qué no habría de hacerlo? Y ¿por qué no lo diría Martin? Algo no está bien, Reg. Nada de esto tiene sentido. Gordon y Martin no nombran a las sobrevivientes. Los archivos de Hunter's Point desaparecieron. No me gusta todo esto.

– Sé que adoras el misterio, Betsy, pero veo esto como algo realmente grande. Las sobrevivientes sí saben quién las raptó y torturó. Si no fue Darius, tenemos vía libre.

– Tal vez Martin no mencionó a las sobrevivientes porque él sabía que ellas lo identificarían.

– Hay una sola forma de saberlo -dijo Steward-. Que Ann me consiga el primer vuelo que sale para Hunter's Point.

– Quiero que vayas a Albany, Nueva York. Frank Grimsbo, uno de los detectives del equipo de investigación, es el jefe de seguridad de Marlin Steel. Su oficina está en Albany.

– Lo haré.

Betsy llamó a Ann por el intercomunicador y le dio instrucciones de lo que debía hacer. Cuando apagó el intercomunicador, Steward preguntó:

– ¿Qué me dices del i.p.?

– Dejaremos a Oberhurst. Deseo primero que vueles a Nueva York. Hay algo extraño en este caso, Reg, y yo estoy apostando a que las respuestas que necesitamos están en Hunter's Point.


4

Alan Page abandonó la sala del tribunal en medio de una nebulosa. Casi no oyó a los reporteros que le hacían preguntas, a las que él respondía mecánicamente. Randy Highsmith le dijo que no lo tomara como un fracaso personal y le aseguró que no era su falta que no pudieran encontrar a Nancy Gordon, pero Highsmith y Barrow le habían advertido ya antes que estaba cometiendo un error al correr para arrestar a Darius. Aun después de enterarse del incidente en el hotel Hacienda, el detective y el asistente del fiscal desearon moverse más lentamente. Page los había sobrepasado. Ahora estaba pagando el precio por ello.

Page dejó el trabajo tan pronto como pudo. Había un ascensor en la parte posterior de la oficina del fiscal que iba directamente al subsuelo. Lo tomó y se escabulló a la calle, hacia el garaje, esperando que nadie lo viera y le preguntara sobre su humillación pública.

Page se sirvió un whisky apenas se sacó el impermeable. Lo bebió con celeridad, volvió a llenar el vaso y se lo llevó al dormitorio. ¿Por qué estaba arruinando todo de esa manera? No había estado pensando correctamente desde que Tina lo dejara. Esta era la primera vez que su pensamiento desordenado lo había colocado en problemas, pero había sido sólo una cuestión de tiempo. No dormía, no comía bien, no se podía concentrar. Ahora lo perseguía el fantasma de una mujer que había conocido tan sólo por dos horas.

Page se sentó ante el televisor en medio de una nube alcohólica. La vieja película que estaba mirando era una que había visto ya antes varias veces. Dejó que las imágenes en blanco y negro flotaran en la pantalla sin verlas. ¿Había ordenado el arresto de Martin Darius para proteger a Nancy Gordon? ¿Había pensado que los podía mantener separados y así poder rescatarla? ¿Qué sentido tenía? ¿Qué sentido tenía todo en su vida?


Martin Darius estacionó el Ferrari frente a su casa. Hacía frío. La niebla lo envolvió cuando bajó del automóvil. Después de una semana en la cárcel, el aire congelado y húmedo le sentó bien. Cruzó el puente. Las luces estaban apagadas. Casi no se veía el agua plácida de la piscina a través del techo de vidrio. El resto de la casa estaba también a oscuras. Abrió la puerta del frente y pulsó el código que desactivaba la alarma.

Probablemente Lisa se ocultaba de él en la casa de su padre. No le importaba. Después de una semana compartida con hombres sucios y atemorizados, en medio del rancio olor de la cárcel del condado, una noche a solas sería todo un placer para él. Se regodearía en el silencio y en el lujo de lavarse con jabón el agrio olor de la prisión que ya se había filtrado por sus poros.

En la sala de estar, había un bar y Darius se preparó allí un trago. Encendió las luces exteriores y observó cómo la lluvia caía sobre el parque, a través de la ventana. Sintió odio por la cárcel. Había odiado cumplir las órdenes de unos tontos y tener que convivir con idiotas. Cuando fuera criminalista en Hunter's Point había sentido desprecio sólo por sus clientes. Eran perdedores que no tenían capacidad para triunfar en el mundo, de modo que solucionaban sus problemas a través del robo y la violencia. Un hombre superior controlaba su entorno y sometía la voluntad de los demás a su propia voluntad.

Para la forma de pensar de Darius, sólo existía una única razón para tolerar mentes inferiores. Alguien debía hacer el trabajo manual. Martin se preguntaba qué sería del mundo si este fuera gobernado por los fuertes, con el trabajo manual a cargo de una clase esclava seleccionada entre los hombres y mujeres dóciles, de mentes inferiores. Los hombres podrían hacer el trabajo pesado. Las mujeres inferiores podrían ser criadas para la belleza.

Hacía frío en la casa. Darius se estremeció. Pensó en las mujeres. Mujeres dóciles, criadas para la belleza y el servilismo. Serían excelentes mascotas. Imaginó a sus esclavas hembras sometiéndose al instante a sus órdenes. Por supuesto, habría esclavas desobedientes que no harían lo que se les ordenaba. Esas mujeres deberían ser castigadas.

Darius se excitó al pensar en las mujeres. Habría sido fácil sucumbir a la fantasía, abrir su vuelo y liberar el delicioso sentimiento de tensión. Pero el sucumbir sería una señal de debilidad, de modo que abrió los ojos y respiró profundo. El hombre inferior vivía sólo en sus fantasías, ya que carecía de la voluntad y la imaginación. El hombre superior convertía sus fantasías en realidad.

Darius tomó otro sorbo de su bebida; luego colocó el vaso helado sobre su frente. Había pensado mucho en esta, su disyuntiva, mientras estuvo en la cárcel. Tenía la certeza de que sabía lo que sobrevendría después. Estaba en libertad. Los diarios habían publicado la opinión del juez Norwood acerca de que la evidencia no era lo suficientemente fuerte como para condenarlo. Eso significaba que alguien más debería morir.

Martin miró su reloj. Eran casi las diez. Lisa estaría despierta. Comunicarse con ella sería el problema. En la cárcel sólo se permitían llamadas a cobrar. El juez Ryder había rechazado todas sus llamadas. Darius marcó el número del juez.

– Residencia Ryder -contestó una voz profunda después de tres llamados.

– Por favor, que mi esposa venga al teléfono, juez.

– No desea hablar con usted, Martin.

– Quiero oírlo de su boca.

– Me temo que no sea posible.

– Estoy libre ahora y no puedo tolerar su interferencia. Lisa es mi mujer. Si ella dice que no desea hablar conmigo, lo aceptaré, pero deseo oírlo de su voz.

– Déjame hablar con él, papá -dijo Lisa. El juez debió de haber cubierto el auricular, ya que Darius sólo pudo oír una discusión sorda. Luego Lisa vino al teléfono.

– No deseo que me llames, Martin.

Se la oía temblorosa. Darius la imaginó temblando.

– El juez Norwood me dejó en libertad pues no creyó que fuera culpable, Lisa.

– El… él no sabe todo lo que yo sé.

– Lisa…

– No deseo verte.

– ¿Tienes miedo?

– Sí.

– Bueno. Quédate con el miedo. Aquí sucede algo de lo que tú no sabes nada. -Darius oyó que ella respiraba profundo y el juez le preguntó si la estaba amenazando-. No deseo que regreses a casa. Es demasiado peligroso para ti. Pero no deseo tampoco que permanezcas en casa de tu padre. No existe lugar alguno en Portland donde puedas estar segura.

– ¿De qué estás hablando?

– Deseo que te marches a algún lugar hasta que te diga que regreses. Si tienes miedo de mí, no me digas adonde irás. Me comunicaré contigo a través de tu padre.

– No comprendo. ¿Por qué debería tener miedo?

Darius cerró los ojos.

– No puedo decírtelo y no deseo que lo sepas. Créeme cuando te digo que estás en un gran peligro.

– ¿Qué clase de peligro?

Lisa se oía llena de pánico. El juez Ryder le arrancó el teléfono de la mano.

– Eso es todo, Darius. Corte la comunicación o llamaré al juez Norwood personalmente y lo haré encarcelar de nuevo.

– Estoy tratando de salvar la vida de Lisa y usted la está colocando en peligro. Es imperativo que…

Ryder dio un golpe al auricular y cortó la comunicación. Darius escuchó el tono. El juez siempre había sido un asno pomposo. Ahora sus idioteces podrían costarle la vida a Lisa. Si Darius explicaba porqué, el juez jamás le creería. Al diablo, usaría lo que Darius había dicho para colocarlo en la fila de la muerte. Darius deseaba hablar de su problema con Betsy Tannenbaum. Ella era muy inteligente y podría encontrar una solución, pero tampoco podía recurrir a la abogada. Ella haría valer el privilegio de abogado a cliente, pero lo dejaría como cliente y él la necesitaba.

Darius no había visto la luna durante todo el tiempo en que estuviera en la cárcel. Ahora la miró, pero estaba oscurecida por las nubes. Se preguntó en qué fase estaría. Tuvo esperanzas de que no fuera luna llena. Eso provocaría la locura. Debería saberlo. Martin se estremeció, pero no por el frío. Ahora mismo, era el único que no estaba en peligro, pero esa situación podía modificarse en cualquier momento. Darius no deseaba admitirlo, pero tenía miedo.

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