7

Durante todo el mes de enero hubo tempestades de nieve casi sin interrupción. Los vientos que llegaban desde Vandenberg amontonaban la nieve de tal modo que al final alcanzó hasta el segundo piso de la mansión, y hubiera quedado bloqueada la entrada de no ser por los heroicos esfuerzos de Bill y de Irma. El dolor que Wili sentía era constante e intenso. Los inviernos siempre habían sido malos para él, pero éste estaba resultando el peor de todos. Los otros se dieron cuenta de ello, porque ya no podía ocultar los gestos de dolor y los quejidos. Siempre estaba hambriento, siempre estaba comiendo, y sin embargo perdía peso.

Pero también había cosas buenas. ¡Había sobrepasado las fronteras de los libros de Naismith! ¡Paul aseguraba que nadie más tenía los conocimientos que requería el problema de codificación que estaba tratando de resolver! Wili ya no necesitaba las máquinas de Naismith. Sus imágenes mentales eran mucho más completas. Permanecía sentado en el cuarto de estar durante horas, casi todo el tiempo que estaba despierto, sin enterarse del mundo exterior, casi sin enterarse de su dolor, soñando con sus problemas y sus planes para resolverlos. Toda su existencia consistía en grupos, gráficas y una inacabable combinación de refinamientos en la descripción de la estrategia que creía iba a resolver el problema.

Pero cuando comía, incluso cuando dormía, el dolor volvía a aflorar con toda su realidad.

Fue Irma, y no Wili, quien descubrió que la pálida piel de las palmas de sus manos tenía un tono amarillento, además del moreno natural. Estaba sentada a su lado en la mesa del comedor y sostenía las pequeñas manos de Wili con las suyas, muy grandes y encallecidas. Wili se sobresaltó cuando ella se las cogió. Estaba allí para comer, no para sufrir inspecciones. Pero Paul estaba detrás de ella.

—Y las uñas también parecen descoloridas.

Alcanzó una uña amarillenta de Wili y le dio un tirón suave. Sin ruido y sin dolor, la uña se soltó de raíz. Wili lo observó estúpidamente durante un segundo y retiró su mano con una sacudida. El dolor era una cosa, pero esto era la pesadilla de un cuerpo que se desmembraba lentamente. Durante un instante el terror eclipsó al dolor, igual que habían hecho antes las matemáticas. Le instalaron en una habitación del sótano, donde pudiera estar siempre caliente. Wili se quedaba en cama la mayor parte del día. El exterior, la pureza de Vandenberg libre de nubes, no lo veía más que a través del holo. La nieve de la montaña era demasiado abundante para que se pudiera viajar y allí no había médicos. Pero Naismith colocó cámaras y equipo de onda larga en la habitación y, en una ocasión en que Wili no estaba perdido en sus ensoñaciones, vio que alguien que se encontraba muy lejos le estaba mirando mientras Naismith le interrogaba. El anciano parecía muy enfadado.

Wili se incorporó para poder tocar su manga.

—Todo irá bien, Tío Syl, Paul. Este problema y aún peores los he tenido siempre durante el invierno. Cuando llegue la primavera estaré bien.

Naismith sonrió, asintió y luego se fue.

Pero Wili no estaba delirando, en el sentido normal de la palabra. Durante las pesadas horas, un paciente normal habría yacido mirando al techo o al holo intentando ignorar el dolor. Durante aquellas últimas semanas, Wili soñaba más y más con el problema de comunicaciones, que se le resistía una vez tras otra. Cuando le dejaban solo, todavía tenía a Jill, que tomaba notas y estaba siempre a punto para pedir ayuda; era mucho más real que los otros. Le resultaba difícil pensar que la voz y la hermosa cara de ella le hubieran podido parecer amenazantes.

En cierto sentido, ya había resuelto el problema, pero su método resultaba muy lento, necesitaba la función n x log (n) para poder hacerlo mejor. Esto quedaba muy por encima de lo que había aprendido en su breve e intensa educación. Necesitaba algo nuevo, algo más inteligente, y ¡por el Único Dios Verdadero! iba a encontrarlo.

Cuando la solución se hizo aparente, fue como el sol naciente en una clara mañana, lo que era muy oportuno porque aquél era el primer día sereno desde hacía un mes. Bill le subió a la planta baja, para que estuviera sentado al sol detrás de los cristales que acababan de limpiar. El cielo no sólo estaba sereno sino que además era de un intenso color azul. La nieve estaba apilada en altos montones de un blanco deslumbrante.

Los carámbanos pendían de cada arista y de cada rincón, goteando lo que por efecto de la tibia luz parecían pequeños diamantes.

Wili había dictado a Jill durante casi una hora, cuando el anciano se acercó para desayunar. Echó una mirada por encima del hombro de Wili y cogió su cuaderno sin decir una palabra a Wili ni a los demás. Naismith se detuvo muchas veces, con sus ojos medio cerrados para concentrarse mejor. Estaba casi a tres pasos de él, cuando Wili acabó de dictar. Levantó la mirada cuando Wili cesó de hablar.

—¿Lo has conseguido?

Wili hizo un gesto afirmativo y sonrió:

—Claro que sí. Y además en n x log (n) unidades de tiempo.

Miró el cuaderno que Naismith leía:

—Está mirando el montaje del filtro. El verdadero truco lo encontrará, por lo menos, cien páginas después.

Fue buscando más adelante.

Naismith lo estuvo mirando durante mucho tiempo, y al final asintió:

—Sí, creo que ya lo veo. Tengo que estudiarlo, pero creo que… Mi pequeño Ramanujan, ¿cómo te sientes?

—Muy bien —dijo lleno de satisfacción—, pero cansado. He tenido menos dolor estos últimos días. Supongo. ¿Quién es Ramanujan?

—Un matemático del siglo veinte. Un hindú. Hay muchas semejanzas entre vosotros dos. También empezó sin mucha educación previa, y los dos sois muy, muy buenos.

Wili sonrió, el calor del sol apenas se podía comparar con el que sentía por dentro. Eran las primeras palabras de alabanza real que le dedicaba Naismith. Decidió que miraría todos los ficheros que se refirieran a Ramanujan. Su mente se echó a volar, libre ya de la fijación de las últimas semanas. Por entre los pinos podía ver el sol de Vandenberg. Allí había tantos misterios que desentrañar…

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