Quinta Parte

Hunter´s Point

Capítulo 18

1

Nancy Gordon oyó el tintineo de vidrios rotos cuando Peter Lake rompió el vidrio inferior izquierdo de la puerta trasera, para poder introducir la mano entre las quebradas astillas y así abrir desde el interior. Oyó luego el chirriar de las desaceitadas bisagras. Se movió debajo de las cobijas y dirigió su mirada hacia la entrada, esforzándose para ver en la oscuridad.

Dos horas antes, Nancy había estado a solas en la oficina, cuando apareció Lake para decirle que se había enterado de la muerte de Henry Waters, en el noticiero de la tarde. Tal como lo había planeado, Nancy le dijo a Lake que ella había sospechado que él era el asesino de la rosa, a causa del tiempo que había transcurrido entre que él llegara a su casa y que luego hiciera el llamado al 911, además de su vigilancia en la casa de Waters. Lake se había mostrado alarmado, pero ella le aseguró que estaba contenta de que Waters fuera el asesino y que se hubiera guardado las sospechas para sí. Luego había bostezado y dicho a Lake que se marchaba a su casa. Desde entonces, Nancy había permanecido en la cama, esperando.

Unos pantalones negros, una máscara y un rompevientos de cuello alto también negros ayudaron a Lake a confundirse en la oscuridad. En la mano tenía un desagradable revólver de caño recortado. Nancy no lo oyó cruzar la sala. Un segundo, la entrada a su dormitorio estaba vacía, luego Lake apareció allí. Cuando encendió la luz, Nancy se sentó en la cama, fingiendo sorpresa. Lake se quitó la máscara.

– Lo sabías, ¿no es así, Nancy? -Ella abrió la boca, como si la visita hubiese sido inesperada-. En realidad me gustas, pero no puedo correr el riesgo de que vuelvan a abrir el caso.

Nancy miró el revólver.

– No puedes creer que te saldrás con la tuya matando a un policía.

– No tengo alternativa. Tú eres demasiado inteligente. Finalmente te habrías dado cuenta de que Waters era inocente. Entonces me perseguirías. Incluso podrías hacer aparecer suficiente evidencia como para convencer a un jurado.

Lake caminó hacia un lado de la cama.

– Coloca las manos arriba de las sábanas y levántate despacio -le dijo, haciendo un gesto con el arma. Nancy estaba acostada debajo de una liviana sábana, pues hacía calor. Ella la retiró lentamente, con cuidado de juntarla junto a su cadera derecha, de modo tal que Lake no viera el contorno del arma que allí tenía escondida. Vestía un bikini y una camiseta, ésta se le había subido a la parte inferior de los pechos y dejaba al descubierto los rígidos músculos de su abdomen. Nancy oyó una tranquila inhalación de aire.

– Muy linda -dijo Lake-. Quítate la camiseta.

Nancy se obligó a mirarlo con los ojos muy abiertos.

– No voy a violarte -le aseguró Lake-. No es lo que deseo hacer. He fantaseado en jugar mucho contigo, Nancy. Eres tan diferente a las otras. Ellas son tan blandas, unas vacas realmente y tan fáciles de entrenar. Pero tú eres difícil. Estoy seguro de que te resistirás. Sería muy reconfortante. Pero deseo que las autoridades crean que Henry Waters es el asesino de la rosa, de modo que tú morirás en un asalto.

Nancy miró a Lake con disgusto.

– ¿Cómo pudiste matar a tu mujer y a tu hija?

– No pienses que lo planifiqué. Las amaba, Nancy. Pero Sandy encontró la nota y la rosa que tenía pensadas utilizar al día siguiente. No me enorgullezco. Entré en pánico. No podía pensar en una sola explicación que le pudiera dar a Sandy una vez que las notas tomaran estado público. Ella habría ido a la policía y todo hubiera terminado para mí.

– ¿Cuál es tu excusa para matar a Melody? Ella era un bebé.

Lake meneó la cabeza. Se mostró genuinamente destrozado.

– ¿Crees que eso fue fácil? -Le tembló la mandíbula. Una lágrima apareció en el rabillo del ojo-. Sandy gritó. La alcancé antes de que pudiera volver a hacerlo, pero Melody la oyó. Ella estaba en las escaleras, mirando a través de los barrotes de la barandilla. La tomé en mis brazos y la abracé, mientras trataba de pensar en la manera de ahorrarle a ella eso, pero no hubo ninguna, de modo que lo hice sin que doliera. Fue lo más difícil que tuve que hacer en mi vida.

– Déjame ayudarte, Peter. Ellos jamás te encontrarán culpable. Hablaré con el fiscal de distrito: idearemos un juicio por insania.

Lake sonrió triste. Negó con la cabeza lleno de arrepentimiento.

– No funcionará, Nancy. Ninguno me va a dejar así de fácil. Piensa en lo que le hice a Pat. Piensa en las otras. Además, no estoy loco. Si supieras por qué lo hice, me comprenderías.

– Dímelo. Deseo comprender.

– Perdón, pero no hay tiempo. Además, no habrá ninguna diferencia. Tú morirás.

– Por favor, Peter. Debo saberlo. Debe de haber una razón para un plan tan brillante como éste.

Lake sonrió condescendiente.

– No hagas esto. No te sienta. ¿Cuál es el propósito de detenerme?

– Puedes primero violarme. Átame. Deseas hacerlo, ¿no es así? No tendría defensa -le rogó, deslizando la mano derecha desde abajo de la sábana.

– No te rebajes, Nancy. Pensé que tenías más clase que las otras.

Lake vio que la mano de Nancy se movía. Su rostro se oscureció.

– ¿Qué tienes ahí?

Nancy tomó el arma. Lake dejó caer su revólver con fuerza sobre su mejilla. El hueso se quebró. Quedó ciega por un segundo. Luego se abrieron de par en par las puertas del guardarropas. Lake se quedó helado cuando Wayne Turner salió de aquel lugar. Turner abrió fuego y golpeó a Lake en el hombro. El arma de Lake cayó al suelo y Frank Grimsbo apareció en la puerta del dormitorio y le dio un empujón a Lake contra la pared.

– Agáchate -le gritó Turner a Nancy. Rodó a través de la cama, dejándola sin aire. Lake estaba contra la pared y Grimsbo le estaba aplastando la cara.

– ¡Basta, Frank! -le gritó Turner. Mantuvo su arma apuntando a Lake con una mano mientras que con la otra tironeaba del arma de Grimsbo. Este último le dio otro golpe que le hizo separar a Lake la cabeza de la pared. Ésta quedó colgando hacia un lado. Un manchón húmedo se extendió por la tela negra de la camisa, cubriéndose de sangre el hombro derecho.

– Toma su revólver -dijo Turner-. Está junto a la cama. Y mira cómo está Nancy.

Grimsbo se puso de pie. Estaba temblando.

– Estoy bien -dijo Nancy. Tenía entumecida la mejilla y casi no podía ver con el ojo izquierdo.

Grimsbo tomó el arma de Lake. Se detuvo junto a él y su respiración se hizo más agitada.

– Espósalo -ordenó Turner. Grimsbo estaba allí, con el arma que se levantaba como si tuviera vida propia.

– No jodas, Frank -le dijo Turner-. Ponle las esposas.

– ¿Por qué? -preguntó Grimsbo-. Podría haber sido baleado dos veces cuando atacó a Nancy. Tú lo alcanzaste en el hombro cuando saliste del armario y yo le di el tiro fatal cuando este pedazo de mierda se me echó encima y, tal como seria el destino, ese tiro lo alcanzó entre los ojos.

– No sucedió así, ya que yo sé que no fue así -dijo Turner sin emoción.

– ¿Y qué? ¿Me culparás y testificarás en mi juicio por asesinato? ¿Me enviarías a Attica por el resto de mi vida por haber exterminado a esta basura?

– Nadie lo sabría, Wayne -dijo Nancy tranquila-. Yo apoyo a Frank.

Turner miró a Nancy. Ella observaba a Lake con ojos cargados de odio verdadero.

– No puedo creer esto. Ustedes son policías. Lo que quieren hacer ahora es asesinar.

– No en este caso, Wayne -dijo Nancy-. Para cometer un asesinato debes quitarle la vida a un ser humano. Lake no es un ser humano. No sé lo que es él, pero no es humano. Un ser humano no asesina a su propio hijo. No destroza el cuerpo de una mujer desnuda, para luego abrirla desde la entrepierna al pecho, sacándole los intestinos para que muera lentamente. Ni siquiera puedo imaginar qué les hizo a las mujeres desaparecidas. -Nancy se estremeció-. No quiero ni imaginarlo.

Lake escuchaba la discusión. No movía la cabeza, pero los ojos estaban concentrados en cada uno de los que hablaban, como si se estuviera debatiendo su destino. Vio que Turner renunciaba. Nancy salió de la cama y se puso junto a Grimsbo.

– Él saldrá algún día, Wayne -dijo ella-. Convencerá a un tribunal para que lo libere o a un jurado para que lo declare loco y el neuropsiquiátrico lo dejará en libertad cuando milagrosamente se cure. ¿Quieres despertarte una mañana y leer en el diario de una mujer que fue secuestrada en Salt Lake City o Minneapolis, y la nota sobre su almohada que le dice a su marido que ella "Jamás me olvidará".

Turner dejó caer un brazo al costado de su cuerpo. Tenía los labios secos. Su estómago estaba hecho un nudo.

– Lo haré yo, Wayne -dijo Grimsbo, sacando su pistola reglamentaría y dándole a Nancy el arma de Lake-. Si lo deseas puedes salir de la habitación. Incluso puedes recordar que sucedió de la manera que te dije, ya que esa es la forma en que realmente sucederá, si nos ponemos de acuerdo.

– Jesús -dijo Turner para sí. Una mano apretada en un puño y la otra que sostenía apretado el revólver, tanto que el metal se clavaba en la palma.

– No pueden matarme -abrió la boca Lake, con el dolor de la herida del hombro que le hacía dificultoso hablar.

– Cierra tu puta boca -le dijo Grimsbo-, o lo haré ahora.

– Ellas no están muertas -alcanzó a decir Lake, cerrando o los ojos cuando una oleada de náuseas lo sobrecogió-. Las otras mujeres están todavía vivas. Mátenme y morirán. Mátenme y ellas morirán.


2

El gobernador Raymond Colby bajó agachado debajo de las aletas que giraban en el helicóptero y corrió hacia el automóvil de policía que estaba esperando. Larry Merrill, el asistente administrativo del gobernador, dio un salto detrás del hombre y lo siguió por la pista de aterrizaje. Un hombre fornido de cabellos rojos y otro delgado de piel negra estaban de pie junto al automóvil de policía. El pelirrojo le abrió la puerta del coche a Colby.

– John O'Malley, gobernador. Soy el jefe de policía de Hunter'sPoint. Este es el detective Wayne Turner. Él lo pondrá al tanto. Tenemos una situación muy fea aquí.

El gobernador Colby se sentó en el asiento trasero del patrullero y Turner lo hizo a su lado. Cuando Merrill se sentó en el de adelante, O'Malley puso rumbo a la casa de Nancy Gordon.

– No sé cuánto le contaron, gobernador.

– Comience desde el principio, detective Turner. Deseo tener la seguridad de que no me falta ningún dato.

– Han desaparecido mujeres en Hunter's Point. Todas casadas con profesionales y sin hijos. No hubo señales de lucha. Con la primera mujer, supusimos que teníamos entre manos el caso de una persona desaparecida. Lo único raro fue encontrar una nota sobre la almohada de la mujer que decía "Jamás me olvidarán", pinchada con una rosa que había sido tejida de negro. Nos imaginamos que la dejó la mujer. Luego, la segunda mujer desapareció y encontramos una rosa y una nota idénticas a la del caso anterior.

– Después de la cuarta desaparición, todas con rosas negras y notas, Sandra y Melody Lake fueron asesinadas. Sandra era la esposa de Peter Lake, a quien creo que usted conoce. Melody era su hijita.

– Eso fue trágico -dijo Colby-. Hace algún tiempo que Pete ha sido seguidor mío. El otoño pasado lo nombré en una comisión.

– Él las mató, gobernador. Asesinó a su esposa y a su hija a sangre fría. Luego acorraló a un hombre llamado Henry Waters, trayendo a su casa una de las mujeres secuestradas, destripándola en el sótano de esa casa, colocando algunas rosas y notas y llamando a la policía en forma anónima.

Eran las cuatro de la mañana y estaba completamente oscuro en el automóvil, pero Turner vio cómo Colby quedaba blanco cuando pasaron debajo de una luz de la calle.

– ¿Peter Lake fue el que mató a Sandy y a Melody?

– Sí, señor.

– Encuentro eso difícil de creer.

– Lo que le voy a decir ahora sólo lo saben el jefe O'Malley, los detectives Frank Grimsbo y Nancy Gordon y yo. El jefe creó un equipo de investigación para tratar el caso de las desapariciones. Este está compuesto por Gordon, Grimsbo y yo, más un experto forense. Sospechamos que Lake podría ser nuestro asesino, incluso después de encontrar el cuerpo de Patricia Cross en el sótano de Waters, de modo que lo seguimos. Gordon le dijo a Lake que ella sospechaba pero que se había guardado para sí la evidencia que lo incriminaba. Lake entró en pánico, tal como esperábamos que lo hiciera. Entró en la casa de Gordon para matarla. Ella le tendió una trampa para que admitiera los asesinatos. Pusimos micrófonos en su casa y tenemos una cinta grabada. Grimsbo y yo estábamos escondidos y lo oímos todo. Arrestamos a Lake.

– ¿Entonces cuál es el problema? -preguntó Merrill.

– Las tres mujeres están todavía con vida. Casi muertas. Lake las ha estado manteniendo al borde de la inanición. Sólo les da de comer una vez por semana. Él no nos dirá cuándo les dio de comer la última vez o dónde están a menos que el gobernador le otorgue el perdón.

– ¿Qué? -le preguntó incrédulo Merrill-. El gobernador no va otorgar el perdón a un asesino.

– ¿No pueden encontrarlas? -preguntó Colby-. Ellas deben de estar en alguna propiedad que pertenece a Lake. ¿Las han registrado a todas?

– Lake ha hecho mucho dinero en estos últimos años. Posee grandes grupos de inmuebles. La mayor parte de ellos no están a su nombre. No tenemos ni los hombres ni el tiempo para buscar en todas, antes de que las mujeres mueran de inanición.

– Entonces yo prometeré otorgarle el perdón a Peter. Después de que él diga dónde se encuentran las mujeres, pueden arrestarlo. Un contrato que se hace bajo presión no puede sostenerse.

Merrill se mostró incómodo.

– Me temo que sí, Ray. Cuando yo trabajé con el fiscal de los EE.UU., le dimos inmunidad a un asesino contratado a cambio de testimonios para uno mayor. Él dijo que estaba presente cuando se ordenó el golpe, pero estaba en Las Vegas el día en que encontraron el cuerpo. Verificamos su historia. Estaba registrado en el Caesars Palace. Varios testigos honestos lo vieron comiendo en el casino. Hicimos un trato, él testificó, el otro asesino fue condenado, él se fue. Luego descubrimos que él había perpetrado el golpe, pero lo hizo quince minutos antes de la medianoche, luego tomó un vuelo a Las Vegas.

"Estábamos furiosos. Lo volvimos a arrestar y lo enjuiciamos por asesinato, pero el juez lo sobreseyó. Dijo que todo lo que el acusado nos dijo era verdad. Nosotros simplemente no hicimos las preguntas correctas. Yo rebusqué afanosamente en la ley que trata los pedidos de apelación, tratando de que el tribunal de apelaciones estuviera a nuestro favor No tuvimos suerte Se aplican los principios del contrato, pero así también es en el proceso debido. Si ambas partes hacen un acuerdo de buena fe y el acusado lo ejecuta, las cortes respetarán dicho acuerdo Si vas en esto con los ojos bien abiertos, Ray, creo que el perdón es lo que se mantendrá”.

– Entonces no tengo elección

– Sí, la tienes -insistió Merrill- Le dices que no hay trato No puedes perdonar a un asesino de crímenes en serie y esperar ser reelecto Es un suicidio político

– Maldición, Larry -dijo con brusquedad Colby-, ¿cómo crees que reaccionaría la gente si descubrieran que yo dejé morir a tres mujeres para ganar una elección?


Raymond Colby abrió la puerta de la habitación de Nancy Gordon. Frank Grimsbo estaba sentado junto a ella, sosteniendo su arma, con los ojos fijos en el prisionero. Las persianas estaban cerradas y la cama sin hacer. Peter Lake estaba esposado a una silla. Se hallaba de espaldas a la ventana. Ninguno lo atendió por los cortes en el rostro y la sangre se había secado, dándole el aspecto de un luchador vencido. Lake debería haber estado asustado. En lugar de ello, se lo veía como a cargo de la situación.

– Gracias por venir, Ray

¿Qué sucede aquí, Pete? Esto es de locos. ¿Mataste a Sandra y a Melody?

– Debí hacerlo, Ray. Le expliqué eso a la policía. Sabes que no las habría matado si hubiera tenido otra elección.

– Esa dulce niña. ¿Cómo puedes vivir con eso en tu conciencia?

Lake se encogió de hombros.

– Ese no es el punto, Ray. No iré a prisión y tú te encargarás de eso.

– No está en mis manos, Pete. Mataste a tres personas. Eres tnoralmente responsable de la muerte de Waters. No puedo hacer nada por ti.

Lake sonrió.

– ¿Entonces por qué estás tú aquí?

– Para pedirte que le digas a la policía dónde tienes encerradas a las otras mujeres.

– No puedo hacerlo, Ray. Mi vida depende de que la policía no lo sepa.

– ¿Dejarías morir a tres inocentes?

Lake volvió a encogerse de hombros.

– Tres muertes, seis muertes. No pueden darme un castigo mayor después de la primera sentencia a muerte. No te envidio, Ray. Créeme cuando te digo que no desearía colocar a un viejo amigo, a quien admiro profundamente, en una posición tan difícil. Pero no te diré dónde están las mujeres, si no me otorgas el perdón. Y, créeme, cada minuto cuenta. Esas mujeres están muertas de hambre y de sed ahora mismo. No puedo garantizar por cuánto tiempo más ellas sobrevivirán sin comida ni agua.

Colby se sentó en la cama frente a Lake. Se inclinó hacia adelante, con los antebrazos descansando sobre las rodillas y las manos entrelazadas delante de él.

– Yo en realidad te consideraba un amigo, Pete. Todavía no puedo creer lo que estoy oyendo. Como amigo, te pido que salves a esas mujeres. Te prometo interceder ante las autoridades. Tal vez un pedido de homicidio no premeditado pueda ser factible.

Lake negó con la cabeza.

– No quiero prisión. Ni un solo día. Sé lo que le sucede en la cárcel a un hombre que ha violado a una mujer. No duraría una semana.

– Estás esperando un milagro, Pete. ¿Cómo puedo dejarte en libertad?

– Mira, Ray, te lo haré simple para ti. Me voy o las mujeres se mueren. No hay otra alternativa y estás desperdiciando conmigo un tiempo valioso.

Colby dejó caer los hombros. Miró el suelo. La sonrisa de Lake se hizo más amplia.

– ¿Cuáles son tus términos? -preguntó Colby.

– Deseo el perdón por todos los crímenes que cometí en el Estado de Nueva York e inmunidad en el enjuiciamiento de todo concebible crimen del que las autoridades puedan pensar en el futuro. Deseo el perdón por escrito y un vídeo que filme la firma de tal documento. Quiero el original del vídeo y que el perdón se le dé a un abogado que yo escoja. Deseo inmunidad en la corte federal…

– No puedo garantizar eso. No tengo autoridad para…

– Llama al fiscal de la nación o al fiscal general. Llama al presidente. Esto no es negociable. No voy a permitir que me golpeen con un cargo federal por violación de los derechos civiles.

– Veré qué puedo hacer.

– Eso es todo lo que pido. Pero si no haces lo que deseo, las mujeres morirán. Hay otra cosa que quiero tener garantizada. Deseo una garantía de que el Estado de Nueva York pagará cualquier reclamo civil si me demandan las sobrevivientes o el marido de Cross. No perderé ningún dinero en todo esto. Los honorarios de abogados, también.

El último comentario de Lake le hizo ver al gobernador lo que realmente era Lake. El apuesto, civilizado joven que había cenado y jugado al golf con él, era el disfraz que usaba un monstruo. Colby sintió que la rabia ocupaba el lugar del atontamiento que había experimentado desde que se enteró de la verdadera naturaleza de Lake.

Colby se puso de pie.

– Debo saber cuánto tiempo tienen esas mujeres, para poder decirle al fiscal general con cuánta premura debemos actuar.

– No te lo diré, Ray. No obtendrás más información de mí hasta que me otorgues lo que te pido. Pero -dijo Lake con una sonrisa-, te diré que te apures.


3

Patrulleros y ambulancias avanzaron a los saltos por un camino sin pavimentar, con las sirenas sonando y la esperanza de que las mujeres cautivas las oyeran y se animaran. Había tres ambulancias, cada una con un equipo de médicos y enfermeras. El gobernador Colby y Larry Merrill iban con el jefe O'Malley y Wayne Turner. Frank Grimsbo conducía otro patrullero con Nancy Gordon que llevaba un arma. En la parte trasera del automóvil estaba Herb Carstairs, el abogado que Lake había pedido. Un vídeo del gobernador firmando el perdón y una copia con un adjunto firmado por el fiscal de los Estados Unidos descansaba en la caja fuerte de Carstairs. Junto a él, con esposas en los tobillos y las muñecas, estaba Peter Lake, que parecía indiferente a la alta velocidad desarrollada por el vehículo.

La caravana dobló una curva del camino de campo y Nancy vio la granja. Parecía desierta. El jardín del frente estaba lleno de pastos crecidos y la pintura se estaba descascarando. A la derecha de la casa, cruzando una franja polvorienta de patio, había un derruido granero.

Nancy se bajó y corrió tan pronto como el coche se detuvo. Subió los escalones de la casa y le dio una patada a la puerta del frente. Los médicos y asistentes corrieron tras ella. Lake le había dicho que las mujeres estaban en el sótano. Nancy encontró la puerta de él y la abrió de un golpe. Un hedor a orina, excrementos y cuerpos sin aseo la golpeó en la cara y tuvo náuseas. Luego respiró profundo y gritó:

– ¡Policía! Están a salvo -mientras comenzaba a bajar las escaleras, de a dos escalones por vez, deteniéndose en su carrera en el momento en que vio lo que había en aquel sótano.

Nancy sintió como si alguien le hubiera abierto un agujero en el pecho y arrancado el corazón. Más tarde se le ocurrió que su reacción debe de haber sido similar a las que tuvieron los hombres que liberaron los campos de concentración nazis. Las ventanas del sótano estaban pintadas de negro y la única luz provenía de unas bombillas que colgaban del techo. Una parte del sótano estaba dividida por paneles de madera, formando pequeños establos. Tres estaban vacíos. Todos estaban cubiertos de paja y con colchones sucios. Una cámara de vídeo descansaba sobre un trípode, en la parte externa de cada uno de los establos. Además del colchón, cada compartimiento contenía un reloj barato, una botella plástica con una pajita también de plástico y un plato donde comen los perros. Las botellas de agua estaban vacías. Nancy pudo ver los restos de algunos granos de cereal en los platos.

Hacia el fondo del sótano había un lugar abierto. En él había un colchón cubierto con una sábana y una gran mesa. Nancy no pudo distinguir todos los instrumentos que estaban sobre la mesa, pero uno de ellos era evidentemente un aguijón eléctrico para arrear ganado.

Nancy se hizo a un lado y los médicos pasaron deprisa junto a ella. Miró fijo a las tres sobrevivientes. Las mujeres estaban desnudas. Los pies encadenados a la pared desde los tobillos. La cadena se extendía sólo lo suficiente como para alcanzar la botella de agua y el plato del perro. Las mujeres de los dos primeros establos estaban tendidas de lado sobre el colchón. Los ojos parecían flotarles en las cuencas. Nancy pudo distinguir sus costillas. Había quemaduras y lastimaduras por todo el cuerpo. La mujer del tercer establo era Samantha Reardon. Ella estaba acurrucada contra la pared, con el rostro sin expresión, mirando con ojos vacíos a quienes la rescataban.

Nancy caminó lentamente hacia el último escalón. Reconoció a Ann Hazelton por el cabello pelirrojo. Tenía las piernas recogidas hasta el pecho en posición fetal y gemía lastimosamente. El marido de Ann había proporcionado una fotografía de Ann de pie junto al hoyo dieciocho del campo de golf de su club, con una sonrisa en el rostro y una cinta amarilla que le sostenía recogido el largo cabello rojo. Gloria Escalante estaba en el segundo establo. No tenía expresión en el rostro, pero Nancy vio lágrimas en los ojos cuando el médico que se inclinó junto a ella le revisó los signos vitales y un policía fue a liberarla de sus grilletes.

Nancy comenzó a temblar. Wayne Turner fue junto a ella y la rodeó con los brazos.

– Vamos -le dijo gentil-, estamos en camino.

Nancy se dejó conducir a la luz. El gobernador Colby había echado por un momento una mirada al sótano, luego salió de la casa para tomar aire fresco. Tenía la piel gris y estaba sentado en uno de los escalones que conducían al porche, con aspecto de no tener fuerzas para ponerse de pie.

Nancy miró a través del patio. Encontró el automóvil en el que estaba Lake. Frank Grimsbo estaba de pie en el exterior montando guardia. El abogado de Lake había salido para fumar. Nancy pasó junto al gobernador. Él le preguntó si las mujeres estaban bien, pero ella no le contestó. Wayne Turner caminaba junto a ella.

– Que todo pase, Nancy -le dijo. Nancy lo ignoró.

Frank Grimsbo levantó la mirada expectante.

– Todas están con vida -dijo Turner. Nancy se inclinó y miró a Lake. La ventanilla trasera estaba entreabierta, de modo que el prisionero podía respirar en medio del insoportable calor reinante. Lake se volvió hacia Nancy. Estaba descansado y en paz, sabiendo que pronto sería libre.

Lake hizo una mueca burlona, devorándola con los ojos pero sin decir nada. Si esperaba que Nancy se enfureciera con él, estaba equivocado. Ella tenía el rostro en blanco, pero los ojos estaban clavados en Lake. -No terminó -le dijo. Luego se irguió y caminó hacia un grupo de árboles que estaban lejos del granero. De espaldas a la granja, todo lo que pudo ver fue belleza. Había una sombra fresca debajo del follaje. El aroma a pasto y flores silvestres. Un pájaro cantó. El horror que Nancy sintió cuando vio a las mujeres cautivas desapareció. Su rabia desapareció. Conocía el futuro y no le tenía miedo. Ninguna mujer jamás volvería a tener miedo de Peter Lake, ya que Peter Lake estaba muerto.


4

Nancy Gordon tenía puesto un equipo de gimnasia color negro y sus Nike blancas habían sido lustradas con pomada negra. Su cabello corto estaba echado hacia atrás por una vincha color azul marino, haciéndole imposible ver la luz mortecina del cuarto de luna que estaba en el firmamento Meadows. Tenía el automóvil estacionado en una tranquila calle lateral. Nancy lo cerró con llave y fue hacia el patio trasero. Estaba muy tensa y consciente de cada sentido. Un perro ladró, pero las casas a ambos lados permanecían en la oscuridad.

Hasta que Peter Lake llegó a su vida, Nancy Gordon jamás había odiado a ningún otro ser humano. No estaba segura de odiar a Peter Lake. Lo que ella sentía iba más allá del odio. Desde el momento en que vio a aquellas mujeres en el sótano de la granja, supo que Lake debía desaparecer, de la misma manera en que se retiraban los hongos de una superficie.

Ella era policía, había jurado defender la ley. Respetaba la ley. Pero esta situación iba muy por afuera de la experiencia humana normal que ella no sintió en todos los días en que se aplicaba la ley. Nadie podía hacer lo que Peter Lake le había hecho a aquellas mujeres y quedar libre. No se podía desear que ella esperara al día siguiente a que los diarios anunciaran otra desaparición. Sabía que al minuto en el que se encontrara el cuerpo de Lake, ella sería la primera sospechosa. Dios sabe que ella no deseaba pasar el resto de su vida en una prisión, pero no había alternativa. Si la apresaban, que así fuera. Si mataba a Lake y se escapaba, era la voluntad de Dios. Ella podría vivir las consecuencias de sus acciones. No podría vivir con las consecuencias de dejar a Peter Lake en libertad.

Nancy rodeó la casa de Lake por detrás, junto al lago artificial. Las casas de los lados estaban a oscuras, pero había luces en su sala de estar. Nancy miró su reloj digital. Eran las tres y treinta de la mañana. Lake debería estar durmiendo. Ella sabía que el sistema de seguridad de la casa estaba provisto de sincronizadores automáticos para las luces y decidió apostar a que esa era la razón por la que la sala de estar estaba iluminada.

Nancy se agazapó y corrió por el jardín trasero. Cuando llegó a la casa, se apretó contra la pared lateral. Tenía una 38 en la mano, que Ed le había sacado a un traficante de drogas, hacía dos años. Ed jamás informó de aquello y el arma no podía ser rastreada.

Nancy se arrastró hacia la puerta del frente. Había estudiado las fotografías del lugar del crimen, temprano aquella noche. Mentalmente, entró en la casa de Lake, recordando tanto cuanto podía la distribución, del recuerdo que tenía de su única visita al lugar. Durante la investigación del asesinato, había aprendido el código de alarma de Lake. El panel de la alarma estaba a la derecha de la puerta. Debería desactivarla rápidamente.

La calle frente a la casa de los Lake estaba desierta. Nancy había tomado las llaves de Sandra Lake de la caja de pruebas que estaba en la estación de policía. Giró la llave en la cerradura, luego retiró un lápiz fotosensible. Tornó el picaporte con la mano que le quedaba libre, respiró profundo y empujó para abrir. La alarma emitió un chirrido. Colocó el lápiz fotosensible sobre el tablero y pulsó el código. El sonido se detuvo. Nancy se volvió y sacó su arma. Nada. Exhaló, apagó el lápiz y se enderezó.

Una rápida requisa de la planta baja confirmó lo de las luces de la sala de estar. Después de asegurarse de que no había nadie allí, Nancy se dirigió a las escaleras, con el revólver por delante. El segundo piso estaba a oscuras. El primero de los cuartos sobre la izquierda era el dormitorio de Lake. Cuando llegó al descanso vio que la puerta estaba cerrada.

Nancy se aproximó allí lentamente, caminando con cuidado aun cuando las pisadas eran acalladas por la mullida alfombra. Se detuvo en la siguiente puerta y luego avanzó. Abrir la puerta con cuidado, encender la luz, luego dispararle a Lake hasta descargar el cargador. Inhaló y exhaló cuando abrió la puerta, de a milímetros por vez.

Sus ojos estaban acostumbrados a la oscuridad. Pudo ver el contorno de una enorme cama matrimonio que dominaba la habitación. Nancy vació su mente del odio y de cualquier otro sentimiento. Se retiró de la acción. No estaba matando a una persona. Estaba disparándole a un objeto. Como lo hacía en sus prácticas de tiro. Nancy entró en la habitación, encendió la luz y apuntó.

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